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PIERCINGS Y TATUAJES: INDIVIDUALIZARSE A CUALQUIER PRECIO

La extensión o generalización de estos fenómenos me ha incitado a escribir este


artículo a modo de reflexión sobre estas costumbres juveniles que creemos novedosas
pero que son ancestrales. Si lo he escrito es porque me interesa la juventud y la veo muy
desprotegida en una sociedad que todo lo manipula y deja cada vez menos parcelas de
libertad a la persona. Hablando en plata a mí cada vez que veo a alguien con uno de
estos elementos me recuerda inevitablemente a los salvajes de las tribus africanas que
llevan anillos en la nariz, o a los indígenas australianos que llevan todo el cuerpo
tatuado con dibujos de extrañas líneas. A título personal prefiero estar entre los
civilizados y no entre los salvajes. Que ha costado mucho llegar al punto en que
estamos como para que de golpe retrocedamos varios miles de años. Dicho lo dicho,
claro está, como somos individuos libres, que cada cual haga de su capa un sayo, y si
alguno quiere lucir estos adornos de cavernícolas, allá cada cual con sus gustos y sus
preferencias. Nadie discute el derecho, sólo me limito a juzgar de la estética del asunto.
A mí estas modas me temo que me pillan ya demasiado viejo. Si hubiera nacido treinta
años después quizás perdería el culo en la cola de los tatuajes con tal de presumir
delante de mi compañera de pupitre en el Instituto. Pero, para empezar, no tuve la suerte
de tener una compañera de pupitre, pues, en la época en que yo estudiaba la enseñanza
secundaria, estaba en un Instituto en el que sólo había chicos. También era una
enseñanza de más calidad que la que reciben ahora. ¡Qué le vamos a hacer: la
perfección no existe!

Los jóvenes de hoy día son bastante gregarios en sus modos de vida, usos y
costumbres. A menudo se dejan llevar o arrastrar por lo que hace el grupo, la pandilla,
la banda, hasta extremos que pueden ser perjudiciales. Si en el grupo casi todos fuman,
la presión sobre el que no fuma para que también lo haga será una constante. Este
borreguismo se lleva también a otros terrenos, por ejemplo al de las modas en el vestir
y, ni que decir tiene, al de los “piercings” y tatuajes. Se trata de costumbres del ámbito
anglosajón, que no existían en la España de finales de los 60 y que poco a poco se
fueron introduciendo al hilo de la mayor libertad que hubo en nuestro país con la
llegada de la democracia. La libertad es buena, ciertamente, pero hay que saber
utilizarla y no apuntarse a lo primero que uno vea en otras personas simplemente porque
sea llamativo. [“¡Qué guay, tronco! ¡Mira qué bien me queda, colega!”] La primera
pregunta que debemos hacernos es: ¿es siempre bueno todo lo que nos viene de fuera?
¿Es que debemos dejar nuestras costumbres y tradiciones para apuntarnos a las
costumbres extranjeras para estar a la moda?

En segundo lugar, si algunos creen ser más originales usando estos artilugios o
adornos, que piensen si imitar las modas ajenas es ser verdaderamente original o si, por
el contrario, no nos convertimos en una especie de clon de otras personas. La verdadera
originalidad no está en lo externo, sino en la personalidad. Eso lo sabe cualquier
persona inteligente. Eso no significa que yo pretenda insultar o llamar tontos a los que
los llevan, ¡Dios me libre! Simplemente digo que prefiero ser original, pongamos por
caso, por tener un mayor equilibrio emocional, por tener una amplia cultura, por
dominar varios idiomas, es decir, por cualidades de la personalidad, antes que por llevar
un aditamento que es algo externo al cuerpo y que acaba formando parte de tu cuerpo
como si fueras tú mismo. El cuerpo es naturaleza y no es cultura y los individuos que se
dejan seducir por estas modas foráneas confunden ambos planos: mezclan la naturaleza
(el cuerpo) con la cultura (“piercings” y tatuajes). Son dos cosas que no deben
mezclarse, deben ir siempre separadas. El cuerpo es el sustrato, lo que permanece. La
ropa que me pongo va cambiando porque no es la percha, no es el sustrato. En cambio,
el tatuaje pasa a formar parte del sustrato; el “piercing” menos, pero también, porque
una vez que te lo haces el agujero queda hecho y ya no te lo quitas.

