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Prácticos de Historia Social

T. Skocpol “Los estados y las revoluciones sociales”

La tesis de la autora parte de postular cómo la Revolución Francesa deriva en la creación


de un incipiente Estado Moderno europeo, con una estructura de organizaciones burocrática y
centralizada.

A partir de este eje teórico, pretende desandar y problematizar en torno de la


interpretación social (marxista), cuya tesis atribuye a este proceso el estatuto de “revolución
burguesa”, afirmando que la Revolución fue encabezada por la burguesía para desplazar al
feudalismo y la aristocracia y establecer en su lugar el capitalismo.

Será precisamente esta centralidad de la burguesía y de la transición de un modo feudal a


un modo capitalista de producción lo que Skcopol se permita poner en cuestión, señalando la
legitimidad de las transformaciones perpetradas en la estructura y el funcionamiento del Estado
Francés.

Detecta el punto neurálgico de este proceso en las transformaciones sociopolíticas y


jurídicas (burocratización, democratización, surgimiento de un marco político-jurídico favorable al
capitalismo) rupturas generadas por la confluencia de las luchas políticas por el poder del Estado y
las luchas campesinas contra los derechos señoriales, más que en una transformación básica de la
estructura socioeconómica efectuada por acción de clases de una burguesía capitalista.

Distingue cómo estas reformas económicas son implantadas por reformas desde abajo o
bien por funcionarios reformadores del Estado francés, y fundamentalmente cómo la revolución
tiende a obstaculizar el desarrollo económico, pues la estructura que deviene de los
levantamientos revolucionarios comprende a una burguesía no industrial y un campesinado (que
debido a la abolición de los privilegios feudales) ya no ofrece una mano de obra barata y
disciplinada.

En la misma línea, la autora se rehúsa a trasladar esta tesis de revolución burguesa desde
un nivel socioeconómico al plano político, arguyendo que en manera alguna la Revolución
Francesa se consolida como el triunfo del liberalismo, triunfo liderado por la lucha de clases y
fundamentalmente por la burguesía. Lo que los trastornos sociales y políticos lograron hacer fue
eliminar los “escombros medievales” cuya permanencia dependía de la continuidad del Estado
Monárquico, entidad desplazada por el Estado-nación.

Tal es así que, la Revolución francesa sólo fue “burguesa” en tanto consolidó y simplificó la
compleja variedad de derechos de propiedad prerevolucionarios, en la forma individualista y
exclusiva de la moderna propiedad privada. Y sólo fue capitalista, en tanto suprimió todo tipo de
barreras de corporación y provincia opuestas a la expansión de una economía nacional
competitiva de mercado en Francia. La revolución francesa es tanto o más, una revolución
burocrática, fortalecedora del Estado e incorporadora de las masas.

Detecta a la guerra como aspecto constitutivo en la construcción y consolidación de este


Estado burocrático centralizado. Las prácticas inherentes a este entidad se condensan
ejemplarmente en el ejército, cuerpo que experimenta el pasaje de un Antiguo Régimen (donde
las posiciones jerárquicas son virtualmente monopolizadas por aquel que detenta la condición de
noble o bien mantiene lazos con la Corte real) a una estructura estatal que habilita la abolición de
la nobleza y el establecimiento de igualdad de oportunidades, medida que vigencia la accesibilidad
a esta estructura de poder a la totalidad de la estructura social (sociedad meritocrática)

La creación de un sistema de jerarquía administrativa, (que responde exclusivamente a la


autoridad central) basada en la supervisión impersonal pero firme de los funcionarios sobre sus
superiores, otorga al aparato estatal un poder de coacción inusitado, capaz de disciplinar a las
reacciones contrarrevolucionarias que emergen desde el campesinado.

Sintéticamente, la autora detecta la síntesis de este proceso revolucionario en la


coexistencia simbiótica de un Estado centralizado, profesional-burocrático, con una sociedad
dominada por algunos propietarios relativamente poderosos, y algunos medianos y pequeños
propietarios. Señala que este Estado no se orientaba a promover nuevas transformaciones socio-
estructurales, sino que más bien tiende a perpetuar y garantizar el orden social, basado en la
situación profesional o burocrática, y en la propiedad privada, y en las relaciones de mercado.
Sewell “Los artesanos, los obreros de las fábricas y la formación de la clase obrera francesa”

El eje del texto puede sintetizarse bajo la pregunta ¿el desarrollo de las fuerzas
productivas es condición necesaria y suficiente para que se genere la conciencia de clase o bien
esta puede surgir independientemente de esta especificidad?

El interrogante surge ante una economía francesa predominantemente rural y artesanal,


que paradójicamente constituye el caldo de cultivo del socialismo como movimiento de masas.
Sewell problematiza sobre la interpretación marxista del surgimiento de la conciencia de
clase, arguyendo que a pesar de que la industrialización francesa no produjo una gran masa de
obreros de las fábricas, si produjo un gran número de artesanos descontentos que fueron la base
del movimiento obrero más temprano.

En principio, la tesis marxista, distingue el desarrollo de la conciencia de clase no sólo en la


intensidad de explotación, sino en el carácter crecientemente socializado del proceso de
producción, como condición autosuficiente para el despliegue de la conciencia de unos intereses
comunes y su consecuente defensa.

Sewell pone en cuestión esta fórmula (desarrollo de las fuerzas productivas = conciencia
de clase) y distingue el desarrollo de la conciencia colectiva en la construcción de redes
interpretativas que otorgan a ciertos actos una relevancia específica, comprendiendo a la
proximidad física como una condición necesaria aunque no suficiente.

