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Ahora bien, toda forma es también valor; por lo que, entre la lengua y el estilo, hay un espacio
para otra realidad formal: la escritura. En toda forma literaria existe la elección general de un
tono, de un ethos si se quiere, y es aquí donde el escritor se individualiza claramente porque es
donde se compromete. Lengua y estilo son antecedentes de toda problemática del lenguaje,
lengua y estilo son el producto natural del Tiempo y de la persona biológica; pero la identidad
formal del escritor sólo se establece realmente fuera de la instalación de las normas de la
gramática y de las constantes del estilo […] La escritura es por lo tanto la moral de la forma, la
elección del área social en el seno de la cual el escritor decide situar la Naturaleza de su
lenguaje. (Barthes; 2015: 19-20)
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Es necesario salvaguardar una distinción entre este texto y otros textos barthesianos de su segundo
período como “La muerte del autor” (1968) o “De la obra al texto” (1984). Mientras que el primer
Barthes se centra en la escritura de una obra, el segundo lo hace en la lectura de un texto. Aunque
los aportes de primer libro son los troncales para nuestro análisis, hay un punto de su segundo
período que resuena. Un texto posibilita múltiples lecturas pero solo si ha sido atravesado por la
armar su recorrido. Primero, la forma como artesanía burguesa (Flaubert), luego su extremización
en la escritura preciosista (Maupassant), posteriormente su inevitable explosión y su opción por el
silencio (Mallarmé) y, finalmente, su neutralización en lo que llama un grado cero (Camus). Otra
idea que Barthes retoma permanentemente, pero no desarrolla, es la de la toma de decisiones del
escritor. La escritura es “la moral de la forma”, es decir, un espacio de individualización en el que el
escritor decide sobre el material sígnico que le ofrece su Historia y con el que opera a nivel de la
forma. Esta instancia ética el escritor se aleja de las normas de su historia y su gramática, elige una
forma y se compromete. El último ensayo, “La utopía del lenguaje”, Barthes afirma que las
escrituras múltiples (sus contemporáneas) obligan al escritor a elegir. La pregunta que se desprende
del texto de Barthes es por qué ciertas escrituras de la tradición francesa (y la literatura en general),
como la de Flaubert, Mallarmé y Camus, son representativas en la historia literaria. Pues bien,
porque son escritores que han llevado el material sígnico informe a adquirir valor. A través de la
toma de decisiones, los escritores organizan la lengua-estilo informe en dimensiones formales
inmanentes y, así, arriban a la obra formada, la obra susceptible de adquirir un valor.
Si la historia de la escritura comienza con Flaubert, nos preguntamos qué dimensión ocupan
las escrituras precedentes. Barthes afirma: “en los tiempos burgueses (es decir, clásicos y
románticos) la forma no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era” (12), en oposición al
escritor de “conciencia infeliz”, como Flaubert, que se compromete con su forma. En Critique et
vérité, el planteo es similar:
Durante siglos, el clasicismo francés se ha definido por la separación, la jerarquía y la
estabilidad contra sus escrituras, y la revolución romántica se ha considerado a sí misma
como el desorden de la clasificación. Ahora bien, desde hace cerca de cien años, desde
Mallarmé, sin duda, está en curso una reforma importante de los lugares de nuestra
literatura: lo que se intercambia, se penetra y se unifica es la doble función, poética y
crítica, de la escritura (Barthes, 2005: 47)
Si los principios aristotélicos sirvieron para sostener cierta literatura entre fines del siglo
XVII y mediados del siglo XIX, así como para consolidar una crítica que juzga, selecciona y
rechaza, Barthes se posiciona distante de esta concepción. Aunque conceptos que hemos destacado
en el texto griego, como estructura, relación y función, pueden asociarse instantáneamente al
programa del estructuralismo en el que se inicia Barthes, el intelectual reconoce estar inmerso en un
contexto crítico atravesado por estos lineamientos y del cual no tardaría en alejarse y caracterizar
como una crítica “disciplinada como una policía” (Ibid: 13). Continúa:
escritura. El proceso de lectura también depende, en una primera instancia, del trabajo del escritor;
ya que un texto que le plantea al lector una serie de preguntas es un texto que trascenderá las
condiciones materiales de tiempo-espacio-cuerpo.
Lo verosímil [aristotélico] no corresponde fatalmente a lo que ha sido (esto previene de la
historia) ni a lo que debe ser (esto proviene de la ciencia), sino sencillamente a lo que el
público cree posible […] De tal modo, Aristóteles fundaba cierta estética del público; si hoy
se la aplica a las obras de masa, quizá se llegara a reconstruir lo verosímil de nuestra época.
(Ibid: 14-15).
BIBLIOGRAFÍA
BARTHES, Roland. Crítica y verdad [Trad. de José Bianco] Siglo XXI, Madrid, 2005.
BARTHES, Roland. El grado cero de la escritura y Nuevos ensayos críticos [Trad. de Nicolás
Rosa] Siglo XXI, Buenos Aires, 2015.
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Por este motivo, Barthes excluye de su historización a los poetas surrealistas que, aunque
proclaman romper la Forma y la tradición cristalizada burguesa, excluyen la importancia del
escritor como sujeto ético.
SAMARANCH, Francisco. Aristóteles. Política. Aguilar, Madrid, 1972.
TIERNO, Michael. Aristotle’s Poetics for Screenwriters: Storytelling Secrets from the Greatest
Mind in Western Civilization. Hachette Book Group, Nueva York, 2002.