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COLECCION FORJADORES DEL PERU

MANCO INCA
Juan José Vega

VOLUMEN 1
COLECCION FORJADORES DEL PERU
Volumen 1: Maco Inca

Director de la colección:
Dr. José Antonio del Busto Duthurburu

Carátula: Oscar López Aliaga

1.5. B. N. 84-8389-600-1 (Obra completa)


1.5. B. N. 84-8389-601-X (Este volumen)
Fue en unos "aposentos de los reyes Incas", ubicados cerca de los soberbios
templos y palacios de Tiahuanacu, donde nació Manco Inca, quien con el correr
de los años habría de convertirse, gracias a sus hazañas, en el americano más
importante de su época, al lograr contener por un tiempo el proceso de
expansión europea sobre el continente, cual ninguno de los demás caudillos
indígenas americanos.
El nacimiento de Manco debió de suceder hacia 1515, si nos atenemos a
diversos testimonios. Por aquel entonces, su padre, el Inca Emperador Huaina
Cápac acampaba en Tiahuanacu encaminándose hacia el sur, a fin de culminar
la conquista de Chile. El feliz acontecimiento dinástico bien pudo ocurrir en
abril, puesto que en el Cuzco se habría tenido que aguardar el término de la
temporada de lluvias para la salida del numeroso ejército incaico y de su
cortejo imperial. Este, como era costumbre en aquellos tiempos, comprendía un
vasto séquito dentro del cual figuraban las mujeres escogidas del Inca y de sus
capitanes. Una de las damas cuzqueñas era "Mama Runtu"; y fue ella la que
alumbró a Manco algo más allá de la ribera sur del Titijaja, cuna remota de la
nación de los cuzcos según ciertas leyendas, parajes donde se yergue -en medio
del lago- la Isla del Sol.
Imperio en marcha, la capital prácticamente tenía sede donde el Inca
Emperador hacía tender en cada jornada su vistosa carpa de banderas y
plumas multicolores. Desde allí, en cualquier sitio que se hallare, gobernaba
"las cuatro partes del mundo": el Tahuantinsuyu. Un trono itinerante y diversas
sedes del poder constituían usos necesarios en una sociedad en veloz
expansión política y militar, fruto del impulso de los
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cuzcos, que sentíanse llamados a sojuzgar el mundo por designio del dios supremo
Viracocha. Por todas partes esta nación se expandía fundando ciudades y con
mitimaes de paz y de guarnición. Por eso, tras saber del parto, el propio Huaina
Cápac al estrechar al crío tal vez meditó, una vez más, en la vastedad del Imperio,
recordando que él mismo había nacido en la lejana Tumebamba, en el norte, lugar
muy distante del Cuzco; aunque en circunstancias similares, esto es, dentro del más
puro linaje imperial, al igual que aquel niño que venía al mundo con su abolengo
Hanancuzco en las punas aimaras de la nación de los pacajes.
Todos conocían en la sociedad incaica que el ancestro y la sangre eran los
factores que determinaban la patria: no el suelo. Y la venida al mundo de un
príncipe real, allí donde naciese, constituía todo un suceso. Por ello habría festejos.
Pero únicamente las pallas cuzqueñas, entre ellas las demás mujeres de Huaina
Cápac, habrían podido ingresar al recinto donde había dado a luz Mama Runtu, a
fin de participar en los ritos festivos; porque las demás esposas y concubinas, las
"extranjeras", tuvieron que conformarse con conocer desde fuera el acontecimiento,
con excepción -tal vez- de alguna dama de honor.
Entre ceremonias propiciatorias se le perforarían entonces al recién nacido los
lóbulos de las orejas con fina aguja, como a todos los crios de la aristocracia
imperial. Luego, en el regazo de su madre, muy arropado, cual era la costumbre,
iría en litera hasta Cochabamba, donde se quedarían miles de mitimaes cuzcos.
Después, todos los demás del ejército y del cortejo seguirían la marcha hacia el
Maulé; y quizá, por las sendas de las cumbres nevadas, tocarían Biobío,
acompañando Mama Runtu al Inca, su esposo, rey y señor.
De la madre de Manco no se sabe mucho, aunque sí que era "hermosísima" y
más blanca de lo común, de donde vino aquello de llamarla Mama Runtu (runtu es
huevo), porque su verdadero nombre era Shihui Chimpu. Pertenecía a un
encumbrado linaje de los cuzcos, al de Anta, lugar de donde fue también oriunda la
madre de Ninan Cuichi, joven designado más tarde por Huaina Cápac para la
sucesión en el trono (tiana). En suma, era magna la prosapia del recién nacido. Por
algo lo llamarían Manco, nombre del fundador del Cuzco, rarísimamente usado, lo
cual nos induce a suponer que las calpas (augurios) debieron serle en extremo
favorables en su cuna y tales vaticinios se
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reiterarían durante las jornadas en el Collasuyu. Ninguno de sus hermanos (y


tendría ya más de cien para entonces) había alcanzado semejante privilegio.
De regreso de la triunfal expedición al sur de Chile, Huaina Cápac y Mama
Runtu retomaron a tierras cuzqueñas, región de la cual su vás- tago nunca saldría.
Algún tiempo después el Emperador partió a Tumebamba llevándose a varios
de sus hijos, entre ellos a Atao Huallpa, a la sazón ya de unos veinte años. La
formación de Manco la dejó confiada a poderosos deudos maternos de su retoño,
así como a sabios (amautas), a maestros (yachachic) y a expertos servidores, yanas
de variados oficios importantes.
Desde niño Manco tendría que concurrir a ceremonias religiosas, reverenciando
a numerosos dioses, pues eran cerca de dos mil. Esta infancia fue inquietada por
cierto desasosiego de los suyos. Debió percibir preocupación en sus mayores. Oiría
hablar de que lejos, muy lejos y desde poco antes de que naciese, habían aparecido
unos seres misteriosos, como salidos del mar. Lo afirmaban balseros que venían de
remotas comarcas litorales de más allá de la frontera imperial. Ellos los
consideraban dioses. En el Cuzco se preguntaban si los extraños personajes no
serían los del cortejo de Viracocha, el máximo dios, o el mismo dios con sus hijos,
que muchos tuvo. Todos ellos se habían ido por las aguas, justo hacia esos parajes,
cuando la creación del mundo.
Estos rumores se fueron acentuando conforme crecía. Cuando llegó a los diez
años las versiones se habían vuelto insistentes. No eran -claro está- sino
exploradores y descubridores españoles en pos de nuevos reinos: Vasco Núñez de
Balboa, Pascual de Andagoya, Francisco Pizarro y
Diego de Almagro merodeando por costas distantes del océano Pacífico. Pero en
el Incario, donde se desconocía Europa y el resto del mundo, nadie, obviamente,
podía entender lo que ocurría. Aun más, en las diversas naciones del Imperio de los
Incas, imbuidas de religiosidad y de magia, entre mitos y leyendas, a todo se tendía
a dar una explicación divina.
Precisamente, los primeros maestros de Manco fueron sin duda umos
(sacerdotes), pero éstos nada pudieron esclarecer sobre un posible retorno de
Viracocha y de sus hijos; aunque sí, le enseñarían las com
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plejidades de los dogmas y de los ritos del Incario, destacando siempre la diferencia
entre los dioses tutelares del Cuzco y los de las demás naciones del Imperio, de
nivel inferior y, en ocasiones, enemigos. Pronto acudirían ante el principito otros
personajes de la Corte para darle mayores enseñanzas, las que correspondían a un
niño de pura sangre cuzco, respecto a los roles que podría desempeñar en el futuro
como hijo de Huaina Cápac, habido en palla de panaca, esto es, en dama de linaje
cuzco.

LA JUVENTUD

El niño llegó a la adolescencia escuchando a diario las proezas de su padre en el


extremo norte del Imperio. Alcanzada la virilidad participaría, con otros jóvenes de
la nobleza cuzco, en la ceremonia del Huarachicu; ese día ancianos de abolengo,
tras cortarle sus muchas trencillas, le dieron las huaras (bragas) y le colocaron en las
orejas los discos de oro que eran la mayor prueba de su linaje. Durante aquella
misma celebración le raparían el cabello; lo cual era otro símbolo, esta vez de la
rama incaica de los Hanancuzco, la más señalada y mayoritaria. Actos todos
cumplidos entre admoniciones de sus mayores y un complicado ritual. Al final, él
con los demás jóvenes -conforme a la costumbre de la festividad-, partirían en veloz
carrera hacia el Huanacaure, la más elevada de las cumbres en el camino del
Collasuyu, montaña que representaba al dios Ayar Cachi, uno de los fundadores
míticos del Cuzco.
Desde entonces, en los santuarios de Anta y en los palacios del Cuzco, recibió
Manco una instrucción más intensa, la que le permitiera entender poco a poco ese
enorme Estado Imperial de tantísimas naciones; porque dada su prosapia -
comentarían sus maestros- hasta parecía destinado a gobernar algún día cualquiera
de las comarcas del Imperio.
Al joven Manco le sorprendería saber cuán numerosos eran sus hermanos;
centenares, quizá quinientos, como lo aseveraría el cronista quechua Guarnan
Poma; pero de diversos estratos. La Coya Imperial solamente había alumbrado dos
hijas y carecían, por tanto, de acceso al trono (tiana). Decenas eran, como él, hijos de
damas cuzqueñas (pallas). Los demás hermanos venían a ser semicuzcos, hijos de
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Huaina Cápac en infinidad de princesas provincianas, esto es, "extranjeras", como


la caranqui, madre de Atao Huallpa. Notaría que los hermanos todavía no se
diferenciaban mucho entre sí, pero que los mayores, de la vieja aristocracia de los
cuzcos, sí eran celosos de los rangos, fueros y privilegios. Aun más, despreciaban a
los semicuzcos en su fuero íntimo, como toda casta que al pregonar su origen
divino remarca insalvables distancias sociales.
Por entonces se iría compenetrando más con la capital imperial: el Cuzco, en la
cual había crecido; sólo entonces se daría cuenta cabal de que era una ciudad de
templos y palacios, asiento de los linajes incaicos de más abolengo. Pero era una
urbe donde las momias de los antiguos reyes constituían el eje del poder político y
económico, a través de su cuantiosa descendencia (panacas), en medio de complejas
ceremonias. Asimismo, Manco se hallaba ya en condiciones de observar que la
mayor parte de los residentes del Cuzco eran "extranjeros", vale decir hombres de
las más distintas partes del Imperio fijados allí para siempre como mitimaes. Otros
desempeñaban servicios temporales como mitayos (trabajadores rotativos). Y no
faltaban los adscritos de por vida a un gran señor, en cuyo caso se les conocía como
yanas. La familia de Mama Runtu, su madre, contaba por cierto de unos y de otros,
a quienes se encomendaba las labores manuales y los trabajos físicos en general.
Tales servidores, yanas, que eran muchos miles en el Cuzco, procedían
esencialmente de las provincias, aunque también los había de la nación cuzco. Los
de guarnición eran esencialmente yana-guerreros cañaris y chachapoyas. Vería que
en su entorno había también yanas de alto nivel, con servicios calificados, maestros
inclusive; estos últimos eran, en lo esencial, hijos de grandes caciques de naciones
rivales del Cuzco. Repararía también en que todos los nobles de jerarquía contaban
con yanas y mitayos.
A causa de su línea materna, que no era de la más elevada nobleza cuzqueña,
Manco carecía por entonces de toda opción para ocupar el trono imperial. No se
hallaba, pues, en la línea inmediata de sucesión, pero los sabios amautas que
rodeaban a los príncipes debieron notar en él las condiciones que más tarde
mostraría a plenitud. Se esmerarían entonces en adiestrarlo en la administración y
en el conocimiento del manejo del Estado. Si así fue, no le ocultarían, por tanto, las
graves dificultades que enfrentaba el Imperio: dificultades propias de la expan
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sión, cierto, pero no por ello menos agudas. La más delicada de las situaciones, que
probablemente le mencionaron, bien pudo haber sido "que la nación del Cuzco
estaba derramada por todas las provincias en la administración", como señalaría
Miguel de Estete; dispersión que cubría de Pasto al Maulé y desde el mar hasta las
selvas altas. El eje, que era el Cuzco, se había debilitado. Una treintena de ciudades
habían nacido por obra de los cuzcos en las más distintas comarcas, pero ello no
remediaba el mal principal, el debilitamiento demográfico de la metrópoli imperial
y de su región base y matriz.
Manco entendería que una periferia más vigorosa no había redundado siempre
en beneficio de la sede central del poder. Aun más, Tumebamba, la metrópoli del
norte, fundada por Túpac Inca Yupanqui, su abuelo, y Cochabamba en el sur,
mostraban -según le contaban- síntomas de creciente autonomía. Tumebamba,
además, poseía una mayor modernidad, a la par que notable riqueza, como asiento
de representantes de todas las panacas y congregación de mitimaes cuzcos.
Parecía urgente, a raíz de estas presiones, reforzar al Cuzco mismo, ciudad que,
sin embargo, mantenía su prestancia, sobre todo en lo religioso. Así era todavía, a
pesar que los dos últimos Incas, su padre y su abuelo, habían preferido residir en la
espléndida Tumebamba. Y Huaina Cápac no daba muestras de querer retomar al
Cuzco.
Se le explicaría a Manco que la dispersión de los cuzcos era fruto de la política
expansiva de la aristocracia. Y que tantas guarniciones y tantos mitimaes se habían
tornado imprescindibles a causa del tamaño adquirido por el Imperio. Era
necesario controlar -le argüirían- a unas trescientas noblezas provincianas vencidas.
Estas, en numerosos casos guardaban rencores al Cuzco Imperial; aliadas a la
fuerza, no eran de confiar plenamente. De todas maneras, si semejante expansión
antes había resultado factible gracias a la alta densidad demótica de las poblaciones
ubicadas entre los ríos Urubamba y Paucartambo, asiento de los clanes cuzqueños
en general, el Cuzco ya se hallaba agotado demográficamente.
Los más calificados de los sabios orejones y de los yanas fieles que rodeaban a
Manco, le advertirían también que existían otros peligros sociales. Uno de ellos era
el ascenso en fuerza de los semicuzcos, esos mestizos hijos de cuzqueños en
mujeres "extranjeras". Si bien la poligamia había sido inicialmente positiva, al
cimentar el poder en las pro
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vincias mediante matrimonios múltiples de los "orejones" con mujeres del lugar, la
práctica se había multiplicado de tal manera que tomábase en riesgo político, por el
alto número de la descendencia de esos nobles. Le advertirían a Manco que los
semicuzcos de prosapia, que eran hijos y nietos de los cuzcos conquistadores,
resultaban ya de un número muy superior a la aristocracia de pura sangre cuzco,
esto es, la de las panacas en general.
A la vez, aquellos semicuzcos eran requeridos por el Estado Imperial a fin de
cubrir las necesidades administrativas en tantísimas provincias y naciones. Se le
indicaría a Manco que por ello la influencia de esos "mestizos" se había
desarrollado tanto, pero tal vez por igual las secretas ambiciones que guardaban en
sus pechos. Todo esto constituía un nuevo riesgo para la antigua nobleza cuzco,
creadora del Imperio, dado que por diversas partes se veía a los integrantes de
aquel estamento ejerciendo mandos estatales medios y aun altos, mostrando sus
crecientes anhelos, a veces con gran favor del rey Inca, que los necesitaba.
De todo aquel grueso sector nobiliario semicuzco, el más vigoroso era el de los
príncipes, por ser hijos del monarca. Quizá los maestros que rodeaban a Manco no
se atrevieron a expresárselo con nitidez, pero le dejarían entender que esa prole de
Huaina Cápac y en general los nietos de Túpac Inca Yupanqui constituían el sector
más inestable del Estado Inca, a causa de una ambigua situación. Por un lado
poseían una alta investidura paterna, pero esta condición se hallaba menoscabada
por su exclusión del sistema de panacas del Cuzco, segregación que provocaba
naturales resentimientos y la cual se derivaba, en forma insalvable, del origen
materno provinciano y "extranjero", de distinta nación.
Para mayor complicación social, aquellos príncipes semicuzcos contaban con el
respaldo de sus madres, princesas ricas todas -pero no cuzqueñas- oriundas de los
más diversos lugares del Imperio. Y no era asunto de poco vuelo el de los
semicuzcos, dados los cientos de príncipes que en tal condición habían nacido, que
eran la mayoría de sus propios hermanos. Además, algunos de ellos tenían madres
de mucha presunción, como Atao Huallpa y Paullo Topa.
A los palacios de Anta -donde quizá pasó Manco la mayor parte de su infancia
y juventud- llegarían también maestros para advertirle
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de otros riesgos que cerníanse sobre el aparentemente vigoroso Imperio. Le


hablarían de los yanas, esos servidores que Manco estaba acostumbrado a ver
desde su más tierna infancia. Nunca por ello había reparado en las características
sociales de este grupo, cuyos servicios plenos y vitalicios le parecían naturales.
Jamás le habían dicho, sin embargo, que su número aumentaba sin cesar en todo el
reino, por exigencias de una aristocracia cada vez más encumbrada y por el mismo
progreso de la sociedad, que requería de servidores a tiempo completo, en artes y
tecnologías.
Maestros experimentados le indicarían a Manco que el número de los yanas de
alto rango había crecido peligrosamente en la administración, a causa de la
multiplicación de los yana-curacas. Estos caciques plebeyos y muy dependientes
eran hombres rodeados de privilegios que, como pertenecían de por vida al Inca o
a algún o rejón, traslucían a veces cierto descontento. Muchos constituían un
peligro potencial. Pero, a la vez, la presencia de esos funcionarios plebeyos devenía
inevitablen por el crecimiento desmesurado del Estado Imperial, tema del cual
había oído hablar a otros maestros. No había ya orejones en número suficiente para
asumir tareas en tantísimas y tan distantes y lejanas provincias: los yana-curacas se
habían vuelto un mal necesario; y a veces, incluso, abusaban de la confianza
concedida.
Simultáneamente iba brotando una situación aun más enrevesada. Los amautas
se sintieron-sin duda- en la obligación de comunicársela al joven príncipe, cuya
educación les había sido encomendada. Al fin y al cabo Manco -como ellos lo
reconocían- estaba llamado para altos cargos gracias a su condición social y a su
inteligencia. Debía, por tanto, estudiar hasta las más adversas realidades. El punto
en cuestión se relacionaba con las aspiraciones mayores de los jefes militares de
origen plebeyo. Porque esos yanas, los yana-guerreros, sentíanse cada vez más
poderosos. Algunos provenían de pequeñas noblezas vencidas; otros eran de
extracción popular y habían ascendido exclusivamente con propios méritos. Pero
en todos los casos eran absolutamente dependientes de los grandes señores. No va
demás incidir en que su rol (al igual que con los yana-curacas) había aumentado
rápidamente en los últimos decenios a causa de la expansión gigantesca y veloz del
Imperio. Pues bien, estos yana-guerreros
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tenían en sus manos gran proporción de las armas. Eran los especialistas de la
guerra, los auca camayos de los nuevos tiempos.
Manco debió preguntar por las causas de tal realidad; al inquieto príncipe se le
respondería con palabras sencillas que los aristócratas veían su poderío en peligro;
porque ya no podían tener en sus manos, como antes, todos los mandos castrenses,
sencillamente porque faltaba gente de alcurnia para tantas campañas y
guarniciones, más si se piensa que muchos orejones morían durante las guerras. A
la postre había resultado inevitable recurrir a guerreros cuzcos experimentados,
aunque fuesen plebeyos y aun esclavos, que tal era el status de los yanas. Pero lo
que al principio fue de excepción, pronto se hizo común. De esta suerte -según la
explicación dada-, esos "yanas de guerra" (ex campesinos, ex caciques de bajo nivel,
etc. ) eran quienes en la práctica, tras años de contiendas, habían pasado a controlar
el ejército en varias regiones.
Los maestros terminarían mencionándole a Manco ejemplos concretos y
cercanos: Rumiñahui, de Paruro; Quizquiz y Challcochiina, de Anta; Yucra
Huallpa, del Cuzco. Eran todos yana-Generales. Mas a pesar del boato que
mostraban, no eran hombres de linaje sino gente encumbrada gracias a su coraje y
su inteligencia. Vivían bien, pero seguían siendo yanas. Dependían del Inca. Eran
pertenencia del Inca, pero mandaban directamente miles y miles de yana-soldados
de múltiple origen étnico. Por encargo de sus señores, claro está ¿pero hasta cuándo
resistiría esta subordinación?
En verdad formaban un cuerpo como en Turquía el de los jenízaros o los
mamelucos iniciales. A Manco le aclararían que lo más grave para el Estado
Imperial partía del hecho que esos plebeyos a veces dejaban sentir su deseo de
obtener mayores privilegios y hasta de lograr la ruptura de los lazos de
dependencia que los ataban al Inca o a cualquier gran señor orejón. Esa
servidumbre de por vida que los agobiaba.

LOS DIOSES Y LAS CATASTROFES

Tenía Manco trece años cuando llegaron de la costa noticias sorprendentes;


chasquis informaron a Huáscar, a la sazón gobernador del Cuzco, que los posibles
dioses habían reaparecido, esta vez frente a Tumbes y avanzaban al sur por el mar.
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Era Pizarro. Fueron fugaces sus desembarcos en ese 1528; con algunos de los
trece del Gallo y el carabelín de Bartolomé Ruiz, consumó el descubrimiento de
tierras ricas y pobladas que la soldadesca española ya había bautizado como Perú.
Por la brevedad de esos contactos marinos, Huaina Cápac no tuvo modo de
informarse adecuadamente de la condición divina o humana de los raros seres
ultramarinos.
Manco, con la curiosidad de su edad, escucharía los relatos de quienes repetían
el mensaje tallán de las costas del norte. Las hipótesis eran muchas. Que habían
retornado los hijos de Viracocha. Que eran sus emisarios o criados. Que era el
propio Viracocha con su cortejo. La desbordada imaginación daba cien versiones,
porque la ciencia inca nada podía frente a semejante desafío. Sin duda los extraños
visitantes tenían poderes divinos o quizá mágicos. Traían consigo abundante
alimento para dioses: ese mullu rojizo del norte, y hasta en varios colores (lo cual
no era sino la vulgar chaquira española de vidrio); uno de ellos esgrimía el rayo-
trueno-relámpago (el arcabuz); viajaban en algo que unos calificaban como ''torre
flotante" y otros como "isla que se mueve" (el carabelín); navegaban increíblemente
contra los vientos, las mareas y las corrientes (gracias a la vela latina); tenían un
hacha y otras herramientas y armas muy cortantes (con el hierro). Además, habían
aparecido por el mar de Manta, paraje por donde, precisamente, se marchó
Viracocha con su gran séquito en tiempos inmemoriales de la creación del mundo.
Todo parecía indicar la divinidad de los visitantes. Interrogados los mensajeros
sobre el trato que daban a la gente, decían que se mostraban generosos.
Aseverábase que podían ser dioses. Dioses buenos. Viracocha y su corte. Informes
complementarios aludirían a animales extraños (el gallo, el cerdo); a que vestían
muy cubiertos, como momias (las calzas y otras ropas europeas); que tenían corazas
y armas de plata (confusión con el hierro ligero). Mostraban raras barbas largas.
Huaina Cápac dispuso que se les siguiera el rastro, para reverenciarlos. Pero
nunca los alcanzaron. Ellos bajaron en Tangarará, en Sechura, en Chérrepe, en
Santa y en algunos puntos más. A causa de la movilidad que mostraban, los
funcionarios, jamás lograron ubicarlos.
Y finalmente los supuestos dioses desaparecieron. Por donde habían venido. Por
la ruta marítima de Viracocha. Gran alboroto se produjo en
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las cortes del Cuzco y de Tumebamba. Pero los amautas, los umus y los laicas
(sabios, sacerdotes y hechiceros) fracasaron al intentar respuestas coherentes.
Manco escuchó así, alelado, que Viracocha había retornado otra vez al mundo.
Todavía reinaba la incertidumbre cuando empezó un suceso terrible: la peste. Era a
mediados de 1528.
Los españoles habían traído los virus incubados de la viruela; o llegó por vía de
balseros. El mal empezó a causar estragos horrorosos en la población incásica del
norte. Todos carecían de inmunidad biológica para esa enfermedad nueva, que en
estos casos aparece como una maligna lepra que destroza la cara y partes del
cuerpo y mata casi sin remedio entre calenturas torturantes.
Perecieron cientos de miles. Tal vez más. Muchos se preguntarían en vano si
sería castigo de los dioses. Pero nadie podía responder nada; nadie sabía nada. En
medio de tal incertidumbre creció aun más la religiosidad. Manco asistiría por
entonces a innumerables preces, rogativas y ofrendas. Entretanto iban cayendo en
el norte personajes visibles de la aristocracia, tratados por la peste igual que los
pobres campesinos y pescadores.
Manco fue oyendo cómo, aterrados, contaban su madre y sus deudos, la muerte
del gobernador de Quito y del jefe del ejército Hanancuzco. Rogaría a Viracocha -
junto con todos los suyos- que el mal no llegara hasta el sur.
Finalmente, el propio Huaina Cápac, encerrado entre murallas impenetrables de
piedra, cayó con el mal. Fue en Tumebamba. Pero el Cuzco se salvó. La peste
contuvo su marcha.
A la muerte del Inca Emperador, los Hanancuzcos tumebambinos fueron a
buscar al heredero del trono, Ninan Cuichi, pero éste había también fallecido en la
peste, no lejos. Los estragos habían sido tremendos.
Como consecuencia de los dramáticos acontecimientos, el Imperio afrontó días
acéfalos durante el tercer trimestre de 1528. La imprevista crisis sucesoria creó más
de un conflicto, puesto que varios príncipes cuzcos, hijos de Huaina Cápac, poseían
un alto linaje materno y aspiraron a ceñirse la mascapaicha.
Ocurría que el único vástago vivo de Huaina Cápac en la Coya Imperial era Asa
Pacsi, quien por ser mujer no tenía derecho a la sucesión, a causa de las leyes
patriarcales vigentes en el Incario. Por cierto que
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Manco carecía de mayor opción para el incazgo por cuestión de ancestros, como
sabemos. Otros hermanos, hijos también en pallas cuzqueñas, eran de mayor linaje,
como Huáscar, Cusi Atauchi, Tilca Yupanqui, Túpac Huallpa, Sayri y Atoc Xopa.
Por entonces escucharía en Anta lo que comentaban su madre Mama Runtu y otros
deudos sobre la crisis interna.
Al final, la fugaz acefalía se resolvió cuando los sacerdotes solares del Cuzco se
inclinaron por Huáscar, al fin y al cabo gobernador de la capital del Imperio puesto
por Huaina Cápac. Era un Hanancuzco e hijo de Rahua Ocllo, una de las principales
pallas del difunto emperador. El abolengo de Rahua Ocllo había roto las
incertidumbres. Pero no fue un paso fácil el dado por el clero helíaco en esta grave
coyuntura.
Así, el joven príncipe Manco, atribulado, tuvo que asistir en aquellos días a una
sucesión de acontecimientos. Contempló sin duda las ceremonias del arribo de la
momia de su padre, traída en andas desde Tumebamba y tal vez al desconcertante
matrimonio de ese ilustre cuerpo con Rahua Ocllo, la antigua favorita, a fin de
"legitimar" y favorecer al hijo de ambos: Huáscar, que seguía ejerciendo como
gobernador del Cuzco. Las exequias al difunto emperador, rodeadas de la pompa
imperial, tendrían a Manco entre los concurrentes más señalados, ocasión en la que
pudo conocer a muchísimos de sus hermanos, cuzcos y semicuzcos.
Luego se sucederían episodios como la victimación por Huáscar de importantes
sacerdotes y de otros personajes, y el deterioro de la relación del nuevo rey Inca con
su hermano paterno Atao Huallpa, quien por entonces solamente pedía que se le
dejase al frente de la reducida zona de Quito, una hilacha del Imperio; príncipe,
aquél, hacia quien muchos del Cuzco ya manifestaban recelos, principalmente a
causa de que -por una u otra razón- no se había presentado jamás en la capital
desde su partida; ni siquiera había venido acompañando la momia de Huaina
Cápac, su padre, que tanto lo había amado.
Manco supo luego que, incitado por gente acantonada en el norte, Atao Huallpa
actuaba cada vez con mayor independencia y que hasta ordenó construirse allí unos
espléndidos palacios. Y que mandándoselo el Inca se negó a concurrir al Cuzco,
Huáscar entonces ordenó castigar
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a ese su medio hermano, a quien veía muy inferior a causa de ser la madre una
princesa carangui, de las vecindades de Quito, mediana urbe norteña de los
confines imperiales.
Aprovechando el gran desconcierto reinante, los yana-guerreros del norte del
Imperio decidieron actuar. Hartos de las altas jerarquías aristocráticas de las
panacas, incitaron al príncipe semicuzco Atao Huallpa hacia una revolución
regional, que rompiese lazos con el Cuzco a fin de crear una sociedad que diese un
mayor espacio a estamentos postergados, lo cual sólo podría alcanzarse a expensas
de los inmensos privilegios de la aristocracia imperial.
Promotores de este alzamiento fueron los yana-Generales de la nación cuzco, ya
enaltecidos por Huaina Cápac, a pesar de la baja posición que ocupaban en la
sociedad. Manco oyó de nuevo algunos de los nombres: Quizquiz, Challcochima,
Rumiñahui, Yucra Huallpa, Maila y Chaicari. Cuzqueños pero plebeyos, todos
habían decidido romper el férreo dominio de las panacas imperiales.
Sentimientos también sediciosos, aunque de otra naturaleza, anidaban en el
corazón de muchos nobles medios. A los jefes militares no les resultó complicado
convencer al príncipe semicuzco Atao Huallpa de que tomase una decisión; al fin y
al cabo con él habían sido compañeros de varias campañas. Todo marchó con
presteza.
La relativa autonomía que Atao Huallpa forzó a fines de 1528 habría de ser
rechazada por Huáscar, quien finalmente recurrió al uso de las armas; el usurpador
llegó al extremo de ceñirse en Tumebamba una falsa mascapaicha, proclamándose
rey Inca regional, a lo cual no tenía ningún derecho, ni constituía tradición, según le
explicarían a Manco al pormenorizarle los sorprendentes acontecimientos del
extremo norte. Porque aquel Atao Huallpa -tal como se lo recalcarían sus tíos- no
era sino un cuzco a medias, un hijo de extranjera, ajeno por completo a cualquier
línea dinástica de sucesión; privilegio que solamente las panacas poseían por
intransferible derecho de sangre.
Manco vio salir en 1529 al ejército del príncipe imperial Atoc, quien con sus
orejones venció a Atao Huallpa en la región de Tumebamba y llegó a capturarlo.
Pero luego supo que el insurgente había huido con apoyo local y que, con sus yana-
Generales, preparaba una ofensiva; y que, de inmediato, el rebelde cobró la
revancha, radicalizando luego sus posiciones en Tumebamba, tras matar a Atoc.
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Era la primera vez que un orejón de panaca moría condenado por orden de un
hombre que, como Atao Huallpa, era noble de nivel social mucho menor.
Probablemente el joven Manco no comprendió lo que acaecía: una verdadera
revolución se había iniciado.
Luego Manco oyó a sus mayores que los alzados aspiraban a la formación de un
reino autónomo y distinto en el norte, dentro de un sistema que iría concediendo
mayores libertades a los y anas de alto nivel, bajo el predominio de los príncipes
semicuzcos. Pero esta pretensión, que se reiteró, acabó rechazada del todo en la
capital imperial, pues constituía una auténtica sedición social y la destrucción de la
base de las panacas imperiales; mas, no debieron faltar en el Cuzco numerosos
semicuzcos y sus servidores que secretamente simpatizarían con Atao Huallpa.
Huáscar, sintiéndose amenazado, rodeado, y tal vez víctima de una paranoia,
viendo enemigos por todas partes, exageró la represión y probablemente
contribuyó, sin querer, a desintegrar su poder, atacando y persiguiendo a muchos
de su entorno, incluso a deudos cercanos. Pero también era cierto que la revolución
había empezado a propagarse. El problema regional segregacionista de Quito
amenazaba cubrir todo el imperio, merced a la actitud esquiva frente a Huáscar de
muchos caciques no cuzqueños de diversas comarcas.
Tras la paz de Cusibamba, que duró tres meses, se reiniciaron las hostilidades.
Fue una sucesión de catastróficas derrotas para el ejército imperial, no obstante el
heroísmo de la élite orejona; todas aquellas batallas fueron muy sangrientas y la de
Yanamarca resultó una matanza que duró tres días. Manco asistiría en el Cuzco a
los honores rendidos a los capitanes caídos en las renovadas campañas.
Seguramente el príncipe preguntó sobre la causa de la serie de triunfos casi
ininterrumpidos de las huestes de Atao Huallpa; porque le resultaría inexplicable
que las poderosas huestes imperiales fuesen continuamente derrotadas en una
decena de batallas por una tropa regional, sin comando de orejones cuzcos y
dirigida más bien por despreciados plebeyos levantiscos. Pues bien, se le
respondería a los amautas que era obra de los yana-guerreros. Porque si, en
general, sólo en algunas áreas los yanas habían roto con sus señores, constituía un
hecho innegable que en el norte el sector de los yana-guerreros había dejado del
todo la obediencia. Rebelándose contra el Cuzco -tras matar a los aristócratas de
panaca- pasaron ellos a tomar los cargos importantes
MANCO INCA 19

del ejército rebelde. Y esos ex esclavos de guerra eran, por razón de trabajo, los
mejores expertos en pelear, los encargados del oficio de la guerra, los "oficiales" de
las artes bélicas. Ellos eran pues, los autores de las victorias ataohualpistas.
Y expresarían también a Manco que si algunos orejones rapados de
Tumebamba, por ambiciones bastardas, despecho o frustración, habían apoyado
inicialmente la rebelión en 1529, éstos ya se estaban apartando de Atao Huallpa.
Poquísimos de ellos quedaban en el entorno del audaz semicuzco sublevado.
Pero tal vez no se atrevieron todavía a decirle que era demasiado tarde para
frenar la revolución; que la sedición cubría casi todo el Chin
chaysuyu, la más importante región. Pero sí tuvieron que explicarle que el gesto de
Atao Huallpa de coronarse, era el símbolo de una guerra iniciada contra todos los
linajes cuzqueños puros, los de las panacas, cuyo exterminio regional proclamaba
Atao Huallpa, insinuando un reparto de los cuantiosos bienes acumulados. Se le
diría, asimismo, que la sublevación iba siendo un éxito a causa de la insurgencia de
diversas tierras del Imperio al amparo de muchos de los cientos de hermanos
semicuzcos de Atao Huallpa, y también por la colaboración de otros "mestizos"
semicuzcos (hijos de Apus, de Tocricocs, de Hunus, en princesas provincianas).
Quizá algún consejero más allegado al joven príncipe pudo hablarle de otro
problema igualmente delicado: varias naciones del norte habían proclamado su
autonomía (huancahuilcas, chachapoyas, agua- runas, etc. ), aprovechando la
sublevación ataohualpista y la subsiguiente guerra civil provocada por la
revolución. Precisarían que lo más grave era el sesgo antipanaca y anticuzqueño
que en varias áreas venía cobrando el alzamiento, convertido ya en una revolución
social; y que podría propagarse a otras regiones.
En sus proclamas Atao Huallpa hablaba de "arrasar el Cuzco", conforme
anotaría Juan de Betanzos. El príncipe semicuzco rebelado ordenó por entonces
nuevos ataques militares.
En este trance (1531) fue que se supo de la sorpresiva reaparición de los
extraños seres (¿dioses? ) que habían llegado a las costas del Imperio en 1528. El
Cuzco se estremeció de esperanza, pero Atao Huallpa no se inmutó; siguió
adelante con la guerra, y empezó una nueva ofensiva. Nunca, además, había sido
hombre muy creyente.
20 JUAN JOSE VEGA

