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Vega Juan José - Manco Inca PDF
Vega Juan José - Manco Inca PDF
MANCO INCA
Juan José Vega
VOLUMEN 1
COLECCION FORJADORES DEL PERU
Volumen 1: Maco Inca
Director de la colección:
Dr. José Antonio del Busto Duthurburu
cuzcos, que sentíanse llamados a sojuzgar el mundo por designio del dios supremo
Viracocha. Por todas partes esta nación se expandía fundando ciudades y con
mitimaes de paz y de guarnición. Por eso, tras saber del parto, el propio Huaina
Cápac al estrechar al crío tal vez meditó, una vez más, en la vastedad del Imperio,
recordando que él mismo había nacido en la lejana Tumebamba, en el norte, lugar
muy distante del Cuzco; aunque en circunstancias similares, esto es, dentro del más
puro linaje imperial, al igual que aquel niño que venía al mundo con su abolengo
Hanancuzco en las punas aimaras de la nación de los pacajes.
Todos conocían en la sociedad incaica que el ancestro y la sangre eran los
factores que determinaban la patria: no el suelo. Y la venida al mundo de un
príncipe real, allí donde naciese, constituía todo un suceso. Por ello habría festejos.
Pero únicamente las pallas cuzqueñas, entre ellas las demás mujeres de Huaina
Cápac, habrían podido ingresar al recinto donde había dado a luz Mama Runtu, a
fin de participar en los ritos festivos; porque las demás esposas y concubinas, las
"extranjeras", tuvieron que conformarse con conocer desde fuera el acontecimiento,
con excepción -tal vez- de alguna dama de honor.
Entre ceremonias propiciatorias se le perforarían entonces al recién nacido los
lóbulos de las orejas con fina aguja, como a todos los crios de la aristocracia
imperial. Luego, en el regazo de su madre, muy arropado, cual era la costumbre,
iría en litera hasta Cochabamba, donde se quedarían miles de mitimaes cuzcos.
Después, todos los demás del ejército y del cortejo seguirían la marcha hacia el
Maulé; y quizá, por las sendas de las cumbres nevadas, tocarían Biobío,
acompañando Mama Runtu al Inca, su esposo, rey y señor.
De la madre de Manco no se sabe mucho, aunque sí que era "hermosísima" y
más blanca de lo común, de donde vino aquello de llamarla Mama Runtu (runtu es
huevo), porque su verdadero nombre era Shihui Chimpu. Pertenecía a un
encumbrado linaje de los cuzcos, al de Anta, lugar de donde fue también oriunda la
madre de Ninan Cuichi, joven designado más tarde por Huaina Cápac para la
sucesión en el trono (tiana). En suma, era magna la prosapia del recién nacido. Por
algo lo llamarían Manco, nombre del fundador del Cuzco, rarísimamente usado, lo
cual nos induce a suponer que las calpas (augurios) debieron serle en extremo
favorables en su cuna y tales vaticinios se
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plejidades de los dogmas y de los ritos del Incario, destacando siempre la diferencia
entre los dioses tutelares del Cuzco y los de las demás naciones del Imperio, de
nivel inferior y, en ocasiones, enemigos. Pronto acudirían ante el principito otros
personajes de la Corte para darle mayores enseñanzas, las que correspondían a un
niño de pura sangre cuzco, respecto a los roles que podría desempeñar en el futuro
como hijo de Huaina Cápac, habido en palla de panaca, esto es, en dama de linaje
cuzco.
LA JUVENTUD
sión, cierto, pero no por ello menos agudas. La más delicada de las situaciones, que
probablemente le mencionaron, bien pudo haber sido "que la nación del Cuzco
estaba derramada por todas las provincias en la administración", como señalaría
Miguel de Estete; dispersión que cubría de Pasto al Maulé y desde el mar hasta las
selvas altas. El eje, que era el Cuzco, se había debilitado. Una treintena de ciudades
habían nacido por obra de los cuzcos en las más distintas comarcas, pero ello no
remediaba el mal principal, el debilitamiento demográfico de la metrópoli imperial
y de su región base y matriz.
Manco entendería que una periferia más vigorosa no había redundado siempre
en beneficio de la sede central del poder. Aun más, Tumebamba, la metrópoli del
norte, fundada por Túpac Inca Yupanqui, su abuelo, y Cochabamba en el sur,
mostraban -según le contaban- síntomas de creciente autonomía. Tumebamba,
además, poseía una mayor modernidad, a la par que notable riqueza, como asiento
de representantes de todas las panacas y congregación de mitimaes cuzcos.
Parecía urgente, a raíz de estas presiones, reforzar al Cuzco mismo, ciudad que,
sin embargo, mantenía su prestancia, sobre todo en lo religioso. Así era todavía, a
pesar que los dos últimos Incas, su padre y su abuelo, habían preferido residir en la
espléndida Tumebamba. Y Huaina Cápac no daba muestras de querer retomar al
Cuzco.
Se le explicaría a Manco que la dispersión de los cuzcos era fruto de la política
expansiva de la aristocracia. Y que tantas guarniciones y tantos mitimaes se habían
tornado imprescindibles a causa del tamaño adquirido por el Imperio. Era
necesario controlar -le argüirían- a unas trescientas noblezas provincianas vencidas.
Estas, en numerosos casos guardaban rencores al Cuzco Imperial; aliadas a la
fuerza, no eran de confiar plenamente. De todas maneras, si semejante expansión
antes había resultado factible gracias a la alta densidad demótica de las poblaciones
ubicadas entre los ríos Urubamba y Paucartambo, asiento de los clanes cuzqueños
en general, el Cuzco ya se hallaba agotado demográficamente.
Los más calificados de los sabios orejones y de los yanas fieles que rodeaban a
Manco, le advertirían también que existían otros peligros sociales. Uno de ellos era
el ascenso en fuerza de los semicuzcos, esos mestizos hijos de cuzqueños en
mujeres "extranjeras". Si bien la poligamia había sido inicialmente positiva, al
cimentar el poder en las pro
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vincias mediante matrimonios múltiples de los "orejones" con mujeres del lugar, la
práctica se había multiplicado de tal manera que tomábase en riesgo político, por el
alto número de la descendencia de esos nobles. Le advertirían a Manco que los
semicuzcos de prosapia, que eran hijos y nietos de los cuzcos conquistadores,
resultaban ya de un número muy superior a la aristocracia de pura sangre cuzco,
esto es, la de las panacas en general.
A la vez, aquellos semicuzcos eran requeridos por el Estado Imperial a fin de
cubrir las necesidades administrativas en tantísimas provincias y naciones. Se le
indicaría a Manco que por ello la influencia de esos "mestizos" se había
desarrollado tanto, pero tal vez por igual las secretas ambiciones que guardaban en
sus pechos. Todo esto constituía un nuevo riesgo para la antigua nobleza cuzco,
creadora del Imperio, dado que por diversas partes se veía a los integrantes de
aquel estamento ejerciendo mandos estatales medios y aun altos, mostrando sus
crecientes anhelos, a veces con gran favor del rey Inca, que los necesitaba.
De todo aquel grueso sector nobiliario semicuzco, el más vigoroso era el de los
príncipes, por ser hijos del monarca. Quizá los maestros que rodeaban a Manco no
se atrevieron a expresárselo con nitidez, pero le dejarían entender que esa prole de
Huaina Cápac y en general los nietos de Túpac Inca Yupanqui constituían el sector
más inestable del Estado Inca, a causa de una ambigua situación. Por un lado
poseían una alta investidura paterna, pero esta condición se hallaba menoscabada
por su exclusión del sistema de panacas del Cuzco, segregación que provocaba
naturales resentimientos y la cual se derivaba, en forma insalvable, del origen
materno provinciano y "extranjero", de distinta nación.
Para mayor complicación social, aquellos príncipes semicuzcos contaban con el
respaldo de sus madres, princesas ricas todas -pero no cuzqueñas- oriundas de los
más diversos lugares del Imperio. Y no era asunto de poco vuelo el de los
semicuzcos, dados los cientos de príncipes que en tal condición habían nacido, que
eran la mayoría de sus propios hermanos. Además, algunos de ellos tenían madres
de mucha presunción, como Atao Huallpa y Paullo Topa.
A los palacios de Anta -donde quizá pasó Manco la mayor parte de su infancia
y juventud- llegarían también maestros para advertirle
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tenían en sus manos gran proporción de las armas. Eran los especialistas de la
guerra, los auca camayos de los nuevos tiempos.
Manco debió preguntar por las causas de tal realidad; al inquieto príncipe se le
respondería con palabras sencillas que los aristócratas veían su poderío en peligro;
porque ya no podían tener en sus manos, como antes, todos los mandos castrenses,
sencillamente porque faltaba gente de alcurnia para tantas campañas y
guarniciones, más si se piensa que muchos orejones morían durante las guerras. A
la postre había resultado inevitable recurrir a guerreros cuzcos experimentados,
aunque fuesen plebeyos y aun esclavos, que tal era el status de los yanas. Pero lo
que al principio fue de excepción, pronto se hizo común. De esta suerte -según la
explicación dada-, esos "yanas de guerra" (ex campesinos, ex caciques de bajo nivel,
etc. ) eran quienes en la práctica, tras años de contiendas, habían pasado a controlar
el ejército en varias regiones.
Los maestros terminarían mencionándole a Manco ejemplos concretos y
cercanos: Rumiñahui, de Paruro; Quizquiz y Challcochiina, de Anta; Yucra
Huallpa, del Cuzco. Eran todos yana-Generales. Mas a pesar del boato que
mostraban, no eran hombres de linaje sino gente encumbrada gracias a su coraje y
su inteligencia. Vivían bien, pero seguían siendo yanas. Dependían del Inca. Eran
pertenencia del Inca, pero mandaban directamente miles y miles de yana-soldados
de múltiple origen étnico. Por encargo de sus señores, claro está ¿pero hasta cuándo
resistiría esta subordinación?
En verdad formaban un cuerpo como en Turquía el de los jenízaros o los
mamelucos iniciales. A Manco le aclararían que lo más grave para el Estado
Imperial partía del hecho que esos plebeyos a veces dejaban sentir su deseo de
obtener mayores privilegios y hasta de lograr la ruptura de los lazos de
dependencia que los ataban al Inca o a cualquier gran señor orejón. Esa
servidumbre de por vida que los agobiaba.
Era Pizarro. Fueron fugaces sus desembarcos en ese 1528; con algunos de los
trece del Gallo y el carabelín de Bartolomé Ruiz, consumó el descubrimiento de
tierras ricas y pobladas que la soldadesca española ya había bautizado como Perú.
Por la brevedad de esos contactos marinos, Huaina Cápac no tuvo modo de
informarse adecuadamente de la condición divina o humana de los raros seres
ultramarinos.
Manco, con la curiosidad de su edad, escucharía los relatos de quienes repetían
el mensaje tallán de las costas del norte. Las hipótesis eran muchas. Que habían
retornado los hijos de Viracocha. Que eran sus emisarios o criados. Que era el
propio Viracocha con su cortejo. La desbordada imaginación daba cien versiones,
porque la ciencia inca nada podía frente a semejante desafío. Sin duda los extraños
visitantes tenían poderes divinos o quizá mágicos. Traían consigo abundante
alimento para dioses: ese mullu rojizo del norte, y hasta en varios colores (lo cual
no era sino la vulgar chaquira española de vidrio); uno de ellos esgrimía el rayo-
trueno-relámpago (el arcabuz); viajaban en algo que unos calificaban como ''torre
flotante" y otros como "isla que se mueve" (el carabelín); navegaban increíblemente
contra los vientos, las mareas y las corrientes (gracias a la vela latina); tenían un
hacha y otras herramientas y armas muy cortantes (con el hierro). Además, habían
aparecido por el mar de Manta, paraje por donde, precisamente, se marchó
Viracocha con su gran séquito en tiempos inmemoriales de la creación del mundo.
Todo parecía indicar la divinidad de los visitantes. Interrogados los mensajeros
sobre el trato que daban a la gente, decían que se mostraban generosos.
Aseverábase que podían ser dioses. Dioses buenos. Viracocha y su corte. Informes
complementarios aludirían a animales extraños (el gallo, el cerdo); a que vestían
muy cubiertos, como momias (las calzas y otras ropas europeas); que tenían corazas
y armas de plata (confusión con el hierro ligero). Mostraban raras barbas largas.
Huaina Cápac dispuso que se les siguiera el rastro, para reverenciarlos. Pero
nunca los alcanzaron. Ellos bajaron en Tangarará, en Sechura, en Chérrepe, en
Santa y en algunos puntos más. A causa de la movilidad que mostraban, los
funcionarios, jamás lograron ubicarlos.
Y finalmente los supuestos dioses desaparecieron. Por donde habían venido. Por
la ruta marítima de Viracocha. Gran alboroto se produjo en
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las cortes del Cuzco y de Tumebamba. Pero los amautas, los umus y los laicas
(sabios, sacerdotes y hechiceros) fracasaron al intentar respuestas coherentes.
Manco escuchó así, alelado, que Viracocha había retornado otra vez al mundo.
Todavía reinaba la incertidumbre cuando empezó un suceso terrible: la peste. Era a
mediados de 1528.
Los españoles habían traído los virus incubados de la viruela; o llegó por vía de
balseros. El mal empezó a causar estragos horrorosos en la población incásica del
norte. Todos carecían de inmunidad biológica para esa enfermedad nueva, que en
estos casos aparece como una maligna lepra que destroza la cara y partes del
cuerpo y mata casi sin remedio entre calenturas torturantes.
Perecieron cientos de miles. Tal vez más. Muchos se preguntarían en vano si
sería castigo de los dioses. Pero nadie podía responder nada; nadie sabía nada. En
medio de tal incertidumbre creció aun más la religiosidad. Manco asistiría por
entonces a innumerables preces, rogativas y ofrendas. Entretanto iban cayendo en
el norte personajes visibles de la aristocracia, tratados por la peste igual que los
pobres campesinos y pescadores.
Manco fue oyendo cómo, aterrados, contaban su madre y sus deudos, la muerte
del gobernador de Quito y del jefe del ejército Hanancuzco. Rogaría a Viracocha -
junto con todos los suyos- que el mal no llegara hasta el sur.
Finalmente, el propio Huaina Cápac, encerrado entre murallas impenetrables de
piedra, cayó con el mal. Fue en Tumebamba. Pero el Cuzco se salvó. La peste
contuvo su marcha.
A la muerte del Inca Emperador, los Hanancuzcos tumebambinos fueron a
buscar al heredero del trono, Ninan Cuichi, pero éste había también fallecido en la
peste, no lejos. Los estragos habían sido tremendos.
Como consecuencia de los dramáticos acontecimientos, el Imperio afrontó días
acéfalos durante el tercer trimestre de 1528. La imprevista crisis sucesoria creó más
de un conflicto, puesto que varios príncipes cuzcos, hijos de Huaina Cápac, poseían
un alto linaje materno y aspiraron a ceñirse la mascapaicha.
Ocurría que el único vástago vivo de Huaina Cápac en la Coya Imperial era Asa
Pacsi, quien por ser mujer no tenía derecho a la sucesión, a causa de las leyes
patriarcales vigentes en el Incario. Por cierto que
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Manco carecía de mayor opción para el incazgo por cuestión de ancestros, como
sabemos. Otros hermanos, hijos también en pallas cuzqueñas, eran de mayor linaje,
como Huáscar, Cusi Atauchi, Tilca Yupanqui, Túpac Huallpa, Sayri y Atoc Xopa.
Por entonces escucharía en Anta lo que comentaban su madre Mama Runtu y otros
deudos sobre la crisis interna.
Al final, la fugaz acefalía se resolvió cuando los sacerdotes solares del Cuzco se
inclinaron por Huáscar, al fin y al cabo gobernador de la capital del Imperio puesto
por Huaina Cápac. Era un Hanancuzco e hijo de Rahua Ocllo, una de las principales
pallas del difunto emperador. El abolengo de Rahua Ocllo había roto las
incertidumbres. Pero no fue un paso fácil el dado por el clero helíaco en esta grave
coyuntura.
Así, el joven príncipe Manco, atribulado, tuvo que asistir en aquellos días a una
sucesión de acontecimientos. Contempló sin duda las ceremonias del arribo de la
momia de su padre, traída en andas desde Tumebamba y tal vez al desconcertante
matrimonio de ese ilustre cuerpo con Rahua Ocllo, la antigua favorita, a fin de
"legitimar" y favorecer al hijo de ambos: Huáscar, que seguía ejerciendo como
gobernador del Cuzco. Las exequias al difunto emperador, rodeadas de la pompa
imperial, tendrían a Manco entre los concurrentes más señalados, ocasión en la que
pudo conocer a muchísimos de sus hermanos, cuzcos y semicuzcos.
