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LUIS DE LA BARREDA SOLÓRZANO

EL JURADO SEDUCIDO
LAS PASIONES ANTE LA JUSTICIA

EDITORIAL PORRÚA
AV. REPÚBLICA ARGENTINA, 15
MÉXICO, 2005

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Al capitán Luis de la Barreda, mi padre

2
No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las
más veces serán sin remedio...

Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable,
sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de
tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque
los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la
misericordia que el de la justicia.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de La Mancha

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN

PRIMERA PARTE
CASOS DE AMOR Y DESAMOR

El jurado seducido
Ningún reloj para amar
La carta misteriosa
Los besos de eros y thanatos
El delito de desear
El impedimento de la infidelidad
La absolución de Gloria Trevi
Nuestras hieródulas de hoy
Divorcio a la española
Ausencias inconsolables

SEGUNDA PARTE
USANZAS CRIMINALES

Violada por orden de un tribunal popular


Sepultadas
La ley de Alá
El precio de una broma
El endriago
Antiguos usos bárbaros
La ley de la turba
La indecencia de cada día
Motivos
Historias de terror

TERCERA PARTE
MORAL, INTIMIDAD Y DERECHO

Aborto por móviles pietistas


Los hijos que Dios mande
El regreso del doctor Frankenstein
Clonación terapéutica
El tabú de la clonación
La sentencia del juez Hedley
Morir en Holanda
La policía bajo las sábanas
Un obispo gay
Una cierta conducta íntima
Pesadillas

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CUARTA PARTE
SOMBRAS... Y UN ATISBO DE LUZ

El crimen, absurdo y enigmático


Asesinos desinteresados
Indecencia
La ley del rayo
Una luz, una hendidura
El caballero de la triste figura

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PRESENTACION

María Moliner entiende que la pasión es sentimiento o inclinación muy violentos que perturban el ánimo,
tal como el amor vehemente, la ira, los celos o un vicio. Las voces que la designan -enumera la erudita
lexicógrafa española en su estupendo Diccionario de uso del español- son acaloramiento, acceso,
acometida, apasionamiento, efervescencia, encendimiento, fuego, gusanera, incendio, llama,
paroxismo, rapto, vehemencia, volcán. Las pasiones son parte esencial de la condición humana,
huéspedes turbulentos de la vida íntima del alma. Podemos negarlas, reprimirlas o encauzarlas, pero
no librarnos de ellas.
William Faulkner observa que la vida es movimiento y el movimiento tiene que ver con lo que
hace moverse al hombre, que es la ambición, el poder, el placer. Spinoza juzga que las pasiones
derivan de nuestra naturaleza pulsional, afectiva, y no podemos eliminarlas porque son necesarias para
vivir y perseverar en nuestro ser. Kierkegaard advierte que la pasión nos alterna y, como un arco tenso,
somos quietud e inquietud, sosiego y tormento, reflexión y frenesí. En su Tratado de las pasiones,
Carlos Gurméndez enlista como tales a la codicia, la envidia, los celos, el orgullo, la humildad, la
ambición, la venganza, la avaricia, el trabajo, la pereza, el amor pasional, el amor paternal, el amor filial
y el odio, y asevera que la pasión está escondida en la morada interior y desde allí, encerrada y oculta,
clama por salir a realizarse. Ernst Jünger sostiene que el hombre no debe ser amigo del sol: debe ser
sol.
En las pasiones suele haber más desconcierto, incertidumbre y zozobra que felicidad, pero sus
fulgores, aunque no nos hagan necesariamente más felices, nos hacen estar más intensamente vivos.
Si faltan, no hay nada sublime en las costumbres, en las obras literarias, en las creaciones artísticas,
pues la virtud se convierte en minucia, dice Diderot, por lo que aconseja que nos entreguemos a ellas
sin temor a perdernos en sus remolinos, ya que siempre nos llevarán a buen puerto, es decir al
cumplimiento personal. De esto último -que las pasiones llevarán siempre a buen puerto- no se puede
estar seguro.
Las pasiones son trágicas. Ninguna convicción religiosa, ninguna norma jurídica, ningún precepto
moral hicieron desistir de su combustión a Francesco y Paola. Aunque ese desafuero les costó estar en
el infierno, ellos no reniegan de su opción vital pues pudieron ejercer su albedrío abrazándose y
abrasándose, y aun en la residencia infernal, entre los tormentos que allí se les infligen, se regodean -
como lo vislumbró Borges- de estar juntos. Ningún consejero matrimonial, ningún psicoanalista elo-
cuente, ningún amigo sensato, ningún tabernero todo oídos y con sentido común hubieran podido
esfumar los celos demenciales que generaron el impulso criminal de Otelo, pero éste tuvo la posibilidad
de actuar como lo hizo o de otro modo. "Los dioses pueden obnubilar la mente del que se dispone a
obrar, provocando su perdición, pero también pueden ser derrotados por la decisión humana", explica
Fernando Savater.
El dominio de las pasiones es un arte mayor, pero son ellas las que con cierta frecuencia
dominan no sólo a los humanos sino a los propios dioses. La mitología griega abunda en excesos
divinos motivados por la debilidad ante la punzada de alguna pasión. Los habitantes del Olimpo sienten
celos, ira, envidia, deseo, y se dejan llevar por esas turbulencias del corazón. El propio Zeus cede
reiteradamente a sus apetitos eróticos a sabiendas de que Hera, su esposa, reaccionará furibunda,
desproporcionada y, toda vez que el blanco de sus venganzas no es su cónyuge sino quienes él elige
para su placer, injustamente.
En determinadas circunstancias pautadas, irrepetibles e irremplazables, las pasiones -que unas
veces nos asemejan a los dioses, otras nos identifican con los demonios y otras más nos emparentan
con las bestias- discurren por cauces que desembocan en los terrenos de la justicia, la cual ha de
pronunciarse valorando la conducta humana que, movida pasionalmente, se da en perjuicio de otro. El
drama está servido.

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La justicia ha de hacerse cargo de los distintos factores que rodean y hacen única la conducta
que se juzga. Tanto los textos legislativos como las resoluciones judiciales o administrativas se
enfrentan al delicado problema de deslindar qué proceder humano amerita ser sancionado.
Específicamente por lo que toca a las sanciones penales, la postura ilustrada -democrática- sólo admite
que se castigue la acción u omisión, -que lesiona o pone en peligro un bien jurídico sin estar amparada
por causa de justificación alguna, siempre y cuando le sea reprochable al autor y se demuestre
plenamente la responsabilidad de éste.
Esa es la materia de las crónicas que pueblan las páginas siguientes. Hay una excepción: en
"Ausencias inconsolables" está ausente el tema de la justicia. Incluyo ese texto arbitrariamente en
homenaje de admiración jubilosa a las parejas protagonistas y a la emocionada reacción que suscitó en
cierta lectora.
Salvo la crónica que da título al libro, que apareció en la revista A pie, las demás se publicaron
en mi columna del diario La Crónica de hoy. Todas aparecieron a lo largo de los últimos tres años. Los
textos de este libro se presentan en cuatro secciones. La primera agrupa casos en los que el amor
apasionado -no lo hay de otra índole: el amor es apasionado o no es tal- y el desamor son los
protagonistas. La segunda sección comprende fenómenos criminales relacionados con usos y
costumbres bárbaros -aberrantes porque cancelan derechos humanos-, tolerados o propiciados por las
autoridades: los crímenes dictados por la misoginia en los regímenes que esclavizan a las mujeres y el
linchamiento aquí mismo, entre nosotros. El tercer apartado contiene asuntos en los que entran en
juego, por un lado, delicadas cuestiones éticas, y, por el otro, el derecho a conducir la vida íntima. La
última parte aborda temas antiguos de eterna actualidad, en los que se alternan el espanto de las
sombras y la esperanza de un atisbo de luz.
A hora reúno esas crónicas aquí -gracias a la hospitalidad de don José Antonio Pérez Porrúa-,
convencido como estoy de que se trata de casos apasionantes y con el afán, tal vez iluso, de salvarlas,
por decirlo con palabras de Thomas Browne, de "la iniquidad del olvido (que) dispersa a ciegas su
amapola y maneja el recuerdo de los hombres sin atenerse a méritos de perpetuidad".

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PRIMERA PARTE
CASOS DE AMOR Y DESAMOR

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EL JURADO SEDUCIDO

Escuchar en el antiguo Colegio de San Ildefonso –uno de los lugares sagrados de la ciudad, dice
Octavio Paz, y entonces lujosa sede de la Preparatoria Uno– a la maestra María Teresa Landa, en su
curso de historia universal, ha sido la experiencia más deliciosa que como alumno he tenido en mi vida.
Era una espléndida narradora que, al exponernos con profunda intensidad episodios dramáticos
protagonizados por importantes figuras históricas, nos remontaba a las épocas correspondientes y nos
hacía estar allí como emocionados y atónitos testigos. Atrapaba desde su llegada al aula la atención de
todos. Yo no me perdía una sola palabra suya. Me tenía con la boca abierta, sin pestañear y con el
corazón latiéndome fuerte. Su vehemencia narrativa crecía cuando los personajes eran femeninos.
Nunca la he olvidado hablándonos con pasión de las vicisitudes vividas por mujeres de sino trágico. Por
encima del contexto social de los acontecimientos, enfatizaba los aspectos psicológicos y las
manifestaciones de la condición humana, esencialmente invariable a través de los tiempos.
La oí conmovido contarnos de las voces de origen divino que ordenaban a Juana de Arco,
humilde campesina de 13 años, liberar Francia del dominio inglés, para lo cual capitaneó un pequeño
ejército que consiguió que los ingleses levantaran el sitio de Orleáns e hizo coronar rey a Carlos II en
Reims antes de ser hecha prisionera, acusada de herejía y condenada a morir en la hoguera. La escu-
ché estremecido hablarnos de los mil días que Ana Bolena resistió como esposa de Enrique VIII antes
de ser decapitada bajo la acusación de adulterio. Me llevó fascinado a los paseos que por los
magníficos jardines del Palacio de Versalles disfrutaba, esplendorosa en su belleza y su elegancia, la
reina María Antonieta sin sospechar que a la vuelta de los días la esperaba la guillotina, a la que se le
condenó infligiéndosele todas las difamaciones, atribuyéndosele todos los vicios, todas las
perversidades, todas las depravaciones, pues, para lacerar a la realeza, la revolución tenía que destruir
a Su Majestad. A su ejecución también acudí, horrorizado, en virtud del poder de la maestra Landa de
trasladarnos en el tiempo y en el espacio. Me recuerdo, después de la primera vez que la maestra nos
habló de María Antonieta, corriendo, ávido, a la librería Porrúa, a unos pasos de la prepa, a comprar la
vibrante biografía que sobre la reina de origen austriaco escribió Stefan Zweig.
Al terminar la clase, sin pensar en que la profesora debía estar exhausta por lo vívido de sus
exposiciones, yo la atosigaba con observaciones, preguntas y referencias que me permitieran prolongar
el placer de aprender de su sabiduría y le demostraran que efectivamente estaba leyendo los libros que
nos recomendaba. Ella siempre me soportó con gentileza, respondiendo a todo lo que yo le decía,
permitiendo que la acompañara a la salida del colegio, escuchándome atentamente. No se quedó en
eso su generosidad: me prestó varios de sus libros que eran verdaderos tesoros. Al devolvérselos me
esmeraba en hacerle comentarios que le parecieran inteligentes. Ella recompensaba mi afán con su
amabilidad indeleble. ¡Ah, la maestra María Teresa Landa, la incomparable maestra María Teresa
Landa!
Entonces yo no sabía nada de la historia que casi 40 años antes le había tocado protagonizar.
Ella era para mí la gran profesora de historia universal. No la veía más que así, y eso era suficiente
para que me tuviera alelado. Era un privilegio ser su alumno. Yo ni siquiera me había preguntado por su
estado civil ni acerca de su pasado. Cuando me enteré de lo sucedido a finales de la década de los
veintes –¿cómo fue que se animó a contármelo, qué momento propicio tuvo que darse para que me
abriera esa puerta?–, la maestra Landa, ya admirable y entrañable, pasó a ser para mí un personaje
legendario Y fascinante.
Estábamos en su casa. Conversábamos de mujeres destacadas de vidas difíciles y lugares
prominentes en la historia. El tema nos apasionaba. Mi bombardeo de preguntas y dudas recibía
respuestas que eran piezas narrativas o ensayísticas de arte mayor. En un momento le dije que cómo
podía saber tanto. Sonrió un instante antes de ponerse seria, dar un trago a su whisky y mirarme a los
ojos abismalmente:

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–– ¿Sabe, De la Barreda? Hay algo en mi vida que ni usted ni sus compañeros de clase se
imaginan. ¿Quiere oírlo?
El episodio fue objeto de una magnífica crónica de Héctor de Mauleón, incluida en su libro El
tiempo repentino (Ediciones Cal y Arena, 2000), elaborada a partir de notas periodísticas. Yo tuve el
privilegio de conocer y disfrutar a la protagonista, y de escuchar de sus labios la historia, es decir, de
estar allí.

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María Teresa Landa fue la primera Señorita México de la historia al ganar, una noche de 1928, el
concurso de belleza auspiciado por el diario Excélsior. La triunfadora –alta y esbelta, las suaves curvas
y los finos huesos armonizando el cuerpo, la piel alabastrina, las sensuales ojeras bajo unos enormes
ojos oscuros y brillantes que derretían lo que miraban, la sonrisa que era reflejo de su luz interior, el
cabello de azabache y seda, el hablar fluido y gracioso, el donaire de los pasos– cautivó a los
escrutadores, quienes desde el primer momento que admiraron su rostro y su silueta en la pasarela
quedaron convencidos de que ninguna otra concursante podía ser la elegida. Al aparecer al día
siguiente sus fotografías en los periódicos, los lectores se demoraban en la deleitosa contemplación de
la imagen. Nadie puso en duda la justicia del triunfo. El país tenía una inmejorable representante de la
hermosura y la gracia de sus mujeres.
En ningún sitio pasaba inadvertida. Por donde andaba atraía las miradas, ya fueran de
delectación, de entusiasmo, de deseo, de envidia, de asombro. La atracción crecía al escucharla, pues
el ingenio y la simpatía signaban sus palabras. Como a todas las mujeres guapas, le gustaba ser vista,
y también le gustaba ver el mundo que la rodeaba, observar las cosas, examinar a la gente, sumergirse
en meditaciones. No había conocido el amor... hasta que se atravesó en su senda, en aquel velorio al
que acudió el 3 de mayo de 1928, el general Moisés Vidal, de 35 años, 17 mayor que ella.

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Él era un hombre difícil –¿qué hombre no lo es para quien lo ama?–, autoritario y rígido, pero no estaba
desprovisto de cierta simpatía o así se lo hizo creer a María Teresa la flecha inapelable de Cupido. Ella
intentaba amoldarse a su carácter, y él, para corresponderle, se quedaba hasta las tres de la
madrugada al pie de la ventana de su novia. La Señorita México llegó a sospechar que lo hacía para
distraer sus insomnios aunque él le juraba que era para demostrarle su constancia y su adoración.
También se las demostraba escribiéndole versos. Eran de calidad mediocre, pero nadie tiene la culpa
de no ser asistido por las musas. Lo importante es que expresaban la pasión que la bella joven
despertaba en el militar.
María Teresa Landa asistió, representando a México, al concurso internacional de belleza
celebrado en Galveston, Estados Unidos. Antes de su partida, el general le hizo prometerle que se
casarían en cuanto ella regresara. El certamen lo ganó una rubia que no tenía los encantos de nuestra
compatriota, pero canchas vemos y árbitros no sabemos. La mexicana conquistó al público y a varios
productores cuyas proposiciones de actuar en Hollywood declinó. La esperaba en su país el
matrimonio.
Sin avisar a sus padres, María Teresa acudió el 24 de septiembre de 1928 al juzgado donde su
prometido tenía todo listo para la boda, incluyendo testigos mendaces. La recién casada tardó varios
días en dar a sus padres la noticia. El padre se enfureció. Molesto e intrigado por la clandestinidad de la
ceremonia, investigó las circunstancias y constató la falsedad de los testigos. No había duda: Moisés
Vidal había jugado chueco. Pero estaba en riesgo el honor de su hija, que en aquellos años exigía el
connubio para toda relación erótica. Entonces empezó a preparar la boda religiosa.
El primero de octubre, María Teresa y Moisés contrajeron matrimonio ante un altar. El padre de
la muchacha no pudo evitar la asociación de ideas: se estaban casando Venus y Marte. Al poco tiempo,
los cónyuges viajaron a Veracruz, donde el general Vidal debía combatir el movimiento de Escobar. Un
hermano cura del general volvió a bendecir la unión y se congratuló de que Moisés se casara con "la
mujer ideal". En julio de 1929 Vidal recibió la orden de regresar a la Ciudad de México. Los esposos se
alegraron.

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La pareja instaló el domicilio conyugal en casa de los padres de María Teresa. Hombre celoso, Moisés
aseguraba así que cuando él saliera ella no se quedase sola. Eran tiempos en que las mujeres no
trabajaban fuera del hogar ni salían sin compañía. Sus horas transcurrían en la morada, quizá no
siempre de forma amena. Ni siquiera se contaba con la televisión, cuyo invento aún estaba lejano. Pero
el amor, la educación y las costumbres propiciaban en las casadas la sumisión al marido.
Ejercitante de sus prejuicios y sus obsesiones, Vidal prohibió terminantemente a su mujer que
hojeara el periódico. Una señora decente no tenía por qué enterarse de los crímenes y demás
indecencias que llenan las páginas de los diarios. María Teresa no quería pelear respondiendo que no
aceptaba la orden y acató la prohibición de dientes para fuera. Era una mujer curiosa del mundo, de la
estirpe de Pandora.
El domingo 25 de agosto de 1929, los padres de María Teresa salieron muy temprano, ella de
compras a La Merced y él a atender la lechería de su propiedad. María Teresa se levantó media hora
después que su esposo. Mientras bebía, enfundada en una bata de seda azul, una taza de chocolate,
vio sobre la mesa el Excélsior. Las ocho columnas de la segunda sección dieron inicio a la pesadilla:
"Acusan de bigamia al esposo de Miss México, María Teresa Landa". El día anterior, otra María Teresa,
de apellido Herrejón, había acudido ante un juez a demostrar que era la legítima esposa de Vidal, con
quien había procreado dos hijas, y a acusar a su marido por adulterio y bigamia. En esos momentos, la
madre de la Señorita México regresó de sus compras. Alcanzó a presenciar cómo su hija, de pie, exigía
una explicación al bígamo, quien, sentado en un sillón, negó que la noticia fuera cierta.

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En abril de 1923 se casaron María Teresa Herrejón y Moisés Vidal. En Cosamaloapan, Veracruz,
establecieron su domicilio conyugal y tuvieron a sus hijas. Vidal acababa de ser ascendido a general.
Viajó a la Ciudad de México a realizar ciertos trámites que demorarían algún tiempo. Dejó a su mujer
encargada con unos de sus hermanos. No le mandaba dinero, pero no la olvidaba: le escribía cartas en
las que le refrendaba sus juramentos de amor. A principios de 1929 las epístolas cesaron. Había
conocido a otra María Teresa, que robó su corazón. Aunque lejos, la cónyuge oyó los rumores y fue a
buscar al ausente. Este ya no se alojaba en el hotel desde el cual había escrito las misivas. La mujer
recurrió a un abogado y demandó a su esposo. Demandado, Vidal buscó a su consorte. El viernes 23
de agosto le pidió perdón, le ofreció el pago de una pensión, le suplicó que retirara los cargos y la
convenció de que aceptara el divorcio voluntario. Le prometió que al día siguiente iría a ver a sus hijas,
a quienes llevaría caramelos y chocolates. La visita prometida no llegó ni el sábado 24 ni después.

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Aquel domingo 25 de agosto de 1929, al levantarse, Moisés Vidal llevó a la sala un libro, una cajetilla de
cigarrillos y su pistola Smith & Wesson que tenía cacha de concha. El arma había quedado sobre una
mesita. María Teresa Landa la vio, se lanzó sobre ella y se apuntó a la sien. Asustado, su marido
intentó incorporarse del sillón.
–– No te me acerques porque te disparo–, rugió María Teresa.
–– ¡Por favor, mi vida, deja esa pistola!–, imploró Vidal.
En ese momento se produjo el primer disparo. El gatillo del arma era muy sensible. Entonces, la
mujer aprisionó la pistola con las dos manos y volvió a disparar, y volvió a disparar... hasta vaciar la
carga en el cuerpo del suplicante. Entonces intentó darse un tiro. Las balas estaban consumidas. Vidal
estaba tirado sangrando profusamente. María Teresa se arrodilló ante ese cuerpo que amaba a pesar
de todo, abrazó a su amado y lo besó. Su elegante bata se tiñó de rojo. Ahora era el padre de la
tiradora el que llegaba a la casa. Su esposa lloraba a gritos. Su yerno yacía sangrante. Se horrorizó al
percatarse del orificio en el pómulo. Su hija, con una prenda azul y roja cubriéndole el hermosísimo
cuerpo, arrodillada ante el hombre mal herido, gritaba enloquecida:
–– ¡Perdóname, mi amor! ¿Qué he hecho? ¡Auxilio! ¡Te amo! ¡No te mueras! ¡Por Dios, no te
mueras!
Todavía intentaron padre e hija llegar a un hospital para salvar al baleado. Se les murió en el
camino.

