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“Mediación de saberes consagrados en la relación entre actores

culturales, políticos y estatales”

Maite de Cea
Doctor © UMR PACTE (CNRS)
Institut d'Études Politiques de Grenoble
BP 48 F-38040 Grenoble Cedex 9, France
email : maite.decea@gmail.com

Palabras clave: Transición democrática, Chile, políticas culturales, profesionalización de


la política, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes

Abstract:

Este artículo se fundamenta en la hipótesis general de que en Chile, como en


muchas otras partes del mundo, la política se ha profesionalizado y el Estado se ha
convertido en una institución dotada de saberes racionales de gobierno (Joignant,
2004). Esto ocurre en un contexto de diferenciación y autonomización creciente del
campo político y de determinadas agencias estatales. El campo cultural no ha
estado ajeno a estas transformaciones. En este trabajo nos concentraremos en el
caso específico de la institucionalidad cultural que ha venido construyendo Chile
en los últimos 20 años, postulando que la génesis y posterior funcionamiento del
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes están determinados por la interrelación
entre ciertos saberes consagrados, actores culturales y el mundo político, teniendo
el intelectual/experto una participación activa en todo el proceso.

El diseño actual del ámbito cultural en Chile ha sido indiscutiblemente


influenciado por la compleja evolución que significa pasar de una dictadura a una
democracia. Durante los años 90, esta transición gradual produjo importantes
reorganizaciones políticas, sociales e institucionales que buscaban responder tanto a
transformaciones externas como internas. El fenómeno de profesionalización de la
política y la consiguiente aparición del profesional de la actividad política forman parte
de esta reconfiguración de la sociedad chilena.

Durante los últimos casi 20 años, Chile ha vivido una situación particular puesto
que, al mismo tiempo que se acababa la dictadura militar, se empezaba a percibir la
llegada de un proceso de globalización del cual era difícil escapar. Existía pues en Chile
una fuerte co-determinación de estos dos procesos: por un lado la globalización que se
instalaba y por otro, la situación local de transición democrática. El mundo cultural se
encontraba, obviamente, atrapado entre estas dos fuerzas manifiestamente opuestas y no
estuvo exento de transformaciones. (De Cea, 2006)

1
Preguntarse sobre el análisis de una política cultural en el contexto de un proceso
de transición democrática, tal como Chile lo vivió durante los años noventa, significa
traducir en el campo cultural el ethos democrático que se manifestó en el momento del
triunfo del Sr. Patricio Aylwin en 1989 (Bravo, 1990). Para eso, era necesario crear una
forma de organización del ámbito cultural que fuera capaz de afrontar los cambios que
estaban ocurriendo dentro y fuera de la sociedad chilena. Es en este análisis del espacio
cultural chileno que pensamos que el intelectual/experto tiene mucho que decir.

Nuestra reflexión estará dividida en tres partes. En un primer momento


explicaremos brevemente lo que entendemos por profesionalización de la política y
cómo el político ha ido transformándose en un profesional de la actividad política. Nos
concentraremos luego en la figura del intelectual-experto en Chile, especificando bien
qué es lo que abarcaremos en el concepto de intelectual y cuál fue su rol en la evolución
política de nuestro país, para finalmente relacionar a este mismo intelectual que incidió
en el futuro político de Chile con el ámbito cultural y su institucionalización. Creemos
que el caso de la cultura proporciona una mirada interesante para analizar y explicar el
rol articulador de la figura del intelectual/experto –como saber consagrado- en el debate,
reflexión y posterior toma de decisiones.

De la deliberación al pragmatismo: evolución del espacio político

La evolución del Estado chileno se ha asociado con un fenómeno crucial: la


profesionalización de la política y la existencia de políticos profesionales que han ido
institucionalizándose cada vez más en el espacio público chileno. El proceso de
profesionalización de los políticos y de la política en general data ya de un cierto tiempo.
Se puede definir este fenómeno como el proceso donde la política se separa de lo social,
convirtiéndose en una actividad autónoma con normas, creencias y roles propios (Offerlé,
1999).