Luego se sucederían episodios como la victimación por Huáscar de importantes
sacerdotes y de otros personajes, y el deterioro de la relación del nuevo rey Inca con
su hermano paterno Atao Huallpa, quien por entonces solamente pedía que se le
dejase al frente de la reducida zona de Quito, una hilacha del Imperio; príncipe,
aquél, hacia quien muchos del Cuzco ya manifestaban recelos, principalmente a
causa de que -por una u otra razón- no se había presentado jamás en la capital
desde su partida; ni siquiera había venido acompañando la momia de Huaina
Cápac, su padre, que tanto lo había amado.
Manco supo luego que, incitado por gente acantonada en el norte, Atao Huallpa
actuaba cada vez con mayor independencia y que hasta ordenó construirse allí unos
espléndidos palacios. Y que mandándoselo el Inca se negó a concurrir al Cuzco,
Huáscar entonces ordenó castigar
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a ese su medio hermano, a quien veía muy inferior a causa de ser la madre una
princesa carangui, de las vecindades de Quito, mediana urbe norteña de los
confines imperiales.
Aprovechando el gran desconcierto reinante, los yana-guerreros del norte del
Imperio decidieron actuar. Hartos de las altas jerarquías aristocráticas de las
panacas, incitaron al príncipe semicuzco Atao Huallpa hacia una revolución
regional, que rompiese lazos con el Cuzco a fin de crear una sociedad que diese un
mayor espacio a estamentos postergados, lo cual sólo podría alcanzarse a expensas
de los inmensos privilegios de la aristocracia imperial.
Promotores de este alzamiento fueron los yana-Generales de la nación cuzco, ya
enaltecidos por Huaina Cápac, a pesar de la baja posición que ocupaban en la
sociedad. Manco oyó de nuevo algunos de los nombres: Quizquiz, Challcochima,
Rumiñahui, Yucra Huallpa, Maila y Chaicari. Cuzqueños pero plebeyos, todos
habían decidido romper el férreo dominio de las panacas imperiales.
Sentimientos también sediciosos, aunque de otra naturaleza, anidaban en el
corazón de muchos nobles medios. A los jefes militares no les resultó complicado
convencer al príncipe semicuzco Atao Huallpa de que tomase una decisión; al fin y
al cabo con él habían sido compañeros de varias campañas. Todo marchó con
presteza.
La relativa autonomía que Atao Huallpa forzó a fines de 1528 habría de ser
rechazada por Huáscar, quien finalmente recurrió al uso de las armas; el usurpador
llegó al extremo de ceñirse en Tumebamba una falsa mascapaicha, proclamándose
rey Inca regional, a lo cual no tenía ningún derecho, ni constituía tradición, según le
explicarían a Manco al pormenorizarle los sorprendentes acontecimientos del
extremo norte. Porque aquel Atao Huallpa -tal como se lo recalcarían sus tíos- no
era sino un cuzco a medias, un hijo de extranjera, ajeno por completo a cualquier
línea dinástica de sucesión; privilegio que solamente las panacas poseían por
intransferible derecho de sangre.
Manco vio salir en 1529 al ejército del príncipe imperial Atoc, quien con sus
orejones venció a Atao Huallpa en la región de Tumebamba y llegó a capturarlo.
Pero luego supo que el insurgente había huido con apoyo local y que, con sus yana-
Generales, preparaba una ofensiva; y que, de inmediato, el rebelde cobró la
revancha, radicalizando luego sus posiciones en Tumebamba, tras matar a Atoc.
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Era la primera vez que un orejón de panaca moría condenado por orden de un
hombre que, como Atao Huallpa, era noble de nivel social mucho menor.
Probablemente el joven Manco no comprendió lo que acaecía: una verdadera
revolución se había iniciado.
Luego Manco oyó a sus mayores que los alzados aspiraban a la formación de un
reino autónomo y distinto en el norte, dentro de un sistema que iría concediendo
mayores libertades a los y anas de alto nivel, bajo el predominio de los príncipes
semicuzcos. Pero esta pretensión, que se reiteró, acabó rechazada del todo en la
capital imperial, pues constituía una auténtica sedición social y la destrucción de la
base de las panacas imperiales; mas, no debieron faltar en el Cuzco numerosos
semicuzcos y sus servidores que secretamente simpatizarían con Atao Huallpa.
Huáscar, sintiéndose amenazado, rodeado, y tal vez víctima de una paranoia,
viendo enemigos por todas partes, exageró la represión y probablemente
contribuyó, sin querer, a desintegrar su poder, atacando y persiguiendo a muchos
de su entorno, incluso a deudos cercanos. Pero también era cierto que la revolución
había empezado a propagarse. El problema regional segregacionista de Quito
amenazaba cubrir todo el imperio, merced a la actitud esquiva frente a Huáscar de
muchos caciques no cuzqueños de diversas comarcas.
Tras la paz de Cusibamba, que duró tres meses, se reiniciaron las hostilidades.
Fue una sucesión de catastróficas derrotas para el ejército imperial, no obstante el
heroísmo de la élite orejona; todas aquellas batallas fueron muy sangrientas y la de
Yanamarca resultó una matanza que duró tres días. Manco asistiría en el Cuzco a
los honores rendidos a los capitanes caídos en las renovadas campañas.
Seguramente el príncipe preguntó sobre la causa de la serie de triunfos casi
ininterrumpidos de las huestes de Atao Huallpa; porque le resultaría inexplicable
que las poderosas huestes imperiales fuesen continuamente derrotadas en una
decena de batallas por una tropa regional, sin comando de orejones cuzcos y
dirigida más bien por despreciados plebeyos levantiscos. Pues bien, se le
respondería a los amautas que era obra de los yana-guerreros. Porque si, en
general, sólo en algunas áreas los yanas habían roto con sus señores, constituía un
hecho innegable que en el norte el sector de los yana-guerreros había dejado del
todo la obediencia. Rebelándose contra el Cuzco -tras matar a los aristócratas de
panaca- pasaron ellos a tomar los cargos importantes
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del ejército rebelde. Y esos ex esclavos de guerra eran, por razón de trabajo, los
mejores expertos en pelear, los encargados del oficio de la guerra, los "oficiales" de
las artes bélicas. Ellos eran pues, los autores de las victorias ataohualpistas.
Y expresarían también a Manco que si algunos orejones rapados de
Tumebamba, por ambiciones bastardas, despecho o frustración, habían apoyado
inicialmente la rebelión en 1529, éstos ya se estaban apartando de Atao Huallpa.
Poquísimos de ellos quedaban en el entorno del audaz semicuzco sublevado.
Pero tal vez no se atrevieron todavía a decirle que era demasiado tarde para
frenar la revolución; que la sedición cubría casi todo el Chin
chaysuyu, la más importante región. Pero sí tuvieron que explicarle que el gesto de
Atao Huallpa de coronarse, era el símbolo de una guerra iniciada contra todos los
linajes cuzqueños puros, los de las panacas, cuyo exterminio regional proclamaba
Atao Huallpa, insinuando un reparto de los cuantiosos bienes acumulados. Se le
diría, asimismo, que la sublevación iba siendo un éxito a causa de la insurgencia de
diversas tierras del Imperio al amparo de muchos de los cientos de hermanos
semicuzcos de Atao Huallpa, y también por la colaboración de otros "mestizos"
semicuzcos (hijos de Apus, de Tocricocs, de Hunus, en princesas provincianas).
Quizá algún consejero más allegado al joven príncipe pudo hablarle de otro
problema igualmente delicado: varias naciones del norte habían proclamado su
autonomía (huancahuilcas, chachapoyas, agua- runas, etc. ), aprovechando la
sublevación ataohualpista y la subsiguiente guerra civil provocada por la
revolución. Precisarían que lo más grave era el sesgo antipanaca y anticuzqueño
que en varias áreas venía cobrando el alzamiento, convertido ya en una revolución
social; y que podría propagarse a otras regiones.
En sus proclamas Atao Huallpa hablaba de "arrasar el Cuzco", conforme
anotaría Juan de Betanzos. El príncipe semicuzco rebelado ordenó por entonces
nuevos ataques militares.
En este trance (1531) fue que se supo de la sorpresiva reaparición de los
extraños seres (¿dioses? ) que habían llegado a las costas del Imperio en 1528. El
Cuzco se estremeció de esperanza, pero Atao Huallpa no se inmutó; siguió
adelante con la guerra, y empezó una nueva ofensiva. Nunca, además, había sido
hombre muy creyente.
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La ofensiva dio sus frutos y así Atao Huallpa alcanzó renovados triunfos.
Siguió perdiendo la contienda el ejército que Miguel Cabello Valboa llama "de
los orejones", esto es, de la nobleza cuzqueña.
Entre tanto, precautoriamente, el Inca semicuzco alzado envió sus espías a la
costa "a ver que gente era" la que otra vez venía. Ellos le garantizaron que los
indefinibles visitantes eran humanos, que no eran dioses. Además de datos
sueltos, más o menos probatorios, los habían oído gritar de dolor con unas
verrugas en Coaque y también los habían visto morir. Entonces,
despectivamente, los ataohualpistas los calificaron de "sungasapas", vale decir
barbudos, en quechua, nombre que, entre bromas, se impuso en la Corte de
Tumebamba. Pero hubo más información: los espías llegaron a decir que los
intrusos eran una partida de ladrones y de ociosos, quizá fragmento de alguna
bárbara tribu nómada; que asimismo carecían de mujeres y que no poseían
arcos ni flechas; pero que los caballos eran sí, de temer. En todo caso lo que les
daba confianza era el número escaso de "barbudos" y de las raras bestias.
Maltrechos, los españoles de Pizarro avanzaron ocupando la isla de Lapuná,
frente a Guayaquil. Luego Tumbes y Piura. Entre tanto en el Cuzco se
propagaba otra vez, y muy fervorosamente, la versión de que los nuevamente
aparecidos visitantes del norte lejano eran enviados de Viracocha. Y que por
ello tendrían que favorecer a la dinastía Hanancuzco. Hay que advertir que, con
las distancias, carecían de noticias directas. Huáscar incluso llegó a enviar una
misión secreta a Tangarará, según varios informantes (Zárate, Guamán Poma,
etc. ), la que habría retornado deslumbrada por los sedicentes "viracochas". Y el
hecho fue, efectivamente, que Pizarro partió hacia Cajamarca anunciando que
iba a apoyar a Huáscar "el señor natural de estos reinos".
Manco vibraría de fe, junto a todos los suyos. La creencia en la divinidad de
los siempre extraños visitantes se acrecentó esta vez con otros factores tan
aparentemente inexplicables, como los de 1528: traían nuevos animales
(caballos y perros, grandes y bravos); por otro lado, no se contagiaban de
viruelas, leían el pensamiento (la lectura) y no dormían (las rondas nocturnas).
Por estas razones varios huascaristas del norte (sobrevivientes de las
matanzas ordenadas por Atao Huallpa) apoyaron a "los viracochas", así como
también lo hicieron caciques de etnias vencidas por los Incas
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pocos decenios atrás, o rencorosos con Atao Huallpa a causa de recientes levas
y confiscaciones castrenses.
Por su lado, las panacas del Cuzco defendían sus fueros; profundizando la
actitud de amparar con las armas sus privilegios, pidieron al propio Huáscar
que asumiese la conducción de las operaciones. Lo hizo, alentado por las gratas
noticias de Piura. Triunfó en Chontacaxas, pero pronto acabó vencido y
capturado; fue el golpe final a la nobleza cuzqueña. El Cuzco terminó ocupado
por las tropas ataohualpistas.
Los jefes revolucionarios vencedores eran -como sabemos- de la etnia cuzco:
Quizquiz, Challcochima, Yucra Huallpa y otros. Manco recordaba a algunos,
porque eran de Jaquijaguana, junto a Anta, lar materno; sabía que eran hombres
del pueblo, plebeyos, yanas, ex esclavos; esos yanas también solían ser hijos de
caciques doblegados. Percibía que la situación política se había alterado
radicalmente.
Manco oiría las acongojadas opiniones de sus mayores, que temían lo peor,
porque se sabía que las intenciones de esos jefes militares sublevados eran las
de acabar con las panacas, fuesen de los Hanan o de los minoritarios Hurin.
Preces y rogativas a Viracocha se elevaron entonces, desesperadamente,
pidiendo libertad para Huáscar y justicia para la causa de la dinastía
Hanancuzco. Y como si realmente los dioses se hubieran confabulado para
engañar del todo a los cuzcos, se produjo en esos días un aparente "milagro".
Atao Huallpa, el omnipotente vencedor, el que parecía el dueño del mundo,
el invencible Inca autocoronado, cayó prisionero fácilmente en Cajamarca el 16
de noviembre de 1532. Lo consiguieron aquellos de quienes se sospechaba que
eran emisarios de Viracocha. Desde aquel momento se afianzó, por cierto, tal
creencia en el Cuzco, aun más que antes. Aquel mismo día el ejército norteño
del falso Inca también quedó deshecho.
Manco y los suyos, muy en reserva festejarían el suceso, ai igual que los
demás Hanan, aprovechando el momentáneo desconcierto de los yana-
Generales ataohualpistas ocupantes del Cuzco, para quienes el goce de la
victoria en la guerra civil había durado apenas unos cuantos días.
Pero el respiro de los Hanancuzco duró poco. A fines de diciembre llegaba
Cuxi Yupanqui a la capital imperial enviado especialmente por
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recedores. Sin duda esos yanas rebeldes ya conocían mejor las nuevas armas que
esgrimían los sedicentes interventores divinos, a los que los yana-Generales seguían
viendo como un tropel de raros y poderosos bandidos de barbas.
Los yanas se hallaban, pues, lejos de retomar al acatamiento de las panacas. La
muerte de Atao Huallpa no había menguado sus ímpetus ni sus odios sociales;
tampoco se habían desalentado por el repliegue de casi todos los príncipes
semicuzcos, promotores y cómplices del alzamiento de 1529, ya reincorporados a la
obediencia a las panacas cuzqueñas; y menos había deprimido a tales yanas
rebeldes la irrupción y avance de los negados mensajeros de Viracocha, a quienes
despectivamente seguían llamando sungasapas.
Radicalmente opuesta seguía siendo la convicción de los Hanancuzco. Estos
loaban la divina violencia de los "emisarios de Viracocha" desatada sobre los yanas
insurrectos. Por ello, sopesando los acontecimientos, Manco, Tísoc, y demás
Hanancuzco sobrevivientes salieron de Huayllabamba con rumbo a Jaquijaguana.
Aproximándose, se noticiaron de que "el desvergonzado" Quizquiz acababa de dar
una cruda batalla en Vilcaconga, matando a cinco de los de Viracocha e hiriendo a
muchos. Entre tanto, habían desertado del bando de Quizquiz los yana-guerreros
cañaris y chachapoyas de la región.
Todo esto apresuró los pasos de los Hanancuzco. Y fue en Jaquijaguana que su
conductor, el joven Manco (engañado por su propia religión y por la ficción
española), rindió pleitesía como todos los cuzcos de la nobleza, al máximo dios
Viracocha en las personas de sus fingidos hijos y emisarios. Era su agradecimiento
al auxilio, supuestamente divino, que la deidad más alta otorgaba a la legítima
dinastía imperial. Las oraciones a Viracocha y las impetraciones habían sido
escuchadas: El Cuzco se salvaría: los nobles semicuzqueños y los esclavos no llega-
rían al poder, gracias a los designios del dios máximo.
Y así, en medio de la esperanza de las panacas cuzqueñas -de sus sobrevivientes
mejor dicho-, Manco creyó confirmar la buena voluntad del dios y de sus enviados.
Tan asombrado de los "viracochas" como Moctezuma estuvo de los "teúles"
(dioses) entre los aztecas, Manco reiteraría su adoración a la máxima divinidad, que
(así creía; todos los cuzcos lo creían) tanta ayuda le había otorgado enviando a sus
emisarios a fin de eliminar al usur
MANCO INCA 25
pador Atao Huallpa, y que le seguía dando auxilio para aplastar a los yanas
rebeldes, a esos ex esclavos de guerra que bajo su yana-General Quizquiz seguían
negándose a acatar a la verdadera nobleza; no obstante estar ya muerto al
conductor de los semicuzcos, Atao Huallpa, y pese a hallarse dispersos o vueltos al
orden casi todos los nobles semicuzcos, que habían sido de los que dieron inicio a
la revuelta social que acababa de destruir gran parte de los basamentos de la
aristocracia y del Imperio mismo.