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Si un juicio penal seguido por un delito grave es siempre dramático, los de aquellos años se prestaban
al más intenso y espectacular dramatismo. Existía en México el jurado popular, cuyos integrantes no
sólo escuchaban planteamientos lógicos y razones jurídicas sino que eran susceptibles a
gesticulaciones, dotes oratorias, golpes sentimentales, y simpatía o antipatía de los testigos y los
inculpados. Y la belleza no requiere argumentos ni justificaciones. Como los colores del alba o del
crepúsculo, no necesita porqués ni paraqués. No tiene que demostrar nada: le basta mostrarse para
producir escalofríos y seducir con su magnificencia. Y María Teresa Landa era tan bella que sólo
mirarla provocaba inquietud.
Un sector de la prensa –especialmente El Nacional– estuvo en su contra, pero Excélsior defendía
a su reina de belleza y la opinión pública tomó partido por la mujer cuya fotografía ocupaba la primera
plana de los periódicos. Vestida de negro, la blancura del rostro hacía un contraste onírico que
acentuaban la oscura mirada abismal y las profundas ojeras. El proceso sacudió al país. La sala de
jurados de la cárcel de Belén fue insuficiente para la cantidad de público que quería estar allí,
presenciar el enjuiciamiento de la Venus mexicana, del ángel caído, de la viuda negra, de la primera
Miss México de la historia. Medio millón de oyentes siguió por la radio los pormenores del juicio. Se
colocaron transmisores en la calle de Humboldt y en Avenida Juárez para que los transeúntes lo
escucharan. La gente se arremolinaba en esos puntos. Vendedores de tortas, refrescos, helados,
muéganos, chicles y chocolates acudían a ofrecer sus productos.
Aunque esos testimonios nada tenían que ver con el suceso materia del juicio, varios testigos
aseveraron que María Teresa y el general pasaban horas encerrados en un cuarto de la calle de Chile
antes de casarse, ¡Santo Cielo! Entre los declarantes, Consuelo Flores afirmó que esos encierros le
eran remunerados a la joven en dinero por su novio. Consciente de que el jurado estaba fascinado por
la acusada, el fiscal Luis Corona pidió, desechando la mínima caballerosidad, que el veredicto no se
viera influenciado por la seda de las medias ni por el rimel de las pestañas de la beldad. No había duda:
esa asesina –como la llamó sin piedad– se declaraba culpable. Además, el acusador ilustró la
indecencia de la acusada mostrando tres fotografías: en la primera, la mujer aparece recostada en una
cama, con el pecho descubierto, fumando sensualmente; en la segunda, un gatito se aproxima a la
fumadora, y en la tercera, el felino, hechizado, busca en esas colinas su alimento. Todavía más: el
representante del Ministerio Público recordó, exagerando, que la uxoricida se había exhibido desnuda
en el concurso de belleza, y remató su actuación leyendo una carta en la que una compañera de
estudios de la Escuela de Odontología –en la que María Teresa inició carrera antes de la boda– se
dirigía a la procesada "con palabras de hombre" celebrando "el gozo de sus besos". Un rumor de
desaprobación al golpe bajo recorrió la sala.
El abogado defensor José María Lozano –gran orador, ex ministro de instrucción pública del
usurpador Victoriano Huerta– llamó a declarar a un testigo clave: el autor teatral Teodocio Montalbán.
Éste contó que preparaba una obra sobre el caso, para lo cual se había allegado datos interesantes. Al
entrevistarla, la testigo Consuelo Flores le reveló que había declarado contra la acusada a petición de
los hermanos del general y motivada por los celos, pues María Teresa le arrebató el amor de Moisés
Vidal: las citas amorosas de la calle de Chile eran una mentira. Un clamor cimbró la sala. El fiscal pidió
que se desestimara la declaración, ya que el testigo no sólo era adicto a la cocaína sino, lo peor,
familiar de la desvergonzada tiple Celia Montalbán. El acusador arremetió contra la inmoralidad de esos
tiempos, subrayó que la mujer mexicana es la que brinda su abnegación y no la que asesina, y solicitó
la condena a la pena capital.
El defensor se tomó cinco horas en su alegato final. Elogió la civilización occidental, en especial
la cultura francesa; rememoró crímenes célebres, sobre todo pasionales; se refirió autoelogiosamente a
su militancia huertista y a su próxima jubilación, y aterrizó caracterizando a su defendida como la
víctima que disparó, en defensa de sus ilusiones, contra quien le infligió deshonor y duelo, movida por
una fuerza moral irresistible ante el temor fundado de un mal inminente .El letrado no precisó cuál era
ese mal.

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Al serle concedido el uso de la palabra por última vez en el juicio, María Teresa Landa sólo dijo,
ante el jurado y el público absortos, que los imperativos de su destino le habían llevado al arrebato de
locura que la hizo destruir su felicidad matando al hombre a quien amaba con delirio. Un aplauso
atronador, interminable, con el público de pie, acogió su intervención.
El jurado absolvió a la acusada. La lectura del fallo fue recibida por una ovación sin fin. La
absuelta fue sacada de la sala en hombros, vitoreada por la multitud. La sentencia no fue bien recibida
en los círculos jurídicos: la conducta de la enjuiciada no encuadraba en ninguna de las justificantes ni
en ninguna de las causas de inculpabilidad previstas por el Código Penal. Fue el fin del jurado popular
en México.

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María Teresa Landa sobrevivió a su esposo 63 años. Nunca volvió a casarse. De Mauleón especula
que esa prolongada soltería "significa que acaso perdonó a Moisés Vidal, y que siguió amándolo". Sé
que sus alumnos de la Prepa Uno, salvo los que tuviesen corazón de piedra, no podíamos sino amarla
al escuchar sus clases muchos años después de aquel juicio.

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NINGÚN RELOJ PARA AMAR

CON TODO EL ARDOR de sus 13 años, Vili Fualaau, estudiante de un colegio de Seattle, Estados
Unidos, se sintió prendado de su maestra Mary Kay Lotourneau, de 34. No es insólito que a la edad del
muchacho, en el umbral de la adolescencia, se sienta atracción por una profesora guapa e inteligente,
que despliega plenamente su sabiduría y su seducción clase a clase y es el centro de atención del
grupo. (Ah, lo sé muy bien: fue mi maestra de historia universal de primero de secundaria –su cabello y
su vestido enlutados, su inquietante lunar cerca de la rodilla, su melancolía de viuda reciente– la
primera mujer que me produjo un fiero sacudimiento cuando yo era incluso menor que Vili). Lo
extraordinario fue que Mary, joven aún pero ya en la madurez, se sintiera asimismo violentamente
atraída por su discípulo. La abismal diferencia de edades y estatus no impidió que la docente y su
educando se hicieran novios asombrando y escandalizando a la comunidad. ¿Por qué una mujer de 34
años y un mozalbete de 13? Es que en el amor, como en todas las cosas cruciales de la vida, es
aplicable el sabio aforismo de Mariana Frenk: ningún reloj te dice tu hora. Vili dejó su virginidad en las
caricias pedagógicas, magistrales de su profesora. Ambos quedaron hechizados. El esposo de Mary la
denunció por abusar de un menor, logró el divorcio y se llevó a Alaska a sus cuatro hijos. La maestra
enamorada fue a prisión embarazada de Vili, Meses después fue liberada con la condición de que no se
acercase a su púber amado. Pero ni ella ni él pudieron ni quisieron renunciar a esa pasión que invadía
sus sueños y ponía fuego en su piel. Sólo 30 días después de la excarcelación, la pareja fue
descubierta de madrugada, amándose como si el mundo fuera a acabarse antes del alba, en el
automóvil de la convicta, que entonces fue condenada a cumplir la pena completa, siete años y medio
de reclusión, pues el delito del que se le declaró culpable era el de "violación estatutaria" en virtud de la
edad de su novio. En la cárcel, Mary dio a luz por segunda ocasión una hija de Vili. La historia de ese
amor contrariado ha dado lugar a varios libros y un telefilme. Hace una semana, tras siete años presa,
Mary, ahora de 42 años, fue puesta en libertad, nuevamente con la exigencia de no establecer contacto
con su ex alumno, que ha cumplido 21. Pero éste, alegando que ya es mayor de edad, ha solicitado al
juez que revoque el condicionamiento y les permita el reencuentro. "No puedo ser feliz sin ella. La
quiero. Fuimos separados sin opción. La gente me empuja a que busque chicas de mi edad. La verdad
es que otras relaciones no me han hecho feliz".
¿Violación estatutaria (o equiparada, como se le llama entre nosotros) por haber correspondido
al amor del muchacho y haberle hecho conocer un paraíso que él no se resigna a perder? Un
muchacho de 13 años comprende ya, aunque no lo haya experimentado, el significado de la unión de
los cuerpos. Es plenamente capaz, habiendo ya sido asaltado por tumefacciones ardientes y cuitadas
así como azoradas humectaciones –síntomas del estallido del deseo–, de enamorarse. La mujer que
estrenó su cuerpo era su maestra y su novia. ¿No es una manera envidiable de perder la castidad,
habida cuenta de que muchos mozalbetes de esa edad la pierden con prostitutas o, en encuentros
ocasionales facilitados por alguna droga, con compañeras de aula que no les inspiran sentimiento
alguno?
El linchamiento moral, el escarnio mediático y la amenaza de largos años de prisión no
doblegaron a Mary, no lograron alejarla de Vili, de quien sólo la cárcel la separó. La prensa más
inmunda, las buenas conciencias, la fiscalía y el infeliz cónyuge la han presentado como corruptora de
menores, como depravada. Ha estado privada de su libertad como una criminal por más de 2,500 días.
Pero Vili no sólo nunca se sintió agraviado (¿no es la ofensa íntima conditio sine qua non en los delitos
de índole sexual?) sino que la sigue esperando, enarbolando su amor contra viento y marea. ¿Por qué
no la olvidó comprometiéndose -como se lo aconsejaron los normales, los convencionales, los
correctos– con muchachas de su edad, muchas de ellas seguramente muy lindas? Porque el puerto
que busca incesantemente el barco del amor no es indistinto sino único e insustituible. Lo explica José

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Ortega y Gasset en uno de sus espléndidos Estudios sobre el amor: "Si es una tontería decir que el
verdadero amor del hombre a la mujer, y viceversa, no tiene nada de sexual, es otra tontería creer que
amor es sexualidad. Entre otros rasgos que los diferencian, hay éste, fundamental, de que el instinto
tiende a ampliar indefinidamente el número de objetos que lo satisfacen, al paso que el amor tiende al
exclusivismo. Esta oposición de tendencias se manifiesta claramente en el hecho de que nada inmunice
tanto al varón para otras atracciones sexuales como el amoroso entusiasmo por una determinada
mujer". (Eso yo lo comprendo muy bien. Me lo explicó Ortega y me lo descubriste tú, amada mía:
presente o ausente, tú, sólo tú despiertas mi erótico y enamorado fervor).
Castigados con excesiva crueldad por amarse, lo menos que puede permitirse a Mary y Vili es
dejarlos disfrutar ahora de su amor.

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LA CARTA MISTERIOSA

"¿Usted niega haber mandado esa carta a la esposa del Presidente?", preguntó el reportero de
Noticieros Televisa, a través de la vía telefónica, a la señora María Regina Aguilar Tremani, ex esposa
de Luis Felipe Villarreal. "Niego –respondió la dama– que ella la haya recibido, y niego que ella se haya
enterado de estas cosas, y niego haber declarado cosas así. Eso es mentira y cuando se presente la
carta van a darse cuenta de la circunstancia". El misterio está servido. La entrevistada niega tres cosas:
que la esposa del Presidente haya recibido la carta y, por lo tanto, que se haya enterado de lo que ésta
dice, y que ella (doña María Regina) haya declarado "cosas así". Sin embargo, no desmiente
expresamente haber escrito y haber enviado la misiva, circunstancia de la que "van a darse cuenta" (¿la
opinión pública?) "cuando se presente la carta" (¿a quién, en dónde?), y asevera que no declaró esas
cosas, pero no dice explícitamente que no las escribió. La Procuraduría General de la República
asegura que ese documento no es la única prueba contra Villarreal, pero éste fue arraigado sólo una
vez que se hizo pública la existencia del texto. El contenido es extraño. La misiva, dirigida a Marta
Sahagún antes de que la hoy Primera Dama contrajese nupcias con el Presidente, dice que la supuesta
suscrita se enteró por voz de su ex esposo de que éste había vendido información bancaria sobre los
Amigos de Fox por la nada módica suma de ¡100 millones de pesos!, lo que pudo hacer porque era
secretario privado de Eduardo Fernández, entonces presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de
Valores, también bajo arraigo. Lo raro radica en que en el momento en que se habría hecho esa
confidencia el supuesto confidente no sólo estaba divorciado de la señora Aguilar sino que ésta le hacía
a su ex cónyuge exigencias patrimoniales a las que él se resistía. ¿No sería absurdo entonces que
Villarreal se jactara, precisamente ante ella, de haber recibido tan elevada cantidad y que le confiara
haber cometido un delito? Los antiguos esposos que quieren eludir sus obligaciones monetarias
respecto de sus ex esposas suelen decirles a éstas que no tienen en qué caerse muertos. El asunto ha
suscitado reacciones críticas de varios distinguidos analistas de la política nacional, que, al comparar la
situación de Fernández y Villarreal con la de los Amigos de Fox, contra ninguno de los cuales se ha
solicitado el arraigo, han señalado que la Procuraduría General de la República no parece estar
actuando con la imparcialidad que es debida en el órgano que monopoliza la acción penal. (Véase, por
ejemplo, el magnífico artículo de Raúl Trejo Delarbre publicado en este mismo diario el 28 de febrero).
El caso me ha hecho evocar una de las grandes novelas mexicanas decimonónicas: Memorias
de un impostor, de Vicente Riva Palacio. La trama se basa en hechos y personas reales del siglo XVII
en la Nueva España. El personaje central es don Guillén de Lampart, nacido en Irlanda y hombre culto
como pocos en esos años, inteligente y seductor. Don Guillén dominaba, el inglés, el griego, el latín, el
castellano, el francés y el alemán; escribía con talento en prosa y verso, y conocía las ciencias físicas,
la teología y el derecho. Encabezaba un grupo clandestino, en el que le llamaban Rey de México, y el
cual se proponía hacer de Anáhuac un reino independiente, objetivo por el que conspiraban sus
miembros, enemigos de la ignorancia y el fanatismo que habían generado persecuciones contra
Copérnico, Galileo y Descartes. Su palabra de reconocimiento era Helios, es decir, el Sol, que significa
vida, luz y libertad. Delatada la conspiración el 26 de octubre de 1642, don Guillén es detenido y llevado
a la cárcel de la Inquisición, de donde escapa el 25 de diciembre de 1650. Se le recaptura días
después, vuelve a la prisión y es quemado vivo en el famoso auto de 19 de noviembre de 1659. Los 17
años de encierro, en una celda húmeda y lóbrega, con alimentación escasa y sin contacto con ser
humano alguno, no lograron deshumanizarlo ni borrar sus sorprendentes dotes intelectuales. La forma
inaudita en que preparó y realizó su fuga, sus ataques al Santo Oficio, su imaginación y su sangre fría,
sus pasquines y sus versos, su actitud de entereza y lucidez durante el Iarguísimo juicio... todo lo hace
un personaje muy atractivo.
En la novela, Riva Palacio agrega al personaje un elemento que aumenta la fascinación que
suscita: las mujeres se enamoraban de él, y él, a su vez, tenía una sorprendente capacidad de amar
simultáneamente a muchas. Le confiesa a su amigo don Diego de Ocaña: "Las amo a todas... no es un

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solo espíritu el que me anima, el que reside dentro de mi cuerpo, porque siento una alma entera,
independiente para cada una de esas mujeres: adoro a cada una de ellas como si fuera mi única
pasión... Y no me digáis que serán caprichos, devaneos, pasiones animales, no; son amor, amor
profundo, verdadero, ideal".
Una de sus cinco novias amadas, doña Inés Villamil, mujer de don Ramiro de Fuensanta, fue
enterada acerca de las otras cuatro por Felipe Méndez, oficial de las tropas del virreinato. Méndez, a
pesar de que su padre había sido salvado por don Guillén, estaba envenenado por la envidia y los celos
que le provocaba que el amor de éste fuera correspondido por la bella doña Inés, a quien deseaba.
Conmocionada por la noticia, la mujer de don Ramiro urdió una venganza terrible: la delación de su
amante ante el Santo Oficio. Toda su vida se arrepintió de su proceder. 17 años después, el día del
auto, al contemplar al condenado rumbo al quemadero, viejo y descarnado por tan largos sufrimientos,
lo vio no obstante de tal manera que don Guillén "comprendió en la mirada de doña Inés que aquella
mujer nunca le había olvidado". Cuando las cenizas que quedaron del cuerpo del irlandés fueron
arrojadas a la acequia, doña Inés se arrojó al agua gritando: "¡La muerte nos une!"
Pero hubo un instante, el que marcó trágicamente el destino de don Guillén, en que el despecho
anidó en el espíritu de aquella distinguida dama. El inmortal Quevedo compara a la mujer despechada
con disparado esmeril, toro herido, fuego que libremente se ha soltado, osa que los hijuelos le han
robado, rayo de pardas nubes escupido, serpiente o áspid con el pie oprimido, león que las prisiones ha
quebrado, caballo volador desenfrenado, águila que le tocan a su nido, espada que la rige loca mano,
pedernal sacudido del acero, pólvora a quien llegó encendida mecha, villano rico con poder tirano,
víbora, cocodrilo, caimán fiero.

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LOS BESOS DE EROS Y THANATOS

Los habitantes de la capital financiera de Alemania estaban aterrados. El recuerdo del 11 de septiembre
de 2001, fecha en que sendos aviones secuestrados por terroristas se estrellaron contra las torres
gemelas de Nueva York, les hacía temer lo peor. La avioneta volaba en círculos alrededor del edificio
del Banco Central Europeo. Al fin, el pirata aéreo reveló el motivo de su conducta. No se trataba de una
protesta anticapitalista ni de manifestación alguna de contenido ideológico. "Estoy volando sobre
Francfort para terminar con mi vida y estar con Judith". Franz Stephan Strambach, estudiante de
psicología de 31 años, se refería a Judith Resník, una astronauta estadounidense que falleció en el
trasbordador Challenger en 1986. "Amo de verdad a Judith. Soy un gran seguidor de ella y espero que
estaremos juntos tras todos estos años", aseguró a la televisión alemana durante su vuelo. El aeropirata
quería morir por amor, para reunirse más allá de la muerte con su amada. Lo más curioso del caso es
que ella nunca lo había visto, y él a ella sólo en la pantalla de televisión y en fotografías. Finalmente, el
enamorado fue persuadido de aterrizar. De inmediato, un juez ordenó su internamiento psiquiátrico.

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Muy temprano, a las 5:30, él volvió a maltratarla: "Ya no me sirves como mujer. Voy a vender la casa y
te largas", le dijo mientras ella ya lavaba ropa en el patio de la casa localizada en la colonia CTM
Aragón, y le escupió la cara. Ella no dijo nada, pero se dirigió a la cocina y regresó junto a su marido.
Silenciosamente, Guillermina enterró el cuchillo en el pecho de Vicente, y antes de que él pudiera
reaccionar se lo clavó una vez más, y todavía otra más. Él cayó al suelo, malherido, y suplicó a la mujer
que llamara una ambulancia. Guillermina sólo se quedó mirando, mientras recordaba 40 años de
maltrato, cómo se le escapaba la vida al acuchillado. Lavó el cuchillo y su delantal, y después tomó
unos tragos de alguna bebida espirituosa para darse valor. Seguía recordando. Era extraño, pero se
sentía tranquila. Entonces fue a entregarse a la agencia investigadora 16 del Ministerio Público.

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A las 2: 30 llegó la pareja al Hotel Gran Sol, de la colonia Tacubaya. Cuatro horas después timbró el
teléfono celular de Luan. El atendió la llamada. Margarita le hizo una escena de celos. Discutieron. De
las palabras pasaron a los golpes. Juan sacó un cuchillo. No se sabe cómo, pero Margarita lo desarmó
y le asestó 10 puñaladas. Juan sintió que perdía el aliento. Logró salir de la habitación, ubicada en el
primer piso, recorrió trastabillando unos metros, bajó tambaleándose la escalera y cayó a un lado de la
recepción. Margarita fue detenida con el cuchillo todavía en la mano. "Se puso muy agresivo y me dio
miedo. Lo único que pensé fue en defenderme", dijo. A los policías que la detuvieron y al agente del
Ministerio Público les asombró que ella pudiera desarmar a su novio. A mí me intriga que éste hubiera
tenido encendido su celular a esa hora, en esa circunstancia, y que llevara consigo un arma blanca, y
que ella le propinara exactamente una decena de cuchilladas –no 9 ni 11, sino precisamente 10– corno
si se tratara de un ritual de homenaje al sistema decimal.

