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Joseph Breuer, prestigioso médico vienés, había sido requerido para atender a una joven de
21 años, a la que en su historial apodó Anna. Cursaba el mes de diciembre de 1880 y era pleno
invierno en Viena. En julio de aquel mismo año, coincidiendo con la época en que empieza a
dedicarse al cuidado de su padre enfermo, Anna evidencia una “enfermedad nerviosa” que, por sus
características, se diagnostica como histeria. Tos, anorexia, parálisis y, como una de las expresiones
más significativas del cuadro, una grave perturbación funcional del lenguaje. El tratamiento se
continúa hasta junio de 1882.
En el historial clínico, Breuer dice que Anna tiene "una inteligencia sobresaliente, un poder
de combinación asombrosamente agudo e intuición penetrante; su poderoso intelecto había podido
recibir un sólido alimento espiritual y lo requería, pero éste cesó tras abandonar la escuela. Ricas
dotes poéticas y fantasía, controladas por un entendimiento tajante y crítico". Esta última
característica de la personalidad de Anna la volvía por completo insugestionable, de tal modo que,
para influir sobre ella, era necesario usar argumentos, no afirmaciones.
En 1953 Ernest Jones, quien fuera no sólo uno de los biógrafos de Freud sino además su
discípulo - el menos creativo, el más obsecuente - revela, no sin cierta dosis de indiscreción y para
gran desagrado de la familia de Anna, la verdadera identidad de ella. Se trataba de Bertha
Pappenheim, muy conocida por su militancia feminista y su aporte a los derechos humanos,
especialmente de la mujer y de los niños. Fue, además, la primera asistente social en Alemania y
una de las primeras en el mundo.
Según Jones - quien advierte estar transcribiendo un relato que le hiciera Freud, recibido, a
su vez, de Breuer - el tratamiento de Anna no finalizó con una exitosa alta, como se relata en el
historial. Todo lo contrario, la terapia fue suspendida abruptamente en junio de 1882 por Breuer
quien, por hablar permanentemente de Anna, había provocado los celos de su esposa. La
"interesante" paciente, relata Jones, había desatado en su terapeuta una poderosa
contratransferencia. Ella, "más enferma que nunca", reaccionó ante el abandono desarrollando
todos los síntomas de un falso parto histérico. Breuer, llamado por los familiares, concurrió otra vez
a visitarla, la encontró en ese estado y la calmó con hipnosis. Luego él, "bañado en frío sudor
abandonó la casa". Al día siguiente viajó con su esposa, en una segunda luna de miel, a Venecia. El
fruto de este viaje fue el nacimiento de una hija que, "concebida en circunstancias tan especiales,
habría de suicidarse sesenta años más tarde, en Nueva York".
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testimonio de una nieta de Breuer, según el cual su tía Dora vivía en Viena cuando Hitler tomó el
poder. En el momento que la Gestapo llegó a su casa para llevarla a un campo de concentración, ella
que, además, era víctima de un cáncer terminal, prefirió suicidarse. Hay otro testimonio, y es de
Ernst Hammerschlag, psicoanalista y sobrino político de Breuer. Comentando el informe de Jones,
dijo: "Breuer, que era un buen padre de familia, no tenía el aspecto de ser un charlatán sobre
cuestiones profesionales. No daba la impresión de que al volver a casa se desahogara con su mujer".
Ésta no va a ser la única vez que Ernest Jones calumnie a uno de sus colegas ya que también lo hizo
con el talentoso Ferenczi. 1[1] Tal vez con sus tendenciosas historias se proponía desacreditar a todo
el que, de una u otra manera, pudiera hacerle sombra a Freud. Por otra parte, la de Jones es una
lectura misógina, en tanto empequeñece la imagen de Anna con esa versión - de la que no existen
pruebas - del falso parto histérico, como si los únicos intereses de ella rondaran la relación con el
varón y la maternidad. Jones también puede llegar a conducirnos a dudar acerca de la reserva de
Freud, quien, según él, le relató este hecho. En 1925 el creador del psicoanálisis, refiriéndose a
Joseph Breuer, dijo que se trataba de "un hombre reservado y modesto", que durante muchos años
había mantenido en secreto los descubrimientos realizados en el tratamiento con Anna O. Joseph
Breuer fue motivado por el mismo Freud a publicar el historial y sus reflexiones. "Más tarde tuve
razones para suponer que también un factor puramente afectivo lo había disuadido de proseguir su
labor en el esclarecimiento de la neurosis. Había tropezado con la infaltable transferencia de la
paciente sobre el médico, pero no aprehendió la naturaleza impersonal de ese proceso". De estas
palabras de Freud creemos que es necesario remarcar su utilización del verbo suponer. En
Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914) había afirmado algo similar ”Tengo
fuertes motivos para conjeturar que, tras eliminar todos los síntomas, Breuer debió descubrir la
motivación sexual de la transferencia pero, habiéndosele escapado la naturaleza universal de este
inesperado fenómeno, interrumpió en este punto su investigación, como sorprendido por un
untoward event (suceso adverso)”. En 1925, Presentación autobiográfica, Freud insiste en que
Breuer adivinó la etiología sexual de la enfermedad de Anna O., agregando luego una frase que se
acerca a la versión que diera Jones en 1953: “Al fin atiné a interpretar rectamente ese caso y a
reconstruir, basándome en algunos indicios que Breuer me había dado al comienzo, el desenlace de
su tratamiento. Después que el trabajo catártico pareció finiquitado, sobrevino de pronto a la
muchacha un estado de amor de transferencia, que él omitió vincular a su enfermedad, por lo cual
se apartó de ella estupefacto”. En la carta que el 2 de junio de 1932 le escribe a Stephan Zweig - no
sólo uno de sus biógrafos sino también, según Peter Gay, uno de sus más apasionados defensores -
nos encontramos con un Freud que, abandonando toda reserva, relata este recuerdo: "Lo que
realmente sucedió con la paciente de Breuer lo pude adivinar más tarde, mucho después de la
ruptura de nuestras relaciones, cuando de pronto recordé algo que Breuer me había dicho en otro
contexto, antes de que empezáramos a colaborar y que nunca repitió . Al anochecer de aquel día en
que habían desaparecido todos los síntomas de ella, lo mandaron llamar para que viera de nuevo a la
paciente; la encontró confundida y retorciéndose con calambres abdominales. Cuando le preguntó
qué le pasaba, ella le respondió: “¡Va a nacer el niño del Doctor B.!” Presa del horror, huyó y dejó a
1[1]Sandor Ferenczi leyó su trabajo Confusión de Lengua entre los adultos y el niño en el
XII Congreso Internacional de Psicoanálisis de mayo de 1932. Murió un año después, con
la promesa de Jones de publicárselo en la International Journal of Psyco-Analysis. En junio
de ese mismo año Jones le escribe a Freud diciéndole, entre otras cosas, que veía
contraproducente publicar ese articulo de Ferenczi , ya que sería un perjuicio y un
descrédito para el psicoanálisis. Y agrega: “Sus postulados científicos y sus declaraciones
sobre la práctica analítica no constituyen más que una sarta de errores que solamente sirven
para desacreditar al psicoanálisis y dar pábulo a sus enemigos”. El valioso y polémico
articulo de Ferenczi fue publicado recién en 1949 por Michël Balint.