Pizarro captó bien el momento. Perfeccionando su rol de divino interventor, le
dijo al joven príncipe ese mismo día "señor Manco Inca. Os traigo preso a vuestro
enemigo capital Challcochima. Véis lo que mandáis que se haga de él". "Mi padre
como lo vio, mandó que fuese quemado", contaría más tarde Titu Cusi Yupanqui.
Así ocurrió, en efecto, al no poder contener Manco la ira de ver ante sí a un
causante de la muerte de su madre, la princesa Mama Runtu, masacrada al lado de
tantos aristócratas tras la toma del Cuzco un año atrás apenas; acción en la cual
habían tenido rol tan protagónico hombres como el que tenía en sus manos. Debió
recordar en aquel momento la masacre de sus hermanos y de sus tíos y la
destrucción de las momias más venerables; él mismo había sido objeto de
humillaciones por parte de los entonces triunfantes yana-guerreros, que por unos
días parecieron dueños del mundo.
Muy profundo era el odio que separaba a los principales bandos incaicos en
pugna, esto es, a los aristócratas imperiales de los yana-guerreros. Y así
Challcochima, notable soldado por otra parte, murió sin clamar perdón ni buscar
reconciliación con la nobleza a la cual Manco representaba; al contrario, invocó a
gritos a Quizquiz, gran caudillo de yana-guerreros, a que siguiera en la brega,
sabiendo que esa noche algunos de ellos andaban cerca de Jaquijaguana,
observando cautelosamente cuanto acaecía.
A ojos de Manco, la decisión de Pizarro de entregar a Challcochima pareció
confirmar la voluntad de Viracocha de apoyar a los Hanancuzco. Juntos entonces,
Manco y Pizarro prosiguieron su avance hacia el sur. La acogida al Inca resultó
multitudinaria. "Fue tanta la gente que salía a vemos que los campos estaban
cubiertos", recordaría Pedro Pizarro de aquella jornada. Cristóbal de Molina habría
de anotar que toda la gente de la tierra salía de paz a los españoles y les favorecían
26 JUAN JOSE VEGA
contra aquella gente de guerra de Atao Huallpa, porque los tenían en gran
odio”.
Para entonces habíanse juntado ya todas las fuerzas españolas (los presuntos
emisarios de Viracocha) con los pequeños contingentes aportados por Manco y
los numerosos pero heterogéneos grupos de guerreros indígenas de naciones
enemigas de los Incas, que obedecían directamente a Pizarro, huancas sobre
todo. Quizquiz salió a enfrentarlos en Anta, junto a Paucarpata, donde se
libraría una furiosa batalla; luego de ella, Manco vio cómo se incendiaba parte
del Cuzco. Poco después él y todos los de su séquito entraron a la capital en
medio de las aclamaciones de la multitud de cuzcos y de otras naciones que
veían en Quizquiz un enemigo. Manco, desde su litera, contemplaría gozoso lo
que creía el restablecimiento pleno y eterno del dominio de la legítima dinastía
imperial, que él representaba. Pizarro, cabalgando a su lado, disimularía una
sonrisa. Al llegar al Coricancha, Manco se descalzó. Luego, ya solo, se
prosternaría ante el Sol. La ciudad se llenó de preces y de cánticos.
El Cuzco en esas horas resultaba a la vez liberado y conquistado; pero en
este doble escenario político-religioso solamente los españoles sabían lo que
realmente estaba sucediendo. Los demás, poco o nada podían entender del
proceso que se desenvolvía.
A los pocos días Manco partió en campaña contra Quizquiz llevando
algunos miles de guerreros cuzcos escogidos. También fueron con él dos de los
supuestos emisarios de Viracocha, Almagro y Soto, con unos setenta hombres;
el joven monarca alcanzó las victorias de Capi y Tambobamba sobre aquel
sublevado yana-General que, a pesar de toda la crisis que agobiaba al Imperio,
continuaba negándose a reconocer la autoridad de las panacas y de los
Hanancuzco; más bien trató él, aunque inútilmente, de pactar otra vez con un
príncipe semicuzco, Paullo Topa. Pero éste carecía de la fibra de Atao Huallpa.
Manco decidió luego retomar al Cuzco. En ese mismo diciembre, se-
guramente cuando el sagrado solsticio, al recibir el "plumaje blanco" fue
coronado por toda la nobleza Hanancuzco sobreviviente, en presencia de
Pizarro y de los demás españoles, en compañía de las momias ilustres que
habían salvado de las hogueras subversivas de Cuxi Yu- panqui, Quizquiz y
Challcochima.
Hubo entonces prolongados festejos de los cuzco, inacabables ce
MANCO INCA 27
Quizá, por entonces, empezaron ya algunos recelos entre los Hanancuzco. Algo se
debieron deteriorar las relaciones entre los capitanes españoles y el Inca, porque
cuando éste preparó en Jauja una gran partida de caza en homenaje a sus
huéspedes, Pizarro y sus hombres asistieron armados, temiendo que "la cacería no
fuese con ellos", como habría de narrarlo uno de los que allí estuvieron. Un poco
antes, el 25 de abril, se había realizado la fundación española de Jauja, no sabemos
si en el mismo sitio del asentamiento del año anterior; debió ser acto muy
concurrido gracias a los numerosos caciques huanca proespañoles de la comarca,
los que sin embargo no verían con buenos ojos tener muy cerca a tan ávidos aliados
o tan depredadores semidioses.
Por aquellos días ya todos los indicios conducían a la conclusión de que "los
viracochas" podrían quedarse; y entre cuzcos de la nobleza baja empezaban a
multiplicarse las quejas, por ciertos abusos que les resultaban incomprensibles.
Quizá surgió por esos meses la idea de que Pizarro y los suyos pudiesen haber
sido enviados por Taguapica, el hijo malo de Viracocha, el hijo destructor.
Mas si así era, igualmente gozaban de un mandato divino. Y eran de temer. Pero
lo que más apegaba a Manco a la creencia en la misión divina de Pizarro y los suyos
era que continuaban respetando a los Hanancuzco de la más elevada jerarquía.
A Manco poco le importaban los ataques españoles a las noblezas indígenas que
eran enemigas; o contra pueblos o sectores que siempre habían sido contendores de
la aristocracia imperial cuzqueña. Sin embargo, por entonces, empezaron algunos
desmanes contra los Hanancuzco. En la propia capital imperial varios españoles,
desacatando ordenanzas de Pizarro, procedieron a saquear a ciertos indios nobles
y, como Villa Oma protestase, se le apresó, a pesar de su jerarquía de Sumo
Sacerdote. Manco debió asombrarse de lo ocurrido y quizá fue entonces que
empezó a dudar de la identidad divina de los supuestos emisarios de Viracocha.
Pero sus vacilaciones se habrían disipado pronto porque Pizarro, con sagacidad
política, ordenó que se restituyera lo robado y se liberara al pontífice; todo lo cual
no fue sencillo pero se logró. Por ese tiempo Manco retornaría al Cuzco para
contribuir a la solución de los proble
MANCO INCA 29
mas surgidos por obra de españoles torpes, que no reparaban en que la vinculación
sólida con Manco y la nobleza cuzqueña era fundamental para su propia
supervivencia en el Perú; por lo menos mientras subsistiesen los restos del ejército
que había sido de Átao Huallpa y que empecinados yanas de guerra se empeñaban
en sostener en pie, combatiendo.
Precisamente, cuando Pedro de Alvarado desembarcó en el norte del
desgarrado Imperio con sus quinientos españoles, más doscientos negros y cuatro
mil auxiliares guatemalas, seguramente se le dio al Inca la versión de que todos
ellos venían para reconquistarle Tumebamba y Quito, donde otro valeroso esclavo
de guerra, el yana-General cuzqueño Rumiñahui, se había atrincherado,
proclamándose Sinchi, al igual que Quizquiz en el sur. Pero a Manco debió de
acrecentársele la incertidumbre dada la magnitud de esa incursión.
Luego las dudas y los desencantos fueron acentuándose y el Sumo Sacerdote
contribuiría seguramente a un esclarecimiento de cuanto sucedía. Mas el criterio de
Manco empezó a variar con rapidez recién con el retomo al Cuzco de un hombre
que regresaba de las guerras del norte: Felipe Guancavilca, más conocido por los
españoles como Felipillo.
Acabadas las negociaciones con el intruso español Pedro de Alvarado (que tuvo
que vender flota y ejército), se produjo la fundación de Lima el 18 de enero de 1535;
el hecho debió mortificar al joven monarca aborigen, quien no hallaría explicación
para el afincamiento de lo que algunos cuzcos ya empezaban a ver como una
nueva llacta (ciudad) poblada con raros mitimaes de ultramar, que se estaban
comportando como aucas (enemigos), porque así se lo dirían algunos indios a
Manco. Hombres comunes debían ser en realidad los seres de las barbas que cada
vez aumentaban más en número y en abusos. ¿Podía acaso haber tantos "hijos" o
"emisarios" de Viracocha?, se preguntarían otros orejones, también desconfiando.
¿O eran en realidad sajras (demonios)?¿0 tal vez -como se rumoreaba- serían
descendientes de Taguapica, el hijo malvado de Viracocha, famoso por destructor?
Gran confusión reinaba en los ambientes indígenas.
En cualquier forma, al subir Almagro de Lima al Cuzco, llevó consigo su grueso
ejército y entre sus servidores al intérprete Felipillo. Fue entonces, en febrero, que
creció la vinculación entre el monarca y
30 JUAN JOSE VEGA
joven príncipe cuzco, hijo también de palla cuzqueña, llamado Atoc Xopa.
Esta situación, entre reyertas y amenazas, llevó al Inca más cerca de Almagro.
Pensemos que carecía hasta de una insignificante escolta. Ya en las vísperas de lo
que pudo ser su asesinato, una noche tuvo que irse "secretamente a la posada del
Adelantado" y allí, el rival de los Pizarro le dio su respaldo, concediéndole como
virtual guardaespaldas a Martincote, que era uno de los más valientes españoles
del Perú, según unánime criterio. Al final, desarrollándose el plan pizarrista para la
liquidación de Manco (o creyéndolo éste así), prefirió adelantarse y mediante algún
acuerdo con Almagro consiguió que dos o tres españoles mataran a puñaladas a su
rival (solución común en infinidad de pueblos del mundo en estado histórico
similar al incaico). En la victimación del posible contendor indígena actuó también,
según afirman algunos, el príncipe semicuzco Paullo Topa, por entonces todavía
muy partidario de Manco, su hermano de padre.
Desde entonces los lazos de Manco y el almagrismo se fortalecieron, al amparo
de varios españoles de este bando. El Inca, en el entretanto, fue comprobando, cada
vez más, que los Pizarro representaban el poder imperial español y una autoridad
plena. Por su lado, Felipe Guancavilca le seguiría dando cuenta cabal de lo que
sabía y Manco oiría, maravillado, la versión de todo lo que ese faraute había visto
al lado de los conquistadores desde 1528, en las costas del Imperio de los Incas, en
Panamá y en la misma España.
Poco a poco Felipe Guancavilca se volvió el más valioso consultor del Inca;
porque éste comprendió que nadie como él conocía la sociedad española y,
además, no se podía dudar de su alineación contra los invasores. Era un patriota y
un conspirador, por lo menos desde mediados del año anterior (1534), cuando
intrigó para que se enfrentaran Almagro y Pedro de Alvarado; batalla que se evitó
gracias a la sagacidad del primero en los campos de Liribamba (Riobamba).
Finalmente, su conocimiento del castellano lo volvía insustituible y le hacía
alternar entre el palacio de Manco y las residencias de los almagristas más visibles.
Felipe Guancavilca era todo un personaje, aunque no ostentase posición en ningún
sitio, salvo el puesto menor de intérprete, a través del cual, sin embargo, se hallaba
al tanto de todo.
Pronto nació la conspiración Hanancuzco. La idea sustancial era la
32 JUAN JOSE VEGA
MANCO Y LA NOBLEZA
antes eran esclavos y sujetos sin poder vestir ropa fina, y ahora se habían hecho tan
soberbios que trataban a todos con poco respeto, pues ni aún de él hacían caso ni le
hablaban cuando le veían; y que lo mismo hacían muchos mitimaes, que
aprendiendo de los extranjeros, era tanta su soberbia y libertad que ya no faltaba
sino quitarle la borla, y que por tanto, les rogaba que le dijesen qué razón y justicia
había para recibir tales agravios... Por lo cual le parecía que no lo debían más
tiempo sufrir, sino acabar sus vidas, procurando la libertad y matar a tan crueles
hombres".
Seguramente algunos de los orejones presentes preguntarían por la gente que
había partido con Almagro, a lo cual el Inca respondió "que de los que iban a Chile
no hiciesen caso, porque Paulo y Vila Uma iban encargados de mover contra ellos
toda la tierra y hacer lo mismo que allí se pretendía".
LA APROBACION ARISTOCRATICA
Respondieron los orejones: "Que hijo era de Guayna Cápac, que el sol y los
dioses fuesen a su favor para que los sacase de tan dura servidumbre, y que por él
todos morirían, y finalmente, que para mejor ejecutar su intento, procurarse de salir
del Cuzco con la mayor disimulación que pudiese para que todos en lugar seguro
se pudiesen juntar".
Con sensatez, la aristocracia -que era casi toda de Hanancuzcos- solicitó al Inca
que saliese de la ciudad a fin de desenvolver los planes que tejía. Manco, buen
conspirador, temiendo infidencias, se guardó ese día de comunicar en público los
enlaces positivos que, al respecto, tenía con Almagro.
EL PLAN DE EVASION
Ahora bien, el rey Inca al salir del Cuzco optó por seguir un camino falso a
fin de desorientar a los Pizarro: En efecto, "para ejecutar lo acordado, salió de la
ciudad en sus andas de noche, acompañado de sus mujeres y criados y de
algunos orejones, dejando en su casa alguna gente y caminando por donde se
va al Chinchaysuyo". Pero no faltaron traidores o enemigos que corrieron a
informar de la nocturna evasión a Juan Pizarro, el jefe del Cuzco español.
"Luego se lo avisaron a Juan Pizarro, el cual fue a casa del Inga, y sin que lo
pudiesen estorbar fue tanto el atrevimiento, la confusión y alboroto, que
saquearon el palacio, despojándole de mucha riqueza, y la mayor parte se
llevaron los yanaconas; Juan Pizarro, vuelto a su casa, rogó a Gonzalo Pizarro,
su hermano, que por muy oscura que fuese la noche siguiese al Inga, pues veía
cuánto importaba; fueron con él Alonso de Toro, Alonso de Mesa, Pedro
Alonso Carrasco, Beltrán del Conde, Francisco de Solar, Francisco Pérez, Diego
Rodríguez Hidalgo y Francisco de Villafuerte, Tomás Vásquez y Joaquín de
Florencia, y caminando de trote con los caballos, en las salinas, media legua del
Cuzco, alcanzaron la gente que iba con el Inga; preguntaron por él y
respondían que iba por otro camino.
Estaban ya por el abra de Muina, a unas tres leguas del Cuzco. "El Inga, que
oyó el ruido y conoció que eran los castellanos, muy congojado maldecía a
quien descubrió su partida; Gonzalo Pizarro echó mano a un orejón que iba
cerca del Inga, apretóle para que declarase a dónde iba, y negando
constantemente, le ataron un cordel a los genitales y atormentándole
astutamente daba grandes voces diciendo que Inga no iba por allí".
"Cuatro de a caballo prosiguieron su camino preguntando siempre por el
Inga, que fueron Alonso de Mesa, Tomás Vásquez de Acuña, Joaquín de
Florencia y Alonso de Toro".
"Y llegando muy cerca de él se salió de las andas y se escondió en unos
juncales, y preguntando porfiadamente los castellanos por el señor, y volviendo
y revolviendo por donde estaba escondido, pensando que le habían conocido,
salió y dijo, que no le matasen, que si había salido de la ciudad iba en
seguimiento de don Diego Almagro, que le había enviado mensajero para que
lo hiciese... Dieron voces a Gonzalo Pizarro, y llegando con mucha cortesía y sin
decirle mala palabra, le pusieron en sus andas y volvieron al Cuzco".
MANCO INCA ____________________________________________________________ 37
Esta vez la situación fue de pesadilla para Manco. Juan Pizarro lo condujo preso
a la fortaleza de Sacsahuamán, le hizo poner cadenas y lo sujetaron a una pared.
Allí, casi inmóvil, en su cautiverio, recibió terribles vejámenes con los brazos
engrillados: Insultos, cachetadas, empellones; alguna vez hasta lo orinaron, aunque
también lo liberaron un tiempo mientras le exigían el pago de un supuesto rescate
en oro y plata.