Estos profesionales serían capaces de –en términos weberianos- vivir para la


política, siempre y cuando la sociedad brinde las oportunidades de vivir de la política.
Según Weber, la figura del funcionario moderno va evolucionando y se va convirtiendo
en un conjunto de trabajadores intelectuales altamente especializados mediante una larga
preparación y con honor estamental desarrollado. Palabras como expertos, tecnócratas,
profesionales, forman parte del lenguaje común del espacio de lo político.(Weber, 2004)

La política y su campo1 han experimentado una fuerte contracción en las últimas


décadas, además de ir teniendo exigencias cada vez más grandes de un conocimiento
profundo de su propia dinámica interna. Hay una especialización de los objetos de
competencia y lucha política, es decir, de lo que está en juego. Se especializa al mismo
tiempo el modo de nombrar, la forma de definir y la puesta en escena del objeto de la

1
Entendemos el concepto de campo desde la perspectiva bourdeana, es decir, como un espacio social con
una estructura y una legalidad (reglas y normas) específica, caracterizado por diversas tensiones entre los
actores que conforman este espacio. (Bourdieu y Wacquant, 1992 citado en Pecourt, 2002)

2
política. (Joignant, 2004)2

Podemos evidenciar un aumento en número, complejidad y especialización de las


tareas políticas. Dos factores cruciales para que las personas que ocupan puestos públicos
se vayan convirtiendo cada vez más en profesionales de la política son el tiempo y la
experiencia. Se puede decir entonces, que la actividad se complejiza, al igual que el modo
de operar de sus instituciones.

Edurne Uriarte enumera varios aspectos que conforman este conocimiento


especializado, dentro de los cuales están el conocer a cabalidad el proceso de toma de
decisiones políticas, el logro del consenso con otras fuerzas políticas y sociales, las
relaciones con los medios de comunicación y la comunicación con los ciudadanos
(Uriarte, 2000). A esto debemos agregar el conocimiento de diversas técnicas y
herramientas específicas que están al servicio del profesional de la política (encuestas de
opinion, focus groups, etc.)

Hay autores que sostienen que en un régimen democrático moderno ya no es


posible imaginar a un ministro, parlamentario, subsecretario o incluso un alcalde
tomando decisiones sólo sobre la base de su experiencia, acudiendo a lo que se entiende
por intuición política. Por el contrario, tanto las autoridades como los partidos políticos
elaboran sus programas y toman sus decisiones con el consejo de expertos en distintos
temas, siendo éstos la mayoría de las veces ajenos al aparato público. Si bien esto no es
una novedad en sí y constituye un escenario en consonancia con el contexto complejo de
las sociedades contemporáneas, su amplitud y desarrollo han dado lugar a fenómenos que
son de sumo interés del cientista social. (Gárate, 2007)

Por lo tanto, cuando se dice que la política se convierte en profesión se está


aludiendo fundamentalmente a dos aspectos: por una parte, a que el individuo que se
dedica a esta actividad recibe una remuneración por su trabajo y por otra, a que tiene
conocimiento especializado sobre esa actividad, que lo va a distinguir de los aficionados
y los no- profesionales de la política (Uriarte, 2000). Surge entonces la discusión sobre
tener una política de calidad y el tema de que se pasa de la deliberación al imperio de la
facticidad. Esto lleva por consecuencia a que se le esté dando cada vez más importancia
al policy maker o al político profesional, quien actuaría como técnico en determinados
problemas políticos. "…ello explica el predominio de una figura arquetípica, aunque
vaga y aproximativa al no ser sometida al escrutinio del sociólogo, la del policy maker,
cuya función consiste menos en deliberar con el fin de proporcionar significados
compartidos y producir acuerdos racionales sobre los bienes públicos, que en emprender
sobre ellos un tratamiento "técnico" en base a una cultura de expertos que, en el mejor
de los casos, admite deliberación entre pares." (Joignant, 2004)

2
En el texto original, el autor utiliza el término “enjeux” para referirse a lo que está en juego en la lucha
política.

3
Aparece una clase educada y profesional en la escena política y de las políticas
públicas.3 Como veremos más adelante, la relación entre los intelectuales4 y la política en
Chile ha sido bastante estrecha: “…intellectuals and politicians in Chile have a
remarkably close, and often metamorphic relationship.” (Puryear, 1994)

Los saberes expertos como mediadores en el juego político

Como dijimos anteriormente, existe en Chile una combinación poco común entre
entrenamiento o educación y status, lo que hacía que los intelectuales chilenos tuvieran
más influencia en los asuntos políticos que sus pares en América Latina. Se puede decir
que poder e intelecto han tenido una estrecha relación en Chile, siendo la política no sólo
un juego de intereses sino también un juego de ideas.