La ofensiva dio sus frutos y así Atao Huallpa alcanzó renovados triunfos.
Siguió perdiendo la contienda el ejército que Miguel Cabello Valboa llama "de
los orejones", esto es, de la nobleza cuzqueña.
Entre tanto, precautoriamente, el Inca semicuzco alzado envió sus espías a la
costa "a ver que gente era" la que otra vez venía. Ellos le garantizaron que los
indefinibles visitantes eran humanos, que no eran dioses. Además de datos
sueltos, más o menos probatorios, los habían oído gritar de dolor con unas
verrugas en Coaque y también los habían visto morir. Entonces,
despectivamente, los ataohualpistas los calificaron de "sungasapas", vale decir
barbudos, en quechua, nombre que, entre bromas, se impuso en la Corte de
Tumebamba. Pero hubo más información: los espías llegaron a decir que los
intrusos eran una partida de ladrones y de ociosos, quizá fragmento de alguna
bárbara tribu nómada; que asimismo carecían de mujeres y que no poseían
arcos ni flechas; pero que los caballos eran sí, de temer. En todo caso lo que les
daba confianza era el número escaso de "barbudos" y de las raras bestias.
Maltrechos, los españoles de Pizarro avanzaron ocupando la isla de Lapuná,
frente a Guayaquil. Luego Tumbes y Piura. Entre tanto en el Cuzco se
propagaba otra vez, y muy fervorosamente, la versión de que los nuevamente
aparecidos visitantes del norte lejano eran enviados de Viracocha. Y que por
ello tendrían que favorecer a la dinastía Hanancuzco. Hay que advertir que, con
las distancias, carecían de noticias directas. Huáscar incluso llegó a enviar una
misión secreta a Tangarará, según varios informantes (Zárate, Guamán Poma,
etc. ), la que habría retornado deslumbrada por los sedicentes "viracochas". Y el
hecho fue, efectivamente, que Pizarro partió hacia Cajamarca anunciando que
iba a apoyar a Huáscar "el señor natural de estos reinos".
Manco vibraría de fe, junto a todos los suyos. La creencia en la divinidad de
los siempre extraños visitantes se acrecentó esta vez con otros factores tan
aparentemente inexplicables, como los de 1528: traían nuevos animales
(caballos y perros, grandes y bravos); por otro lado, no se contagiaban de
viruelas, leían el pensamiento (la lectura) y no dormían (las rondas nocturnas).
Por estas razones varios huascaristas del norte (sobrevivientes de las
matanzas ordenadas por Atao Huallpa) apoyaron a "los viracochas", así como
también lo hicieron caciques de etnias vencidas por los Incas
MANCO INCA 21

pocos decenios atrás, o rencorosos con Atao Huallpa a causa de recientes levas
y confiscaciones castrenses.
Por su lado, las panacas del Cuzco defendían sus fueros; profundizando la
actitud de amparar con las armas sus privilegios, pidieron al propio Huáscar
que asumiese la conducción de las operaciones. Lo hizo, alentado por las gratas
noticias de Piura. Triunfó en Chontacaxas, pero pronto acabó vencido y
capturado; fue el golpe final a la nobleza cuzqueña. El Cuzco terminó ocupado
por las tropas ataohualpistas.
Los jefes revolucionarios vencedores eran -como sabemos- de la etnia cuzco:
Quizquiz, Challcochima, Yucra Huallpa y otros. Manco recordaba a algunos,
porque eran de Jaquijaguana, junto a Anta, lar materno; sabía que eran hombres
del pueblo, plebeyos, yanas, ex esclavos; esos yanas también solían ser hijos de
caciques doblegados. Percibía que la situación política se había alterado
radicalmente.
Manco oiría las acongojadas opiniones de sus mayores, que temían lo peor,
porque se sabía que las intenciones de esos jefes militares sublevados eran las
de acabar con las panacas, fuesen de los Hanan o de los minoritarios Hurin.
Preces y rogativas a Viracocha se elevaron entonces, desesperadamente,
pidiendo libertad para Huáscar y justicia para la causa de la dinastía
Hanancuzco. Y como si realmente los dioses se hubieran confabulado para
engañar del todo a los cuzcos, se produjo en esos días un aparente "milagro".
Atao Huallpa, el omnipotente vencedor, el que parecía el dueño del mundo,
el invencible Inca autocoronado, cayó prisionero fácilmente en Cajamarca el 16
de noviembre de 1532. Lo consiguieron aquellos de quienes se sospechaba que
eran emisarios de Viracocha. Desde aquel momento se afianzó, por cierto, tal
creencia en el Cuzco, aun más que antes. Aquel mismo día el ejército norteño
del falso Inca también quedó deshecho.
Manco y los suyos, muy en reserva festejarían el suceso, ai igual que los
demás Hanan, aprovechando el momentáneo desconcierto de los yana-
Generales ataohualpistas ocupantes del Cuzco, para quienes el goce de la
victoria en la guerra civil había durado apenas unos cuantos días.
Pero el respiro de los Hanancuzco duró poco. A fines de diciembre llegaba
Cuxi Yupanqui a la capital imperial enviado especialmente por
22 JUAN JOSE VEGA

Atao Huallpa, con encargo de eliminar a las panacas. Ordenó a Challcochima y a


Quizquiz el exterminio; primero, de más de mil descendientes de Túpac Inca
Yupanqui, el más odiado de todos los linajes incaicos, junto con incontable número
de sus servidores yanas. A Huáscar se le mató los casi noventa hijos que se logró
ubicar en el Cuzco y los alrededores, así como a sus favoritas; se liquidó luego a
todas las que habían sido sus mujeres, abriéndoles el vientre. No se perdonó ni a los
niños ni a los ancianos. Muchísimos Hanan se suicidaron para evitar la humillación
de verse ajusticiados por sus ex esclavos y sus ex siervos. Y la represión cubrió por
igual a losHurin.
En verdad, lo que buscaba Atao Huallpa era "la destrucción de toda la sangre
real", como apuntó Garcilaso. Guarnan Poma no vaciló en registrar que Atao
Huallpa "mató en el Cuzco a todos sus linajes incas, auquiconas y ñustaconas, hasta
las preñadas". Pero algunos nobles alcanzaron a evadirse y entre ellos se halló
Manco, quien, sin embargo, había sufrido ya vejámenes a manos de los yanas,
aunque no sabemos de qué tipo.
Entre las víctimas femeninas de la masacre dispuesta por Cuxi Yupanqui -
cientos de pallas y ñustas- estuvo al parecer Mama Runtu, la madre de nuestro
protagonista, pues jamás se volvió a tener de ella ninguna referencia.
Manco fue a guarecerse al Antisuyu por la vía de Huayllabamba. Desde algún
refugio en las selvas altas de Vilcabamba, se enteraría luego de la cruel eliminación
de Huáscar Inca y de toda la familia imperial por orden del apresado Atao Huallpa,
suceso ocurrido en la lejana Andamarca, dos meses después de las masacres del
Cuzco. Pero también trascendería la desazón del Sumo Sacerdote Solar, Vila Orna
ante todos estos acontecimientos, que lo alejaron definitivamente de la causa de
Atao Huallpa. Porque éste resultaba responsable, por cuanto seguía mandando
desde su cautiverio en Cajamarca, con hábil tolerancia española, ya que sus órdenes
dividían más a "los indios".
Luego se supo en el Cuzco la ejecución de Atao Huallpa, ocurrida el 26 de julio
de 1533; hecho que se vio como un fausto suceso entre los sobrevivientes de los
raleados linajes cuzqueños perseguidos; y hubo secreto júbilo, aunque en la misma
capital nadie pudo expresar sus sentimientos, por cuanto ella seguía bajo la
ocupación militar de los
MANCO INCA 23

yana-guerreros enemigos: chachapoyas, caranguis, y de otras naciones, por cierto


entre ellos cuzcos sublevados contra su propia aristocracia; plebeyos todos éstos a
quienes nada de lo ocurrido conmovía, comandados siempre por Quizquiz, quien
en el caos se había convertido en Sinchi, amparado en sus tropas.
En sus mismos reductos, aguardando la hora de la venganza, Manco debió
informarse luego de cómo un sector de la nobleza cuzqueña había coronado en
Cajamarca a un hermano de padre, Túpac Huallpa; era casi un niño, pero tras las
masacres atahualpistas había quedado como el príncipe de mayor alcurnia
(coronación que, obvio es señalarlo, se vio con alborozo por los españoles porque
consolidaba la escisión indígena). Y también a los dos meses se informaría de la
muerte de este Inca en Jauja, envenenado al parecer por el yana-General
Challcochima, quien venía cautivo en el séquito de los viracochas.
Los supuestos emisarios del dios continuaron su marcha al Cuzco, siempre
proclamando la restauración de la legítima dinastía de los Hanan. No sin orgullo
Manco se enteraría por esos días de un hecho trascendental: el influyente hermano
de Huaina Cápac, el orejón Tísoc Inca, consultando a los restos de la nobleza de
panacas, lo había escogido para el incazgo por encima de los pocos príncipes
cuzqueños que sobrevivían. Las matanzas dispuestas por Atao Huallpa,
eliminando a los jóvenes de mayor linaje, lo habían colocado a la cabeza de la aris-
tocracia imperial, al perecer Túpac Huallpa. Así lo había expresado Tísoc Inca en la
asamblea nobiliaria de los cuzcos en Jauja, en los inicios de octubre de 1533,
respaldándolo en esto los demás orejones presentes y ante "los emisarios de
Viracocha". Manco era, pues, el auqui a quien los Hanancuzcos y los cuzcos en
general debían acatar en la línea de sucesión de Huáscar, dado el mayor linaje que,
sin pretenderlo, había llegado a ostentar. Conseguida la aquiescencia de los
"mensajeros divinales", Tísoc fue a buscar al príncipe en su refugio adentro de
Huayllabamba.
Mientras se trataba el caso, Manco, Tísoc y otros nobles cuzcos se informaron de
que los yana-guerreros sublevados, esta vez bajo Maila, habían peleado bien en
Vilcashuamán contra "los emisarios de Viracocha" y que, por su lado, el bravo
Quizquiz se aprestaba a defender el Cuzco, tanto de los odiados Hanancuzco como
de sus barbados favo
24 JUAN JOSE VEGA

recedores. Sin duda esos yanas rebeldes ya conocían mejor las nuevas armas que
esgrimían los sedicentes interventores divinos, a los que los yana-Generales seguían
viendo como un tropel de raros y poderosos bandidos de barbas.
Los yanas se hallaban, pues, lejos de retomar al acatamiento de las panacas. La
muerte de Atao Huallpa no había menguado sus ímpetus ni sus odios sociales;
tampoco se habían desalentado por el repliegue de casi todos los príncipes
semicuzcos, promotores y cómplices del alzamiento de 1529, ya reincorporados a la
obediencia a las panacas cuzqueñas; y menos había deprimido a tales yanas
rebeldes la irrupción y avance de los negados mensajeros de Viracocha, a quienes
despectivamente seguían llamando sungasapas.
Radicalmente opuesta seguía siendo la convicción de los Hanancuzco. Estos
loaban la divina violencia de los "emisarios de Viracocha" desatada sobre los yanas
insurrectos. Por ello, sopesando los acontecimientos, Manco, Tísoc, y demás
Hanancuzco sobrevivientes salieron de Huayllabamba con rumbo a Jaquijaguana.
Aproximándose, se noticiaron de que "el desvergonzado" Quizquiz acababa de dar
una cruda batalla en Vilcaconga, matando a cinco de los de Viracocha e hiriendo a
muchos. Entre tanto, habían desertado del bando de Quizquiz los yana-guerreros
cañaris y chachapoyas de la región.
Todo esto apresuró los pasos de los Hanancuzco. Y fue en Jaquijaguana que su
conductor, el joven Manco (engañado por su propia religión y por la ficción
española), rindió pleitesía como todos los cuzcos de la nobleza, al máximo dios
Viracocha en las personas de sus fingidos hijos y emisarios. Era su agradecimiento
al auxilio, supuestamente divino, que la deidad más alta otorgaba a la legítima
dinastía imperial. Las oraciones a Viracocha y las impetraciones habían sido
escuchadas: El Cuzco se salvaría: los nobles semicuzqueños y los esclavos no llega-
rían al poder, gracias a los designios del dios máximo.
Y así, en medio de la esperanza de las panacas cuzqueñas -de sus sobrevivientes
mejor dicho-, Manco creyó confirmar la buena voluntad del dios y de sus enviados.
Tan asombrado de los "viracochas" como Moctezuma estuvo de los "teúles"
(dioses) entre los aztecas, Manco reiteraría su adoración a la máxima divinidad, que
(así creía; todos los cuzcos lo creían) tanta ayuda le había otorgado enviando a sus
emisarios a fin de eliminar al usur
MANCO INCA 25

pador Atao Huallpa, y que le seguía dando auxilio para aplastar a los yanas
rebeldes, a esos ex esclavos de guerra que bajo su yana-General Quizquiz seguían
negándose a acatar a la verdadera nobleza; no obstante estar ya muerto al
conductor de los semicuzcos, Atao Huallpa, y pese a hallarse dispersos o vueltos al
orden casi todos los nobles semicuzcos, que habían sido de los que dieron inicio a
la revuelta social que acababa de destruir gran parte de los basamentos de la
aristocracia y del Imperio mismo.
Pizarro captó bien el momento. Perfeccionando su rol de divino interventor, le
dijo al joven príncipe ese mismo día "señor Manco Inca. Os traigo preso a vuestro
enemigo capital Challcochima. Véis lo que mandáis que se haga de él". "Mi padre
como lo vio, mandó que fuese quemado", contaría más tarde Titu Cusi Yupanqui.
Así ocurrió, en efecto, al no poder contener Manco la ira de ver ante sí a un
causante de la muerte de su madre, la princesa Mama Runtu, masacrada al lado de
tantos aristócratas tras la toma del Cuzco un año atrás apenas; acción en la cual
habían tenido rol tan protagónico hombres como el que tenía en sus manos. Debió
recordar en aquel momento la masacre de sus hermanos y de sus tíos y la
destrucción de las momias más venerables; él mismo había sido objeto de
humillaciones por parte de los entonces triunfantes yana-guerreros, que por unos
días parecieron dueños del mundo.
Muy profundo era el odio que separaba a los principales bandos incaicos en
pugna, esto es, a los aristócratas imperiales de los yana-guerreros. Y así
Challcochima, notable soldado por otra parte, murió sin clamar perdón ni buscar
reconciliación con la nobleza a la cual Manco representaba; al contrario, invocó a
gritos a Quizquiz, gran caudillo de yana-guerreros, a que siguiera en la brega,
sabiendo que esa noche algunos de ellos andaban cerca de Jaquijaguana,
observando cautelosamente cuanto acaecía.
A ojos de Manco, la decisión de Pizarro de entregar a Challcochima pareció
confirmar la voluntad de Viracocha de apoyar a los Hanancuzco. Juntos entonces,
Manco y Pizarro prosiguieron su avance hacia el sur. La acogida al Inca resultó
multitudinaria. "Fue tanta la gente que salía a vemos que los campos estaban
cubiertos", recordaría Pedro Pizarro de aquella jornada. Cristóbal de Molina habría
de anotar que toda la gente de la tierra salía de paz a los españoles y les favorecían
26 JUAN JOSE VEGA

contra aquella gente de guerra de Atao Huallpa, porque los tenían en gran
odio”.
Para entonces habíanse juntado ya todas las fuerzas españolas (los presuntos
emisarios de Viracocha) con los pequeños contingentes aportados por Manco y
los numerosos pero heterogéneos grupos de guerreros indígenas de naciones
enemigas de los Incas, que obedecían directamente a Pizarro, huancas sobre
todo. Quizquiz salió a enfrentarlos en Anta, junto a Paucarpata, donde se
libraría una furiosa batalla; luego de ella, Manco vio cómo se incendiaba parte
del Cuzco. Poco después él y todos los de su séquito entraron a la capital en
medio de las aclamaciones de la multitud de cuzcos y de otras naciones que
veían en Quizquiz un enemigo. Manco, desde su litera, contemplaría gozoso lo
que creía el restablecimiento pleno y eterno del dominio de la legítima dinastía
imperial, que él representaba. Pizarro, cabalgando a su lado, disimularía una
sonrisa. Al llegar al Coricancha, Manco se descalzó. Luego, ya solo, se
prosternaría ante el Sol. La ciudad se llenó de preces y de cánticos.
El Cuzco en esas horas resultaba a la vez liberado y conquistado; pero en
este doble escenario político-religioso solamente los españoles sabían lo que
realmente estaba sucediendo. Los demás, poco o nada podían entender del
proceso que se desenvolvía.
A los pocos días Manco partió en campaña contra Quizquiz llevando
algunos miles de guerreros cuzcos escogidos. También fueron con él dos de los
supuestos emisarios de Viracocha, Almagro y Soto, con unos setenta hombres;
el joven monarca alcanzó las victorias de Capi y Tambobamba sobre aquel
sublevado yana-General que, a pesar de toda la crisis que agobiaba al Imperio,
continuaba negándose a reconocer la autoridad de las panacas y de los
Hanancuzco; más bien trató él, aunque inútilmente, de pactar otra vez con un
príncipe semicuzco, Paullo Topa. Pero éste carecía de la fibra de Atao Huallpa.
Manco decidió luego retomar al Cuzco. En ese mismo diciembre, se-
guramente cuando el sagrado solsticio, al recibir el "plumaje blanco" fue
coronado por toda la nobleza Hanancuzco sobreviviente, en presencia de
Pizarro y de los demás españoles, en compañía de las momias ilustres que
habían salvado de las hogueras subversivas de Cuxi Yu- panqui, Quizquiz y
Challcochima.
Hubo entonces prolongados festejos de los cuzco, inacabables ce
MANCO INCA 27

remonias en la plaza de Haucaypata. Finalizadas estas fiestas y sus ritos,


Manco, aguijoneado por los remanentes de la vieja nobleza cuzqueña, no se dio
por satisfecho con las derrotas recientes de los yana-Generales enemigos.
Decidió, así, perseguir a "aquel traidor del Quizquiz", como lo llamaban los
príncipes imperiales incaicos. Juró no detenerse hasta matarlo. Para ello
convocó a cinco mil guerreros cuzcos.
En esta nueva campaña Manco, hostilizando a sus enemigos, llegaría hasta
el río Pampas, desde donde dio la vuelta, encomendando al "viracocha"
Hernando de Soto la continuación de la campaña, para lo cual le dejó varios
miles de soldados dirigidos por Paullo Topa. Soto y Paullo habrían de infligir
en Mariacaya una seria derrota a Quizquiz quien se encontraba debilitado por
la guerra de los huancas en las batallas de Yacusmayo y Jauja y la de los
táramas, amén de encuentros menores.
Al tiempo que Quizquiz se replegaba más al norte, hacia la región de los
conchucos y los huambos, Manco, en la antigua capital imperial, asistía a una
ceremonia que se le explicaría poco y mal: la fundación española de la ciudad
de Santiago del Cuzco, el 23 de marzo de 1534. Aquel día el joven rey actuó con
la misma ingenuidad aborigen que había mostrado el 25 de diciembre cuando,
a pedido de Pizarro, al levantar dos veces una hermosa bandera multicolor,
incorporó formalmente su Imperio al de Carlos V, sin sospechar siquiera la
significación del acto ni la existencia de aquel emperador europeo.
Manco se ocuparía desde entonces en restaurar el destrozado Imperio,
nombrando a orejones Hanancuzcos en los cargos más importantes. Aún no
sospechaba el doble juego que se venía desarrollando a sus espaldas. Estaba
seguro, como todos los de su casta, que los emisarios de Viracocha se retirarían
del país apenas culminada la "misión divinal" de ayudarlo a destruir a los
renegados yanas de guerra y a etnias sublevadas, que todavía resistían en el
norte del Imperio, bajo los estandartes de Quizquiz y de Rumiñahui.
En tal entendimiento, marchó con Pizarro al valle del Mantaro; pero lo que
el jefe español deseaba era proceder a la fundación de una ciudad que fuese la
capital del Perú; y no sabemos qué versión se le daría al monarca indio de este
nuevo acto poblacional, que contradecía en principio las suposiciones sobre la
pronta partida de "los viracochas".
28 JUAN JOSE VEGA

Quizá, por entonces, empezaron ya algunos recelos entre los Hanancuzco. Algo se
debieron deteriorar las relaciones entre los capitanes españoles y el Inca, porque
cuando éste preparó en Jauja una gran partida de caza en homenaje a sus
huéspedes, Pizarro y sus hombres asistieron armados, temiendo que "la cacería no
fuese con ellos", como habría de narrarlo uno de los que allí estuvieron. Un poco
antes, el 25 de abril, se había realizado la fundación española de Jauja, no sabemos
si en el mismo sitio del asentamiento del año anterior; debió ser acto muy
concurrido gracias a los numerosos caciques huanca proespañoles de la comarca,
los que sin embargo no verían con buenos ojos tener muy cerca a tan ávidos aliados
o tan depredadores semidioses.
Por aquellos días ya todos los indicios conducían a la conclusión de que "los
viracochas" podrían quedarse; y entre cuzcos de la nobleza baja empezaban a
multiplicarse las quejas, por ciertos abusos que les resultaban incomprensibles.
Quizá surgió por esos meses la idea de que Pizarro y los suyos pudiesen haber
sido enviados por Taguapica, el hijo malo de Viracocha, el hijo destructor.
Mas si así era, igualmente gozaban de un mandato divino. Y eran de temer. Pero
lo que más apegaba a Manco a la creencia en la misión divina de Pizarro y los suyos
era que continuaban respetando a los Hanancuzco de la más elevada jerarquía.
A Manco poco le importaban los ataques españoles a las noblezas indígenas que
eran enemigas; o contra pueblos o sectores que siempre habían sido contendores de
la aristocracia imperial cuzqueña. Sin embargo, por entonces, empezaron algunos
desmanes contra los Hanancuzco. En la propia capital imperial varios españoles,
desacatando ordenanzas de Pizarro, procedieron a saquear a ciertos indios nobles
y, como Villa Oma protestase, se le apresó, a pesar de su jerarquía de Sumo
Sacerdote. Manco debió asombrarse de lo ocurrido y quizá fue entonces que
empezó a dudar de la identidad divina de los supuestos emisarios de Viracocha.
Pero sus vacilaciones se habrían disipado pronto porque Pizarro, con sagacidad
política, ordenó que se restituyera lo robado y se liberara al pontífice; todo lo cual
no fue sencillo pero se logró. Por ese tiempo Manco retornaría al Cuzco para
contribuir a la solución de los proble
MANCO INCA 29

mas surgidos por obra de españoles torpes, que no reparaban en que la vinculación
sólida con Manco y la nobleza cuzqueña era fundamental para su propia
supervivencia en el Perú; por lo menos mientras subsistiesen los restos del ejército
que había sido de Átao Huallpa y que empecinados yanas de guerra se empeñaban
en sostener en pie, combatiendo.
Precisamente, cuando Pedro de Alvarado desembarcó en el norte del
desgarrado Imperio con sus quinientos españoles, más doscientos negros y cuatro
mil auxiliares guatemalas, seguramente se le dio al Inca la versión de que todos
ellos venían para reconquistarle Tumebamba y Quito, donde otro valeroso esclavo
de guerra, el yana-General cuzqueño Rumiñahui, se había atrincherado,
proclamándose Sinchi, al igual que Quizquiz en el sur. Pero a Manco debió de
acrecentársele la incertidumbre dada la magnitud de esa incursión.
Luego las dudas y los desencantos fueron acentuándose y el Sumo Sacerdote
contribuiría seguramente a un esclarecimiento de cuanto sucedía. Mas el criterio de
Manco empezó a variar con rapidez recién con el retomo al Cuzco de un hombre
que regresaba de las guerras del norte: Felipe Guancavilca, más conocido por los
españoles como Felipillo.
Acabadas las negociaciones con el intruso español Pedro de Alvarado (que tuvo
que vender flota y ejército), se produjo la fundación de Lima el 18 de enero de 1535;
el hecho debió mortificar al joven monarca aborigen, quien no hallaría explicación
para el afincamiento de lo que algunos cuzcos ya empezaban a ver como una
nueva llacta (ciudad) poblada con raros mitimaes de ultramar, que se estaban
comportando como aucas (enemigos), porque así se lo dirían algunos indios a
Manco. Hombres comunes debían ser en realidad los seres de las barbas que cada
vez aumentaban más en número y en abusos. ¿Podía acaso haber tantos "hijos" o
"emisarios" de Viracocha?, se preguntarían otros orejones, también desconfiando.
¿O eran en realidad sajras (demonios)?¿0 tal vez -como se rumoreaba- serían
descendientes de Taguapica, el hijo malvado de Viracocha, famoso por destructor?
Gran confusión reinaba en los ambientes indígenas.
En cualquier forma, al subir Almagro de Lima al Cuzco, llevó consigo su grueso
ejército y entre sus servidores al intérprete Felipillo. Fue entonces, en febrero, que
creció la vinculación entre el monarca y
30 JUAN JOSE VEGA

el traductor; la cual hasta entonces sólo superficialmente habían trabado. Aquel


Felipe, hombre que conocía como nadie a los españoles -estuvo en España
inclusive- sería el primero en abrirle los ojos al Inca. Y obraría con cautela, porque
un bajo plebeyo provinciano no podría tampoco, de improviso, revelar a un rey
sagrado todo el engaño en que se hallaba.
Este acercamiento fue de la más alta trascendencia. Felipe Guancavilca ya había
dejado atrás su irracional odio general a las noblezas incaicas (nacido del hecho
que, al fin y al cabo, Atao Huallpa había sojuzgado y maltratado a los guancavilcas,
patria del intérprete, al parecer). Manco empezaba por su lado, a abandonar su
cerrada altivez aristocrática. Empezaba a escuchar con interés -quizá sin
demostrarlo mucho- a ese hombre, que en su juventud fuera apenas un modesto
remero de balsas en lejana provincia litoral de los límites tropicales y norteños del
Imperio, pero que le llevaba harta ventaja en el conocimiento del extraño mundo de
los que hasta entonces se creía gente enviada por Viracocha.
Felipe Guancavilca, como tantos plebeyos y campesinos triturados por la
agresión europea, había llegado a concluir que un dominio incaico morigerado
resultaría mucho mejor que aquello que ya se veía venir bajo los nuevos dueños de
la tierra.
El Cuzco de aquellos meses de mediados de 1535 era una metrópoli llena de
tensiones, con un Manco progresivamente disminuido, buscando en vano el
asentamiento de su poder real, haciendo crecer en su pecho el odio a los
conquistadores y enfrentando, a la par, ambiciones de uno que otro príncipe de
panaca dispuesto a ganarse la simpatía de los vencedores. En éstos igualmente
bullía la división, entre quienes alineaban con los Pizarro y los que preferían
sostener a Almagro, que solía ser pródigo, lo cual le atraía amigos o por lo menos
partidarios en cualquier ambiente.
Manco prefirió una vinculación con el almagrismo, porque percibía que el clan
Pizarro constituía el enemigo principal, por gozar, como grupo, de la mayor parte
de las encomiendas y, además, las mejores. También por el trato poco amistoso que
solían darle los Pizarro, desde que fueron eliminados los ejércitos de Quizquiz y de
Rumiñahui. Los Pizarro, según parece, se inclinaban por la destitución o
eliminación de Manco, para colocar la mascapaicha a otro hijo de Huaina Cápac, un
MANCO INCA 31

joven príncipe cuzco, hijo también de palla cuzqueña, llamado Atoc Xopa.
Esta situación, entre reyertas y amenazas, llevó al Inca más cerca de Almagro.
Pensemos que carecía hasta de una insignificante escolta. Ya en las vísperas de lo
que pudo ser su asesinato, una noche tuvo que irse "secretamente a la posada del
Adelantado" y allí, el rival de los Pizarro le dio su respaldo, concediéndole como
virtual guardaespaldas a Martincote, que era uno de los más valientes españoles
del Perú, según unánime criterio. Al final, desarrollándose el plan pizarrista para la
liquidación de Manco (o creyéndolo éste así), prefirió adelantarse y mediante algún
acuerdo con Almagro consiguió que dos o tres españoles mataran a puñaladas a su
rival (solución común en infinidad de pueblos del mundo en estado histórico
similar al incaico). En la victimación del posible contendor indígena actuó también,
según afirman algunos, el príncipe semicuzco Paullo Topa, por entonces todavía
muy partidario de Manco, su hermano de padre.
Desde entonces los lazos de Manco y el almagrismo se fortalecieron, al amparo
de varios españoles de este bando. El Inca, en el entretanto, fue comprobando, cada
vez más, que los Pizarro representaban el poder imperial español y una autoridad
plena. Por su lado, Felipe Guancavilca le seguiría dando cuenta cabal de lo que
sabía y Manco oiría, maravillado, la versión de todo lo que ese faraute había visto
al lado de los conquistadores desde 1528, en las costas del Imperio de los Incas, en
Panamá y en la misma España.
Poco a poco Felipe Guancavilca se volvió el más valioso consultor del Inca;
porque éste comprendió que nadie como él conocía la sociedad española y,
además, no se podía dudar de su alineación contra los invasores. Era un patriota y
un conspirador, por lo menos desde mediados del año anterior (1534), cuando
intrigó para que se enfrentaran Almagro y Pedro de Alvarado; batalla que se evitó
gracias a la sagacidad del primero en los campos de Liribamba (Riobamba).
Finalmente, su conocimiento del castellano lo volvía insustituible y le hacía
alternar entre el palacio de Manco y las residencias de los almagristas más visibles.
Felipe Guancavilca era todo un personaje, aunque no ostentase posición en ningún
sitio, salvo el puesto menor de intérprete, a través del cual, sin embargo, se hallaba
al tanto de todo.
Pronto nació la conspiración Hanancuzco. La idea sustancial era la
32 JUAN JOSE VEGA

de dividir a los españoles, que eran muchos, considerando el nivel del


armamento incaico. Los conjurados, entonces, empezaron a difundir la especie
de que al extremo sur del Imperio (Chile) abundaban tesoros y riquezas:
Almagro mordería este anzuelo.
Pero el desencanto del Inca sobre los españoles (no eran enviados del dios
Viracocha, sino de Supay, el demonio) se había producido en medio de
tensiones entre los bandos ibéricos; pizarristas y almagristas estuvieron así al
filo de una guerra civil en aquel 1535. Para calmar los ánimos subió desde Lima
el propio gobernador Pizarro, quien hizo las paces con su antiguo socio
Almagro. El 12 de junio se prometieron amistad eterna y hasta comulgaron de
una misma hostia.
Como Almagro se comprometía a partir rumbo a Chile, Pizarro optó por
dejar el Cuzco y retornar a Lima, lo cual hizo en jomadas espaciosas.
A fin de apoderarse de los supuestos tesoros chilenos, Almagro solicitó
entonces a Manco dos hombres de plena confianza para que lo acompañasen en
la expedición. Como tal solicitud encuadraba en el proyecto insurreccional, el
Inca accedió. Incluso le dio tres. Fueron sus hermanos de padre Villa Orna y
Paullo Topa; y Felipe Guancaviica.
Avanzando los preparativos para la incursión sobre Chile, Villa Orna y
Paullo Topa ratificaron sin duda el compromiso de alzarse. Sabemos que "Villa
Orna dejó concertado con Manco, a quien mucho amaban y respetaban los
indios, el levantamiento para cobrar la libertad de aquel Imperio que ya no
mantenía sino una pequeña figura de su antigua grandeza".
Los tres personajes indios se hallaban concertados en la conjura. Aún no se
habían fijado fechas (e iba a transcurrir todavía un año para que se
desencadenara el vendaval indígena), por lo que Manco fijaría un servicio de
chasquis secretos permanente, sobre todo para informar de la decisiva reunión
que debía efectuar con la gente de la mayor alcurnia de los cuzco, los orejones
Hanancuzco.
En estas condiciones partieron aquellos tres confabulados, como avanzada
almagrista, a fin de preparar el desplazamiento de las numerosas columnas
españolas, que marcharían escalonadamente. Así, espaciadas, dada la pobreza
general del Collasuyo que en sus tramos iniciales era todo puna y páramo. La
partida de Villa Orna debió verificarse promediando junio de aquel mismo año
de 1535.
MANCO INCA ___________________________________________________________ 33

Almagro habría de salir el 3 de julio, siguiendo a una gruesa vanguardia que


lo precedió. Todo indica que en los días anteriores dialogó con Manco; éste
quizá vio poco segura su vida y prefirió organizar fuera del Cuzco la planeada
reunión con la nobleza Hanancuzco, para lo que pidió astutamente a Almagro
que le permitiera acompañarlo. Pero no está claro si se tomó tal decisión, para
lo cual Manco le habría ofrecido un tesoro.
En todo caso, Almagro aguardaba el desarrollo de los acontecimientos en los
palacetes de Muina, lugar cercano al sur de la capital incaica.

MANCO Y LA NOBLEZA

"Pasados algunos días de la partida (de Almagro), Manco envió a llamar a


muchos de los señores de las provincias de Condesuyo, Colla- suyo y
Chinchaysuyo, y después de haber llegado con disimulación y hecho muchos
sacrificios y fiestas, Manco les dijo: Que los había mandado llamar para
representarlos delante de sus parientes y criados lo que a todos convenía acerca
de aquellos extranjeros, para que (pues cada día iban acrecentando de número,
antes que más llegasen) se pusiese algún remedio en salir de sujeción y que se
acordasen que los Incas, sus padres y abuelos que en el cielo descansaban con
el sol, reinaron desde el Quito hasta Chile, tratando a sus vasallos como a hijos
salidos de sus entrañas, no robando ni matando, sino manteniéndolos en
justicia y paz, teniendo en las provincias la orden y razón que sabían, porque
los ricos no tenían soberbia ni los pobres padecían necesidad".
El cronista Cieza de León y, siguiéndolo, Antonio de Herrera, nos han
transmitido los diálogos de aquella reunión.
Prosiguió Manco su arenga señalando que los dioses habían ido más allá al
castigarlos por sus faltas, pues "permitieron que entrasen en el reino aquellos
hombres de tierras tan remotas, predicando uno y obrando otro, tratándolos
como a perros, robando los templos y cosas sagradas, sin hartar jamás su
codicia ni su lujuria, pues tenían por mancebas sus hijas y sus hermanas, y para
tenerlos en mayor sujeción se repartían las provincias haciéndose señores para
que ellos no entendiesen sino en buscarles metales y todo lo que hubiese
menester".
Manco expresó también otra queja de suma importancia social: Que los
españoles, además, "habían allegado a sí los yana (conas), que como
34 JUAN JOSE VEGA

antes eran esclavos y sujetos sin poder vestir ropa fina, y ahora se habían hecho tan
soberbios que trataban a todos con poco respeto, pues ni aún de él hacían caso ni le
hablaban cuando le veían; y que lo mismo hacían muchos mitimaes, que
aprendiendo de los extranjeros, era tanta su soberbia y libertad que ya no faltaba
sino quitarle la borla, y que por tanto, les rogaba que le dijesen qué razón y justicia
había para recibir tales agravios... Por lo cual le parecía que no lo debían más
tiempo sufrir, sino acabar sus vidas, procurando la libertad y matar a tan crueles
hombres".
Seguramente algunos de los orejones presentes preguntarían por la gente que
había partido con Almagro, a lo cual el Inca respondió "que de los que iban a Chile
no hiciesen caso, porque Paulo y Vila Uma iban encargados de mover contra ellos
toda la tierra y hacer lo mismo que allí se pretendía".