En realidad era una coacción: Tesoros a cambio de su vida; en tanto, robaban los
últimos restos de su residencia y seducían a las mujeres de su serrallo, que eran
unas veinte. No se sabe cómo pudo Manco salvar a Cura Ocllo, la joven favorita,
pero tuvo que entregar a Inguill, que era también muy hermosa.
En la demanda a Manco, Juan Pizarro consiguió, entre muchas joyas y
cantarería de oro, doce columnas de plata del alto de una lanza. Hacia mediados de
noviembre se produjo un serio incidente, cuando marchaban unos mil jóvenes
nobles que iban a la ceremonia viril del Huarachicu; portando muchos de ellos
ciertas varas de plata fueron atacados por un grupo de jinetes españoles que les
arrebataron aquel adorno simbólico. Algunos de ellos fueron a quejarse donde
Manco, que no andaba muy lejos, y éste increpó a los conquistadores.
De los diversos vejámenes y del deterioro general de la situación conspirativa,
Manco informaba a Villa Orna, Paullo Topa y Felipe Guancavilca, mediante
chasquis secretos; ellos también habían recibido los informes en tomo a la
aprobación de la nobleza para un alzamiento general; por entonces, estos tres
personajes, con Almagro, acampaban en Tupiza, muy al sur de la actual Bolivia,
región colla.
Villa Orna trataría de las novedades con Paullo Topa, pero en éste encontraría
cierta frialdad. Los hechos posteriores muestran que el influyente príncipe
semicuzco, sin que nadie lo sospechara, había ido madurando un plan propio a lo
largo de las marchas por el altiplano.
Tal viraje lo deducimos por su conducta. Mientras el Sumo Sacerdote Solar,
vistas las emergencias en el Cuzco, optó por un retorno inmediato junto con
Apolarico, a fin de contribuir directamente al éxito del movimiento, en cambio, el
joven príncipe semicuzco decidió permanecer en el campamento español de
Tupiza, gesto con el cual selló su vida para siempre con un destino hispánico,
dejando atrás cualquier motivación incaísta de resistencia al lado de Manco, su
hermano paterno.
MANCO INCA 39
Pero no sabemos qué falsos argumentos dio a Villa Oma para quedarse, porque
inició desde entonces una actitud dual. Felipe Guancavilca también se quedó, pero
reafirmando que seguiría en la confabulación; lo que probó después en Arauco al
costo de su vida.
En cuanto a Paullo Topa, no era que estuviese contra el incazgo; sucedía que
ambicionaba ejercerlo bajo la cómoda égida de los españoles y no en guerra contra
ellos, cuyo número y cuyas armas cada día admiraba y temía más. Por eso allí, en
Tupiza, decidió ligar su destino a Almagro. Era a expensas de los invasores que
deseaba alcanzar privilegios.
Acercándose Villa Oma al Cuzco se enteró de que Hernando Pizarro había
retomado de España. Aguardó prudentemente novedades de Manco. Recibidas
noticias positivas, avanzó hacia la capital. El Inca le habría contado que su
situación varió desde el arribo al Cuzco de aquel influyente capitán español,
principal hermano del gobernador del Perú. Esto ya fue en los inicios de 1536.
Llegaba desde España.
En efecto, los ultrajes a Manco casi desaparecieron cuando Hernando Pizarro
llegó a la antigua ciudad, ávido de riquezas, tanto para él como para remitirlos a
Carlos V. Soltó al Inca y trató de establecer con él una relación fructífera; lo cual
logró en gran parte porque al monarca quechua así le convenía.
Manco tuvo que efectuar algunas salidas para traer los tesoros exigidos. Fue en
esas oportunidades que la conspiración adelantó subrepticiamente. En la primera
ocasión, aprovechando una cacería, reunió a lo más graneado de la nobleza que en
ella participaba y les reiteró lo ya establecido en julio del año anterior, convocando
a la revuelta contra los españoles, sus numerosos esclavos africanos y los auxiliares
indígenas que los respaldaban:
"Yo estoy determinado de no dejar cristiano a vida en toda la tierra y para esto
quiero primero poner cerco en el Cuzco; quien de vosotros pensare servirme en
esto, ha de poner sobre tal caso la vida; beba por estos vasos y no con otra
condición". "Y con esto, Manco Ynga acordó de despachar y embió mensajeros por
todas las provincias de Quito a Chile, mandando a los indios que en un día
señalado dentro de quatro meses se alcacen todos contra los españoles y que los
matasen sin perdonar a ninguno, y con ellos a los negros y a los indios de
Nicaragua q[ue] auían pasado a estas partes en compañía de los espa
40 JUAN JOSE VEGA
ñoles, que eran muchos". La cita acabó en un brindis sagrado. Luego Manco
retornó al Cuzco, aparentando fidelidad, a fin de ganar tiempo.
Regresó el Inca con un pesado ídolo de oro que encandiló a Hernando Pizarro.
Luego le consiguió otro. Como era de esperarse, el jefe hispánico le pidió mayores
tesoros. Manco se los ofreció, advirtiéndole que para ello tendría que ir hasta
Yucay. La autorización fue concedida y Manco salió para no volver más.
Muy poco después salieron subrepticiamente varios orejones y pallas, así como
un grupo de yana-guerreros cañaris.
Supo que tendría que ganarse o neutralizar a esos hombres, enemigos muchos de
ellos de la aristocracia imperial en la reciente guerra social de Atao Huallpa contra
Huáscar.
Por otra parte, las tropas cañaris eran de consideración, al igual que las
chachapoyas y huancas, tanto en el Cuzco mismo como en lugares próximos; aún
más, la capital imperial era "una ciudad llena de naciones extranjeras" a causa del
nutrido número de mitimaes de diversas etnias indígenas, entre las cuales había
algunos grupos muy opuestos al sistema incaico.
Probablemente con ánimo de reforzar el frente aristocrático fue que Manco optó
por entregar el mando militar del ataque al Cuzco a un príncipe semicuzco, que
además era su hermano, Inguill. Presentaba éste una ventaja; por lo menos así lo
parecía: La de ser hijo de madre cañari. Porque era factible que esta filiación
materna influyera a la hora de las decisiones finales, coadyuvando a atraer a los
bien organizados contingentes de yana-guerreros cañaris, que estaban acantonados
en el Cuzco, como mitimaes en la comarca.
Este Inguill tendría así la representación personal de Manco en el ataque; a su
lado se hallarían Villa Orna y Paucar Guaman. El primero era también un
semicuzco, hombre de una fogosidad a toda prueba, calidad guerrera que
reforzaba con su jerarquía de Pontífice Solar. Mostraba una fidelidad probada
desde 1533. El segundo era un cuzco de la alta nobleza, que representaba a los
sobrevivientes de las antiguas panacas imperiales. Ambos llevaban la orden de
matar a todos los españoles, salvo a Gabriel de Rojas y a las mujeres.
La virtual condena a muerte de los invasores del Imperio también cubría a ios
"negros de guerra", a los moriscos y a los numerosos "indios amigos", esos que
"eran de su banda", que en bastantes casos "habían venido desde Cajamarca". Entre
estos militaba un cierto número de yana-guerreros procedentes de las tierras de
Quito y que se habían quedado en la capital imperial. Al parecer, Manco, también
quiso vivo a Hernando Pizarro "para hartarlo de oro", pero todo indica que
deseaba echarle oro fundido en la boca, tal como se habría de hacer más tarde en
La Puná con el primer obispo del Cuzco. Asimismo, indicó Manco que dejaran
vivos los caballos, porque pensaba usarlos en el futuro.
42 JUAN JOSE VEGA
LOGISTICA
Manco tuvo también que abocarse a los problemas logísticos, sobre todo de
agua, víveres y leña; asunto más complejo si pensamos que la mitad de cargueros
de guerra había tenido que recoger un alto número de campesinos en los ayllus,
que había que sostener. Pero, lo que más le preocupaba era la carencia de flecheros.
Sin embargo, el esfuerzo de reclutamiento dio algunos frutos. Llegaron al
campamento grupos del Antisuyo cuzqueño: Yanasimi (piros), pilcosunis (campas
ashaninkas), antis (machigüengas) y tal vez chunchos de algo más allá. Eran pocos,
teniendo en cuenta la vastedad del movimiento proyectado por Manco. Quizás
increpó por ello a sus lugartenientes, pero éstos le recordarían que no se podía traer
más, puesto que pertenecían a sociedades en gran medida nómadas. Además, sin
aristocracia ordenante y aun sin jefes permanentes. Y, por supuesto, eran tribus sin
ejército, tenían guerreros y cazadores, pero no soldados.
Manco sería también informado de que en otras regiones del Imperio la
conspiración no avanzaba como para restablecer contactos con otras etnias
flecheras de las junglas, o con los lejanos huancavilcas o los aun más distantes
punaeños costeros, eximios arqueros todos éstos, pero que se habían apartado del
Imperio a raíz de la crisis de 1529.
De tal suerte que hubo que resignarse a que las unidades de arqueros fuesen
escasas en la guerra a iniciarse, lo cual se compensó con grandes masas de
honderos y de galgueros. De todos modos, aunque lamentando su bajo número, la
presencia del contingente tropical le resultaba igualmente harto positiva. De la
selva, además, traían, aparte de sus arcos, cargamento de otras armas que no
requerían de mayor entrenamiento y que pasaron a manos de capitanes
distinguidos, especialmente los huinos o macanas; esos mandobles de palo, muy
filosos, ligeros y duros, de madera chonta.
Otro panorama presentaron los armeros del ejército, a quienes desde hacía
tiempo se les había demandado mejoras que permitiesen enfrentar a los caballos
españoles en condiciones superiores. Trajeron ellos novedades: unos garfios con
sogas para derribar jinetes; boleadoras de metal, mucho más pesadas, no con
cuerdas sino con nervios de llama; e ideas sobre modos de contener o dificultar las
cargas
MANCO INCA 43
al galope: Como abrir hoyos, clavar estacas agudas o cactus y empantanar el suelo.
Pero lo más importante habrían de ser las galgas.
El 29 de abril, "en las vísperas de la Pascua Florida", Hernando Pizarro tuvo ya
la certeza de la inminencia de un ataque incaico masivo, por lo cual partió al día
siguiente con unos cien españoles escogidos llevando como meta el río Urubamba,
conocido como Vilcanota aguas arriba. Llegado allí supo que Manco se hallaba en
Calca, consultando a los dioses. Envió entonces un destacamento de treinta de los
más ágiles peones, a causa de la fragosidad del sendero, a los cuales hicieron
compañía refuerzos de yana-guerreros fieles y le remitió luego treinta peones más,
con ánimo de que capturasen al Inca en un golpe de mano. Pero lo que sucedió fue
al revés, puesto que los españoles y sus auxiliares fueron atacados por los cuzcos.
Resultaron tan recias las cargas que les dieron que tuvieron que replegarse de
prisa, dejando sus muertos en el campo. Luego, ya todos reunidos esos españoles
bajo la guía de Hernando Pizarro retomaron al Cuzco rápidamente.
Tal fue la inicial victoria de Calca, seguida de otro triunfo incaico en Yucay,
cuando el 2 de mayo Juan Pizarro, el jefe militar de la plaza del Cuzco, y su
hermano Gonzalo, fueron rechazados al tratar de cruzar el río Urubamba.
Fracasado este ataque no tuvieron más que replegarse hincando espuelas, puesto
que se divisaba considerables masas de guerreros cuzcos y de otras naciones del
Imperio Incaico. Tuvieron suerte en el fondo, pues esa misma noche, en que
empezaba el sagrado plenilunio de guerra, acabaron de juntarse los contingentes
de los cuatro grandes suyos imperiales. Así lo percibieron con las primeras luces
de la aurora del día 3.
Las dos jomadas que siguieron fueron de no poco temor para los españoles,
porque la gente incaica era tanta "que de día parecía un paño negro que tenía
tapados todos (los campos) media legua alrededor" y "de noche eran tantos los
fuegos que no parecía sino un cielo lleno de estrellas" según el relato de uno de los
que ese día se aprestaba a combatir, el futuro cronista Pedro Pizarro.
Mientras las heterogéneas huestres imperiales terminaban de juntares en sus
últimos escalones bélicos, los más altos jefes militares trataban con Manco los
asuntos más urgentes en Calca. En especial, la alternancia de ideas con el joven
monarca giraría sobre la persona llamada a conducir el ataque. Manco insistiría en
su idea de que debía ser un
44 JUAN JOSE VEGA
príncipe semicuzco, disponiendo al final que, tal como lo tenía pensado, fuese
Inguill, decisión que revela hasta que extremos había madurado su pensamiento en
aras de lograr la unidad aborigen. Los otros dos jefes del ataque serían los
previstos: Villa Oma y Páucar Guarnan.
Manco mandó luego que se soltara el agua de los riachuelos que pasan por el
Cuzco, a fin de enlodar el suelo y dificultar las cargas de los jinetes. Esta orden no
sólo respondía a un plan de ataque. Manco no excluía que los españoles -todos o
algunos- quisieran huir y entonces se atollarían los caballos en la tierra anegada.
Ese mismo día, en las vísperas del gran ataque, retomaban Hernando, Juan y
Gonzalo Pizarro al Cuzco. Regresaron perseguidos, cada uno por diferente camino,
resistiendo en lo posible a nuevos batallones que avanzaban para formar filas y
preparar el asalto de la ciudad.
Para entonces Inguill ya había cumplido la orden de Manco de quemar todos los
pueblos y las sementeras aledañas al Cuzco, a fin de agregar el hambre a la
ofensiva.
Era sólo el comienzo.
EL ATAQUE AL CUZCO
ñola, con casco y espada. Los propios cronistas dijeron que murió como "un
romano", por su coraje. Su verdadero nombre fue Titu Cusi Huallpa.
La situación para los españoles mejoraría notoriamente con esta captura de
Sacsahuamán, pero la guerra seguiría; no tenía respiro.
El alivio les llegó recién, conforme lo preveían, a los veintiún días de asedio.
Desde aquel momento, de acuerdo con la ley religiosa, los guerreros cuzcos no
combatirían hasta un nuevo plenilunio, esto es, por espacio de siete días. Quizá
ningún español entendió tal costumbre, tal vez porque no comprendían que Manco
no podía violar principios sagrados; porque la religión era la base del Imperio, de
su corona.
Esto ocurrió de la misma manera cómo la valerosa Esparta -modelo de
guerreros- contra los persas sólo envió, por causa religiosa similar, apenas el
batallón simbólico de trescientos. Estos se inmortalizaron en las Termopilas,
mientras veinte mil de sus compatriotas oraban todo aquel mes a sus dioses, no
obstante hallarse Grecia invadida por los persas y ser ellos, los espartanos, los
mejores soldados del mundo. Y esta crisis se registró en el período clásico; ni
siquiera en la era griega arcaica.
Manco y sus jefes militares estarían también en Calca y Yucay entre oraciones,
ayunos y abluciones; interpelando a los arúspices en tomo al destino de la guerra.
No debieron ser contrarias las respuestas dadas por los dioses incas a través de los
augures. Porque los cuzcos se lanzaron con mayor furia a la guerra, iniciando el
segundo mes del asedio. Mas, para entonces los españoles ya habían aprovechado
muy bien la semana, fortaleciéndose y pactando alianzas nuevas con caudillos
quechuas vacilantes.
Acabado el novilunio, Manco, según parece, asumió el comando directo de las
operaciones. No deja de intrigar la causa por la cual no lo hizo desde el primer
momento. Hemos sostenido que así actuó para fortalecer la alianza con los
semicuzcos, dejándoles la dirección de las acciones; pero ésta es apenas una
hipótesis, acaso la más probable. Caben otras opciones: por ejemplo la voluntad de
la nobleza de no arriesgar la vida del Inca, porque su muerte o captura crearía un
caos de sucesión, dificilísimo de desanudar y de repente hasta imposible de
arreglar, dadas las ásperas pugnas de los linajes.
Otra explicación podría fluir del hecho que tal vez los reyes Incas se
48 JUAN JOSE VEGA
EN LIMA
subir las enormes piedras hacia los cerros en lo alto de los desfiladeros por
donde había caminos que tendrían que ser forzosamente recorridos por los
conquistadores. Recia disciplina tuvo que haber sido impuesta a los lucanas, a
los ancaraes, a los pocras y a los de otras etnias preparando estas emboscadas,
puesto que fue menester subir esas piedras a las cumbres y sujetarlas con
fuertes bastidores.
Y luego, aplicó el más severo control para evitar que algún cacique anti-inca
pudiera enviar mensajeros denunciando el emplazamiento de tales galgas.