Así, desplaza el eje de interpretación hacia cómo estos artesanos-obreros comprendían su


trabajo y sus relaciones de producción –instituciones corporativas, tradiciones- como marco de
dichas relaciones.

En definitiva, asevera que para dilucidar cómo los artesanos tomaron conciencia de su
pertenencia a la clase obrera, es necesario examinar su herencia cultural e institucional
corporativa, para luego determinar cómo esta herencia se transformó en un movimiento obrero
de conciencia de clase durante las transformaciones políticas del s XIX.

Las corporaciones prerrevolucionarias, en tanto son comprendidas como órgano colectivo,


habilitan un trabajo esencialmente social, donde las relaciones entre los individuos exceden los
meros lazos mercantiles, generando lazos de solidaridad (comunidad moral análoga a la familia).
Pero en tanto estos lazos se perpetúan exclusivamente dentro de los límites del oficio, será la
nueva dinámica social instaurada por la Revolución francesa, aquella que reconfigure las
relaciones de producción en función de la conformación de esta conciencia de clase. El régimen de
reglamentación corporativa es sustituido por un régimen de libertad industrial regido por la
propiedad privada.

Es posible comprender la aparición, durante el Antiguo Régimen, de fraternidades


corporativas ilegales gestadas por los obreros disidentes de la autoridad de los maestros, como el
germen de esta conciencia de intereses comunes, entre la clase obrera.

Pese a que las nuevas condiciones determinan la organización corporativa de los


trabajadores, en oposición a la nueva dinámica de explotación, aún no es posible atribuir la
emergencia de una conciencia de clase, pues los trabajadores de los distintos oficios mantenían las
actitudes tradicionales de indiferencia u hostilidad hacia los trabajadores de otros oficios.

Será en la apropiación del lenguaje revolucionario liberal, donde habremos de detectar la


raíz de dicha conciencia. Este incipiente lenguaje político y organizativo, cuyo arraigo es común al
conjunto de los trabajadores, despliega una lucha contra el régimen, desde sus propios
mecanismos discursivos,(lenguaje liberal de la revolución francesa) que será reelaborado en
función de las demandas y los intereses específicos de los trabajadores.

En tanto el discurso revolucionario sostiene la vigencia de una sociedad compuesta por


individuos libres, surge en el marco de esta nueva conciencia de clase, la idea de asociación, (como
contrapartida del derecho de los ciudadanos a asociarse libremente entre sí), entidad que
sustituye a las organizaciones corporativas.

En este marco surgen las cooperativas de productores, entidad que promueve la


copropiedad de los medios de producción, y por tanto la abolición de la propiedad privada
(sustituida por la propiedad asociativa). El desarrollo masivo del socialismo en la clase trabajadora
tiene lugar fuera de las escuelas socialistas, nuevamente como consecuencia de una apropiación.

Si bien el nuevo lenguaje político engendrado desde el artesanado (1930-48) aspiraba a


incluir a los trabajadores de las fábricas, en tanto estos eran concebidos como parte de la clase
obrera oprimida y esclavizada por la burguesía, estos permanecieron al margen de estos
movimientos, hecho que se fundamenta sobre la base de la existencia de distintas conciencias de
clase.
En tanto la transición de unidades de producción de la industria putting-out (familias
rurales independientes) a las primeras fábricas textiles no supuso un quiebre en las relaciones de
producción –pues estas habrán de sustentarse exclusivamente en lo comercial-, esta continuidad
habrá de determinar la imposibilidad de conciliar intereses comunes con el artesanado, al menos
hasta las décadas posteriores al surgimiento de la Comuna.

E. Hobsbawn “La era del imperio”

Tanto la perspectiva ortodoxa como la heterodoxa parten de comprender a este proceso


como una nueva fase, en el modelo de desarrollo nacional e internacional, radicalmente distinta
de la fase liberal previa –dominada por el intercambio y la libre competencia-

A grandes rasgos, es posible sintetizar la perspectiva heterodoxa en función de la tesis


esbozada por Lenin, la cual asevera que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una
nueva fase específica (superior) del capitalismo, que habría de conducir entre otras cosas, a la
división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas, delimitando así una serie de
colonias formales e informales y de esferas de influencia. Lenin sitúa el origen de la primera
guerra mundial en el marco de las rivalidades generadas entre las naciones capitalistas.

Como contrapartida, la perspectiva ortodoxa habrá de negar la conexión específica entre


imperialismo-capitalismo, rehusando reconocer el arraigo de este fenómeno en el plano
económico –en tanto dispositivo afín a los intereses económicos de los países imperialistas- y
asimismo negando la repercusión negativa de esta dinámica sobre las economías coloniales.
Finalmente esta tesis rechaza el postulado de una primera guerra mundial enraizada en este
proceso.

Así, mientras que el énfasis de la teoría heterodoxa recae sobre determinación de la


estructura (factor económico), el eje de la teoría ortodoxa habrá de sustentarse en la
determinación de la superestructura (aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos).

Hobsbawn, en tanto materialista, realiza una lectura de este proceso constitutivamente


complejo, distinguiendo la relación dialéctica de estructura y superestructura que en él opera.
Distingue como uno de los hechos fundantes, a esta incipiente economía global
(internacionalización del capital), fenómeno que penetra de forma progresiva en cada rincón del
planeta, con un tejido cada vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y
movimiento de productos, dinero y seres humanos, dinámica que inmediatamente vincula a los
países desarrollados entre sí, y a estos con el mundo subdesarrollado.