LA APROBACION ARISTOCRATICA

Respondieron los orejones: "Que hijo era de Guayna Cápac, que el sol y los
dioses fuesen a su favor para que los sacase de tan dura servidumbre, y que por él
todos morirían, y finalmente, que para mejor ejecutar su intento, procurarse de salir
del Cuzco con la mayor disimulación que pudiese para que todos en lugar seguro
se pudiesen juntar".
Con sensatez, la aristocracia -que era casi toda de Hanancuzcos- solicitó al Inca
que saliese de la ciudad a fin de desenvolver los planes que tejía. Manco, buen
conspirador, temiendo infidencias, se guardó ese día de comunicar en público los
enlaces positivos que, al respecto, tenía con Almagro.

LA DELACION DE LOS YANAS

Pero la confabulación de los Hanancuzco habría de ser delatada por los


"esclavos" incaicos, esa clase social a la cual Manco no pudo ganarse jamás;
hombres a los cuales los españoles habíanles dado insolente libertad y goyerías a
fin de que facilitasen la dominación sobre la nobleza y el campesinado a la vez.
La crónica nos cuenta, así, que en aquellos días "entre ellos (los nobles) andaban
yana (conas), cuyo interés era grande". Ellos temían
MANCO INCA 35

el restablecimiento del poder incaico, pues cuando los aristócratas cuzcos


"consiguiesen su intento, habrían de volver a la antigua esclavitud (y) habiéndolo
entendido, avisaron a Juan Pizarro y a otros castellanos".
Los jefes españoles no creyeron esas versiones "enteramente", porque podían ser
exageraciones, dado que conocían la animadversión existente entre nobles y
esclavos, pero como precaución "mandaron a los yana (conas) que con mucho
secreto anduviesen sobre el Inca y por momentos diesen de sus pasos cuenta a Juan
Pizarro... y como ellos conocían su interés y su peligro lo hacían diligentemente".
Fue así como los jefes españoles alcanzaron a estar al tanto de los actos de
Manco en aquellos días, aunque no a saberlo todo, porque en bastantes casos el
Inca conocía quiénes eran los espías y los eludía.

EL PLAN DE EVASION

Manco no echó en saco roto el consejo y pedido de la nobleza para que se


evadiera del Cuzco, lugar donde podía ser apresado y aun asesinado en cualquier
momento. En esta coyuntura reforzaría sus planes con Almagro, que ya había
partido, como sabemos. Los lazos serían con algunos pocos almagristas que se
habían quedado en la ciudad para organizar columnas españolas de refuerzo que
marchasen hacia Chile tras el Mariscal.
Las relaciones secretas entre el joven rey Inca y Almagro se habían enlazado
tanto por entonces que Hernando Pizarro, años más tarde, acusaría al caudillo
español de haber sido cómplice del alzamiento que se tramaba; pero esto fue a
todas luces una apasionada exageración. Lo cierto fue, sí, que, tras salir del Cuzco,
le envió desde los palacetes de Muina a un tal Vásquez, hombre de total confianza
"para que secreta e ocultamente sacase al dicho Inca de la ciudad y lo llevase donde
el Mariscal estaba".
Desde luego, Almagro anhelaba fortalecer su situación utilizando al monarca
indígena; en aquel momento o después. Entre tanto, deseoso de agitar el ambiente,
Almagro sospechosamente seguiría aguardando novedades algo más allá del abra
de Muina, sobre el camino al Collao. Por su lado, Manco jugaba las cartas de
estimular al tope la odiosidad reinante entre Almagro y Pizarro; pasiones que
emponzoñaban el bando español.
36 _____________________________________________________ JUANJOSE VEGA

Ahora bien, el rey Inca al salir del Cuzco optó por seguir un camino falso a
fin de desorientar a los Pizarro: En efecto, "para ejecutar lo acordado, salió de la
ciudad en sus andas de noche, acompañado de sus mujeres y criados y de
algunos orejones, dejando en su casa alguna gente y caminando por donde se
va al Chinchaysuyo". Pero no faltaron traidores o enemigos que corrieron a
informar de la nocturna evasión a Juan Pizarro, el jefe del Cuzco español.
"Luego se lo avisaron a Juan Pizarro, el cual fue a casa del Inga, y sin que lo
pudiesen estorbar fue tanto el atrevimiento, la confusión y alboroto, que
saquearon el palacio, despojándole de mucha riqueza, y la mayor parte se
llevaron los yanaconas; Juan Pizarro, vuelto a su casa, rogó a Gonzalo Pizarro,
su hermano, que por muy oscura que fuese la noche siguiese al Inga, pues veía
cuánto importaba; fueron con él Alonso de Toro, Alonso de Mesa, Pedro
Alonso Carrasco, Beltrán del Conde, Francisco de Solar, Francisco Pérez, Diego
Rodríguez Hidalgo y Francisco de Villafuerte, Tomás Vásquez y Joaquín de
Florencia, y caminando de trote con los caballos, en las salinas, media legua del
Cuzco, alcanzaron la gente que iba con el Inga; preguntaron por él y
respondían que iba por otro camino.
Estaban ya por el abra de Muina, a unas tres leguas del Cuzco. "El Inga, que
oyó el ruido y conoció que eran los castellanos, muy congojado maldecía a
quien descubrió su partida; Gonzalo Pizarro echó mano a un orejón que iba
cerca del Inga, apretóle para que declarase a dónde iba, y negando
constantemente, le ataron un cordel a los genitales y atormentándole
astutamente daba grandes voces diciendo que Inga no iba por allí".
"Cuatro de a caballo prosiguieron su camino preguntando siempre por el
Inga, que fueron Alonso de Mesa, Tomás Vásquez de Acuña, Joaquín de
Florencia y Alonso de Toro".
"Y llegando muy cerca de él se salió de las andas y se escondió en unos
juncales, y preguntando porfiadamente los castellanos por el señor, y volviendo
y revolviendo por donde estaba escondido, pensando que le habían conocido,
salió y dijo, que no le matasen, que si había salido de la ciudad iba en
seguimiento de don Diego Almagro, que le había enviado mensajero para que
lo hiciese... Dieron voces a Gonzalo Pizarro, y llegando con mucha cortesía y sin
decirle mala palabra, le pusieron en sus andas y volvieron al Cuzco".
MANCO INCA ____________________________________________________________ 37

Al parecer, Almagro estaba dispuesto a ir bastante lejos en su proyecto de


relación con Manco. Veamos lo que sucedió al informarse de la detención del
monarca indio:
"Como Almagro lo supo hizo detener la gente y envióle a hacer un
Requerimiento a Hernando de Soto, que era Corregidor (y que se quería ir a
España y dejar la vara a Hernando del Pozo, su compañero)". Y cuando "Juan
Pizarro lo supo, despachó por la posta al gobernador su hermano le enviase el
cargo de Corregidor porque no llevasen el Inca a Almagro a Chile".
Francisco Pizarro, que estaba en el camino hacia Lima, accedió ciertamente,
a la demanda de su hermano y "despachó a Verdugo... con el mandamiento de
Corregidor del Cuzco", desplazando del puesto a Hernando dé Soto, quien
poco o nada había actuado en el caso porque seguía resentido con Almagros y
Pizarros.
La cabalgata de Verdugo cerró toda opinión de que Manco pudiese salir
legalmente del Cuzco; más bien, empezaron las amenazas y los insultos, que se
harían más graves cada día.

UNA SEGUNDA EVASION

Cuando Manco retomó al Cuzco, llegó como cautivo de Gonzalo Pizarro,


aunque todavía con algunas preeminencias de monarca. Mas, pronto se dio
cuenta del derrumbe de su posición al contemplar su palacete completamente
saqueado y ausentes sus mujeres y yanas. Inquiriendo por los autores del delito
supo que eran yanas enemigos, que cada día servían mejor a los Pizarro; ellos,
y algunos españoles pobres, se lo habían llevado todo. Su reclamo fue inútil.
Percibió además que los españoles azuzaban más que antes a los yanas contra
sus antiguos amos Hanancuzco. Su propia vida corría peligro; la insurrección,
además, podía abortar. Movido por tan adversas circunstancias organizó,
entonces, una segunda evasión; se había propuesto alcanzar una región de
montañas nevadas, donde contaba con gente adicta. No sabemos si ello era por
Limatambo, al pie del Salcantay, o en las inmediaciones del Ausangate, o por
Calca. Llegó a partir subrepticiamente, o al menos esto creía, pero fue cogido
por los españoles a corta distancia del Cuzco: Los yanas lo habían denunciado
otra vez. Entonces empezó lo peor para el Inca, que pasó a la condición de
preso.
38 JUAN JOSE VEGA

Esta vez la situación fue de pesadilla para Manco. Juan Pizarro lo condujo preso
a la fortaleza de Sacsahuamán, le hizo poner cadenas y lo sujetaron a una pared.
Allí, casi inmóvil, en su cautiverio, recibió terribles vejámenes con los brazos
engrillados: Insultos, cachetadas, empellones; alguna vez hasta lo orinaron, aunque
también lo liberaron un tiempo mientras le exigían el pago de un supuesto rescate
en oro y plata.
En realidad era una coacción: Tesoros a cambio de su vida; en tanto, robaban los
últimos restos de su residencia y seducían a las mujeres de su serrallo, que eran
unas veinte. No se sabe cómo pudo Manco salvar a Cura Ocllo, la joven favorita,
pero tuvo que entregar a Inguill, que era también muy hermosa.
En la demanda a Manco, Juan Pizarro consiguió, entre muchas joyas y
cantarería de oro, doce columnas de plata del alto de una lanza. Hacia mediados de
noviembre se produjo un serio incidente, cuando marchaban unos mil jóvenes
nobles que iban a la ceremonia viril del Huarachicu; portando muchos de ellos
ciertas varas de plata fueron atacados por un grupo de jinetes españoles que les
arrebataron aquel adorno simbólico. Algunos de ellos fueron a quejarse donde
Manco, que no andaba muy lejos, y éste increpó a los conquistadores.
De los diversos vejámenes y del deterioro general de la situación conspirativa,
Manco informaba a Villa Orna, Paullo Topa y Felipe Guancavilca, mediante
chasquis secretos; ellos también habían recibido los informes en tomo a la
aprobación de la nobleza para un alzamiento general; por entonces, estos tres
personajes, con Almagro, acampaban en Tupiza, muy al sur de la actual Bolivia,
región colla.
Villa Orna trataría de las novedades con Paullo Topa, pero en éste encontraría
cierta frialdad. Los hechos posteriores muestran que el influyente príncipe
semicuzco, sin que nadie lo sospechara, había ido madurando un plan propio a lo
largo de las marchas por el altiplano.
Tal viraje lo deducimos por su conducta. Mientras el Sumo Sacerdote Solar,
vistas las emergencias en el Cuzco, optó por un retorno inmediato junto con
Apolarico, a fin de contribuir directamente al éxito del movimiento, en cambio, el
joven príncipe semicuzco decidió permanecer en el campamento español de
Tupiza, gesto con el cual selló su vida para siempre con un destino hispánico,
dejando atrás cualquier motivación incaísta de resistencia al lado de Manco, su
hermano paterno.
MANCO INCA 39

Pero no sabemos qué falsos argumentos dio a Villa Oma para quedarse, porque
inició desde entonces una actitud dual. Felipe Guancavilca también se quedó, pero
reafirmando que seguiría en la confabulación; lo que probó después en Arauco al
costo de su vida.
En cuanto a Paullo Topa, no era que estuviese contra el incazgo; sucedía que
ambicionaba ejercerlo bajo la cómoda égida de los españoles y no en guerra contra
ellos, cuyo número y cuyas armas cada día admiraba y temía más. Por eso allí, en
Tupiza, decidió ligar su destino a Almagro. Era a expensas de los invasores que
deseaba alcanzar privilegios.
Acercándose Villa Oma al Cuzco se enteró de que Hernando Pizarro había
retomado de España. Aguardó prudentemente novedades de Manco. Recibidas
noticias positivas, avanzó hacia la capital. El Inca le habría contado que su
situación varió desde el arribo al Cuzco de aquel influyente capitán español,
principal hermano del gobernador del Perú. Esto ya fue en los inicios de 1536.
Llegaba desde España.
En efecto, los ultrajes a Manco casi desaparecieron cuando Hernando Pizarro
llegó a la antigua ciudad, ávido de riquezas, tanto para él como para remitirlos a
Carlos V. Soltó al Inca y trató de establecer con él una relación fructífera; lo cual
logró en gran parte porque al monarca quechua así le convenía.
Manco tuvo que efectuar algunas salidas para traer los tesoros exigidos. Fue en
esas oportunidades que la conspiración adelantó subrepticiamente. En la primera
ocasión, aprovechando una cacería, reunió a lo más graneado de la nobleza que en
ella participaba y les reiteró lo ya establecido en julio del año anterior, convocando
a la revuelta contra los españoles, sus numerosos esclavos africanos y los auxiliares
indígenas que los respaldaban:
"Yo estoy determinado de no dejar cristiano a vida en toda la tierra y para esto
quiero primero poner cerco en el Cuzco; quien de vosotros pensare servirme en
esto, ha de poner sobre tal caso la vida; beba por estos vasos y no con otra
condición". "Y con esto, Manco Ynga acordó de despachar y embió mensajeros por
todas las provincias de Quito a Chile, mandando a los indios que en un día
señalado dentro de quatro meses se alcacen todos contra los españoles y que los
matasen sin perdonar a ninguno, y con ellos a los negros y a los indios de
Nicaragua q[ue] auían pasado a estas partes en compañía de los espa
40 JUAN JOSE VEGA

ñoles, que eran muchos". La cita acabó en un brindis sagrado. Luego Manco
retornó al Cuzco, aparentando fidelidad, a fin de ganar tiempo.
Regresó el Inca con un pesado ídolo de oro que encandiló a Hernando Pizarro.
Luego le consiguió otro. Como era de esperarse, el jefe hispánico le pidió mayores
tesoros. Manco se los ofreció, advirtiéndole que para ello tendría que ir hasta
Yucay. La autorización fue concedida y Manco salió para no volver más.
Muy poco después salieron subrepticiamente varios orejones y pallas, así como
un grupo de yana-guerreros cañaris.

LOS PROBLEMAS POLITICOS

Al inicio de la acción Manco tuvo que enfrentar la complejidad de las


estructuras sociales del Imperio; de un Imperio destrozado y en desintegración.
Así, las divisiones de las casas nobiliarias incaicas (panacas) seguían vivas, en un
grado que se hace difícil de entender en la actualidad (salvo mediante el uso de
referencias paralelas en la Historia Universal); y lo mismo ocurría con los linajes
semicuzcos. Por ejemplo, Pascac, tío del Inca, primo hermano de Huaina Cápac,
decidió quedarse en el bando español. Bajo su mando habrían de permanecer
diversos aristócratas de varias naciones aborígenes y otros del oficio castrense.
Para Manco el asunto se tomaba más arduo respecto a ciertos hermanos y
primos de influencia política, como Apochalco, que en el Collao anunciaba
respaldo abierto al dominio hispánico; deudos a quienes tuvo, a veces, que matar
para consolidar el movimiento insurreccional.
Manco, igualmente, sabía que la oposición de los yanas continuaba,
especialmente los de nivel alto, plebeyos de jerarquía ascendente y ansiosos de
igualarse con los orejones; hombres que en muchos casos hallaron, bajo las
banderas españolas, una oportunidad de alcanzar esa meta, usando incluso el
"llauto rico", gesto que él en el Cuzco les había censurado en vano. Reproches
similares habían recibido ciertos grupos de mitimaes plebeyos deseosos también de
romper las hasta entonces rígidas jerarquías del Imperio.
Pero Manco debía sobre todo cuidar su vinculación con los mentados príncipes
semicuzcos, que eran la enorme mayoría de la nobleza.
MANCO INCA 41

Supo que tendría que ganarse o neutralizar a esos hombres, enemigos muchos de
ellos de la aristocracia imperial en la reciente guerra social de Atao Huallpa contra
Huáscar.
Por otra parte, las tropas cañaris eran de consideración, al igual que las
chachapoyas y huancas, tanto en el Cuzco mismo como en lugares próximos; aún
más, la capital imperial era "una ciudad llena de naciones extranjeras" a causa del
nutrido número de mitimaes de diversas etnias indígenas, entre las cuales había
algunos grupos muy opuestos al sistema incaico.
Probablemente con ánimo de reforzar el frente aristocrático fue que Manco optó
por entregar el mando militar del ataque al Cuzco a un príncipe semicuzco, que
además era su hermano, Inguill. Presentaba éste una ventaja; por lo menos así lo
parecía: La de ser hijo de madre cañari. Porque era factible que esta filiación
materna influyera a la hora de las decisiones finales, coadyuvando a atraer a los
bien organizados contingentes de yana-guerreros cañaris, que estaban acantonados
en el Cuzco, como mitimaes en la comarca.
Este Inguill tendría así la representación personal de Manco en el ataque; a su
lado se hallarían Villa Orna y Paucar Guaman. El primero era también un
semicuzco, hombre de una fogosidad a toda prueba, calidad guerrera que
reforzaba con su jerarquía de Pontífice Solar. Mostraba una fidelidad probada
desde 1533. El segundo era un cuzco de la alta nobleza, que representaba a los
sobrevivientes de las antiguas panacas imperiales. Ambos llevaban la orden de
matar a todos los españoles, salvo a Gabriel de Rojas y a las mujeres.
La virtual condena a muerte de los invasores del Imperio también cubría a ios
"negros de guerra", a los moriscos y a los numerosos "indios amigos", esos que
"eran de su banda", que en bastantes casos "habían venido desde Cajamarca". Entre
estos militaba un cierto número de yana-guerreros procedentes de las tierras de
Quito y que se habían quedado en la capital imperial. Al parecer, Manco, también
quiso vivo a Hernando Pizarro "para hartarlo de oro", pero todo indica que
deseaba echarle oro fundido en la boca, tal como se habría de hacer más tarde en
La Puná con el primer obispo del Cuzco. Asimismo, indicó Manco que dejaran
vivos los caballos, porque pensaba usarlos en el futuro.
42 JUAN JOSE VEGA

LOGISTICA

Manco tuvo también que abocarse a los problemas logísticos, sobre todo de
agua, víveres y leña; asunto más complejo si pensamos que la mitad de cargueros
de guerra había tenido que recoger un alto número de campesinos en los ayllus,
que había que sostener. Pero, lo que más le preocupaba era la carencia de flecheros.
Sin embargo, el esfuerzo de reclutamiento dio algunos frutos. Llegaron al
campamento grupos del Antisuyo cuzqueño: Yanasimi (piros), pilcosunis (campas
ashaninkas), antis (machigüengas) y tal vez chunchos de algo más allá. Eran pocos,
teniendo en cuenta la vastedad del movimiento proyectado por Manco. Quizás
increpó por ello a sus lugartenientes, pero éstos le recordarían que no se podía traer
más, puesto que pertenecían a sociedades en gran medida nómadas. Además, sin
aristocracia ordenante y aun sin jefes permanentes. Y, por supuesto, eran tribus sin
ejército, tenían guerreros y cazadores, pero no soldados.
Manco sería también informado de que en otras regiones del Imperio la
conspiración no avanzaba como para restablecer contactos con otras etnias
flecheras de las junglas, o con los lejanos huancavilcas o los aun más distantes
punaeños costeros, eximios arqueros todos éstos, pero que se habían apartado del
Imperio a raíz de la crisis de 1529.
De tal suerte que hubo que resignarse a que las unidades de arqueros fuesen
escasas en la guerra a iniciarse, lo cual se compensó con grandes masas de
honderos y de galgueros. De todos modos, aunque lamentando su bajo número, la
presencia del contingente tropical le resultaba igualmente harto positiva. De la
selva, además, traían, aparte de sus arcos, cargamento de otras armas que no
requerían de mayor entrenamiento y que pasaron a manos de capitanes
distinguidos, especialmente los huinos o macanas; esos mandobles de palo, muy
filosos, ligeros y duros, de madera chonta.
Otro panorama presentaron los armeros del ejército, a quienes desde hacía
tiempo se les había demandado mejoras que permitiesen enfrentar a los caballos
españoles en condiciones superiores. Trajeron ellos novedades: unos garfios con
sogas para derribar jinetes; boleadoras de metal, mucho más pesadas, no con
cuerdas sino con nervios de llama; e ideas sobre modos de contener o dificultar las
cargas
MANCO INCA 43

al galope: Como abrir hoyos, clavar estacas agudas o cactus y empantanar el suelo.
Pero lo más importante habrían de ser las galgas.
El 29 de abril, "en las vísperas de la Pascua Florida", Hernando Pizarro tuvo ya
la certeza de la inminencia de un ataque incaico masivo, por lo cual partió al día
siguiente con unos cien españoles escogidos llevando como meta el río Urubamba,
conocido como Vilcanota aguas arriba. Llegado allí supo que Manco se hallaba en
Calca, consultando a los dioses. Envió entonces un destacamento de treinta de los
más ágiles peones, a causa de la fragosidad del sendero, a los cuales hicieron
compañía refuerzos de yana-guerreros fieles y le remitió luego treinta peones más,
con ánimo de que capturasen al Inca en un golpe de mano. Pero lo que sucedió fue
al revés, puesto que los españoles y sus auxiliares fueron atacados por los cuzcos.
Resultaron tan recias las cargas que les dieron que tuvieron que replegarse de
prisa, dejando sus muertos en el campo. Luego, ya todos reunidos esos españoles
bajo la guía de Hernando Pizarro retomaron al Cuzco rápidamente.
Tal fue la inicial victoria de Calca, seguida de otro triunfo incaico en Yucay,
cuando el 2 de mayo Juan Pizarro, el jefe militar de la plaza del Cuzco, y su
hermano Gonzalo, fueron rechazados al tratar de cruzar el río Urubamba.
Fracasado este ataque no tuvieron más que replegarse hincando espuelas, puesto
que se divisaba considerables masas de guerreros cuzcos y de otras naciones del
Imperio Incaico. Tuvieron suerte en el fondo, pues esa misma noche, en que
empezaba el sagrado plenilunio de guerra, acabaron de juntarse los contingentes
de los cuatro grandes suyos imperiales. Así lo percibieron con las primeras luces
de la aurora del día 3.
Las dos jomadas que siguieron fueron de no poco temor para los españoles,
porque la gente incaica era tanta "que de día parecía un paño negro que tenía
tapados todos (los campos) media legua alrededor" y "de noche eran tantos los
fuegos que no parecía sino un cielo lleno de estrellas" según el relato de uno de los
que ese día se aprestaba a combatir, el futuro cronista Pedro Pizarro.
Mientras las heterogéneas huestres imperiales terminaban de juntares en sus
últimos escalones bélicos, los más altos jefes militares trataban con Manco los
asuntos más urgentes en Calca. En especial, la alternancia de ideas con el joven
monarca giraría sobre la persona llamada a conducir el ataque. Manco insistiría en
su idea de que debía ser un
44 JUAN JOSE VEGA

príncipe semicuzco, disponiendo al final que, tal como lo tenía pensado, fuese
Inguill, decisión que revela hasta que extremos había madurado su pensamiento en
aras de lograr la unidad aborigen. Los otros dos jefes del ataque serían los
previstos: Villa Oma y Páucar Guarnan.
Manco mandó luego que se soltara el agua de los riachuelos que pasan por el
Cuzco, a fin de enlodar el suelo y dificultar las cargas de los jinetes. Esta orden no
sólo respondía a un plan de ataque. Manco no excluía que los españoles -todos o
algunos- quisieran huir y entonces se atollarían los caballos en la tierra anegada.
Ese mismo día, en las vísperas del gran ataque, retomaban Hernando, Juan y
Gonzalo Pizarro al Cuzco. Regresaron perseguidos, cada uno por diferente camino,
resistiendo en lo posible a nuevos batallones que avanzaban para formar filas y
preparar el asalto de la ciudad.
Para entonces Inguill ya había cumplido la orden de Manco de quemar todos los
pueblos y las sementeras aledañas al Cuzco, a fin de agregar el hambre a la
ofensiva.
Era sólo el comienzo.

EL ATAQUE AL CUZCO

El ataque de los cuzcos se desencadenó el cinco de mayo. En la noche luce el


plenilunio más brillante, lo cual, según creencias, aseguraba la protección de los
dioses.
Inguill, Villa Oma y Páucar Guaman comandaban una verdadera muchedumbre
de combatientes, tal vez quince mil soldados, a los cuales respaldaba un número
mucho mayor de auxiliares y servidores.
Avanzaron enarbolando sus banderas "como turcos" y cantando himnos
triunfales que alternaban con gritos de combate entrecortados por el bronco ulular
de los pututos. Un combatiente español recordaría aquel momento diciendo que
"empezaron a poner fuego por todas partes del pueblo, haciendo palizadas en las
calles".
Titu CUSÍ Yupanqui, el hijo de Manco, que escuchó varias veces el relato de estos
hechos, contaría que en el ataque participaron, por el cerro Carmenca -que es hacia
Chinchaysuyu-, además de Villa Oma, Cori Atao, Cuillas y Taipi; por el lado de
Condesuyu, Huamán Quilcana y Suri Guallpa, quienes fueron los últimos en llegar.
Por el Collasuyu,
MANCO INCA 45

Llicllic. Hacia el Andesuyu, Rampa Yupanqui y Anta Allca. La mayor cantidad de


gente llegó de esta provincia.
Estas huestes de Manco eran, por cierto, numerosas. Pero el temor español hizo
subir las cifras (conforme ocurrió en toda América). Así, se habla o deduce cien mil
y hasta quinientos mil, recordándonos, por la exageración, el "millón de persas"
atribuido a las huestes de Jerjes por célebres historiadores griegos. Pero el hecho es
que ceros más o menos, los incaicos esa vez fueron muchísimos, "infinidad" y que
superaban abiertamente a los sitiados. Probablemente, los cuzcos mismos no eran
más de unos diez mil guerreros, secundados por unos cinco mil de otras naciones,
seguidos, eso sí, de un número bastante mayor de servidores, especialmente
cargueros. Entre los soldados auxiliares destacaban siempre los campas, los
machigüengas y los piros, porque aun cuando sólo constituían pequeños
contingentes peleaban con arco y flecha. Aunque sufriendo todavía los efectos de la
altura cordillerana ya se habían reincorporado a las filas del ejército incaico.
En cuanto a los españoles, éstos eran a lo sumo doscientos cincuenta "con
clérigos, frailes y mozos y muchachos y enfermos", razón por la cual casi siempre
se da una cifra inferior a doscientos. De éstos, unos cien acababan de llegar:
Estaban de paso para juntarse con las columnas de Almagro en el lejano Chile.
Tuvieron la mala suerte de que la sublevación los sorprendiera durante su escala
en el Cuzco.
Pero la cortedad del número de españoles se compensaba enormemente con los
"indios amigos", que en esos días serían unos tres mil. También estaban los
famosos "negros de guerra" esclavos, que tal vez sumaban algunas decenas, y unos
que otros moriscos igualmente esclavos.
El ataque, masivo, violento, empezó capturando las calles y los andenes de las
partes altas del Cuzco, a precio altísimo de sangre. Al parecer el Inca se hallaba
muy optimista, porque desde los primeros días interrogaba a los mensajeros que
llegaban con noticias: "¿habéislos ya muerto a todos?", pero seguramente le
reiterarían lo difícil que era combatir contra jinetes, reforzados abundantemente
por experimentados yana-guerreros; jinetes que por su altura eran casi
inalcanzables para las porras y macanas y otras armas mesolíticas.
Con todo, los cuzcos, tras tomar Sacsahuamán a los cañaris, fueron
46 JUAN JOSE VEGA

empujando a los conquistadores y a sus aliados hacia la plaza mayor, la


Haucaypata. Fue el peor momento para los defensores, puesto que carecían de
suficiente agua y el espacio era estrecho. La ciudad incendiada por barrios en cada
avance incaico provocaba mucho humo, daño que se mezclaba con la intensa
pedrea ("parecía que granizaba") y con la grita constante y perturbadora de los
soldados incaicos. Estos peleaban tan confiados en la victoria que no faltaron burlas
a los españoles. Pero el hecho que inexplicablemente el fuego no devorara la iglesia
cristiana en el incendio, sirvió para mantener la fe de Hernando Pizarro y los suyos,
así como para desalentar un tanto a los atacantes. Otros conquistadores, en sus
grandes miedos, creyeron ver hasta descender a la Virgen y caracolear el caballo
blanco de Santiago Apóstol y no faltó español que se escondió en un pajar, ni otro
que se fugó al bando de Manco.
En lo peor de la liza, Hernando Pizarro señaló a Pascac, el capitán general de
los "indios amigos", la necesidad de recuperar Sacsahuamán para contener las
constantes ofensivas cuzqueñas. Para entonces ya había muerto el Alcalde del
Cuzco y una multitud de los "amigos" y sumaban los heridos un gran número.
Una relación del fraile Murúa se explaya en diversas acciones, dirigidas por
Pascac, el jefe militar indio proespañol y no deja de lado las acometidas de los
"negros de guerra" y ni siquiera a los llamados "indios de Nicaragua" (los
remanentes que aún quedaban de los traídos de Centroamérica); y registra cómo
Hernando Pizarro "empezó en tomar Sacsahuamán y echar de allí a Villa Oma".
Los cuzcos combatieron como leones. Pero sus aliados no guardaban mayor
adhesión a la causa del Inca. Además, Hernando Pizarro usó escalas de palo,
desconocidas por la tecnología incaica, las cuales anularon totalmente la defensa.
Para empezar, Inguill desertó con el grueso de sus contingentes, no sin antes
ordenar la evacuación de Sacsahuamán, orden que fue cumplida por Villa Oma,
que tal vez pudo contradecirla, mas no lo hizo.
Para entonces millares de defensores habían caído; igualmente un crecidísimo
número de los "indios amigos".
Los torreones mayores soportaron un asedio de algunos días más; los tomaron
por sed. Algunos defensores se suicidaron. El más destacado de ellos fue Cahuide,
que luchaba equipado a la espa
MANCO INCA 47

ñola, con casco y espada. Los propios cronistas dijeron que murió como "un
romano", por su coraje. Su verdadero nombre fue Titu Cusi Huallpa.
La situación para los españoles mejoraría notoriamente con esta captura de
Sacsahuamán, pero la guerra seguiría; no tenía respiro.
El alivio les llegó recién, conforme lo preveían, a los veintiún días de asedio.
Desde aquel momento, de acuerdo con la ley religiosa, los guerreros cuzcos no
combatirían hasta un nuevo plenilunio, esto es, por espacio de siete días. Quizá
ningún español entendió tal costumbre, tal vez porque no comprendían que Manco
no podía violar principios sagrados; porque la religión era la base del Imperio, de
su corona.
Esto ocurrió de la misma manera cómo la valerosa Esparta -modelo de
guerreros- contra los persas sólo envió, por causa religiosa similar, apenas el
batallón simbólico de trescientos. Estos se inmortalizaron en las Termopilas,
mientras veinte mil de sus compatriotas oraban todo aquel mes a sus dioses, no
obstante hallarse Grecia invadida por los persas y ser ellos, los espartanos, los
mejores soldados del mundo. Y esta crisis se registró en el período clásico; ni
siquiera en la era griega arcaica.
Manco y sus jefes militares estarían también en Calca y Yucay entre oraciones,
ayunos y abluciones; interpelando a los arúspices en tomo al destino de la guerra.
No debieron ser contrarias las respuestas dadas por los dioses incas a través de los
augures. Porque los cuzcos se lanzaron con mayor furia a la guerra, iniciando el
segundo mes del asedio. Mas, para entonces los españoles ya habían aprovechado
muy bien la semana, fortaleciéndose y pactando alianzas nuevas con caudillos
quechuas vacilantes.
Acabado el novilunio, Manco, según parece, asumió el comando directo de las
operaciones. No deja de intrigar la causa por la cual no lo hizo desde el primer
momento. Hemos sostenido que así actuó para fortalecer la alianza con los
semicuzcos, dejándoles la dirección de las acciones; pero ésta es apenas una
hipótesis, acaso la más probable. Caben otras opciones: por ejemplo la voluntad de
la nobleza de no arriesgar la vida del Inca, porque su muerte o captura crearía un
caos de sucesión, dificilísimo de desanudar y de repente hasta imposible de
arreglar, dadas las ásperas pugnas de los linajes.
Otra explicación podría fluir del hecho que tal vez los reyes Incas se
48 JUAN JOSE VEGA

habían sacralizado o solemnizado con exceso en el reciente esplendor, porque no


deja de llamar la atención que tampoco Atao Huallpa comandase sus huestes. Ni
Huáscar, salvo muy al final, por presión de la nobleza o llevado por uno de sus
frecuentes arrebatos de ira.
Cualquiera que fuese la verdad, tras la traición de Inguill, Manco tuvo que pasar
a conducir directamente la guerra. Mucho más si había censurado a Villa Oma por
su vacilación en Sacsahuamán.
Pasada pues la semana de luna nueva, que fue de enorme auxilio para los
sitiados, empezó un segundo cerco del Cuzco, en el cual el valiente Villa Oma no
apareció, quizá castigado por Manco. El Inca mandó recapturar la fortaleza, pero
esto ya no fue factible a causa de la guarnición de Tomás Ortiz y sus cincuenta
españoles, además del infaltable concurso de los yana-guerreros cañaris y de otras
etnias.
Numerosas escaramuzas se produjeron entonces en los alrededores de la
ciudad; recrudeciendo la presión de los cuzcos sitiadores, Hernando Pizarro
dispuso la matanza general de las mujeres porque ellas servían como habrían de
hacerlo las "rabonas" de tiempos posteriores (de las cuales, además, aquellas fueron
predecesoras). Así, "no dejaron mujer a vida"; allí donde los jinetes llegaban todas
perecían a cuchillo, lo cual se efectuaba con el concurso de los "iridios amigos", esos
yanas anti-incas cada día más sanguinarios.
Quizá desde esta época se empezó a cercenar la mano derecha de los cuzcos
prisioneros, a fin de infundir más terror en el enemigo, práctica que luego se
generalizó; en cierta ocasión se cortó la mano a doscientos de los cuzcos
capturados. Pero ni aun así los atacantes aflojaron, lo que obligó a los defensores de
la ciudad a efectuar salidas a fin de traer abastecimientos. Las más importantes
fueron las de Gonzalo Pizarro a Jaquijaguana y la de Hernando Pizarro a Calca,
donde también fracasó un plan pizarrista de capturar sorpresivamente a Manco.
El novilunio volvió a interrumpir las acciones ofensivas de los cuzcos. Iniciado
el tercer asedio, ya en el mes de julio, los españoles intensificaron la matanza de
mujeres.
Fue esta, época de numerosos encuentros, de los cuales el mejor narrador habría
de ser Pedro Pizarro, por entonces el más joven de los jinetes.
MANCO INCA 49