VICTORIA DE PAMPAS
VICTORIA EN PARCOS
ban". Sólo salvó "un español que tomaron a vida para presentar al Inca".
Parecida matanza hicieron los incaicos en los indios aliados de los españoles.
Luego los sobrevivientes de la batalla debieron ser exterminados. Manco había
dispuesto la pena capital para todos los nativos que colaborasen con los
castellanos, especialmente a los yanas por su pertinacia en la rebeldía contra el
sistema incaico. En documentos pizarristas consta la gravedad de esa derrota
hispánica y las cifras de los caídos.
VICTORIA DE ANGOYACU
FIESTAS Y ARMAS
Entre tanto, supo Manco que Pizarro tratando de organizar una resistencia más
eficaz, continuaba pidiendo refuerzos a todas partes.
Más todavía, Pizarro, en tan difícil trance, recordaría la utilidad de la vieja
máxima "divide et impera", que preciados frutos le habían rendido siempre en el
Imperio Incaico. Pensó seguramente que no bastaba con escindir a los indios aquí y
allá para lanzarlos unos contra otros. La mejor solución parecía ser coronar a un
nuevo rey Inca, para que acaudillase a los indígenas leales y confundiera a los
adversarios.
Entre los hijos de Huaina Cápac que se hallaban en la costa, escogió a CUSI
Rímac, por las muestras de adhesión que había manifestado siempre. Fue así
coronado con la mascapaicha en una ceremonia que los indios yungas, rivales del
Cuzco, debieron contemplar con recelo.
Ignoraban los castellanos, que Cusi Rímac era ya, según parece, un conspirador
y que, de secreto, se entendía desde tiempo atrás con los agentes de su hermano
Manco. Sin saberlo, Pizarro lo había colocado al frente de las huestes de "indios
amigos" que subirían desde Lima a Jauja con la expedición española comandada
por el capitán Alonso de Gaete y reforzada con "negros de guerra".
Llegados todos ellos a las vecindades de la semidestruida gran ciudad inca del
centro del Imperio, Cusi Rímac -que en realidad simpatizaba secretamente con
Manco- despachó sigilosos chasquis con rumbo al sur, hacia donde acampaba el
ejército cuzqueño de Quisu Yupanqui, advirtiéndole de la presencia de la nueva
expedición. De inmediato los incaicos se pusieron en marcha hacia Jauja con ánimo
de ganar una nueva victoria.
VICTORIA DE JAUJA
Manco supo en detalle este nuevo triunfo. Atacados los conquistadores por los
cuzqueños "se empezaron a defender con ánimo español, y más en tal trance,
donde no les iba menos que la vida".
"Pero al fin durando la pelea desde la mañana que llegaron los indios hasta hora
de vísperas, hubieron los pocos de caer a las manos de los muchachos, y así los
indios los mataron a todos y a sus caballos y negros de su servicio que allí tenían,
sin que de la furia de la muerte pudiese
58 JUAN JOSE VEGA
escapar más que sólo un español, viendo ya el negocio de la suerte que iba y
que era locura esperar, habiendo muerto todos sus compañeros, puso el
remedio de su vida en la huida, ya que no podía con sus brazos. Y así en un
caballo salió huyendo".
"Quisu Yupanqui, concluido con el desbarate, hizo recoger todo lo más
precioso de los vestidos y armas de los españoles, y junto lo envió a Manco
Inca.. dándole aviso de la victoria... que había alcanzado muy fácilmente con
muerte de todos los españoles. Recibió Manco Inca el presente con gran regocijo
y placer, prometiéndose ya al fin conforme los principios y que había de acabar
de destruir a cuantos españoles había en el reino, y quedar pacífico y quieto
señor del. Y por agradecimiento de lo que había hecho Quisu Yupanqui le
envió una mujer coya de su linaje para él, que era hermosísima y unas andas en
que anduviese con más autoridad y le envió a decir que se fuese luego a Lima y
la destruyese, no dejando cosa en pie en ella y matase cuantos españoles hallase
donde quiera, y que solamente al Marqués lo dejase vivo y preso se lo trajese".
Consolidada, al parecer, la dominación sobre el Mantaro, Quisu Yupanqui
ordenó la marcha a Lima. El ala izquierda, integrada principalmente por los
huancas era mandada por Puyu Huillca y la derecha, por Illa Túpac, con los
contingentes chupadlos, yaros, cantas y otros, que chocaron con escalones de
los soldados remitidos a Pizarro por su suegra, Contarhuacho, cacica entre
Huailas y Atavillos.
PARIAJAJA
COMBATE DE PURUCHUCO
Los peor para Quisu Yupanqui era que carecía totalmente de flecheros. Lo
cuzcos hicieron lo que sus posibilidades permitieron, pero al fin cedieron ante
la impetuosidad de los jinetes y superioridad efectiva del enemigo.
Combatiendo los españoles y sus aliados "los cercaron por todas partes". Aun
así, rodeados, soportaron con arrojo las cargas de la caballería, hasta que
alcanzaron unos cerros vecinos para guarecerse.
Cuenta el cronista Alonso de Borregán que, confiado, adelantóse un sobrino
de Juan de Panes, vecino de Panamá que iba en buen caballo y los indios "le
ataron las manos y los pies y le tomaron de la silla y se lo llevaron. Socorrió
Pedro de Lerma el capitán con gente, para lo defender, y con él un Diego de
Agüero, como los indios fuesen muchos y tiraban tantas piedras con las hondas
y las manos desde arriba de lo alto... dieron a Pedro de Lerma capitán una
pedrada en los dientes que le quebraron los dientes y la boca... y a Juan de
Panes y a su caballo delante de todos los hicieron pedazos".
Asimismo, el capitán Per Alvarez Holguín fue enganchado con garfios y casi
muere; lo salvaron cortando las cuerdas en medio del combate.
Benzoni describe así tal choque: "Encontrados los enemigos, encar-
nizadamente se combatió tanto de una como de otra parte, hasta que los indios,
no pudiendo resistir el ímpetu de los cristianos, volvieron las espaldas y se
retrajeron a una colina que está cerca de Lima. Murieron en este encuentro
muchos indios y de los españoles sólo dos, pero muchos quedaron heridos".
Pizarro salió de Lima tras Lerma -dice otro cronista- y lo hizo con ánimo de
reforzarlo; pero a lo que se sabe no llegó.
Lerma salvó ese día a Lima. Entre otros testimonios está el de su hijo: "si el
dicho, mi padre no actuara los indios tuvieran lugar de entrar en la dicha
ciudad y matar todos los españoles". Pero el campo de batalla quedó en manos
de Quisu Yupanqui y por esto puede considerárselo vencedor.
"Esa noche se hizo mucha guarda, rondando la gente de a caballo la
ciudad"... "guardias y centinelas".
62 JUAN JOSE VEGA
EL CERCO DE LIMA
Pero los caciques huancas jamás llegaron, pese a las órdenes de los jefes incas
que los buscaron. Estos seguramente acabaron asesinados.
No obstante la enemistad de los caciques huancas y de otras naciones
aborígenes, los incaicos habían entrado a la lucha con excepcional vigor. De allí la
cantidad de heridos graves en esos días, a pesar de que fueron rarísimos los
flecheros, si es que hubo alguno.
Por aquellos días, Diego de Aliaga "estuvo a punto de morir por haberle
aprisionado el equipo sus enemigos con boleadoras, pero auxiliado por sus
compañeros logró encaramarse en la grupa de otra cabalgadura y regresar salvo a
Lima", según registra José Antonio del Busto.
Quisu Yupanqui proyectaría un asedio largo, que rindiese por hambre a Pizarro
y los suyos. Pero la situación de los cuzcos pronto se deterioró a causa de las
noticias de que Alonso de Alvarado avanzaba a marchas forzadas desde la costa
norte a fin de auxiliar Lima cercada; con los españoles bajo su mando venían -según
se decía- varios miles de chachapoyas, sus aliados, entre ellos numerosos yana-
guerreros, enemigos tenaces del Cuzco.
Convenía pues tomar la ciudad antes que a su defensa concurrieran aquellos
contingentes. Pero fue aun peor lo sucedido con los batallones huancas.
Sencillamente los caciques de esta comarca traicionaron a Quisu Yupanqui y fueron
a dar apoyo a Pizarro. Veamos los hechos.
Como habíamos dicho, el ala izquierda del ejército incaico había sido encargada
al jefe cuzco Puyu Huillca. Estas fuerzas, a lo que se deduce, no partieron
completas. Quienes lo hicieron habían venido comandados por sus propios
caciques, Guacrapáucar y Paullo Runa y tal vez Apoalaya, como lo registra
Waldemar Espinoza en "Los Huancas aliados de la Conquista".
A la hora del ataque no sólo no concurrieron los grupos que faltaban llegar -
como Martín de Murúa menciona- sino que, subrepticiamente, Guacrapáucar fugó
de los campamentos incaicos, deslizándose con los suyos hacia las líneas españolas,
donde proclamó su adhesión al "apu machu" (señor viejo), nombre con el que
conocían a Pizarro.
En total serían unos mil trescientos huancas. Muchos murieron y nu
MANCO INCA _________________________________________________________________ 65
EL ATAQUE A LIMA
Fue entonces cuando enardecidos por las palabras del adalid Inca, "los capitanes
y personas principales respondieron que lo prometían de hacerlo así y con esto
movieron todo el ejército con grandísimo número de banderas, por donde los
españoles conocieron la determinación y voluntad con que venían". Descendieron
entonces de los cerros circundantes de la ciudad. Abajo, en batallones cerrados los
aguardaban españoles, yungas, huailas, cañaris, huancas, chimúes, así como
"negros de guerra" y algunos grupos de guerreros nicaraguas y guatemalas.
La principal fuerza de choque la formaban los cañaris, ansiosos de medirse otra
vez con los cuzqueños. Muy especial empeño pondrían en aquella jornada los
cuatro mil hombres de Huaylas, enviados por la citada "suegra india de Pizarro",
Contarguacho.
Una línea de arcabuceros y unos cuantos cañoncillos protegían con su fuego a
los defensores de la plaza.
Con gran estruendo, al son de pututos y trompetas, y alentados por los
huáncares, esos grandes tambores de guerra, los cuzqueños empezaron a acercarse
a la ciudad. Los jefes, en sus andas se aproximaron al río, animando a sus huestes,
que respondían con estruendoso vocerío. Ya se oían en Lima los alaridos de triunfo
de los soldados incaicos cuando "el gobernador mandó que con toda la gente de a
caballo se hiciesen dos escuadrones: el se puso con uno en celada en una calle y un
capitán con él y otros en otra".
Llegó el momento en que -según un paje de Pizarro que se lo narró al cronista
Femando de Montesinos- varios de la vanguardia inca avanzaron por los
paredones que están hacia el camino que sale a Huarochirí; y salió el Gobernador
hasta media legua pero "los enemigos ya venían por el llano del río, muy lucida
gente, porque toda era escogida, el general venía adelante, con una lanza, el cual
pasó en sus andas ambos los dos brazos del río". Sus gritos se escuchaban
claramente y los indios aliados traducían a los españoles una inquietante amenaza:
"A la mar, barbudos, a la mar, barbudos". Diego de Silva y Juan de Betanzos,
precisan que les gritaban: "a enfardelar, a enfardelar".
Todos, entonces, castellanos, nativos, "indios amigos" y negros esclavos se
aprestaron a recibir la carga definitiva de los cuzcos atacantes y de sus aliados
indígenas. Corrían mediados de agosto. Quisu Yu
MANCO INCA 67
de Olleros los conquistadores y sus aliados triunfaron con dificultad, pues los
incaicos "peleaban como vencedores", por lo cual murieron once de los españoles y
numerosos de los "indios amigos". Pero las bajas de los indígenas "proespañoles" se
cubrían fácilmente porque hombres como el caciquillo Martín el tallán, siempre
conseguían refuerzos para lo cual iban en la vanguardia con gente escogida.
En cuanto a los prisioneros incaicos, se los mutilaba, castraba o mataba, no
faltando ocasión en que hasta los cañonearon. Por cierto que en todos estos actos
punitivos anti-incas destacaban los caciques huancas, que se enorgullecían de
quemar vivos a los orejones cuzcos capturados.
Ante el avance alvaradista Manco recomendó a Illa Túpac reforzar al máximo
las alianzas con las naciones de la comarca andina limeña; pero fue inútil. Los
huarochiris se comportaron bien, pero algunos caciques de los yauyos
abandonaron el bando incaico y con ellos otros. De todos modos, superando
adversidades, el jefe cuzqueño Allin Sonco luchó con bravura en el Ayaviri de las
nieves limeñas, tras lo cual -como lo supo el Inca en Vitcos- Illa Túpac se replegó
hacia la región de Chinchaycocha una vez que Páucar Huaman se hizo cargo del
área central andina.
Pronto Pedro de Lerma, capitán a órdenes de Alvarado, cruzó las cumbres de
Pariajaja, recapturando Jauja a sangre y fuego. Una vez reunidos allí todos los
españoles, se acordó "pacificar" los alrededores mientras se aguardaba a las
columnas de refuerzo que ya habían partido de Lima, consistentes en unos
doscientos cincuenta españoles.
Aquella "pacificación", según supo Manco, empezó por el oriente, por donde se
decía que podrían arribar refuerzos incaicos desde Vilcabamba. Hacia allí
marcharon los caciques Guacra Páucar y Cusichaca, librándose entonces el combate
de Comas, que perdió el incaico Páucar Poma, quien fue llevado a Jauja y ejecutado
allí.
Con perfiles menos claros aparece la batalla de Yuracmayo. Según muchas
fuentes, perecieron en este encuentro unos cincuenta españoles, acorralados por
Páucar Huaman y Yunco Cayo, quienes contaban con flecheros pilcosunis.
El combate de Angoyacu fue luego ganado por Garcilaso de la Vega, un
lugarteniente de Alvarado, bien al sur; después quemó a varios de los
sobrevivientes. Pero hacia el norte las cosas no resultaron fáciles
MANCO INCA 69
para los españoles merced a la infatigable labor de Illa Túpac, a quien Manco le
ordenara reagrupar a los orejones dispersos y promover la resistencia mediante
alianzas con chupachos, yaros y pombos. Consiguió cercar a los españoles del
capitán Diego de los Ríos, matándole gente, hasta que llegaron refuerzos de Gómez
de Tordoya y el propio Alvarado tuvo luego que marchar a la región con sus
aliados huancas y yauyos.
En el valle mantarino los españoles, sus aliados y los negros, cometieron
tropelías sin cuento, entre saqueos y asesinatos y violaciones. Esclavizaron a unos
tres mil de los campesinos plebeyos, mientras los caciques huancas, felones,
indiferentes al dolor de su pueblo, mantenían -como tantos otros- su adhesión a los
conquistadores, a fin de afianzar sus antiguos privilegios.
Seguían entre tanto las escaramuzas de los españoles con grupos cuzqueños
aislados en las cercanías del valle.
Al fin, cuatro meses después de permanecer en Jauja, Alvarado se animó a
avanzar hacia el Cuzco. Los del Inca lo aguardaban en Rumichaca, en la actual
Tayacaja. Allí Páucar Huaman los cercó, utilizando un buen paso donde la
caballería no podía actuar, correspondiendo, entonces, a los arcabuceros el ataque
principal. De todas maneras, veintiocho españoles y nueve caballos quedaron
tendidos para siempre, al igual que un número incierto de "negros de guerra" y
seguramente miles de "indios amigos".
Manco tuvo que saber que aquel día Páucar Huaman estuvo a punto de ganar la
batalla; mas, al parecer, fue a costa de su vida.
El escarmiento en Rumichaca fue terrible, mataron sin distinción de edad ni
sexo, con la colaboración de caciques ancaras enemigos de los reyes Incas. Luego
Alvarado asoló Guamanga, vasta provincia en la margen izquierda del río
Apurímac, ayudado por los curacas de los pocras. Mayor fue aun el apoyo
brindado por la aristocracia chanca al momento del avance español por
Chincheros, la cual proseguiría en Oripa y Andahuilas.
De todo esta avance fue informado Manco y de cómo los guerreros incas
combatían, resistiendo la desestructuración del Imperio. Supo también el rey Inca
que su enemigo, el cacique Guasco de los chancas, había sido afianzado por
Alvarado y que fue con la ayuda que aquel le brindó que el jefe español había
partido, cautelosamente, hacia el sur,
70 JUAN JOSE VEGA
por el camino del Cuzco. Pero el empeño de ingresar como vencedor a la capital
imperial habría de verse frustrado en Abancay a causa de un acontecimiento
impensado: la reaparición de Almagro, a quien se suponía perdido en los hielos
de Chile, o muerto a consecuencia de la gran rebelión incaica:
Pero hagamos aquí un alto para retornar al Cuzco, al cual dejamos a
mediados de 1536.