Esta nueva división internacional del trabajo, habrá de determinar un complejo de


territorios coloniales y semicoloniales que progresivamente adquieren el estatuto de “productores
especializados” en la producción de productos coloniales. La posición de estas economías, se
reduce a la tarea de complementar las economías de las metrópolis y no la de competir con ellas.

Es posible distinguir los móviles que los distintos enfoques teóricos atribuyen a este
fenómeno de expansión imperialista.

-Dentro del análisis antiimperialista se sitúa la raíz de este proceso en la presión del capital
por encontrar inversiones favorables, fuera de la economía interna.

-La búsqueda de mercados, como respuesta ante el problema de las crisis de


superproducción (argumento con mayor consenso) Desde este prisma, se ejerce una lectura del
imperialismo como consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de
varias economías industriales competidoras.

Simultáneamente, H. señala cómo los motivos económicos que promueven la adquisición


de territorios coloniales, son indisociables de la acción política necesaria para concretas estas
medidas –proteccionismo como operación económica y política- Asimismo distingue entre estos
factores superestructurales, el supuesto tácito arraigado en el imaginario de la época, que
atribuye al dominio colonial, un símbolo de estatus, independientemente de su valor real.

La noción de imperialismo social, abreva sobre el empleo de la expansión imperial como


paliativo capaz de amortiguar el descontento interno, a través de mejoras económicas o reformas
sociales. Por tanto, el imperialismo deviene en herramienta de legitimidad y sustento del sistema
social y político representado por el estado (se inscribe por tanto dentro en los nuevos
mecanismos de legitimidad) “el imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico”
En tanto fenómeno cultural, el imperialismo supuso la occidentalización de las élites del
mundo dependiente, práctica ejercida sobre la base del supuesto que eleva la superioridad del
mundo civilizado por sobre la condición inferior del mundo incivilizado.

Procacci “La primera guerra mundial”

Entre los móviles que se postulan como la chispa de la primera guerra mundial P.
distingue

-la carrera de rearme y sus automatismos

-el enfrentamiento de las grandes potencias coloniales en el reparto del mundo en zonas de influencia.

-factores internos que animaron a algunos gobiernos a considerar una guerra rápida como la única
alternativa posible para enfrentar una crisis interior inminente.

El autor señala cómo el imaginario europeo de principios del s XX, construye una
concepción de la guerra como instrumento anacrónico y obsoleto. Una vez que estalla
concretamente el conflicto, aún así la convicción generalizada concibe las dimensiones del
incipiente acontecimiento, enfatizando sobre su carácter breve que habría de poner fin a la
monotonía cotidiana.

En función de esta primera aproximación, el enfrentamiento bélico adquiere notable


consenso, consenso que asimismo se asienta sobre la exaltación de los nacionalismos,
desplegándose este “reflejo patriótico” incluso sobre gran parte de la internacionalista, partidos
desarraigados del mundo campesino, aquel que habría de constituir la reserva permanente del
ejército.

El simulacro de una guerra breve y de movimiento, fue rápidamente desplazado por la


concreta guerra de posición (de trinchera), fuente de una matanza humana sin precedentes. Y en
tanto esta involucró casi íntegramente a la población civil, se comprende como “guerra total”.

La revolución rusa de 1917 marca un punto de inflexión en el conflicto, pues supone el fin
de una alianza entre dos democracias experimentadas y una autocracia, otorgando a la guerra los
caracteres de una confrontación ideológica entre dos visiones de mundo distintas e
irreconciliables.
Una de las primeras iniciativas del gobierno revolucionario, presidido por Lenin fue la
promulgación de un decreto de paz -Brest-Litovsk- (sin indemnizaciones y sin anexiones, derecho a
la autodeterminación) medida que se dirime entre una solución negociada y una solución
revolucionaria (que apelaba a la solidaridad del proletariado internacional)

En contrapartida, el presidente estadounidense Wilson, proyectaba la configuración de un


nuevo orden internacional (cuya concreción equivalía a la expansión gradual de la democracia
occidental y una prudente descolonización).

Si bien ambas iniciativas se constituyen en tanto ideológicamente irreconciliables, ambas


coinciden en la necesidad inmediata de un nuevo sistema de relaciones internacionales, que
aboliera las causas del enfrentamiento (la opresión y la sumisión de un pueblo por el otro, y las
desigualdades sociales dentro de cada estado)

El tratado de Versalles estipulaba la creación e institucionalización de la Sociedad de las


Naciones, la vigencia del principio de autodeterminación, el reconocimiento por parte de Alemania
de su íntegra responsabilidad, y la consecuente indemnización económica.

La reconfiguración del mapa político europeo, supuso el consenso, sólo en tanto los
intereses disímiles de las potencias vencedoras se unificaron, en función de imponer un “cordón
sanitario” que impidiese el contagio de la revolución rusa.

En síntesis, la guerra fue ante todo un caldo de cultivo y el trámite de una auténtica
mutación antropológica, que hubo de constituir la experiencia fundamental de los individuos del
principios del siglo XX, no sólo entre los civiles implicados inmediatamente en el conflicto, sino
para aquellos que se vieron en la labor de reemplazar a la mano de obra ausente.