EN LIMA

La presión sobre el Cuzco resultó atenuada al poco tiempo a causa de que


Pizarro, desde Lima, había decidido socorrer a la antigua capital incaica. Los
caminos habían quedado misteriosamente cerrados desde mayo. Los primeros
informes que indicaban un vasto levantamiento se habían confirmado con creces.
El hecho adquiría gravedad por carecerse de noticias tanto de Hernando Pizarro
como de Almagro, quien había partido hacia Chile un año atrás. Muchos en Lima
daban por muertos a los dos caudillos y pensaban abandonar la capital. Pizarro,
como gobernador del Perú, tuvo que apelar a toda su energía para calmar las
flaquezas e inquietudes. Y con firmeza propia de las difíciles épocas del
descubrimiento del Perú, decidió organizar la resistencia. Pidió refuerzos a otras
gobernaciones de América, inclusive socorro a España, y formó las primeras
capitanías que habrían de marchar hacia el Cuzco a fin de dar auxilio a los sitiados.
Por su lado, en el cuartel general de Calca, Manco estimó de necesidad liquidar
a la guarnición costeña de Lima y las columnas que Pizarro se aprestaba a enviar;
"hizo junta de muchos millares de indios de todas partes, pareciéndole que si
tomaba Lima y destruía al marqués Francisco Pizarro que en ella estaba con mucha
gente, el Cuzco le vendría luego a las manos, faltándole el aliento que de soldados
le subía de allí".
El Inca decidió concentrar sus fuerzas en el aniquilamiento de aquellos ejércitos,
juzgando además, con razón, que le sería más fácil vencerlos que a la gente
española del Cuzco, que estaba siempre atrincherada tras las murallas de los
templos y palacios de la ciudad.
Manco hizo traer más yana-guerreros de otras áreas y de las unidades
destinadas al asedio del Cuzco trasladaría varias al nuevo ejército, cuyo mando
entregó a uno de sus hermanos, el afamado Quisu Yupanqui, príncipe semicuzco
de enorme valía.
Relata el cronista Martín de Murúa que, en efecto, Manco "determinó de
acometer primero a Lima y así envió a ello a Quisu Yupanqui y a Illa Túpac y a
Puyu Huillca. Y Quisu Yupanqui era capitán general a quien los otros obedecían y
llevó orden de Manco Inca para que toda
50 JUAN JOSE VEGA

la gente de Chinchaysuyu le siguiese y con ella y con la que llevaba, cercase


Lima y matase al marqués Pizarro y a todos los españoles que con él estaban".
Esta determinación del Inca alteró de modo total la estrategia de la
insurrección. A partir de este momento los esfuerzos militares se concentraron
fundamentalmente en los caminos que conducían hacia el mar. Para cumplir
este empeño partió Quisu Yupanqui, en medio del entusiasmo de los cuzcos,
escoltado por las mejores legiones que conservaba el Inca, y los yana-guerreros
más decididos.
Por su parte, Pizarro ultimó detalles para organizar la defensa de Lima.
Contrariamente a lo que muchos debieron esperar, el Gobernador no asumió el
comando militar de las operaciones.
Las expediciones quedaron encomendadas a los capitanes Diego Pizarro y
Gonzalo de Tapia. Se recogió a los más esforzados castellanos y con varios
españoles nuevos que habían en aquel momento en la capital, así como con
buen número de indios amigos y esclavos negros, decidieron emprender todos
la jomada que -nadie podía suponerlo- los habría de conducir a la muerte en
manos de Quisu Yupanqui. Porque para entonces ya este brillante jefe militar
marchaba sobre Lima. Una primera victoria, todavía menor, la alcanzó en Chul-
comayo.
Quisu Yupanqui, tal vez el mejor guerrero incaico, había ideado el
perfeccionamiento de las galgas, método de lucha sólo usado en pequeña escala
antes del inicio de la conquista española. Con tales galgas que eran "unas
piedras grandes que dejan rodar de lo alto, que vienen con gran furia y todo lo
que toman por delante hacen pedazos", según la descripción de Pedro Pizarro,
que las sufrió, se podía compensar la escasez y a veces la inexistencia de arcos.
Por tanto, resultaba más fácil enfrentarse a la temida caballería.
Quisu Yupanqui no dejaría de considerar que fue con galgas como Quizquiz
obtuvo, tras muchas sangrientas derrotas, una victoria en Cusibamba sobre
Almagro y Pedro de Alvarado coaligados y que el último casi había muerto
arrastrado por un pedrón.
Quisu Yupanqui había mejorado el sistema de guerra inca, arcaizándolo. La
panoplia incaica poseía veintitrés armas diferentes, pero él, posponiéndolas en
parte, la hizo más lítica al perfeccionar el uso de las galgas. Debió trabajar
activamente en la sierra central con mitas, para
MANCO INCA 51

subir las enormes piedras hacia los cerros en lo alto de los desfiladeros por
donde había caminos que tendrían que ser forzosamente recorridos por los
conquistadores. Recia disciplina tuvo que haber sido impuesta a los lucanas, a
los ancaraes, a los pocras y a los de otras etnias preparando estas emboscadas,
puesto que fue menester subir esas piedras a las cumbres y sujetarlas con
fuertes bastidores.
Y luego, aplicó el más severo control para evitar que algún cacique anti-inca
pudiera enviar mensajeros denunciando el emplazamiento de tales galgas.

VICTORIA DE PAMPAS

Ignorante del acelerado avance de Quisu Yupanqui y de los nuevos métodos


de guerra, el capitán Gonzalo de Tapia salió de Lima con ochenta jinetes
escogidos y gente de a pie, rodeados todos de numerosa tropa adicta de indios
amigos y negros de guerra.
Tomaron primero el camino de la costa, para ascender desde Pisco hasta
Huaitará, con rumbo provisional hacia Vilcashuamán. Una vez en esta famosa
ciudadela incaica debían informarse sobre los sucesos acaecidos en el sur del
Perú. Tomando esas noticias, tras informar a Lima, debían proseguir la marcha
al Cuzco.
Avistadas las huestes de Gonzalo de Tapia por las avanzadas de Quisu
Yupanqui, éste preparó el encuentro cerca del río Pampas. Con criterio táctico,
el jefe inca esperó pacientemente a que los españoles y sus aliados cruzaran un
puente y empezasen a subir la cuesta principal. De esta manera, fatigados los
caballos, neutralizaría los efectos de las arremetidas de los jinetes; y las galgas
iniciarían el aniquilamiento.
Conforme lo calculado por Quisu Yupanqui, Tapia tomó por ese camino.
Luego, estando ya los conquistadores a mitad del ascenso, el comando
cuzqueño ordenó disparar a todos los honderos, mientras se soltaban las galgas
especialmente dispuestas para ese efecto. Entre tanto se producía el ataque, una
de las unidades incaicas procedía a destruir el puente, única posibilidad de
salvación para los emboscados.
Producida la carga de los cuzcos "los españoles quedaron encerrados entre el
río y la sierra de modo que unos con otros se embarazaron. El capitán y
personas particulares pelearon muy bien, mas ¿qué les
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aprovechaba? que de los caballos no se podían aprovechar, y a pie como los


indios tenían lo alto, era tanta la multitud de piedras que caía sobre ellos que no
dejaba ninguno a vida". Así lo contó en 1539 Diego de Silva y Guzmán.
Los cuzqueños apretaron y llegó la derrota para las armas ibéricas. Los
españoles "murieron todos peleando, que ninguno escapó, si no fueron algunos
esclavos que tomaron a vida para presentar al Inca".
Veloces chasquis corrieron a Calca con la noticia. Grandes fiestas y sacrificios
se celebraron ante el trono del Inca rebelde, quien empezaba a ver
recompensados sus esfuerzos con la dulzura de la victoria.

VICTORIA EN PARCOS

El triunfo alcanzado por Quisu Yupanqui en el Pampas entusiasmó a los


cuzcos, pues demostró que los "viracochas" no eran invencibles. Los soldados
incaicos exigían ahora a su capitán general marchar de inmediato sobre Lima y
decapitar al gobernador Pizarro.
Con fervorosas preces a sus divinidades, el ejército incaico se puso en
marcha. Un nuevo triunfo parecía asegurado: Otro contingente español
avanzaba descuidadamente por las serranías centrales.
Quisu Yupanqui aún no sabía que se trataba de Diego Pizarro. Este, a su vez,
ignoraba que Gonzalo de Tapia estaba vencido y muerto. Más bien, tenía
indicaciones de juntarse con él. Para ello comandaba una fuerte expedición de
ciento cincuenta españoles y varios miles de indios aliados; amén de esclavos
negros que en esos apurados momentos seguían sirviendo como eficaces
soldados cuando era menester, al igual que los yanas.
Pero Quisu Yupanqui "lo mató a él y a todos los que iban con él". La derrota
española se produjo en Parcos (Huancavelica), empinada cuesta hábilmente
escogida por el comando incásico. Para ello aguardó Quisu Yupanqui a que los
conquistadores descendieran el Mantaro (Angoyacu) hasta llegar a ese punto
donde el camino sube bruscamente, partiendo de la vera del río.
Anulados los corceles por la cuesta, rodaron las galgas y, tras ellas, bajaron
sobre los españoles las huestes de los cuzcos. El choque fue sangriento. Tanto
que "no quedó hombre, y les robaron cuanto lleva
MANCO INCA 53

ban". Sólo salvó "un español que tomaron a vida para presentar al Inca".
Parecida matanza hicieron los incaicos en los indios aliados de los españoles.
Luego los sobrevivientes de la batalla debieron ser exterminados. Manco había
dispuesto la pena capital para todos los nativos que colaborasen con los
castellanos, especialmente a los yanas por su pertinacia en la rebeldía contra el
sistema incaico. En documentos pizarristas consta la gravedad de esa derrota
hispánica y las cifras de los caídos.

VICTORIA DE ANGOYACU

Una nueva batalla se avecinaba entre cuzcos y castellanos, pues a la cabeza


de treinta jinetes harto buenos y bien pertrechados, y con socorro de indios
aliados, partió de Lima por esos días el capitán Juan Mogrovejo de Quiñones,
con ánimo de llegar a la ciudadela de Vilcashuamán, desde donde trazaría un
plan de operaciones.
Llevaba consigo un fuerte contingente de "negros de guerra" cada uno con
su amo, gente dispuesta a matar sin reparos y saquear para comprar su
libertad. Sabiendo que pronto sería seguido de Alonso de Gaete, Mogrovejo
escogió la ruta de Jauja. De allí siguió el curso del Angoyacu o Mantaro, sin
advertir que los indios lugareños, a lo largo del Camino Real le fueron dando
una falsa adhesión: "estaban ya tan hechos y encarnizados en cristianos que
desde los primeros pueblos los servían hasta meterlos y dejarlos entrar en la
ensenada y valle de la puente de Angoyacu, que es entre Acos y Picoy, y allí les
tenían aparejadas muchas galgas en los altos de él y grandes guazabaras".
Otros curacas de las comarcas andinas, como los huancas, indecisos esta vez
en una lucha entre cuzqueños y españoles, se limitaron a facilitar discretamente
el paso de las huestes castellanas, deseosos ellos de no comprometerse con uno
u otro bando, conociendo la gente que Quisu Yupanqui traía.
Ni sus "muchos indios amigos" habrían de salvar a Mogrovejo del desastre.
Quisu Yupanqui, ganada la batalla del Pampas a Gonzalo de Tapia, y vencido
Diego Pizarro en Parcos, iba ya "en busca de Mogrovejo, el cual a la sazón había
llegado a un pueblo adonde le salieron muchos de paz, que lo tuvieron por
buena señal". Allí descansaron, sin
54 JUAN JOSE VEGA

sospechar que se encontraban al píe de la cuesta donde había sido aniquilada la


expedición de Diego Pizarro. No imaginaba el capitán Mogrovejo que los rebeldes
desfilaban por las alturas para cercarlos mientras él tomaba provisiones para
acampar en aquel sitio.
Los salvó, en ese momento, un "indio amigo". En efecto, un yana, esto es un ex
esclavo incaico, llegó de pronto al campamento a dar una noticia. Contó de la
celada incaica: "a su amo le habló en un aparte de manera que los indios no miraron
en ello, el cual dijo que toda la tierra estaba en guerra". El indígena que tan valiosa
información proporcionaba precisó también que el "cacique de un pueblo que llama
Gamara había muerto cinco españoles y a todos los indios de paz que llevaban y
que estaban esperando a ellos para matarlos".
Mogrovejo no era hombre que se amilanase con facilidad. Siguiendo antiguas
prácticas españolas en la conquista de las Indias, trató de imponerse por el terror:
"Mandó juntar a todos los principales de aquel pueblo donde estaban con un
hermano del cacique que estaba allí, a los cuales hizo meter en una casa, y hecha la
pesquisa, y sabido como era verdad lo que el yana (cona) decía, y que ellos mismos
estaban confederados con los otros para ser en la traición, hizo quemar vivos
veintitrés principales". Como medidas colaterales, conservó en rehenes al hermano
del cacique Gamara, "lo puso en una cadena"; mientras, enviaba "mensajeros a
Jauja".
Despachados estos correos, Mogrovejo cometió el error de considerar que la
represión efectuada sería suficiente para detener el ímpetu de los rebeldes. Partió
entonces de Parcos "en buena orden, llevando al hermano del cacique preso". No
obstante estas precauciones, pronto habrían de sufrir una desagradable sorpresa, y
al ser atacados bajaron al río, escudándose en un islote. Luego, aprovechando la
noche, fugaron. En numerosas escaramuzas fueron gastándose los efectivos,
combate tras combate; el grupo principal fue cercado nuevamente, alcanzando a
fugar por una senda secreta que reveló un indio amigo. Sucedieron luego muchas
escaramuzas entre los cristianos y los cuzcos. Al final, Mogrovejo murió peleando y
de todos apenas si salvaron cinco o seis, que huyeron a la costa, conforme lo
relataría uno de estos sobrevivientes, el citado Diego de Silva en la valiosa relación
ya mencionada que escribió en 1539.
MANCO INCA 55

FIESTAS Y ARMAS

Las repercusiones de estas victorias remecieron todo el Perú, tanto en el bando


español como en el indígena. Más que en ningún sitio, los triunfos cuzqueños
fueron festejados por Manco en la fortaleza de Ollantaytambo, que se engalanó
para recibir a los emisarios de Quisu Yupanqui, portadores de la noticia de la
nueva derrota española.
Los orejones enviados al Inca desde Angoyacu por los vencedores "trajeron...
muchas cabezas de españoles y dos españoles vivos y un negro y cuatro caballos,
los cuales llegaron con gran regocijo de la victoria habida". Manco "los recibió muy
honradamente y animó a todos los demás a pelear de aquella suerte".
Parte del botín de los vencedores fueron también "muchas mercaderías que
llevaban de acá de España de brocados y sedas y granas y otros paños ricos y
mucho vino y conservas y puercos de Castilla y espadas, lanzas... y tenían pellejos
de caballos y caballos vivos más de ciento y les habían tomado mucha artillería de
versos y arcabuces y los españoles que tenían consigo le refinaban la pólvora...".
El problema militar fundamental para los cuzqueños era, sin embargo,
conseguir los secretos de las armas de fuego y la equitación. Manco no vaciló en
obligar a los españoles prisioneros a "refinar pólvora y aderezar las armas",
presionándolos para que revelasen las técnicas básicas de los arcabuces. Dispuso,
asimismo, que un grupo de sus orejones se adiestrase en el manejo del armamento
occidental. El temible dios Illapa -el rayo personificado-, que llegó en las manos de
los supuestos emisarios del dios Viracocha, se fue convirtiendo lentamente en un
instrumento bélico que los indios ya no miraban alelados.
Los cautivos castellanos terminaron revelando las artes de la caballería. A la
verdad, el Inca "se servía de ellos" como de esclavos-yanas. Manco, desde aquel
momento no sólo montó corcel, sino que sentía ya un especial aprecio por todo el
armamento europeo. Se revistió de hierro, al igual que sus enemigos. Ciñó espada,
gustando también, seguramente, del casco de acero bruñido, con cimera de vistoso
penacho. Supo también de las ventajas de la adarga y de la pica.
Rol especial jugó un tal Santillana, que desertó de filas de Hernando Pizarro
para ir a dar apoyo a Manco.
56 JUAN JOSE VEGA

Deshecha la expedición de Mogrovejo de Quiñones quedaba abierta la ruta


hacia los huancas. La reconquista del Tahuantisuyu parecía una realidad. Entre
tanto, mientras se aproximaba a Jauja, Quisu Yupanqui meditaba en las dificultades
que habrían pronto de surgir en esa pujante comarca cuya belicosidad conocían los
del Cuzco.
No ignoraba que los huancas estaban divididos en varias facciones y que sólo
unas pocas deseaban unirse al Cuzco. La mayor parte de los caciques huancas
prefería el restablecimiento de su autonomía, ofrecida reiteradamente por los
españoles. Promesas que supieron acompañar con prebendas para los sectores
aristocráticos indígenas.
Manco bien sabía que los huancas se habían batido valientemente contra las
fuerzas incaicas de los yana-Generaíes de Atao Huallpa, cuando la ocupación
militar del valle por las tropas del general Challcochima. Una terrible represión
ataohualpista había seguido al intento subversivo. Luego lucharon al lado de los
cristianos contra Yucra Huallpa en 1533 y, más tarde, contándose ya por miles sus
voluntarios de guerra, alinearon al lado de los españoles contra las huestes de
Quizquis durante 1534.
Más tarde habrían de adoptar posiciones indecisas cuando el estallido de la
insurrección cuzqueña. La política que debía seguir el comando incaico era pues
difícil. Demás estaba recalcar que de la alianza con los huancas dependía en buena
medida el triunfo o el fracaso del avance sobre Lima.
Manco supo también que, mientras estas preocupaciones embargaban el ánimo
de Quisu Yupanqui, sus avanzadas fueron haciendo los primeros contactos con los
lugareños, algunos de los cuales resultaron positivos y otros no. Asimismo,
embajadores despachados hacia otros curacazgos tampoco lograron una adhesión
plena. Los lazos con el Cuzco no eran fuertes en estas comarcas, dado que se
encontraban muy poco incaizadas. Subsistía un profundo regionalismo y creían -
ilusamente-, que roto el marco imperial cuzqueño podrían vivir en autonomía bajo
la égida de los "viracochas". Por lo menos, así lo aseguraban muchos curacas
ganados a la causa hispánica.
MANCO INCA 57

CORONACION DE CUSI RIMAC

Entre tanto, supo Manco que Pizarro tratando de organizar una resistencia más
eficaz, continuaba pidiendo refuerzos a todas partes.
Más todavía, Pizarro, en tan difícil trance, recordaría la utilidad de la vieja
máxima "divide et impera", que preciados frutos le habían rendido siempre en el
Imperio Incaico. Pensó seguramente que no bastaba con escindir a los indios aquí y
allá para lanzarlos unos contra otros. La mejor solución parecía ser coronar a un
nuevo rey Inca, para que acaudillase a los indígenas leales y confundiera a los
adversarios.
Entre los hijos de Huaina Cápac que se hallaban en la costa, escogió a CUSI
Rímac, por las muestras de adhesión que había manifestado siempre. Fue así
coronado con la mascapaicha en una ceremonia que los indios yungas, rivales del
Cuzco, debieron contemplar con recelo.
Ignoraban los castellanos, que Cusi Rímac era ya, según parece, un conspirador
y que, de secreto, se entendía desde tiempo atrás con los agentes de su hermano
Manco. Sin saberlo, Pizarro lo había colocado al frente de las huestes de "indios
amigos" que subirían desde Lima a Jauja con la expedición española comandada
por el capitán Alonso de Gaete y reforzada con "negros de guerra".
Llegados todos ellos a las vecindades de la semidestruida gran ciudad inca del
centro del Imperio, Cusi Rímac -que en realidad simpatizaba secretamente con
Manco- despachó sigilosos chasquis con rumbo al sur, hacia donde acampaba el
ejército cuzqueño de Quisu Yupanqui, advirtiéndole de la presencia de la nueva
expedición. De inmediato los incaicos se pusieron en marcha hacia Jauja con ánimo
de ganar una nueva victoria.

VICTORIA DE JAUJA

Manco supo en detalle este nuevo triunfo. Atacados los conquistadores por los
cuzqueños "se empezaron a defender con ánimo español, y más en tal trance,
donde no les iba menos que la vida".
"Pero al fin durando la pelea desde la mañana que llegaron los indios hasta hora
de vísperas, hubieron los pocos de caer a las manos de los muchachos, y así los
indios los mataron a todos y a sus caballos y negros de su servicio que allí tenían,
sin que de la furia de la muerte pudiese
58 JUAN JOSE VEGA

escapar más que sólo un español, viendo ya el negocio de la suerte que iba y
que era locura esperar, habiendo muerto todos sus compañeros, puso el
remedio de su vida en la huida, ya que no podía con sus brazos. Y así en un
caballo salió huyendo".
"Quisu Yupanqui, concluido con el desbarate, hizo recoger todo lo más
precioso de los vestidos y armas de los españoles, y junto lo envió a Manco
Inca.. dándole aviso de la victoria... que había alcanzado muy fácilmente con
muerte de todos los españoles. Recibió Manco Inca el presente con gran regocijo
y placer, prometiéndose ya al fin conforme los principios y que había de acabar
de destruir a cuantos españoles había en el reino, y quedar pacífico y quieto
señor del. Y por agradecimiento de lo que había hecho Quisu Yupanqui le
envió una mujer coya de su linaje para él, que era hermosísima y unas andas en
que anduviese con más autoridad y le envió a decir que se fuese luego a Lima y
la destruyese, no dejando cosa en pie en ella y matase cuantos españoles hallase
donde quiera, y que solamente al Marqués lo dejase vivo y preso se lo trajese".
Consolidada, al parecer, la dominación sobre el Mantaro, Quisu Yupanqui
ordenó la marcha a Lima. El ala izquierda, integrada principalmente por los
huancas era mandada por Puyu Huillca y la derecha, por Illa Túpac, con los
contingentes chupadlos, yaros, cantas y otros, que chocaron con escalones de
los soldados remitidos a Pizarro por su suegra, Contarhuacho, cacica entre
Huailas y Atavillos.

PARIAJAJA

Con la intención de reforzar al capitán Gaete, quien, como vimos, había


partido hacia Jauja, salió de Lima una quinta columna española al mando de
Francisco de Godoy, experimentado militar que ejercía, además, el Tenientazgo
de la Gobernación del Perú.
Era el segundo de Pizarro, para decirlo con otras palabras, y lo seguían
varios esforzados conquistadores y otros que eran nuevos en la tierra. En total
eran unos sesenta, a quienes acompañaban los infaltables "indios amigos", los
de carga más atrás y, desde luego, los "negros de guerra", amén de los perros
bravos cebados en carne de indio.
Todo indica que marchaban muy confiados. Pero, según el cronista
MANCO INCA 59

Diego de Silva (1539), al llegar a Pariajaja (Pariacaca), estando en medio de un


desfiladero entre las nieves y a sólo una jornada de marcha de Jauja, las huestes
españolas se encontraron con el conquistador Caravantes, que huía luego de
haber salvado la vida. En el gélido paraje contó como Gaete había sido vencido
por Quisu Yupanqui y que luego los sobrevivientes, caballos incluidos, iban
siendo sacrificados al dios Sol día a día.
Informado del trágico fin de la guarnición comandada por Gaete, Godoy se
atolondró y no aguardó más para dar una censurable orden de fuga, porque de
retirada no fue. Por eso, en los mismos escritos de aquel tiempo se diría que
"volvió, como dicen, con el rabo entre las piernas, trayendo consigo a dos
españoles de Gaete que habían escapado". Uno, el que le dio aviso; y otro más,
que a poco se juntó con ellos.
Lo grave fue que "perdió mucha parte del hato (...) huyendo con harto riesgo
dejando el hato que llevaba y las cabalgaduras".
La huida fue tan de prisa que Godoy también abandonó a sus aliados
indígenas y el servicio, según el conquistador Mancio Serra. Propició la
vergonzosa fuga el hecho de contar con muy buen caballo.
No sabemos si llegó a consultar el repliegue con otros importantes españoles
que con él iban, como el Alguacil Mayor de Lima Martín Pizarro y el ardoroso
Juan de Acosta. Lo único seguro es que la decisión fue muy rápida. En su
precipitada huida Godoy dejó más parte de los indios auxiliares, incapaces de
seguir el paso rápido de los corceles.
No mucho después los rebeldes cayeron al lugar. Capturaron a los jefes
indios españolados y cogieron el cuantioso botín dejado por los cristianos. Se
debió proceder entonces a las ejecuciones de rigor, mientras Godoy
"considerando más su vida que su honor" -como remarcaba el cronista
Girolamo Benzoni- proseguía su fuga hacia la capital.
Quisu Yupanqui, deseoso de capturarlo, envió a los más ligeros de sus
hombres, pero no consiguieron cortar camino, limitándose a perseguirlos
"dándoles grande guerra".
Apresuradamente, pues, aquel Godoy hizo su ingreso a Lima. Irrumpiendo
en el recinto donde se hallaba el Gobernador. Debió informarlo con urgencia de
cuanto había ocurrido y de la gravedad de la situación. Le diría que miles de
rebeldes avanzaban sobre la ciudad. Con semejante aviso Francisco Pizarro
confirmó lo que ya le habían anunciado -pero no con esta premura- los jefes de
otras expediciones que habían
60 JUAN JOSE VEGA

incursionado en las sierras adyacentes a Lima. Diego de Agüero, que llegaría al


día siguiente, confirmaría el avance de "indios de guerra" por Lunahuaná.
Gran presión hubo entonces en la ciudad para que se la abandonase a su
suerte, pero el Gobernador se negó a ceder ante la debilidad de quienes veían
en la retirada la única posibilidad de salvación. Se jugaba su pasado y su
porvenir. Quizá titubeó por un momento, como algunos dicen, mas luego
ordenó que todos se aprestaran a la defensa. El mismo se vistió con su
armadura, dando ejemplo a los remisos, "animando mucho a los soldados".
Para entonces había recibido ya refuerzos de varias partes, los que sumados
a la guarnición de Lima a los aliados indios y a los negros de guerra,
significaban una fuerza capaz de sostener un sitio por algún tiempo.

COMBATE DE PURUCHUCO

Las vanguardias de Quisu Yupanqui avanzaron hacia la capital, bajando a


las partes llanas del valle, para luego desviar el agua del río de su lecho.
En efecto, "tuvieron un ardid de guerra que sacaron el agua del río Rímac, y
la echaron por una acequia grande por toda la ciudad". Se inundaron varias
zonas y el río dejó de discurrir por su cauce.
El agua empezó a escasear en la ciudad y, además, podría ser obstáculo para
la caballería si enfangaba los alrededores.
Ante esta situación, Pizarro dispuso que se juntase lo mejor de la caballería y
que el lado de unos peones, reforzados con los huailas y yungas, atacasen a los
rebeldes, hacia Puruchuco, lugar cercano, al este de Lima. Así marchó sobre los
cuzqueños el capitán Pedro de Lerma "con más de setenta caballos y con
muchos indios amigos, que salieron al reencuentro a la gente del Inca, con los
cuales pelearon gran parte del día".
Los rebeldes, con infundado optimismo, no repararon en la desventaja que
ofrecían sus huestes que sólo combatían como infantería ligera frente a las
cargas de la caballería en sitios planos, sobre todo si, como allí ocurrió, ella iba
protegida "con muchos indios amigos y cristianos".
MANCO INCA 61

Los peor para Quisu Yupanqui era que carecía totalmente de flecheros. Lo
cuzcos hicieron lo que sus posibilidades permitieron, pero al fin cedieron ante
la impetuosidad de los jinetes y superioridad efectiva del enemigo.
Combatiendo los españoles y sus aliados "los cercaron por todas partes". Aun
así, rodeados, soportaron con arrojo las cargas de la caballería, hasta que
alcanzaron unos cerros vecinos para guarecerse.
Cuenta el cronista Alonso de Borregán que, confiado, adelantóse un sobrino
de Juan de Panes, vecino de Panamá que iba en buen caballo y los indios "le
ataron las manos y los pies y le tomaron de la silla y se lo llevaron. Socorrió
Pedro de Lerma el capitán con gente, para lo defender, y con él un Diego de
Agüero, como los indios fuesen muchos y tiraban tantas piedras con las hondas
y las manos desde arriba de lo alto... dieron a Pedro de Lerma capitán una
pedrada en los dientes que le quebraron los dientes y la boca... y a Juan de
Panes y a su caballo delante de todos los hicieron pedazos".
Asimismo, el capitán Per Alvarez Holguín fue enganchado con garfios y casi
muere; lo salvaron cortando las cuerdas en medio del combate.
Benzoni describe así tal choque: "Encontrados los enemigos, encar-
nizadamente se combatió tanto de una como de otra parte, hasta que los indios,
no pudiendo resistir el ímpetu de los cristianos, volvieron las espaldas y se
retrajeron a una colina que está cerca de Lima. Murieron en este encuentro
muchos indios y de los españoles sólo dos, pero muchos quedaron heridos".
Pizarro salió de Lima tras Lerma -dice otro cronista- y lo hizo con ánimo de
reforzarlo; pero a lo que se sabe no llegó.
Lerma salvó ese día a Lima. Entre otros testimonios está el de su hijo: "si el
dicho, mi padre no actuara los indios tuvieran lugar de entrar en la dicha
ciudad y matar todos los españoles". Pero el campo de batalla quedó en manos
de Quisu Yupanqui y por esto puede considerárselo vencedor.
"Esa noche se hizo mucha guarda, rondando la gente de a caballo la
ciudad"... "guardias y centinelas".
62 JUAN JOSE VEGA

EL CERCO DE LIMA

Vencedores en Puruchuco, Quisu Yupanqui y Cusi Rímac optaron por iniciar


el cerco de la capital, a fin de lograr el anhelo de matar o capturar a Pizarro, con
lo cual se cumpliría plenamente la orden de Manco de exterminar a la
guarnición extranjera.
El desplazamiento hacia la ciudad de Lima se había iniciado al momento de
perseguirse a las huestes de Pedro de Lerma, quien, herido y todo, no perdió el
control de la situación y se retiró en buen orden.
Es nuevamente Diego de Silva y Guzmán quien en su Relación nos
proporciona las mejores informaciones en tomo a este momento decisivo e
inicia su descripción anotando que viendo el gobernador Pizarro (seguramente
desde algún cerro) "como venían tan grande cantidad de indios a dar en la
ciudad... salió gente de refresco a dar en ellos y marcharon muchos".
Los lanceros de a caballo hicieron esa vez bastante daño entre los incaicos,
por darse el encuentro en tierra llana, hacia lo que ahora se llama Yerbateros;
asimismo, las fuerzas incas y de sus aliados pagaron caro el no contar con
flechas, única arma que podría contener la caballería española. Quizá los dos
máximos jefes indios, Cusi Rímac, el imperial y Quisu Yupanqui, el semicuzco,
debatieron en lo tocante a lo que correspondía hacer en tal contingencia,
acordándose en todo caso posesionarse de los cerros aledaños a la capital.
La situación fue tomándose difícil para los españoles porque los jefes cuzcos
recurrieron a la táctica de "quitar el agua del río y la echaron por junto al cerro
de San Cristóbal y para ir por agua era menester gente de guerra". Lo cual no
resultaba siempre fácil porque, siendo el sitio del río pedregoso, "los caballos se
mancaban muchos", como lo recordaría fray Vicente de Valverde en su famosa
carta de 1539.
La Relación de Silva nos indica que luego "los indios se pusieron en unos
cerros; en lo más alto de ellos se puso Quisu Yupanqui, con la gente principal,
que venía por capitán general de toda esta gente. Los españoles arremetieron al
cerro más bajo, adonde cayeron dos de caballo, y al uno dellos mataron y el otro
se salvó por gran milagro más que por su posibilidad. El Gobernador, viendo
tanta multitud de gente, creía sin duda ninguna que ya lo de acá era todo
despachado; los españoles anduvieron escaramuzando con ellos, matando
muchos, especialmen
MANCO INCA 63

te una vez que los enemigos se determinaron de acercarse a la ciudad,


poniéndose en unos edificios caídos. La gente de a caballo estuvo en celada, y
habiendo tiempo, salieron matando y alanceando mucho número de ellos hasta
que se subieron en unos cerros. Al Gobernador jamás este día le dejaron salir a
pelear, pero estaba con veinte de a caballo a punto para socorrer a donde
hubiese necesidad. Esa noche se hizo mucha guarda, rondando la gente de
caballo la ciudad".
"Otro día amanecieron los indios más cerca, en una sierra grande, que estaba
dellos cubierta que cosa della al parecer no se divisaba, de donde quitaron e
hicieron pedazos una cruz grande de madera que estaba puesta en lo alto, a la
parte del camino que van a la mar y al puerto; y en otro cerro algo más lejos
pareció muy gran cantidad de gente, toda de la provincia de los Atavillos".
"En estos cerros los enemigos peleaban muy a su salvo, abajando a lo llano a
pelear un escuadrón y aquel retirado bajaba otro; en la ciudad había algunos
indios amigos, los cuales, haciéndoles espaldas los españoles, peleaban muy
bien y era causa de reservarse de grandísimo trabajo los caballos, porque de
otra manera no lo pudiera sufrir".
"Algunos de los indios que se tomaban a vida se atormentaban cruelmente,
para saber nuevas desta ciudad (el Cuzco); unos decían uno y otros decían otro,
y jamás concordaban, porque así estaban prevenidos de sus capitanes".
"Viendo el Gobernador que los contrarios estaban tan cerca de la ciudad y
que no les podía hacer ofensa ninguna, trataba cercarlos y para esto hallaba
poca posibilidad. Otras veces decían que sería bien subir de noche y tomalles lo
alto; también esto les pareció muy dificultoso, así por ser pocos y el número de
los indios tan grande, como por la fragosidad del cerro en que estaban: Pero al
fin acordóse ser esto lo mejor... En esto pasaron cinco días, y acordaron de hacer
un reparo de tablas para resistir las piedras; pero después de hecho les pareció
imposible poderlo llevar".
Así transcurrieron seis días de incesantes combates, con muertos en ambos
bandos. Quisu Yupanqui aguardaría el auxilio de una parte de los contingentes
de los curacas de los huancas, para ejecutar el ataque final, que se presumía
muy caro en vidas; merced, sobre todo, a la fuerte potencialidad de fuego de los
numerosos arcabuces de los españoles.
64 ____________________________________________________________ JUAN JOSE VEGA

Pero los caciques huancas jamás llegaron, pese a las órdenes de los jefes incas
que los buscaron. Estos seguramente acabaron asesinados.
No obstante la enemistad de los caciques huancas y de otras naciones
aborígenes, los incaicos habían entrado a la lucha con excepcional vigor. De allí la
cantidad de heridos graves en esos días, a pesar de que fueron rarísimos los
flecheros, si es que hubo alguno.
Por aquellos días, Diego de Aliaga "estuvo a punto de morir por haberle
aprisionado el equipo sus enemigos con boleadoras, pero auxiliado por sus
compañeros logró encaramarse en la grupa de otra cabalgadura y regresar salvo a
Lima", según registra José Antonio del Busto.
Quisu Yupanqui proyectaría un asedio largo, que rindiese por hambre a Pizarro
y los suyos. Pero la situación de los cuzcos pronto se deterioró a causa de las
noticias de que Alonso de Alvarado avanzaba a marchas forzadas desde la costa
norte a fin de auxiliar Lima cercada; con los españoles bajo su mando venían -según
se decía- varios miles de chachapoyas, sus aliados, entre ellos numerosos yana-
guerreros, enemigos tenaces del Cuzco.
Convenía pues tomar la ciudad antes que a su defensa concurrieran aquellos
contingentes. Pero fue aun peor lo sucedido con los batallones huancas.
Sencillamente los caciques de esta comarca traicionaron a Quisu Yupanqui y fueron
a dar apoyo a Pizarro. Veamos los hechos.