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Carlos Heraldo se enamoró de su vecina Érica desde la infancia, en la colonia Escandón. Ahora, con 31
años de edad, mimaba a su amada, a quien todas las mañanas trasladaba en su taxi a la Secretaría
donde ella trabaja, y a la hijita de ésta. Érica le daba su amistad, pero Carlos Heraldo quería algo más.
Tratando de conquistarla, la llevaba a comer y a pasear, y le regalaba vestidos. Son extrañas las
palabras con las que describe la respuesta de su pretendida: "Trató de corresponderme, pero no pudo
quererme, no quiere quererme". Desesperado, una noche la raptó durante varias horas en un hotel. Ella
no cedió a las súplicas. Al día siguiente, el hasta entonces suplicante, armado con un arma
punzocortante, irrumpió por la azotea en el domicilio de Érica y trató de someterla a su deseo. Ella logró
escapar y dar aviso a la policía. Cuando fueron a detener al pertinaz pretendiente, éste, todavía en la
casa que había allanado, sintiéndose acorralado, saltó por la ventana, a cinco metros del suelo. Fue
levantado casi ileso. Si era extravagante la descripción de las reacciones de Érica ante sus
requerimientos, más exótica aún es la explicación de su propio proceder: "Yo le di todo. Ella tuvo otros
culeros. Nos conocemos desde niños. Yo le conocí todos sus güeyes y ella me conoció todas mis
viejas. Ella es el amor de mi vida".

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El delirio, la lucha entre el instinto erótico y el instinto de muerte, la atracción que degenera en odio, el
encantamiento que deviene en impulso destructivo, la humillación rutinaria que un día dice hasta aquí,
la irracionalidad de las pasiones, la angustia de perderle, el deseo frustrado, el intento de forzarle tras la
seducción fallida, la fascinación ante el abismo, los ímpetus del lado oscuro del alma pretendidamente
incontrolables, el otro yo que no conocíamos... ¿amor, búsqueda del amor, esperanza de hallar el amor,
aguante de todos los agravios en homenaje al recuerdo del amor ido pero que un día glorioso fue? ¿o
sentimientos y pulsiones ajenos al amor, que sólo les sirve de coartada? Freud expuso una apasionante
teoría de la tensión entre eros y thanatos, entre el instinto de vida y el instinto de destrucción que todo
ser humano alberga dentro de sí. En nuestros días, Alberoni entiende que la actitud que permite
controlar la angustia relacionada con la violencia de la vida le da la impresión de que puede dominar
fuerzas que, en cambio, íntimamente sabe que son más poderosas que él. Siglos atrás, Shakespeare,
en Otelo, puso en labios de Yago la siguiente enseñanza: "Si la balanza de nuestras existencias no
tuviera un platillo de razón para equilibrarse con otro de sensualidad, la sangre y bajeza de nuestros
instintos nos llevaría a las consecuencias más absurdas... poseemos la razón para templar nuestros
movimientos de furia, nuestros aguijones carnales, nuestros apetitos sin freno... " Pero el mismo
personaje agrega más adelante: "Es el error de la luna: se acerca a la tierra más de lo deseado y vuelve
a los hombres locos". Como sabemos, Yago obnubiló la razón de Otelo.

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EL DELITO DE DESEAR

AUNQUE usted no lo crea, un humilde pescador del puerto de Dzilam González, Yucatán, se encuentra
preso, sometido a proceso penal en el juzgado octavo de defensa social de Mérida, por enviar cartas de
amor y deseo a una mujer adulta, casada pero separada de su marido. El cargo: ¡ultrajes a la moral
pública! Javier Cituk Cab escribió a su amada Viviana Chan líneas tan románticas como éstas: "Te
quiero mucho, deseo que seas mi mujer porque eres como una estrella que tengo metida en mi
corazón". Asimismo le expresó ciertos arrebatos de la carne que ella le inspiraba (quizá todavía le
inspira, pues la carne, ¡ay!, es hierba): "Te amo, quiero tenerte en mis brazos, hacerte el amor todo el
tiempo". El acusado dice que el padre de Viviana, Manuel Chan, lo extorsionó exigiéndole ¡16 mil
pesos! a cambio de no denunciarlo por las misivas. ¿Cómo puede haber un agente del ministerio
público tan estúpido para ejercitar acción penal por esas epístolas? ¿Qué mentalidad obtusa y perversa
se necesita en un juez para dictar auto de formal prisión por esos escritos? Estamos ante un caso
inaudito. Me gustaría defender ante tal juzgador protervo a ese pescador de apetencias e ilusiones.
¿Qué ultraje a la moral pública puede haber en un escrito enviado a una persona y no publicado? ¿Qué
ofensa existe en expresarle a la anhelada que se le quisiera amar todo el tiempo, afán que sólo Príapo
sería capaz de cumplir pero que es el sueño de los enamorados y hedonistas al encontrar a la única
que puede despertar esa ansiedad?

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EL IMPEDIMENTO DE LA INFIDELIDAD

El proyecto de Código Familiar perpetrado por los diputados panistas de Aguascalientes establece
como impedimento para casarse el adulterio judicialmente comprobado, cometido por alguno de los
pretendientes en un matrimonio anterior, informó el diario Reforma. Una prohibición de tal índole reviste,
por insólita, un interés extraordinario.
En el Antiguo Testamento ninguna conducta como el adulterio es blanco de tanta atención y tan
reiteradas prohibiciones. El séptimo mandamiento del Decálogo, recogido en el Éxodo, lo prohíbe, y el
décimo va aun más lejos: "No desearás la casa ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni nada de cuanto le pertenece" Entre los bienes vedados al deseo se enumera en
primer lugar la casa, antes que la mujer, de otro: se concebía el adulterio como la violación del derecho
de propiedad de un hombre sobre su esposa. El Levítico imponía la pena de muerte a ambos adúlteros,
pero a la mujer se le condenaba en calidad de propiedad usurpada así como un buey era sacrificado
cuando algún varón satisfacía con él sus urgencias sexuales. A los hombres se les permitía tener
relaciones extramaritales con sus esclavas o con prostitutas. El coito con una esclava perteneciente a
otro o con una mujer libre y soltera se conminaba sólo con sanciones simbólicas. Lo realmente vedado
era la mujer del prójimo.
El adulterio fue una obsesión para los legisladores israelitas. El Eclesiástico recomienda evitar
incluso las ocasiones de tentación: "No te sientes nunca junto a mujer casada ni bebas con ella vino en
los banquetes, no sea que se incline hacia ella tu corazón y seas arrastrado a la perdición". Los
Proverbios previenen: "¿Quién andará sobre brasas sin que se le abracen los pies? Así el que se
acerca a la mujer ajena: no saldrá indemne quien la toca". De las extraordinarias mujeres de la Biblia,
las adúlteras resultan especialmente apasionantes: Sara, a quien su marido Abraham, sabiéndola
irresistible, rogó en Egipto que dijera que eran hermanos, no esposos, a fin de que él no fuese
asesinado por los hombres que sin duda la desearían, y a quien el faraón llevó a su palacio
compensando al fraternal cónyuge con innumerables obsequios; Tamar, que sedujo a su propio suegro
tras haber enviudado de dos hijos de éste; la mujer de Putifar, quien perdió los estribos por su siervo
José y no dejó de acosarlo hasta que, ante la resistencia de éste, en una ocasión, trastornada por el
despecho, le arrancó el manto con que se cubría y mostró la prenda como prueba de que había
intentado seducirla; Betsabé, quien al ser espiada bañándose por el rey David lo enloqueció de amor a
tal grado que éste envió a Urías, cónyuge de su amada, al punto más peligroso del frente de guerra,
donde el soldado murió, lo que –disgustado Yahvé– atrajo severos castigos a la pareja.
Salvo en los regímenes confesionales o cuasiconfesionales, el adulterio ha dejado de ser delito.
Turquía tuvo que despenalizarlo en estos días para ser admitida en la Unión Europea. Una empresa
italiana hizo una encuesta sobre las consecuencias del adulterio. Las respuestas de las mujeres fueron
impresionantes: rejuvenecieron las que lo estaban viviendo, y de éstas el 47% cuidó más su aspecto, el
28% recuperó la línea, el 24% observó que su piel se volvía más tersa y luminosa, el 52% se benefició
con mayor equilibrio emocional y el 26% no sintió remordimiento alguno. En El secreto de la infidelidad,
de Ethel Krauze, el narrador descubre que su mujer, Genoveva, le es infiel porque advierte en ella una
metamorfosis espectacular: "olor a gruta submarina... pechos como palomas desperezándose en el
nido... saladas fragancias corporales que había traído consigo untadas como miel en los ondulantes
cabellos... convertida en hada rociaba con su canto las acacias del jardín... más aceitunada, como si se

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hubiera bañado en aceites salvajes... entraba como aguacero de junio... llegaba a la casa y la poblaba
de colores, sonoridades, aromas, vibraciones y humedades... abierta, entera, plena en su naturaleza de
mujer esencial... ".
Ya en el siglo XVIII Beccaria propugnó que dejara de ser delito el adulterio, que nace de
"fortísima atracción" instantánea y misteriosa, semejante a la de la gravedad universal, pues ésta
modifica todos los movimientos de los cuerpos y aquella transforma los del ánimo. Más recientemente,
Borges apuntó con una sonrisa que "en el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación". Quizá
estas apreciaciones no entusiasmen a los legisladores del PAN, pero acaso pudieran comprender que
su función no es la de denegar a un adulto una unión que ellos (los diputados) juzgan indeseable, que
la ley del corazón reclama fueros irrenunciables sobre los textos legales, que una conducta no lesiva de
bien jurídico alguno no debe ser motivo de veto legal, y que los impedimentos que busquen deses-
timular tal conducta quizá hagan cobrar nuevo vigor a la fortísima atracción –por decirlo con palabras de
Beccaria– que la inspira, excitando más vivamente la imaginación y engrandeciendo al objeto del
deseo.

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LA ABSOLUCIÓN DE GLORIA TREVI

Durante años, desde que se inició, los medios de comunicación llenaron infinidad de planas y de
minutos al aire cubriendo el procedimiento penal contra Gloria Trevi y coinculpados. Los dos principales
canales de la televisión mexicana, el 2 y el 13, realizaron varios programas sobre el caso. Se publicaron
libros sobre el tema. Por fin, el pasado martes se dictó la sentencia en el proceso seguido a la cantante
y a María Raquenel Portillo por los delitos de corrupción de menores, rapto y violación, y a Marlene
Calderón por el delito de rapto, cometidos todos ellos en agravio de Karina Yapor. Y, no obstante el
interés sostenido durante tanto tiempo, al llegar la hora de la verdad, es decir la sentencia, ningún
noticiario ni ningún periódico dedicó una sola palabra a las consideraciones que formuló el juez séptimo
de lo penal de Chihuahua, Javier Pineda, para apoyar su resolución. La sentencia fue absolutoria para
las tres acusadas –queda abierto el procedimiento de Sergio Andrade–, lo que la hace aún más
interesante ya que los medios mayoritariamente daban la impresión, al informar sobre el caso y al
analizarlo, de que estaban convencidos de la culpabilidad de las enjuiciadas. Las referencias de los
noticiarios nocturnos del martes (día en que se dictó el fallo) y las notas de los periódicos del miércoles
se refieren a que Gloria estaba muy bella –con un vestido blanco que recordaba al de Marilyn Monroe
en La comezón del séptimo año–, a sus planes, a los casi cinco años que estuvo privada de su libertad
y a otras cosas por el estilo, pero ¡omiten los argumentos del juez! En el informativo con más rating,
Joaquín López Dóriga le pidió a la intérprete que dijera, una vez que el juez la declaró inocente, si en
verdad es inocente... ¡sin mencionar las reflexiones del propio juez! La contraportada de La Jornada
señala que el sentir en Chihuahua es que la resolución "es un balde de agua fría para la justicia"... ¡sin
que el periódico incluya el análisis del juzgador! Si nuestra prensa, así la escrita como la electrónica,
presenta muchas debilidades, sus deficiencias al cubrir los asuntos de justicia son verdaderamente
escandalosas. Y bien, ¿en qué se basó el juez?
Tengamos presente que el proceso se siguió exclusivamente por los delitos cometidos en
agravio de Karina Yapor. Ella, como las demás integrantes del grupo de Sergio Andrade, se unió al
elenco por su voluntad, y, como todas las demás menores, lo hizo con el consentimiento de sus padres.
Karina declaró que Gloria Trevi le aconsejaba tener relaciones sexuales con Sergio, y que en cierta
ocasión María Raquenel Portillo la llevó a una habitación oscura en la que él "le realizó caricias fuera de
lo normal". Empero, no le atribuye participación alguna a ninguna de las acusadas en auxilio de
Andrade cuando tales relaciones –que se extendieron por un período de varios años– llegaron a
realizarse. De las 10 declaraciones de testigos presenciales –todas integrantes del grupo– que examina
el juez, ninguna hace alusión a que Gloria Trevi o María Raquenel Portillo hubieran auxiliado o inducido
a Sergio Andrade a copular con Karina. Una de las declarantes asegura que cuando Karina se hizo
novia de Sergio era como la reina del grupo. Casi todas reconocen haber tenido coitos con Andrade a
solas y en presencia de las demás, y haber participado en actos en los que él yacía con todas ellas
simultáneamente. Algunas –como la propia Karina– cuentan que de esas relaciones quedaron
embarazadas y dieron a luz. Es generalizado el señalamiento de que Gloria Trevi las animaba a que se
hicieran novias y accedieran a las pretensiones sexuales de Sergio, pero nadie le imputa actos de
coacción para orillarlas a aceptar. Una sola señala que Gloria le dio a beber un refresco que la hizo
sentir sueño y quedar semiinconsciente antes de que Andrade tuviera la primera relación sexual con
ella, si bien después tuvo otras estando plenamente lúcida. Todas acusan que fueron víctimas de malos
tratos e incluso de violencia física –cinturonazos– al no obedecer las órdenes de Sergio, pero no aluden
a que esa violencia hubiese sido el medio para que consintieran las relaciones sexuales con él o con el
grupo.
El caso hace pensar en la abismal diferencia que se da entre la información que proporcionan los
medios de comunicación y las constancias que realmente existen en un expediente, en lo delicada que
es la tarea del juzgador y lo importante que resulta que la realice con escrupuloso cuidado, y en la
terrible injusticia que constituye la prisión preventiva, la cual en la actualidad sería posible sustituir en

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casi todos los procesos con la colocación de un brazalete electrónico inamovible en la muñeca del
procesado que impediría su sustracción de la justicia.

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NUESTRAS HIERÓDULAS DE HOY

ENDIKU vivía obstinadamente unido a lo inculto hasta que yació seis días y siete noches con una
hieródula. El estamento sacerdotal estaba formado por estas mujeres, a quienes incumbía administrar
lo divino instruyendo a los jóvenes en el arte amatorio. Aquellas tierras –relata Antonio Escohotado–
prescindían de pedagogos y actores para civilizar a un salvaje: enviaban a una cortesana para que
venciera al hombre con el poder de sus encantos. Ishtar es la hieródula llevada a su más alta expresión,
una deidad erótica. Bajó a la Casa Oscura, donde están retenidos los mortales, con la generosa
intención de rescatar al hombre que dejó tras de sí a su viuda, a las doncellas arrancadas del regazo de
los amantes y al tierno infante desaparecido antes de madurar. La reina de las moradas, su hermana
gemela Ereshkigal, castigó su osadía paralizándola con las sesenta miserias corporales: miseria de los
ojos, de los flancos, del corazón, de los pies, de la cabeza... de todo el cuerpo. Entonces, una
abrasadora sequía se abatió sobre la tierra. El toro ya no se arqueaba sobre la vaca, el asno no
impregnaba a la borrica, el hombre no perseguía a la doncella. Ea, el dios de las aguas, viendo con
dolor que el orden cósmico se había roto, envió a rescatar a Ishtar. Cesó la canícula. El toro volvió a
entusiasmarse por la vaca, el asno por la borrica, el hombre por la doncella. Ríos subterráneos se
derramaron sobre la tierra, que exhalaba los aromas más deliciosos. Por donde Ishtar pasaba en su
regreso a la tierra brotaban árboles de ácido fruto. Los dioses la recibieron emborrachándose con
ambrosía de puro júbilo. Como pago del rescate a su gemela la señora del inframundo, Ishtar envió a su
consorte Dumuzi al reino sin retorno.
Las actuales hieródulas mexicanas observan otras conductas. No se sabe de ninguna que haya
bajado al subsuelo con el noble propósito de devolver a la vida a un mortal. La mujer mira
insinuantemente al desconocido, se humedece los labios y le sostiene la mirada. No pasa mucho sin
que ambos estén en la habitación de un hotel. Las bebidas espirituosas son imprescindibles. Mientras él
bebe, ella pasa al baño a retocarse. Al salir, el narcótico ha hecho sus efectos. Nada de estar seis días
y siete noches con el salvaje para civilizarlo. La seductora toma de inmediato la cartera del seducido,
que duerme un profundo sueño brumoso, y sale del cuarto sigilosamente. Los efectos de las drogas
utilizadas varían según el líquido con que se combinen. Con alcohol el incauto puede viajar, como
Dumuzi, al reino sin retorno. Sólo este año, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal ha
registrado la muerte de diez hombres narcotizados en hoteles de varias delegaciones. Las hieródulas
chilangas de hoy no son como sus antecesoras sumerias. Quizá Juan José Arreola recomendaría a los
solitarios la mucho menos riesgosa lujuria visual: sólo, de vez en cuando, una atenta y encendida
contemplación.

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DIVORCIO A LA ESPAÑOLA

ESPAÑA fue el último país europeo en admitir el divorcio. En 1974, Italia –el otro país del viejo
continente donde no existía– lo consagró en su legislación tras un referéndum en el que, a pesar de la
oposición de El Vaticano, la gran mayoría de ciudadanos se manifestó a favor. La propaganda de
quienes estaban en pro de que la ley acogiese la posibilidad de divorciarse decía: "¿Queréis estar con
Europa o con la España fascista?" Los españoles tuvieron que esperar varios años más. Ahora, el
gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero ha presentado un proyecto revolucionario en el
que la libertad de los consortes es plenamente respetada. A partir de la entrada en vigor de la reforma,
bastará con que cualquiera de los dos quiera el divorcio para que éste proceda. La solicitud, que puede
presentarse una vez transcurridos tres meses de celebradas las nupcias, sólo debe acompañarse de
una propuesta de medidas provisionales para regular los efectos derivados de la separación. Queda
eliminada la exigencia de causas determinadas que implicaban una conducta culpable de uno de los
cónyuges para que el otro pudiera pedir la disolución del vínculo conyugal. Los padres podrán acordar
en el convenio regulador que el ejercicio de la patria potestad se atribuya exclusivamente a uno de ellos
o que cada uno la ejerza compartidamente. El cónyuge que resulte gravemente perjudicado por el
divorcio podrá recibir una pensión, de por vida o temporal, o una cantidad fija. Los autores del proyecto
entienden que la regla general de que los contratos no deben rescindirse sino por mutuo acuerdo no es
aplicable al matrimonio: la reforma parte de la premisa de que nadie debe verse obligado a convivir con
otra persona si no quiere. Isaías Berlín enseña que la "libertad negativa" es la que permite estar libre de
interferencias y coacciones para pensar, expresarse y actuar. El proyecto español respeta hasta las
últimas consecuencias la libertad individual, entendida como la soberanía de un individuo para decidir
su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y su voluntad.

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AUSENCIAS INCONSOLABLES

La reina de Saba –de nombre Bilquis en la tradición yemení, Astarté en la fenicia o Makeda en la
etíope– quedaba fascinada con lo que le contaba Tamrin, jefe de sus caravanas y propietario de 73
embarcaciones y 787 camellos, acerca de Salomón, famoso por reinar con equidad y sabiduría y
porque en esos días estaba construyendo el imponente templo de Jerusalén. Siempre le pedía más
historias de ese admirable monarca. Ella también era admirada por su inteligencia y su belleza. No se
cansaba de escuchar los relatos de Tamrin, gran viajero y gran narrador. La motivaron tanto esas
narraciones que tomó la decisión de ir a conocer al personaje, no obstante que esto implicaba un difícil
viaje desde Saba (reino preislámico que estuvo en territorio de la actual República de Yemen) que
duraría seis meses a través del desierto. Para la reina virgen, mujer inteligente y talentosa, era un reto
intelectual dialogar con un hombre tan sabio, al que admiraba y con quien deseaba intensamente
encontrarse. El encuentro entre ambos monarcas, hace unos tres mil años, es legendario. Aluden a él la
Biblia, el Corán y el Kebra Nagast, el sagrado libro etíope. Salomón también había oído hablar de la
Reina de Saba, según el Corán y la tradición musulmana. La abubilla –ave de plumaje rojizo, con
franjas transversales blancas y negras, y con un gran copete de plumas en la cabeza– le llevó noticias
de esa reina bellísima, joven, inmensamente rica y poderosa, sabia también, pero con un defecto
estético: la frondosa pilosidad de sus sin embargo bien torneadas piernas. Al arribar Bilquis al palacio
de Jerusalén, el rey la recibió en un aposento con suelo de cristal que imitaba el agua de un estanque.
Instintivamente, la reina se alzó la falda y así quedó confirmado el rumor de la abubilla. Pero Salomón la
quería sin imperfección alguna, e hizo fabricar un eficaz ungüento depilatorio de cal apagada y cenizas.
Bilquis permaneció varios meses junto al rey. Disfrutaron de largas y apasionantes conversaciones, de
acertijos y otros juegos de ingenio. La leyenda dice que compartieron algo más, pues hacia el final de la
estancia engendraron un hijo, Menelik, que ella decidió tener en su propio reino, lejos de él. Cuando
partió, Salomón, en un intento por consolarse, tomó a 700 mujeres por esposas y a otras 300 como
concubinas, pero jamás pudo, ni quiso, olvidar a Bilquis. Ironías de la historia: Yemen es el país de
donde proviene la familia de Osama Bin Laden, y las yemeníes actuales van cubiertas de pies a cabeza
por velos negros, ocultan las manos con guantes de ese color, y no tienen permitido hablar con
extranjeros. Pero una vez en esa tierra hubo una reina que habló con uno de los reyes más sabios de
todos los tiempos, a quien cautivó mostrándole su belleza y su talento.