Fitzpatrick, Sheila “La revolución rusa” Cap. I El escenario

Rusia habrá de ser considerada una “potencia atrasada” en tanto en términos económicos
había permanecido “estancada” en un modo de producción feudal, con lo cual, la industrialización
supuso un proceso tardío. En términos políticos, la continuidad de la autocracia (con sus poderes
intactos) y la inexistencia de partidos políticos legales, y un parlamento central electo. Finalmente,
la primacía de una extrema polaridad social, consistente en una nobleza terrateniente –grupo
minoritario- y una mayoría representada por campesinos y una burguesía industrial débil e
incipiente.
El campesinado, sector mayoritariamente rural y no urbanizado, mantiene un régimen de
propiedad/explotación comunal de la tierra, donde el mir (consejo de la aldea) opera como
organismo de redistribución.

La erradicación de los privilegios señoriales, supuso la emancipación de un campesinado,


de ahora en más supeditado a la aldea, por la deuda (indemnización de las tierras expropiadas a
los terratenientes) y por la responsabilidad colectiva de la mir, ya no por las relaciones de
servidumbre. Los términos de la emancipación estaban previstos para evitar un afluencia en masa
de campesinos a las ciudades y la creación de un proletariado sin tierra (amenaza para el orden
público)

Simultáneamente, comienza a generalizarse la condición del campesino como “trabajador


golondrina”, condición que lleva a la autora a afirmar que “muchos campesinos vivían con un pie
en el mundo aldeano tradicional y otro en el mundo muy diferente de la ciudad industrial
moderna”

Esta heterogeneidad de experiencias campesinas, crea las condiciones de una clase obrera
urbana inmediatamente ligada al campesinado (muchos de estos trabajadores permanentes aún
conservaban tierras en las aldeas). La principal razón para la estrecha interconexión entre ambas
clases, era que la rápida industrialización de Rusia constituía un fenómeno sumamente reciente.
En este contexto, los trabajadores de primera generación, predominantemente originados en el
campesinado, conformaban la mayor parte de la clase obrera rusa.

El atraso relativo ruso, paradójicamente se tradujo en ventaja pues al industrializarse


tardíamente y con la ayuda de la inversión extranjera de gran escala, Rusia pudo saltear algunas de
las primeras etapas, adoptar tecnología relativamente avanzada y dirigirse rápidamente a la
producción moderna en gran escala.

En tanto la teoría marxista sostiene, que un proletariado industrial altamente concentrado


en condiciones de producción capitalista avanzada muy probablemente sea revolucionario,
mientras que una clase obrera premoderna que mantiene fuertes lazos con el campesinado no lo
será, la concreta clase obrera rusa, excepcionalmente militante y revolucionaria, entra en
contradicción con este supuesto engendrado al interior del marxismo (Lenin- conciencia sindical-
conciencia revolucionaria)
El arraigo en el campesinado de esta primera generación, sentó las bases de un
contingente de obreros-campesinos, renuentes a la disciplina fabril, desarraigo que deviene
inmediatamente en resentimientos y descontento, condiciones que en gran medida gestan el
carácter revolucionario de la clase obrera rusa.

La palabra inteliguentsia, describía a una elite educada y occidentalizada, alienada del


resto de la sociedad rusa (grupo sin pertenencia de clase). Dentro de esta matriz social, se
distingue una formación específica denominada populismo, cuyo posicionamiento se sintetiza
bajo la oposición a la industrialización capitalista (fuente de la degradación humana) y una
idealización del campesinado ruso. (socialismo utópico)

En función de esta última, esta corriente del pensamiento radicalizado, se propuso “tender
puentes sobre el abismo que la separaba del pueblo”, generando un movimiento de masas
espontáneo que peregrinaba de la ciudad a la aldea, autoproclamándose “esclarecedores del
campesinado”, elevando el mir como institución igualitaria, que cimentaría las bases hacia una
rusa socialista. La reacción del campesinado fue inmediata, ante grupos que desde su óptica se
perfilaban como “enemigos de clase”

La postura marxista se origina como grupo definido, dentro de la inteliguentsia rusa,


repudiando el utopismo idealista, las tácticas terroristas y la orientación campesina que
caracterizaban hasta entonces al movimiento revolucionario -ideología de modernización además
de una ideología de revolución-

Argüían que la industrialización capitalista de Rusia era inevitable, así como el estado de
desintegración interna del mir campesino, apenas sustentado por las necesidades de recaudación
de impuestos del estado. Por tanto, aseveraban que el capitalismo constituía la única vía posible al
socialismo, y que el proletariado industrial producido por el desarrollo capitalista era la única clase
en condiciones de producir una auténtica revolución socialista.

Según la predicción marxista ortodoxa, el ingreso de Rusia en la fase capitalista, llevaría


inevitablemente al derrocamiento de la autocracia por una revolución liberal burguesa. Tal vez el
proletariado respaldara tal revolución, pero no parecía probable que desempañara más que un
papel secundario en esta.
Frente a esto, los líderes socialdemócratas rusos repudiaron la herejía del economicismo,
la idea de que el movimiento obrero debía enfatizar sobre los objetivos económicos, más que en
los políticos. Se reconocen en tanto revolucionarios, no reformistas, siendo su causa la revolución
obrera socialista, no la revolución de la burguesía liberal.

La división del partido Socialdemócrata ruso, devino en la consolidación de dos facciones

-Bolcheviques, el ala más radicalizada del marxismo, identificada bajo la figura de un único
líder (Lenin) quien habría de depositar en énfasis de su conducción en la organización partidaria, y
en los intereses del proletariado.