LA TRAICION DE LOS CACIQUES HUANCAS

Como habíamos dicho, el ala izquierda del ejército incaico había sido encargada
al jefe cuzco Puyu Huillca. Estas fuerzas, a lo que se deduce, no partieron
completas. Quienes lo hicieron habían venido comandados por sus propios
caciques, Guacrapáucar y Paullo Runa y tal vez Apoalaya, como lo registra
Waldemar Espinoza en "Los Huancas aliados de la Conquista".
A la hora del ataque no sólo no concurrieron los grupos que faltaban llegar -
como Martín de Murúa menciona- sino que, subrepticiamente, Guacrapáucar fugó
de los campamentos incaicos, deslizándose con los suyos hacia las líneas españolas,
donde proclamó su adhesión al "apu machu" (señor viejo), nombre con el que
conocían a Pizarro.
En total serían unos mil trescientos huancas. Muchos murieron y nu
MANCO INCA _________________________________________________________________ 65

merosos testigos declararon que en Lima vieron a Guacrapáucar sirviendo esos


días "con su persona y con otros muchos naturales que consigo tenía".

EL ATAQUE A LIMA

Acabada la esperanza de romper las alianzas indo-españolas, y tras varios


encuentros menores en los alrededores de Lima, Quisu Yupanqui dispuso el ataque
a la ciudad. Para entonces todos los cerros circundantes estaban ocupados y la cruz
del San Cristóbal seguía derribada.
El gobernador Pizarro contaba para defender la joven capital con unos
"quinientos hombres de caballo y de a pie", según informe al Consejo de Indias de
un español que alcanzó a salir de Lima, en agosto de 1536, poco antes de iniciarse el
asedio; pero según el cronista Benzoni, Pizarro sólo contaba con unos cuatrocientos
españoles "y un poco más de doscientos caballos".
A sus castellanos, Pizarro sumaba "varios miles" de guerreros nativos aliados y
buen número de "negros de guerra", así como de moriscos experimentados en artes
bélicas.
Los sitiadores fueron unos cien mil -según gran parte de las relaciones-
considerando a toda la gente de servicio; los guerreros probablemente no pasaban
de veinte mil, como se haría constar años más tarde, en un juicio protagonizado por
Hernando Pizarro. Y solamente una parte de ellos era de la nación cuzco.
En esta etapa, los incas del Cuzco iban reestructurando su imperio en los Andes
Centrales, reincorporando mediante su ejército a varias naciones indígenas que
vacilaban en luchar a favor de los reyes incas o se habían unido ingenuamente al
español.
Es digno de mencionarse que por esos días habían llegado a Lima algunos
refuerzos.
Dice la crónica de Diego de Silva y Guzmán que Quisu Yupanqui determinó
entrar a Lima y tomarla por fuerza o morir en la demanda y habló primero a todas
sus gentes, diciéndoles: "Yo quiero entrar hoy en el pueblo y matar todos los
españoles que están en él y tomaremos sus mujeres, con quienes nosotros nos
casaremos y haremos generación fuerte para la guerra". Lo juró ante el Sol.
66 JUAN JOSE VEGA

Fue entonces cuando enardecidos por las palabras del adalid Inca, "los capitanes
y personas principales respondieron que lo prometían de hacerlo así y con esto
movieron todo el ejército con grandísimo número de banderas, por donde los
españoles conocieron la determinación y voluntad con que venían". Descendieron
entonces de los cerros circundantes de la ciudad. Abajo, en batallones cerrados los
aguardaban españoles, yungas, huailas, cañaris, huancas, chimúes, así como
"negros de guerra" y algunos grupos de guerreros nicaraguas y guatemalas.
La principal fuerza de choque la formaban los cañaris, ansiosos de medirse otra
vez con los cuzqueños. Muy especial empeño pondrían en aquella jornada los
cuatro mil hombres de Huaylas, enviados por la citada "suegra india de Pizarro",
Contarguacho.
Una línea de arcabuceros y unos cuantos cañoncillos protegían con su fuego a
los defensores de la plaza.
Con gran estruendo, al son de pututos y trompetas, y alentados por los
huáncares, esos grandes tambores de guerra, los cuzqueños empezaron a acercarse
a la ciudad. Los jefes, en sus andas se aproximaron al río, animando a sus huestes,
que respondían con estruendoso vocerío. Ya se oían en Lima los alaridos de triunfo
de los soldados incaicos cuando "el gobernador mandó que con toda la gente de a
caballo se hiciesen dos escuadrones: el se puso con uno en celada en una calle y un
capitán con él y otros en otra".
Llegó el momento en que -según un paje de Pizarro que se lo narró al cronista
Femando de Montesinos- varios de la vanguardia inca avanzaron por los
paredones que están hacia el camino que sale a Huarochirí; y salió el Gobernador
hasta media legua pero "los enemigos ya venían por el llano del río, muy lucida
gente, porque toda era escogida, el general venía adelante, con una lanza, el cual
pasó en sus andas ambos los dos brazos del río". Sus gritos se escuchaban
claramente y los indios aliados traducían a los españoles una inquietante amenaza:
"A la mar, barbudos, a la mar, barbudos". Diego de Silva y Juan de Betanzos,
precisan que les gritaban: "a enfardelar, a enfardelar".
Todos, entonces, castellanos, nativos, "indios amigos" y negros esclavos se
aprestaron a recibir la carga definitiva de los cuzcos atacantes y de sus aliados
indígenas. Corrían mediados de agosto. Quisu Yu
MANCO INCA 67

panqui y Cusi Rímac, aunque careciendo totalmente de flecheros, lograron tomar


parte de la ciudad, con sus avanzadas, pero cuando se desplegaban en lo llano junto
al río, ambos cayeron bajo el efecto del armamento occidental; el gran Quisu
Yupanqui, por el hierro dé un lanzazo, durante una carga de jinetes; Cusi Rímac, de
un disparo de arcabuz. Al lado de esos grandes capitanes perecieron también otros
jefes incaicos.
Cuatro mil cuzcos y aliados sucumbieron esos días. De los españoles, treintidós,
según Garcilaso y ocho de sus caballos. Muchísimos, varios centenares, quizás más
de mil indios amigos murieron también defendiendo Lima de los cuzcos.
Entre esas tropas militaba el contingente huanca dirigido por Guacra Páucar; y
sin duda yungas de Taulichusco y Guachinamo, curacas de Lima; y diversos
sectores más. Otros jefes indios costeños en quienes no se tenía confianza
permanecieron encerrados durante aquellas jornadas.
El 26 de agosto ya se encontraba suspendido el ataque a la urbe; aunque los
sitiadores siguieron dueños de los cerros circundantes.
Setiembre y octubre habrían de ser, para Pizarro, meses de diversas
expediciones a provincias limeñas a fin de obtener alimentos; múltiples refriegas y
escaramuzas se libraron entonces.
Hasta que llegó Alonso de Alvarado, de Chachapoyas y Trujillo, con setenta
españoles y cantidad de "indios amigos"; Sandoval arribaría con gente hispánica y
unos cinco mil cañaris.

LA CAMPAÑA DE ALONSO DE ALVARADO

El asedio a Lima aún sé mantenía cuando llegaron unos chasquis a Vitcos


noticiando a Manco que con los gruesos refuerzos recibidos por Pizarro en octubre,
éste había decidido enviar nuevas expediciones a la sierra; la más importante había
sido confiada al capitán Alonso de Alvarado, hombre con fama de cruel.
Partió Alvarado el 8 de noviembre del mismo 1536, nucleando unos trescientos
españoles, los miles de guerreros chachapoyas que había traído, así como
centenares de soldados huancas conducidos por Guacra Páucar y unos cien "negros
de guerra".
En Pachacámac se quemó vivos a varios sacerdotes. En el combate
68 JUAN JOSE VEGA

de Olleros los conquistadores y sus aliados triunfaron con dificultad, pues los
incaicos "peleaban como vencedores", por lo cual murieron once de los españoles y
numerosos de los "indios amigos". Pero las bajas de los indígenas "proespañoles" se
cubrían fácilmente porque hombres como el caciquillo Martín el tallán, siempre
conseguían refuerzos para lo cual iban en la vanguardia con gente escogida.
En cuanto a los prisioneros incaicos, se los mutilaba, castraba o mataba, no
faltando ocasión en que hasta los cañonearon. Por cierto que en todos estos actos
punitivos anti-incas destacaban los caciques huancas, que se enorgullecían de
quemar vivos a los orejones cuzcos capturados.
Ante el avance alvaradista Manco recomendó a Illa Túpac reforzar al máximo
las alianzas con las naciones de la comarca andina limeña; pero fue inútil. Los
huarochiris se comportaron bien, pero algunos caciques de los yauyos
abandonaron el bando incaico y con ellos otros. De todos modos, superando
adversidades, el jefe cuzqueño Allin Sonco luchó con bravura en el Ayaviri de las
nieves limeñas, tras lo cual -como lo supo el Inca en Vitcos- Illa Túpac se replegó
hacia la región de Chinchaycocha una vez que Páucar Huaman se hizo cargo del
área central andina.
Pronto Pedro de Lerma, capitán a órdenes de Alvarado, cruzó las cumbres de
Pariajaja, recapturando Jauja a sangre y fuego. Una vez reunidos allí todos los
españoles, se acordó "pacificar" los alrededores mientras se aguardaba a las
columnas de refuerzo que ya habían partido de Lima, consistentes en unos
doscientos cincuenta españoles.
Aquella "pacificación", según supo Manco, empezó por el oriente, por donde se
decía que podrían arribar refuerzos incaicos desde Vilcabamba. Hacia allí
marcharon los caciques Guacra Páucar y Cusichaca, librándose entonces el combate
de Comas, que perdió el incaico Páucar Poma, quien fue llevado a Jauja y ejecutado
allí.
Con perfiles menos claros aparece la batalla de Yuracmayo. Según muchas
fuentes, perecieron en este encuentro unos cincuenta españoles, acorralados por
Páucar Huaman y Yunco Cayo, quienes contaban con flecheros pilcosunis.
El combate de Angoyacu fue luego ganado por Garcilaso de la Vega, un
lugarteniente de Alvarado, bien al sur; después quemó a varios de los
sobrevivientes. Pero hacia el norte las cosas no resultaron fáciles
MANCO INCA 69

para los españoles merced a la infatigable labor de Illa Túpac, a quien Manco le
ordenara reagrupar a los orejones dispersos y promover la resistencia mediante
alianzas con chupachos, yaros y pombos. Consiguió cercar a los españoles del
capitán Diego de los Ríos, matándole gente, hasta que llegaron refuerzos de Gómez
de Tordoya y el propio Alvarado tuvo luego que marchar a la región con sus
aliados huancas y yauyos.
En el valle mantarino los españoles, sus aliados y los negros, cometieron
tropelías sin cuento, entre saqueos y asesinatos y violaciones. Esclavizaron a unos
tres mil de los campesinos plebeyos, mientras los caciques huancas, felones,
indiferentes al dolor de su pueblo, mantenían -como tantos otros- su adhesión a los
conquistadores, a fin de afianzar sus antiguos privilegios.
Seguían entre tanto las escaramuzas de los españoles con grupos cuzqueños
aislados en las cercanías del valle.
Al fin, cuatro meses después de permanecer en Jauja, Alvarado se animó a
avanzar hacia el Cuzco. Los del Inca lo aguardaban en Rumichaca, en la actual
Tayacaja. Allí Páucar Huaman los cercó, utilizando un buen paso donde la
caballería no podía actuar, correspondiendo, entonces, a los arcabuceros el ataque
principal. De todas maneras, veintiocho españoles y nueve caballos quedaron
tendidos para siempre, al igual que un número incierto de "negros de guerra" y
seguramente miles de "indios amigos".
Manco tuvo que saber que aquel día Páucar Huaman estuvo a punto de ganar la
batalla; mas, al parecer, fue a costa de su vida.
El escarmiento en Rumichaca fue terrible, mataron sin distinción de edad ni
sexo, con la colaboración de caciques ancaras enemigos de los reyes Incas. Luego
Alvarado asoló Guamanga, vasta provincia en la margen izquierda del río
Apurímac, ayudado por los curacas de los pocras. Mayor fue aun el apoyo
brindado por la aristocracia chanca al momento del avance español por
Chincheros, la cual proseguiría en Oripa y Andahuilas.
De todo esta avance fue informado Manco y de cómo los guerreros incas
combatían, resistiendo la desestructuración del Imperio. Supo también el rey Inca
que su enemigo, el cacique Guasco de los chancas, había sido afianzado por
Alvarado y que fue con la ayuda que aquel le brindó que el jefe español había
partido, cautelosamente, hacia el sur,
70 JUAN JOSE VEGA

por el camino del Cuzco. Pero el empeño de ingresar como vencedor a la capital
imperial habría de verse frustrado en Abancay a causa de un acontecimiento
impensado: la reaparición de Almagro, a quien se suponía perdido en los hielos
de Chile, o muerto a consecuencia de la gran rebelión incaica:
Pero hagamos aquí un alto para retornar al Cuzco, al cual dejamos a
mediados de 1536.

EL LARGO ASEDIO DEL CUZCO

El relato de los pormenores del ataque a Lima por Quisu Yupanqui y luego
la trayectoria lenta de la campaña andina de Alonso de Alvarado nos apartaron
de los sucesos del cerco del Cuzco, que Manco mantuvo en pie a lo largo de
todos aquellos meses. Es hora, pues, de ver lo que allí sucedía al iniciarse una
nueva ofensiva al amparo del plenilunio de setiembre de 1536.
Conviene señalar que para entonces se había atenuado la presión cuzqueña,
a causa de la merma de yana-guerreros enviados a los antedichos sucesos; pero
la agresividad se mantuvo. Por esta razón no decayó tampoco la acción
represiva española, en especial cuando se empezó a anotar, conforme lo habían
predicho "indios amigos" como Pascac, que la escasez de subsistencias haría que
el ejército inca disminuyese en número.
En esos mismos días Manco, a fin de humillar a los españoles sitiados, hizo
arrojar seis cabezas con barbas y varias cartas rasgadas. Esto lo dispuso porque
uno de sus prisioneros españoles, mañosamente, le sugirió que romper esos
mensajes era una forma de humillar en España. Así, a través de las epístolas,
aunque rotas, algo llegaron a saber los sitiados sobre Lima y las expediciones de
socorro; y hasta de triunfos hispánicos en Africa.
Otro día se produjo un reto, batiéndose un guerrero inca contra un cañari,
venciendo este último.
Corriendo el tiempo, otra vez faltó alimento en el Cuzco, donde se apiñaban
muchos miles de hombres, especialmente indios aliados y yanas. Se organizó
entonces una expedición al sur, hacia Pomacanchis, poniéndose al frente de ella
al capitán Gabriel de Rojas. Fueron setenta jinetes y gran cantidad de los
amigos, por lo cual Manco remitió parte
MANCO INCA 71

selecta de sus huestes para tratar de impedir que los expedicionarios


regresasen.
Confiaba en el uso de armas tomadas como botín por Quisu Yupanqui,
aunque aún sin suficiente entrenamiento. Fue lo más señalable de las
escaramuzas que Rojas tuviese que enfrentar a "muchos indios con espadas y
rodelas y alabardas y algunos a caballo con sus lanzas, haciendo grandes
demostraciones y bravezas y algunos embistiendo con los castellanos hicieron
hechos con que mostraron ánimo más que de bárbaros y la industria aprendida
de los nuestros".
Pero esto no fue todo. Los guerreros cuzcos más avanzados también
lograron dominar en parte los secretos de la pólvora y así se vio "mosquetes
encabalgados que se dispararon cuatro o cinco veces en esta facción".
Sin dejar de combatir un momento, Rojas cumplió su cometido, retomando
al Cuzco con bastante maíz y llamas.
Sin embargo, lo más negativo para la causa incaica fue el brote de nuevas
alianzas aborígenes, lo cual volvía a romper el equilibrio de fuerzas, en
detrimento de los Hanancuzco y de la nación cuzqueña.
En efecto, en ese diciembre, quizás al tiempo del solsticio, se produjo la
deserción de un nutrido grupo de la aristocracia que había venido respaldando
al Inca. Gualpa Roca, Cayo Túpac, Pácac Inga y Cari Topa fueron los
principales conductores de la felonía que culminó con el pase al Cuzco de
varios miles de los vasallos directos de los tránsfugas, de guerreros cuzcos y de
yanas, obedientes todos del mandato de sus respectivos caudillos aborígenes.
Estos condujeron también una masiva cantidad de maíz, miles de llamas y otros
abastecimientos.
Gualpa Roca era el señor de los alcahuisas, antiguos pobladores de una parte
del valle del Huatanay cuzqueño, vencidos por los Hermanos Ayar en tiempos
míticos, siglos atrás, hombres que habían ocultado sus rencores generación tras
generación; pasiones que en la incertidumbre del asedio se sumaron al temor
que infundían las armas hispánicas, cuya efectividad veían y sufrían. Así se iba
desmoronando el cerco del Cuzco.
Fue esta defección, posiblemente, el factor que forzó el traslado de Manco de
Calca a la fortaleza de Ollantaytambo, algo más al norte y bien guarnecida. Pero
a la presión de las mencionadas alianzas se sumaban los informes en tomo al
avance simultáneo aunque lento, de
72 JUAN JOSE VEGA

dos numerosos ejércitos españoles, el de Alvarado desde el norte -que iba por
Guamanga- y el de Almagro, que por el sur regresaba desde Chile en pos del
Cuzco y que a la sazón cruzaba por Tarapacá. Con Almagro retornaba Paullo
Topa.
Hernando Pizarro, que sitiado en el Cuzco nada sabía del avance de
Almagro y Alvarado, decidió por esos días una solución desesperada: Un
ataque sorpresivo a Ollantaytambo.

BATALLA DE OLLANTAYTAMBO

Este choque bélico es relevante por constituir una de las victorias personales
de Manco, siendo señalable que en esta ocasión -enero de 1537- se le vio a
caballo por primera vez.
Hernando Pizarro se animó a lanzar la ofensiva sobre el principal centro
militar de Manco a raíz de la ya citada rendición de poderosos elementos de la
nobleza incaica, seguidos de sus vasallos. Pero Manco por su lado había
conseguido mejorar sus lazos con mitimaes de diversas naciones asentadas en
toda la enorme provincia de Vilcabamba, con los chachapoyas en especial.
Asimismo, había aprendido algunas técnicas occidentales, no sólo a montar a
caballo, sino también a disparar arcabuz, sin duda por la enseñanza brindada
voluntariamente por Santillana, el español que fugó del Cuzco, y por otros
prisioneros que guardaba consigo.
Manco -informado por sus espías de cuanto pasaba- habría de aguardar a los
españoles listo, a punto de guerra.
Sabiendo que quizá se jugaba el todo por el todo con esa audaz incursión
sobre Ollantaytambo, Hernando Pizarro ordenó que se alistase lo más graneado
de las huestes indo-españolas acantonadas en el Cuzco.
Los indios aliados a los españoles ya sumaban treinta mil en aquel período;
se escogería a los mejores yana-guerreros para la expedición.
Habrían de partir bajo las capitanías de Hernando y Gonzalo Pizarro,
"dejando a Gabriel de Rojas con la gente más flaca" en la capital. Esos dos
caudillos marcharon "escogiendo la mejor gente y caballos que había en la
ciudad, que fueron hasta sesenta, y obra de treinta peones".
Con los noventa expedicionarios españoles fue también el núcleo
MANCO INCA 73

principal de las fuerzas auxiliares indígenas, constituidas fundamentalmente


por los bravos soldados y cargueros cañaris, chachapoyas y huancas, así como
no pocos elementos de la nobleza incaica. Por eso dicen las crónicas que
Hernando Pizarro se dirigió sobre Ollantaytambo "levando cantidad de indios
amigos". Una relación escrita por un actor de estos hechos precisa con claridad
que el capitán español llevó consigo "sesenta de a caballo y treinta mil indios
amigos y algunos peones españoles".
El objetivo de los castellanos era tomar de sorpresa a Manco Inca; y, por ello,
Hernando Pizarro ordenó a su hermano Gonzalo que se adelantase con veinte
jinetes para liquidar los puestos de centinelas antes de que pudiesen dar aviso a
los guardas de la fortaleza. Pronto este destacamento tuvo que enfrentarse con
un batallón de arqueros incaicos, a los cuales obligaron a replegarse en las
partes altas, desde donde otros contraatacaron a los jinetes con armas arroja-
dizas.
Confiados "los peones fueron a escaramuzar con ellos", cruzando por un
vado... pero "como los indios tenían en poco a la gente de a pie, cerraron con
ellos con tanta presteza que, como eran pocos, fueron desbaratados, volviendo
las espaldas. Los indios los siguieron de manera que mataron uno de ellos".
Al día siguiente los españoles partieron, siguiendo el rumbo del camino
imperial. Pero llegando "Hernando Pizarro al amanecer sobre Tambo halló las
cosas muy diferentemente de lo que pensaba, porque había puestas muchas
centinelas en el campo y por los muros, y muchos cuerpos de guardas, y
tocando el arma, con una grita, como los indios suelen, y con estruendo de sus
bocinas y a tambores, se juntaron más de treinta mil hombres, sin desmandarse,
aguardando ocasión para ofender a los castellanos, y estando muy recatados
para no ser alanceados ni atropellados...".
"Era cosa notable ver salir algunos ferozmente con espadas castellanas,
rodelas y morriones, y tal indio hubo que, armado de esta manera, se atrevió a
embestir con un caballo, estimando en mucho la suerte de la lanza, por ganar
nombre de valiente...".
"Aparecía el Inca a caballo entre su gente, con su lanza en la mano, teniendo
el ejército recogido, y arrimado al lugar que estaba muy bien fortificado de
muralla, y de un río, con buenas trincheras y
74 JUAN JOSE VEGA

fuertes terraplenados a trechos, y por buena orden".


Pero "queriendo acometer la entrada fueron tantas las galgas que nos echaron y
piedras que tiraron y flechas, que aunque fueran muchos españoles más de los que
éramos, a todos nos mataran"; cuenta un cronista que participó en el asalto. Once
andenes escalonados permitían a Manco Inca una defensa cerrada. En todos ellos
"había gente de guerra, flecheros".
Manco, en efecto, había conseguido refuerzos "chunchos" y mucho temían los
españoles a las flechas para avanzar sin precauciones.
Hubo orden de tomar la plaza fuerte, pero "los españoles con temor de las
flechas no osaban llegar a las murallas". Cundió el desaliento entre la mesnada
conquistadora y desconcertados se hallaban también los indios cañaris y
chachapoyas que combatían contra los incaicos.
Manco los quiso atraer a los andenes (donde los caballos no podían galopar),
pero Hernando Pizarro no cayó en la trampa. Mas algunos chachapoyas pro-incas
avanzaron temerariamente y con grandes piedras tiradas a mano rompieron las
patas a un caballo que, en su dolor y corcoveo, causó gran desorden.
Fue el principio de la derrota en las filas castallenas. Bajo una lluvia de flechas y
de piedras, amagados por tres puntos, los indios auxiliares en desbande y
aterrorizados los esclavos negros, los españoles "aquel día pensaron ser muertos".
En medio del caos producido por el caballo medio enloquecido de dolor
cargaron los soldados de Manco; retrocediendo las huestes de Hernando Pizarro,
sumidas en el desorden, al llano que se encontraba al pie del fuerte y luego saltaron
el río fuera del lecho "lo cual visto por los indios que retraímos rehácese tanta gente
sobre nosotros que pensamos aquel día ser desbaratados y perdidos, porque nos
echaron en el río llamado el Yucay".
En algunas partes, precisa nuestro informante, "los caballos hasta las cinchas, y
era tanta la gente que venía sobre nosotros que no habían en las sierras ni campos y
dárannos las batallas con artillería de versos (cañoncillos) y arcabuces". Confírmase
así lo que otras crónicas apuntan: el uso de armas de fuego por parte de algunos
contingentes pequeños de Manco, esta vez en la pluma de Diego de Silva (1539).
Mientras los mosquetes se disparaban, Manco Inca, en su afán de
MANCO INCA 75

capturar a Hernando Pizarro, ordenó la carga definitiva. "De improviso apareció


tanta gente por todas partes que no se divisaba cosa en aquel circuito que no
estuviese cubierta de indios. Viendo Hernando Pizarro el atrevimiento de los
contrarios que, por ser la tierra mala, era grande, traba con ellos una escaramuza
tan reñida que nunca se vio por ambas partes". Se reanudó el combate cuerpo a
cuerpo. Los pechos de los caballos detuvieron la audacia cuzqueña. Lancearon y
acuchillaron los españoles a diestra y siniestra, mas el campo de batalla les fue que-
dando estrecho y a los corceles les era cada vez más difícil galopar en las cargas.
Luego formaron cuadros colocando en el centro los batallones de indios auxiliares
que combatían con tanto denuedo contra los cuzqueños.
En todo aquel día se batieron ejemplarmente "los indios caribes", esto es los
chunchos del Antisuyu y así hubo "gran mortandad entre ellos y los amigos" (los
indios pro-españoles). Ellos completaron el apremio sobre Hernando Pizarro y
entonces no tuvo más que disponer la retirada, aprovechando la noche. Cuando a la
mañana siguiente los incaicos "no hallaron ninguno de los españoles les dio gran
risa, diciendo que habían huido de miedo", según el relato de Titu Cusi Yupanqui.
Manco había ganado. Pero con sus más linajudos capitanes no dejaría de
reflexionar otra vez sobre las excelencias del hierro. Esas armas defensivas
españolas habían salvado, nuevamente, a sus enemigos porque, de los españoles,
todos regresaron menos uno. Vencidos y con heridas, pero vivos. Los más diestros
flecheros no lograron sino clavar uno que otro proyectil en las partes descubiertas
de los cuerpos españoles.
Los "indios amigos" fueron los que, como resultaba usual en estas lizas, pagaron
una enorme cuota de sangre.
Pero era una victoria. Un gran triunfo. Manco entonces siendo "tan animoso"
como era, pasó a la ofensiva.

NUEVO ASEDIO AL CUZCO

La victoria de Manco en Ollantaytambo fue seguida de un nuevo asedio pasado


el novilunio; Gabriel de Rojas con sus jinetes contuvo a multitud de guerreros incas,
por lo cual se le envió todo el socorro posible, que si no "este día entraran los indios
a la ciudad".
76 JUAN JOSE VEGA

En este cerco mataron varios caballos. Por entonces, cuando Manco había
logrado reclutar, otra vez, huestes de cierta consideración, reapareció Almagro. Este
quería quitar el Cuzco a los Pizarro; recuperar lo que creía que le pertenecía. Se
iniciaron comunicaciones entre los valles de Arequipa y Ollantaytambo. Subió
luego ese jefe español a las cordilleras de Kanas con su gran ejército (cerca de
quinientos españoles, cien negros, miles de "indios amigos" y cargueros). Se
produjo durante aquellas jomadas un acercamiento Manco-Almagro, con
intercambio de embajadores entre los dos caudillos; gestiones que estuvieron a
punto de culminar en una alianza anti-pizarrista. Esta se frustró en su desarrollo a
raíz de un mensaje en que Hernando Pizarro, doblemente cercado en el Cuzco,
denunció con falsía ante el monarca indio que Almagro jugaba doble y que no se
confiase en él, porque en un descuido lo apresaría para remitirlo a España. Lo real
era que los Pizarro del Cuzco se habían enterado, poco antes, del regreso del
temido rival español e intrigaron de aquel modo ante el Inca para salvar sus vidas.
Temían que el pacto se consumase.
Manco dudaría, pero supo apreciar que los españoles, mediando una
insurrección indígena, no pelearían entre sí, aun siendo de distintos bandos. Por
ello, a pesar de la oferta de Almagro, desencantado, atacó a todos los almagristas en
Yucay los empujó sobre el río Urubamba, donde pudo haber ahogado a muchos de
no mediar una buena cantidad de balsas que allí estaban; por este descuido o
traición Manco mató en el acto a su yana-General Rampa Yupanqui.
Luego Almagro y Rodrigo Orgóñez, su lugarteniente, lograron reagrupar
huestes y se fueron a cercar el Cuzco pizarrista, cuya rendición exigieron
inútilmente al Cabildo. Fue entonces que atacaron la ciudad durante la noche que
corrió entre el 17 y el 18 de abril de aquel 1537 y la tomaron sin que la mayoría de
los atacados la defendiera, porque había sido ganada previamente por secretas
ofertas de Almagro: oro, cargos y encomiendas.
Este resultado fue una desilución para Manco, puesto que creía posible la guerra
civil española para luego atacar al debilitado vencedor de una contienda que
parecía inevitable.
Después de reconquistar el Cuzco, Almagro volvió sus armas contra el ejército
de Alonso de Alvarado, que había venido avanzando desde Lima en campaña
sanguinaria contra el ejército de Manco. El mariscal
MANCO INCA 77

Orgóñez lo aplastó en el encuentro de Cochacaxas, junto a Abancay, entre el 12 y


13 de julio de ese mismo año. Y más que batalla fue un desbande.
De inmediato, gracias a la descomunal energía de Orgóñez, el almagrismo se
aprestó a abrir campaña contra Manco, quien se hallaba acantonado en Vitcos, que
quizá sea la hoy llamada ciudadela de Machu Picchu.
VITCOS

A mediados de 1537, Almagro contaba en el Cuzco con más de mil españoles


adictos, cientos de fieles esclavos negros de guerra y unos quince mil guerreros y
auxiliares indígenas aliados; acaudillados estos últimos por Paullo Topa, el
príncipe traidor.
Fue con estas huestes (españolas, indias y negras) que el mariscal Orgóñez -el
mejor soldado de su tiempo en el Perú- emprendió campaña sobre Manco, quien se
hallaba muy seguro de sí mismo, a causa de numerosas victorias alcanzadas sobre
las tropas españolas.
En su corte Manco tenía esclavos españoles, concubinas negras y moriscas,
"doscientas cabezas de cristianos y ciento cincuenta cueros de caballos"; mucho
vino; sedas y ropajes europeos. Y contaba con una pequeña caballería. En fin, era
un rey vencedor de numerosos combates, y, si bien había sufrido más contrastes
que triunfos, la suerte de las armas también le había sonreído. Pero Manco no
contó con que Almagro -haciendo gala de artes muy políticas- agigantara su
poderío al unir bajo su mando a casi todos los españoles del sur del Perú, hasta esa
fecha enconadamente divididos.
Fue entonces cuando el Inca, tras abandonar Ollantaytambo -fortaleza al alcance
de Almagro- pasó a ocupar su red de ciudadelas de Vilcabamba. Tras cruzar el
Urubamba, Manco se sintió absolutamente seguro en Amaybamba y más todavía
trepando los escarpados senderos hacia Vitcos.
El puente sobre el caudaloso Urubamba quedaba roto y asimismo Manco debió
pensar que para Orgóñez sería difícil hallar guía en tan intrincados caminos. Creyó
que varios días serían necesarios para reparar el puente, y muchos más para
avanzar hacia el reducto de Vitcos.
Al camino le salieron caciques de los Antis, que con razón tenían a honor que el
Inca se aposentara en sus comarcas; y decidieron preparar
78 JUAN JOSE VEGA

una gran fiesta, la cual Manco -en su mala hora- aceptó gustoso.
La aceptó porque bien convenía honrar a esa gente del Antisuyu, que con
tanta lealtad lo seguía. Había allí indios pilcosunis, machigüengas y manaríes,
con sus vistosos plumajes, armados siempre con certeras flechas y rudas
macanas de chonta.
Lo que el rey quechua ignoraba era que mientras se hacían los preparativos
para el convite, Orgóñez, "cuya virtud era no descansar", reparaba de prisa el
puente del Urubamba, en Chaullay, gracias al aporte brindado por los indios de
Paullo Inca y los mitimaes chachapoyas rebeldes.
Mientras en Vitcos de Vilcabamba las momias más veneradas del Incairo
salían en procesión para el festín, Orgóñez, con lo mejor de su gente, espoleaba
a la cabalgadura para subir las empinadas cuestas; lo seguían lo más graneado
de sus huestes: españoles, indios y negros. Los mitimaes chachapoyas le
mostrarían los más convenientes atajos, tras degollar a los vigías incaicos
capturados. Avanzaba Orgóñez "no parando de correr... ya tan cansados los
caballos que no podían pasar adelante". No cesaba de repetir aquel joven
aventurero que si había capturado a Francisco I de Francia en Pavia, bien podía
coger al Inca del Perú.
Guerrero fogueado en las campañas de Italia, sabía que no existían sitios
inexpugnables, por más que así se lo dijeron; habíale entusiasmado además la
noticia de la fiesta que le harían al Inca. Conocía por experiencia que ningún
momento mejor para atacar a los indios que en medio del delirio de sus
festividades. Relajado todo control, aun más -suponemos- por el apetecido vino
español cogido en botín de guerra, en medio de las alegrías, factible sería
penetrar de sorpresa en los bastiones incaicos.
Quizá le disgustaba atacar en esa forma, pero Almagro le había ordenado
que a Manco "le hiciere la más cruel guerra que pudiere, porque así convenía a
Su Majestad, por los grandes daños que en los españoles había hecho".
Acordado el ataque, se planeó que fuese en la noche, sabiendo que los incas
no acostumbraban combatir a oscuras. Orgóñez, "muy valeroso y diestro
soldado y de gran experiencia, como prudente capitán, trasnochó y dio de
sobresalto una madrugada en los enemigos y rompió tres escuadrones". Esta
pequeña guardia de vigilancia fue arrasada por
MANCO INCA 79

el número de atacantes y la sorpresa.