Se dan variadas razones para explicar este rol tan fuerte que tienen los
intelectuales en el espacio político en Chile. José Joaquín Brunner, uno de los
intelectuales más destacados de las ciencias sociales en Chile, plantea que al no ser la
chilena una sociedad muy diferenciada, la cultura, el arte y la política se solapan
causando que los intelectuales tengan un rol en la política. La siguiente cita refleja la idea
de Brunner: “…in contrast with wealthier societies in Europe or North America which
have developed more specialized social roles, Chilean elites are more likely to be called
upon to stretch themselves across a variety of social roles. Thus academics are
particularly likely to hold political positions at some point in their careers, and
politicians to have come from the academy.” (Puryear, 1994) Por otra parte, se dice que
como en los años 60 había una gran polarización de la política y se le daba mucho énfasis
a la ideología, se creó una demanda poco habitual por parte del sistema político de
servicios que sólo los intelectuales podían ofrecer.

Aunque los intelectuales siempre estuvieron muy cerca del espacio político en
Chile, el golpe de Estado tuvo como consecuencia que los cientistas sociales

3
Ejemplos de esta clase educada y profesional que ejerció algún cargo en el campo político existen
muchísimos en Chile. Sólo por nombrar alguno podemos mencionar a German Correa, Dr. en sociología de
la Universidad de Berkley. O a Alejandro Foxley, Dr. en economía de la Universidad de Wisconsin. Ambos
fueron ministros de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, el primero ministro de
Transportes y del Interior; el segundo fue ministro de Hacienda y de Relaciones Exteriores.
4
Dejando de lado la discusión académica de larga data de lo que incluye y lo que no incluye la definición
de intelectual, para efectos de nuestro trabajo entenderemos al intelectual como al experto de las ciencias
sociales y las humanidades, que generalmente hace carrera académica, bien entrenado y que sabe aplicar su
conocimiento en algún área específica de la política o de las políticas públicas. Pueden ser sociólogos,
economistas, filósofos, abogados, cientistas políticos, etc. Esta idea de intelectual experto surge a partir de
las definiciones de tecnócratas que hace, por una parte Collier en The New Authoritarianism in Latin
America (1979) y por otra, del complemento de Patricio Silva, donde a demás de referirse a individuos
con un alto nivel de especialización académica en los ámbitos tradicionalmente considerados técnicos
(como son la agronomía, las finanzas, la economía, entre otros), incluye a cientistas sociales como
sociólogos y cientistas políticos.

4
desaparecieran de las universidades y debieran reunirse en distintos centros privados de
investigación.5 Desde ahí pudieron trabajar académicos con interés de influir en el ámbito
político y políticos con una fuerte tendencia académica. Es así como la política en Chile,
en palabras de Jeffrey Puryear, se intelectualizó, haciendo de estos centros de
investigación y la academia el principal camino para la oposición política.

O’Donnell y Schmitter son de los pocos autores en escribir acerca del rol que
tienen los intelectuales en los procesos democráticos. Específicamente, hablan de la
capacidad expresiva de intelectuales y artistas en la resurrección de la sociedad civil
durante la dictadura y cómo ellos ayudan a que se produzca finalmente el proceso de
transición democrática: “ Trade unions, grass-roots movements, religious groups,
intellectuals, artists, clergymen, defenders of human rights, and professional associations
all support each other’s efforts toward democratization and coalesce into a greater
whole which identifies itself as “the people.” (O'Donnell and Schmitter, 1989) Se
conocen un sin número de obras de artistas que, durante la dictadura militar, trabajaron
clandestinamente, surgiendo así un movimiento contestatario de gran envergadura. Por
nombrar sólo algunas, está toda la obra de Nemesio Antúnez y sus famosas telas que
evocaban el Estadio Nacional como lugar de detención y tortura. O las obras de teatro de
la compañía ICTUS, donde el acontecer político nunca dejó de estar presente. Un último
ejemplo, en el sector musical podemos mencionar la obra de la banda “Los Prisioneros”,
cuyos temas eran netamente críticos al poder de la época. En todos estos casos, la obra
era la forma en que los artistas podían expresar su descontento con el régimen imperante
y una bandera de lucha para recuperar la democracia.6

En otro registro, Jeffrey Puryear habla del impacto que los intelectuales y
expertos pueden generar en la cultura política de un país. El autor refuerza la idea de que
en Chile existe un área gris que marca el límite entre los intelectuales y los políticos, que
no existe una diferencia neta entre estos dos roles. Podemos apreciar profesionales que
abarcan gran parte del espectro político fomentando la toma de decisions competentes, y
la consolidación de comunidades epistémicas estables que influyen sobre la construcción
de consenso en torno a la agenda de políticas. (Lardone, 2007)

Ya casi a mediados de la década de los 80 hay una resurrección de la sociedad


civil (sindicatos, organizaciones comunales, asociaciones de profesionales y grupos
estudiantiles) que irrumpe en el espacio público para declarar su oposición al régimen de
Pinochet. Este hecho es lo que hace pensar por primera vez en los sectores de la