El relato de los pormenores del ataque a Lima por Quisu Yupanqui y luego
la trayectoria lenta de la campaña andina de Alonso de Alvarado nos apartaron
de los sucesos del cerco del Cuzco, que Manco mantuvo en pie a lo largo de
todos aquellos meses. Es hora, pues, de ver lo que allí sucedía al iniciarse una
nueva ofensiva al amparo del plenilunio de setiembre de 1536.
Conviene señalar que para entonces se había atenuado la presión cuzqueña,
a causa de la merma de yana-guerreros enviados a los antedichos sucesos; pero
la agresividad se mantuvo. Por esta razón no decayó tampoco la acción
represiva española, en especial cuando se empezó a anotar, conforme lo habían
predicho "indios amigos" como Pascac, que la escasez de subsistencias haría que
el ejército inca disminuyese en número.
En esos mismos días Manco, a fin de humillar a los españoles sitiados, hizo
arrojar seis cabezas con barbas y varias cartas rasgadas. Esto lo dispuso porque
uno de sus prisioneros españoles, mañosamente, le sugirió que romper esos
mensajes era una forma de humillar en España. Así, a través de las epístolas,
aunque rotas, algo llegaron a saber los sitiados sobre Lima y las expediciones de
socorro; y hasta de triunfos hispánicos en Africa.
Otro día se produjo un reto, batiéndose un guerrero inca contra un cañari,
venciendo este último.
Corriendo el tiempo, otra vez faltó alimento en el Cuzco, donde se apiñaban
muchos miles de hombres, especialmente indios aliados y yanas. Se organizó
entonces una expedición al sur, hacia Pomacanchis, poniéndose al frente de ella
al capitán Gabriel de Rojas. Fueron setenta jinetes y gran cantidad de los
amigos, por lo cual Manco remitió parte
MANCO INCA 71
dos numerosos ejércitos españoles, el de Alvarado desde el norte -que iba por
Guamanga- y el de Almagro, que por el sur regresaba desde Chile en pos del
Cuzco y que a la sazón cruzaba por Tarapacá. Con Almagro retornaba Paullo
Topa.
Hernando Pizarro, que sitiado en el Cuzco nada sabía del avance de
Almagro y Alvarado, decidió por esos días una solución desesperada: Un
ataque sorpresivo a Ollantaytambo.
BATALLA DE OLLANTAYTAMBO
Este choque bélico es relevante por constituir una de las victorias personales
de Manco, siendo señalable que en esta ocasión -enero de 1537- se le vio a
caballo por primera vez.
Hernando Pizarro se animó a lanzar la ofensiva sobre el principal centro
militar de Manco a raíz de la ya citada rendición de poderosos elementos de la
nobleza incaica, seguidos de sus vasallos. Pero Manco por su lado había
conseguido mejorar sus lazos con mitimaes de diversas naciones asentadas en
toda la enorme provincia de Vilcabamba, con los chachapoyas en especial.
Asimismo, había aprendido algunas técnicas occidentales, no sólo a montar a
caballo, sino también a disparar arcabuz, sin duda por la enseñanza brindada
voluntariamente por Santillana, el español que fugó del Cuzco, y por otros
prisioneros que guardaba consigo.
Manco -informado por sus espías de cuanto pasaba- habría de aguardar a los
españoles listo, a punto de guerra.
Sabiendo que quizá se jugaba el todo por el todo con esa audaz incursión
sobre Ollantaytambo, Hernando Pizarro ordenó que se alistase lo más graneado
de las huestes indo-españolas acantonadas en el Cuzco.
Los indios aliados a los españoles ya sumaban treinta mil en aquel período;
se escogería a los mejores yana-guerreros para la expedición.
Habrían de partir bajo las capitanías de Hernando y Gonzalo Pizarro,
"dejando a Gabriel de Rojas con la gente más flaca" en la capital. Esos dos
caudillos marcharon "escogiendo la mejor gente y caballos que había en la
ciudad, que fueron hasta sesenta, y obra de treinta peones".
Con los noventa expedicionarios españoles fue también el núcleo
MANCO INCA 73
En este cerco mataron varios caballos. Por entonces, cuando Manco había
logrado reclutar, otra vez, huestes de cierta consideración, reapareció Almagro. Este
quería quitar el Cuzco a los Pizarro; recuperar lo que creía que le pertenecía. Se
iniciaron comunicaciones entre los valles de Arequipa y Ollantaytambo. Subió
luego ese jefe español a las cordilleras de Kanas con su gran ejército (cerca de
quinientos españoles, cien negros, miles de "indios amigos" y cargueros). Se
produjo durante aquellas jomadas un acercamiento Manco-Almagro, con
intercambio de embajadores entre los dos caudillos; gestiones que estuvieron a
punto de culminar en una alianza anti-pizarrista. Esta se frustró en su desarrollo a
raíz de un mensaje en que Hernando Pizarro, doblemente cercado en el Cuzco,
denunció con falsía ante el monarca indio que Almagro jugaba doble y que no se
confiase en él, porque en un descuido lo apresaría para remitirlo a España. Lo real
era que los Pizarro del Cuzco se habían enterado, poco antes, del regreso del
temido rival español e intrigaron de aquel modo ante el Inca para salvar sus vidas.
Temían que el pacto se consumase.
Manco dudaría, pero supo apreciar que los españoles, mediando una
insurrección indígena, no pelearían entre sí, aun siendo de distintos bandos. Por
ello, a pesar de la oferta de Almagro, desencantado, atacó a todos los almagristas en
Yucay los empujó sobre el río Urubamba, donde pudo haber ahogado a muchos de
no mediar una buena cantidad de balsas que allí estaban; por este descuido o
traición Manco mató en el acto a su yana-General Rampa Yupanqui.
Luego Almagro y Rodrigo Orgóñez, su lugarteniente, lograron reagrupar
huestes y se fueron a cercar el Cuzco pizarrista, cuya rendición exigieron
inútilmente al Cabildo. Fue entonces que atacaron la ciudad durante la noche que
corrió entre el 17 y el 18 de abril de aquel 1537 y la tomaron sin que la mayoría de
los atacados la defendiera, porque había sido ganada previamente por secretas
ofertas de Almagro: oro, cargos y encomiendas.
Este resultado fue una desilución para Manco, puesto que creía posible la guerra
civil española para luego atacar al debilitado vencedor de una contienda que
parecía inevitable.
Después de reconquistar el Cuzco, Almagro volvió sus armas contra el ejército
de Alonso de Alvarado, que había venido avanzando desde Lima en campaña
sanguinaria contra el ejército de Manco. El mariscal
MANCO INCA 77
una gran fiesta, la cual Manco -en su mala hora- aceptó gustoso.
La aceptó porque bien convenía honrar a esa gente del Antisuyu, que con
tanta lealtad lo seguía. Había allí indios pilcosunis, machigüengas y manaríes,
con sus vistosos plumajes, armados siempre con certeras flechas y rudas
macanas de chonta.
Lo que el rey quechua ignoraba era que mientras se hacían los preparativos
para el convite, Orgóñez, "cuya virtud era no descansar", reparaba de prisa el
puente del Urubamba, en Chaullay, gracias al aporte brindado por los indios de
Paullo Inca y los mitimaes chachapoyas rebeldes.
Mientras en Vitcos de Vilcabamba las momias más veneradas del Incairo
salían en procesión para el festín, Orgóñez, con lo mejor de su gente, espoleaba
a la cabalgadura para subir las empinadas cuestas; lo seguían lo más graneado
de sus huestes: españoles, indios y negros. Los mitimaes chachapoyas le
mostrarían los más convenientes atajos, tras degollar a los vigías incaicos
capturados. Avanzaba Orgóñez "no parando de correr... ya tan cansados los
caballos que no podían pasar adelante". No cesaba de repetir aquel joven
aventurero que si había capturado a Francisco I de Francia en Pavia, bien podía
coger al Inca del Perú.
Guerrero fogueado en las campañas de Italia, sabía que no existían sitios
inexpugnables, por más que así se lo dijeron; habíale entusiasmado además la
noticia de la fiesta que le harían al Inca. Conocía por experiencia que ningún
momento mejor para atacar a los indios que en medio del delirio de sus
festividades. Relajado todo control, aun más -suponemos- por el apetecido vino
español cogido en botín de guerra, en medio de las alegrías, factible sería
penetrar de sorpresa en los bastiones incaicos.
Quizá le disgustaba atacar en esa forma, pero Almagro le había ordenado
que a Manco "le hiciere la más cruel guerra que pudiere, porque así convenía a
Su Majestad, por los grandes daños que en los españoles había hecho".
Acordado el ataque, se planeó que fuese en la noche, sabiendo que los incas
no acostumbraban combatir a oscuras. Orgóñez, "muy valeroso y diestro
soldado y de gran experiencia, como prudente capitán, trasnochó y dio de
sobresalto una madrugada en los enemigos y rompió tres escuadrones". Esta
pequeña guardia de vigilancia fue arrasada por
MANCO INCA 79
declaración de Jerónimo Costilla, capitán español en Vitcos, sobre que allí Orgóñez
y los almagristas "desbarataron al dicho Manco Inca y le tomaron todos sus
capitanes y señores y principales que consigo tenía, le dieron tan recio alcance que
él se escapó con sola su persona y su mujer escondido".
Y en aquel día trágico para el Cuzco cayó la noche con el Inca perseguido, sin
tregua, por lo mejor de la caballería almagrista, comandada por el propio mariscal
Rodrigo Orgóñez, ansioso de capturar al principal enemigo de España en todas las
Indias. En efecto, mientras los indígenas aliados masacraban a los cuzqueños,
Orgóñez, entre juramentos y maldiciones, buscaba a Manco Inca sin hallarlo.
Negros esclavos le llevarían arrastrando a varios nobles jóvenes, ricamente
ataviados, en quienes ellos creerían reconocer al Inca. En medio de esa confusión,
una vez enterado de la ruta de evasión, se lanzó tras el fugitivo.
Para ello, sabiendo que Manco era conducido por gente muy ágil, formó un
grupo ligero para perseguirlo: Cuatro jinetes de los más veloces, esclavos negros
muy prontos y yanaconas fieles que a todo cerro trepaban.
Todo el día avanzó Orgóñez tras Manco, olvidando las fatigas del combate y
tantas marchas; pero el Inca conocía mejor esos tortuosos senderos entre las
malezas, que tenían muchos atajos en medio de los abismos; además, lo portaban
los mejores cargueros del Imperio, los indios Lucanas, que tras buscar a su rey en
medio de la hecatombe lo habían sacado más que de prisa para luego llevarlo
ágilmente a la carrera como sabían hacerlo en emergencias.
Manco sentía que se jugaba la vida si era cogido; y Orgóñez, que alcanzaría el
mayor de los lauros si capturaba al Inca. Así, aguijando a los suyos, Orgóñez siguió
al joven rey rumbo a la cordillera más alta, hasta "al pie de un puerto (paso) muy
alto y de mucha nieve". Allí Manco, a fin de retirarse con mayor celeridad, había
dejado "las andas y llevaba consigo no más de veinte indios Lucanas, que es la más
suelta gente que hay en estas partes, los cuales a ratos le llevaban del brazo, porque
de cortado y cansado no se podía valer; Villa Oma iba allí esforzándole todo lo que
podía".
Iba así el joven rey, a pie, en las más empinadas laderas "fatigado, desamparado
de los suyos", pero sin flaquear en semejante adver
MANCO INCA 81
sidad; e iba el mariscal pisándole los talones y cuando llegó al pie de ese paso
nevado "con cuatro de a caballo, mandó los dos que subiesen porque tenían los
caballos mejores y él se quedó esperando gente; a medianoche, poco más se
juntaron hasta veinte de a caballo y con ellos subió al puerto y caminó toda la noche
y otro día anduvo".
Pero Manco logró eludir a su rival; éste sin detenerse llegó "hasta un pueblo
donde, estaban los indios tan descuidados que conocieron claramente haber errado
el camino que el Inca llevaba; desde allí se volvieron (a Vitcos) porque no podían
pasar adelante".
Despechado, lanzando improperios, regresaría el mariscal a Vitcos, y no era
para menos: había galopado "veinte leguas" y hacía una semana que casi ni dormía;
sus últimas fatigas habían sido inútiles; habían vencido; pero, en vano, había
trepado luego desde la selva hasta las nieves. Manco había logrado fugar; más
tarde se reconoció que "por la aspereza de la tierra no se lo pudo seguir".
En efecto, en algún lugar de esas inmensas soledades, "sólo con el Villa Oma...
ambos se escondieron en unas sierras donde no los pudieron hallar"; haría allí un
alto con esos fieles seguidores, miserable resto de sobrevivientes de lo que había
sido la espléndida corte de Vitcos.
Gran pesadumbre lo abrumó; parece que intentó matarse. Debió sentirse
abandonado de todos los dioses, hasta de su "padre el sol". Nada quedaba de su
ejército. Se había convertido en un fugitivo dentro de su propio reino arrebatado.
Aún no sabía de la muerte de varias de sus más queridas mujeres. Regresando a
Vitcos, el mariscal Orgóñez se enteró -en efecto- de un hecho que parecía increíble:
Las principales mujeres de Manco se habían arrojado por el abismo; otras se habían
ahorcado y precisamente se mataron "las principales, a quien él más quería, sin que
se pudiese excusar ni remediar".
Deambulando por las breñas de Vilcabamba, Manco pasó pobreza con los suyos
y hasta hambre por días enteros. Se desplazaba continuamente a fin de evitar un
cerco español, o ser vendido a ellos por traición de algún cacique enemigo o de un
yana felón. Desde luego, semejante emergencia no le hizo perder de vista los
objetivos que como rey tenía; y se preocupó de ir reuniedo a los sobrevivientes de
la matanza de Vitcos. Recorrió así algunas áreas muy abruptas del Chinchaysuyu.
Logró restaurar una parte de sus huestes, gracias a que los Pizarro y los
Almagro se vieron enfrentados, durante aquel segundo semestre de 1537, en una
pugna que iba a terminar en guerra civil.
Por entonces Manco amagó Andahuaylas, sede de sus enemigos chancas; de allí
pasó a Viñaca, lo que ahora son las ruinas de Huari (junto al actual Ayacucho),
donde parece que acampó un tiempo retomando enlaces.
El mejor apoyo que recibió como Inca en aquellas jornadas fue el del jefe militar
Chirimanchi, de quien no sabemos si era noble o plebeyo. Con él y con otros se
debatiría el futuro de la guerra. Parece que la mayoría coincidió en trasladarse al
norte, a un lugar ubicado a medio camino entre Cuzco y Quito. Se trataba de la
vasta comarca de los chachapoyas, donde había una pequeña ciudad inca, pero lo
que atraía
84 JUAN JOSE VEGA
de Huancayo, donde cayó peleando contra las huestes de los caciques Guacra
Páucar y Surichaqui. Pero los del Cuzco alcanzaron a llevarse más de cien
mujeres y buen número de varones para servicio, aparte de botín abundante.
Desde Acostambo, mientras tanto, en esos mismos días, el Inca ampliaba
lazos con los mitimaes cuzcos en distintos lugares, marcadamente en el
Collasuyu, siempre a través de aristócratas de alta estirpe.
Escaseando nuevamente los víveres, Manco despachó a otros capitanes,
entre ellos Anco y Colla Túpac. Avanzaron hasta Sicaya, pero en Pututo fueron
contenidos, cayendo en la refriega los jefes señalados, a quienes los vencedores
ultimaron rodeados. Dejando trescientos huancas muertos e infinidad de
heridos, los demás capitanes procedieron a llevarsé el botín que era,
esencialmente, "mucha cantidad de ganado", así como harto maíz; todo lo cual
fue distribuido por el monarca incaico entre sus famélicas guarniciones de
punas y cordilleras peladas.
Satisfecho con el resultado de estas incursiones, Manco dispuso que desde el
norte avanzara sobre el Mantaro el famoso general Illa Túpac, que también
pasaba penurias por los abastecimientos. Este destacado guerrero, al invadir el
valle, venció al huanca Cusichaca, pero se coligaron contra él todos los demás
caciques lugareños; la batalla final se dio en Huaripampa, perdiéndola el
capitán cuzco, pero después que hubo quemado unas mil casas en Jauja y
retirado cuantioso botín, destruyendo sembríos y las cosechas que no pudo
cargar rumbo a las alturas de Huánuco.