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la paciente con un colega. Durante los meses que siguieron, ella permaneció en un sanatorio
luchando por recuperar su salud.”. En ese momento, agrega Freud, Breuer tuvo en sus manos "la
llave que hubiera abierto las puertas a las Madres, pero la dejó caer" 2[2].
Sea o no cierta la versión de que el tratamiento de Anna fue interrumpido por Breuer ante el
fuerte impacto de un falso parto histérico, no hay lugar a dudas de que Lucy Freeman da en la tecla
cuando dice que Anna había esperado a Breuer y que él, a su vez, había esperado a Anna. "Ella
consentía en revelar los dolorosos secretos de su alma y él era capaz de escucharlos, de ser el primer
médico que actuaba de ese modo". Sandor Ferenczi aportó una reflexión similar: “El tratamiento
catártico de la histeria, precursor del psicoanálisis, fue el descubrimiento común de una paciente
genial y de un médico de espíritu amplio”. Por eso, el doctor Breuer lo descifró enseguida. El
mutismo de Anna se había originado en una afrenta. Algo había sido muy mortificante, pero ella no
quería, tal vez no podía, hablar sobre el tema. Cuando Breuer le comunicó a su paciente esta
reflexión, invitándola a abandonar el silencio, Anna habló, pero en inglés, aunque sin darse cuenta
que usaba ese idioma. Así fue que esa joven hermosa e inteligente bautizó al método terapéutico
con el muy acertado término de talking cure (curar por la palabra) y con otro más humorístico pero
no menos adecuado: chimney sweeping (limpieza de chimenea). Por su parte, Breuer - junto con
Freud - denominó catártico al método usado en el tratamiento con Anna O. El tema de la catarsis
era sensación en los salones elegantes de Viena. Jacob Bernard (tío de la esposa de Freud) había
publicado un libro sobre las ideas de Aristóteles acerca de esa cuestión. Es probable que Bertha lo
hubiera leído. No sería de extrañar - reflexiona Henri Ellenberger - que una joven inteligente de la
alta sociedad vienesa adoptara la catarsis como divisa para una cura autodirigida. La palabra
procede del griego y significa purificación, purga. Aristóteles designaba con este término el efecto
que la tragedia producía sobre el espectador. Breuer y Freud, por su parte, se proponían, a través del
método catártico, llegar a la descarga de afectos que, por haber sido reprimidos, silenciados,
producían efectos patógenos.
EN LA TORRE DE BABEL
Cuando su padre, al que amaba con pasión, enfermó, Anna se dedicó por entero a cuidarlo.
A los pocos meses, ella evidenció síntomas que fueron atribuidos a un estado de debilidad.
Manifestó anemia, asco por los alimentos y una tos muy intensa, al extremo que debieron alejarla
del cuidado del enfermo. Cuando Breuer la examinó, supo que la tos era nerviosa, que no existía
ningún fundamento orgánico. Anna tenía una imperiosa necesidad de descansar en las horas de la
siesta, mientras que al atardecer la invadía un estado de adormecimiento y gran inquietud. Las
contracturas vinieron luego, sumándose a una profunda desorganización funcional del lenguaje. Al
principio le faltaron las palabras; luego perdió la gramática y la sintaxis, no pudiendo conjugar los
verbos. Más adelante, después de buscar trabajosa e infructuosamente una palabra en el alemán, la
encontraba en uno de los cinco idiomas que conocía y ni aún así se expresaba claramente. Debido a
las fuertes contracturas de sus miembros, perdió la posibilidad de escribir y durante dos semanas la
invadió un absoluto mutismo. Al principio, hablaba en inglés, aunque sin tener conciencia que lo
2[2]Freud alude aquí a una imagen del Fausto de Goethe. En el capítulo “Una galería
oscura” de la parte II, Mefistófeles invita a Fausto a descender al mundo de las madres.
Diosas augustas que reinan en la soledad, sin que haya a su derredor ni espacio ni tiempo,
y no puede hablarse de ellas sin experimentar una turbación increíble. ¡Tales son las
madres! Metafóricamente se hace referencia al principio de cuanto existe o debe existir.
Para entrar a ese mundo, del que no se sabe si Fausto volverá, Mefistófeles le entrega una
llave.
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hacía. Luego, al empezar a sentirse mejor, se comunicaba en italiano o francés. Si la angustia se
intensificaba, volvía el mutismo o hablaba, desde su Babel propia, con una mezcla de palabras de
diferentes idiomas, siempre comprendiendo a quienes hablaran alemán. Este era su idioma paterno.
Más aún, y como dice Irene Teichner, “un idioma externo al padre mismo”, la lengua usada en
Austria. En realidad, para los judíos europeos el yiddisch 3[3] era la lengua materna. Sin embargo,
Anna salió del mutismo con el inglés, aprendido, según Breuer, de una gobernanta inglesa. A esto se
le suma que su hermana Henrietta, de pequeña, le entonaba canciones en ese mismo idioma. Sin
duda fue por esto que Anna adoptó el inglés como propio transformándolo en una especie de
idioma materno, para no valerse de aquellos otros idiomas asociados al avasallamiento de su
libertad.