5
El golpe de Estado causó una severa crisis intelectual y política. Hubo abolición de instituciones
tradicionalmente democráticas, como lo son la intervención de las Universidades públicas, el Congreso, la
libre expresión y las elecciones. Los partidos políticos se tornaron ilegales y prohibidos, al igual que las
reuniones y manifestaciones. Los políticos ya no podían ejercer cargos públicos y muchos líderes políticos
fueron perseguidos, expulsados del país, encarcelados, si no asesinados.
6
También hubo muchos artistas que, desde el exilio, instalaron la preocupación por Chile en el debate
internacional. Algunos casos son Patricio Guzmán y su serie de documentales acerca de los detenidos
desaparecidos, el caso Pinochet y en general el clima que vivía Chile en dictadura. En el ámbito de la
música, está el ejemplo del conjunto Quilapayún, que residiendo en Francia siguieron tocando por varias
partes, siempre con su canción crítica. Y por último, Volodia Teltelboim, un literato que no dejó de plasmar
con su pluma los diversos acontecimientos de nuestro país.

5
oposición en una estrategia de transición. Lo que comenzó como una reacción de los
sindicatos al desastre económico se convirtió en un llamado a la democracia por los
partidos políticos (Garreton, 1991ª, Puryear, 1994, Godoy, 1999). Es aquí donde los
intelectuales chilenos sobrepasaron su mero rol de académicos productores de
conocimiento y se convierten en articuladores entre el mundo de las ideas y la sociedad
civil: “Throughout the new, democratically elected government, large number of
intellectuals, many of them foreign trained and with considerable research and teaching
experience, were assuming key positions.” (Puryear, 1994) Nombraremos sólo dos
ejemplos que ilustran lo que acabamos de explicar: Eugenio Tironi y René Cortázar. El
primero es doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de
París. Director de empresas y Profesor del Instituto de Sociología de la Pontificia
Universidad Católica de Chile, así como miembro del Consejo Superior de la
Universidad Alberto Hurtado. Es investigador y actual presidente de Cieplan
(Corporación de Estudios para Latinoamérica). Fue director de contenidos de la “Franja
del NO” para el plebiscito de 19887, director de la Secretaría de Comunicación y Cultura
durante la administración del Presidente Patricio Aylwin (1990-1994), y jefe de
comunicaciones de la campaña presidencial de Ricardo Lagos en la segunda vuelta
electoral (1999). Cortázar, por su parte, es doctor en economía del MIT, en Boston. Fue
ministro del Trabajo en la administración de Patricio Aylwin, director ejecutivo de
Televisión Nacional de Chile y actualmente es Ministro de Transportes y
Telecomunicaciones.8

Es así como podemos apreciar que este intelectual chileno forma parte del campo
especializado de la actividad política, lo que implica que haya adquirido un conocimiento
específico en ciertas áreas de la política y las políticas, prácticas, técnicas, estrategias y
competencias particulares (Garraud, 1989), que hacen que termine siendo un profesional
de la política en todo el sentido weberiano del término. El intelectual/experto ha ido
adquiriendo cada vez más destreza para utilizar, en el terreno de la política, diversos
instrumentos de medición (encuestas, focus groups, etc.), que son sujetos a tratamientos,
análisis, formas de evaluación de resultados y comentarios especializados, complejizando
aún más el ámbito de lo público.

Diferenciación y autonomización del ámbito cultural.

La transición a la democracia en Chile ha generado en algunos casos una


importante reorganización institucional. La creación del Consejo Nacional de la Cultura
y las Artes (CNCA) -en la década 1990- forma parte de ella (Carrasco, 2006). El proceso
que ha llevado a la creación de esta nueva institucionalidad es particularmente interesante
puesto que en él se reflejan las transformaciones internas a la sociedad chilena (Garreton

7
La “franja del No” fue la campaña electoral de la oposición al regimen de Pinochet que pasaba todos los
días en televisión.
8
La lista de intelectuales bien entrenados que se involucraron en el proceso democrático y en el mundo
político es muy larga. Sólo algunos nombres: Juan Gabriel Valdés, Manuel Antonio Garretón, Genaro
Arriagada, José Joaquín Brunner, Tomás Moulian, entre otros.

6
et al., 1993) pero también los efectos de la globalización a través de ciertos saberes
expertos. En particular, a diferencia del tipo dominante de organización burocrática en
Chile -el ministerio-, el Consejo se presenta como un organismo donde el conocimiento
demandado es cada vez menos aquel del burócrata en beneficio del elaborado por el
experto en cultura, al mismo tiempo que el creador también tiene algún tipo de incidencia
en esta nueva figura.