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María Magdalena fue una de las selectas seguidoras femeninas de Jesús –en una época en que la vida
de las mujeres en la sociedad judía quedaba circunscrita a su entorno doméstico tradicional–, estuvo
presente durante su crucifixión, fue según San Juan la primera testigo de su resurrección, y fue la
primera a la que el Maestro le confió el sacerdocio supremo: proclamar el mensaje cristiano. Es la
primera apóstol. Después de que descubre el sepulcro vacío, y mientras llora desconsoladamente, Je-
sús le llama por su nombre. Al reconocerlo, ella le dice: Rabbuní ("maestro mío"), y, llena de alegría,
intenta abrazarlo, pero él la detiene con las palabras Noli me tangere ("no me toques"), y enseguida le
explica que no debe tocarlo pues aún no ha subido al Padre. En su Armonía de los evangelios, San
Agustín afirma que ella sobresalía entre todas las mujeres, y da fe de su gran amor: "Entonces vino
María Magdalena quien, sin lugar a dudas, amaba con más pasión que esas otras mujeres que habían
servido al Señor". Petrarca sostiene que María Magdalena, "apóstol de los apóstoles", fue la mujer que
más amó a Jesús y a la que él más amó. En un martirologio anglosajón de mediados del siglo IX se
asevera que, después de la ascensión de Jesús al cielo, María Magdalena lo añoraba tanto que "ya no
podía mirar a ningún otro hombre", de modo que se fue al desierto y allí vivió" desconocida por todos
los hombres". ¿Y él? Seguramente también la extrañaba pues, según el mismo texto, "cada día,
durante las horas dedicadas a la oración, venían los ángeles y se la llevaban al cielo para nutrirla
espiritualmente, depositándola después en su cueva en las rocas".

Hay presencias en el alma que ni la ausencia física ni el discurrir del tiempo, que borra tantas otras
cosas, logran desvanecer.

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SEGUNDA PARTE
USANZAS CRIMINALES

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VIOLADA POR ORDEN DE UN TRIBUNAL POPULAR

Una maestra de 18 años, Mukthar Mai, de la región paquistaní del Punjab, sufrió la medianoche del
pasado 22 de junio un castigo infrahumano decretado por un tribunal popular tribal. (Los tribunales
populares, o jirgas, no tienen carácter oficial en Pakistán, pero funcionan apoyados por los jefes
tribales). En una casa de barro, entre gritos y carcajadas de cientos de curiosos que aguardaban en el
exterior, fue violada por cuatro hombres. El motivo de la brutal agresión: un hermano de Mukthar, Abdul
Shakoor, de 12 años, fue visto con una mujer de 22, Salma Bibi, de la tribu Mastoi, de una casta
superior. "Rogué y supliqué, pero eran como animales. Uno puso la pistola en mi cabeza; me violaron
uno por uno", relata la maestra. Su hermano Abdul ya había recibido una salvaje paliza a cargo de
familiares de Salma, pero éstos no se dieron por satisfechos con ese castigo y declararon ante el
tribunal popular: "Nuestro honor sólo puede ser reparado si hacemos caer en desgracia a una de las
hermanas del muchacho". Castigar a una mujer por un acto cometido por un miembro masculino de su
familia es una práctica común en algunas zonas del país. A pesar de que Shakoor negó haber tenido
relaciones con Salma Bibi, la jirga ordenó que el jefe de la familia de aquél ofreciera para ser violada a
una de sus hijas. La mayor, Mukhtar Mai, accedió a acompañar a su padre hasta el lugar fijado para
ejecutar la sentencia, pero en todo momento albergó la esperanza de que los hombres –dos hermanos
y un primo de Salma, y uno de los miembros de la jirga– no llegaran a consumarla. "Me arrodillé ante
ellos, lloré, les dije que yo había enseñado el Corán a los niños del pueblo y que no podían castigarme
por un crimen que no había cometido". Pero no hubo compasión.
Ocho miembros de la jirga han sido detenidos. Hasta el momento de escribir esta nota, dos de
los violadores ya fueron capturados y los otros dos están prófugos. El gobierno de Pakistán ha
ordenado que se proceda contra los policías que hayan encubierto o contribuido a silenciar el asunto.
Los oficiales son muy reacios a actuar contra los jirgas y los jefes tribales. La Comisión de Derechos
Humanos paquistaní está convencida de que estos crímenes atroces no podrían ocurrir sin la
connivencia de la policía.
Además del horror y la indignación que me provoca que una mujer haya sido violada cuatro
veces debido a que se imputa a su hermano haber sido observado con una mujer de casta superior, no
puedo dejar de pensar en los intelectuales pretendidamente progresistas que defienden a ultranza los
usos y costumbres de los pueblos, apoyando incluso su consagración legal, con base en una postura
axiológica relativista según la cual no hay unos valores culturales superiores a otros sino que, por
razones de tolerancia, todos son respetables pues responden a peculiaridades históricas, sociológicas y
culturales que hay que comprender. Pero entre comprender y justificar puede haber un abismo. "En la
sociedad tolerante –advierte Fernando Savater–, lo respetado no son las ideas y creencias de las
personas, sino las personas mismas nunca identificadas del todo con sus ideas y creencias". No
merece respeto alguno una norma que acepta que hay seres humanos superiores a otros por su origen
de casta y que para castigar a alguien por un acto es válido arruinar a una mujer inocente de su familia.
Para disfrutar de la tolerancia es preciso renunciar como algo intolerable al ejercicio de la propia
intolerancia. ¿Son aceptables los usos y costumbres populares? No se puede dar una respuesta
absoluta, en bloque. Algunos incluso hay que alentarlos. Pero es preciso que fijemos como límite el de
los derechos humanos, que suponen la ilustración racional de la conciencia, la igualdad democrática
ante la ley, el desapasionamiento del Estado como árbitro neutral en los conflictos confesionales, la
renuncia a la violencia privada, el respeto que a cada cual le es debido, el principio de que ninguna
conducta puede ser castigada sólo porque transgreda creencias religiosas o culturales, la disposición
de que nadie puede sufrir castigo alguno por acciones de otro, etcétera.
Lo diré con toda claridad: un sistema normativo que contempla como sanción la violación –que
es uno de los crímenes más horrendos– o cualquier otra pena cruel, inhumana o degradante; que

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condena a las mujeres por un proceder ajeno; que asume la superioridad natural de un ser humano
sobre otro; que castiga una manifestación consentida de amor, o que establece cualquier pauta lesiva
de la dignidad humana, no merece respeto alguno, y debe ser combatido.

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SEPULTADAS

EUROPA ENTERA se cimbró de indignación y espanto con el asesinato del cineasta y escritor
holandés Theo van Gogh, de 47 años, tataranieto del hermano del genial pintor Vincent van Gogh, y
autor del corto Submission, que trata sobre una mujer musulmana casada a la fuerza, maltratada por su
marido y violada por su tío. Vestida con unos velos negros y otros transparentes, el rostro cubierto, la
protagonista muestra en varias escenas pasajes del Corán tatuados en su cuerpo y huellas de golpes
infligidos por los varones de su familia. Constantemente repite en un monólogo los textos coránicos que
justificarían tales abusos.
Un joven de doble nacionalidad, holandesa y marroquí, vestido con ropa tradicional de
Marruecos, se atravesó al paso de Theo van Gogh, que se dirigía en bicicleta a su oficina, le asestó
varias puñaladas y lo remató a tiros cuando yacía en el suelo. El crimen ocurrió a plena luz de la
mañana en uno de los barrios de Amsterdam con mayor presencia de inmigrantes musulmanes. El
terrible episodio supone no sólo la destrucción alevosa de la vida de un hombre sino, además, un
ataque ignominioso a la libertad de expresión y un ejemplo de los aberrantes extremos a que suele
llegar el fundamentalismo islámico que, no conforme con imponer sus rígidas pautas de conducta en los
países bajo su dominio, es criminalmente intolerante contra quienes se atreven a denunciar u objetar
dichas directrices incluso en los propios países que han brindado hospitalidad a los fundamentalistas.
De los mandatos impuestos por los regímenes fundamentalistas del Islam las principales
damnificadas son las mujeres. Ellas son blanco de castigos por conductas que en los varones no son
punibles, desde los latigazos en Emiratos hasta la lapidación en Nigeria. Recordemos algunos
ominosos ejemplos. En Jordania son frecuentes los asesinatos de mujeres a manos de maridos, padres
o hermanos no dispuestos a permitirles la mínima expresión de libertad. En Bangladesh se arroja ácido
a la cara de las mujeres en aras del honor masculino. En Pakistán, en 2003 una maestra rural fue
condenada por un consejo popular a ser violada por cuatro hombres de casta superior a cuya hermana
se le atribuyó tener relaciones con un hermano de la acusada. El muchacho fue sodomizado, y la
maestra fue violada y arrastrada desnuda por la aldea. (Es de justicia apuntar que en este caso los
agresores fueron llevados a juicio y condenados).
Pero las mujeres no sólo son víctimas de penas atroces por conductas transgresoras de la sharía
–legislación derivada de una interpretación rigorista del Corán y de la recopilación tradicional de los
hadiths o dichos del profeta–. Se les somete también a un estigma y un suplicio ineludibles
estrictamente en razón de su sexo: el burka, Esta prenda, que les veda desde la niñez hasta la muerte
el más mínimo confort en climas de calor asfixiante y les impide ser acariciadas aun por el viento, es,
por decirlo con palabras de Mario Vargas Llosa, la cárcel ambulante que les impide desarrollar
libremente su cuerpo y su mente; el símbolo de su condición ancilar y de su falta de soberanía y
libertad, y el emblema de la cruda y dura Edad Media islámica.
¿Por qué esas mujeres no se han sumado al vigoroso movimiento que en el mundo occidental ha
reivindicado tantos derechos y ha logrado tantas conquistas para su sexo? Sin pretender una respuesta
exhaustiva, no tengo duda de que el temor a los infames castigos inhibe la tentación de rebelarse. En
cambio, las convicciones religiosas no suelen ser decisivas en las mujeres que, al vivir en países donde
no están sujetas a la opresión que han padecido en los suyos y convivir con mujeres no sometidas,
deciden el curso de su vida libremente. La educación juega un papel primordial en este proceso. Sólo
educándose en valores laicos y democráticos se puede salir de la prisión que erigen la ignorancia y el
fanatismo. Por eso es tan lamentable que en Francia, en aplicación de la ley del velo –que prohíbe
asistir a clases llevando "signos religiosos ostensibles"–, se esté expulsando de las escuelas a alumnos
sijs y a estudiantes musulmanas, porque precisamente la enseñanza que ahora se les niega a estos
jóvenes sería la única vía por la que podrían comprender que hay otros modos de vivir distintos del que
les impuso el azar del lugar y la familia en que se meció su cuna.

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LA LEY DE ALÁ

Un tribunal de apelación de Sokoto, Nigeria, está revisando la sentencia impuesta a Safiya Hussaini, de
35 años, que fue condenada a muerte por lapidación como responsable del delito de adulterio. De no
revocarse el veredicto, se enterraría el cuerpo de la condenada a la altura del pecho y se le apedrearía
hasta matarla.
Se trata de una de las condenas más absurdas, misóginas y crueles de la historia. Ella declaró
que fue violada tres veces por un primo casado con dos mujeres. El fallo impugnado asume que la
acusada consintió el coito.
Supongamos que Safiya haya consentido. Es indignante que en pleno siglo XXI la libertad sexual
sea objeto de una condena tan brutal. Supongamos que Safiya haya consentido. ¿A quién ofendió?
Estaba divorciada con anterioridad a los hechos. "Es la Ley de Alá", justifica el fiscal general de Sokoto.
La Ley de Alá, la sharía (lo que está prescrito), es el derecho islámico, cuerpo normativo basado
en el Corán y en la tradición. Se basa en la doctrina de qisas: la venganza por cuenta de la comunidad,
según explican Chris Horrie y Peter Chippindale en su libro What is Islam? (¿Qué es el Islam?).
Supongamos que Safiya haya consentido. El sexismo de la sentencia resulta escandaloso: el hombre
con quien habría cometido el delito se encuentra libre y ni siquiera está acusado no obstante que
primero aceptó haber tenido la relación con su prima, aunque lo negó después, sin que el defensor de
ésta pidiera que compareciese una vez más "para que no pasara vergüenza". En los muchos países
islámicos donde rige la sharía, las mujeres no pueden ser jueces, su testimonio tiene la mitad del valor
probatorio que el de un hombre y su asesinato no se considera delito igual de grave que el de un varón.
Desde 1999, 13 de los 36 estados nigerianos, aquellos en los que los musulmanes son mayoría, han
adoptado una estricta versión de esa doctrina que contradice en aspectos esenciales la legislación
federal del país.
Los quince ministros de la Unión Europea reunidos en la Cumbre de Barcelona pidieron
clemencia a Nigeria. Diversos organismos de derechos humanos emprendieron acciones para salvar la
vida de la mujer. Amnistía Internacional lanzó una campaña en internet bajo el lema Salvemos a Safiya.
Esta organización humanitaria ha declarado:
"Amnistía Internacional no toma postura sobre la religión o sistema legal de ningún país. Sin embargo,
se opone incondicionalmente a la pena de muerte o al uso de flagelación, amputación o lapidación
como formas de castigo, ya que constituyen tortura o trato inhumano o humillante". Detengámonos en
esta declaración. ¿Cómo es posible lógicamente oponerse por un lado a la pena de muerte y a la
flagelación, amputación y lapidación, y por otro lado no tomar postura sobre el sistema legal que
consagra esos castigos? ¿Cómo es posible defender los derechos humanos universales sin condición
de sexo, raza, creencias, etcétera, y no condenar los sistemas legales que los niegan? Amnistía
Internacional ha realizado una admirable labor salvando de prisión injusta y de la pena de muerte a
muchos prisioneros de conciencia. Le deben merecer respeto todas las personas, no todos los
ordenamientos normativos. Éstos deben ser evaluados de acuerdo con pautas axiológicas, y el mejor
parámetro es el de los derechos humanos. ¿Cómo aceptar que en las sociedades donde se ha
impuesto la sharía las mujeres no sean tratadas como personas? Se puede explicar y aun comprender
por qué ocurre así, pero lo que es válido como explicación no lo es necesariamente como justificación o
aceptación. Se trata de responder si una determinada situación es deseable. ¿Alguien podría calificar
de etnocentrista, europeísta o arrogante esta postura? Lo hacen algunos que no corren el menor peligro
de padecer una situación semejante a las de las mujeres del Islam en su propia vida, por ejemplo
ciertos intelectuales metropolitanos o, peor aún, ciertas intelectuales metropolitanas. ¿Es una actitud
congruente? No podemos negar el origen europeo de los derechos humanos, pero tomar partido por su
carácter universal no es asumir una postura eurocentrista. Lo que se defiende no es la superioridad del

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lugar en que fue mecida la cuna de tales derechos sino lo que éstos significan: el catálogo mínimo de
prerrogativas y miramientos mutuos que los seres humanos requieren para su autorrealización.
Es preciso que el mundo salve a Safiya de ser lapidada, y también que logre la abolición de
legislaciones como las que fundamentan esa bárbara condena.

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EL PRECIO DE UNA BROMA

Entre las muchísimas cosas lamentables de los fanatismos, no me parece menor la absoluta falta de
sentido del humor. En Nigeria, varios de cuyos estados se rigen por la sharía o ley islámica, que
contiene preceptos que esclavizan a las mujeres, se iba a celebrar el próximo 7 de diciembre, bajo los
auspicios de la esposa del presidente, el concurso de belleza Miss Mundo. La comunidad musulmana
se opuso afirmando que el espectáculo de mujeres exhibiéndose en traje de baño es "inmoral y
ofensivo". La celebración del concurso dividió al gabinete. Representantes de varios países no
participarían en protesta contra la condena a muerte por lapidación de una mujer por haber concebido
un hijo tras divorciarse. Algunas beldades, en cambio, concursarían para, durante el certamen, expresar
su repudio a la condena. (Ambas actitudes solidarias con la mujer cruelmente condenada, por cierto,
contradicen el cliché según el cual todas las participantes en concursos de belleza son necesariamente
frívolas, vacías e indiferentes a los problemas de los demás). El gobierno ofreció que la sentencia no
sería ejecutada. Además, para calmar a los fanáticos, hizo una concesión: las muchachas no apare-
cerían en traje en baño en la final. Así las cosas, el diario nigeriano This day publicó el comentario de
que, de haber vivido en nuestro tiempo, el profeta Mahoma se hubiera casado con alguna de las
concursantes, dada su belleza. Fue la gota que derramó el vaso. Armados con palos y navajas, miles
de jóvenes musulmanes se lanzaron a las calles incendiando automóviles, atacando a cualquiera que
les parecía cristiano, y gritando "¡Alá es el más grande! ¡Miss Mundo es pecado! ¡Abajo la belleza!" La
violencia no se detuvo ni con la cancelación en suelo nigeriano del concurso, que finalmente se
celebrará en Londres. Más de 200 personas han muerto y más de 11,000 se han visto obligadas a
abandonar sus hogares. La periodista que hizo el comentario, Isioma Daniel, ha tenido que abandonar
el país pues el Estado de Zamfara ha dictado una fatwa –decreto religioso– contra ella de acuerdo con
la cual es obligación de todos los musulmanes, en cualquier lugar del mundo en que se encuentren,
asesinarla. Todo eso por la reacción de quienes se arrogan la representación y la interpretación de los
sentimientos de Dios (Alá) y su profeta (Mahoma). Con lo fácil que era, desde una perspectiva de
tolerancia ilustrada, en lugar de salir a matar y destrozar, simplemente no presenciar el concurso y dejar
de leer ese periódico. Se puede estar a favor o en contra del concurso Miss Mundo, pero en el caso de
Nigeria la oposición de los fanáticos tiene un significado que ha descrito magistralmente el escritor
nigeriano Wole Soyinka, premio nobel de literatura: "Un rostro encantador les hace fantasear, incluso
salivar ante la masa informe que quedará al final de algún ritual de lapidación de la Edad de Piedra".

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EL ENDRIAGO

Diputados y dirigentes de partidos políticos, columnistas y conductores de noticiarios, prelados,


criminólogos profesionales y de ocasión, oficinistas, amas de casa, taxistas, es decir, todo el mundo
coincide en que los linchamientos se deben a que el pueblo –o la sociedad, usted elija el término más
respetable– está harto de tanta delincuencia y de tanta impunidad, y, en consecuencia, indignado ante
los delincuentes a los que una multitud logra atrapar, en lugar de entregarlos a las autoridades, decide
la vía expeditiva de hacerse justicia por propia mano. ¿Quién podría negar que, en efecto, hay
desencanto, enojo, temor e impaciencia ante la criminalidad y la ineficacia oficial para prevenirla y
castigarla? Y, sin embargo, aun el más superficial de los análisis permite escapar del tic repetitivo, del
lugar común vulgar y facilón. Sí, indignan los delitos y la falta de castigo a sus autores, pero esa
indignación no es el verdadero móvil de los linchadores. ¿Se fijaron ustedes en los rostros de quienes
rodeaban los cuerpos, dos de ellos ya sin vida, de los tres jóvenes asaltantes linchados en la
Delegación de Milpa Alta? No enojo, sino diversión; no lamento, sino satisfacción; no ánimo de justicia,
sino de venganza.
¿Justicia? ¿Hubo un juicio popular contra los detenidos? ¿Hay alguna proporción entre su delito
y el castigo que se les infligió? ¿Se trató de causarles un mal que retribuyera su conducta antisocial o
de, al saberlos inermes ante la masa, inferirles el mayor mal posible? Puñetazos, puntapiés,
escupitajos, palos al vientre, a la espalda, al pecho, a las piernas, a los brazos, a la cabeza, a la cara.
¿Qué sintieron los justicieros al ver que las cuencas de los ojos de los ajusticiados se vaciaban, que sus
rostros se iban volviendo cosas informes y sanguinolentas, que sus cuerpos se iban desguazando?
¿Alguno pensó que estaba, junto con los demás participantes, siendo justo? ¿Es que acaso alguno de
ellos pensó siquiera un instante, mientras golpeaba con saña, en la justicia? ¿O más bien era la
oportunidad de sacar a la bestia, al monstruo que habita su alma, con la coartada de hacer justicia, con
la perspectiva de, ante la dificultad de que se precise la autoría de la agresión múltiple, quedar impune?
¿El México profundo, como declaró el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López
Obrador, a propósito de otro linchamiento? No, el endriago oculto en algún espacio sombrío del
corazón, ni tan profundo, pues asoma a la primera oportunidad propicia.
¿Hace falta apuntar algo más para que se entienda la gravedad de que los linchamientos
también queden impunes? Y, por cierto, ¿qué pensar de la tardanza de varias horas de la policía en
llegar al sitio en que se celebraba ese sangriento aquelarre?
La aplicación de la ley suele llevarse a cabo muy insatisfactoriamente, pero las leyes son el mejor
producto –o el menos malo– que los seres humanos hemos ideado para, racional y civilizadamente,
castigar delitos y resolver conflictos ya sea entre particulares, entre gobernantes y gobernados o entre
autoridades diversas.