Por entonces Manco supo que un cacique huanca se plegaba a la guerra
contra los invasores: Carhualaya. Era un curaca menor y como tal
probablemente un enemigo de los reyezuelos del valle mantarino. Aquel líder
indio regional supo sopesar la situación y saber quién era el enemigo principal.
Con sus fuerzas puramente huancas se sostuvo en pie de lucha por varios años,
en la cordillera, actuando también en Cajatambo.
Variando su estrategia, Manco dispuso por este tiempo un ataque al
Mantaro desde la ceja de selva, el cual encomendó a Puyu Huillca. Pero sus
huestes sufrieron excesivamente en el trópico y tras asolar Pariahuanca
acabaron vencidas en Comas por Quiquin Canchaya.
Aprovechando la experiencia, Manco reunió entonces un pequeño ejército
de jefes cuzcos y soldados "chunchos", posiblemente pilcosu
86 JUAN JOSE VEGA
nis, y con todos ellos atacó Andamarca, donde, al decir de los caciques huancas,
"robó la tierra, quemó los pueblos y mato muchos indios, los más valientes de
dicho valle"; llevándose finalmente mujeres del lugar y rebaños de las cercanías.
Alentado por el relativo éxito de las incursiones, Manco volvió a pensar en el
plan de meses atrás: Marchar a las grandes fortalezas chachapoyanas. Su
principal delegado de aquella región, Cayo Túpac, había informado
recientemente del deterioro local de la causa incaica, motivado por la presión de
los caciques del lugar, pero esto pudo haber encendido su ira y empujado la
decisión, que significaba cruzar el valle mantarino de Sur a Norte. Terminaría la
campaña entre los mismos chachapoyas castigando al traidor cacique Guamán,
que tan proclive a los Pizarro continuaba mostrándose.
Una vez aprestadas sus fuerzas en Acostambo y Huanta, Manco Inca dio
orden de avanzar sobre Jauja. Los caciques huancas se habían negado a todo
entendimiento y, por el contrario, demandaron ayuda española a Lima; bien
merecían una severa sanción ejemplarizadora.
Para escarmentarlos, Manco arrolló cuanto hallaba a su paso, matando a
diestra y siniestra, quemando, talando, pues había "determinado hacerles un
castigo, el cual fuese sonado por toda aquella tierra, diciendo que los había de
quemar a ellos y a sus casas, sin dejar ninguno a vida y esto porque habían
dado la obediencia a los españoles sujetándose a ellos".
Las huestes cuzqueñas pasaron por sobre las cenizas de pueblos destruidos
en campañas anteriores, como Huancayo y Sicaya, arremetiendo hasta el
extremo norte, en pos de la gran Jauja.
Alertados los huancas, incluso los vacilantes debieron ver en la unión bajo el
comando de Guacra Páucar la única opción de sobrevivir; el pánico empujó a
todos los caciques lugareños a un frente contra Manco. Además, era sólo
cuestión de resistir un poco más, pues andaban cerca los refuerzos españoles; se
decía que unos cien soldados castellanos marchaban a Jauja. Sabiéndolo, Manco
apresuró los ataques, contando -de seguro- con el apoyo de algunos pocos
caciques menores -como Carhua Alaya- opuestos a la alta aristocracia huanca
proespañola.
Gracias al empuje de las tropas incas marchó Manco triunfalmente de
extremo a extremo del valle: había entrado por Sapallanga y sólo se detuvo
junto al destruido ushnu o gran estrado imperial de Jauja.
MANCO INCA 87
Titu CUSÍ Yupanqui, habría de contar todos estos sucesos, en obra que
concuerda con otras fuentes.
El Inca pasó a Paucarbamba y de allí a Cocha, cerca de Huanta y, luego, a un
sitio que por entonces se llamaba Ruaguiri, donde dio muerte a un cacique de
los angaraes y a un orejón cuzco, seguramente por complicidad con los
españoles. Luego ejecutó a un señor de Acostambo. Finalmente, arrojó al
Mantaro al ídolo Huarivilca.
Esta política punitiva quizá le enajenó simpatías en la comarca. Al volver a
Paucarbamba habría de ser batido por una coalición de huancas y otras
naciones vecinas auxiliados todos por un morisco y un negro, jinetes ambos,
que Pizarro había enviado desde Lima. Con todo, logró salvar unos dos mil
hombres y -usando los senderos perdidos que muy bien conocían sus yana-
guerreros- se replegó a Vitcos, su sede preferida, a la cual retomaba después de
medio año.
Al mismo Vitcos habían marchado también varios capitanes cuzcos vencidos
en distintos lugares; eran los sobrevivientes del gran ejército imperial.
Entre tanto, los españoles -que proseguían en guerra civil- se aprestaban
para librar batalla definitiva. Pizarristas y almagristas en pugna abierta desde
mediados del año anterior, alistaban sus armas para decidir el destino del
sistema que habían erigido. El encuentro español final sería la culminación de
numerosos incidentes y de los combates de Cuzco, Abancay y Huaytará. Se
preveía muy sangriento. Uno y otro bando ibérico reservaba fuerzas para ese
momento decisivo, razón por la cual ni Pizarro ni Almagro había podido
combatir eficazmente a Manco desde el desastre de Vitcos, hacia medio año; ni
enviar mucha ayuda a los caciques enemigos de los Incas. Por su lado, Manco
no dejaba de alentar esperanzas de que como resultado de ese choque el
poderío hispánico quedase tan deteriorado que él pudiera sacar ventaja. No
solamente porque se derramaría abundante sangre española, sino también la de
sus enemigos indígenas, que combatían en uno u otro bando de los
conquistadores. Paullo Topa, convertido en Paullo Inca, era figura visible del
bando almagrista donde conducía miles de cuzcos y gente de otras etnias. En el
campo de los Pizarro, los belicosos chachapoyas hacían la principal figura de
los colaboradores aborígenes.
90 JUAN JOSE VEGA
LA GUERRA A MUERTE
GUAMANGA Y ORONGOY
"Manco Inca con el caballo abajó a los cristianos y anduvieron peleando unos
con otros dos horas y por estar los cristianos tan cansados y calurosos no pelearon
como en otros tiempos semejantes". El combate se generalizó. Los indios aliados se
batieron con brío contra los cuzqueños. No se quedó atrás el jefe español, pero le
salió al frente un orejón y le quebró un brazo de un macanazo.
De los conquistadores "muy cruelmente fueron por los indios veinticuatro
muertos... y entre ellos Villadiego". Fue rotunda la victoria de Manco. Sólo dos
españoles consiguieron escapar, gracias al sacrificado auxilio qué les prestaron los
indígenas aliados, quienes protegieron la retirada hacia tierras de Oripa. Entre
tanto el Inca, inflexible con los indígenas rivales, exterminó a la mayor parte de los
"indios de Nicaragua y yanaconas", aliados de los cristianos. También "mató
muchos negros", esclavos fogueados en campañas. Luego pasó a las represalias de
rigor en esa guerra a muerte, puesto que conforme a los usos incaicos "a muchos de
los indios amigos que andaban con ellos mandaban cortar las manos y a otros las
narices y por consiguiente a otros hizo sacar los ojos".
Decían los de España que "se había vuelto muy cruel" y que ya no estaba con él
Villa Oma para moderarlo.
Sea como fuere, satisfecho con la venganza, "con las cabezas de los cristianos se
retiró a su asiento de Vitcos", las cuales, como trofeos de guerra -así lo meditaría-
debían pasar a ornar las murallas de la fortaleza que le servía de cuartel general.
Debió pensar que si doscientas calaveras españolas habían ornado la fortaleza de
Ollantaytambo en 1537, ahora adornaría Vitcos con las que llevaba, que se
sumarían a otras más que ya tenía.
Los dos sobrevivientes españoles no demoraron en llegar donde el factor Illán
Suárez de Carbajal, a quien Pizarro había encomendado la pacificación de
Guamanga; enfurecido, maldiciendo por la derrota que tan mal parado lo dejaba,
"quiso ahorcar a los que quedaron".
Una vez calmado, perdonó a sus dos compatriotas y pidió urgentes refuerzos a
fin de enfrentar la emergencia creada por el desastre y muerte de su lugarteniente
Villadiego. Pero mientras los españoles desplegaban una nueva ofensiva, Manco se
replegaría por la ruta de Guamanga, "porque supo que ya el factor Illán Suárez, por
la otra parte, le tenía ganado lo alto".
94 JUAN JOSE VEGA
Tras burlarlos, iba radiante el Inca con el nuevo triunfo; "le acudían muchos
indios, orgullosos por la victoria". Y proclamaba a todos que "pues sus dioses le
habían comenzado a favorecer, esperaba que lo habían de continuar".
De esta victoria cuzqueña también se tiene descripción inca en la crónica de
Titu Cusi Yupanqui:
"Mandó que le echasen la silla al caballo porque estaban ya cerca los
enemigos, a la vista de los cuales puso en un cerro muchas mujeres en renglera,
todas con lanza en las manos para que pensasen que eran hombres; y hecho
esto, con gran ligereza salió encima de su caballo con su lanza en la mano;
cercaba él solo toda la gente, porque no pudiesen ser empecida de sus
enemigos..." "dieron de tropel sobre ellos con sus lanzas y adargas, de tal arte
que les hicieron retirar la cuesta abajo más que de paso; los desbarataron y
desbarrancaron por unas barrancas y peñas abajo sin poder ser señores de sí
más antes ellos mismos se desbarataron a sí mimos, por no ser señores de sí en
cuesta tan áspera por la mucha fatiga que las armas les daban y el gran calor
que les ahogaba que todo junto le causó la muerte a todos ellos sin escapar
caballo ni hombre vivo, sino fueron dos, los cuales el uno pasó el río y el otro se
salvó por una crisneja de la puente".
Manco habría de perderse en los caminos de las montañas selváticas
huamanguinas (Viscatán), rumbo a Vilcabamba, por las vías del Apurímac. La
campaña había fracasado; Pizarro no se resignó a una derrota completa y
procedió a fundar una villa en ese paraje, entonces tan apartado, a medio
camino entre el Cuzco y Lima:
"E mirando la mucha distancia que había desde la gran ciudad del Cuzco
hasta Los Reyes, como la contratación de aquellas dos ciudades era mucha, é
que estando el Inga rebelado del imperial servicio, é habiéndose apartado de la
amistad de los cristianos, que á los caminantes españoles haría gran daño y
muchos serían á sus manos muertos, como lo habían sido, é que para tirar aquel
inconveniente el remedio más cierto era fundar una ciudad en el comedio de las
dos que decimos, tomando sobre esto su parecer con el Fator é con el padre
García Díaz é con otros, determinó de fundarla en las provincias de Guamanga,
é darle por términos desde Xauxa hasta pasada la puente de Vilcas, con más las
provincias que se extienden á entrambos lados de esta región: Todo lo cual
estaba repartido á vecinos del Cuzco é de Los Reyes".
MANCO INCA 95
Le puso como nombre San Juan de la Frontera, "frontera" con el Inca, por
cierto. La asentó "porque así convenía a la tierra, por el alzamiento del cacique
Mango Inga Yupangui señor natural de los yndios destos Reynos", tal como se
lee en el documento hallado por Guillermo Lohmann Villena, donde por
primera vez consta con certeza la fecha del surgimiento del nuevo núcleo
urbano: 29 de enero de 1539.
Quedó como lugarteniente de Pizarro el capitán Francisco de Cárdenas,
quien al poco tiempo trasladó la villa a un sitio próximo.
VILCABAMBA
Razones abundaban para atraer a Paullo, ese príncipe medio incaico, a quien
muchos se empeñaban todavía en seguir llamando Paullo Inca, recordando
cómo Almagro lo había reconocido así. En realidad ¿quién no lo había visto
combatiendo como el mejor español contra los indios alzados? Además, todos
sabían los hábiles esfuerzos que desplegaba continuamente para atraer a los
curacas que insistían en seguir guerreando a favor de Manco. Harto conocidos
eran los pactos que arregló tantas veces con caudillos indígenas enemigos.
MANCO INCA 99
VICTORIA DE CHUQUILLUSHCA
que digo para entrar por el camino angosto del monte, ya que había pasado como
veinte españoles, echaron por esta ladera abajo desde lo alto de la sierra muchas
galgas los indios que estaban encubiertos. Son estas galgas unas piedras grandes
que arrojan de lo alto que vienen rodando con gran furia. Pues echadas como digo
estas galgas, arrebataron tres españoles y los hicieron pedazos echándolos en el río.
Pues los españoles que habían pasado adelante y entrando en el monte, hallaron
muchos indios flecheros que los empezaron a flechar y á herir; y si no hallaran una
senda angosta por donde se echaron al río; los mata a todos, porque no podían
aprovecharse de los indios por estar metidos en el monte".
Lo más peligroso para los españoles fue que en el ataque Manco había logrado
dividir a los expedicionarios. Como se ignoraba el verdadero volumen de las
huestes de los rebeldes, Gonzalo Pizarro, confuso, dio orden de emprender
retirada. Sin duda con la huida sacrificaba a la vanguardia, pero podría cubrir a los
de atrás y salvarse él mismo.
Paullo Inca se opuso a esa decisión, con serenidad. Arguyó que no era tanto el
peligro en el desfiladero. En medio del desconcierto, se discutió con ardor la
solución más adecuada.
El capitán Villegas, exaltándose, llegó a acusar de traidor a Paullo Inca, diciendo
que era cómplice de su hermano y que en realidad lo que quería era retener allí a
los españoles para que Manco los matase a todos. Paullo repuso invocando que él
también se estaba jugando la vida y recordó asimismo la alianza pactada por él con
"indios amigos e incas de paz".
Los españoles siguieron vacilando. Paullo Inca, finalmente, para convencer a los
temerosos, pidió cadenas y guardia. Así, con grillos -debió pensar- por lo menos le
creerían. Y en efecto, la oferta terminó de convencer a Gonzalo Pizarro y se
aprestaron todos a respaldar la vanguardia.
Entre tanto, el grupo de avanzada luchaba contra los de Manco, en espera del
refuerzo de los que venían con Gonzalo Pizarro. Se batieron bien los indios aliados
contra sus enemigos cuzqueños, pero no era suficiente ese respaldo para contener a
los rebeldes. Cuando llegó la retaguardia, con Paullo y Gonzalo Pizarro,
descubrieron treinta y seis cadáveres de españoles y gran cantidad de indios
amigos muertos. Doce
102 JUAN JOSE VEGA
OTRA VICTORIA
Entre tanto los españoles se retiraban, el Inca dispuso inmediata ejecución de los
capturados.
No los salvaron ni los ruegos de Cura Ocllo, esposa principal de Manco Inca,
dolida de la inminente muerte de su hermano Guáipar Inca.
Ajeno a tales súplicas, Manco ordenó la decapitación, diciendo: "Más justo es
que corte yo sus cabezas que no lleven ellos la mía". Se decapitó entonces el
cadáver de Inguill, en una época su mayor lugarteniente cuando el ataque al Cuzco
en abril y mayo de 1536. Luego se procedió a degollar a Guáipar, el otro hermano
desleal.
Y mientras corría la sangre de Guáipar, capitanes quechuas voceaban desde los
cerros a los españoles que Manco "pensaba matarlos a todos y quedarse con la
tierra que había sido suya y lo había sido de sus abuelos".
Gonzalo Pizarro y Paullo Inca debieron escuchar no sin temor esas proclamas
que revelaban la disposición de ánimo del Inca, mientras buscaban inútilmente a
los incaicos en las tupidas malezas.
LA RETIRADA ESPAÑOLA
La lucha continuó por varios días. El Inca optó por la defensiva frente a los
indo-españoles.
104 JUAN JOSE VEGA
LA ARCABUCERIA DE VILCABAMBA
aquel paso donde el Manco Inca estaba como hombre muy seguro". Este ataque
cogió de sorpresa a los cuzcos, quienes no obstante resistieron. Además, allí
aguardaba una novedad a los indo-españoles: Manco utilizaba un conjunto de
arcabuces, al igual que en 1536.
"Había hecho una albarrada de piedra con unas troneras por donde tiraba con
cuatro o cinco arcabuces que tenía, que había tomado a españoles"; eran pues botín
de guerra de los tiempos de los triunfos masivos de Quisu Yupanqui. Estas armas
de fuego, sin embargo, carecían de efectividad, dado que los cuzcos no sabían
colocar los proyectiles en el fondo del cañón. De todos modos, atemorizaron a
muchos de los contricantes, en especial a los indios que seguían a Paullo.