Varios momentos marcan la ruta que Anna transitó a través de sus conflictos y logros con el
lenguaje. El primero cuando, enajenada, repetía la palabra del otro. Después, cuando hizo silencio,
como si a través de su mutismo se rebelara contra esa repetición. En un tercer momento, aparece la
Babel. De este modo Anna expresa que, como su hermano - al que, como veremos, se le dieron
otras oportunidades - necesita aprender y conocer, desplegando sus potencialidades. Por fin un
cuarto momento, ése en el que se adueña de su propia palabra. La mayoría de los autores que
escribieron sobre Anna O. se refieren a estos últimos dos momentos como los de la enfermedad.
Creemos, sin embargo, que si Anna alguna vez estuvo enferma fue cuando repetía la palabra y el
deseo del otro. Al respecto, y como dice Saurí, no toda enajenación es patológica, porque no todo
salir de sí supone estar trastornado. Este autor diferencia la conmoción, perturbatio, de la alteración
enferma, afirmando que la primera es necesaria para el proceso de personalización. (Individuación
sería una palabra más adecuada, ya que personalidad alude a persona = máscara). Entonces, fue
para encontrar su propia voz que Bertha Pappenheim tuvo que atravesar una profunda crisis.
EL TEATRO PRIVADO
Antes de enfermar, Anna permanecía muchas noches en vela cuidando a su padre. Otras
veces, se quedaba en su cama, pero sin poder dormir, angustiada y al acecho. Durante la siesta, se
recostaba para descansar. Hoy sabemos que, como los sueños son un reducto para la salud mental, si
3[3]El yiddish es un lenguaje coloquial que se caracteriza por su riqueza para expresar tipos
y sentimientos humanos. Según muchos rabinos era el idioma de las mujeres, en tanto ellas
no tienen inteligencia o educación suficiente para estudiar hebreo. Como en nuestros días
éste es la lengua oficial de Israel, al yiddish sólo le queda luchar para poder sobrevivir.
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el dormir y el soñar quedan impedidos, las consecuencias son nocivas para el psiquismo. Un
método fácil y común de tortura es despertar reiteradamente al durmiente para enloquecerlo. Así, y
parafraseando a Michael Ende, el mundo de Fantasía queda en peligro. Freud se refiere con
frecuencia, en sus historiales, a las dolencias que sufre quien cuida a un enfermo.
EL MANICOMIO
Anna sufrió dos internaciones. La primera, decidida y relatada por el mismo Breuer, fue en
junio de 1881. La segunda, en julio de 1882, un mes después que él diera por finalizado el
tratamiento. Los antecedentes de la primera son particularmente significativos. Según Breuer, la
muerte del padre, ocurrida el 5 de abril de 1881 fue, para Anna, "el más grave trauma psíquico que
pudiera afectarla". Unos días antes ella dejó la cama, pero al morir su padre los síntomas no sólo
regresaron sino que se acrecentaron, surgiendo, además, otros nuevos: estrabismo, dolores de
cabeza, perturbaciones visuales, contracturas y anestesia de los miembros superiores e inferiores,
que empezaron del lado derecho para luego extenderse al izquierdo. Anna dejó de reconocer a las
personas que la rodeaban, parecían figuras de cera. Sólo identifica a Breuer. También se niega a
comer, excepto si es él quien la alimenta. Ya no comprende el alemán y sólo puede comunicarse en
inglés, aunque lee perfectamente francés e italiano, aprendidos en la escuela católica a la que
concurrió durante su infancia, cuando se sabía con derecho a pensar. Según Breuer, hasta la muerte
del padre el tratamiento se venía realizando en una permanente evolución, pero luego Anna
abandona sus progresos. O, por lo menos, eso es lo que pensó su terapeuta, ya que, entre otras
cosas, fue también luego de muerto el padre que ella empezó nuevamente a escribir. No se sabe si
por decisión de Joseph Breuer o de la familia de su paciente, se llamó en consulta al psiquiatra
Krafft-Ebing4[4]. "Ella lo ignoró absolutamente, como a todos los extraños, mientras yo le mostraba
a mi colega todas sus rarezas. El médico extraño procuraba meter baza, hacérsele notable; en
vano", relata Breuer. Anna parecía no verlo, mientras le decía a su terapeuta, riendo, that's like an
examination (es como un examen). Krafft-Ebing, en nuestra opinión irritado y resentido por pasar
desapercibido, sopló humo de su cigarro en el rostro de Anna, con lo que provocó que la joven se
desmayara angustiada. Por otra parte, con este acto él no sólo logró hacerse ver, sino también odiar.
No se conocen ni el diagnóstico de Krafft-Ebing ni sus indicaciones de tratamiento. (¿Habrá
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sugerido internación?). Pocos días después, Breuer partió de viaje. Cuando regresó, su paciente
había empeorado. El no pudo conectar el agravamiento de Anna con su viaje. No terminaba de
entender que tanto la talking cure como los síntomas eran para ella no sólo la posibilidad de
expresarse sino también de que él descifrara los significados. Como Anna sentía intensos impulsos
suicidas - peligrosos en tanto vivía en un tercer piso - Breuer decidió, sin el consentimiento de ella,
trasladarla a una casa de campo ubicada en las cercanías de Viena. Aunque Jones afirme que se
trataba de una casa de salud ubicada en Gross Enzersdorf, los testimonios de Ellerberger nos
indican que nunca existió una casa de tales características en ese lugar. 5[5] Se trataba en realidad de
una casa de salud situada en Insersdorf, propiedad de los doctores en psiquiatría Fries y Breslauer,
ya cerrada cuando Ellenberger realizó su rastreo. En Insersdorf había dos lugares de internación,
ambos propiedad de Fries y Breslauer; uno era el sanatorio y, cerca de éste, la que llamaban casa de
campo. Allí fue internada Anna. Los archivos médicos de esa casa habrían sido remitidos al
Hospital Psiquiátrico de Viena; sin embargo, ningún expediente sobre Bertha Pappenheim pudo ser
encontrado.