La cultura comienza a ser tema de debate y el hecho de crear una


institucionalidad exclusivamente dedicada a la cultura es algo novedoso en Chile.
Durante los primeros 15 años desde el retorno a la democracia, los diferentes gobiernos
chilenos intentaron establecer una institucionalización de la cultura que reemplazara la
organización dispersa y poco coordinada que existía, permitiendo al mismo tiempo
acomodar una legislación compatible con sus objetivos (Garreton, 1991b, Ivelic, 1997,
Ministerio de Educación, 2000), instalándose definitivamente la nueva institucionalidad
cultural el segundo semestre del 2003.

A diferencia del resto de los ministerios en Chile, el CNCA se organiza en dos


ramas: por una parte, se encuentra el servicio público, teniendo a la cabeza del
organismo un ministro, seguido de un subdirector y luego 6 grandes departamentos,
cada uno con sus subunidades. Y por otro lado, están los consejos de cultura y los
comités consultivos, todos ellos órganos colegiados consejeros, integrados por
personalidades representantes del mundo cultural, político y académico.

Esta estructura organizacional se reproduce a escala regional, constituyendo esto


una novedad en materia cultural, puesto que, hasta antes de la creación del CNCA, lo
único que había en regiones era un encargado de cultura dentro de un departamento de
cultura de la Secretaría Regional Ministerial del Ministerio de Educación. Ahora, la
estructura regional tiene sus direcciones de cultura, dependientes directamente del nivel
nacional del CNCA además de estos cuerpos colegiados de carácter descentralizado
(consejos regionales y comités consultivos regionales, integrados por personalidades del
mundo de la cultura de cada región, propuestas por las organizaciones culturales; otra
persona propuesta por los alcaldes de la región; y un Secretario Regional Ministerial de
Educación).

Estos consejos están compuestos por diversos actores sociales, tales como
políticos, artistas, intelectuales, investigadores, asociaciones locales y empresas privadas
que trabajan en campos relacionados. El objetivo principal de este tipo de concertación es
promover la aparición de las nuevas propuestas para la acción pública y la organización
del Estado en relación al campo cultural. (De Cea, 2006)

El discurso académico que plantea que la sociedad chilena está cambiando


rápidamente y que la política va especializándose, tecnificándose, por lo tanto
profesionalizándose se ve reflejado en el campo cultural y en la misma decisión de crear
un consejo nacional de la cultura y no un ministerio como modelo paradigmático de
política cultural, como sería el caso francés. Argumentos como la modernización del
Estado y las tendencias globales de gestión pública terminan por primar, no exento de

7
debate y contradicciones. Se aprecia un claro aumento del consumo de bienes culturales,
facilitado por el mayor intercambio cultural a escala mundial. Por otra parte, se observa
que el campo de la cultura se profesionaliza, en cuanto a las herramientas que se utilizan
para responder las demandas del sector. El rol que adquiere la técnica en cultura es
fundamental, reflejándose en la aplicación y posterior análisis de la encuesta de consumo
cultural, la cuenta satélite, y otras fuentes de datos, que son útiles al sector.9

En Chile se complejiza el terreno cultural con la nueva institucionalización.


Estado y Mercado interactúan más que antes, por lo que la profesionalización del campo
se hace cada vez más necesaria. Así es como de a poco la política cultural se va
especializando a través de técnicas específicas manejadas por profesionales, entrando el
experto a jugar un papel fundamental. Se observa además desde la última década una
proliferación de diplomados y formaciones de gestión cultural, lo que muestra la
importancia que se le está dando a la especialización en ciertas áreas de las políticas
culturales. Hay una mayor estructuración de cursos académicos, lo que surge como
respuesta a la expansión del mercado profesional cultural.

Son varias las dimensiones que según nosotros determinarían la evolución del
campo cultural. Aspectos socioculturales y políticos como son la redemocratización del
país, la intensificación de la globalización cultural y económica a nivel mundial y la
consiguiente reflexión y elaboración de la nueva institucionalidad cultural terminarían
dejando paso a la creciente expansión del mercado cultural.