Por otra parte, los guerreros incas, aunque de escaso número, luchaban mejor
porque ya tenían experiencia frente a las armas europeas; a los españoles, en
cambio, en esas escaramuzas "siempre les iba mal por el fuerte" que Manco tenía en
buen sitio, alto, rodeado de maleza.
Sin embargo los españoles se dieron cuenta de la explicable falta de pericia de
los guerreros cuzcos en el manejo de las armas de pólvora, lo cual los aliviaría
bastante.
TRIUNFO ESPAÑOL
Viendo esto, y que Manco tenía pocos yana-guerreros, Gonzalo Pizarro decidió
rodearlo; y así, mientras él se le enfrentaba, mandó a la mitad del ejército que con
Villacastín subiera al fuerte por la parte posterior. La trampa casi surtió efectos,
pues Manco salvó ajustadamente. Rodeado el fortín sobrevino una encarnizada
lucha en la cual se lucieron los incaicos que no eran muchos. Desbaratados los
defensores, a Manco "tomáronle tres por los brazos y a vuelapié le pasaron el río...
y lo llevaron por el río abajo un trecho y lo metieron en los montes y los demás
indios que allí estaban se desaparecieron".
A quienes trataron de seguirlo, les gritó desafiante mientras se hundía en la
espesura: "Yo soy Manco Inca". En el desorden, sin embargo, Cura Ocllo se quedó
retrasada, en medio del desbande, que fue completo. Muchos de los mejores
capitanes incaicos cayeron en el combate. Asimismo, cogieron a varios de los
guerreros incas. También
106 JUAN JOSE VEGA
fue capturado o muerto Cusi Rímac, capitán general del pequeño ejército incaico.
Algunos otros deudos del Inca fueron también apresados.
Manco tuvo todavía aliento para resistir a salto de mata y prosiguió por un
tiempo la guerra por lo cual "el capitán don Gonzalo Pizarro le dio grandes
alcances y le deshizo muchas albarradas, ganándole algunos puentes"; aunque en
vano. Dos meses más pasó todavía este hermano del Gobernador buscándolo. Fue
inútil. Con todo, fueron bajando las aguas nacientes del río Cosireni y del
Pampaconas.
Pero Manco no se dejó amilanar. Se mantuvo en la brega con ejemplar
tenacidad. A gritos estentóreos lanzados por su gente desde un cerro, el monarca
aborigen hizo escuchar a los españoles "que había muerto a dos mil cristianos y
pensaba matarlos a todos y quedarse con su tierra". Así lo recordaría después el
conquistador Mando Serra en las informaciones de Servicios de Francisco Pizarro.
Era la misma cifra de bajas que reconocían otras fuentes almagristas y pizarristas.
LA PENA DE MANCO
AREQUIPA
OTRAS LUCHAS
Reponiéndose del dolor causado por la muerte de Cura Ocllo y del desgaste
de la prolongada campaña de Vilcabamba contra los Pizarro, el Inca reinició sus
ofensivas, apoyado en etnias de la selva y gente escogida de los cuzcos. Atacó
tierras de Guamanga, tan exitosamente que el Cabildo tuvo que ponerse en pie
de guerra y llamar "dos mil amigos indios para resistir al Inca". Hubo por
entonces acciones en Acostambo y en Andahuaylas. Los "fieles caciques de
Jauja" estaban otra vez alarmados.
ALMAGRO EL JOVEN
OTRAS REBELIONES
Los más destacados fueron los "chunchos" de diversas zonas de la selva. Ellos
aniquilaron, contuvieron o vencieron a una veintena de expediciones españolas,
apoyados en sus flechas y en los bosques tropicales. En verdad, las entradas
hispánicas a la selva rara vez tuvieron éxito, siquiera relativo* Y estos hombres de
las junglas fueron los más activos defensores del trono de Manco en las horas
tardías de su reinado en Vitcos y Vilcabamba.
Lograda así la "pacificación" con la derrota del almagrismo y las ejecuciones que
siguieron, Cristóbal Vaca de Castro procedió a efectuar un nuevo reparto del Perú,
recogiendo los mejores beneficios para sí mismo, pues pronto se hizo comentario
general de que el juez "robaba la tierra y la cohechaba". Imposibilitado de premiar
con encomiendas a todos sus seguidores, otorgó el licenciado permisos para nuevas
conquistas, volviendo a ser los nativos objeto de explotación y exterminio. Escudán-
dose, el propio conductor de la maquinaria destructiva escribiría que andaban
soldados por todo el país "hechos vagabundos y rancheando los indios y
tomándoles lo que tienen".
Buscó luego la sumisión de los incas. Con Paullo y su grupo no tuvo problemas,
porque el líder de los renegados, mostrando una vez más cortesanía y absoluta
sumisión, hasta consintió ser bautizado con el nombre del nuevo amo del Perú,
llamándose desde entonces Cristóbal Paullo Inca.
Por entonces un grupo de quipucamayos, encabezados por Supno, dictaron las
bases de una Relación que se haría famosa; es de sumo interés porque, destinada a
ensalzar la vida de Paullo, sin quererlo exaltan las proezas de Manco, cuyo nombre
-aunque atacado- aparece en numerosas páginas de la obra.
La negociación con Manco fue difícil; Vaca de Castro le comunicó que era
portador de cartas del emperador español, que prometía al rebelde un trato
conforme a su alta calidad a cambio de que se sometiera. El 24 de noviembre de
1542, el juez daba cuenta de estos afanes: "Los tratos que... traigo con el Inca andan
con mucho calor, aunque él me envía papagayos y yo a él brocados"; con esta
comparación quizá quería significar que el Inca manifestaba poco caso a las
promesas de perdón
MANCO INCA _____________________________________________________________ 111
EL FRACASO
Tal vez Manco trató de entender las causas del fracaso de la sublevación,
hablándolo con personas de su máxima confianza. Si tal ocurrió, llegarían a la
conclusión de que el debilitamiento del Imperio y sobre todo de la cúspide directriz
a consecuencia de la guerra civil era un factor inicial y quizá el más vigoroso,
porque Cusi Yupanqui, en nombre de Atao Huallpa, había sido en la práctica, y sin
que ambos se lo propusieran, una verdadera vanguardia de Pizarro y de Almagro,
al exterminar a la enorme mayoría de los integrantes de las panacas Hanan
112 _____________________________________________________________ JUAN JOSE VEGA
y Hurin del Cuzco en diciembre de 1532. Ese vacío en la dirección central jamás se
llenó.
Luego, cabía señalar que los yanas se habían sublevado en casi todo el Imperio,
pasando a dar sus servicios a los españoles, en una mala entendida reivindicación
social que llegó a convertirlos no sólo en verdugos de sus antiguos amos, los
nobles, sino en cuchillo de su propio pueblo, al cual robaban y masacraban con
igual codicia y crueldad. Paralelamente, estuvo el factor del alzamiento de los
caciques de las etnias conquistadas por los Incas en medio siglo de constante ba-
tallar; eran unas trescientas y los jefes nativos de esas colectividades pasaron con
frecuencia a respaldar a los conquistadores, estimando ilusamente que los habrían
de retornar a su antigua autonomía pre-inca. Aunque más tarde actuaron ya
abiertamente a cambio de prebendas hispánicas y hasta rastreramente a fin de
mantener sus mermados privilegios.
Más grave pudo ser la inercia del campesinado. La gente de los ayllus (dividida
además en cientos de naciones o etnias) como masas mediatizadas e inermes,
prohibidas por los reyes Incas de usar armas, poco pudieron hacer. Nunca habían
visto con beneplácito a los orejones incaicos y no tuvieron interés en defender el
Estado Inca que se sustentaba de mitas y tributos. Fue un error por lo que
advendría luego, pero la prolongada verticalidad de las sociedades andinas
(perceptible desde Sechín, precisaríamos hoy) volvía imposible una actitud de
rebeldía contra el nuevo sistema que los españoles iban imponiendo a sangre y
fuego.
La aristocracia imperial carecía de respuestas para estas realidades. No la tenía
ni para los yanas. Ni para los caciques étnicos. Ni para los mitimaes. Ni para los
campesinos comunitarios. Efectuar concesiones habrían significado el derrumbe de
su propio poder social menguado ya por la agresión externa y el avance de las
contradicciones que estallaban doquiera. El Imperio se hundía más si cedía. Por eso
apenas si tuvo respuesta y entendimiento con los aristócratas semicuzqueños, re-
belados con Atao Huallpa en 1528, con los cuales se hizo, frecuentemente, frente
común contra el invasor español.
Por supuesto que todo lo dicho no constituye sino un análisis desde las
perspectivas de la Corte de Vilcabamba. Porque la guerra estaba perdida de
antemano por otra razón fundamental, superior a las otras:
MANCO INCA _____________________________________________________________ 113
En los principios de 1544, Manco, al igual que todo el Perú, supo que llegaba
un mandatario nombrado por Carlos V. Desde luego, el soberano cuzqueño
pediría a los almagristas de Vitcos algunas explicaciones sobre lo que aquel hecho
significaba; Diego Méndez, que poseía alguna experiencia política, se las daría.
Aun más, le comunicaría que lo que se sospechaba era que el nuevo gobernante,
un virrey, trataría de aplicar las Nuevas Leyes, unos dispositivos que favorecían a
las poblaciones indígenas de todo el continente. De todo el Perú, para el caso.
Pronto reparó Manco que las intenciones de Blasco Núñez Vela no eran otras que
las de refrenar los abusos cometidos por los conquistadores del Perú y de modo
particular las tropelías de los encomenderos, señores de la guerra. Las propias
encomiendas serían abolidas, poco a
114 JUAN JOSE VEGA
a la sublevación incaica, que tenía ya ocho años; y también podría mirar al Inca
como un futuro aliado contra los pizarristas, si llegaba a abrirse conflicto.
Además de ser los indios útiles para todo, conocíase que siempre se había
contado en el Perú con miles de auxiliares de carga y de batalla (para empezar,
los miles que portaban a lomo humano la artillería). Por otra parte, Vaca de
Castro, enemigo potencial, tenía gente aborigen adicta, "indios armados", entre
los chachapoyas y, por último, que cada encomendero pizarrista de
importancia acostumbraba a poseer gente propia para diversos usos, sin excluir
la guerra, principal actividad española en el país.
En suma, Gómez Pérez había emprendido el camino de regreso llevando a
Manco ofrecimientos de que si salía de su reductos vilcabambinos alcanzaría los
privilegios sociales propios a sus condición de rey y, seguramente, los honores
que le incumbían. En cuanto a los que habían militado bajo los estandartes de
los Almagro, un perdón parecía asegurado de labios del propio representante
del "Emperador del Universo Mundo".
No podían, por tanto, ser mejores los frutos de la entrevista de Barranca. En
Vitcos, el monarca indio, al escuchar a su yana-embajador Gómez Pérez,
reiteraría su criterio de que "Núñez Vela venía favorable a los caciques indios",
tal cual sus espías se lo habían comunicado desde un inicio. Así como lo
sostiene Garcilaso, tomaría Manco una línea de acercamiento al virrey
"persuadido de ellos, que le decían que se abría camino para restituirle todo su
Imperio o muy buena parte de él", en lo cual los yanas almagristas mentían en
parte, pero en algo decían verdad.
Los almagristas resolverían convencer al Inca de que no había tiempo que
perder, lo que se consiguió; y así "acordaron de salir (de la comarca de
Vilcabamba) y dijéronlo a Mango Inga y el Mango Inga mandó a sus capitanes
que le proveyesen de lo que hubiesen menester y que se saliesen con ellos". Allí
mismo encargó "al Diego Méndez que de su parte hablase al visorrey y que
para ello fuesen con él ciertos orejones suyos para que volviesen con el recaudo
y respuesta de lo que el visorrey proveyese y él con él negociase y esto así
proveído tomaron los del Inga al Diego Méndez y a los demás en ciertas
hamacas y lleváronlos".
Entre los varios caminos para salir de Vitcos escogieron el de Gua
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manga, por ser más corto y bien conocido por los soldados de Manco que
varias veces habían incursionado por esa vía; la ruta satisfaría a Méndez
también, que vería en ella una oportunidad para retomar a esa ciudad como
triunfador, tras la catástrofe almagrista en la vecina Chupas dos años antes.
Pero ni él ni Manco supusieron que en Guamanga las posiciones pizarristas se
habían fortalecido durante las últimas semanas, a raíz de la gradual insurgencia
de Gonzalo Pizarro en Charcas y el Collao; aun más, es probable que, para
aquel momento, los españoles de la ciudad tuviesen ya conocimiento del
exitoso ingreso gonzalista al Cuzco (la cronología no esta clara). Por todo lo
cual, la oposición a todo trato con los del Inca y con los almagristas -de suyo
siempre vigorosase endureció al máximo; mucho más si probablemente
conocían lo ofrecido por el virrey a Manco en el tambo de Barranca, el mes
anterior, en torno al buen tratamiento que debía darse a los indios.
Algunas columnas del ejército imperial cuzqueño, y los yana-guerreros
españoles capitaneados todos por Méndez, avanzaron así sobre una Guamanga
a la que no sabían tan hostil; en ataque sorpresivo. Pero caciques pizarristas,
como el fiel Huasco de los chancas de Andahuaylas, alertarían a los de la
ciudad. Quizá luego llegaron informes más precisos, obligando al Cabildo a
tratar el asunto del avance incaico el 26 de mayo. El caso aparecía tanto más
riesgoso oyendo que un indio mejor informado apuntaba que gente con barbas
y buenas armas aparecía codo a codo con las huestes del Inca. "Preguntado qué
españoles son" aquel mensajero respondía que era gente que había luchado por
Almagro el Joven "y traen caballos y arcabuces".
Por su lado, Manco, con diligencia, había levado una mita con el fin de
construir un puente en Laco, lugar donde un curaca pizarrista resistía el avance
de los inca-hispanos. Por todo esto decíase en Guamanga que "el Inca trae
mucha gente de indios", pero las versiones eran confusas en tomo al número de
milites cuzcos y antis.
Resultó así que la ofensiva se suspendió por razones desconocidas; quizá
por informes sobre el avance de Gonzalo Pizarro desde la lejana Charcas sobre
el Cuzco, avance que habría alarmado a los yana- guerreros almagristas; o tal
vez porque se sopesó la situación, considerándose que la campaña podía hacer
daño a la causa del virrey, que las pasaba mal en Lima. O quizá se trató sólo de
una marcha que tenía como finalidad doblegar pacíficamente al Cabildo de
Guamanga con
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alcanzaban en el Imperio.
"Y a los demás españoles les mandó que les hiciesen todo servicio y ansí se
hacía siempre con mucho cuidado. Y después holgábase el Manco Ynga con el
Diego Méndez y los demás y ellos con él...".
Mas no todo fue fiestas y entrega de trofeos. Recuperado del todo de sus
males -tal vez una fiebre tropical- Méndez conversaría con sus compatriotas en
tomo a la gravedad que para ellos revestían los nuevos sucesos. Méndez,
especialmente, sabía que el pizarrismo jamás lo perdonaría. Parecían
condenados a lo que quizá mirarían como una prisión en los enormes y
desiertos parajes vilcabambinos.
Fue en esta coyuntura que llegó a Méndez un mensaje aleve de Alonso de
Toro, hombre de Gonzalo Pizarro en el Cuzco. Lo llevó un mestizo hasta la
misma Vitcos, visita a la cual el Inca no concedió mayor importancia porque no
era la primera vez que se producían contactos similares; además, sus
huéspedes engañaron al monarca sobre las razones de la llegada del nuevo
personaje a tan remoto lugar; porque hasta ropa española fin a acabó
obsequiándole.
Por entonces Gonzalo Pizarro ingresaba triunfalmente a Lima (28 de octubre
de 1544). Mientras el virrey preso y desterrado navegaba lejos, rumbo a la
distante Panamá.
En medio año la situación había variado completamente.
EL CRIMEN
Lo que Toro y otros gonzalistas del Cuzco propoponían a Méndez era que
los almagristas refugiados buscasen la reconciliación con el grupo Pizarro,
mediante la muerte de Manco. El crimen fue urdido sin escrúpulos. Cierta
negra, esclava de uno de los almagristas, alcanzó a reparar en algo de lo que
sucedía y denunció discretamente el asunto, pero Manco no creyó en la
advertencia. Hasta que un buen día, jugando a los bolos, se ejecutó lo tan
arteramente urdido; y fue victimado a traición en una forma alrededor de la
cual existen varias versiones; pero en la cual, sabemos con certeza, mediaron
puñaladas.
Los asesinos emprendieron la huida, pero fueron alcanzados por la escolta
del Inca, que los exterminó. Manco, agónico, gozó por lo menos la satisfacción
de alcanzar a conocer el fin que tuvieron. Corrían los días
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