Somos originales o nos distinguimos de los otros por nuestro origen. Y el origen tiene
mucho que ver con la clase social a la que uno pertenece por haber nacido en una
determinada familia, por tener estos padres y no otros, estos abuelos y no otros, por
vivir en este barrio y no en aquel, o por estar en esta ciudad y no en aquella otra, por
recibir esta educación y no esa otra. Eso es lo que confiere verdadera originalidad, un
sello que es muy difícil suprimir, pues esa impronta la llevaremos siempre. La
originalidad no es algo postizo de quita y pon, como los “piercings” o los tatuajes. Que
quede claro. Por eso dice el refrán: “Genio y figura hasta la sepultura”.

Si algunos creen descubrir la pólvora con estos adornos, que piensen que ya los
pueblos antiguos los utilizaban, especialmente civilizaciones que hoy consideramos
bárbaras o semisalvajes. No hay por tanto nada original en este “revival” o reviviscencia
de usos arcaicos que tienen miles de años. Más bien se trata de una vuelta atrás, de una
regresión, un retorno a épocas de barbarie, como demostraré a lo largo de este artículo.
Los tatuajes y los “piercings” pertenecen a ese orden de cosas que no son ni buenas ni
malas, que no hacen daño a nadie (es un decir, porque a algunos les causan verdaderos
estragos en la piel, infecciones y problemas de todo tipo), pero que son de mal gusto y
revelan una baja extracción social de los individuos que se dejan llevar por estas
prácticas, y que inducen a la desconfianza, pues van asociados a personas de dudosa
reputación. Esa es mi opinión y supongo que tengo derecho a ella, aunque haya
personas que no estén de acuerdo. ¿Han visto ustedes a muchas personas de la alta
sociedad que los lleven? Sinceramente, yo, aunque no pertenezco a la alta sociedad, he
visto a muy pocas. Y si algunos las llevan, determinados cantantes o grupos, como
Madonna, Eminem, es por halagar los gustos de un público que es el que les compra los
discos y es el que asiste a sus macroconciertos. No es que yo proponga la idea de que
debamos seguir ciegamente las modas de los que ocupan las capas más altas de la
sociedad, pues de hacerlo así incurriríamos en otra clase de borreguismo, pero, con
franqueza, si he de imitar a alguien prefiero hacerlo tomando como referencia a los que
están arriba, no a la escoria plebeya que ocupa el subsuelo social; si he de elegir, escojo
al nativo de la 5ª avenida de Nueva York a comienzos del siglo XXI antes que al
esquimal de la Groenlandia del siglo I antes de Cristo. ¡Qué quieren que les diga! En el
ser humano es natural el impulso o el deseo de mejorar. Lo antinatural sería, si uno
pertenece a la clase media por ejemplo, querer ir atrás como los cangrejos e intentar
imitar a los que están abajo. Recuerdo que en la época de la revolución francesa los
aristócratas intentaron imitar las costumbres populares, y así vemos en los cuadros de
Goya a las marquesas y duquesas vestidas de majas y jugando a la gallina ciega, pero
eso fue un fenómeno de regresión cultural que llevó a donde llevó. Y muchos de esos
aristócratas acabaron en la guillotina por halagar los gustos populares (que es una
concesión a la plebeyez que fue vista como un signo de debilidad).