El propio hijo de Manco -un niño en aquellos tiempos- habría de contar más
tarde esa noche funesta de Vitcos. "Mi padre estaba quieto y sosegado,
descuidado de que nadie habría de entrar en esta tierra, quiso hacer una fiesta
muy solemne convidado por los Antis y al mejor tiempo que estaban en ella,
desacordados de lo que sucedió, halláronse cercados de españoles, y como
estaban pesados los indios por lo mucho que habían bebido tenían las armas en
sus casas, no tuvieron lugar de poderse defender, porque los tomaron de
sobresalto".
Era una fiesta con los excesos usuales en los pueblos clásicos; una de
aquellas festividades incas en que se entremezclaban las momias y las favoritas;
los brindis y los himnos triunfales; las danzas y las loas.
Lo que siguió al asalto fue una masacre de incaicos y de antis de la selva,
pues se cuenta que los españoles "pelearon bravamente, matándole muchos
indios" y "a Manco Inca le desbarataron".
En la sorpresa las venerables momias fueron derribadas de andas y altares,
varios sitios incendiados, las mujeres huían a desbandadas, mientras algunos
hacían lo imposible tratando de reunir a los dispersos.
El mariscal Orgóñez, a gritos, precipitando su corcel de un extremo a otro
del campo, daba vivas voces de buscar a Manco, a cualquier precio; irrumpía
en todos los recintos buscándolo; se revolvía de aquí a allá, degollando al paso
con su toledana a quienes se le cruzaban. Pero fue en vano; el Inca parecía
haberse esfumado.
Venturosamente Manco, en medio de la batalla, logró deslizarse,
arrastrando de una mano a Cura Ocllo, su esposa principal, que en ese
momento lo acompañaba. Con él estuvo también el Sumo Sacerdote Villa Oma.
Escoltados por un puñado de leales, alcanzaron a huir por un apartado
sendero: cargueros veloces, fieles hasta la muerte, se presentaron para llevarlos
raudamente en tan precarias circunstancias, a vuelapié.
No hubo tiempo de pensar en nada; luego, en la azarosa retirada, atrás
quedarían las esperanzas de restaurar pronto su imperio destrozado. Por
mucho tiempo se acordaría el Inca del desastre de "Vitcos donde fueron presos,
heridos y muertos muchos caciques y principales e indios".
Aun cuando exagerando la situación, bastante de cierto hubo en la
80 JUAN JOSE VEGA

declaración de Jerónimo Costilla, capitán español en Vitcos, sobre que allí Orgóñez
y los almagristas "desbarataron al dicho Manco Inca y le tomaron todos sus
capitanes y señores y principales que consigo tenía, le dieron tan recio alcance que
él se escapó con sola su persona y su mujer escondido".
Y en aquel día trágico para el Cuzco cayó la noche con el Inca perseguido, sin
tregua, por lo mejor de la caballería almagrista, comandada por el propio mariscal
Rodrigo Orgóñez, ansioso de capturar al principal enemigo de España en todas las
Indias. En efecto, mientras los indígenas aliados masacraban a los cuzqueños,
Orgóñez, entre juramentos y maldiciones, buscaba a Manco Inca sin hallarlo.
Negros esclavos le llevarían arrastrando a varios nobles jóvenes, ricamente
ataviados, en quienes ellos creerían reconocer al Inca. En medio de esa confusión,
una vez enterado de la ruta de evasión, se lanzó tras el fugitivo.
Para ello, sabiendo que Manco era conducido por gente muy ágil, formó un
grupo ligero para perseguirlo: Cuatro jinetes de los más veloces, esclavos negros
muy prontos y yanaconas fieles que a todo cerro trepaban.
Todo el día avanzó Orgóñez tras Manco, olvidando las fatigas del combate y
tantas marchas; pero el Inca conocía mejor esos tortuosos senderos entre las
malezas, que tenían muchos atajos en medio de los abismos; además, lo portaban
los mejores cargueros del Imperio, los indios Lucanas, que tras buscar a su rey en
medio de la hecatombe lo habían sacado más que de prisa para luego llevarlo
ágilmente a la carrera como sabían hacerlo en emergencias.
Manco sentía que se jugaba la vida si era cogido; y Orgóñez, que alcanzaría el
mayor de los lauros si capturaba al Inca. Así, aguijando a los suyos, Orgóñez siguió
al joven rey rumbo a la cordillera más alta, hasta "al pie de un puerto (paso) muy
alto y de mucha nieve". Allí Manco, a fin de retirarse con mayor celeridad, había
dejado "las andas y llevaba consigo no más de veinte indios Lucanas, que es la más
suelta gente que hay en estas partes, los cuales a ratos le llevaban del brazo, porque
de cortado y cansado no se podía valer; Villa Oma iba allí esforzándole todo lo que
podía".
Iba así el joven rey, a pie, en las más empinadas laderas "fatigado, desamparado
de los suyos", pero sin flaquear en semejante adver
MANCO INCA 81

sidad; e iba el mariscal pisándole los talones y cuando llegó al pie de ese paso
nevado "con cuatro de a caballo, mandó los dos que subiesen porque tenían los
caballos mejores y él se quedó esperando gente; a medianoche, poco más se
juntaron hasta veinte de a caballo y con ellos subió al puerto y caminó toda la noche
y otro día anduvo".
Pero Manco logró eludir a su rival; éste sin detenerse llegó "hasta un pueblo
donde, estaban los indios tan descuidados que conocieron claramente haber errado
el camino que el Inca llevaba; desde allí se volvieron (a Vitcos) porque no podían
pasar adelante".
Despechado, lanzando improperios, regresaría el mariscal a Vitcos, y no era
para menos: había galopado "veinte leguas" y hacía una semana que casi ni dormía;
sus últimas fatigas habían sido inútiles; habían vencido; pero, en vano, había
trepado luego desde la selva hasta las nieves. Manco había logrado fugar; más
tarde se reconoció que "por la aspereza de la tierra no se lo pudo seguir".
En efecto, en algún lugar de esas inmensas soledades, "sólo con el Villa Oma...
ambos se escondieron en unas sierras donde no los pudieron hallar"; haría allí un
alto con esos fieles seguidores, miserable resto de sobrevivientes de lo que había
sido la espléndida corte de Vitcos.
Gran pesadumbre lo abrumó; parece que intentó matarse. Debió sentirse
abandonado de todos los dioses, hasta de su "padre el sol". Nada quedaba de su
ejército. Se había convertido en un fugitivo dentro de su propio reino arrebatado.
Aún no sabía de la muerte de varias de sus más queridas mujeres. Regresando a
Vitcos, el mariscal Orgóñez se enteró -en efecto- de un hecho que parecía increíble:
Las principales mujeres de Manco se habían arrojado por el abismo; otras se habían
ahorcado y precisamente se mataron "las principales, a quien él más quería, sin que
se pudiese excusar ni remediar".

UNA GRAVE RUPTURA

A los pocos días de la debacle de Vitcos, ocurrió algo inesperado: la ruptura


entre el rey Inca y el Sumo Pontífice Solar. En efecto, ambos personajes prófugos se
distanciaron, movidos por divergencias aún no precisadas, pero profundas sin
duda. No fue un altercado, sino una
i
82 JUAN JOSE VEGA

separación para siempre, lo cual implica la existencia de causas nada pasajeras.


Ambos habían venido actuando de consuno desde los finales de 1533.
La separación hubo de revestir consecuencias para la monarquía inca, porque el
pontífice había actuado, a menudo, como consejero del joven monarca, a quien
duplicaba en edad. El rompimiento dejó así un vacío que al parecer nunca se llenó.
Pero esto se verá después. Señalemos por el momento que pertenece al terreno
de las conjeturas la causa de tan honda escisión incaica. ¿Qué pudo llevar a
separarse a los dos hombres más importantes del todavía vivo Imperio de los
Incas? No lo sabemos, pero algo ayudará contemplar antecedentes. Ateniéndonos a
lo que ambos eran o habían sido y hecho hasta el desastre de Vitcos, diremos que
Manco, el Inca, era un aristócrata cuzco de limpia sangre nobiliaria, no así Villa
Oma, el Sumo Sacerdote, que aun siendo su hermano era hijo de Huaina Cápac en
una princesa provinciana, quizá norteña: en suma, fue un semicuzco. Al respecto,
convendría recordar que, como tal, Villa Oma fue de quienes apoyaron
decididamente la revolución anti-panacas de Atao Huallpa, quien era hermano
paterno de ambos. Eso fue -como sabemos- en 1529, posición que Villa Oma dejó
sólo en los finales de 1533, ejecutado ya en Cajamarca quien había sido su caudillo;
y lo hizo a fin de apoyar a Manco en el Cuzco.
Quizá el fragor de la lucha contra España atizó rescoldos de estas diferencias de
los dos estamentos nobiliarios; pugnas aparentemente superadas. Porque, de todos
modos, el alejamiento de Villa Oma fue en la práctica un desacato, dada la
estructura verticalísima del Incario.
También las diferencias pudieron ser agravadas por recriminaciones del Inca al
Sumo Pontífice en torno a los inconvenientes de celebrar en Vitcos una fiesta
religiosa de semejante magnitud, con tantas libaciones, en plena guerra, a lo cual el
sacerdote bien pudo responder opinando que tales festejos eran lo usual en el
Incario y hasta sustento de las victorias, porque con ellos se obtenía la gracia de los
dioses; y hasta pudo deslizar alguna crítica por la carencia de eficaz vigilancia en
los alrededores de esa ciudad. Pero tal vez la desavenencia principal surgió de
cuando el monarca se empeñó en marchar a baluartes lejanos donde organizar la
brega con pequeñas unidades.
MANCO INCA 83

El pontífice podría haber propuesto defender a cualquier costo los lugares


sacrosantos del destrozado Imperio. Porque tras la discordia, se dirigió a la región
de Pacaritambo, cuna de los Hermanos Ayar, conduciendo desde entonces y desde
allí la lucha en todo el Condesuyu, de donde jamás saldría hasta su captura por los
españoles.
En todo caso, Manco y Villa Oma nunca más se volverían a ver. Cada uno siguió
su propia trayectoria heroica hasta la muerte; pero en forma separada y de algún
modo opuesta.
El nevado del Salcantay fue testigo de la más grave desavenencia entre los
principales protagonistas de la guerra de los cuzcos contra España.
Manco optó por replegarse hacia las tierras de Andahuaylas, por senderos
apartados, esquivando a los caciques chancas, sempiternos enemigos del Cuzco.
LA GUERRA HUANCA

Deambulando por las breñas de Vilcabamba, Manco pasó pobreza con los suyos
y hasta hambre por días enteros. Se desplazaba continuamente a fin de evitar un
cerco español, o ser vendido a ellos por traición de algún cacique enemigo o de un
yana felón. Desde luego, semejante emergencia no le hizo perder de vista los
objetivos que como rey tenía; y se preocupó de ir reuniedo a los sobrevivientes de
la matanza de Vitcos. Recorrió así algunas áreas muy abruptas del Chinchaysuyu.
Logró restaurar una parte de sus huestes, gracias a que los Pizarro y los
Almagro se vieron enfrentados, durante aquel segundo semestre de 1537, en una
pugna que iba a terminar en guerra civil.
Por entonces Manco amagó Andahuaylas, sede de sus enemigos chancas; de allí
pasó a Viñaca, lo que ahora son las ruinas de Huari (junto al actual Ayacucho),
donde parece que acampó un tiempo retomando enlaces.
El mejor apoyo que recibió como Inca en aquellas jornadas fue el del jefe militar
Chirimanchi, de quien no sabemos si era noble o plebeyo. Con él y con otros se
debatiría el futuro de la guerra. Parece que la mayoría coincidió en trasladarse al
norte, a un lugar ubicado a medio camino entre Cuzco y Quito. Se trataba de la
vasta comarca de los chachapoyas, donde había una pequeña ciudad inca, pero lo
que atraía
84 JUAN JOSE VEGA

a todos era la existencia de dos antiguas y enorme urbes bien fortificadas:


Ravantu o Llavantu y Kuélap, las que le darían acceso, inclusive, a las selvas de
moyos, cholones y mayos, donde podría conseguir los arcos que tanto
necesitaba para matar caballos.
Mientras instalaba provisionalmente algunas fuerzas sobre el Apurímac
medio, Manco recibió dos noticias. Una de ellas era el resurgimiento de su
capitán Illa Túpac en tierras andinas centrales, donde se enfrentaba con relativo
éxito a la expedición limeña de Hernando de Montenegro. La otra fue la del
reconocimiento de su hermano Paullo como rey por Almagro; tras su actuación
en Abancay y Vitcos. Fue -le dijeron- una fastuosa ceremonia con la cual se
habría pretendido apagar la incapacidad legal de ese traidor para el cargo de
Inca puesto que sólo era un semicuzco. Pero el rival de Manco había contado
con el apoyo de muchos príncipes semicuzcos como él, dispuestos todos a
batirse por España a cambio de conservar algunos restos del antiguo señorío
incaico. Lo que, por cierto, Almagro concedió.
Manco se instaló luego en Acostambo, quizás a finales de 1537. Desde aquí
habría de conducir sus ofensivas sobre el valle del Mantaro (llamado de Jauja
en el siglo XVI) en pos de víveres, mujeres y yanas. Alternó esta residencia con
otros sitios cercanos, como Azángaro (el de Huanta) y Roaguiri, mientras
seguía reuniendo a los dispersos de la campaña sobre Lima y pedía a sus
capitanes fe en la victoria final, o, llegado el caso, obediencia plena conforme a
las leyes incaicas. Invocaciones y exigencias que tenían que ser compatibles, eso
sí, con un sostén alimenticio mínimo para las mermadas huestes con que
contaba, lo cual le resultaba complicado.
Precisamente, el proyecto de realizar incursiones en el Mantaro derivó de
esta necesidad logística. El bien sabía que desde tiempo atrás aquel enorme
valle era la despensa de varias regiones cercanas. La presa más propicia para
sus fogueados capitanes.
Pero la nobleza huanca estaba dispuesta a sostener sus fueros y mantener la
alianza con Pizarro. Esa aristocracia -muy cruel con sus vasallos, los pobres
campesinos huancas- estaba lista a defender lo que consideraban su patria. Y a
vengar a sus abuelos vencidos por Túpac Inca Yupanqui, quien además había
arrasado su capital Siquillapucara.
El primer ataque a los huancas lo ejecutó Llanqui Yupanqui, partiendo de
Viñaca. Iba en pos de bastimentos. La lucha lo llevó hasta la aldea
MANCO INCA 85

de Huancayo, donde cayó peleando contra las huestes de los caciques Guacra
Páucar y Surichaqui. Pero los del Cuzco alcanzaron a llevarse más de cien
mujeres y buen número de varones para servicio, aparte de botín abundante.
Desde Acostambo, mientras tanto, en esos mismos días, el Inca ampliaba
lazos con los mitimaes cuzcos en distintos lugares, marcadamente en el
Collasuyu, siempre a través de aristócratas de alta estirpe.
Escaseando nuevamente los víveres, Manco despachó a otros capitanes,
entre ellos Anco y Colla Túpac. Avanzaron hasta Sicaya, pero en Pututo fueron
contenidos, cayendo en la refriega los jefes señalados, a quienes los vencedores
ultimaron rodeados. Dejando trescientos huancas muertos e infinidad de
heridos, los demás capitanes procedieron a llevarsé el botín que era,
esencialmente, "mucha cantidad de ganado", así como harto maíz; todo lo cual
fue distribuido por el monarca incaico entre sus famélicas guarniciones de
punas y cordilleras peladas.
Satisfecho con el resultado de estas incursiones, Manco dispuso que desde el
norte avanzara sobre el Mantaro el famoso general Illa Túpac, que también
pasaba penurias por los abastecimientos. Este destacado guerrero, al invadir el
valle, venció al huanca Cusichaca, pero se coligaron contra él todos los demás
caciques lugareños; la batalla final se dio en Huaripampa, perdiéndola el
capitán cuzco, pero después que hubo quemado unas mil casas en Jauja y
retirado cuantioso botín, destruyendo sembríos y las cosechas que no pudo
cargar rumbo a las alturas de Huánuco.
Por entonces Manco supo que un cacique huanca se plegaba a la guerra
contra los invasores: Carhualaya. Era un curaca menor y como tal
probablemente un enemigo de los reyezuelos del valle mantarino. Aquel líder
indio regional supo sopesar la situación y saber quién era el enemigo principal.
Con sus fuerzas puramente huancas se sostuvo en pie de lucha por varios años,
en la cordillera, actuando también en Cajatambo.
Variando su estrategia, Manco dispuso por este tiempo un ataque al
Mantaro desde la ceja de selva, el cual encomendó a Puyu Huillca. Pero sus
huestes sufrieron excesivamente en el trópico y tras asolar Pariahuanca
acabaron vencidas en Comas por Quiquin Canchaya.
Aprovechando la experiencia, Manco reunió entonces un pequeño ejército
de jefes cuzcos y soldados "chunchos", posiblemente pilcosu
86 JUAN JOSE VEGA

nis, y con todos ellos atacó Andamarca, donde, al decir de los caciques huancas,
"robó la tierra, quemó los pueblos y mato muchos indios, los más valientes de
dicho valle"; llevándose finalmente mujeres del lugar y rebaños de las cercanías.
Alentado por el relativo éxito de las incursiones, Manco volvió a pensar en el
plan de meses atrás: Marchar a las grandes fortalezas chachapoyanas. Su
principal delegado de aquella región, Cayo Túpac, había informado
recientemente del deterioro local de la causa incaica, motivado por la presión de
los caciques del lugar, pero esto pudo haber encendido su ira y empujado la
decisión, que significaba cruzar el valle mantarino de Sur a Norte. Terminaría la
campaña entre los mismos chachapoyas castigando al traidor cacique Guamán,
que tan proclive a los Pizarro continuaba mostrándose.
Una vez aprestadas sus fuerzas en Acostambo y Huanta, Manco Inca dio
orden de avanzar sobre Jauja. Los caciques huancas se habían negado a todo
entendimiento y, por el contrario, demandaron ayuda española a Lima; bien
merecían una severa sanción ejemplarizadora.
Para escarmentarlos, Manco arrolló cuanto hallaba a su paso, matando a
diestra y siniestra, quemando, talando, pues había "determinado hacerles un
castigo, el cual fuese sonado por toda aquella tierra, diciendo que los había de
quemar a ellos y a sus casas, sin dejar ninguno a vida y esto porque habían
dado la obediencia a los españoles sujetándose a ellos".
Las huestes cuzqueñas pasaron por sobre las cenizas de pueblos destruidos
en campañas anteriores, como Huancayo y Sicaya, arremetiendo hasta el
extremo norte, en pos de la gran Jauja.
Alertados los huancas, incluso los vacilantes debieron ver en la unión bajo el
comando de Guacra Páucar la única opción de sobrevivir; el pánico empujó a
todos los caciques lugareños a un frente contra Manco. Además, era sólo
cuestión de resistir un poco más, pues andaban cerca los refuerzos españoles; se
decía que unos cien soldados castellanos marchaban a Jauja. Sabiéndolo, Manco
apresuró los ataques, contando -de seguro- con el apoyo de algunos pocos
caciques menores -como Carhua Alaya- opuestos a la alta aristocracia huanca
proespañola.
Gracias al empuje de las tropas incas marchó Manco triunfalmente de
extremo a extremo del valle: había entrado por Sapallanga y sólo se detuvo
junto al destruido ushnu o gran estrado imperial de Jauja.
MANCO INCA 87

Tanto avanzó Manco al aplastar la resistencia local que según declararon al


cacique Cusichaca y otros llegó a levantar su campamento "junto a los tambos
reales"; lo cual implica que el rey cuzqueño quedó dueño del valle, pues lo
cruzó y se instaló en el sitio principal: los palacetes de la antigua ciudad inca de
Jauja. Los huancas se retiraron en desorden por el camino de Tarma. La batalla
principal iba a librarse en Aixiuvilca.
Las huestes huancas debieron acantonarse en los cerros, aguardando la
oportunidad, por Acolla y Yanamarca. Luego, "juntándose todos los caciques
del dicho valle con la gente que pudieron recoger le dieron batalla en el cerro
que llaman Aixiuvilca, junto a los dichos tambos, la cual fue la más reñida y
porfiada que los indios de Xauxa tuvieron con los dichos Incas".
Este encuentro (que tal vez fueron dos o tres sucesivos) es conocido también
como la cuarta batalla de Jauja: fue una neta victoria de Manco y de sus cuzcos.
Luego de ella Manco sentíase dueño total del valle, como Inca. Su padre y su
abuelo había señoreado en el Mantaro, aplastando sin contemplaciones las
revueltas que promovió la nobleza local. Esta convicción de superioridad y su
desagrado por la actitud de los caciques más ricos dificultó, como en otros
sitios, que pudiera entenderse siquiera con niveles menores de la nobleza local,
en el seno de la cual pudo haber hallado más hombres como Carhualaya, que le
era fiel.
Avanzando Manco contra otros huancas, es probable que la caballería
española de refuerzo llegase durante estos días en que se libraban nuevas
escaramuzas y combates en todo el valle.
Las versiones más antiguas son confusas: la crónica del hijo de Manco, Titu
Cusi Yupanqui, relata que "tuvo una gran refriega con los españoles": "La
refriega duró dos días y al fin por la mucha gente que mi padre llevaba y por
darse buena maña los venció y mataron cincuenta españoles y los demás
escaparon a uña de caballo; y algunos de los nuestros siguieron el alcance
algún rato, y como vieron que se daban tanta prisa se volvieron a donde mi
padre estaba encima de su caballo blandiendo su lanza, sobre el cual había
peleado fuertemente con los españoles".
Victoria la hubo, pero lo grave para Manco era el fracaso de la conspiración
en Chachapoyas. Supo que las cosas no acontecieron allí como Manco esperaba.
Cayo Túpac -su emisario- no logró vencer la coali
88 JUAN JOSE VEGA

ción anti-cuzqueña del poderoso cacique Guaman. Este, en dos combates,


venció a los jefes locales que apoyaban a Manco, entre ellos al héroe
Guayamulus. Cayo Túpac acabó en la hoguera. Los chachapoyas habían sido
capitaneados en estas campañas por un jinete español que subió desde Trujillo.
La estrategia incaica estaba, pues, rota. Ir hacia el norte carecía ya de sentido.
No había más que retornar a los reductos de Vilcabamba, cruzando medio país,
puesto que resultaba imposible permanecer mucho tiempo más en el Mantaro,
daba la hostilidad de sus caciques, que siempre habían sido enemigos.
La crónica cuzqueña de Titu Cusi nos dice que los combatientes cuzcos
empezaron a marchar hacia el sur, seguidos o no, de lejos, por la caballería
española que por allí estaba con Illán Suárez de Carbajal; hombre para quien
muy poco tiempo después se pediría premio en vista de que "estuvo en la
defensa de los caciques d e Jauja", que enviaron a pedir socorro contra el Inca, y
los amparó muy bien".
Luego -siempre sin prisa-, Manco, a caballo, dirigió sus huestes hacia el sur,
llevándose un cuantioso botín de cosechas, rebaños y mujeres de los huancas.
Marcharía no sin congoja. Aunque victorioso, había ganado un triunfo
pírrico, sufriendo severas pérdidas; y para colmo se veía obligado a retornar,
arrasando el valle en venganza.
El propio Guacra Páucar, escudo de los caciques huancas, reconocía que todo
cuanto hallaban se lo llevaron "los incas", desde Sapallanga hasta Xauxa "no
dejando cosa que no mataban de hombres y de mujeres el cual dicho Inca robó
mucha suma de ganado". No sólo se llevó ganado, sino, a la par, hombres
sobrevivientes para esclavos yanas y nada menos que ciento cuarenta y tres
mujeres. Corrían ya los inicios de 1538.
En efecto, arreando prisioneros, y con los cargueros que portaban el botín,
Manco prosiguió su marcha precedido de su pequeño ejército. Pasando por
Huayucachi entró a Huarivilca donde, tras derribar los muros del templo,
arrancó de su altar el principal ídolo de los huancas, extrajo los tesoros y mató a
cuanto servidor de la deidad pudo hallar. Luego "echándole una soga al
pescuezo lo trajeron arrastrando por todo el camino, con gran denuesto". El hijo
de Manco, el cronista quechua
MANCO INCA 89

Titu CUSÍ Yupanqui, habría de contar todos estos sucesos, en obra que
concuerda con otras fuentes.
El Inca pasó a Paucarbamba y de allí a Cocha, cerca de Huanta y, luego, a un
sitio que por entonces se llamaba Ruaguiri, donde dio muerte a un cacique de
los angaraes y a un orejón cuzco, seguramente por complicidad con los
españoles. Luego ejecutó a un señor de Acostambo. Finalmente, arrojó al
Mantaro al ídolo Huarivilca.
Esta política punitiva quizá le enajenó simpatías en la comarca. Al volver a
Paucarbamba habría de ser batido por una coalición de huancas y otras
naciones vecinas auxiliados todos por un morisco y un negro, jinetes ambos,
que Pizarro había enviado desde Lima. Con todo, logró salvar unos dos mil
hombres y -usando los senderos perdidos que muy bien conocían sus yana-
guerreros- se replegó a Vitcos, su sede preferida, a la cual retomaba después de
medio año.
Al mismo Vitcos habían marchado también varios capitanes cuzcos vencidos
en distintos lugares; eran los sobrevivientes del gran ejército imperial.
Entre tanto, los españoles -que proseguían en guerra civil- se aprestaban
para librar batalla definitiva. Pizarristas y almagristas en pugna abierta desde
mediados del año anterior, alistaban sus armas para decidir el destino del
sistema que habían erigido. El encuentro español final sería la culminación de
numerosos incidentes y de los combates de Cuzco, Abancay y Huaytará. Se
preveía muy sangriento. Uno y otro bando ibérico reservaba fuerzas para ese
momento decisivo, razón por la cual ni Pizarro ni Almagro había podido
combatir eficazmente a Manco desde el desastre de Vitcos, hacia medio año; ni
enviar mucha ayuda a los caciques enemigos de los Incas. Por su lado, Manco
no dejaba de alentar esperanzas de que como resultado de ese choque el
poderío hispánico quedase tan deteriorado que él pudiera sacar ventaja. No
solamente porque se derramaría abundante sangre española, sino también la de
sus enemigos indígenas, que combatían en uno u otro bando de los
conquistadores. Paullo Topa, convertido en Paullo Inca, era figura visible del
bando almagrista donde conducía miles de cuzcos y gente de otras etnias. En el
campo de los Pizarro, los belicosos chachapoyas hacían la principal figura de
los colaboradores aborígenes.
90 JUAN JOSE VEGA

LA GUERRA A MUERTE

Ya de regreso en Vitcos, Manco proyectó un avance hacia el sur, a la tierra de


los chuis del Collasuyo, a fin de atrincherarse en una fortaleza llamada Urocoto;
pero tal proyecto fracasó.
Reanudó entonces las acciones entre el río Pampas y las cercanías del Cuzco;
la guerra se tomó más sanguinaria, especialmente contra los yanas, así como
contra caciques proespañoles. Desde la selva alta, Manco dirigía incursiones
sobre diversas áreas surandinas del Perú.
Cieza de León narra que como "los contratantes de Los Reyes (Lima) é de
otras partes iban con sus mercaderías al Cuzco, salían a ellos, é después de
haber robado su hacienda los mataban, llevando vivos á algunos si les parecía, é
hechas las cabalgadas se volvían á Viticos, principal asiento, é á los cristianos
que llevaban vivos, en presencia de sus mujeres les daban grandes tormentos,
vengando en ellos su injuria como si su fortuna pudiera ser mayor, é los
mandaba empalar metiéndoles por las partes inferiores agudas estacas que les
salían por las bocas; é causó tanto miedo saber estas nuevas, que muchos que
tenían negocios privados é aún que tocaban á la gobernación no osaban ir al
Cuzco, si no fuesen acompañados y bien armados".
El mismo informante nos habría de proporcionar la mejor relación sobre el
final del enfrentamiento entre pizarristas y almagristas en la batalla de Las
Salinas, el 6 de abril de 1538; perdedor Almagro sería ejecutado ilegalmente un
tiempo después.

GUAMANGA Y ORONGOY

Corría el segundo semestre de 1538. Mientras Tísoc Inca se batía en el


Collasuyo, Manco decidió dirigir personalmente una ofensiva en las cordilleras
centrales del siempre disputado Chinchaysuyo. Fue así como partió con unas
pocas unidades hacia el norte, amagando el valle del Chumbao. Desde allí se
trasladó -atacando caravanas- a la zona desde la cual había dirigido las
incursiones contra los huancas el año anterior. Pero esta vez, con más recursos,
prefirió atacar a los españoles, aunque no dejaba de hostilizar a los caciques de
los anearas y de los pocras que poblaban aquellas comarcas. No había así
seguridad ni para los con
M ANCO INCA 91

quistadores cuando iban en grupos pequeños ni para sus "indios amigos" y


menos para los mercaderes. Muchos españoles murieron; caravanas íntegras
fueron tomadas.
Lo más grave para Pizarro era que el Inca solía aparecer a caballo y con él
un grupo de sus guerreros cuzcos.
La situación llegó a tal extremo que el propio gobernador Pizarro pasó a
comandar una expedición. Pero Manco, apelando a tácticas que hoy
denominaríamos guerrilleras, siempre lograba escabullirse cuando la relación
de fuerzas le era adversa. La última vez, el rastro del Inca fue perdido adentro
de Oripa. Fatigado, Pizarro optó por retornar al Cuzco, encargando a Illán
Suárez de Carbajal la prosecución de la campaña.
Este jefe español fracasó igualmente y lo peor para la causa que re-
presentaban fue que delegó el mando. Un capitán llamado Villadiego pasó
entonces a cercar al Inca, tal vez conociendo que había acondicionado una
antigua ciudadela inca en Orongoy, cerca de la confluencia de los ríos Pampas
y Apurímac.
Guiado por los infaltables "indios amigos" y dejando atrás el Pampas, el
capitán español empezó a subir las laderas que conducían a los altos de
Orongoy. Y tal vez habría cogido de sorpresa al Inca -pues se victimó a los
centinelas- pero su mujer principal, Cura Ocllo, alcanzó, de modo casual, a
darse cuenta de lo que sucedía y dio la voz de alarma en el campamento
rebelde. Manco, que bien cebado estaba en españoles, vio una ocasión más para
cobrar una nueva victoria.
Como no tenía allí muchos guerreros, envió por delante, a lugar seguro,
pequeñas fuerzas de infantería, quedándose él en la retaguardia, preparando el
ataque. Menos de doscientos hombres lo acompañaban, entre ellos varios de los
más arrojados orejones y yana-guerreros de mérito.
Divisó el avance de las tropas hispano-indias, muy superiores en número,
pero no se arredró por eso. La escolta montada que lo acompañaba era de toda
su confianza: Se trataba de veteranos probados. Desde lo alto el Inca contempló
cómo seguían ascendiendo las laderas las huestes atacantes; y reparó en un
factor de suma importancia: "venían sin caballos". Fue entonces cuando -según
cuenta Cieza de León, entre otros-, "cabalgando en uno de cuatro que allí tenía,
teniendo en la mano una lanza jineta, dijo a los bárbaros que con él estaban que
se animasen
92 JUAN JOSE VEGA

y aderezasen. Y diciendo esto, mandó a tres principales de su linaje que cabalgasen


en los otros caballos que dijo tenían y se apercibiesen para ir contra los españoles".
Mientras el Inca ultimaba sigilosamente los preparativos para una sorpresiva
carga, Villadiego, exhausto por la ascensión, hizo un alto en la cuesta para
descansar. Allí empezó la catástrofe de los conquistadores. Dice la crónica: "ya que
habían andado un poco de trecho, oyeron el ruido que Manco Inca traía con los
caballos e indios con que ya venían a dar en ellos y como los vieron volvieron las
espaldas sin sentir ninguna sed ni cansancio, a dar aviso a sus compañeros". Para
colmo, el haylli triunfal de guerra de los cuzqueños atemorizó a esa vanguardia
hispánica que por ser "gente recién venida de Castilla y no acostumbrada a oir
gritos de indios, luego huyeron".
El pánico se contagió y Villadiego apenas sí pudo contener la fuga de los suyos,
pero mostrando gran serenidad en tan adversas circunstancias y "oyendo que los
indios estaban tan cerca, a gran prisa, con el pedernal sacó lumbre que bastó a
encender las mechas y mostrando buen ánimo cargó el arcabuz".
Manco vio entonces cómo alineaban los arcabuceros, bala en boca, mientras los
indios -seguramente huancas y chancas- lanzaban hondazos; pero no fue suficiente
esta vez el apoyo nativo. El desaliento cundió en los de España: "no les pareció que
eran poderosos a defenderse y decían que por tener Villadiego poca experiencia de
la guerra habían de ser todos muertos; mas, aunque esto platicaban no dejó de
haber en ellos algún ser y denuedo del que suelen tener y mostrar los españoles,
porque luego tomaron sus armas".
Para esto, el pelotón cuzqueño de caballería ya estaba encima. "Manco Inca
venía ya junto a ellos y echó un ala de sus indios para con ella cercar a los
cristianos, teniéndolos en muy poco por verlos sin caballos y por traerles gran
ventaja por estar en lo alto desde donde luego comenzaron a arrojarles muchos
tiros de dardos y flechas".
Los castellanos confiaban en la pólvora. Por ello, sin inmutarse, el capitán -buen
tirador- dando ejemplo a los suyos, encaró el arma y "soltó el arcabuz y con la
pelota mató a un indio". Pero "aunque los cristianos con los otros arcabuces y
ballestas mataron algunos, no pudieron hacer huir a los demás, antes con súbito
arremetimiento y con gran grita arremetieron a Villadiego".
MANCO INCA 93

"Manco Inca con el caballo abajó a los cristianos y anduvieron peleando unos
con otros dos horas y por estar los cristianos tan cansados y calurosos no pelearon
como en otros tiempos semejantes". El combate se generalizó. Los indios aliados se
batieron con brío contra los cuzqueños. No se quedó atrás el jefe español, pero le
salió al frente un orejón y le quebró un brazo de un macanazo.
De los conquistadores "muy cruelmente fueron por los indios veinticuatro
muertos... y entre ellos Villadiego". Fue rotunda la victoria de Manco. Sólo dos
españoles consiguieron escapar, gracias al sacrificado auxilio qué les prestaron los
indígenas aliados, quienes protegieron la retirada hacia tierras de Oripa. Entre
tanto el Inca, inflexible con los indígenas rivales, exterminó a la mayor parte de los
"indios de Nicaragua y yanaconas", aliados de los cristianos. También "mató
muchos negros", esclavos fogueados en campañas. Luego pasó a las represalias de
rigor en esa guerra a muerte, puesto que conforme a los usos incaicos "a muchos de
los indios amigos que andaban con ellos mandaban cortar las manos y a otros las
narices y por consiguiente a otros hizo sacar los ojos".
Decían los de España que "se había vuelto muy cruel" y que ya no estaba con él
Villa Oma para moderarlo.
Sea como fuere, satisfecho con la venganza, "con las cabezas de los cristianos se
retiró a su asiento de Vitcos", las cuales, como trofeos de guerra -así lo meditaría-
debían pasar a ornar las murallas de la fortaleza que le servía de cuartel general.
Debió pensar que si doscientas calaveras españolas habían ornado la fortaleza de
Ollantaytambo en 1537, ahora adornaría Vitcos con las que llevaba, que se
sumarían a otras más que ya tenía.
Los dos sobrevivientes españoles no demoraron en llegar donde el factor Illán
Suárez de Carbajal, a quien Pizarro había encomendado la pacificación de
Guamanga; enfurecido, maldiciendo por la derrota que tan mal parado lo dejaba,
"quiso ahorcar a los que quedaron".
Una vez calmado, perdonó a sus dos compatriotas y pidió urgentes refuerzos a
fin de enfrentar la emergencia creada por el desastre y muerte de su lugarteniente
Villadiego. Pero mientras los españoles desplegaban una nueva ofensiva, Manco se
replegaría por la ruta de Guamanga, "porque supo que ya el factor Illán Suárez, por
la otra parte, le tenía ganado lo alto".
94 JUAN JOSE VEGA

Tras burlarlos, iba radiante el Inca con el nuevo triunfo; "le acudían muchos
indios, orgullosos por la victoria". Y proclamaba a todos que "pues sus dioses le
habían comenzado a favorecer, esperaba que lo habían de continuar".
De esta victoria cuzqueña también se tiene descripción inca en la crónica de
Titu Cusi Yupanqui:
"Mandó que le echasen la silla al caballo porque estaban ya cerca los
enemigos, a la vista de los cuales puso en un cerro muchas mujeres en renglera,
todas con lanza en las manos para que pensasen que eran hombres; y hecho
esto, con gran ligereza salió encima de su caballo con su lanza en la mano;
cercaba él solo toda la gente, porque no pudiesen ser empecida de sus
enemigos..." "dieron de tropel sobre ellos con sus lanzas y adargas, de tal arte
que les hicieron retirar la cuesta abajo más que de paso; los desbarataron y
desbarrancaron por unas barrancas y peñas abajo sin poder ser señores de sí
más antes ellos mismos se desbarataron a sí mimos, por no ser señores de sí en
cuesta tan áspera por la mucha fatiga que las armas les daban y el gran calor
que les ahogaba que todo junto le causó la muerte a todos ellos sin escapar
caballo ni hombre vivo, sino fueron dos, los cuales el uno pasó el río y el otro se
salvó por una crisneja de la puente".
Manco habría de perderse en los caminos de las montañas selváticas
huamanguinas (Viscatán), rumbo a Vilcabamba, por las vías del Apurímac. La
campaña había fracasado; Pizarro no se resignó a una derrota completa y
procedió a fundar una villa en ese paraje, entonces tan apartado, a medio
camino entre el Cuzco y Lima:
"E mirando la mucha distancia que había desde la gran ciudad del Cuzco
hasta Los Reyes, como la contratación de aquellas dos ciudades era mucha, é
que estando el Inga rebelado del imperial servicio, é habiéndose apartado de la
amistad de los cristianos, que á los caminantes españoles haría gran daño y
muchos serían á sus manos muertos, como lo habían sido, é que para tirar aquel
inconveniente el remedio más cierto era fundar una ciudad en el comedio de las
dos que decimos, tomando sobre esto su parecer con el Fator é con el padre
García Díaz é con otros, determinó de fundarla en las provincias de Guamanga,
é darle por términos desde Xauxa hasta pasada la puente de Vilcas, con más las
provincias que se extienden á entrambos lados de esta región: Todo lo cual
estaba repartido á vecinos del Cuzco é de Los Reyes".
MANCO INCA 95

Le puso como nombre San Juan de la Frontera, "frontera" con el Inca, por
cierto. La asentó "porque así convenía a la tierra, por el alzamiento del cacique
Mango Inga Yupangui señor natural de los yndios destos Reynos", tal como se
lee en el documento hallado por Guillermo Lohmann Villena, donde por
primera vez consta con certeza la fecha del surgimiento del nuevo núcleo
urbano: 29 de enero de 1539.
Quedó como lugarteniente de Pizarro el capitán Francisco de Cárdenas,
quien al poco tiempo trasladó la villa a un sitio próximo.