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ANTIGUOS USOS BÁRBAROS

La inquietante viuda –memorablemente interpretada por Irene Papas en su mejor momento– se dirigía a
misa cuando la multitud, amenazante, la empezó a rodear. Zorba –el papel más entrañable en la
carrera de Anthony Quinn– acertó a defenderla con éxito ante un primer agresor, pero tras su precaria
victoria sobre éste bajó la guardia y, aprovechando su descuido, la mujer fue letalmente apuñalada, con
la aprobación de todos los testigos –las mujeres incluidas–, por otro hombre que salió del grupo hostil.
¿Qué delito ameritaba ese castigo extremo, impuesto sin que siquiera se hiciesen cargos explícitos y se
escuchase a la ajusticiada? La muy deseada viuda había aceptado en su cama al escritor inglés recién
llegado a la comarca después de rechazar a su pretendiente coterráneo, por lo que éste se suicidó. Vi
la película basada en la novela de Nikos Kazantzakis por primera vez en el umbral de mi adolescencia,
y después la he visto muchas veces más, y la escena del apuñalamiento no deja de sacudirme. ¿Con
qué derecho la turbamulta podía disponer de la vida de una mujer cuyo único crimen había sido el de
ejercer su libertad, el de disponer libremente de su cuerpo? Hace unos días, La Crónica de hoy informó
que en julio del año pasado, en San Ildefonso, municipio de Amealco, Querétaro, varias mujeres
otomíes interceptaron a Matilde –nombre ficticio– en la vereda por la que ésta caminaba hacia su
vivienda, y, para castigarla por la supuesta relación con el esposo de una de ellas, la jalonearon, la
golpearon y le untaron o le introdujeron una pasta de chiles en la vagina. Esa clase de castigos se
aplica en el poblado a esa clase de faltas. Son los usos y costumbres del pueblo, objeto de demagogia
pedestre en los discursos políticos y de mistificación celebratoria sin rigor teórico en tesis
antropológicas y tomas de posición de un sector preilustrado de la izquierda. ¡Ah, los hemos escuchado
y leído, algunos con asombro y con brotes de urticaria! Las comunidades autóctonas tienen derecho a
darse sus propias normas, que sólo pueden ser objetadas desde una perspectiva colonialista por
quienes asumen que la cultura occidental es superior a las culturas ancestrales subyugadas por la
dominación social, política y económica… y bla, bla, bla. Esta postura corresponde a lo que Savater
denomina la "etnomanía", que concede la primacía a lo genealógico, lo lingüístico, lo religioso o las
ideologías tradicionalistas –es decir, lo que nos viene impuesto por la cuna, la sangre, la tierra o el
inconsciente– sobre la igualdad constitucional de derechos: la identidad étnica por encima de la
igualdad ciudadana. Con base en pautas culturales premodernas, los derechos individuales se relegan
en aras de la primacía de los derechos colectivos. Esa actitud beata y, bien mirada, caprichosa, es
incompatible con la causa de los derechos humanos. Éstos son un producto del proceso civilizatorio, y
nosotros, los que nos tenemos por civilizados, somos en buena medida producto de esos derechos,
pues no seríamos lo que hemos llegado a ser sin la convicción, traducida en leyes vigentes, de que no
hay razón válida para que se atente contra la dignidad de la persona. El individuo es, en su irrepetible
singularidad, el único sujeto de los derechos humanos, bajo cuya vigencia no necesita comprar la
protección del grupo (o los grupos) a que pertenece al precio de fundirse y anularse dócilmente en él (o
en ellos). La defensa de los derechos humanos implica la aceptación de que no cualquier pauta cultural
es aceptable, de que unas son superiores a otras y de que precisamente esos derechos son el límite
admisible de los usos y costumbres. Siempre será mejor el respeto a la dignidad, la libertad y la
legalidad que el afán de venganza de la tribu; el juicio imparcial con amplias posibilidades de
defenderse que la sanción expedita que prescinde del juicio; las penas moderadas a quienes realmente
afectan bienes imprescindibles para la convivencia pacífica que las penalidades atroces contra los
autores de conductas inocuas para esos bienes; la efectiva igualdad de las mujeres y los hombres ante
la ley que el sometimiento de las mujeres a turbios preceptos discriminatorios fundamentados en mitos
inmemoriales u oscuros prejuicios atávicos. Por las obviedades apuntadas resulta desconcertante y
descorazonador que el ombudsman local pida silencio a La Crónica de hoy, para no ofender al pueblo
sacrosanto, sobre lo acontecido en San Ildefonso.

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LA LEY DE LA TURBA

Lo más doloroso de todo no ha sido el linchamiento de San Juan Ixtayopan, Tláhuac, a pesar de toda
su crueldad y su miseria infrahumana. Lo más patético es que pudo salvarse a los tres policías y, sin
embargo, se permitió que dos de ellos fueran asesinados y otro quedara moribundo, quizá con daños
irreversibles, pues tuvo más peso en los jefes policiacos la negligencia, la pereza o el absoluto
desprecio por la vida de los agredidos, o todo ello junto, que el sentido del deber. ¿Cómo no iba a poder
entrar la policía a rescatarlos si los reporteros, armados sólo con cámaras y micrófonos, pudieron llegar
hasta la escena del crimen, abrirse paso entre la chusma y entrevistar a los maltrechos agentes
federales? ¿Cómo admitir que un grupo de la policía preventiva del Distrito Federal se haya apostado a
un kilómetro del lugar donde ocurrieron los hechos sin intentar detener el nefando crimen pues no
recibió la orden de entrar en acción? ¿Y qué decir de las justificaciones de los jefes? ¿Cómo tomar la
declaración de que cien policías no hubieran podido con mil agresores? ¿Cómo interpretar las
explicaciones (que parecen concebidas para débiles mentales) según las cuales la policía no pudo
llegar a tiempo –sino casi tres horas después– por la distancia y la orografía del lugar donde se
celebraba el aquelarre? ¿Cómo reaccionar ante la excusa de que los helicópteros hubieran tenido
dificultades para aterrizar, podían ser derribados a pedradas y en ellos no podía trasladarse sino un
número reducido de policías? ¿Cómo creer que el titular de la corporación de los agentes linchados
haya dicho que todo iba bien en el momento en que todo el país sabía que uno de ellos ya había
muerto? ¿Cómo no indignarse ante el señalamiento de que se trató de negociar con los agresores?
No se intentó salvar a las víctimas. A sólo 20 minutos de San Juan Ixtayopan se encuentra el cuartel del
Agrupamiento Fuerza de Tarea de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, y la noche de
la barbarie 100 policías se quedaron allí sin actuar. También están cerca de ese barrio los sectores
Zapotitla, Mixquic, Milpa Alta y Tecómitl, y la base de la Policía Ribereña. Se contaba, entonces, con
más de 400 policías preventivos que hubieran podido acudir al rescate. ¿Lo olvidó Marcelo Ebrard?
Unos proyectiles de gas lacrimógeno, una bengala lanzada desde un helicóptero, un buen chorro de
agua, un par de tiros al aire y algunos macanazos probablemente hubiesen bastado. En todo caso,
había que intentarlo. Era el deber jurídico y ético de los jefes. ¿Negociar con los perpetradores del lin-
chamiento? ¡Por Atenea! Se trataba de una agresión antijurídica que ponía en alto riesgo la vida de los
agredidos. La obligación de la autoridad era repeler la agresión haciendo uso, si era preciso, de la
fuerza racional y necesaria, y no suplicar a los agresores embrutecidos, excitados por su propia
brutalidad, que fueran buenos chicos y desistieran de su actitud hacia los inmolados.
Nunca olvidaré las caras y las miradas de esos hombres. Sangrantes, desdentados,
desfallecientes, con partes de la piel arrancadas, los policías fueron entrevistados por los reporteros.
Más que aterrorizados ante la turbamulta que se ensañaba con ellos pero les daba un respiro para que
hablaran ante los micrófonos de las televisoras, los agentes parecían exhaustos. Más que adoloridos
por la paliza inclemente, se les veía abrumados ante la persistencia de la pesadilla. A uno de ellos lo
dejaron telefonear a su corporación, la Policía Federal Preventiva. Con el rostro desfigurado y la
multitud increpándolo, no prescindió de la cortesía: "Buenas noches, señor", saludó antes de implorar el
auxilio que se les negó. Fue un espeluznante ritual de sacrificio humano. "¡Jálenlos de los güevos para
que aprendan los hijos de la chingada!", clamaban voces ebrias de sangre. Los tres sacrificados fueron
apaleados bárbaramente por la masa enardecida. Uno ingresó al hospital en estado de gravedad
extrema. A los otros dos se les asesinó rociándolos de gasolina y prendiéndoles fuego. ¿Qué hicieron
para merecer semejante castigo? Estrictamente cumplían con su deber: investigaban una denuncia
ciudadana sobre narcomenudeo. No fueron sorprendidos cometiendo delito o alguna otra conducta

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reprochable. Unas mujeres propalaron el runrún de que se trataba de robachicos, pero ellos se
identificaron y justificaron su presencia ante el populacho. Ello no obstó para que la muchedumbre,
despojada de toda humanidad, se cebara en ellos infligiéndoles un atroz suplicio, lo que echa por tierra
la repetida patraña de buena conciencia de que quienes participan en linchamientos lo hacen movidos
por su justa indignación ante la magnitud de la delincuencia y la ineficacia de las autoridades para
perseguirla. No hay tal: los linchadores son tan criminales como aquellos delincuentes que han sido
ajusticiados colectivamente, con una agravante: los primeros se escudan en la situación de alevosía (y
a veces de anonimato) que propicia el gentío revuelto.
El desenlace que hoy lamentamos se vino gestando de tiempo atrás. Lo advirtió anticipadamente
la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal cuando la presidía el autor de estas líneas.
Entonces respondió airadamente el subprocurador Álvaro Arceo, y el jefe de gobierno Andrés Manuel
López Obrador balbuceó que había que tener cuidado con el México profundo y los usos y costumbres
populares, que con las tradiciones y las creencias del pueblo más valía no meterse. La falta de
persecución penal de los autores y partícipes de linchamientos anteriores, que constituye una
abdicación por parte del Ministerio Público de las funciones que le asigna la Constitución, estimuló la
reiteración de esos aberrantes crímenes. Es de exigirse que esta vez los graves delitos cometidos no
queden impunes y asimismo que se persiga penalmente a quienes participaron en linchamientos pa-
sados. Sin duda, la averiguación previa sobre el perpetrado el martes debe determinar quiénes son los
presuntos responsables de la agresión –no ha de resultar demasiado difícil pues se cuenta incluso con
material video grabado para sustentar las acusaciones– y también deslindar la presunta responsabilidad
en la que con sus omisiones incurrieron los jefes policiacos que tuvieron la posibilidad de rescatar a los
agredidos. Mientras tanto, no parece elegante que tales jefes continúen en sus cargos.

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LA INDECENCIA DE CADA DÍA

La preocupación de Andrés Manuel López Obrador, jefe de gobierno del Distrito Federal, respecto del
linchamiento de San Juan Ixtayopan, Tláhuac, es que el asunto se politice, es decir, que sea motivo de
críticas a su gobierno tanto porque su procuraduría de justicia no ha perseguido penalmente los delitos
cometidos en los numerosos linchamientos anteriores como porque su policía preventiva no hizo nada
por evitar aquel del martes 23 de noviembre, que ocurría ante sus ojos, a pesar de que tuvo amplias
posibilidades de hacerlo. Él no quiere críticas que disminuyan su popularidad. En su respaldo, la
"Rayuela" –breves líneas anónimas en la contraportada– de La Jornada sentenció: "Linchamiento, lo
que se dice linchamiento, el que ha sufrido el titular". Ya Jesús Silva-Herzog Márquez, con su habitual
lucidez, hizo la crítica demoledora de esa frase abyecta (Reforma, 29 de noviembre). Lo verdadera-
mente grave para el diario afín a un sector del PRD no es la paliza despiadada a tres seres humanos
sorprendidos en cumplimiento de su deber, la muerte en llamas de dos de ellos y la inactividad de la
policía ante los crímenes que todo el país seguía por las pantallas de televisión, sino el cuestionamiento
a quien se define a sí mismo como el rayo de esperanza. Frecuentemente, esa ha sido la postura de
quienes consideran que su misión en la tierra es reemplazar este mundo de iniquidades por un paraíso
de justicia: ¿qué importan las vidas de unos miserables seres humanos –salvo que se trate de
correligionarios– en comparación con la utopía que se busca? Salvar a los policías linchados exigía
disolver a la turba que los molía a palos yeso, en la estúpida visión populista con que se nos gobierna,
podía resultar antipopular. Absurda lógica: rescatar a tres seres humanos de un acto de barbarie
colectiva hubiera sido heroico si entendemos que el único heroísmo admirable es no el que busca
destruir el mundo actual en aras de otro que no existe sino el que preserva o mejora la vida de seres
humanos realmente existentes. Nada hay más sagrado que la vida de un ser humano, más valiosa
siempre que cualquier utopía.
La única reacción decente de un jefe de gobierno ante los hechos macabros que la televisión
había transmitido era la de expresar su dolor por la desgracia de los servidores públicos inmolados y
sus familiares, exigir la renuncia de los jefes policiacos cuya complacencia de horas fue aprovechada
por los linchadores y ordenar a su procurador que desarchivara las indagatorias de los linchamientos
anteriores. Pero al rayo de esperanza sólo le interesaba que su imagen quedara incólume.
Por su parte, el jefe de la policía preventiva capitalina, Marcelo Ebrard, ha querido justificar su
inacción con excusas que ofenden la inteligencia. Empezó explicando que era imposible llegar a tiempo
a detener la atrocidad por la distancia y la orografía del barrio donde se produjo el linchamiento.
Dejemos de lado la minucia de que no le vendría mal al declarante consultar el diccionario, pues
orografía significa disposición de un relieve terrestre. Lo que hay que recordar es que varios reporteros
pudieron llegar hasta las víctimas y parar momentáneamente el linchamiento para entrevistarlas. Lo que
hay que recordar es que a unos pocos minutos del lugar hay un cuartel de un batallón policiaco, que se
quedó esperando la orden de intervenir que nunca llegó. Sólo eso tenía que hacer Ebrard: dar la orden.
Resultaba irrelevante, a efecto de lo único que importaba –a saber, salvar a los policías agredidos–, que
se quedara en su oficina viendo la televisión o que sobrevolara la zona. Pero sus contradicciones
respecto de tal sobrevuelo revelan un cierto talante ético. El miércoles 24 de noviembre aseguró que
sobrevoló todo el tiempo para coordinar las operaciones. El jueves 25 puntualizó que salió en
helicóptero más o menos pasadas las ocho de la noche. Y después de que La Crónica de hoy publicó
los datos de la bitácora, que indican que el funcionario despegó a las 21 horas y bajó del helicóptero a
las 22:35, ejecutó el martes 30 una pirueta explicativa: "Dije pasadas las ocho, pero no dije a qué hora
exactamente".
Un par de noticias hace aumentar la indignación y el espanto: dos agentes de la policía de
Ebrard fueron consignados por su presunta participación en el linchamiento, y su subsecretario Gabriel
Regino, según un informe de la Policía Federal Preventiva, informó al comisionado general de ésta,
mientras el linchamiento continuaba, que los tres agentes agredidos ya habían sido rescatados.

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Cada día revela una nueva indecencia. Es de exigirse que la Procuraduría General de la
República –que pudo intervenir por la calidad de servidores públicos federales de los agentes
linchados– aclare exhaustivamente los hechos en breve y proceda en consecuencia, consignando no
sólo a los autores y los partícipes en los brutales delitos sino también a quienes, teniendo el deber
jurídico y la posibilidad de evitarlos, no intentaron impedirlos.

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MOTIVOS

Dos semanas después de aquel martes de barbarie en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, el presidente
Vicente Fox destituyó a los titulares de las dos policías que estaban obligadas a intervenir en auxilio de
los agentes federales preventivos que en tal ocasión fueron linchados. Ambas remociones eran de
esperarse desde que se supo que los policías inmolados pudieron ser rescatados y, sin embargo, se
permitió su linchamiento. No obstante, el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública del Distrito Federal,
presidido por Fernando Schütte, expresó su "sorpresa y rechazo" por la decisión presidencial,
curiosamente sólo en lo que toca a Marcelo Ebrard –a quien considera "uno de los mejores secretarios
de seguridad pública que hemos tenido" –, y señaló que la decisión del presidente de cesarlo se tomó
"de manera acelerada e imprudente" sin esperar a "conocer las investigaciones que él mismo (el
presidente) mandó a (sic) hacer". Al comparecer ante diputados de la Asamblea Legislativa en lo que
sería su último acto como secretario de seguridad pública, Ebrard volvió a explicar los motivos –
agregando algunos que no había expuesto antes y omitiendo otros– por los cuales no ordenó a su
policía que procurara salvar a los policías victimados: el sitio donde ocurrió el linchamiento es una calle
reducida en la que había más de dos mil personas, lo que dificultaba la incursión policiaca; la mayoría
de los policías del grupo élite Fuerza de Tarea están asignados a la vigilancia de la Delegación Benito
Juárez, por lo que no pudieron intervenir; no hubo información precisa por parte de la Policía Federal
Preventiva sobre la investigación que realizaban sus elementos en la Delegación Tláhuac, y en un lapso
no mayor de 60 minutos la violencia llegó al límite, lo que provocó que la policía preventiva no pudiera
llegar a detener el linchamiento. Diputados perredistas capitalinos y ciertos columnistas afines a un
sector del PRD han manifestado asimismo su inconformidad con la remoción. El propio Ebrard ha
tenido abiertos de par en par los medios de comunicación, en varias ocasiones con entrevistadores a
modo para el despliegue de su defensa. Y, no obstante, en las encuestas realizadas por los diarios
Reforma y Milenio la mayoría de los entrevistados dijo estar de acuerdo con la destitución. El resultado
es interesante porque los encuestados son residentes del Distrito Federal, donde la popularidad del jefe
de gobierno, Andrés Manuel López Obrador, se mantiene elevada. Creo que la respuesta mayoritaria se
debe a que lo que vimos por televisión, contrastado con las declaraciones de los jefes policiacos
excusando su inacción, es suficientemente claro para formarse una idea de la gravedad de lo que pasó
y, sobre todo, de lo que no pasó. Porque, a pesar de lo macabro de lo que sucedió –el linchamiento–,
es aun más miserable lo que no sucedió: la omisión de los altos mandos policiacos que abandonaron a
su suerte a los agentes en desgracia, salvo en el último momento en que un grupo de la Policía Judicial
capitalina (no de la Policía Federal Preventiva ni de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito
Federal, al mando de los jefes ahora destituidos) rescató a uno de ellos.
Las explicaciones de Ebrard no resisten el menor análisis. Es posible que el rescate presentara
ciertas dificultades, pero el deber del jefe policiaco hoy cesado era tratar de llevarlo a cabo, y no lo hizo.
Llegaron hasta el lugar del sacrificio humano a tiempo varios reporteros, sólo provistos de cámaras y
micrófonos, se abrieron paso entre la turba y lograron que el linchamiento se detuviera momentá-
neamente, sin que nadie los agrediera, para entrevistar a los policías sacrificados. Muy cerca del lugar,
a pocos minutos, hay varias bases de fuerzas policiacas de las que no se quiso disponer. Quizá
bastaba conminar con megáfono a los linchadores a que depusieran su actitud advirtiéndoles que se les
estaba filmando y que su conducta podría traerles graves consecuencias. De no ser suficiente la con-
minación, una incursión policiaca –por estrecha que sea la calle, el acceso no era impedido por los
agresores con armas de fuego ni con barricadas ni en forma alguna–acompañada de un par de
proyectiles lacrimógenos, un par de tiros al aire y, tal vez, algunos macanazos, muy probablemente
hubiese detenido el sangriento ritual. Pero –esto es lo grave– ni siquiera se intentó. ¿Y qué decir de las
justificaciones de que no se tenía cabal información sobre lo que investigaban los agentes federales y
de que en menos de 60 minutos la violencia llegó al límite? Para rescatarlos no hacía falta saber qué
comisión desempeñaban los aporreados. Y entre el inicio y la culminación del linchamiento

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transcurrieron, siempre con violencia extrema contra los apaleados, casi tres horas, tiempo suficiente
para llegar a Tláhuac desde cualquier rincón.
Schütte apunta en su desplegado que el presidente Fox se precipitó porque no esperó a que
concluyera la investigación que él mismo había ordenado. Se equivoca. La indagatoria sobre los hechos
es una obligación del Ministerio Público Federal, que no necesita ser ordenada por el presidente, y está
encaminada a deslindar presuntas responsabilidades penales. La remoción de los jefes policiacos no
requería de la conclusión de la averiguación previa, sino tan sólo de que se les perdiera la confianza.
No sólo se las perdió Fox sino, de acuerdo con las encuestas a que se alude en esta nota, la mayoría
de los ciudadanos.