Es cierto que entre la progresía más rancia se estila eso de llevar “piercings”, como un
signo de “buen rollito”. También lo de ponerse pendientes en las orejas (en al menos
una de las dos orejas) los varones. Lo interpreto como una concesión al populacho, y
eso aunque el que los lleve se llame Pedro Almodóvar. Algunos no se quieren enterar de
que el mayo del 68 quedó muy atrás y que todo eso está más pasado que un arroz
dominguero que se olvide en el maletero del coche un día de campo. Personalmente
asocio los tatuajes y “piercings” al mundo del rock, del “heavy metal” y de los
“punkies”; en muchos casos se trata de grupos de subculturas marginales, como las
sectas satánicas y otras de semejante ralea. No se trata de demonizar ni de satanizar
estas costumbres juveniles, pero visto lo visto, cuando vean a alguien con un tatuaje o
un “piercing” empecemos por informarnos de qué tipo de persona se trata, porque se
pueden encontrar cualquier cosa, desde un traficante de drogas a pequeña escala hasta
un “okupa”, desde un miembro de una mara hasta uno de una secta del tipo que sea.

Estudiemos la modernidad de “piercings” y tatuajes, pues creo que merece la pena.


Para empezar, todos asociamos los tatuajes con el erotismo. Es verdad que en el antiguo
Egipto podían tener ese significado erótico. Algunos de ellos muestran abiertamente un
contenido erótico o sexual. Por otra parte, los “piercings” en lugares claramente
eróticos, como la lengua o los genitales, están muy de moda, independientemente de los
problemas de infecciones que puedan conllevar. Cuanto más difícil y recóndito sea el
lugar donde se lleven, mejor: mayor es el efecto que causan. Porque de lo que se trata,
no lo olvidemos, es de impresionar [“¡Qué guay, tronco! ¡Mira qué bien me queda,
colega!”]. Los tatuajes, usados en la antigüedad para impresionar al enemigo en los
campos de batalla, han quedado reducidos hoy a un instrumento para impresionar a
nuestra pareja erótica, siguiendo la consigna aquella de “Haz el amor y no la guerra”.
De la amplia implantación de los tatuajes en diferentes épocas y culturas da idea el
hecho de que hayan sido usados por grupos tan diferentes como las culturas
precolombinas, la civilización romana, los guerreros que participaban en las cruzadas de
la edad media o las mafias japonesas. Vemos, por tanto, que el mito de la modernidad
de estos elementos no se sostiene, son antiguos y bien antiguos, que quede claro.

Que estas modas se hayan popularizado no significa que los gustos populares sean un
criterio de buen gusto estético. Las personas del pueblo llano tienen escasa cultura y
educación y no revelan poseer un acusado y exquisito sentido de la belleza, salvo muy
raras excepciones. Y ello es especialmente cierto en nuestra época, en que grandes
masas de población son manipuladas por los “mass media” y la publicidad, que les
imponen a golpe de anuncio determinados estilos de vida gregarios y escasos de
originalidad. Esta alienación se ha generalizado. También en España se han
popularizado los programas basura de cotilleo y de salsa rosa, como “Sálvame”, o los
“reality shows” televisivos como el Gran hermano. Eso no significa que, por el hecho
de tener una amplia audiencia, sean programas de calidad. A veces los dueños de las
cadenas de televisión con tal de tener una amplia audiencia halagan los gustos bajunos
del populacho, lo que se puede plasmar en la imagen que revelaba el título de un grupo
de rock: “dinamita p´a los pollos”. No hace falta pensar mucho para ver ese tipo de
programas, sólo apoltronarse en el sofá después de comer y adormilarse con las
tonterías que ponen allí. Hoy incluso han querido hacer del tatuaje un arte, y se habla de
“body art”, y es también un negocio y hay personas que se dedican a hacer los tatuajes
y que cobran sus buenos dineros haciéndolos. Lógico: si hay una demanda, hay también
una oferta. Es la ley del mercado. Pero no cualquier dibujo o diseño es arte. Algunos
son enormemente complicados, pero ¿desde cuándo la complicación es un marchamo de
calidad estética? Sólo demuestra laboriosidad, no buen gusto. No confundamos el culo
con las témporas.