Cada gobierno10 chileno desde 1990 se preocupó de favorecer la reflexión acerca


de la posibilidad de reestructurar la política cultural. En cada oportunidad, los gobiernos
crearon una comisión o un grupo de trabajo que debía analizar el estado de la cultura en
el país y proponer una política explícita al Presidente de la República (Squella, 2002).
Estos grupos de trabajo se conformaban de intelectuales, profesionales del arte y la
cultura y académicos de las ciencias sociales y las humanidades. En términos de
Bourdieu, estos expertos actúan con un poder simbólico que han adquirido en su campo y
su posición ha sido legitimada según el conocimiento y reconocimiento de los otros.
(Vizcarra, 2002)

Como ejemplo ilustrador del rol mediador del intelectual/experto en el terreno


cultural podemos mencionar el caso de Manuel Antonio Garretón: Doctor en Sociología,
profesor de universidad, premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2008.
Garretón, aparte de especializarse en temas ligados a la transición democrática, reforma
del Estado y políticas públicas –donde cultura y educación han sido relevantes en sus
investigaciones- fue coordinador de la primera comisión presidencial en asuntos
culturales, donde se analiza, debate y finalmente propone un modelo de institucionalidad

9
Dentro del organigrama del CNCA hay un Departamento de Planificación y Estudios, que se encarga -
entre otras cosas- del análisis e interpretación de las distintas estadísticas culturales.
10
Los 4 gobiernos chilenos desde el retorno a la democracia son los siguientes: Patricio Aylwin (1990-
1994), Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2000-
2010), todos de la Concertación de Partidos por la Democracia.

8
cultural para Chile (Garreton, 1991b).

Las personas que integraban estas comisiones pertenecían en su gran mayoría al


mundo académico nacional y al mundo de las artes.11 Muchas de las personas que
integraron estos grupos de reflexión ocuparían luego puestos estratégicos en la nueva
institucionalidad cultural. Serían, en su mayoría, integrantes del directorio nacional del
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, convirtiéndose por lo tanto en “profesionales
de la política”, en el sentido de tener un cargo político y tener un conocimiento
especializado, competencias, y manejo de ciertas técnicas en el área de las políticas
culturales. El caso de Paulina Urrutia, actual ministra de cultura, nos muestra cómo los
artistas han estado involucrados en el proceso de constitución del campo cultural en
Chile. Urrutia integró varios grupos de discusión, sobretodo en el período en que el
proyecto de ley estaba discutiéndose en el parlamento, cuando era presidenta del
sindicato de actores de Chile (SIDARTE). Una vez creado el CNCA fue miembro del
directorio nacional y en el actual gobierno de Michelle Bachelet fue nombrada ministra
de cultura.

Intelectuales del campo del arte y la academia (escritores, pintores, filósofos,


gestores, etc.) se transforman por tanto en profesionales de la política. Otro ejemplo claro
es el de José Weinstein, quien fue nombrado como el primer ministro de la cultura –o
Presidente del CNCA con rango de ministro. Weinstein es Dr. en sociología de la
Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Es consultor en temas ligados a la educación,
investigador y autor de numerosas publicaciones. Fue a su vez asesor del ministro de
educación en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, subsecretario de educación en el
gobierno de Ricardo Lagos para finalmente ser nombrado ministro de cultura en el
mismo gobierno.

Si revisamos un poco los recorridos profesionales de las distintas personas que


conforman estos consejos, podemos hacernos una idea de la convivencia de los mundos
político, artístico y académico, donde la figura del ministro como académico e intelectual
actúa como mediador y cabeza de estos grupos. Entre los miembros del directorio del
Consejo Nacional está Arturo Navarro, sociólogo y periodista, quien ha estado

11
La Comisión Garretón (1991) estaba integrada por José Balmes (pintor), Enrique Barros (profesor de
derecho), Eduardo Carrasco (músico y Dr. en filosofía), Claudio Di Girólamo (pintor), Agata Gligo
(escritora), Delfina Guzmán (actriz), Eugenio Tironi (Dr. en sociología), Lucía Santa Cruz (historiadora),
Bernardo Subercasseaux (Dr. en literatura), María de la Luz Hurtado (socióloga), Cristián Kaulen, Ernesto
Livacic (escritor), Mimi Marinovic (artista plástica), Luis Merino (profesor de musicología), Fernando
Rosas (director de orquesta), Fidel Sepúlveda (Dr. en filología), Sol Serrano (historiadora) y Manuel
Antonio Garretón (Dr. en sociología). La Comisión Ivelic (1997) estaba formada por Luis Advis (músico),
José Balmes (pintor), Carlos Cerda (dr. en literatura), Roberto de Andraca (ingeniero comercial), Luis
Valentín Ferrada (abogado y diputado), David Gallagher (master en literatura), Tatiana Gaviola (actriz),
Ramón Griffero (dramaturgo y director teatral), Mauricio Larraín, Arturo Navarro (sociólogo y periodista),
Guillermo Rifo (músico, compositor y director de orquesta), María Antonieta Saa (diputada), José Manuel
Salcedo (acor), Gabriel Valdés (abogado y senador), José Antonio Viera-Gallo (abogado), Ignacio Walker
(Abogado y Doctor en Ciencias Políticas) y Milan Ivelic como coordinador (Magíster en Arqueología e
Historia del Arte).