Internar durante todo ese tiempo, del 7 de junio de 1881 a noviembre del mismo año, a
Anna en ese manicomio disfrazado de casa de campo, fue un real abandono de Breuer hacia su
paciente, aunque la visitara con frecuencia. Según él, “yo nunca la había amenazado con este
alejamiento que le resultaba aborrecible, pero ella lo esperaba y temía en silencio". Si es cierto que
Anna temía esa internación, podemos deducir que sabía muy bien lo que le pasaba a las muchachas
como ella: primero se las amenazaba y luego eran internadas en los manicomios con el diagnóstico
de histeria o de "insania moral", término inventado en 1835 por el psiquiatra británico James Coles
Prichard.. No tenemos certeza que Breuer o Krafft- Ebing aplicaran a Bertha Pappenheim este
último diagnóstico, pero sí sabemos de muchas mujeres que, por no ceñirse a los cánones que se
esperaban de ellas, fueron catalogadas de insanas morales, Aunque este término era similar al de
insania a secas, se utilizaba para diagnosticar a personas, en su mayoría mujeres, que no alucinaban
ni deliraban. Para Krafft-Ebing (citado por Malfatti y Salvati) esta locura lúcida no constituye una
forma especial de enfermedad mental, sino un proceso particular de degeneración en el dominio
psíquico, proceso que hiere al núcleo más íntimo de su personalidad y a sus más importantes
elementos, desde el punto de vista sentimental, ético y moral. Por vivir de manera inadecuada,
distinta de lo esperado, las mujeres así diagnosticadas necesitaban ayuda psicoterapéutica y, a veces,
internación. En una carta que Freud le dirige el 13 de julio de 1883 a Martha Bernays - por entonces
aún su prometida - le relata parte de un diálogo con Breuer sucedido en una calurosa noche de
verano de ese mismo año: "Sostuvimos una larga conversación médica acerca de la locura moral,
las enfermedades nerviosas y los casos clínicos extraños de algunos pacientes; hablamos de tu
amiga Bertha Pappenheim". Si en esa “conversación médica” primero se habló de locura moral
para pasar enseguida al caso Bertha, la asociación de ideas nos confirma que Breuer y Freud le
aplicaron a ella ese diagnóstico. Anna, por su parte, al tener ideales sólo permitidos para los
hombres y una mente brillante y lúcida, sabía que corría el riesgo de ser internada en un manicomio.
5[5] El 5 de agosto de 1883 Freud le escribe a Martha Bernays diciéndole: “Creo que
Bertha fue internada nuevamente en el sanatorio de Gross-Enzersdorf. Breuer habla
constantemente de ella, dice que desearía que se muriera para que la pobre mujer dejara de
sufrir. Dice que nunca se aliviará, que está completamente destrozada”. Así como Freud le
confía esta suposición a su prometida, debe haber hecho lo mismo con Jones. De allí el
error cometido por éste en cuanto al lugar de internación.
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Durante los primeros tres días transcurridos en Insersdorf, la joven no durmió ni comió
mientras continuaba repitiendo los intentos de suicidio. La talking cure era mechada con el
tratamiento con cloral (un somnífero usado por los psiquiatras de la época). El abandono se hizo
más evidente cuando, en el marco de esa internación, Breuer volvió a viajar, esta vez por unas
vacaciones de varias semanas. Así, se repetían para Anna las vivencias de abandono por parte del
padre. Mientras, Breuer parecía ignorar la existencia de la transferencia, un fenómeno fundamental
en el vínculo terapéutico. Aunque, según el historial, Anna estableciera una buena relación con el
Dr. B. (seguramente una alusión a Breslauer), no había talking cure con él.6[6] En ausencia de
Breuer, sólo quedaba el cloral. La dormían para que no hablara.
El informe de 1882 aclara por qué, para Bertha, fue tan traumática la muerte del padre.
Durante los dos meses anteriores, no sólo le habían ocultado la seriedad del cuadro sino que además
le habían mentido al respecto, mientras le prohibían que lo viera. Recién volvió a ver a su padre el 5
de abril, cuando ya había muerto. La situación fue un verdadero shock traumático y, como
consecuencia, la fue invadiendo una triste insensibilidad. Era por eso que los seres humanos se le
volvían figuras de cera. Para poder reconocer a alguien tenía que llevar a cabo un recognizing work
(trabajo de reconocimiento). A la única persona que identificaba era a Breuer. En cambio, su actitud
hacia su hermano - al que Breuer no nombra ni una sola vez en el historial - y hacia su madre, era
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negativa. Como en ese juego de espejos que posibilita que el hijo se reconozca a sí mismo en tanto
la madre lo mire y lo reconozca a él, también a Anna le pasaba algo similar con Breuer. Mientras él
la tomara en cuenta, ella podía volver a tomar contacto consigo misma y, como en devolución,
solamente reconocerlo a él. (Reconocer, tal vez, en su doble sentido: conocimiento y
agradecimiento).
El informe concluye con esta enigmática frase: "Después de la terminación de las series
gran mejoría". En ninguna parte se menciona el embarazo histérico ni la palabra catarsis. Sí la
talking cure. Tampoco en el historial Breuer menciona explícitamente el método catártico, con lo
que queda confirmado el hecho de que Anna, mientras se sentía escuchada, y Breuer, escuchándola,
inventaron la talking cure. Lo que hicieron Breuer y Freud fue traducir la así llamada cura de
conversación realizada en los años ochenta con Anna por la catarsis que se impuso como término en
los noventa.
El informe de Breuer se continúa con otro, escrito por uno de los médicos del Sanatorio
Bellevue y que tiene por título Evolución de la enfermedad durante la estadía en Bellevue, del 12 de
julio de 1882 al 29 de octubre de 1882. Allí hay una larga enumeración de los medicamentos que se
le suministraban a Anna por una neuralgia facial grave, exacerbada durante los seis meses
precedentes a esta internación. También se le habían administrado durante ese tiempo, es decir
mientras aún estaba en atención con Breuer, no sólo grandes dosis de cloral sino también morfina.