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HISTORIA DE TERROR

Se les linchó no porque se creyera que preparaban secuestros de niños y se ignorara que eran agentes
de la Policía Federal Preventiva (PFP) sino precisamente por serlo. Se les detectó e identificó entre el 8
Y el 9 de noviembre. El 16 se informó en una carta a la jefa delegacional Fátima Mena y al entonces
secretario de seguridad pública Marcelo Ebrard que personas que se hacían pasar como agentes de la
PFP filmaban niños en las calles. El 23 los policías fueron interceptados y retenidos por cuatro
individuos. En ese mismo momento se inició la videograbación. Simultáneamente se propaló el rumor
de que los capturados eran robachicos, no obstante que en Tláhuac no se ha presentado una sola
denuncia de niño robado. En unos instantes se había formado ya una multitud que los rodeaba, pero la
tunda se inició sólo después de que se revisaron y filmaron las credenciales que acreditaban a los
detenidos como agentes preventivos federales. Entre la turba estaban varios elementos de la Secretaría
de Seguridad Pública del Distrito Federal, que contemplaron la paliza sin hacer nada por evitarla. Sin
embargo, alguien reportó a los mandos lo que estaba sucediendo desde antes de las 18 horas. A
Televisa le avisó alguno de los linchadores. Una llamada de auxilio se recibió a las 18:30 en la unidad
sectorial de Mixquic. En sólo diez minutos llegaron seis patrullas con 13 agentes, que no intervinieron.
Un hombre de 64 años increpó por su pasividad a uno de los patrulleros, que le respondió que era
mucha gente la que participaba en la agresión pero ya habían pedido refuerzos. Todo lo hasta aquí
apuntado no es producto de una especulación fantasiosa sino de las pruebas que está recabando la
Procuraduría General de la República. El video –en el que es audible una voz dando instrucciones al
camarógrafo sobre qué imágenes captar– fue hallado en el cateo de la casa de Eduardo Torres, gestor
de vivienda del gobierno del Distrito Federal en la demarcación y firmante de la aludida carta de fecha
16 de noviembre, y su esposa Alicia Zamora alias La Güera o La Gorda, ambos líderes de movimientos
de masas. Los datos sobre solicitudes de auxilio y llegada de las patrullas constan en reportes oficiales.
Desde el primer momento supimos que los altos mandos habían dejado que se linchara a los tres
policías capturados. Lo que no se sabía, aunque pudiera sospecharse, es que varios agentes de la
Secretaría de Seguridad Pública formaron parte de la turbamulta. Lo que no se sabía es que llegaron al
lugar patrulleros que no recibieron la orden de intervenir. Lo que no se sabía es que el linchamiento fue
planificado y que tanto Fátima Mena como Marcelo Ebrard habían sido informados varios días antes de
que se había detectado a personas que se hacían pasar por agentes federales preventivos. Escribió
Borges que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. Nos
encontrarnos ante algo peor: en Tláhuac, aquel martes teñido de sangre ocurrieron cosas que los altos
mandos policiacos no ignoraban, a pesar de lo cual no se tomaron la molestia de intentar detenerlas o
evitarlas. Exhibido el video, el jefe de gobierno del Distrito Federal ha ofrecido una interpretación
inaudita: la presencia en el sitio del crimen de agentes de su policía preventiva demuestra que ésta
llegó a tiempo y trató de que no se inmolara a los federales. Andrés Manuel López Obrador parece no
haber visto en el video la placidez con la que sus agentes observan la escena, y parece haber olvidado
que su jefe policiaco Marcelo Ebrard señaló que su policía no llegó oportunamente por la distancia y la
orografía (sic) de San Juan Ixtayopan. Estamos ante una ofensiva muestra de cinismo.
Tampoco se tomó la molestia nadie en la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal en
atender las tres desesperadas llamadas de auxilio de un empresario que llevaba más de un mes
secuestrado y que en el telefonema proporcionó el domicilio donde lo tenían cautivo. La realidad supera
a la ficción. ¿Ya vieron ustedes, lectores, la película Celular, en la que Kim Basinger consigue desde el
sitio donde está secuestrada hacer una llamada con un teléfono destruido por uno de sus plagiarios?
Pues el empresario de nuestra historia real (La Crónica de hoy, 15 de diciembre) pudo telefonear de un
celular de los secuestradores, quienes no alejaron de la víctima el aparato porque no tenía crédito, sin
saber que el servicio del número de emergencia es gratuito. El plagiado telefoneó al 060 el 27 y el 28 de
noviembre, y el 7 de diciembre, sin que se acudiera a rescatarlo. No fue sino hasta que una joven,
secuestrada en la misma casa, fue liberada y dio datos a la Agencia Federal de Investigaciones, que el
empresario fue rescatado por esta corporación. Entre los plagiarios se detuvo a tres ex agentes de la

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Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, que jamás procuró liberar a quien en tres
ocasiones logró providencial –pero inútilmente– pedir auxilio.
La policía preventiva capitalina es corrupta e incapaz, y está infiltrada en todos sus niveles por
delincuentes. Lo más grave es que tal situación es solapada desde el más alto nivel del gobierno del
Distrito Federal. El presidente Fox, como toda la población, lo sabe. De allí que haya ordenado al nuevo
secretario de seguridad pública, Joel Ortega, rendirle informes mensuales acerca de las acciones que
se estén realizando para empezar a sanear la institución.

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TERCERA PARTE
MORAL, INTIMIDAD Y DERECHO

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ABORTO POR MÓVILES PIETISTAS

No fueron pocos los medios de comunicación que aseveraron bárbaramente en estos días que la
Suprema Corte de Justicia de la Nación había legalizado o despenalizado el aborto en los supuestos de
que el embarazo fuese consecuencia de una violación o de que existiera riesgo de malformaciones en
el producto de la concepción. No hay tal: no corresponde a nuestro máximo tribunal legislar y, por ende,
no podría modificar ni derogar los preceptos legales ni sobre esa ni sobre ninguna otra figura delictiva.
Lo que en realidad sucedió es que el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Verde Ecologista de
México (PVEM) promovieron una controversia constitucional, respecto de la segunda de las citadas
excluyentes de responsabilidad, que la Corte ya ha resuelto declarando que esa adición legislativa no
contraría la Constitución. La primera de esas hipótesis de aborto impune –preñez causada por viola-
ción– estaba ya contemplada en el Código Penal del Distrito Federal desde su entrada en vigencia en
1931, en tanto que la segunda –peligro de malformaciones genéticas o congénitas– fue consagrada
recientemente por el voto mayoritario de la Asamblea Legislativa a partir de la iniciativa de la entonces
jefa de Gobierno Rosario Robles.
La causal (motivo de despenalización) en debate ha sido llamada por la doctrina penal indicación
eugenésica y procede cuando existen razones que justifican la expectación de un defecto fetal somático
o psíquico incurable, debido a la herencia mórbida transmisible de uno o ambos padres o a causa de un
daño ocasionado durante el embarazo. Argentina fue el primer país del mundo que dio cabida en su
legislación a esta indicación, en 1922. Le siguieron Ecuador, Cuba, los países de Europa Central y los
países escandinavos. En los últimos lustros son numerosas las legislaciones que han acogido la causal.
En la actualidad, los conocimientos sobre la herencia genética posibilitan, en un amplio número
de casos, el pronóstico sobre las alteraciones de salud del producto de la concepción y, más aún, el
diagnóstico sobre ellas, en una fase temprana de la preñez, cuando el ser en formación todavía no es
viable.
El régimen nazi abusó de la indicación eugenésica debido a su política racial, basada en el
aberrante axioma de la superioridad de la raza aria. La Ley de Protección de la Raza de 1933 y la
Ordenanza de 1935 admitieron el aborto por tal indicación como preámbulo a la disposición de 9 de
marzo de 1943 por la que se declara la impunidad de la interrupción del embarazo realizada en mujeres
de raza no aria. Esto explica las reticencias ante esa causal de penalistas de la talla de Luis Jiménez de
Asúa. Sin embargo, don Luis entendió más tarde la enorme distancia que hay entre un aborto impuesto
en aras de una malhadada concepción de pureza racial (¡ugh!) y un aborto voluntario que,
prescindiendo en absoluto de esa sinrazón, se realiza con la finalidad básica de evitar sufrimientos y
penas a seres a los que la fortuna niega una vida gozosa y a sus padres. En 1952 Jiménez de Asúa
terminó reconociendo la recta finalidad del aborto con móvil eugenésico, el que debe practicarse,
sostuvo el autor de Libertad de amar y derecho a morir, cuando los conocimientos genéticos señalen la
posibilidad de un ser tarado o enfermo.
Dado que no es una absurda y nefasta pretensión racista lo que subyace como móvil en el
llamado aborto eugenésico, sino el propósito de evitar desdichas a los seres por nacer, sería mejor
hablar de un aborto por móviles pietistas.

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LOS HIJOS QUE DIOS MANDE

SI, EN LUGAR DE LANZAR ANATEMAS con base en los prejuicios inamovibles del fanatismo, la
Iglesia Católica y los grupos antiabortistas realizaran un análisis objetivo sustentado en el sentido
común, tendrían que aplaudir, puestos de pie, la autorización de la Secretaría de Salud de incluir en la
planificación familiar la píldora del día después, método al que se denomina anticoncepción hormonal
postcoito, pues precisamente esa pastillita hará innecesario que muchas mujeres recurran al aborto.
Jorge Palencia, presidente de la Pastoral de Salud de la Archidióceis Primada de México, proclamó que
cada cristiano sabe que cuando va contra la vida él mismo se excluye de la comunión de los creyentes,
es decir, queda excomulgado aunque no haya en su contra un decreto explícito de excomunión.
Palencia no se midió al señalar: "La Iglesia no puede quedar muda ante el genocidio (sic) que se
avecina". El Cardenal Norberto Rivera Carrera fue, también, tajante: "Aunque se llamen
anticonceptivos, producen aborto ya eso se llama asesinato, y no está permitido asesinar a un
inocente". Jorge Serrano Limón, dirigente de Pro Vida, amenaza con movilizaciones en todo el país si
no se da marcha atrás en la autorización. Y, sin embargo, la píldora de emergencia, que puede tomarse
hasta 72 horas después (no por fuerza al día siguiente) de una relación sexual sin protección, impide la
fecundación del óvulo y su implantación en el útero. Sin óvulo fecundado, el aborto es lógicamente
impensable. En la magistral película mexicana de humor negro El esqueleto de la señora Morales,
Arturo de Córdova le aconseja a su esposa Amparo Rivelles que tome una aspirina para librarse de un
fuerte dolor de cabeza que la está atormentando. Ante la respuesta de la mujer en el sentido de que
ese dolor le ha sido enviado por Dios, él le dice que el Todopoderoso quita los dolores a través de la
aspirina pues permitió que los hombres la inventaran. ¿Es razonable sostener que Dios manda hijos no
queridos? ¿No habrá permitido que se idearan los mecanismos anticonceptivos porque no es su
voluntad que nazcan hijos por accidente, sino que éstos sean fruto de proyectos, sueños, amor y
vocación? Facilitar que cada quien decida sobre su capacidad de procreación supone no sólo respetar
la libertad individual en un asunto de tanta importancia sino, sobre todo, defender el interés de todo niño
de nacer de padres que lo quieran.

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EL REGRESO DEL DOCTOR FRANKENSTEIN

Si algunos creían la historia de que había sido clonada una bebé, Eva, por parte de la empresa Clonaid,
difícilmente podrán sostenerse en su creencia una vez que Claude Vorilhon, Rael, líder de la secta que
asegura haber llevado a cabo el proceso "como un primer paso hacia la inmortalidad", ha manifestado
su decisión de no aportar las pruebas que había prometido para acabar con el escepticismo, o la franca
incredulidad, de la comunidad científica internacional.
Rael, quizá aconsejado por el pueblo de Elohim –los extraterrestres que, según narra, le
aseguraron que ellos dieron origen a la especie humana por clonación hace 25,000 años–, encontró un
pretexto: "La mala noticia –dijo– es que hace dos días un juez de Florida firmó un papel que dice que la
bebé Eva debería ser privada de su familia, de su madre", y, entonces, para que tal cosa no ocurra, hay
que mantener en secreto su paradero. ¡Ah, qué coartada! Lo cierto es que ningún juez de Florida, ni de
algún otro lugar, se ha pronunciado sobre el caso. Lo único que hay hasta ahora es una audiencia
prevista para el próximo día 22 en relación con la demanda presentada por un abogado.
Conviene recordar que Rael y su obispa Brigitte Boisselier se habían comprometido a presentar
pruebas de que Eva es una bebé clonada a la semana de su nacimiento. La excusa del líder se formuló
varios días después de transcurrido el plazo. Lo habían advertido los expertos: "En ausencia del menor
dato científico, es preciso extremar el escepticismo, especialmente si consideramos el hecho de que los
raelianos no tienen ninguna credencial investigadora. Ni siquiera han clonado un ratón".
Ahora bien, independientemente de la lucrativa charlatanería de los raelianos, ¿podría en la
actualidad ser clonado un ser humano? Escuchemos a un científico líder en este tema: el especialista
en clonación e ingeniería de tejidos Robert Lanza, vicepresidente de investigación de Massachussets
Advanced Cell Technology (ACT). Esta empresa ocupó, en noviembre de 2001, las primeras páginas de
la prensa mundial con el espectacular anuncio de la primera clonación de un embrión humano, aunque
no debemos olvidar que el experimento fue criticado por muchos expertos que lo consideraban
demasiado preliminar: el embrión había detenido su desarrollo cuando sólo tenía seis células, mucho
antes de alcanzar la fase de blastocisto –ya con más de 100–, la necesaria para obtener células madre
embrionarias, la gran promesa de la medicina regenerativa.
Advierte Lanza: "Dado que la implantación de un embrión cIónico de 4-8 células podría funcionar,
y aunque es claramente inmoral y contrario a la ética científica, existe una posibilidad muy real de que
alguien como los raelianos u otro equipo de granujas clone un bebé en un futuro cercano,
especialmente si tienen recursos y acceso a los suficientes óvulos humanos, Por tanto, no es
aconsejable desestimar esos anuncios, sobre todo si se tiene en cuenta que nosotros obtuvimos
embriones de esa fase después de sólo tres o cuatro intentos, y con un suministro muy escaso de
óvulos".
Esa posibilidad –¡muy real!– presenta dos riesgos graves. En primer lugar, las técnicas de
clonación son aún imperfectas, incluso en animales de experimentación, por lo que ningún científico
podría garantizar un desarrollo normal del embrión; en consecuencia, una clonación reproductiva podría
significar que se engendrara un bebé con graves malformaciones. Por otra parte, la reacción de muchos
países ante grupos como el de los raelianos, u otros afines, podría ser la de prohibir todo tipo de
clonación, incluso la terapéutica, que no va más allá de generar embriones –de pocos días y sin la
finalidad de implantarlos en una mujer para que nazca un bebé– con el objetivo de obtener células
madre, que en el futuro serán sumamente valiosas pues los tejidos que se obtengan de ellas resultarán
genéticamente idénticos a los del paciente y, por tanto, no estarán expuestos al rechazo inmunológico.
Posibilidad muy real, la clonación reproductiva. Lo confirma el "biólogo Richard Schultz, de la
Universidad de Pensilvania, quien ha explicado (Human Reproduction Update, julio de 2002) que los
embriones humanos son asombrosamente rápidos reprogramando su genoma para la vida intrauterina:
lo hacen en su fase de dos células, o antes. Si así es, quizá los embriones que Lanza presentó en la
fase de sólo seis células en 2001, hubieran podido desarrollarse en un útero.

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Parece que presenciamos un filme con mezcla de terror y ciencia ficción, pero la trama está
ocurriendo en la realidad. Así que la clonación de un ser humano acaso sea inminente. Mary Shelley, la
autora de Frankenstein, intuyó –y así lo plasmó en su estremecedor relato– esa tentación de crear un
ser humano por procesos desaconsejables que pueden dar lugar a criaturas deformes y sufrientes.
¿Habrá imaginado que algo similar a su pesadilla a la vera del lago de Ginebra podría un día ocurrir en
el mundo fáctico?

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CLONACIÓN TERAPÉUTICA

Los científicos sudcoreanos Woo Suk Hwang y Shin Yong Moon, de la Universidad de Seúl, lograron
una hazaña extraordinaria al clonar 30 embriones humanos a partir de 242 óvulos donados por 16
voluntarias. El experimento, que contó con el apoyo de la comunidad científica estadounidense, se
presentó en Seattle. La clonación consiste en tomar una célula de una persona, extraerle el núcleo –
que contiene su genoma completo– e introducirlo en un óvulo de una donante previamente privado de
su núcleo. (En los ensayos del equipo de Corea del Sur, el núcleo y el óvulo pertenecen a la misma
donante. La técnica no funcionó usando cada elemento de una donante distinta ni cuando el donante
del núcleo fue un hombre). Los embriones se desarrollaron durante una o dos semanas hasta la fase
denominada de blastocisto, de 100 a 200 células. Entonces fueron destruidos para lograr, por primera
vez, líneas de células madre embrionarias de origen clónico capaces de diferenciarse en distintos
tejidos del cuerpo humano. La consecución de células de cualquier tipo con la dotación genética del
paciente es una revolución que abre un enorme horizonte a la medicina regenerativa: el trasplante de
tejidos u órganos sin riesgo de rechazo inmunológico. Cuando los científicos transformen las células
madre de manera fiable en los diversos tejidos que forman el cuerpo –lo que tardará aún varios años–,
será una realidad la medicina regenerativa, en la que se sustituirán las partes dañadas de un órgano
por otras nuevas generadas en el laboratorio. Para ello hay que resolver dos problemas: idear una
receta para guiar las células madre por la ruta de desarrollo exacta, y garantizar que todas las células
resultantes estén diferenciadas porque si queda alguna sin diferenciar es probable que al trasplantarla
genere cáncer. El único precedente de clonación humana fue un experimento de 2001, llevado a cabo
por investigadores estadounidenses, que no logró pasar de una fase muy inicial de desarrollo
embrionario. Con su ensayo en humanos, el equipo de Hwang y Moon ha dado un paso trascendental
respecto de experimentos anteriores realizados en animales, y demuestra en los hechos lo que hasta
hoy era posible sólo en la teoría. En algunos años –¿aproximadamente una década?– podrían curarse
enfermedades del riñón, diabetes, alzheimer y parkinson; revertirse lesiones celulares, y generarse
tejido cardiaco y vasos sanguíneos para restaurar corazones infartados. Estoy hablando de la clonación
terapéutica, que, a diferencia de la reproductiva –no admitida en país alguno ni por científicos respeta-
bles–, no se propone la réplica de seres humanos sino fines curativos. La desaprobación de hacer
clones humanos con fines reproductivos es universal. En cuanto a la clonación terapéutica, está
permitida, o al menos no expresamente prohibida, en Reino Unido, Bélgica, Corea del Sur, China,
Singapur, Israel y Estados Unidos. En ella, se crea un cigoto que reemplaza el núcleo de una célula,
como ocurriría en la clonación reproductiva, pero el embrión creado no se implanta en el útero de la
mujer para dar lugar a un bebé, sino que se obtienen, en la fase de blastocisto, células troncales
utilizables para curar. La inmensa mayoría de países –salvo los enumerados– prohíben también la
clonación terapéutica, que en muchos de ellos, como en el nuestro, incluso está tipificada como delito.
Seguramente, nuestros legisladores, como los de la mayor parte del mundo, consideraron,
influidos por creencias religiosas, que el óvulo fecundado es ya una persona y que, por tanto, resulta
inaceptable que se le utilice como mero instrumento al servicio de otro. ¿Es razonable ese punto de
vista? Los embriones humanos en el estadio de blastocisto –preembriones les llaman algunos
científicos– son bolitas minúsculas, más pequeñas que la cabeza de un alfiler, sin capacidad alguna de
sentir y, si no son implantados en el útero, sin posibilidad alguna de llegar a constituirse en seres
humanos ni en embriones en fases más avanzadas. El más grande teólogo de todos los tiempos, Santo
Tomás de Aquino, escribió en su admirable Suma Teológica: "... es bien notorio que no es alma
cualquier principio de operación vital, pues en tal caso sería alma el ojo, que es cierto principio de la
visión, y lo mismo pudiera decirse de los demás instrumentos del alma". Por amor a la vida, parece
éticamente defendible seguir explorando, con todo tipo de precauciones y escrupulosamente, las
técnicas de clonación con fines terapéuticos, las cuales brindarán a muchos pacientes la posibilidad de
librarse de enfermedades que hoy aniquilan el milagro de vivir o menguan su plenitud.