LAS LUCHAS EN EL COLLASUYO

La más importante campaña dispuesta por Manco en 1538 fue la del


Collasuyo. Gracias a lugartenientes cuzcos de enorme valía, como Tísoc Inca,
las luchas allí libradas se convirtieron en una guerra defensiva de características
verdaderamente épicas.
Para entender bien sus alcances debemos señalar que, hacia el año en
cuestión, los españoles solamente controlaban el Chinchaysuyo. Las otras tres
grandes provincias del incario seguían inconquistadas, a pesar de seis años de
lucha. Cierto que Almagro había entrado al Collasuyo a mediados de 1535, pero
sólo para retirarse en los finales del año siguiente, decepcionado de Chile,
extremo sur de aquella inmensa comarca sureña del Imperio Incaico.
Manco deducía, sin embargo, que toda ofensiva pizarrista estaría frenada
mientras Hernando Pizarro no matase a Almagro; en efecto, ejecutado el viejo
líder el 8 de julio, el paso quedó libre para la sujeción del Collasuyo.
Pero no iba a ser asunto sencillo. Conociendo Manco la voluntad de
Hernando Pizarro, había dispuesto que su tío Tísoc Inca se trasladara al
Collasuyo. Era hombre con fama de "grandísimo enemigo de los cristianos".
Debía iniciar la tarea de unir y sublevar, con la jerarquía de "segunda persona
del Inca".
La ofensiva incaica la inició Cari Apaza, curaca de los lupacas, quien atacó a
los jefes indígenas proespañoles desde Chucuito.
Entre tanto, Hernando Pizarro se vio obligado a adelantar la conquista que,
entre otras metas tenía el saqueo de las huacas ocultas del lago Titijaja. Partió
con ochenta jinetes, más de cien peones y miles de indios
96 _____________________________________________________ JUAN JOSE VEGA

aliados proporcionados por Paullo Topa, que se había cambiado al pizarrismo.


El primer combate lo libró su hermano Gonzalo Pizarro, arrollando a los
incaicos con la caballería.
Pero los de Tísoc hicieron sus sacrificios al Sol, victimando a un español que
habían capturado, con lo cual se sintieron protegidos. Hernando Pizarro, no
obstante, siguió avanzando, produciéndose entonces la batalla de Desaguadero
o Kasaraca al querer cruzar ese río donde Quinti Raura había cortado el puente
flotante de totora. Con ayuda de Paullo Topa y de sus cinco mil hombres se
hizo balsas, pero a hondazos y flechazos fueron rechazados desde la otra orilla,
muriendo doce españoles y numerosos "indios amigos".
Vencidos los indo-hispanos, alistaron un nuevo ataque, antes del alba. Fue
encuentro muy reñido este que se libró por segunda vez en el Desaguadero.
Hernando Pizarro combatió por un momento con el agua al pecho, pero el
resultado final quizá lo decidió el siempre amigo de los españoles, Paullo Topa
al "echar al río tantas balsas que repartidos los enemigos a defender por todas
partes la tierra, no pudieron resistir que ganasen la ribera", llegando allí
Gonzalo Pizarro con los jinetes, sobre las balsas mayores.
Pero Quinti Raura era hombre de mucho coraje y se posesionó de un paso,
desde donde dio nueva batalla, acabando preso tras gran mortandad entre sus
huestes.
Se inició luego la campaña sobre Charcas, que tuvo como protagonista
principal al propio Tísoc Inca. Reunió fuerzas de los charcas, de los chuis, de los
caracaras y de otras naciones del Collasuyo; pero los demás caciques dieron
respaldo a los invasores. Con todo, el jefe incaico decidió dar batalla en
Tapacari, donde tal vez la mayoría numérica estuvo del lado indo-hispánico.
Sin embargo, la guerra se encendió aún más, librándose entonces la batalla de
Cochabamba, que habría de ser dura a causa de que el sitio era de mitimaes
cuzcos, deseosos de matar. Pareció que llegaba el fin de la campaña.
Pero no era así. Aun más, Manco dio orden a Tísoc de que apresara y matara
a Chalco Yupanqui, que era el principal colaborador de los españoles en el
Collasuyo. Por esos días entró en acción Tiori Nasco, quien pidió la cabeza de
Gonzalo Pizarro. Como caudillo de los chichas quería forrar en oro ese cráneo y
convertirlo en vaso.
MANCO INCA 97

La ciudad fue entonces completamente cercada y se libró la segunda batalla


por el control de Cochabamba. Allí destacó Garcilaso, el padre del futuro
cronista, pero más que nadie Paullo Topa y sus guerreros indígenas, como lo
reconoció hasta el propio Gonzalo Pizarro. Murieron esta vez cuatro españoles,
ochocientos "indios amigos" y, sin duda, algunos esclavos negros.
Al término de la batalla todos elogiaron el raro coraje de Paullo Topa, que
ese largo día peleó con espada a caballo. Pero a ratos a pie, con ballesta y hasta
con escopeta.
La derrota no desmoralizó a Tísoc Inca. Hizo un nuevo esfuerzo,
manteniendo el asedio pero a la distancia, dándose entonces varias es-
caramuzas. Más tarde se libraría el combate de Pocona, terrible derrota donde
perecieron la mitad de los incaicos.
Entre tanto, Hernando Pizarro llegó a la zona con una nueva expedición de
cerca de cincuenta jinetes y hombres de infantería.
Fue por esta época que Manco obtuvo su resonante victoria en Orongoy, en
la lejana Guamanga. Pero el brillo de este triunfo no bastó para compensar lo
que sucedía en el Collasuyo, donde la dispersión amenazaba a las fuerzas
federadas de los cuzcos y naciones collavinas. Coisara, el importantísimo
curaca de los charcas, había decidido retirarse de la coalición anti-española, así
como otros curacas. Decisiones en las que jugó no escaso rol la dificultad para
enfrentar los refuerzos continuos que los Pizarro recibían y la carencia -otra
vez- de arcos y de flechas para contener a los caballos.
Pronto se produjo la rendición del poderoso Coisara, en Auquimarca; fue
negociada por Paullo Topa. La entrega de los principales caciques dio origen al
fabuloso botín de Chuquisaca, que se calculó en un millón de pesos de oro,
cantidad que hacía recordar la del rescate de Atao Huallpa.
Tísoc Inca, entre tanto, resistía con tenacidad más al sur, en Humahuaca
(actual Argentina), pero ya no contaba casi con gente de guerra y poco podía
hacer dado que en aquella región la influencia inca era escasa. Sería marzo de
1539 cuando, cercado, Tísoc Inca, fue tomado preso por las avanzadas
españolas; luego, en las negociaciones, volvió a jugar un papel destacado el
infaltable Paullo Topa. Pero la guerra seguía en diversas zonas del desangrado
Imperio y habría de reiniciarse a las pocas semanas en comarcas vecinas al
Cuzco.
98 JUAN JOSE VEGA

VILCABAMBA

La campaña de Vilcabamba (1539-1540) fue una de las más importantes en


las guerras destinadas a la sujeción del Imperio de los Incas.
Pizarro, que la iba a conducir personalmente, declinó para encomendársela a
su hermano Gonzalo, pidiéndole, en su grueso lenguaje "fuese sobre Manco
Inca y le prendiese si pudiese y deshiciese aquella ladronera que estaba allí".
Para cumplir con la tarea, Gonzalo Pizarro tenía la incontrastable ventaja de
ser el hermano del Gobernador y, sin duda, juventud. Debía andar por los
treinta años, edad ideal para ser un eximio lancero de a caballo. El propio
Garcilaso aseguraba de él que fue "la mejor lanza que pasó a las Indias".
Como la campaña se presentaba riesgosa, alistó una bien pertrechada
expedición, integrada por unos quinientos españoles, dando orden a Paullo
Topa -su aliado indio- para que recogiese toda la gente aborigen que pudiese.
Este reunió con rapidez cerca de seis mil guerreros y auxiliares, y cumplió con
el encargo tan a satisfacción que hasta consiguió la adhesión de varios orejones
enemigos del monarca alzado. Claro que se llevaría también los infaltables
esclavos negros: cerca de cien, pero el esfuerzo principal recaería, como
siempre, en los aborígenes aliados.
Por estas y otras causas Gonzalo Pizarro aseguró la concurrencia de Paullo, a
quien quiso también llevar el gobernador Pizarro en su proyectada visita al
recién pacificado Collasuyo.

"GRAN PILAR DEL REINO"

Razones abundaban para atraer a Paullo, ese príncipe medio incaico, a quien
muchos se empeñaban todavía en seguir llamando Paullo Inca, recordando
cómo Almagro lo había reconocido así. En realidad ¿quién no lo había visto
combatiendo como el mejor español contra los indios alzados? Además, todos
sabían los hábiles esfuerzos que desplegaba continuamente para atraer a los
curacas que insistían en seguir guerreando a favor de Manco. Harto conocidos
eran los pactos que arregló tantas veces con caudillos indígenas enemigos.
MANCO INCA 99

Era Paullo un príncipe semicuzco, hijo de Huaina Cápac en la princesa Añas


Colqui de los poderosos huailas. Como tal, pertenecía a un sector aristocrático
sometido a los orejones de las panacas, por entonces casi completamente
desechas. Lo que en él más atraía a los cristianos era que hacía gala de
indudables habilidades militares: "alancea indios como si él fuera cristiano",
afirmaban unos. "Es habilidoso en la guerra", sostenían otros. Los auxiliares
indios "le tienen en mucho", precisaban quienes lo conocían de cerca. "Entiende
en las cosas de la guerra", recalcaban los más. Y era un gran organizador, a
pesar de su juventud.
Sin duda, aquel personaje venía siendo el hombre decisivo en la guerra
contra Manco; múltiples testimonios lo acreditaban fehacientemente.
Y Paullo no sólo era ardoroso en matar adversarios, también sabía cómo
manejar a los dudosos: "Obligaba a pelear a los indios, hiriendo a los que
huían". Forzaba, pues, a entrar en combate a sus subordinados cuando éstos
vacilaban ante las huestes de Manco. Su presencia resultaba imprescindible en
cualquier guerra puesto que era "muy brioso", tanto como su hermano el Inca
sublevado, de quien era su sombra.
Ya lo había reconocido el propio Vicente Valverde, obispo del Cuzco:
"tenemos mucha necesidad de un hijo de Huaina Cápac, que se dice Paullo, con
el cual se acaudillan los indios de esta tierra que están a nuestro favor". Hecho
que era de trascendencia si se consideraba, como lo hacía Valverde, que "como
la tierra es tan áspera, no basta toda la gente española del mundo para tomar al
indio alzado". Por ello, el flamante Obispo aconsejaba estrechar la unión con
aquel "Inca" que, si bien había sido coronado por Diego de Almagro, servía con
toda decisión y sin escrúpulos a los nuevos dueños del Perú, a todos los
Pizarro.
Ese Paullo llevaba y organizaba a los príncipes semicuzcos aliados, auquis
de la talla de Inguill y Guáipar, traidores ambos a Manco; también concatenaba
la colaboración de los caciques de etnias enemigas del Cuzco y organizaba a los
yanas y mitayos de servicio y de carga, empezando por los eficaces yana-
guerreros. Por último, conduciría en la inminente campaña a catorce valiosos
prisioneros de guerra, como Villa Oma y Tísoc Inca, que servirían como medio
de presión sobre el Inca, bajo amenaza de darles muerte.
100 JUAN JOSE VEGA

LAS FUERZAS DE MANCO

Partida la expedición de Pizarro y Paullo (Topa) Inca, los chasquis rebeldes


volaron con la noticia. Enterado Manco de la aproximación del ejército enemigo, se
adelantó algunas leguas a fin de preparar una emboscada. Podía pensar en un
triunfo puesto que había logrado reconstituir unidades de flecheros, con vasallos de
la selva alta, machigüengas y campas en su mayoría, Pero no contaba ni con tres mil
soldados y sus enemigos indios -Paullo, Inguill y Guáipar-* venían con seis mil
yana-guerreros nativos y cargueros, al lado de unos quinientos castellanos y
bastantes negros. Tendría de este modo que batirse en notoria inferioridad
numérica.

VICTORIA DE CHUQUILLUSHCA

En esas condiciones, sólo una sorpresa estratégica podía restablecer un


equilibrio. Manco se ubicó entonces en un paso muy angosto, el de Chuquillushca,
sobre el río Vilcabamba, que en corto trecho desciende de la nieve a la jungla. Allí
aguardó la llegada de los indo-españoles. Colocó galgas muy bien puestas en las
cumbres. Hileras de honderos y flecheros se ocultaron entre rocas y arbustos.
Pronto su paciencia se vio recompensada, al hacer señas los vigías de la proximidad
de las columnas indo-españolas. Es el soldado cronista Pedro Pizarro quien mejor
informa del suceso:
"Iba delante de las huestes el capitán Pedro del Barco: Pues yendo el Pedro del
Barco y toda la gente tras él, hallaron dos puentes hechas nuevas para pasar dos
ríos pequeños que atravesaban el camino, y no recatándose de que estaban hechas
aposta para que pasasen los españoles y entrasen en una emboscada que los indios
tenían hecha. El Pedro del Barco y toda la más gente que con él pasó y luego
adelante dieron en una media ladera rasa sin monte que bajaba de una sierra muy
alta: sería este raso sin monte como hasta cien pasos, y luego al fin de esto tomaba el
monte a hacerse muy espeso; y por él un camino muy angosto que no cabía más de
un solo hombre, y junto a este monte y barranca iban estos dos puentes. Pues
caminando como digo el Pedro del Barco con la gente, no viendo ningún indio
porque todos estaban emboscados y escondidos, en empezando a entrar que
entraron por esta ladera rasa
MANCO INCA 101

que digo para entrar por el camino angosto del monte, ya que había pasado como
veinte españoles, echaron por esta ladera abajo desde lo alto de la sierra muchas
galgas los indios que estaban encubiertos. Son estas galgas unas piedras grandes
que arrojan de lo alto que vienen rodando con gran furia. Pues echadas como digo
estas galgas, arrebataron tres españoles y los hicieron pedazos echándolos en el río.
Pues los españoles que habían pasado adelante y entrando en el monte, hallaron
muchos indios flecheros que los empezaron a flechar y á herir; y si no hallaran una
senda angosta por donde se echaron al río; los mata a todos, porque no podían
aprovecharse de los indios por estar metidos en el monte".
Lo más peligroso para los españoles fue que en el ataque Manco había logrado
dividir a los expedicionarios. Como se ignoraba el verdadero volumen de las
huestes de los rebeldes, Gonzalo Pizarro, confuso, dio orden de emprender
retirada. Sin duda con la huida sacrificaba a la vanguardia, pero podría cubrir a los
de atrás y salvarse él mismo.
Paullo Inca se opuso a esa decisión, con serenidad. Arguyó que no era tanto el
peligro en el desfiladero. En medio del desconcierto, se discutió con ardor la
solución más adecuada.
El capitán Villegas, exaltándose, llegó a acusar de traidor a Paullo Inca, diciendo
que era cómplice de su hermano y que en realidad lo que quería era retener allí a
los españoles para que Manco los matase a todos. Paullo repuso invocando que él
también se estaba jugando la vida y recordó asimismo la alianza pactada por él con
"indios amigos e incas de paz".
Los españoles siguieron vacilando. Paullo Inca, finalmente, para convencer a los
temerosos, pidió cadenas y guardia. Así, con grillos -debió pensar- por lo menos le
creerían. Y en efecto, la oferta terminó de convencer a Gonzalo Pizarro y se
aprestaron todos a respaldar la vanguardia.
Entre tanto, el grupo de avanzada luchaba contra los de Manco, en espera del
refuerzo de los que venían con Gonzalo Pizarro. Se batieron bien los indios aliados
contra sus enemigos cuzqueños, pero no era suficiente ese respaldo para contener a
los rebeldes. Cuando llegó la retaguardia, con Paullo y Gonzalo Pizarro,
descubrieron treinta y seis cadáveres de españoles y gran cantidad de indios
amigos muertos. Doce
102 JUAN JOSE VEGA

castellanos estaban malheridos. Seis caballos yacían destrozados sobre el campo de


batalla.
El triunfo de Chuquillushca había sido total. Doble mérito de Manco el haberlo
conseguido sobre tan poderoso ejército indo-español.
En vista de las circunstancias, habiéndose acobardado la gente, Gonzalo Pizarro
decidió esperar refuerzos. Una vez conseguidos, que no fueron muchos, inició una
ofensiva hacia el interior, más adentro de Vilcabamba todavía. Sin embargo,
prefirió delegar el mando de esta avanzada y quedarse en la retaguardia. Habría de
ser el capitán Francisco de Villacastín quien tomase la conducción en aquella
oportunidad. Para avanzar en la abrupta y semitropical comarca escogió la gente
más joven y ligera, que tendría que afrontar a un enemigo adaptado a la región.

OTRA VICTORIA

Dirigía la expedición el mentado capitán Villacastín, "con mucho número de


soldados españoles y también llevó consigo gran cantidad de indios, cuyos
capitanes era Inguill Inca y Huaipar Inca"... "Manco Inca, juntando la gente que
pudo, dio de repente sobre los indios y matolos a todos y prendió a Huaipar que lo
hubo a las manos e Inguill yendo huyendo que se había escapado se despeñó".
Logró así Manco una de sus más caras ambiciones: vengarse de dos de sus
hermanos que lo habían traicionado: Inguill Inca y Guáipar Inca. Gente amiga de
los cristianos casi desde la iniciación del levantamiento; hombres que venían
luchando por España, hermanos suyos, hijos como él del gran Huaina Cápac; pero
hermanos que prefirieron cultivar el rencor hacia el Cuzco inculcado por madres
"extranjeras", antes que identificarse con el aliento del Cuzco Imperial.
Mientras Manco festejaba la captura de Guáipar Inca, el capitán Villacastín,
viéndose sin auxiliares, emprendió la retirada a fin de juntarse con Gonzalo Pizarro,
quien se había quedado cerca de Chuquillushca, reorganizando las tropas.
En esa campaña, todavía Manco Inca se anotó una victoria más sobre sus
enemigos, pues en algún punto de esas montañas "los desbarató y mató dos
cristianos y hirieron catorce, los cuales todos venían huyendo".
MANCO INCA 103

Cuenta un sobreviviente que también murieron algunos de los incaicos, cuando


rehaciéndose el grupo conquistador, contraatacó a los emboscados.
Para esta victoria contamos también con algunos datos indígenas. Nos referimos
a los recuerdos infantiles de Titu Cusi Yupanqui, el hijo de Manco. A tres leguas de
esta ciudad inca se hallaba "una fortaleza que allí tenía". El marco geográfico era de
"montes espesos", una forma de pintar a la selva alta. Precisa el rey-cronista que allí
su padre "peleó fuertemente con ellos los españoles a la orilla de un río, unos de
una parte otros de otra". Y la lucha fue larga porque "en diez días no se acabó la
pelea, porque peleaban a remuda los españoles y siempre les iba mal por el fuerte
que teníamos".

LA JUSTICIA DEL INCA

Entre tanto los españoles se retiraban, el Inca dispuso inmediata ejecución de los
capturados.
No los salvaron ni los ruegos de Cura Ocllo, esposa principal de Manco Inca,
dolida de la inminente muerte de su hermano Guáipar Inca.
Ajeno a tales súplicas, Manco ordenó la decapitación, diciendo: "Más justo es
que corte yo sus cabezas que no lleven ellos la mía". Se decapitó entonces el
cadáver de Inguill, en una época su mayor lugarteniente cuando el ataque al Cuzco
en abril y mayo de 1536. Luego se procedió a degollar a Guáipar, el otro hermano
desleal.
Y mientras corría la sangre de Guáipar, capitanes quechuas voceaban desde los
cerros a los españoles que Manco "pensaba matarlos a todos y quedarse con la
tierra que había sido suya y lo había sido de sus abuelos".
Gonzalo Pizarro y Paullo Inca debieron escuchar no sin temor esas proclamas
que revelaban la disposición de ánimo del Inca, mientras buscaban inútilmente a
los incaicos en las tupidas malezas.

LA RETIRADA ESPAÑOLA

La lucha continuó por varios días. El Inca optó por la defensiva frente a los
indo-españoles.
104 JUAN JOSE VEGA

La furia de Manco se cebaba en los indígenas aliados de los castellanos: "Acaeció


muchas veces matar cantidades de indios con pura ira que tomaba"., "temíanle los
indios más a él que a los españoles". No perdonaba traición ni deserciones. Algunos
decían que era "muy cruel", pero estas críticas no reparaban en las adversas
condiciones en que estaba obligado a defenderse en Vilcabamba. Impuso una
rigurosa disciplina a sus mermadas huestes.
Manco insistía en la pena capital para todos los nativos que hubieran colaborado
con los conquistadores. Política equivocada, pero que sostuvo hasta sus últimas
consecuencias. La animadversión de Manco fue particularmente dura contra los
yana-guerreros chachapoyas, cañaris y huancas, que emanaban de naciones muy
enemigas del Cuzco Imperial.
Por otro lado, en esas regiones de Vilcabamba los indios seguían respetando al
Inca como "universal señor". Eran áreas quechuas en sus partes altas, donde
siempre sus jefes otorgaron respaldo a una insurrección que buscaba la reconquista
del reino perdido y la restauración del Tahuantinsuyu. En las zonas bajas vivían
varias tribus selváticas que mostraron singular lealtad.
Por ello, a pesar de lo exiguo de sus efectivos, el rey rebelde consiguió la retirada
del enemigo tras varios días de combate. Cuenta uno de los conquistadores que
Gonzalo Pizarro "acordó retirarse porque había muchos heridos y muchos
acobardados, y también porque entendiendo que pues los indios allí aguardaban
estaban seguros; y marcando esta tierra y pasos malos por donde se podían
desechar y pasar, aguardo aquí hasta la media noche, y echando todos los heridos
por delante quedándose Gonzalo Pizarro a la postre, mandó a Pedro Pizarro fuese a
sus espaldas; y así nos fuimos retirando y volvimos a donde habíamos dejado el
Real y los caballos, y donde aquí hizo mensajero al Marqués D. Francisco Pizarro
dándole relación de lo sucedido, y que le enviase más gente".

LA ARCABUCERIA DE VILCABAMBA

Pasó un tiempo, durante el cual Gonzalo Pizarro pidió auxilios a su hermano el


Gobernador. Paullo Inca, por su parte, lo hizo a los principales indígenas
renegados. Ambos socorros llegaron.
Apoyado en las nuevas columnas, Gonzalo Pizarro "tornó sobre
MANCO INCA 105

aquel paso donde el Manco Inca estaba como hombre muy seguro". Este ataque
cogió de sorpresa a los cuzcos, quienes no obstante resistieron. Además, allí
aguardaba una novedad a los indo-españoles: Manco utilizaba un conjunto de
arcabuces, al igual que en 1536.
"Había hecho una albarrada de piedra con unas troneras por donde tiraba con
cuatro o cinco arcabuces que tenía, que había tomado a españoles"; eran pues botín
de guerra de los tiempos de los triunfos masivos de Quisu Yupanqui. Estas armas
de fuego, sin embargo, carecían de efectividad, dado que los cuzcos no sabían
colocar los proyectiles en el fondo del cañón. De todos modos, atemorizaron a
muchos de los contricantes, en especial a los indios que seguían a Paullo.
Por otra parte, los guerreros incas, aunque de escaso número, luchaban mejor
porque ya tenían experiencia frente a las armas europeas; a los españoles, en
cambio, en esas escaramuzas "siempre les iba mal por el fuerte" que Manco tenía en
buen sitio, alto, rodeado de maleza.
Sin embargo los españoles se dieron cuenta de la explicable falta de pericia de
los guerreros cuzcos en el manejo de las armas de pólvora, lo cual los aliviaría
bastante.

TRIUNFO ESPAÑOL

Viendo esto, y que Manco tenía pocos yana-guerreros, Gonzalo Pizarro decidió
rodearlo; y así, mientras él se le enfrentaba, mandó a la mitad del ejército que con
Villacastín subiera al fuerte por la parte posterior. La trampa casi surtió efectos,
pues Manco salvó ajustadamente. Rodeado el fortín sobrevino una encarnizada
lucha en la cual se lucieron los incaicos que no eran muchos. Desbaratados los
defensores, a Manco "tomáronle tres por los brazos y a vuelapié le pasaron el río...
y lo llevaron por el río abajo un trecho y lo metieron en los montes y los demás
indios que allí estaban se desaparecieron".
A quienes trataron de seguirlo, les gritó desafiante mientras se hundía en la
espesura: "Yo soy Manco Inca". En el desorden, sin embargo, Cura Ocllo se quedó
retrasada, en medio del desbande, que fue completo. Muchos de los mejores
capitanes incaicos cayeron en el combate. Asimismo, cogieron a varios de los
guerreros incas. También
106 JUAN JOSE VEGA

fue capturado o muerto Cusi Rímac, capitán general del pequeño ejército incaico.
Algunos otros deudos del Inca fueron también apresados.
Manco tuvo todavía aliento para resistir a salto de mata y prosiguió por un
tiempo la guerra por lo cual "el capitán don Gonzalo Pizarro le dio grandes
alcances y le deshizo muchas albarradas, ganándole algunos puentes"; aunque en
vano. Dos meses más pasó todavía este hermano del Gobernador buscándolo. Fue
inútil. Con todo, fueron bajando las aguas nacientes del río Cosireni y del
Pampaconas.
Pero Manco no se dejó amilanar. Se mantuvo en la brega con ejemplar
tenacidad. A gritos estentóreos lanzados por su gente desde un cerro, el monarca
aborigen hizo escuchar a los españoles "que había muerto a dos mil cristianos y
pensaba matarlos a todos y quedarse con su tierra". Así lo recordaría después el
conquistador Mando Serra en las informaciones de Servicios de Francisco Pizarro.
Era la misma cifra de bajas que reconocían otras fuentes almagristas y pizarristas.

LA PENA DE MANCO

Cuando Pizarro organizaba la expedición a Vilcabamba en 1539, afirmaba que


con ella el Inca saldría "muerto o preso". Pero no fue así.
Aun más, Manco armó una treta para capturar y matar al Gobernador. La cual
falló, pero abrió en el pecho del jefe español el anhelo de la venganza. Porque
decidió matar a Cura Ocllo, "la mujer que el Inca más quería".
Como vimos, había sido capturada por Gonzalo Pizarro en uno de los últimos
encuentros de la reciente campaña. Estaba encinta; a pesar de eso, fue violada por
varios españoles, o lo intentaron, porque ella se defendió. Uno de ellos fue Gonzalo
Pizarro. En Ollantaytambo, ya de retomo, la expedición se juntó con el gobernador
Pizarro; éste dispuso allí que indios cañaris matasen a garrotazos y flechazos a esa
emperatriz. La Coya supo morir con ejemplar valor: "¿En una mujer vengáis
vuestros enojos?", apostrofó a los conquistadores allí presentes. Un último deseo
transitido a sus mamaconas fue que colocaran su cuerpo en una balsilla sobre el río
Urubamba, a fin de que las aguas la llevasen hacia la comarca donde Manco estaba.
MANCO INCA 107

En Yucay luego se procedió al exterminio de todos los prisioneros, empezando


por Villa Oma y Tísoc Inca, dos de los héroes máximos de la resistencia; una
decena más de adalides fueron ajusticiados en esas siniestras jornadas. Todos
fueron quemados vivos. Corría la cuaresma de 1540.
Manco lloró mucho la muerte de Cura Ocllo; la joven y hermosa Coya lo había
acompañado durante los cuatro años de sublevación, comportándose varias veces
como una luchadora, tal como sucedió en la victoria de Orongoy.
Debió de sufrir tremendamente con la muerte de tantos proceres de la
resistencia. Al inicio de la campaña de Vilcabamba había tenido también que
lamentar la inevitable ejecución de Chuquillásac; era éste el curaca de los mitimaes
chachapoyas de la región, quien sorpresivamente decidiera dar respaldo a los
españoles. A pesar de su valerosa colaboración a lo largo de varios años, Manco no
tuvo otro remedio que degollarlo y arrojar su cabeza a las aguas del río desde el
puente de Chuquichaca.

AREQUIPA

Un plan de los rebeldes incaicos para capturar a Pizarro frustró la fundación de


la Villa Hermosa por el propio Gobernador, pues lo alejó de los valles arequipeños.
Según Pedro Pizarro partió aquél hacia el Cuzco al frente de doce jinetes. Quienes
se quedaron siguieron la cabalgata hasta ubicarse en el asiento de Camaná, donde
se estableció la proyectada Villa, junto al océano. Es Cieza de León quien mejor lo
cuenta: "Pues como el Marqués don Francisco Pizarro determinase volver a la
ciudad del Cuzco, mandó al bachiller García Díaz Arias, Obispo que es agora del
Quito que mirase en el entretanto que iba al Cuzco el sitio más convenible que
hubiese en aquella comarca, para que se pudiese fundar la ciudad que se había de
situar en ella y acompañado de algunas personas (Pizarro) se partió para el valle de
Yucay, desde donde envió sus mensajeros al rey Mancó Inca Yupanqui".
No eran mensajes cordiales los remitidos; en uno dijo Pizarro que si no salía de
Vilcabamba a tratar la paz no cejaría "la guerra hasta tomarlo o echarlo del
mundo". Pero Manco se burlaba siempre de las bravatas españolas y se dispuso a
ejecutar el audaz proyecto, que fracasó. Mas
108 JUAN JOSE VEGA

Pizarro casi cayó en la trampa. En venganza, tras sumarse a la expedición de su


hermano Gonzalo, hizo dar muerte a Cura Ocllo en Ollantaytambo, como
vimos.

OTRAS LUCHAS

Reponiéndose del dolor causado por la muerte de Cura Ocllo y del desgaste
de la prolongada campaña de Vilcabamba contra los Pizarro, el Inca reinició sus
ofensivas, apoyado en etnias de la selva y gente escogida de los cuzcos. Atacó
tierras de Guamanga, tan exitosamente que el Cabildo tuvo que ponerse en pie
de guerra y llamar "dos mil amigos indios para resistir al Inca". Hubo por
entonces acciones en Acostambo y en Andahuaylas. Los "fieles caciques de
Jauja" estaban otra vez alarmados.