-Mencheviques, representativos del ala más ortodoxa del marxismo (Plejánov) más bien
vinculada a los intereses de la burguesía.

La conformación de un gobierno provisional liberal (1917) asume la dirección de Rusia en lo que


se refiere a política nacional, mientras que se adjudica a los soviets (consejo de representantes de
los trabajadores elegidos en las fábricas) la política a nivel local. En dichas condiciones se ejerce
una estructura de poder dual, donde se encuentran representadas diferentes clases sociales.

Ante la creciente incapacidad para resolver la cuestión campesina (exigencia de entrega de


tierras) la cuestión militar (exigencia de la paz) y la cuestión obrera (exigencia de mejoras en el
nivel de vida la población) y frente al asedio de la derecha y de la izquierda, el gobierno provisional
cayó en descrédito, generando un vacío de poder –situación de empate social de las fuerzas en
pugna-

El partido bolchevique (no implicado en la estructura de poder dual) surge como elemento
exterior que inicia la Revolución de Octubre, volcándose a los intereses del proletariado (abolición
de las diferencias de clase a través de la destrucción de la propiedad privada de los medios de
producción)

Cap. III La guerra civil

La toma del poder por parte del partido bolchevique supuso, tanto en las provincias como
en el centro, la constante necesidad de adaptar sus actitudes a la autoridad de los soviets locales.
La consigna “todo el poder a los soviets” según F. es representativa de la ausencia transitoria de
una autoridad gubernamental central.
En lo que respecta a la proclamación de la “dictadura del proletariado”, la autora distingue
la ambivalencia del término, que podría sugerir la necesidad de refrenar los esfuerzos
contrarrevolucionarios de las antiguas clases propietarias, a través de órganos coercitivos, o bien
una concreta dictadura del Partido Bolchevique.

F. plantea en términos paradojales cómo la planificación centralizada del desarrollo


económico necesariamente entre en conflicto con la iniciativa del “control obrero” en forma de
autogestión fabril. Asimismo, su posición en el escenario mundial como movimiento proletario
revolucionario internacional, es decir, su carácter internacionalista negaba reconocer en la
república soviética un Estado-nación. (cuestión de clase)

La guerra civil habrá de ser equiparada a la guerra o lucha de clases (proletariado ruso-
burguesía rusa/ revolución internacional- capitalismo internacional). Su desarrollo crea las
condiciones de una polarización social, una economía devastada, la militarización de la cultura
política revolucionaria y fundamentalmente, la desintegración y dispersión del proletariado
industrial (clase cuyos intereses se hallaban representados en el partido)

El enfrentamiento se dirime entre las fuerzas representadas en el Ejército Rojo


(bolcheviques) y el Ejército blanco (antibolcheviques, contrarrevolucionarios). La ejemplaridad del
ejército rojo respecta a su conformación como estructura burocrática (que en gran medida suple
la brecha dada por el derrumbe de la administración civil)

Tanto el Ejército rojo como la Cheka (fuerza de coerción de los enemigos


contrarrevolucionarios) contribuyeron en gran medida a la victoria bolchevique. Sin embargo,
resultó fundamental el consenso de la sociedad (contaban con el respaldo de la clase obrera
urbana y el Partido Bolchevique suministraba su núcleo organizativo) Los blancos contaban con el
respaldo de las antiguas clases media y alta, mientras que el principal agente organizativo era un
sector de la antigua oficialidad zarista.

Pero indudablemente, fue el campesinado (Ejército verde), que constituía la gran mayoría
de la población, el que dirimió la situación. Las deserciones en masa de campesinos estaban
estrechamente ligadas a las tomas de tierras y su redistribución por parte de las aldeas (aspecto
donde los bolcheviques eran el “mal menor”)
En el marco de lo que luego fue denominado “comunismo de guerra”, emergen aspectos
económicos concretos, que según la clave de interpretación (pragmática/ ideológica) entran o no
en contradicción con los pilares ideológicos del bolcheviquismo (abolir la propiedad privada y el
libre mercado, distribuir la producción de acuerdo con las necesidades)

La guerra civil determinó la adopción de una postura política radicalizada en función de


apalear las consecuencias inmediatas del enfrentamiento bélico. Esto se traduce en medidas tales
como

- la nacionalización del circuito de producción en manos del poder soviético, como correlato de
una economía centralizada, que detenta el control de la organización fabril.

- el racionamiento y monopolio estatal de granos en función de abastecer a las ciudades


(reticencia de los campesinos a entregar su producción)

En función de esta última, los bolcheviques perfilaron que la creciente profundización de


la brecha social entre los campesinos, decantaría en una lucha de clases, donde el sector más
empobrecido avalaría las acciones estatales de requisición de la producción de los sectores ricos
del campesinado (kulaks) El enfrentamiento habría de decantar en la abolición de la autoridad del
mir, sin prever la legitimidad que esta institución aún detentaba entre el campesinado.

-En este punto F. distingue es sesgo utópico que atraviesa las prácticas políticas del
bolcheviquismo- Habrá de describir a la revolución de octubre en términos como el “golpe de un
partido, no de los soviets”. Estos desempeñaron un papel a nivel local, allí donde la vieja
maquinaria administrativa se había desintegrado por completo.

Cap. IV La NEP y el futuro de la revolución

En esta instancia surge como eje, la necesidad de una nueva política económica en función
de reemplazar el comunismo de guerra. La retirada económica que representó la NEP fue forzada
la necesidad de aplacar a una población no proletaria en medio de una economía destrozada
(concesiones al campesinado, la inteliguentsia y la pequeña burguesía urbana).