9
relacionado con temas culturales desde siempre. Empezó en la industria editorial, luego
fue director de varios suplementos de literatura, llegando a ser asesor del ministro de
educación en el gobierno de Patricio Aylwin en asuntos del libro y finalmente director
ejecutivo del Centro Cultural Estación Mapocho. Otro integrante del directorio del
CNCA es Lautaro Núñez, director del Museo San Pedro de Atacama y profesor de la
Universidad Católica del Norte, Titulado en Historia y Geografía en la Universidad de
Chile. Núñez ha dedicado su vida a la arqueología y se ha hecho merecedor de un
importante reconocimiento internacional por sus trabajos desarrollados, especialmente en
el norte del país. Es Doctor en Antropología y Premio Nacional de Historia 2002. Otro
integrante que viene del mundo artístico propiamente tal es Justo Pastor Mellado, curador
de arte contemporáneo, crítico de arte. Es profesor de la Pontificia Universidad Católica y
Director de la carrera de arte en la Universidad UNIACC. Finalmente, podemos nombrar
a Emilio Lamarca, quien representa al Ministro de Relaciones Exteriores en el directorio
del CNCA. Es director de la Dirección de Asuntos culturales del Ministerio de
Relaciones Exteriores e integrante del Servicio Exterior con rango de Ministro Consejero.
Estos son algunos ejemplos de las personas que han integrado estos consejos,
vislumbrándose cómo políticos, intelectuales y artistas trabajan en el campo político,
específicamente en el de las políticas culturales.

El intelectuales/experto en la transición democrática y en la gestación de la


nueva institucionalidad cultural: ¿roles comparables?

Vimos más arriba cómo el intelectual tuvo un papel decisivo en el proceso de


transición a la democracia en nuestro país, tornándose en articulador entre lo académico,
las demandas sociales y el mundo político. Queremos ahora hacer el ejercicio de
comparar o hacer un paralelo entre los procesos de transición democrática y la puesta en
marcha del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para mostrar cómo el saber
consagrado – el saber experto- también estuvo presente y con mucha fuerza en la
discusión y final institucionalización del campo cultural en Chile. 12

Podríamos hacer el ejercicio de comparar las discusiones, elecciones y formas en


que se llevaron a celebrar por una parte el plebiscito de 1989 y por otra la creación del
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes el 2003. En ambos casos se instauró el
principio de negociación y el resultado fue una figura singular: en el caso de la
democracia, se llegó a un modelo de democracia pactada y tutelada, donde la oposición a
Pinochet tuvo que conceder varias aspectos fundamentales de una democracia plena a
costa de poder vivir el plebiscito y elegir democráticamente a quienes gobernarían el

12
Queremos dejar claro que aquí no existe pretensión alguna de comparar estos dos procesos de la vida
política chilena en todas sus dimensiones. Simplemente nos interesa exhibir cómo en ambos fenómenos el
saber consagrado, encarnado en la figura del intelectual y experto, adquiere una relevancia teórica y
práctica sin precedente.

10
país13. El caso del campo cultural es similar, puesto que luego de mucho debate acerca
del tipo de institucionalidad cultural que debía adoptarse en Chile (13 años de reflexión,
comisiones asesoras en materias culturales, cabildos culturales, encuentros en el
parlamento, etc.), se llega a un acuerdo en que la figura que debe existir es la de un
Consejo Nacional, donde el Estado está presente con mucha fuerza, pero que no tiene el
peso institucional de un ministerio.14 El resultado es un modelo híbrido en donde se
mezclan aspectos de un consejo de tipo británico y aspectos de un ministerio tradicional.
Además se incluye esta figura novedosa de consejos y comités consultivos que
explicamos anteriormente, donde representantes del mundo académico, político y
artístico deliberan acerca de las políticas culturales del país.