ALMAGRO EL JOVEN

En 1541 la recuperación de Manco era de tal magnitud que Pizarro dispuso


una virtual cruzada para acabar con el monarca autóctono y solicitó cuotas
especiales a los cabildos para emprender una guerra definitiva. Pero no llegó a
ver ejecutado tal proyecto pues fue víctima de la conspiración almagrista de
Lima el 26 de junio del año mencionado.
La sublevación almagrista contra Pizarro se extendió rápidamente a causa
de existir centenares de antiguos partidarios del difunto Almagro, a quien se
conoce en la Historia como "el Viejo", ejecutado por Hernando Pizarro en 1538.
Y por supuesto había también unos dos mil españoles descontentos, sin mayor
oficio ni beneficio. Sin embargo, lo más interesante, desde una perspectiva
cuzqueña, fue que el nuevo caudillo, el mestizo Almagro el joven abrió
relaciones con Manco Inca, las que llegaron al extremo que ambos personajes
intercambiaron embajadores y promesas de mutuo auxilio. En el caso de
Manco, éste proporcionó abundantes armas y equipos europeos producto de
sus triunfos en 1536.
Pero Manco recelaba del vínculo vigoroso que existía entre el almagrismo y
Paullo Inca, su hermano, el ambicioso semicuzco. Por otra parte, Almagro el
joven jamás se animó a liquidar el sistema de
MANCO INCA____________________________________________________________ 109

encomiendas (ni podía hacerlo), ni a garantizar al Inca siquiera una relativa


restitución de una parte de su antiguo Imperio. Más bien, al final, en
Vilcashuamán, el líder mestizo reiteró la vigencia de las encomiendas, pero en
manos -claro está- de los almagristas que triunfasen en la definitiva contienda
que se avecinaba contra el pizarrismo.
Este choque se libró el 16 de setiembre de 1542 en Chupas y constituyó una
sangrienta victoria de Vaca de Castro, a quien respaldaban casi todos los
pizarristas. Almagro el Mozo habría de ser ejecutado algo después.
Poco antes gente de Illa Túpac se había enfrentado a los realistas de Per
Alvarez Holguín en Taco. Luego, posiblemente en Pillcosuni, tras la debacle de
Chupas, fue liquidada la gruesa columna de Juan Balsa, en circunstancias aún
no esclarecidas, al replegarse. Días más tarde, el arrojado capitán Diego
Méndez y otros almagristas llegaron a Vitcos a demandar asilo y refugio, que el
Inca les concedió generosamente.
Para entonces Manco ya había conseguido rescatar a su amado hijo Titu
Cusi Yupanqui, niño que había pasado largo cautiverio en el Cuzco.

OTRAS REBELIONES

El año de 1541 vio también la sublevación de la gran isla de La Puná. Tan


feroz que esos isleños tropicales acabaron comiéndose al obispo Valverde. Pero
los lapunaeños jamás acataron a Manco. En general, fue una constante de todo
aquel período histórico que numerosas naciones indígenas se sublevasen
autónomamente sin buscar un restablecimiento del Incario. Querían
independencia tanto de los españoles como de los cuzcos. Así fue como se
enfrentaron a España por su cuenta y riesgo. Naturalmente, esas etnias, aunque
actuaron con heroísmo, terminaron vencidas con relativa facilidad. Entre las
que se levantaron en esta forma de 1536 a 1544, tendríamos que mencionar a los
conchucos, que llegaron a doblegar por un tiempo a Gonzalo Pizarro; a los
chimúes, recuperados de su pasividad inicial; al sector de los tallanes que
rompió anteriores alianzas hispánicas; a los chupanos; a los chachapoyas que
pelearon por años, al igual que los moyobambas; a los huarcos y yauyos, varias
veces levantados; entre otros.
110 _____________________________________________________________ JUAN JOSE VEGA

Los más destacados fueron los "chunchos" de diversas zonas de la selva. Ellos
aniquilaron, contuvieron o vencieron a una veintena de expediciones españolas,
apoyados en sus flechas y en los bosques tropicales. En verdad, las entradas
hispánicas a la selva rara vez tuvieron éxito, siquiera relativo* Y estos hombres de
las junglas fueron los más activos defensores del trono de Manco en las horas
tardías de su reinado en Vitcos y Vilcabamba.

MANCO Y VACA DE CASTRO

Lograda así la "pacificación" con la derrota del almagrismo y las ejecuciones que
siguieron, Cristóbal Vaca de Castro procedió a efectuar un nuevo reparto del Perú,
recogiendo los mejores beneficios para sí mismo, pues pronto se hizo comentario
general de que el juez "robaba la tierra y la cohechaba". Imposibilitado de premiar
con encomiendas a todos sus seguidores, otorgó el licenciado permisos para nuevas
conquistas, volviendo a ser los nativos objeto de explotación y exterminio. Escudán-
dose, el propio conductor de la maquinaria destructiva escribiría que andaban
soldados por todo el país "hechos vagabundos y rancheando los indios y
tomándoles lo que tienen".
Buscó luego la sumisión de los incas. Con Paullo y su grupo no tuvo problemas,
porque el líder de los renegados, mostrando una vez más cortesanía y absoluta
sumisión, hasta consintió ser bautizado con el nombre del nuevo amo del Perú,
llamándose desde entonces Cristóbal Paullo Inca.
Por entonces un grupo de quipucamayos, encabezados por Supno, dictaron las
bases de una Relación que se haría famosa; es de sumo interés porque, destinada a
ensalzar la vida de Paullo, sin quererlo exaltan las proezas de Manco, cuyo nombre
-aunque atacado- aparece en numerosas páginas de la obra.
La negociación con Manco fue difícil; Vaca de Castro le comunicó que era
portador de cartas del emperador español, que prometía al rebelde un trato
conforme a su alta calidad a cambio de que se sometiera. El 24 de noviembre de
1542, el juez daba cuenta de estos afanes: "Los tratos que... traigo con el Inca andan
con mucho calor, aunque él me envía papagayos y yo a él brocados"; con esta
comparación quizá quería significar que el Inca manifestaba poco caso a las
promesas de perdón
MANCO INCA _____________________________________________________________ 111

y consideraciones. Finalmente, cesaron bruscamente las conversaciones.


Todavía varios capitanes (como Illa Túpac en Huánuco) proseguían peleando en
pequeñas zonas; no obstante representaban resistencias inconexas y sin mando
central.
Manco, por otro lado, se dio cuenta de que a nada podía aspirar con Vaca de
Castro. Principalmente porque éste jamás perdonaría haber refugiado a varios
almagristas. Entre esos refugiados, no lo olvidemos, se hallaba nada menos que
Diego Méndez, capitán que además de victimario de Pizarro, era hermano del
mariscal Orgóñez, difunto jefe militar máximo de Almagro el Viejo, y quien fuera
asesinado traición en Las Salinas; pese a todo lo cual Méndez militaba bajo las
banderas de Manco, como un distinguido yana-capitán en Vilcabamba, al igual que
otros guerreros de naciones no-cuzqueñas, indígenas para el caso.
Asimismo, el Inca, que ya carecía de mayores tesoros, debió reparar en que
ninguna negociación podría prosperar con Vaca de Castro por ser éste un personaje
corrupto y de dobleces. Se asombraría más bien de la venalidad del gobernante
español, de su indisimulada forma de enriquecerse en el ejercicio de un cargo
público, algo absolutamente desconocido en la sociedad incásica.
Por último, el acercamiento de este Gobernador al pizarrismo (aunque no a
Gonzalo Pizarro) cancelaba cualquier opción de trato; por todo esto quizá fue en
1543 que Manco empezó a pensar en crear un reino separado en la región de
Vilcabamba, dejando de lado la esperanza de recuperar su perdido Imperio.

EL FRACASO

Tal vez Manco trató de entender las causas del fracaso de la sublevación,
hablándolo con personas de su máxima confianza. Si tal ocurrió, llegarían a la
conclusión de que el debilitamiento del Imperio y sobre todo de la cúspide directriz
a consecuencia de la guerra civil era un factor inicial y quizá el más vigoroso,
porque Cusi Yupanqui, en nombre de Atao Huallpa, había sido en la práctica, y sin
que ambos se lo propusieran, una verdadera vanguardia de Pizarro y de Almagro,
al exterminar a la enorme mayoría de los integrantes de las panacas Hanan
112 _____________________________________________________________ JUAN JOSE VEGA

y Hurin del Cuzco en diciembre de 1532. Ese vacío en la dirección central jamás se
llenó.
Luego, cabía señalar que los yanas se habían sublevado en casi todo el Imperio,
pasando a dar sus servicios a los españoles, en una mala entendida reivindicación
social que llegó a convertirlos no sólo en verdugos de sus antiguos amos, los
nobles, sino en cuchillo de su propio pueblo, al cual robaban y masacraban con
igual codicia y crueldad. Paralelamente, estuvo el factor del alzamiento de los
caciques de las etnias conquistadas por los Incas en medio siglo de constante ba-
tallar; eran unas trescientas y los jefes nativos de esas colectividades pasaron con
frecuencia a respaldar a los conquistadores, estimando ilusamente que los habrían
de retornar a su antigua autonomía pre-inca. Aunque más tarde actuaron ya
abiertamente a cambio de prebendas hispánicas y hasta rastreramente a fin de
mantener sus mermados privilegios.
Más grave pudo ser la inercia del campesinado. La gente de los ayllus (dividida
además en cientos de naciones o etnias) como masas mediatizadas e inermes,
prohibidas por los reyes Incas de usar armas, poco pudieron hacer. Nunca habían
visto con beneplácito a los orejones incaicos y no tuvieron interés en defender el
Estado Inca que se sustentaba de mitas y tributos. Fue un error por lo que
advendría luego, pero la prolongada verticalidad de las sociedades andinas
(perceptible desde Sechín, precisaríamos hoy) volvía imposible una actitud de
rebeldía contra el nuevo sistema que los españoles iban imponiendo a sangre y
fuego.
La aristocracia imperial carecía de respuestas para estas realidades. No la tenía
ni para los yanas. Ni para los caciques étnicos. Ni para los mitimaes. Ni para los
campesinos comunitarios. Efectuar concesiones habrían significado el derrumbe de
su propio poder social menguado ya por la agresión externa y el avance de las
contradicciones que estallaban doquiera. El Imperio se hundía más si cedía. Por eso
apenas si tuvo respuesta y entendimiento con los aristócratas semicuzqueños, re-
belados con Atao Huallpa en 1528, con los cuales se hizo, frecuentemente, frente
común contra el invasor español.
Por supuesto que todo lo dicho no constituye sino un análisis desde las
perspectivas de la Corte de Vilcabamba. Porque la guerra estaba perdida de
antemano por otra razón fundamental, superior a las otras:
MANCO INCA _____________________________________________________________ 113

La disparidad en la evolución tecnológica. Era el enfrentamiento de una sociedad


que, aunque brillante, pertenecía al calcolítico (piedra y cobre) frente a otra del
Renacimiento europeo, dueña del hierro desde dos milenios atrás (quipu contra
alfabeto; balsa contra carabela; etc.), y con avances decisivos en tecnología bélica
(honda contra arcabuz; venablo contra ballesta y sobre todo el caballo con el perro
bravo amaestrado).
Manco podía ganar victorias, como las obtuvo, pero los invasores siempre
podrían traer más y más gente con más y mejores armas. Los Incas estaban
limitados por toda clase de factores, que los españoles utilizaban a la perfección.
Por otro lado, una mentalidad casi completamente lógica tenía las de ganar frente
a otra mágico-religiosa, dentro de lo cual un jefe militar hasta podía suspender
una batalla, aun con posibilidades de victoria, si los vaticinios de las entrañas de
las llamas o del vuelo de los cóndores no eran favorables.
Obviamente, las contradicciones y limitaciones del estadio histórico propio de
los Incas no atenúa el heroico esfuerzo de sus defensores; al contrario, lo amerita,
porque también tratando de vencerlas lucharon hasta el fin.
Pero retomemos a los sucesos mismos de esa Vilcabamba, porque en el nuevo
Perú se produjeron acontecimientos que permitieron un destello de esperanza
para el tenaz monarca andino.

MANCO Y EL PRIMER VIRREY

En los principios de 1544, Manco, al igual que todo el Perú, supo que llegaba
un mandatario nombrado por Carlos V. Desde luego, el soberano cuzqueño
pediría a los almagristas de Vitcos algunas explicaciones sobre lo que aquel hecho
significaba; Diego Méndez, que poseía alguna experiencia política, se las daría.
Aun más, le comunicaría que lo que se sospechaba era que el nuevo gobernante,
un virrey, trataría de aplicar las Nuevas Leyes, unos dispositivos que favorecían a
las poblaciones indígenas de todo el continente. De todo el Perú, para el caso.
Pronto reparó Manco que las intenciones de Blasco Núñez Vela no eran otras que
las de refrenar los abusos cometidos por los conquistadores del Perú y de modo
particular las tropelías de los encomenderos, señores de la guerra. Las propias
encomiendas serían abolidas, poco a
114 JUAN JOSE VEGA

poco; y el servicio personal disminuiría. Concretamente, el virrey venía contra


los hombres vinculados al poderoso clan Pizarro, quienes se resistían a aceptar
las leyes de Carlos V.
Gente ligada al dos veces vencido almagrismo integraba, en parte, el séquito
de Núñez Vela. El virrey resultaba así un aliado natural del Inca, pues ambos se
hallaban en contra de los señores neo-feudales pizarristas del Perú. Tanto
Carlos V como Manco compartían intereses en tal punto tan crucial. Por otro
lado, el virrey había demostrado un gran espíritu humanitario hacia los indios
peruanos, desde que liberó a varios cientos de ellos, esclavos en Panamá.
Luego, a lo largo de sus viajes por la costa se había mostrado favorable a los
aborígenes del país y deseoso de un entendimiento con los rebeldes cuzqueños.
Aun más, en las reuniones de Manco con sus capitanes se discutía sobre si sería
cierto que el emperador Carlos V había aconsejado a su representante en el
Perú, anciano de coraje indiscutido, que buscase la paz con Manco y castigara a
los causantes de los abusos contra los indios plebeyos peruanos y los despojos
y vejámenes inferidos a la realeza imperial del Cuzco.
Esto era cierto, pero los alzados incaicos no tenían seguridad. De todas
maneras, las condiciones eran muy favorables para un acercamiento. Corrían
ya rumores de que Gonzalo Pizarro, el último de los hermanos, podría alistar
fuerzas de los señores neofeudales para luchar a muerte contra el representante
de Carlos V. La elección era clara: los de Vitcos -que constituían el rezago de las
panacas imperiales- debían estar a favor de aquel hombre venido desde España
para aplicar las Nuevas Leyes, un código inspirado por Bartolomé de Las
Casas, personaje del cual, quizás, habían oído hablar alguna vez, años atrás, en
el Cuzco.
Los rumores que llegaban a través de indios amigos indicaban además que
el virrey veía con malos ojos a toda la gente que militó bajo las banderas del
difunto gobernador Pizarro y que hasta sentía recelos del ex gobernador Vaca
de Castro.
También alegre con las noticias, Méndez trató el caso con el Inca, proponiendo
un acuerdo con el virrey. Manco aceptó, pero oponiéndose a que ese Méndez,
su yana-capitán español, partiese con tal misión, a causa de sus antecedentes de
victimario del gobernador Pizarro. Y ordenó que Gómez Pérez, que había sido
hombre muy cercano a Al
MANCO INCA 115

magro el Joven partiese en pos del virrey.


Usando caminos desviados, que aconsejó su comitiva incaica, Gómez Pérez
alcanzó al virrey en la provincia de los huauras, antes de que entrase a Lima.
Cedemos sitio al cronista mestizo Pedro Gutiérrez de Santa Clara, hombre de
esos tiempos, para que nos relate el suceso:
"Estando en este pueblo de la Barranca vino a él por mensajero Gómez
Pérez, criado que había sido de don Diego de Almagro el Mozo, a besalle las
manos de parte del rey Mango Inga Yupangue, señor de todas estas provincias
y reinos del Perú. Este Magno Inga Yupangue estaba apartado y fuera del
camino real, en unas sierras muy ásperas y confragosas, con el capitán Diego
Méndez de Sotomayor y seis hombres que habían seguido siempre la opinión
de don Diego de Almagro el Mozo, los cuales escaparon de la batalla de
Chupas y se metieron en las sierras de los Andes. A lo que este mensajero vino
fue que el rey Magno Inga Yupangue y el capitán Diego Méndez de
Sotomayor, con los demás españoles, le enviaban a pedir licencia y
salvoconducto para parecer ante su señoría y salir de la sierra a servir a Su
Majestad con el rey Inga y con muchísimos indios vasallos suyos, y que el
virrey los asegurase de Vaca de Castro y de los pizarristas, que los querían mal
y eran perseguidos dellos. El virrey se holgó con esta embajada y tuvo
entendido que estando este poderoso rey de paz, que también lo estarían luego
los demás caciques y principales indios que también estaban alzados con él,
que se abajarían a poblar la tierra de los llanos, porque en ello se haría gran
servicio a Dios y a su Majestad, y por tanto los envió a llamar, dándoles todas
las seguridades que pidieron por escrito y firmadas de su nombre Gómez Pérez
se fue y llevó los recaudos que pidió, muy a su voluntad, de lo cual se holgaron
mucho Mango Ynga y Diego Méndez y sus compañeros".
Como se ve, el emisario español de Manco y su comitiva cuzqueña fueron muy
bien recibidos por Núñez Vela. En realidad, la Corona había expedido una Real
Cédula donde se expresaba que "conviene al servicio de Dios Nuestro Señor e
nuestro e bien de aquella tierra, que se preocupe de traer de paz (al Inca)",
porque "estando el Inga de paz, será gran parte para que toda aquella tierra
esté en quietud". El virrey, a no dudarlo, sabía que así ganaba posiciones frente
a los hoscos encomenderos pizarristas, que ya habían empezado a hostilizarlo.
Atrayendo a Manco "se sosegaría la tierra", por lo menos en lo tocante
116 JUAN JOSE VEGA

a la sublevación incaica, que tenía ya ocho años; y también podría mirar al Inca
como un futuro aliado contra los pizarristas, si llegaba a abrirse conflicto.
Además de ser los indios útiles para todo, conocíase que siempre se había
contado en el Perú con miles de auxiliares de carga y de batalla (para empezar,
los miles que portaban a lomo humano la artillería). Por otra parte, Vaca de
Castro, enemigo potencial, tenía gente aborigen adicta, "indios armados", entre
los chachapoyas y, por último, que cada encomendero pizarrista de
importancia acostumbraba a poseer gente propia para diversos usos, sin excluir
la guerra, principal actividad española en el país.
En suma, Gómez Pérez había emprendido el camino de regreso llevando a
Manco ofrecimientos de que si salía de su reductos vilcabambinos alcanzaría los
privilegios sociales propios a sus condición de rey y, seguramente, los honores
que le incumbían. En cuanto a los que habían militado bajo los estandartes de
los Almagro, un perdón parecía asegurado de labios del propio representante
del "Emperador del Universo Mundo".
No podían, por tanto, ser mejores los frutos de la entrevista de Barranca. En
Vitcos, el monarca indio, al escuchar a su yana-embajador Gómez Pérez,
reiteraría su criterio de que "Núñez Vela venía favorable a los caciques indios",
tal cual sus espías se lo habían comunicado desde un inicio. Así como lo
sostiene Garcilaso, tomaría Manco una línea de acercamiento al virrey
"persuadido de ellos, que le decían que se abría camino para restituirle todo su
Imperio o muy buena parte de él", en lo cual los yanas almagristas mentían en
parte, pero en algo decían verdad.
Los almagristas resolverían convencer al Inca de que no había tiempo que
perder, lo que se consiguió; y así "acordaron de salir (de la comarca de
Vilcabamba) y dijéronlo a Mango Inga y el Mango Inga mandó a sus capitanes
que le proveyesen de lo que hubiesen menester y que se saliesen con ellos". Allí
mismo encargó "al Diego Méndez que de su parte hablase al visorrey y que
para ello fuesen con él ciertos orejones suyos para que volviesen con el recaudo
y respuesta de lo que el visorrey proveyese y él con él negociase y esto así
proveído tomaron los del Inga al Diego Méndez y a los demás en ciertas
hamacas y lleváronlos".
Entre los varios caminos para salir de Vitcos escogieron el de Gua
MANCO INCA 117

manga, por ser más corto y bien conocido por los soldados de Manco que
varias veces habían incursionado por esa vía; la ruta satisfaría a Méndez
también, que vería en ella una oportunidad para retomar a esa ciudad como
triunfador, tras la catástrofe almagrista en la vecina Chupas dos años antes.
Pero ni él ni Manco supusieron que en Guamanga las posiciones pizarristas se
habían fortalecido durante las últimas semanas, a raíz de la gradual insurgencia
de Gonzalo Pizarro en Charcas y el Collao; aun más, es probable que, para
aquel momento, los españoles de la ciudad tuviesen ya conocimiento del
exitoso ingreso gonzalista al Cuzco (la cronología no esta clara). Por todo lo
cual, la oposición a todo trato con los del Inca y con los almagristas -de suyo
siempre vigorosase endureció al máximo; mucho más si probablemente
conocían lo ofrecido por el virrey a Manco en el tambo de Barranca, el mes
anterior, en torno al buen tratamiento que debía darse a los indios.
Algunas columnas del ejército imperial cuzqueño, y los yana-guerreros
españoles capitaneados todos por Méndez, avanzaron así sobre una Guamanga
a la que no sabían tan hostil; en ataque sorpresivo. Pero caciques pizarristas,
como el fiel Huasco de los chancas de Andahuaylas, alertarían a los de la
ciudad. Quizá luego llegaron informes más precisos, obligando al Cabildo a
tratar el asunto del avance incaico el 26 de mayo. El caso aparecía tanto más
riesgoso oyendo que un indio mejor informado apuntaba que gente con barbas
y buenas armas aparecía codo a codo con las huestes del Inca. "Preguntado qué
españoles son" aquel mensajero respondía que era gente que había luchado por
Almagro el Joven "y traen caballos y arcabuces".
Por su lado, Manco, con diligencia, había levado una mita con el fin de
construir un puente en Laco, lugar donde un curaca pizarrista resistía el avance
de los inca-hispanos. Por todo esto decíase en Guamanga que "el Inca trae
mucha gente de indios", pero las versiones eran confusas en tomo al número de
milites cuzcos y antis.
Resultó así que la ofensiva se suspendió por razones desconocidas; quizá
por informes sobre el avance de Gonzalo Pizarro desde la lejana Charcas sobre
el Cuzco, avance que habría alarmado a los yana- guerreros almagristas; o tal
vez porque se sopesó la situación, considerándose que la campaña podía hacer
daño a la causa del virrey, que las pasaba mal en Lima. O quizá se trató sólo de
una marcha que tenía como finalidad doblegar pacíficamente al Cabildo de
Guamanga con
118 JUAN JOSE VEGA

los salvoconductos virreinales y luego pasar de allí a la capital a fin de perfeccionar


un acuerdo entre la Corte de Vilcabamba y la Corte de Lima.
Pero la situación política del flamante virreinato se descompuso velozmente; y
no por culpa del Inca ni de los impacientes refugiados almagristas. Sucedía que
desde que ingresó Nuñez Vela a Lima (15 de mayo de 1544) fueron aumentando las
tensiones del nuevo gobernante con los poderosos encomenderos y hasta con los
españoles pobres, que con ellos se solidarizaron. Los mismos oidores de la
Audiencia y otros funcionarios -ligados ya el gran poderío de los encomenderos-
distaron de otorgar al virrey el apoyo enérgico que le debían. Nada de esto fue un
secreto, al contrario, y por tanto debió trascender hasta la misma comarca de
Vilcabamba. Junio, julio y agosto fueron así meses de dudas y vacilaciones en la
Corte Incaica de Vitcos, donde Manco seguía rondando el proyecto de vengarse de
los Pizarro con la colaboración del atrabiliario virrey, venido allende los mares.
Los que vacilaban respecto al plan de algunos meses atrás eran precisamente los
que lo habían urdido, los almagristas, que sopesaban el poder creciente de Gonzalo
Pizarro y conocían cuán difícil les sería alcanzar perdón si llegaba a tomar el poder
en el Perú; y esto lo suponían porque mientras se deterioraba la autoridad virreinal,
a ojos vistas crecía la fuerza de aquel hermano del difunto gobernador Pizarro.
Como se había pronunciado en contra de las Nuevas Leyes y, por tanto, a favor de
las encomiendas, el Cuzco español lo había acogido con alborozo en junio y allí
estaba el nuevo caudillo levando gente y reforzando los pertrechos de sus huestes.
Ante estos acontecimientos, los almagristas refugiados en Vitcos habrían preferido
permanecer "a la mira", mientras se resolvía el conflicto.
Tres meses más tarde llegarían presurosos chasquis a tierras vilcabambinas.
Quizá hasta trayendo cartas para los almagristas, indicando que el 17 de setiembre
el virrey había sido capturado por la Audiencia de Lima.
Era un golpe de Estado de los encomenderos.
Pero aquel mismo 17 de setiembre se producía otro acontecimiento: el Cabildo
de Guamanga reconocía a Gonzalo Pizarro como su procurador. El suceso no
tendría mayor importancia para nuestra narración si no fuese porque en esos
mismos días el yana-capitán Diego Méndez
MANCO INCA 119

avanzaba otra vez por regiones guamanguinas al frente de sus seguidores


españoles y de un batallón de cuzcos, probablemente para proceder a un ataque a
la mencionada ciudad.
¿Qué había sucedido? Pues, que pasando los días en la incertidumbre, el yana-
guerrero Diego Méndez había decidido tomar la iniciativa. Era temible como
soldado. El que aceptase su condición de yanaguerrero de lujo a órdenes de Manco
debió sentirlo siempre como una situación temporal, hasta el día en que se le
abriera una opción de retomo al mundo hispánico. Con el ascenso del gonzalismo,
aquella opción se le estaba cerrando. Al igual que a Manco la factibilidad de
negociar con el virrey, que era todo un solo asunto, se bloqueaba. Quizás ambos
creyeron, en especial el capitán español, que podrían contribuir decisivamente en
lo militar a la lucha que se venía, ayudando al anti-pizarrismo en cualquiera de sus
formas, porque en Vitcos se conocía el aumento de fuerzas de Gonzalo Pizarro en
el Cuzco. La Audiencia de Lima urgía de guerreros eficientes.
Por estas causas Manco había organizado, al mando de Méndez, esta nueva
expedición sobre Guamanga, ciudad en donde predominaban abiertamente los
pizarristas; también debió ver con buenos ojos la campaña porque su pequeño
ejército sufría escasez, agotado el botín de anteriores incursiones. Vilcabamba,
provincia pobre, siempre lo había empujado a la guerra. Era la hora de un nuevo
raid.
Méndez, pues, había partido a tomar Guamanga, teniendo a Lima como
eventual destino para fortalecer a la Audiencia frente al gonzalismo. Lo hizo con
los demás yana-guerreros españoles y la gente cuzqueña escogida, comandada al
parecer por Pumasupa. Pero lo que Méndez ignoraba del todo es que casi
simultáneamente partía Gonzalo Pizarro del Cuzco hacia el mismo objetivo:
Guamanga. Separados por nevados y selvas marcharon paralelamente por caminos
distintos, usando Méndez los senderos de la selva alta. Cruzaría luego el caudal del
río Apurímac y el río Pampas. Por cierto, los pizarristas de la ciudad no se hallaban
desprevenidos y alertados por "indios amigos" decidieron la defensa de la plaza
frente a los incaicos. El Cabildo así lo acordó el 23 de setiembre, tomando nuevo
capitán "encargándole tenga especial cuidado de que si Manco Inca a esta ciudad
viniese pueda acaudillar gentes para la defensa de ella".
120 JUAN JOSE VEGA

Pero el yana-guerrero español y los jefes incas se llevaron la gran sorpresa:


"como llegaron a las cabezadas de Guamanga tuvieron noticia que allí estaba
Gonzalo Pizarro, que venía con los del Cuzco contra el virrey".
Semejante novedad cambiaba totalmente lo proyectado en Vitcos. Por ello
"el Diego Méndez y los demás -según cuenta Juan de Betanzos- acordaron de se
volver de allí, hasta ver en que paraba aquello". Aprovecharon sin embargo la
ocasión para proceder a recoger el botín que Manco había ordenado que se
tomase en todos los pueblos enemigos (chancas, pocras, asháninkas, españoles,
etc.). Y así los del Inca asaltaron "todos aquellos pueblos como ellos lo solían
hacer y llevaron de allí todo lo que pudieron así indios y indias como llamas,
ropa y todo lo demás que pudieron haber, en la cual vuelta el Diego Méndez
adoleció y volvió doliente".
Manco los recibió a todos con alegría, mirando los trofeos que traían de la
campaña. Y olvidando los problemas surgidos en Guamanga y Lima, procedió
al reparto de bienes conforme las tradiciones bélicas del Imperio, otorgando
preferencia a sus yanas más destacados, en este caso los del grupo español, que
tan briosamente lo servían. En efecto, "como llegaron donde Mango Ynga y
llevasen aquella presa el Ynga mandó que todo lo que ansí traían de aquel
asalto que habían hecho que lo pusiesen en la plaza y mandó a los cristianos
que escogiesen lo que de allí les pareciese bien y así lo hicieron y lo demás que
restó mandó que lo guardasen en las casas que para ello tenían señaladas y
mandó curar al Diego Méndez".
Hubo fiesta en Vitcos, en la gran explanada. Manco se hallaba feliz porque
percibía que con el creciente deterioro de la situación política española,
aumentaban las posibilidades de reabrir hostilidades en gran escala; quizás
creía que con la exterminadora explotación de todos sus vasallos reflexionarían
los caciques de diversas naciones indígenas rivales y se animarían a volcarse a
su favor.
Una vez repuesto con las medicinas de los hampicamayocs lugareños,
esperaba a Méndez una sorpresa mayor. Siempre los yanas españoles habían
gozado, como los demás, de alta jerarquía, de una o más concubinas plebeyas o
de nobleza secundaria. Pero esta vez el Inca quiso distinguir a su yana-capitán
con "dos mozas doncellas de su nación, pallas", esto es aristócratas cuzqueñas,
privilegio que pocos
MANCO INCA 121

alcanzaban en el Imperio.
"Y a los demás españoles les mandó que les hiciesen todo servicio y ansí se
hacía siempre con mucho cuidado. Y después holgábase el Manco Ynga con el
Diego Méndez y los demás y ellos con él...".
Mas no todo fue fiestas y entrega de trofeos. Recuperado del todo de sus
males -tal vez una fiebre tropical- Méndez conversaría con sus compatriotas en
tomo a la gravedad que para ellos revestían los nuevos sucesos. Méndez,
especialmente, sabía que el pizarrismo jamás lo perdonaría. Parecían
condenados a lo que quizá mirarían como una prisión en los enormes y
desiertos parajes vilcabambinos.
Fue en esta coyuntura que llegó a Méndez un mensaje aleve de Alonso de
Toro, hombre de Gonzalo Pizarro en el Cuzco. Lo llevó un mestizo hasta la
misma Vitcos, visita a la cual el Inca no concedió mayor importancia porque no
era la primera vez que se producían contactos similares; además, sus
huéspedes engañaron al monarca sobre las razones de la llegada del nuevo
personaje a tan remoto lugar; porque hasta ropa española fin a acabó
obsequiándole.
Por entonces Gonzalo Pizarro ingresaba triunfalmente a Lima (28 de octubre
de 1544). Mientras el virrey preso y desterrado navegaba lejos, rumbo a la
distante Panamá.
En medio año la situación había variado completamente.

EL CRIMEN

Lo que Toro y otros gonzalistas del Cuzco propoponían a Méndez era que
los almagristas refugiados buscasen la reconciliación con el grupo Pizarro,
mediante la muerte de Manco. El crimen fue urdido sin escrúpulos. Cierta
negra, esclava de uno de los almagristas, alcanzó a reparar en algo de lo que
sucedía y denunció discretamente el asunto, pero Manco no creyó en la
advertencia. Hasta que un buen día, jugando a los bolos, se ejecutó lo tan
arteramente urdido; y fue victimado a traición en una forma alrededor de la
cual existen varias versiones; pero en la cual, sabemos con certeza, mediaron
puñaladas.
Los asesinos emprendieron la huida, pero fueron alcanzados por la escolta
del Inca, que los exterminó. Manco, agónico, gozó por lo menos la satisfacción
de alcanzar a conocer el fin que tuvieron. Corrían los días
122 JUAN JOSE VEGA

postreros de 1544. El monarca tenía a la sazón unos veintinueve años de edad.


Fue; mientras vivió; el americano más importante de su tiempo Testimonios
indígenas y españoles recogieron la epopeya. "Toda la tierra, desde Pasto hasta
Chile, estaba alzada", podemos leer en la información de servicios de Francisco
Pizarro. Por su lado los quipucamayos Collapiña y Supño, en la Relación que
empezaron a componer en 1542 habrían de expresar que a causa de la
insurrección "hubo que conquistar toda la tierra de nuevo, como se conquistó, a
fuerza de sangre que de nuevo se derramó, así como de indios, infinitos indios".
Manco merece la celebridad no sólo gracias a la prolongada resistencia que
dirigió; también brilla con particular fulgor, porque fue el primero en el
continente en montar caballo de guerra> blandir espada y disparar armas de
fuego. La prole de aquel Inca asentó la dinastía de Vilcabamba, que a su muerte
habría de reinar entre 1545 y 1572, dirigiendo el Estado que más resistió a
España en América. Uno de sus descendientes, Túpac Amaru el Grande, habría
de conducir en 1780 la más vasta insurrección anticolonial de América. Llamó
para ello a todos los nacidos en el Perú y también a los americanos de otras
tierras, sin distingos étnicos, en pos de la independencia y de la justicia social.
INDICE
INDICE

Manco Inca .................. . ........................................................................................ 5


La juventud . ................................... .. ...................................................................... 8
Los dioses y las catástrofes ................................................................................... 13
Manco y la nobleza ..................................................... . ....................................... 33
La aprobación aristocrática ................................................................................ 34
La delación de los Yanas ..................................................................................... 34
Plan de evasión .................................................................................................... 35
Una segunda evasión ......................................................................................... . 37
Los problemas políticos .................................................................................. 40
Logística ................................................................................................................ 42
El ataque al Cuzco ............................................................................................... 44
En Lima .............................................................................................................. 49
Victoria de Pampas ........................................................................................... 51
Victoria en Parcos .......................................................................................... 52
Victoria de Angoyacu ......................................................................................... 53
Fiesta y arias ............................... ...... ................................................................... 55
Coronación de Cusi Rimac ................................................................................... 57
Victoria de Jauja ................................................................................................. 57
Pariajaja ............................................................................................................ 58
Combate de Puruchuco .................................... . ................................................. 60
El cerco de Lima ................................................................................................. 62
La traición de los caciques Huancas ................................................................... 64
El ataque a Lima .................................................................................................. 65
La campaña de Alonso de Alvarado .................................................................. 67
El largo asedio del Cuzco .................................. .................................................. 70
Batalla de Ollantaytambo ..................................................................................... 72
Nuevo asedio al Cuzco ..................................................................................... 75
Vitcos . ................................................................................................................... 77
Una grave ruptura........................................................................................................ 81
La guerra Huanca ......................................................................................................... 83
La guerra a muerte ................................................................................................. 90
Guamanga y Orongoy ............................................................................................ 90
Las luchas en el Collasuyo . ........................................................................................ 95
Vilcabamba ......................... .......................................................................................... 98
"Gran Pilar del Reino" ............................................................................................... 98
Las fuerzas de Manco ................................................................................................ 100
Victoria de Chuquillushca. .. ................................................................................ 100
Otra victoria ........................................................................................................... 102
La justicia de Lima ..................................................................................................... 103
La retirada española.................................................. .................. . ............................ 103
La arcabucería de Vilcabamba............................................................................... 104
Triunfo español ..................................................................................................... 105
La pena de Manco : .............................................................................................. 106
Arequipa ...................................................................................................................... 107
Otras luchas ................................................................................................................. 108
Almagro el joven .................................................................................................... 108
Otras rebeliones ........................................................................................................... 109
Manco y Vaca de Castro .......................................................................................... 110
El fracaso ..................................................................................................................... 111
Manco y el primer virrey ......................................... ............................................. 113
El crimen.... ......................................................................................................... 121
Indice ........................................ . ......................................................... . .......... 123
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