En la industria, el programa de nacionalización total fue desplazado por la afluencia del


sector privado, sin por ello suprimir el control por parte del estado de los elementos clave de la
economía.
En este marco se consolida un estado virtualmente unipartidario, renuente al
faccionalismo, y propulsor de la unidad partidaria. Y en tanto la “burocracia” habría de implicar, en
clave de interpretación bolchevique, a la degeneración de la revolución, F. recalca que en tanto
los bolcheviques pretenden llevar a cabo una transformación radical del aparato social, la
concreción de este objetivo, necesariamente comprendía la operatividad de una maquinaria
burocrática, que a nivel local se caracterizó por la continuidad de funcionarios subalternos del
Antiguo Régimen.

La reactivación económica de 1924, hace a la reafirmación del partido en la causa por la


conformación de una identidad proletaria – Leva Lenin- En tanto se sostiene la legitimidad de una
“dictadura proletaria” se promueve el desplazamiento de los obreros hacia tareas administrativas.

Una vez que Stalin asume el liderazgo, las claves para la construcción del socialismo se
transfieren en un plan de desarrollo económico y modernización, en función de erigir una
sociedad industrial moderna. Por tanto, la modernización nacional, no la revolución internacional,
habrá de determinar el objetivo prioritario del partido comunista soviético.

Asimismo, las nuevas prácticas políticas ejercieron un giro sobre las medidas inciales de la
NEP. Dichas transformaciones se concretaron en el primer plan quinquenal de industrialización y
colectivización de la agricultura campesina.

El financiamiento de la industrialización supuso un campo de tensión, pues según la teoría


marxista, la acumulación de capital constituye un requisito previo para la revolución industrial
burguesa. Se perfiló la posibilidad de “extraer del campesinado un ´tributo´ para pagar la
industrialización” con lo cual Rusia debía posponer su industrialización, o bien arriesgarse a un
importante enfrentamiento con el campesinado, vía que habrá de asumir Stalin.

Hobsbawn cap. V La caída del liberalismo

H. habrá de caracterizar a la era de las catástrofes, entre otras cosas, como un claro
retroceso de los regímenes liberales democráticos, inscribiendo las fuerzas que derrocan dichos
regímenes en el nacionalismo, los estados orgánicos (resistencia al individualismo liberal, y a los
avances de los movimientos obreros, nostalgia ideológica de una sociedad feudal, reconocimiento
de cada grupo en función del rol desempeñado en una sociedad orgánica)
Aquello que H. comprende como fascismo, puede caracterizarse en función de unas bases
teóricas accesorias antes que estructurales (movimiento que predica la insuficiencia de la razón y
del racionalismo, y la superioridad del instinto y de la voluntad) Asimismo H. no reconoce en él
una forma concreta de organización estatal. Entre sus principios fundamentales identifica el
nacionalismo, el anticomunismo y el antiliberalismo (impugnación al capitalismo liberal)

A pesar de desenvolverse como un movimiento cuyos pilares rechazan firmemente los


principios de la modernidad ilustrada, en la práctica, este conjunto de creencias tendió a
combinarse con la modernización tecnológica, que en teoría repudiaba.

Como contrapartida de la dificultad por cooptar a los elementos tradicionales de la


sociedad rural, y el antagonismo representado en la clase obrera, las capas medias y bajas fueron
la espina dorsal de estos movimientos, durante todo el período de vigencia del fascismo, en tanto
este pugnó la continuidad del orden social. Así, la amenaza para la sociedad liberal y sus valores
se encarnaba en la derecha, mientras que la amenaza para el orden social radicaba en la izquierda.

H. pone en cuestión la tesis que postula que la reacción de la derecha fue en lo esencial
una respuesta a la izquierda revolucionaria. En principio, porque esta afirmación subestima el
impacto que la primera guerra mundial tuvo sobre un importante segmento de las capas medias y
medias bajas. Asevera, que la reacción derechista no fue una respuesta al bolchevismo como tal,
sino a todos los movimientos (clase obrera organizada) que amenazaban el orden vigente de la
sociedad.

Al indagar sobre por qué esta reacción de la derecha post primera guerra mundial, triunfa
bajo el ropaje del fascismo, H responde que aquello que posibilitó esta victoria fue el hundimiento
de los viejos regímenes y con ello de las clases dirigentes y su maquinaria de poder.

Sintéticamente, detecta las condiciones favorables al ascenso del fascismo en un estado


caduco, cuyos mecanismos de gobierno no funcionaran correctamente; una masa de ciudadanos
desencantados y descontentos (gran inflación-gran depresión); unos movimientos socialistas
fuertes que amenazasen con la revolución social; y un resentimiento nacionalista contra los
tratados de paz.

La superación de la Gran Depresión, en función de una política antiliberal que rechazaba


en principio el libre mercado, se computa como uno de los logros que legitiman el fascismo. Sin
embargo, estas acciones deben comprenderse no en el marco de un régimen radicalizado (que
pretendiese subvertir el orden establecido) sino en términos de un viejo régimen renovado y
revitalizado, una economía capitalista no liberal, cuyo eje apunta a la dinamización del sistema
industrial.

Sin embargo, cabe recalcar, que el fascismo no era la expresión de los intereses del capital
monopolista, pese a que el régimen recrea ciertas condiciones favorables al desarrollo del capital
(suprime a la revolución social, y con ello a los sindicatos y movimientos obreros).