Al entrar al Sanatorio se le disminuyó la morfina, pero los dolores eran tan intensos que a veces se
le volvía a aumentar la dosis. Cuando salió de Bellevue seguía con esa droga.
DISOCIACIÓN DE LA PERSONALIDAD
7[7]En su libro Juicio a la psicoterapia, Masson relata varios casos clínicos de pacientes
internadas en el sanatorio del doctor Ludwig Binswanger. Para el lector interesado será
especialmente significativa la lectura del historial de Julie La Roche, de 19 años, quien en
1896 fue llevada por su padre, con engaños, a Bellevue, con un diagnóstico de insania
moral. Este diagnóstico en realidad ocultaba una cuestión de intereses financieros ya que,
de ser considerada loca, Julie perdía todo derecho a heredar la fortuna de su madre muerta.
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La paciente oscilaba, dice Breuer, entre dos estados de conciencia separados. Desde uno,
conocía lo que la rodeaba, estaba angustiada y triste, pero normal. Desde el otro, tenía
alucinaciones, se portaba mal, es decir insultaba, le tiraba almohadas a la gente, arrancaba botones
de su ropa de cama. Breuer percibe que la conducta rebelde de Anna surge solamente cuando las
contracturas y la anestesia de los dedos se lo permiten. Nos preguntamos si, al sentirse ella obligada
a la pasividad y la quietud, no serían las contracturas y la anestesia un signo de sometimiento. Así es
que se transformaba en una joven normal, sumisa. En cambio, cuando se portaba mal dejaba de
someterse. Era cuando se quejaba de que se la descuidaba, de que se la volvía loca. De un momento
a otro pasaba de una fugaz alegría a una enorme angustia. Se oponía a las órdenes, mientras decía
tener terroríficas alucinaciones con serpientes negras. Pero se tranquilizaba a sí misma diciéndose
que era su cabello o las cintas, y que no debía ser tonta creyendo en esas serpientes. "En momentos
de claridad total, se quejaba de las profundas tinieblas que invadían su cabeza, de que no podía
pensar, se volvía ciega y sorda, tenía dos yoes, el suyo real y uno malo que la constreñía a un
comportamiento díscolo", relata Breuer. Entre esos dos estados de conciencia - los dos yoes que ella
decía tener - se confrontaban deseos y prohibiciones.
Sin embargo, no sólo Anna, también Breuer parece estar dividido en dos. Al leerlo, vemos
que él parece tener todo claro, porque es así, con claridad, que hace su relato. Pero después no une
en una interpretación integrada todo aquello que había percibido y reflexionado. Es en este sentido
que también con Breuer se hace necesario juntar elementos que él aporta de manera disgregada.
Por otra parte, el hecho de que Anna enferme en el preciso momento en que lo hace su
padre, puede ser decodificado como una negativa a seguir siendo su enfermera. Un destino bastante
frecuente para las mujeres. Si en la histeria de conversión las ideas y los afectos se expresan en el
cuerpo, podemos leer estos síntomas de Anna como la denuncia de que el padre le había absorbido
todas las energías y que ella, entonces, no podía darle más. Tampoco deseaba reponerlas, ya que eso
significaba seguir siendo succionada por un progenitor que, al necesitarla, se transformaba en una
especie de Drácula. Pero no siempre había sido así. Al respecto, es acertada la reflexión de Lydia
Pinkus cuando, en su libro Ser vienesa en tiempos de Freud, dice que los padres de las histéricas les
habrían dado a las hijas, al principio de sus vidas, estímulo y sostén para sus inquietudes. Luego, al
dejar de ser niñas, como ellas no se ajustaban al modelo de mujer imperante en la sociedad,
frustraban lo que ellos mismos habían estimulado y frenaban toda autonomía, aptitud considerada
masculina. La descripción de Breuer evidencia la imagen que él tiene de Anna. La alta estima en
que la tenía debe haber sido un elemento importante en la cura. Durante muchos momentos, en
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lugar de impulsarla a continuar con sus deberes de mujer, escuchaba sus síntomas y valoraba sus
cualidades. Hasta, de alguna manera, percibiendo las razones de la enfermedad. Mientras hacía
esto, continuaba cumpliendo, en la vida de Anna, el rol que el padre había abandonado. La
compleja personalidad de ella también se ponía en evidencia a través de lo que le sucedía con los
estados hipnóticos, sus clouds. Cuando, al atardecer, llegaba Breuer a su casa, ella le relataba, en
una profunda hipnosis, las alucinaciones que había tenido durante el día. Luego despertaba
tranquila, con la mente clara, y se dedicaba a dibujar o a escribir, con pleno uso de razón. Así, era
llamativa la oposición, relata Breuer, entre una enferma diurna enajenada, asediada por las
alucinaciones, y la muchacha con plena claridad espiritual por las noches. Al final del historial,
Breuer nos aporta elementos que aclaran aún más por qué decidió internarla en el manicomio.
Insiste en que, durante todo el proceso de la enfermedad, coexistieron uno junto a otro los dos
estados de conciencia. Uno primario, en el cual la paciente es normal psíquicamente y un estado
segundo que Breuer compara con el sueño: por la riqueza de fantasías y alucinaciones, por las
grandes lagunas que presentaba su recuerdo y por el hecho de que sus ocurrencias carecían de
inhibición y de control. En este estado segundo la paciente era alienada. Se trataba de una variedad
de psicosis histérica.
Insana, psicótica, alienada, enferma mental: loca. Esta es una serie de calificativos. Hay
otra: mala, díscola, terca, turbulenta. Mientras es Anna misma la que bautiza a su yo como díscolo,
Breuer opina que éste influencia sobre su habitus moral (¿provocando, tal vez, la insania?). Según
Breuer, Anna tiene dos personalidades. Como veremos, del prestigiado médico vienés se puede
decir lo mismo.