Si algunos los consideran como una especie de signo de iniciación en la vida adulta,
sólo son un rasgo de inmadurez, porque si las tribus Sioux, por ejemplo, hacían a los
jóvenes someterse a una prueba consistente en perforarse el pecho con garfios
colgándose con cuerdas a un árbol hasta lacerar la piel, y de esta forma demostraban que
estaban preparados para ser guerreros, ¿hemos de hacer nosotros algo parecido y
llenarnos de “piercings” para demostrar que hemos entrado en la edad en que podemos
prácticar el sexo a discreción? No lo creo. Si alguien presume de adulto, que lo
demuestre acabando sus estudios, buscando un trabajo adecuado, manteniendo una
relación no violenta y respetuosa con su pareja, no haciéndose adornos en la piel, que
eso no me dice nada sobre su auténtico grado de madurez o me hace dudar muy mucho
de que sea una persona verdaderamente madura.

Que conste que no tengo nada contra la juventud, todo lo contrario. Admiro el
idealismo de algunos. Y ahora que he dejado de ser físicamente joven y he entrado en la
edad provecta hasta los envidio por su buena forma física, por su energía inagotable y
su sensación de que van a comerse el mundo. Pero no les envidio en algunos casos su
bisoñez e inexperiencia, su incultura, su inmadurez. Y en cuanto a lo de ser joven, ¿qué
mérito tiene? Todos hemos pasado por ello. Si son hermosos, la belleza la han heredado
de sus padres y antepasados con los genes que les transmitieron, no es un mérito propio.
Por el hecho de ser jóvenes no han demostrado nada todavía, no se han hecho un lugar
en la sociedad. Deberán trabajar mucho para lograrlo. Nadie les regalará nada. Que se
mentalicen de que los signos externos que mostramos a la gente, como los tatuajes y los
“piercings” puede que sean aceptados por gente de su edad como signo de “buen
rollito”, pero quizás sean signos que induzcan a la desconfianza entre las personas que,
por ejemplo, van a tener que tomar una decisión sobre si les conceden o no un puesto de
trabajo en una empresa, pongamos por caso. Y “con las cosas de comer no se juega”,
afirma el dicho popular. Aunque fuera por razones prácticas, de aceptación entre las
personas con más prestigio y poder en esta sociedad, que pueden tomar decisiones sobre
nuestro futuro, habría que pensarse lo de entrar en el juego de determinadas modas, que
puede resultar un juego excluyente que nos deje “off side”, valga la redundancia.
Una última consideración: los tatuajes no se quitan y muchos se arrepienten de
hacérselos. A veces por agradar a una pareja se quiere hacer con ellos referencia a un
momento especial, al primer encuentro sexual, y cuando la relación se rompe queda ese
recuerdo del fracaso sentimental de por vida. Y los “piercings” también ocasionan
muchos problemas de salud. ¿Cuál es el precio que hay que pagar por todo esto?
Creemos que nos personalizamos y lo que pasa al final es que entramos en un proceso
de despersonalización, en que la persona depende de estos signos exteriores para tomar
conciencia de sí misma y para agradarse, aumentar su autoestima, y agradar a los
demás. Prefiero agradar a los otros por mis cualidades innatas y no fundar mi
autoestima en elementos externos que no revelan nada de mi personalidad más íntima y
que son un signo de marginalidad para los sectores más acomodados de la sociedad o
una señal de inmadurez para los más adultos. Que cada cual elija lo que más le
convenga, pues los seres humanos somos libres. Pero seamos conscientes de que
nuestras decisiones pueden acabar afectando a aspectos básicos de nuestra persona y a
nuestra calidad de vida.

© Juan Francisco Cañones Castelló

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