Tanto en el proceso democrático chileno como en el caso de la


institucionalización del campo cultural, la opinión del intelectual/experto estuvo presente
y tuvo mucha injerencia en los resultados adquiridos. Grandes intelectuales chilenos
estuvieron muy involucrados en la discusión, integrando equipos de trabajo, escribiendo
desde la academia y asumiendo responsabilidades en el campo cultural y en toda la
reflexión en torno al tema de las políticas culturales desde el retorno a la democracia. Dos
ejemplos ilustradores de intelectuales/expertos que fueron parte activa tanto del proceso
político que llevó a Chile a la democracia como de la evolución del campo cultural son
José Joaquín Brunner y Eugenio Tironi. Brunner, como intelectual de las ciencias
sociales y autor de numerosos artículos y libros acerca del estado de las políticas
culturales en Chile, la cultura en dictadura, las políticas culturales en democracia, los
intelectuales y la cultura, entre muchos otros.15 Eugenio Tironi, como sociólogo y
pensador de la cultura, asesor de la campaña del NO contra Pinochet y una vez retornada
la democracia ocupó el puesto de director de la Secretaría de Comunicación y Cultura del
Ministerio Secretaría General de Gobierno en la administración Aylwin, donde escribió
varios documentos.16 Estos dos casos son sólo algunos de muchos más en Chile, en donde
la misma persona traspasa los límites de lo científico, lo artístico y lo político y se mueve
con total comodidad en cualquiera de estos ámbitos. Poca diferenciación de la sociedad
chilena, gran peso a las ideologías políticas o consecuencia de las transformaciones del
espacio político, el profesional experto que dedica su vida a la actividad política es capaz
de recoger inquietudes de un campo y traducirlas en el código de otro, resultando clave
para el desarrollo de la vida política.

13
Entre estos aspectos “no democráticos” de la democracia pactada se encontraban los hasta hace muy
poco senadores designados, el sistema electoral binominal que sigue rigiendo en la actualidad, la
composisión del Consejo de Seguridad Nacional, la inamovilidad de los comandantes en jefe de las Fuerzas
Armdas, los senadores vitalicios –aplicable a los ex presidentes de la república, entre otros. Todos aspectos
que demostraban una alta participación de las Fuerzas Armadas en el proceso político.
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Existía, entre muchos de los integrantes de estos grupos de discusión, reticencia a la idea de tener un
“mounstro burocrático” encargado de la planificación y ejecución de las políticas culturales.
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Entre sus publicaciones relacionadas con el ámbito cultural encontramos “Chile: transformaciones
culturales y conflictos de la modernidad”, FLACSO, Santiago de Chile: 1989 (en conjunto con C. Catalán y
A. Barrios); “Un espejo trizado. Ensayos sobre culturas y políticas culturales”, FLACSO, Santiago de
Chile, 1988; “los intelectuales y las instituciones de la cultura”. FLACSO, Santiago de Chile, 1983.
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El más conocido “1990-1994, La Cultura Chilena en Transición”, número especial de Cultura, Santiago:
SECC, pp. 25-35.

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Conclusión

Luego de revisar el rol que ha jugado el intelectual/experto –y que sigue jugando-


tanto en el proceso político de transición a la democracia como en el de creación de una
nueva institucionalidad cultural, pudimos apreciar cómo en Chile estos profesionales de
la política pasan de un lugar a otro sin mucha dificultad, generalmente adquiriendo un
papel mediador o más bien articulador de los distintos campos (el político, el social y el
científico). Este sentido de intérprete responde a sus altos niveles de entrenamiento y
especialización, lo que los hace capaces de traducir los códigos de los distintos ámbitos
de la sociedad. De ser miembro de un Think Tank (o centro de investigación), pasa a ser
puramente académico o profesor de universidad, al mismo tiempo que columnista en
medios de comunicación y luego, hombre político, desde parlamentario a ministro y hasta
presidente de la república.

En el ámbito cultural sucede algo similar, el intelectual (experto en temas


culturales, académicos y artistas) participa activamente del proceso de reflexión y debate
y luego forma parte de la nueva institucionalidad, tomando un puesto más bien político.
Personas provenientes de la academia y del mundo de las artes se adaptan a las nuevas
carácterísticas del mundo político: mayor complejidad, especialización, más técnicas e
instrumentos de medición de estadísticas culturales. En síntesis, se insertan en un Estado
moderno, transformándose en profesionales de la política tal como Weber lo diagnosticó
en su conferencia sobre la política como vocación.

Como dijimos al comienzo de nuestro trabajo, pensamos que el caso de la nueva


institucionalidad cultural chilena proporciona una mirada interesante para graficar el rol
articulador de la figura del intelectual/experto en el debate, reflexión y posterior toma de
decisiones, debido a que este modelo de política cultural, que nace en medio de este
espacio profesionalizado, dota al saber experto de un lugar privilegiado para poner en
práctica la planificación, ejecución y evaluación de las políticas de cultura.

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