Cuando leemos el historial clínico y la fundamentación teórica que Breuer elabora acerca de
Anna, vemos que, en el primer caso, prepondera una postura romántica, con la que se pone en
evidencia un Breuer que no solamente se preocupa por la única e irrepetible interioridad de su
paciente sino que también se atreve a asomar a los secretos del inconsciente. Al desarrollar la teoría,
en cambio, su postura es fundamentalmente positivista. Dos facetas de una antítesis que al parecer
nunca pudo superar, reflexionan Bedó y García Rouco. En el interior de Breuer tironeaban las dos
tendencias psiquiátricas prevalecientes en el siglo XIX, que en Alemania fueron denominadas la del
Somatiker y la del Psychiker. La primera, organicista, atribuía las enfermedades mentales a causas
físicas; la segunda, madre de la psicoterapia, enfatizaba las causas anímicas. Estas dos tendencias
se habían originado en la puja entre la psiquiatría dinámica, surgida con Mesmer, y aquella otra que
los magnetizadores bautizaran como psiquiatría oficial. Era la reconocida por el Estado, la que se
enseñaba en las Facultades y se publicaba en los textos académicos. En el tratamiento con Anna,
Breuer utiliza la hipnosis, nombre con el que James Braid había re-bautizado al desprestigiado
"magnetismo animal" mesmeriano y que hoy consideraríamos una terapia alternativa.
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No podemos dejar de pensar, además, que Breuer fue judío, hecho que imprime, en lo que
atañe a la mujer, otro matiz contradictorio en su personalidad. Varios autores han señalado los
vínculos entre judaísmo, psicoanálisis y mujer. El psicoanálisis, reflexiona Veggetti Finzi, "nace del
encuentro de dos figuras marginales: la mujer y el judío, ambos excluidos, desde hace siglos, del
ámbito de la representación política y social". A pesar de este rasgo común, la religión judía
margina a la mujer. Y si bien Breuer adoptó una postura liberal, suponemos que no pudo tomar
distancia de la misoginia que oscurece al judaísmo.
DE TRANSFERENCIAS CRUZADAS
En cuanto a Freud, también él tenía un vínculo con Bertha, o, tal vez, sería más adecuado
decir con la paciente de Breuer, de la cual tanto supo a través de él. En sus escritos y en su
correspondencia, Freud hace múltiples referencias a Anna O. (De algunas de ellas dimos cuenta al
principio de este ensayo). Así también, en la XVIII Conferencia de Introducción al psicoanálisis
(1916-1917) dice que la paciente de Breuer “a pesar de su restablecimiento, en cierto aspecto
permaneció segregada de la vida; quedó, por cierto, sana y capaz de rendimiento pero se apartó del
destino normal de la mujer”. Freud se refiere a que Bertha no se casó.
8[8]Como ya dijéramos, aquella llave abría las puertas al mundo de las Madres.
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En su libro Seducciones del psicoanálisis John Forrester transcribe una carta inédita que el
13 de octubre de 1883 Freud le envía a Martha:
Me relató esto un colega, el asistente del director médico, quien es muy conocido allí y a
veces sustituye al doctor Breslauer. Está encantado con la joven por su apariencia provocativa a
pesar de su cabello gris, por su ingenio y su inteligencia. Creo que si como psiquiatra no supiera
cuán pesada puede ser la inclinación hacia la enfermedad histérica, ya se hubiera enamorado de B.
Pero, por favor, Marthita, sé muy discreta. Y guarda también discreción sobre lo que te voy a contar.
Breuer también tiene muy buena opinión de ella y dejó de atenderla porque podía ser una amenaza
para la felicidad de su matrimonio. Su pobre esposa no soportó que se dedicara exclusivamente a
una mujer de quien obviamente hablaba con gran interés. No podía dejar de sentirse celosa de las
demandas que otra mujer le hacía a su marido. No manifestaba sus celos de manera tormentosa o
llena de odio, sino con un silencioso reconocimiento. Se enfermó y estuvo triste hasta que él lo notó
y descubrió cuál era la razón. Naturalmente, esto fue suficiente para que él dejara de atender como
médico a B.P. No vayas a contarle esto a nadie, Marthita.
Muchas veces he querido preguntarte por qué Breuer dejó de atender a Bertha. Me
imaginaba que las personas que no estaban al tanto se equivocaban al decir que dejó de atenderla
porque se había dado cuenta de que no podía ayudarla. Es curioso que nadie más que su médico
actual se haya acercado a la pobre Bertha. Ella, que cuando estaba sana hubiera podido volver loco
al hombre más sensato. ¡Qué mala suerte tuvo esta joven! Te vas a reír de mí, mi amor, pero anoche
casi no pude dormir pensando en que yo estuviera en lugar de Frau Mathilde.
Mi adorado ángel, tenías razón en pensar que me iba a reír de ti, lo hice con mucho gusto.
¿De veras puedes pensar que alguien te va a disputar el derecho a tu amado o más adelante a tu
esposo? ¡Claro que no! Él siempre será tuyo y tu único consuelo tendrá que ser que él no quiere que
sea de otra manera. Para padecer como Frau Mathilde, habría que ser la esposa de Breuer ¿no crees?
Como bien observa Forrester, fue Martha Bernays quien, identificándose con su amiga
Bertha, destacó la naturaleza impersonal del vínculo de Anna O con Breuer, vínculo que más tarde
se bautizaría como de transferencia y contratransferencia o transferencia recíproca.
No se sabe quién eligió para Bertha el seudónimo de Anna. Puede haber sido Breuer, pero
también Freud ya que así se llamaba su hermana, dos años y medio menor que él, igual que Bertha.
Nombre que también le daría Freud a su propia hija, nacida el 3 de diciembre de 1895.