Si bien se reconoce cierta continuidad del fascismo europeo en dirigentes


latinoamericanos (divinización de líderes populistas), la diferencia legítima entre ambos radica en
que mientras los regímenes fascistas europeos aniquilaron los movimientos obreros, los dirigentes
latinoamericanos fueron sus creadores.

Paxton “Anatomía del fascismo”

Paxton plantea la necesidad de desmitificar el imaginario (construido desde adentro) que


exalta el ascenso del fascismo, como una concreta toma del poder por la fuerza (Marcha sobre
Roma).

Habrá de afirmar que, ni Hitler ni Mussolini llegaron al cargo por un Golpe de Estado.
Ninguno de ellos se hizo con el timón por la fuerza, a pesar de que ambos habían utilizado la
fuerza antes de llegar al poder, con el fin de desestabilizar el régimen existente, y ambos habrían
de utilizar la fuerza de nuevo, una vez en el poder, en función de transformar sus gobiernos en
dictaduras. (cargo semiconstitucional- autoridad personal ilimitada)

Por tanto, es asequible como ambos líderes fascistas asumen en el ejercicio legítimo de la
autoridad constitucional, produciéndose estos nombramientos en condiciones de crisis extrema
(crisis que fascismo había instigado).

En este marco, los dirigentes fascistas distinguen la necesidad estratégica de apelar a las
masas, pues estas condiciones de desorden social, se constituyen como el caldo de cultivo que
habría de desembocar en agresiones desmedidas a la propiedad privada, la jerarquía social y
monopolio de la fuerza armada por parte del Estado.
Los fascistas se ofrecían como una nueva receta para gobernar con apoyo popular, pero
sin tener que conciliar su poder con la izquierda (se presentan como la única fuerza no socialista
que podía restaurar el orden) y sin poner en peligro los privilegios económicos y sociales
conservadores, y el dominio político conservador.

Mientras que Paxton releva críticamente el postulado de las teorías instrumentales (que
reducen la historia de la llegada al poder del fascismo a los actos de un solo de grupo de intereses
–capitalistas- negando todo respaldo popular) el autor indaga acerca de qué tipo de espacio
político se abrió en las crisis prefascistas de paralización, avance de la izquierda y consternación
del conservadurismo, que definitiva habilitó que el fascismo detentara ese lugar.

En respuesta, vigencia el desarrollo de este fenómeno en función de ciertas condiciones


específicas, a saber, la quiebra de la legitimidad democrática y parálisis de los regímenes
parlamentarios. Concluye que las crisis del sistema político y económico crearon un espacio
asequible para el fascismo, pero fueron las elecciones de una serie de dirigentes poderosos del
orden establecido las que situaron realmente a los fascistas dentro de ese espacio.

La segunda guerra mundial, arraiga su razón de ser en este movimiento fascista, pues este
supone una puesta en cuestión de los principios ideológicos que sustentaban el modelo político
perpetuado por el capitalismo. Por tanto, lo que estaba en juego no era sólo el equilibrio de poder
entre los estados nacionales que constituían el sistema internacional, sino que el enfrentamiento
se despliega como una “guerra civil ideológica internacional” donde se dirimen las distintas
ideologías. (progreso-reacción)

Hobsbawn “La revolución social (1945-1990)”

H. enuncia la “muerte del campesinado” como el cambio social más drástico y de mayor
alcance de la segunda mitad del s. XX, en tanto determina el límite respecto a un mundo pasado.
Si partimos del pronóstico marxista, que profetiza cómo la industrialización habría de
suprimir al campesinado, esta afirmación adquiere coherencia en el marco de países de
industrialización acelerada; sin embargo el hecho concreto del declive de la población rural en
países “atrasados” tensiona esta afirmación tácita.

Mientras que a grandes rasgos, la mecanización de la agricultura, se tradujo en un


aumento de la productividad (y la consecuente disminución de la mano de obra), esta decadencia
del campesinado en los países “atrasados” se desarrolla como contrapartida de una revolución
agrícola, denominada “revolución verde” (introducción sistemática de nuevas variedades de alto
rendimiento, cultivadas con métodos específicos)

En segunda instancia, tanto la demanda de los consumidores, como la tendencia a la


democratización del conocimiento propiciada por el Estado de bienestar, determina un el auge de
las profesiones (estudios secundarios y superiores), aspiración que en gran medida contempla el
anhelo de la ascensión social.

H. indaga acerca del por qué de la constitución de esta nueva fuerza estudiantil, en tanto
políticamente radicalizada, arguyendo cómo este nuevo colectivo estudiantil carecía de un lugar
concreto al interior de la sociedad, y por tanto de unas estructuras de relación definidas con la
misma.

En tanto esta fuerza radica en la juventud, este segmento etario no asiste a la experiencia
del descontento económico que había caracterizado a las generaciones posteriores, pues los
nuevos tiempos eran los únicos que los jóvenes universitarios conocían. Paradójicamente, el
efecto más inmediato de las revoluciones estudiantiles, será una oleada de huelgas procedentes
de la clase obrera.