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EL TABÚ DE LA CLONACIÓN

Los diputados federales del PAN y la Arquidiócesis Primada de México manifestaron su total rechazo a
la clonación terapéutica a propósito de que Luis Ernesto Derbez, secretario de relaciones exteriores,
expresó que México adoptaría una posición conciliadora ante la Asamblea General de la Organización
de las Naciones Unidas, que discutió durante dos días el tema sin llegar a un acuerdo. La propuesta de
Bélgica abría la posibilidad de aceptar la clonación con fines terapéuticos, en tanto que la de Costa Rica
se pronunciaba por la prohibición absoluta. Los legisladores del partido en el poder sostienen que el
compromiso humanista del gobierno de Vicente Fox supone una indeclinable protección a la vida que
no admite excepciones. La Arquidiócesis coincide con ese grupo parlamentario: opina que toda
clonación de embriones humanos, incluso la terapéutica, es gravemente inmoral, ya que no es lícito
pretender mejorar la calidad de vida de algunos a costa de la manipulación y muerte de otros. Esta
postura se basa en la creencia de que un óvulo humano fecundado es un ser humano con todos los
derechos inherentes a esa condición.
No es fácil que la razón se abra paso en asuntos en que no sólo el dogma, la pasión y los
prejuicios sino incluso los vocablos constituyen armaduras contra los argumentos. Así pues, para un
análisis racional quizá convenga empezar por la terminología, pues no ayuda que para dos
procedimientos distintos, con finalidades asaz diversas, se emplee la misma palabra, clonación. La
clonación reproductiva, que pretendería replicar seres humanos, es recusada por toda la comunidad
científica. A la terapéutica debe asignársele otra denominación. Bernat Soria, director del Instituto de
Biotecnología de la Universidad Miguel Hernández, de España, propone que se le llame transferencia
nuclear con fines terapéuticos, que, aunque es la técnica que se usa para clonar, igualmente se utiliza
para otros objetivos de suma importancia en la investigación biomédica.
El primero es la terapia celular, en la que se sustituyen los tejidos enfermos o dañados por otros
cultivados en laboratorio. Así se realizan los trasplantes de médula ósea, que sirven para el tratamiento
de la leucemia y otras enfermedades graves. Se hacen con médula de donantes, lo que obliga al
receptor a tomar fármacos inmunosupresores de por vida. Estos medicamentos atenúan el rechazo
inmunológico pero bajan las defensas y tienen efectos secundarios. Es prácticamente imposible hallar
un donante totalmente compatible porque hay más de 300,000 tipos de compatibilidad distintos. La
transferencia nuclear permitiría que se tomara una célula de la piel del paciente, se le extrajera el
núcleo –que contiene el genoma completo– y se le introdujera en un óvulo privado de su propio núcleo.
El embrión resultante, que se desarrolla solamente una o dos semanas, sería fuente de células madre,
las cuales podrían transformarse en médula ósea y trasplantarse al paciente. La compatibilidad sería
total.
La transferencia nuclear también es una herramienta de gran valor para el estudio del cáncer.
Muchas clases de cáncer no se deben a la mutación de los genes sino a que éstos se han inactivado
por factores externos (epigenéticos) al ADN. La técnica de tomar el núcleo de una célula cancerosa e
introducirlo en un óvulo aportaría información crucial sobre las causas de los diferentes cánceres.
Asimismo, la transferencia nuclear, y la subsiguiente obtención de células madre, constituiría un
instrumento de inapreciable valor para estudiar aspectos básicos de la biología humana. Numerosos
experimentos que no pueden realizarse en una persona podrían hacerse en las células madre, incluida
una buena parte de los ensayos de nuevos medicamentos y de los efectos que un fármaco produce
sobre personas de distinta composición genética.
¿Esos impresionantes avances se darían a costa de la destrucción de un ser humano (el
embrión), como pretenden la Iglesia católica y sectores afines a ésta? Veamos. Un embrión de dos
semanas es una minúscula bola de células sin el más mínimo vestigio de sistema nervioso, ya no diga-
mos de cerebro. En condiciones naturales, 75% de estos embriones se pierden en el útero. La
fecundación de un óvulo no produce un genoma humano y, por tanto, un ser humano en proyecto. El

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óvulo fecundado tiene un genoma y medio. Una célula de la piel tiene un genoma completo, y las
matamos por miles al rascarnos. ¿Pensará usted en eso, amigo lector, la próxima vez que tenga
comezón? ¿Lo tendrán en mente los diputados panistas y el Cardenal Norberto Rivera, que preside la
Arquidiócesis? Y si así es, ¿se abstendrán de rascarse?

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LA SENTENCIA DEL JUEZ HEDLEY

El juez británico Mark Hedley resolvió que los médicos de la seguridad social de Portsmouth no están
obligados a prolongar artificialmente la vida a Charlotte Wyatt, una bebé de 11 meses con irreversibles
daños pulmonares, cardiacos y cerebrales, ciega, sorda e incapaz de cualquier respuesta o movimiento
voluntario. Los doctores solicitaron autorización para no tener que aplicar la ventilación asistida a la
bebé en su próxima crisis respiratoria pues sólo serviría para prolongar el sufrimiento de una niña que
nació prematuramente con medio kilo de peso y sin posibilidades de supervivencia. Los padres, de
sólidas creencias cristianas, se han negado a dejarla morir aferrándose a su fe en la providencia y
convencidos de que la resistencia de la pequeña es la de una luchadora. El juez Hedley, también de
profunda fe religiosa, se ha visto precisado a resolver casos de dramático contenido ético. Es famosa su
sentencia acerca del derecho a la paternidad de un hombre infértil cuya ex mujer se embarazó tras un
tratamiento de inseminación artificial de un donante anónimo. El juzgador consideró que el ex marido
debía ser considerado padre legal del niño pues había consentido en el tratamiento. El caso que ahora
ha resuelto es más delicado. Su resolución se inicia con palabras de conmovedora humildad: "Si de
algo soy consciente, es de mis limitaciones a la hora de tomar una decisión tan grave". Se trataba nada
menos –tiemblo al escribirlo– de elegir entre la vida y la muerte de un ser humano. Pero no siempre la
primera es mejor que la segunda. El juez hubo de discernir qué era lo más conveniente para Charlotte:
vivir en el sufrimiento constante o morir naturalmente. En la introducción de su veredicto, aclara: "La
cuestión no es si esta bebé debería vivir o morir sino cuándo debería morir". El dilema es consecuencia
de los impresionantes avances de la medicina, los cuales posibilitan prolongar la vida de un enfermo
pero no siempre curar o aliviar su enfermedad. La ley británica es ambigua: otorga a la familia la última
palabra, pero concede al médico la libertad de no aplicar un tratamiento con el que no está de acuerdo.
En este caso, los médicos consideran que la niña vive en constante padecimiento y así será mientras
viva. Necesita más oxígeno que el que se le puede administrar por un tubo vía nasal, por lo que se le
cubre la cabeza con una caja de plástico transparente para que reciba el máximo. Si se le saca de la
caja se angustia y se pone intensamente azul. Desde que nació no ha dejado un instante el hospital. No
existen posibilidades de que pueda ir a su casa. Se le ha resucitado tres veces. Los padres expresaron
su desacuerdo con la sentencia, pero anunciaron que no la impugnarán. Sospecho que, más allá de su
inmensa tristeza y su inmenso amor, en lo más profundo del corazón se sienten aliviados.

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MORIR EN HOLANDA

Después de 30 años de diálogo entre médicos, pacientes, familiares de enfermos, fiscales, jueces,
juristas académicos, filósofos, partidos políticos, las diversas iglesias y los sucesivos gobiernos de
diferentes tendencias políticas, entró en vigor este mes la ley que permite, bajo estrictos criterios, la
eutanasia en Holanda.
En 1971, la doctora Truus Postma inyectó una dosis mortal de morfina a su madre, gravemente
enferma, quien se lo había suplicado insistentemente. Aunque se le declaró culpable, las protestas de
un amplio sector de la población y, sobre todo, las declaraciones en el proceso de médicos que
reconocieron que se cuestionaban la legitimidad de prolongar la vida en ciertos casos amargamente
dolorosos, dejó la condena reducida a una semana de prisión. Por primera vez, un juez aceptaba los
principios básicos de la eutanasia: que el enfermo padezca un gran sufrimiento sin posibilidad de
mejorar y que pida reiteradamente que no se prolongue su vida.
La ley formaliza lo que ya era una práctica tolerada desde hace varios años, basada en las
rigurosas directrices del Colegio de Médicos y la jurisprudencia, y, de acuerdo con una investigación de
la Universidad Erasmus de Rotterdam de 1998, respaldada por el 92% de los ciudadanos. Incluso, el
96% de los católicos entrevistados se manifestó a favor. Los opositores se ubican mayoritariamente
entre los protestantes más tradicionales.
Los médicos holandeses reciben anualmente unas 10,000 peticiones de eutanasia. Alrededor de
un tercio son rechazadas por no cumplir los requisitos. En otra tercera parte de los casos, la muerte
natural se adelanta a la respuesta oficial. Así, se llevan a cabo unas 3,600 intervenciones
(aproximadamente 10 diarias). En el 89% de las solicitudes se trata de enfermos, de entre 20 y 60 años,
aquejados de cáncer en etapa terminal.
Después del caso de la doctora Postma, a principios de los ochenta un tribunal absolvió a un
médico que había practicado la eutanasia al considerarse que había respetado los límites éticos del
Colegio. Poco después se estableció la obligación de que el facultativo, antes de decidir, consultara a
otro colega. En 1995, el caso Chabot marcó un nuevo hito al aceptarse el sufrimiento psíquico como
motivo suficiente. ¿No es la vida un milagro maravilloso, un don invaluable, el mayor bien? Jorge
Guillén lo expresa como nadie: Respiro, y el aire en mis pulmones ya es saber, ya es amor, ya es
alegría.
Pero para que se dé ese milagro, ese amor, esa alegría, es preciso que haya al menos una
condición elemental: el bienestar físico. El prodigioso bien de la vida se vuelve un mal insoportable
cuando graves dolores están presentes constantemente. Todas las legislaciones civilizadas prohíben la
tortura justamente porque infligir tratos crueles, inhumanos o degradantes que causen sufrimiento grave
lesiona la dignidad de la víctima. El dolor no es esencialmente distinto para quien lo padece si, en vez
de ser inferido por otro ser humano, lo causa una enfermedad. Si, además, el enfermo no tiene
posibilidad de sanar o aliviarse, al sufrimiento físico se agrega la desesperanza: se trata de una
situación límite. Y no es piadoso ni civilizado condenar a persona alguna a los tormentos de un infierno
en vida.

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LA POLICÍA BAJO LAS SÁBANAS

La Dirección de Reglamentos Municipales del Ayuntamiento de Aguascalientes, de extracción panista,


presentará al Cabildo la propuesta de que en el área de ingreso de los moteles de la capital del estado
se coloquen cámaras de video que graben la entrada de los clientes. La medida prevista tiene la
finalidad –según explicó José Manuel López, titular de la dependencia– de abatir la prostitución y evitar
el ingreso de menores de edad a esos sitios. "Una vieja utopía revolucionaria –advierte Milan Kundera–,
fascista o comunista: la vida sin secretos, donde vida pública y vida privada no sean más que una". El
sueño –la pesadilla– surrealista de Breton: la casa de cristal, casa sin cortinas en la que los habitantes
están a la vista de todos. La transparencia ya no de la gestión pública sino de los más íntimos
recovecos de los individuos. Una sociedad totalmente controlada, incluso entre las sábanas, por la
vigilancia de la policía. La incursión en la intimidad de las personas convertida en costumbre y norma
legal. Independientemente de lo discutible que resulta la sanción por parte del Estado de la prostitución
–pues sus únicas finalidades legítimas son las de preservar las condiciones que permitan una
convivencia civilizada y brindar a la población los servicios indispensables para una vida decorosa, y no
salvar el alma de los gobernados–, el planteamiento de que las filmaciones abatirán esa práctica y
evitarán que los adolescentes tengan relaciones sexuales es singularmente estúpido. Lo que se logrará,
si la medida se implanta, será facilitar la extorsión de los clientes por parte de hoteleros, policías e
inspectores. ¿Nada hará la autoproclamada sociedad civil para oponerse a la implantación de ese con-
trol totalitario? La reacción del presidente de la procuraduría de protección ciudadana de la entidad,
Fernando Jiménez, ha sido de una tibieza exasperante: solicitó que se analice la propuesta del
ayuntamiento a fin de dilucidar si no viola la privacidad. Es que se trata de un abuso evidente cuyas
implicaciones son gravísimas. Lo que está en juego es nada menos que la supervivencia o la
desaparición del individuo como lo concebimos desde la Ilustración. Ya no podemos hablar por teléfono
sin la seguridad de que nuestras conversaciones son privadas y nadie las escuchará ni las divulgará.
Ahora, además, la autoridad podrá, por lo menos en una ciudad del país, confiscar las cortinas de las
habitaciones, meterse a la cama de los particulares, transformar a las personas de sujetos en objetos.
¿Todo eso ante la impasibilidad de la supuestamente vigilante opinión pública? Alguna vez le
preguntaron a lady Wilde, madre del enorme escritor Oscar Wilde, si sabía que su marido incurría en
adulterio. Ella, mujer sabia, dio la única respuesta digna a una pregunta como esa: "En los asuntos
privados de mi marido no acostumbro entrometerme".

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UN OBISPO GAY

El Vaticano lanzó una nueva y severísima condena a todo avance hacia el reconocimiento del
matrimonio entre homosexuales, y recordó a los políticos católicos la obligación de oponerse a todas las
leyes que reconozcan esas uniones, que juzga inmorales y nocivas. El documento Consideraciones
acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, firmado
por la Congregación para la Doctrina de la Fe, expresa los temores de la Iglesia católica ante las
reformas que en países de América y Europa apuntan hacia la equiparación de derechos entre parejas
homosexuales y heterosexuales, lo que constituye el germen de una subversión absoluta de los
principios que rigen la sociedad y puede poner en peligro las bases de la moral pública. El texto subraya
la necesidad de "proteger y promover la dignidad del matrimonio, fundamento de la familia y de la
solidez de la sociedad". Considera repugnante que se permita a los homosexuales la adopción de hijos,
la cual, al someter a los niños a violencias de distintos tipos, resulta gravemente inmoral y contradice
los lineamientos de tutela a la infancia fijados por la ONU. Asevera que no hay fundamento para
equiparar o establecer analogías "ni siquiera remotas" entre los enlaces homosexuales, que están en
contradicción con la ley moral natural, y el matrimonio entre hombre y mujer, que es santo. Afirma que
los actos homosexuales –desorden y pecado grave contra la castidad– arrancan al acto sexual el don
de la vida, y no pueden ser aprobados en modo alguno. Sostiene que el reconocimiento legal de las
uniones homosexuales o su equiparación con el matrimonio supondría no sólo aprobar la conducta
desviada sino "oscurecer valores básicos que pertenecen a la herencia común de la humanidad", y
contribuiría a desvirtuar la institución matrimonial al no asegurar adecuadamente la procreación y por lo
tanto la supervivencia de la especie. "El reconocimiento legal supondrá la redefinición del matrimonio
que perdería su esencia como unión para la procreación y la educación". La ausencia de bipolaridad
sexual –observa-crea obstáculos al desarrollo normal de los niños integrados en esas mismas uniones,
ya que les falta la experiencia de la maternidad o la paternidad.
En tanto la Santa Sede lanzaba esa fulminación, era electo el primer obispo declaradamente
homosexual en la Iglesia anglicana –denominada episcopaliana– de Estados Unidos. Gene Robinson,
de 56 años, es divorciado, padre de dos hijas y está unido desde hace 13 años a Mark Andrew, de 50.
El nuevo obispo –de New Hampshire– ha contado en todo momento con el apoyo de sus hijas y (me
quito el sombrero imaginario y me pongo de pie) de su ex mujer, y ha dicho que él no es el primer
obispo homosexual "sino el primero en haberlo admitido públicamente”. Su nombramiento hubo de
sortear algunos obstáculos. Cuando la Convención Nacional de Obispos se disponía a votar su
confirmación, fue acusado de acoso sexual por un feligrés heterosexual que envió un correo electrónico
denunciando los "tocamientos inapropiados" que Robinson le había hecho durante un acto religioso. Un
comité investigador absolvió al candidato tras entrevistar al acusador, quien se retractó y aceptó que
muchas personas considerarían normal lo que a él le molestó: haber sido tocado en el brazo y en el
hombro. El mismo comité exculpó a Robinson de otra acusación que lo señalaba vinculado con un sitio
de internet que se conectaba con una página pornográfica. El sector conservador, encabezado por el
Concilio Anglicano Americano (AAC, por sus siglas en inglés), se opone rotundamente a lo que califica
como un "cáncer en el cuerpo de Cristo que ha roto la unidad para siempre", y ha anunciado que
apelará ante el primado de la Iglesia, Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury, en el Reino Unido. De
no conseguir su propósito se separará de la Iglesia –lo que ocasionaría un cisma de dimensión
mundial– para formar una nueva acorde con su interpretación de los preceptos del cristianismo, según
la cual la homosexualidad es un pecado. "Es un error trágico. El mundo entero tiene puestos los ojos
sobre nosotros", ha dicho el reverendo David Anderson, presidente de AAC. El reverendo Kendall
Harman, uno de los líderes que aboga por la escisión, afirmó que "esta trágica decisión destruye el
camino por el que ha avanzado el cristianismo desde hace 2000 años". El caso de Robinson como
factor de división de la Iglesia anglicana tiene dos importantes antecedentes. En mayo se aprobó la

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unión de parejas homosexuales en la diócesis canadiense de Westminster, lo que motivó que 16
iglesias anglicanas del mundo cortaran relaciones con esa diócesis y otras nueve de Canadá rompieran
con su obispo. En junio, un sacerdote homosexual del Reino Unido fue nominado como obispo de la
ciudad de Reading, pero el candidato declinó su nominación tras una conversación con el Arzobispo de
Canterbury. Este, que ha reconocido el "impacto significativo que la elección de un obispo homosexual
tendrá en el mundo", tiene facultades limitadas para intervenir porque la Iglesia anglicana, a diferencia
de la católica, no tiene una jerarquía vertical, sino que está conformada por 38 secciones con
autonomía para tomar decisiones. La Iglesia anglicana de Inglaterra aprobó el sacerdocio femenino en
1976 y la ordenación de curas homosexuales en 1986. Robinson, quien reconoce que su designación
va contra las enseñanzas de su Iglesia pero advierte que eso no quiere decir que sea una decisión
equivocada, ha dicho: "Nosotros adoramos a Dios, a un Dios vivo que nos conduce hacia la verdad.
Dios está haciendo algo nuevo. Estoy feliz por mis hermanos gays y mis hermanas lesbianas". La
Iglesia anglicana cuenta con más de dos millones de fieles en Estados Unidos y 77 millones en el
mundo.
No encuentro una sola razón por la que las relaciones homosexuales deban reputarse inmorales,
nocivas, subversivas de los principios de la sociedad o peligrosas para las bases de la moral pública. El
matrimonio hace tiempo perdió como finalidad necesaria la procreación: numerosas parejas, casadas o
no, deciden libremente no tener hijos sin que, en este mundo sobrepoblado, eso ponga en riesgo la
supervivencia de la especie. Tengo dudas acerca de si conviene a los niños ser adoptados por una
pareja homosexual ("¿pero quién no tiene necesidad de la mamá?", pregunta Federico Fellini en Julieta
de los espíritus), pero sé que muchas parejas heterosexuales no son aptas ni como padres biológicos ni
como padres adoptivos. En todo caso, estoy convencido de que la preferencia sexual de una persona
no debe ser en ningún caso motivo de que sea discriminada como ha ocurrido durante siglos, y de que
Cristo –quien jamás pronunció una sola palabra de condena contra los homosexuales– postuló una
convivencia en la que la dignidad, el respeto a los otros, la compasión y la solidaridad fueran valores
prioritarios.