Cuando volvió a ser Bertha Pappenheim y hasta el fin de sus días, desarrolló y concretó
aquellas inquietudes e ideales que, aunque en Anna ya se perfilaban, al estar cautivos habían
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provocado la enfermedad. Liberar de la opresión a la mujer y al judío de la marginación, fueron su
norte. Para ello se valió del feminismo como ideología, de la asistencia social como profesión y de
la escritura en tanto recurso de expresión de sus ideas. Transformando sus síntomas en palabras,
Bertha empezó a escribir cada vez con mayor frecuencia. En 1888 publica su primer libro, Cuentos
cortos para niños, teñidos seguramente de la influencia de Andersen. En ese mismo año, abandona
Viena para ir a vivir junto con su madre, que era alemana, a Frankfort-Sur-del Main. Fue
precisamente en el pobre y desacreditado ghetto de esa ciudad, el Judengasse, que Bertha comenzó
a desplegar su vocación de servicio, la del trabajo social.
En 1890 publicó una colección de historias, In der Trodelbude (En lo del vendedor de
antigüedades). A través de estos relatos persiste, sin lugar a dudas, su necesidad de seguir visitando
el Reino de Fantasía. Si en la época de su tratamiento con Breuer y con el seudónimo de Anna O.
las historias eran relatadas oralmente, algunos años más tarde escribiría esos otros relatos
publicándolos con el nombre autorizado de un varón. Por eso, y jugando con su verdadero nombre,
eligió el seudónimo de Paul Berthol.9[9]
Por otra parte, motivada por conocer los orígenes de su familia, Bertha averiguó que
Gluckel de Hamelm había sido una de sus antepasadas. De ella tradujo y publicó, junto con su
hermano Wilhelm, las memorias. En esta publicación, hecha en una edición privada, ellos
incluyeron, además, el árbol genealógico familiar. Es muy comprensible que Bertha se sintiera
impactada por Gluckel. Nacida en Hamburgo en 1646 y casada desde muy joven con Chaim
Hamelm, tuvo catorce hijos. Cuando él murió, Gluckel, además de tomar las riendas de las
actividades comerciales y de los negocios del marido, se puso a escribir sus Memorias en yiddish,
una forma de contarles a sus hijos cómo había sido su vida y de influir, positivamente, en sus
conductas. Si su antepasada era un punto de referencia y un modelo de identificación para Bertha
es porque Gluckel no sólo escribía - una práctica nada común entre las mujeres del siglo XVII -
sino que, además, había sacado a su familia adelante sin necesidad de refugiarse compulsivamente
en un segundo matrimonio.
9[9]Aunque ya es trillado, conviene volver a recordar que, para eludir los prejuicios
sexistas, era muy común que las mujeres escribieran con nombre de varón.
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En 1895, el mismo año de la publicación de los Estudios sobre la histeria, Bertha fue
nombrada directora del orfelinato judío para niñas, el Judisches Madchenhaus. Allí invirtió toda su
energía a fin de lograr que las pequeñas tuvieran una muy completa formación en geografía,
historia, sensibilidad estética y tareas prácticas, incluyendo la de administración del hogar. Ya no
había necesidad de que una niña judía concurriera a una escuela católica para estudiar, como había
pasado con ella. Asimismo, convencida de que conocer ese oficio podía beneficiarlas, también puso
una escuela de costura para las jóvenes judías de clases altas. Era famosa su afición por los encajes.
Dedicaba todo el tiempo que podía a bordarlos, hasta tal punto que su colección fue donada, en su
testamento, al Museo para Artes Aplicadas de Viena. Es habitual, como dice Tamara Kamenszain,
comparar al texto escrito con un tejido, a la construcción de un relato con una costura, al modo de
adjetivar un poema con la acción de bordar. Bertha también comparaba sus encajes con la vida
misma: Estas maravillosas variedades de formas, cuyo único elemento es un cordón de hilo recto y
fino. Si yo no fuera una enemiga de las comparaciones poéticas y si todas mis metáforas no fueran
defectuosas, estaría tentada a decir que, de un material tan fino y genuino, nuestra vida podría
también producir un entretejido entrelazando trazos justos y rectos, ya sea simples o complicados.
Yo anhelo llevar ese tipo de vida y odio los dedos vulgares que destruyen los modelos
hermosamente estructurados y quiebran y alteran sus hilos.
A Bertha le interesaba la vida. Por eso escribe sobre problemas sociales, quiere testimoniar,
denunciar. En 1924 publica El trabajo de Sísifo, un conjunto de cartas de viaje escritas entre 1911 y
1912. Vale la pena acotar, al margen, que Sísifo - derivado del griego se-sophos (muy sabio) - fue
rey de Corinto y padre de Ulises. Por burlarse de Zeus y de Thánatos fue condenado a cumplir, en
el Hades, un castigo ejemplar: empujar, hacia la cumbre de un monte, una piedra gigantesca para
luego dejarla caer por la otra ladera. Cuando estaba por llegar a la cima, la piedra, una y otra vez,
volvía a caer. (En su libro La educación de los sentidos Peter Guy cuenta el caso de una anónima
ama de casa que, en 1880, llevó un diario breve pero revelador, en el que, irónicamente, relata las
monótonas e interminables tareas de la esclavitud doméstica, comparables, según el autor, a los
trabajos de Sísifo. Dado que unos párrafos después menciona a Anna O., suponemos que Guy, muy
acertadamente, había utilizado para calificar a las tareas de la anónima ama de casa, el nombre que
Bertha le diera a su libro). Bertha aclara, en uno de los primeros párrafos de El trabajo de Sísifo,
que publica este texto porque saber acerca de la injusticia y mantenerla en silencio, lo convierte a
uno en cómplice. Allí, entre otras cosas, denuncia los problemas de las clases bajas judías y los de
las prostitutas vienesas. Ellas, como las jóvenes judías de clases altas, también tenían cerrados los
caminos del saber, La prostitución es un tema que conmueve a Bertha. Aunque los burdeles eran
muy comunes en Viena, su existencia es negada. Las prostitutas no sabían leer ni escribir y no
tenían ninguna oportunidad de ganarse la vida de otra manera que vendiendo sus cuerpos. Hoy
encontré a Jolanthe, una de las más hermosas mujeres judías que jamás haya visto. Es una pena
que tal orgullosa flor haya nacido para ese propósito. Puedo entender bien que un hombre pueda
cometer un acto estúpido por una mujer como esa, pero no puedo entender cómo esta persona de
veinte años ofrece a la venta su más hermosa y preciada posesión, su cuerpo. Entonces, ¿no tiene
alma? En verdad, no sabe escribir ni leer, escribe Bertha luego de la visita a un burdel. Ella sabía
muy bien que el analfabetismo es uno de los asesinos del alma.