En lo que respecta a esta última, el espejismo de su hundimiento, se debió más bien a los
cambios internos que la clase obrera experimenta, así como a las transformaciones que respectan
al proceso de producción, más que a una sangría demográfica. Una era industrial clásica (cadena
de montaje, unidad ciudad- fábrica, clase obrera unida por la segregación residencial y por el lugar
de trabajo en una unidad multicéfala) fue desplaza por lo que se denomina por una era
posindustrial (mosaicos o redes de empresas dispersar por el campo o la ciudad)

En tanto perduraron las condiciones de un proceso de producción clásico, la clase obrera


hubo de autoperpetuarse como unidad, cuyas demandas se traducían inmediatamente en la
actuación colectiva. Y en tanto los espacios privados resultaron inadecuados, la vida del
proletariado se traslada a la esfera de lo público, haciendo de esta asimismo una experiencia
colectiva.

Las nuevas condiciones de la era posfabril, determinan la privatización de la existencia de


este proletariado, conjunto que experimenta un aumento en la capacidad adquisitiva, mejora que
se catapulta al consumo de un mercado de masas, lo que determina en definitiva, que la
experiencia del ocio se repliegue hacia el plano individual. Esto junto con la diversificación étnica,
fruto de las inmigraciones (reacción estatal ante la falta de mano de obra) condujo a la
conformación de un proletariado cuyo contornos delimitados tendieron a difuminarse.

En lo que respecta al rol de la mujer en esta revolución social, H. señala la necesidad de


expandir la óptica de análisis más allá de su relocalización en la esfera de la producción, indagando
acerca del lugar que la mujer detenta en el espacio público.

Hobsbawn “La revolución cultural”

Como eje H señala, la profunda transformación de la distribución básica perpetuada por la


familia nuclear. Habrá de inscribir los móviles de esta crisis de la unidad familiar, en la afluencia de
una cultura juvenil, contestaría de los paradigmas y los valores que fundan no sólo a la familia,
sino al conjunto de la sociedad.

Este grupo incipiente, adquiere autonomía en tanto sustrato social independiente, hecho
que condensa simbólicamente en la encumbración de la figura del héroe (análogo al
romanticismo). Asimismo, esta progresiva autonomía habrá de ser reconocida, en gran medida por
un mercado emergente de bienes de consumo, en tanto este grupo es representativo de una
“masa concentrada de poder adquisitivo”.

La internacionalización hubo de decantar en una cultural juvenil global, que distingue en el


consumo las señas materiales o culturales de una identidad, identidad simultáneamente
conformada a raíz del denominado abismo generacional –concepción de la vida, experiencias y
expectativas-Se describe a esta cultura juvenil en términos de populista (apropiación de la cultura
media-baja) e iconoclasta (ruptura de los límites del comportamiento públicamente aceptable).

La importancia fundamental de estos cambios estriba en que, implícita o explícitamente,


rechazaban la vieja ordenación histórica de las relaciones humanas dentro de la sociedad,
expresadas, sancionadas y simbolizadas por las convenciones y las prohibiciones sociales.

H. distingue a esta revolución cultural como “el triunfo del individuo sobre la sociedad”, la
ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los individuos en el tejido social.-
liberalización social- El desarraigo respecto a estas prácticas e instituciones, como parte del modo
de ordenación social, devino en que la mayor parte de su capacidades estructuración de la vida
social humana se desvaneció, quedando reducidas a meras preferencias individuales.

La familia no sólo comprendía lo que históricamente había constituido –mecanismo de


autoperpetuación- sino también un mecanismo de cooperación social, que en tanto entidad
promotora del “hábito del trabajo”, constituía un patrimonio histórico del capitalismo. Esta
revolución cultural determinó la erosión de dicho patrimonio, y consecuentemente la
incertidumbre acerca de cómo operar sin él.

Hobsbawn “El tercer mundo”

La denominación “tercer mundo” surge en 1952, como categoría operativa de la distinción


de este conjunto, respecto del “primer mundo” –países capitalistas desarrollados- y del “segundo
mundo” –países comunistas-

Si bien H. propone relativizar el término en función de su carácter obsoleto, distingue


aquellas condiciones comunes, que tornan plausible una cierta unidad dentro de la
heterogeneidad

-dentro de sus aspectos constitutivos, estas son descriptas como sociedades pobres en contraste
con el mundo desarrollado, respecto del cual se disponen en una posición de dependencia.

-Estructuradas a través de aparatos estatales que promueven el desarrollo económico, y


renuentes al liberalismo económico – industrialización sistemática a través de la planificación
central o bien la sustitución de importaciones-

-Tendientes al predominio de regímenes militares en función de estados recientes desprovistos de


una tradición de legitimidad.

En los setenta emerge esta imposibilidad de una única categoría por adecuarse a un
conjunto de países de contrastes acusados; En función de esto H. afirma que “el tercer mundo ha
dejado de ser una entidad única”, siendo el aspecto decisivo de esta heterogeneidad, el desarrollo
económico.

El hecho de que parte del tercer mundo emergiera a partir de una industrialización
acelerada, equiparándose a este primer mundo capitalista, en buena medida viene dado por una
nueva división internacional del trabajo, dinámica que supone la desterritorialización del proceso
de producción (traslado en masa de industrias productivas desde las economías industriales de
primera generación hacia el segundo o el tercer mundo) Como contrapartida, emergieron una
serie de países, a los que el eufemismo “en vías de desarrollo” no logró adecuarse, en función de
la patencia de la profundización de la pobreza y el atraso.

Este “gran salto adelante” de la economía mundial capitalista, progresiva vía de


globalización, no sólo generó la disrupción en torno de la noción de tercer mundo, sino que
permitió situar conscientemente a la población íntegra en un mundo moderno, lo que asu vez
supuso una profunda crisis de identidad. -tensión entre los hábitos de la ciudad y los de la
tradición rural-

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