Siempre en contacto con su judaísmo, en 1929 tradujo, desde el hebreo al alemán, Cuentos
y leyendas del Talmud y del Midrasch. A partir de una detallada lectura de esa traducción, Irene
Teichner nos llama la atención acerca del alemán utilizado por Bertha. Se trata del arcaico, una
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lengua coloquial tomada de las condiciones de vida campesina, en lugar del alemán moderno, que la
autora empleó al escribir el prólogo. Además, varias palabras están traducidas del hebreo al yiddish
y aclaradas luego entre paréntesis en alemán. Traducir implica traicionar, en tanto el traductor se
encuentra tironeado por la necesidad de conciliar los recursos del idioma que va a utilizar y los
empleados en el texto por traducir. Si Bertha traduce esos cuentos y leyendas del Talmud al alemán
campesino y al yiddish - ambos lenguajes coloquiales - lo hace para poner estos textos al alcance
de las mujeres. Su fidelidad es de género. La mujer, para la religión judía, tiene vedado el acceso a
toda práctica religiosa. No se le recomienda el aprendizaje del hebreo e incluso, a veces, hasta se le
prohibe. Quienes leen la Torá en las ceremonias son los varones. Ella y él ocupan lugares separados
en el templo y en otros espacios públicos y privados, porque la mujer es siempre sospechosa de
impureza. Por otra parte, cuando, como uno de sus síntomas, Bertha ignora el alemán,
sustituyéndolo por el inglés -un idioma muy conocido por su interlocutor, Joseph Breuer - lo hace
sólo para salir del mutismo. Pero cuando ella traduce los cuentos del Talmud y la biografía de
Gluckel de Hamelm, lo que hace es recurrir a una de las ricas posibilidades que la da su
multilengüismo. Quien, como en el caso de Bertha, internaliza profunda y comprometidamente un
idioma no sólo lo habla sino que además piensa, percibe, organiza la realidad y sueña en base a él.
Esto es válido también en el caso de que se posea un segundo y, tal vez, hasta un tercer,
idioma11[11]. En consecuencia, podemos suponer que el preconsciente de Bertha estaba estructurado
sobre la base de un doble o un triple discurso, que contenía las características propias de cada
lengua. A esto se le suma un hecho señalado por Aptekmann y Rogers: la inserción social de Bertha
y sus particularidades estilísticas eran dobles. Su especial estilo no provenía de su enfermedad sino
de su buen tino como transmisora de los valores culturales de una particular comunidad judía
alemana que vivía sometida a una doble legalidad: la externa alemana y la interna judía. Pero
Bertha, además de ser judía y vienesa, era mujer. Al elegir el inglés para expresar ante Breuer sus
más intensos y comprometidos afectos transformándolo, así, en habla o lenguaje coloquial,
estableció una transgresión en relación con la lengua de sus orígenes así como una puesta a
distancia con la lengua hablada en Viena, el alemán. Esta distancia, sin embargo, la acercó a ella
misma, a este su ser mujer oprimida en un ambiente de varones. Bertha, anglo -- parlante, desea
hacer pasar un solo mensaje, el suyo propio, reflexiona Yolande Tisseron. Y Breuer, por un tiempo,
la escuchó.
¡QUÉ PENA!
Bertha Pappenheim encontró la manera de hacerse escuchar más allá del fin de sus días.
Dos años antes de morir, había compuesto cinco necrológicas para distintos medios periodísticos en
las que mencionaba, lúcidamente, las múltiples y, a veces, controvertidas facetas de su vida. Como
los surrealistas, en un acto de humor e ironía hizo sus propios epitafios.
11[11]Giménez Segura reflexiona que todo judío, desde su más tierna infancia, suele tener
que enfrentarse con una multiplicidad de lenguas: la materna, la de la comunidad a la que
pertenece y la de la nación en la que se encuentra. En el caso de los judíos varones, y hasta
el siglo XIX, ellos también debían aprender hebreo. Tal vez sea por esta razón que el judío
desarrolla, desde hace milenios, una interminable labor de interpretación. El psicoanálisis,
la cábala y el incesante desciframiento de la Tora y del Talmud, dan cuenta de ello.
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Era una mujer que luchó por décadas, obcecadamente, por sus ideas. Ideas de su tiempo.
Pero lo hizo de un modo y con un sentido que trataba de anticipar desarrollos que no eran del
gusto de todo el mundo. ¡Qué pena!".
Era, por descendencia y entrenamiento, una mujer ortodoxa. Se creía separada de sus
raíces - obviamente bajo la influencia feminista revolucionaria. A menudo era hostil, pero no
desafió sus orígenes. Con esa descendencia debiera haber hecho más por la ortodoxia -
recordemos que su padre fue el fundador del Schiffschul de Viena. ¡Qué pena!
Una mujer verdaderamente dotada, debido tanto a la esencia judía como a la civilización
germánica; sin embargo, permaneció fuera de nuestras filas porque rechazó severamente las ideas
que no le gustaban. ¡ Qué pena!
Una vieja y activa enemiga de nuestro movimiento, aunque nadie puede negar que tenía
conciencia judía y fuerza. Se creía germana, pero era una asimilada. ¡Qué pena!
En 1904 fundó una Federación para Mujeres Judías - su importancia no ha sido aún
plenamente comprendida. Los judíos del mundo entero - hombres y mujeres - le deben su
agradecimiento por este logro social. Pero lo negaron. ¡ Qué pena!
Es curioso que cada una de estas cinco notas termine con la misma expresión: ¡Qué pena!.
Acaso porque a Bertha Pappenheim no le fue fácil vivir permanentemente cuestionando, sin
apoltronarse cómodamente en ninguna de sus identidades. O porque padeció tantas veces por la
falta de reconocimiento de los otros.
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