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UNA CIERTA CONDUCTA ÍNTIMA

Resulta sorprendente que en Estados Unidos, donde las libertades individuales y la privacidad personal
gozan de amplísimas garantías, las leyes de 13 estados consideraran delito las relaciones
homosexuales. La Suprema Corte de Justicia ha anulado esas disposiciones. La resolución responde al
recurso presentado por dos hombres que fueron multados después de que la policía irrumpió en su
casa, en Texas, y los sorprendió practicando sexo anal. Por 6 votos contra 3, la Corte concluyó que
tales leyes violaban los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución apoyándose en el
argumento de que "la libertad implica una autonomía individual que incluye las libertades de
pensamiento, de creencias, de expresión y de una cierta conducta íntima. El caso concierne a dos
adultos que, con pleno y total consentimiento, mantenían prácticas comunes al tipo de vida
homosexual. Su derecho a la libertad les da la plena facultad de hacerlo sin la intervención del
gobierno". Los magistrados que votaron en contra opinan que la sentencia altera el orden social. "La
Corte ha tomado partido –estiman– en la guerra cultural y ha respaldado las reivindicaciones
homosexuales, lo que conduce al replanteamiento de las leyes estatales contra la bigamia, el
matrimonio de personas del mismo sexo, el incesto, la prostitución, la masturbación, el adulterio, el
bestialismo y la obscenidad". Hasta el momento del histórico fallo, Texas, Kansas, Oklahoma y Missouri
prohibían la cópula oral y anal entre personas del mismo sexo, mientras que Alabama, Florida, Idaho,
Louisiana, Mississippi, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Utah y Virginia consideraban delito la
sodomía (sexo anal) en todos los casos. Ruth Harlow, directora de la Lambda Legal Defense and
Education, calificó el veredicto corno el más importante en toda una generación. "Durante décadas
estas leyes constituyeron –remarcó– un importante obstáculo en el camino hacia la igualdad y trataron
a los gay como ciudadanos de segunda clase. Hoy la Suprema Corte ha terminado con todo eso".
En México, hace más de 50 años, escribió Xavier Villaurrutia acerca de la clandestinidad de su
amor, penado no por la ley pero sí por el juicio social dominante:
A mí mismo me prohíbo revelar nuestro secreto, decir tu nombre completo o escribirlo cuando
escribo.
Quizá a los jóvenes de hoy les sea difícil comprender el horror y el desprecio que despertaba la
homosexualidad hace no tanto tiempo. En el siglo XVI, en algunas regiones de Europa la pena para el
varón sorprendido teniendo relaciones sexuales con otro varón consistía en ser clavado por el pene a
un poste durante 24 horas en el centro de la ciudad, de donde se le llevaba fuera de las murallas para
que muriera quemado. En el siglo XVIII en la Real Armada Británica a los homosexuales se les cas-
tigaba con mil latigazos. En esa misma centuria Thomas Jefferson propuso que la sodomía ya no se
castigara con la pena de muerte sino con castración. A principios del siglo XIX algunos homosexuales
detenidos por la policía en un club londinense fueron sentenciados a tres años de prisión después de
ser sometidos al escarnio público en la picota, donde se les arrojaron huevos, barro y gatos muertos. A
finales de ese mismo siglo Oscar Wilde fue condenado por sodomía a trabajos forzados.
A la última edición revisada por él de El mundo como voluntad y como representación,
Shopenhauer adicionó algunas páginas, que agregó a su metafísica del amor, sobre la
homosexualidad. Es el primer filósofo moderno occidental que trata el tema. "La sodomía, considerada
en sí, es una monstruosidad, no sólo contraria a la Naturaleza, sino altamente aborrecible y repugnante.
Presenta el aspecto de un acto al cual ha podido ser arrastrada una vez la imaginación de un hombre
completamente pervertido, insensato o embrutecido y que no podría repetirse con frecuencia". El
pensador considera que seres demasiado jóvenes, o demasiado viejos, o demasiado débiles para
procrear con garantías de salud, derivan por esa vía biológicamente inocua su indeseable capacidad
genésica. Tal es la razón por la cual, sostiene, la homosexualidad es cosa de viejos, o de adolescentes,
nunca de hombres en la flor de la edad. Por eso, ciertos entes inmundos que, desgraciadamente,

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suelen existir en las grandes ciudades, sólo hacen señas o proposiciones a personas de cierta edad,
nunca a los hombres en el apogeo de su virilidad ni a los jóvenes. "Resulta de lo expuesto que esta
aberración parece contradecir las intenciones de la Naturaleza en lo que tiene de más importante y más
caro para ella; pero en realidad obedece a esas mismas miras, de un modo indirecto y para evitar un
mal mayor. Preocupada siempre con el importante cuidado de evitar generaciones imperfectas que a la
larga podrían hacer degenerar la especie entera, no se muestra escrupulosa en cuanto a los medios de
conseguirlo". ¡La homosexualidad como una coartada de la Naturaleza para frustrar la reproducción de
los degenerados! En nuestros días, uno de los más reconocidos expertos mundiales en comportamiento
animal y humano, Desmond Morris, el célebre autor de El mono desnudo, afirma que la notable
disminución de la actitud hostil en Occidente hacia las relaciones homosexuales tiene un motivo muy
simple: la creciente superpoblación del planeta ha hecho que la sociedad modere inconscientemente su
antagonismo hacia quienes desean constituir unidades familiares no reproductoras; pero si la población
se viera diezmada súbitamente, esa actitud experimentaría un cambio radical y el modelo no
reproductor volvería a ser objeto de ataques virulentos. Es de advertirse que el inmenso Shopenhauer
deja fuera de su análisis la homosexualidad femenina y cierra los ojos a la evidencia de que abundan
homosexuales de todas las edades, en tanto que Morris omite explicar por qué históricamente ni los
solteros, ni las parejas heterosexuales sin hijos ni los sacerdotes y las monjas con voto de castidad han
sido objeto de una animadversión similar a la que han padecido los homosexuales.
Creo que la tolerancia a la homosexualidad no es ajena a la creciente convicción de que cada
individuo es libre de hacer con su vida lo que quiera en tanto no afecte indebidamente a otros. Lo
explicó magistralmente John Stuart Mill: "La única libertad que merece ese nombre es la de buscar
nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les
impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física,
mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que
obligándole a vivir a la manera de los demás".

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PESADILLAS

Jésica. Todo se tenía que hacer en un período máximo de 4 a 6 horas. Desde que venían por vía aérea
desde Nueva Inglaterra los órganos donados, el doctor James Jagger comenzó a extraer el corazón y
los pulmones de la muchacha mexicana de 17 años para implantarle los que le iban a salvar la vida.
Cuando estaba a punto de culminar la compleja cirugía, Jésica dio muestras de rechazo. Sólo entonces
se descubrió el insólito error: los órganos transplantados procedían de un donante con sangre tipo A,
incompatibles con la sangre tipo O de la paciente. La familia imploró públicamente que se donaran
órganos compatibles. La respuesta fue generosa. A la tarde del día siguiente, el hospital de Duke había
recibido un alud de llamadas donando órganos ad hoc. Se hizo el nuevo transplante que devolvió la
esperanza de vivir a Jésica, pero el daño causado por la anterior operación ya no pudo revertirse. Los
padres de la adolescente se negaron a donar los órganos de su hija. Este final de la triste historia no
sería el mejor en un cuento de hadas. Un error del personal hospitalario fue la causa de que Jésica
muriera, pero cuando requirió de órganos para que se intentase salvarla los donantes proliferaron. El
posible beneficiario de la donación que de sus órganos pudieron haber hecho sus padres era
absolutamente ajeno al yerro del hospital.
Rosa. Finalmente se practicó el aborto en una clínica de Managua a Rosa, la niña nicaragüense
de nueve años embarazada a consecuencia de una violación en Costa Rica, y la pequeña se encuentra
bien de salud. Así finaliza la pesadilla que padres e hija sufrieron durante cuatro meses, y concluye
asimismo el riesgo que, de acuerdo con el dictamen de los médicos, el embarazo implicaba para la
niña. El desenlace se retrasó por la oposición de la Iglesia, las ministras de salud y de la familia, y el
comité Pro Vida –¡también allá tienen esa plaga!– a que se interrumpiera la preñez, no obstante que se
estaba ante el supuesto de aborto terapéutico, no punible, contemplado por el código penal. Este caso
ha revelado un terrible drama social común a toda la región. Según el Instituto de Medicina Forense de
Nicaragua, el 25% de las violaciones las padecen menores de 15 años. El episodio de Rosa tiene un
epílogo patético: los padres, los médicos y paramédicos que participaron en el aborto, los abogados
que representaron a la niña y la Red de Mujeres contra la Violencia han sido objeto de excomunión,
después de que el Cardenal de Nicaragua, Miguel Obando, en su homilía dominical, los acusara de
"ponerse al servicio de la muerte". La Red de Mujeres contra la Violencia ha respondido con una
campaña en la que invita a los que apoyaron el aborto a pedir su propia excomunión. No puede dejar de
advertirse lo curioso que resulta que el violador de la niña, es decir, el autor de uno de los crímenes
más horrendos, quede a salvo de esa sanción eclesiástica extrema –en virtud de la cual los
sancionados son apartados de la comunidad de los fieles y del uso de los sacramentos– que se
impone, en cambio, a quienes ayudaron a la pequeña a interrumpir un embarazo que ponía en peligro
su vida y que, de haber llegado a término, suponía para ella una maternidad ominosa. Esa Iglesia,
¿tiene algo que ver con las enseñanzas de Jesús? La misma pregunta debieron hacerse en 1992 los
sacerdotes irlandeses que abrieron una grieta en la Iglesia de su país cuando, a raíz del caso de una
niña de 14 años embarazada por violación y que pidió abortar, formaron una organización clandestina
que ayudaba a las mujeres a interrumpir la gestación y les brindaba luego auxilio espiritual. A esa niña,
por cierto, el Tribunal Supremo de Irlanda le permitió viajar al Reino Unido para interrumpir allí su
embarazo.
Sangare. En la patera viajaban 20 inmigrantes, 18 hombres y dos mujeres. Al zarpar el día 6 de
una playa cercana a El Aaiún, en el Sáhara Occidental, cada uno estaba provisto de un poco menos de
medio litro de agua y un poco de pan. Ansiaban llegar a Fuerteventura, España, e iniciar una nueva
vida. El motor se averió el mismo día de la salida. Los traficantes lo arrojaron al mar, saltaron a otra
embarcación y prometieron volver a rescatar a sus clientes, que comprobarían la crueldad y la impiedad
de los patronos que les habían cobrado un alto precio por trasladarlos: nunca regresaron. El viernes 7

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se recibió en el Centro Coordinador de Emergencias de Canarias una llamada de socorro:
"¡Ayúdennos!" Fue la primera de tres conversaciones, a través de un teléfono móvil, que mantuvieron
viva la esperanza de los náufragos. Las comunicaciones –en una mezcla de inglés, francés y español–
se cortaron pronto. La tercera fue la última. Los operadores intentaron en vano recuperarlas. Ellos
saben que en sus manos está la vida de gente perdida en alta mar, con difíciles condiciones
meteorológicas y con agua y alimentos escasos. Tres helicópteros de la Guardia Civil, del Gobierno de
Canarias y de Salvamento Marítimo, un avión del Servicio Aéreo de Rescate, un barco de Salvamento
Marítimo y una patrullera de la Guardia Civil peinaron cada milla de costa entre Lanzarote,
Fuerteventura y el norte de Gran Canaria, un área que supera los 100 kilómetros cuadrados, sin
resultado. Los que, atormentados por la sed, bebían agua de mar, morían al poco tiempo. Entonces
eran echados al mar. Durante todo el tiempo que estuvieron a la deriva, los inmigrantes sólo bebieron
agua dulce un día de tormenta. Fue la tormenta lo que providencialmente salvó a los seis
sobrevivientes, que al cabo de 14 días fueron encontrados, desfallecientes y con quemaduras, por el
pesquero gallego Naboeiro. El equipo de rescate, que llegó en helicóptero, descubrió que los náufragos
habían roído el borde de la embarcación, posiblemente para chupar la madera y calmar el hambre. La
única mujer que sobrevivió, Sangare, diabética, con su piel oscura llena de llagas por el efecto
combinado del sol, el salitre y el roce de las ropas, era la que presentaba un peor estado de salud. Los
médicos que la atendían en el hospital estaban intrigados porque ella no dejaba de gritar un nombre
ininteligible. ¿A quién invocaba? ¿A una deidad africana, a un santo sincrético, a un espíritu mágico, a
su madre, a su padre? ¿O quizá, ausente de sí, aún soñaba en un mar de sombras, aún sentía el
suplicio del miedo y el hambre y la sed, aún se creía presa del laberinto sin paredes del océano infinito,
y en ese sueño que no era sueño, en su delirio, buscaba ese rostro añorado, esa mirada insustituible, la
que nunca ha olvidado, como su antídoto contra la prolongación de la pesadilla?

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CUARTA PARTE
SOMBRAS… Y UN ATISBO DE LUZ

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EL CRIMEN, ABSURDO Y ENIGMÁTICO

De todas las manifestaciones de la conducta humana, ninguna es más aborrecible que el crimen en el
que, anulado todo resquicio no sólo de simpatía o empatía sino incluso de mínima piedad por el otro, se
destruye su vida o se le causa un daño tan grave –como sucede, por ejemplo, en la violación, el
secuestro o la mutilación– que probablemente ésta quede deteriorada perenne o perpetuamente. Pero
también ninguna otra expresión del homo sapiens resulta tan desconcertante, tan inquietante, tan
enigmática. ¿Cómo es posible que el ser humano, capaz de crear las obras de arte más maravillosas,
de inventar las cosas más inauditas, de lograr el desarrollo tecnológico más sorprendente, de conseguir
los avances en la medicina más espléndidos para sanar o aliviar el dolor, de realizar los actos más he-
roicos, de hacer florecer a otro al enamorarlo, cómo es posible que asimismo pueda llevar a cabo las
acciones más execrables? El crimen es el más remoto y oscuro desafío a la capacidad humana de
convivencia. Existe desde siempre, como lo indica el mito de Abel asesinado por su hermano Caín,
quien no soportó los celos que le provocaba la preferencia de Yahvé por aquel. En el centro de la
perplejidad que provoca la conducta criminal, una pregunta ha obsesionado a los hombres de todos los
tiempos: ¿por qué? Teorías al respecto no escasean. Los criminólogos han invocado factores biológicos
y sociales, pero lo cierto es que entre dos seres de características biológicas muy similares o de
entorno social muy semejante suele haber abismales diferencias de conducta hacia los demás. El punto
de vista más corriente explica que, por ejemplo, el que mata lo hace porque es un asesino, por lo cual el
delito manifiesta finalmente la verdad de su naturaleza. Esta explicación, bien mirada, en realidad no
aclara (no explica) nada. Se trata de una petición de principio. Porque el que mata se vuelve un asesino
en el momento de matar, pero antes no lo era... a menos que aceptemos una teoría como la de Cesare
Lombroso, médico decimonónico oriundo de Verona, Italia, que habló de un delincuente nato, un ser
atávico que, como no evolucionó en el proceso de gestación, reacciona en forma infantil en cuanto que
no tiene un control adecuado de sus emociones... o que admitamos un sino fatal o un karma en ciertos
individuos. Pero lo que nos humaniza, o deshumaniza, no en el sentido biológico sino antropológico y
axiológico, son nuestras conductas. Nadie es asesino antes de haber asesinado... y quizá nunca lo sea.
En cada momento de nuestra vida, y a pesar de todas las limitaciones y condicionamientos que nos
imponen las circunstancias personales y sociales, podemos decidir, optar, ejercer el albedrío entendido
no como libertad plena sino como posibilidad de actuar de uno u otro modo en el aquí y ahora
irrevocable, en ciertas irrepetibles y pautadas condiciones Un ser humano acaso pueda no ser libre
para hacer lo que quiere (yo quisiera en este mismo instante estar contigo, amada mía, o meterle un gol
al América jugando como delantero del Guadalajara, y ninguna de esas cosas me es posible), pero
siempre lo es para querer lo que quiere. Somos más libres que Dios, pues Él no puede ser para toda la
eternidad sino lo que ha sido siempre, mientras que nosotros vamos conformando nuestra humanidad
con cada uno de nuestros procederes, con cada una de nuestras actitudes ante el mundo, ante los
otros, ante nosotros mismos.
Toda vida humana es sagrada y todo ser humano, aun el peor de los criminales, tiene una
dignidad que debe ser respetada. Pero sin duda ciertos seres, por la trayectoria que han dado a su
existencia, son más valiosos que otros. Todo homicidio es lamentable, pero algo muy íntimo se nos
agita con desazón cuando la víctima es alguien que se ha forjado un ser de excelencia. Sabemos que
somos iguales respecto de nuestra esencia humana, pero, por fortuna, no indistintos, no
indiferenciados. Cuando la víctima de un asesinato de extrema crueldad y estupidez es un ser como la
doctora Carmen Gutiérrez de Velasco, que tanto bien hizo a la especie humana, hasta los dioses lanzan
maldiciones por no haber sido capaces de evitar el crimen absurdo.
Los asesinos ejercieron su albedrío, pero en su determinación acaso influyeron algunos factores:
la simiesca tendencia a la imitación, a actuar como ven que otros actúan; la constatación de que los
criminales en general quedan impunes (regla que en este caso por fortuna tuvo una venturosa
excepción), y el rencor social, estimulado quizá por un discurso demagógico y estulto que predica que

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los privilegiados (aunque la doctora no lo era en riqueza económica sino humana) son los enemigos de
los pobres.

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ASESINOS DESINTERESADOS

DESDE que apareció sobre la tierra el homo sapiens, unos seres humanos han matado a otros. El
homicidio ha estado presente entre nosotros como la más atroz de las ofensas a nuestra vocación de
convivencia. Se mata por muy diversas razones: codicia, afán de poder, envidia, celos, antipatía, enojo,
odio, euforia etílica o psicotrópica, diferencias religiosas, enemistad ideológica, etcétera. Se mata por
todo y por nada, por cosas sagradas –Dios– o por cosas baladíes –un ligero incidente de tránsito que
transforma a un automovilista en energúmeno–. La vida, el bien supremo por excelencia, el bien más
valioso de cuantos existen, no vale nada ante el homicida. Ningún asesino es simpático, pero los más
repugnantes me parecen aquellos que matan sintiéndose héroes porque lo hacen por la gran causa: la
humanidad, la patria, la religión, el partido, la clase social, los ideales políticos. Estos homicidas a veces
pasan a las páginas de la historia como héroes o son liberados de responsabilidad jurídica en atención
al móvil que los impulsó. Matan sin tener nada personal contra sus víctimas y sin buscar beneficios
personales: matan desinteresadamente o, mejor dicho, inspirados por intereses no egoístas sino
superiores: la justicia social, la independencia, la felicidad de todos, la verdad, la vida eterna. Son
distintos de los asesinos que matan por despreciables intereses personales. Y como los fines que
persiguen son sublimes, elevados, y atañen a valores colectivos indiscutibles, se sienten justificados
para exterminar pobres vidas individuales: ¿qué es la vida de unos cuantos individuos comparada con
el gran ideal? Los miles de muertos en el ataque a las torres gemelas de Nueva York, los cientos de
muertos en los bombazos a los trenes en Madrid, los cientos de muertos en el asalto a la escuela de
Beslán, los incontables asesinados por las guerrillas o las bandas terroristas en diversos países, ¿qué
significan en comparación con los nobles objetivos que los victimarios persiguen? ¿Qué importa el
derecho a vivir de una persona, o de unos cuantos cientos o miles de personas, cuando se les priva de
la vida en aras de la utopía? ¿Qué importa que las víctimas sean inocentes, o que sean niños, si los
inocentes y los niños del mañana disfrutarán del sueño de los justicieros al fin hecho realidad? Todo se
vale a fin de preparar el advenimiento del Reino de los Justos. El justiciero destruye mundos de vida
actual –cada ser humano es un universo único e irrepetible– en nombre de un mundo desconocido,
futuro e inexistente respecto del cual ha decidido que es el mejor posible. Con esa convicción, resuelve
imponer su ideología a los demás, y que todos se le sometan y obedezcan su capricho. "En el fondo lo
que quisiera es que sus víctimas le diesen la razón, que le tengan a su vez por verdugo y por santo",
advierte Fernando Savater. Lo más inquietante es que hay un segmento de la opinión pública –cierta
izquierda deplorable, cierta derecha trasvestida de izquierda por decirlo con la magnífica fórmula de
Luis González de Alba– que simpatiza con esas estúpidas justificaciones. Se trata de debilidad
intelectual y miseria ética. Habrá que recordar a Chateaubriand: "Nunca el crimen será a mis ojos un
objeto de admiración ni un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más despreciable, más
cobarde, más obtuso que un terrorista".

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INDECENCIA

¿Quién no vio las escenas una y otra vez? René Bejarano toma los cuantiosos fajos de billetes
(después veríamos hacer lo mismo a Carlos Imaz), los acomoda en el insuficiente espacio de su
portafolios y, ya repleto éste, en los bolsillos de su saco, y le asegura al dador de la abundante billetiza
que él, el recogedor del dinero, ha hecho para Andrés Manuel López Obrador, Jefe de Gobierno del
Distrito Federal, trabajos que el interlocutor no podría imaginar. Más tarde se sabría que el mecenas es
Carlos Ahumada, empresario de corazón perredista, dueño del diario El Independiente, los equipos de
futbol León y Santos y compañías constructoras favorecidas con varios contratos por el gobierno de la
ciudad. El mecenazgo no obedecía tan sólo a las simpatías ideológicas del proveedor sino a que éste
estaba sobornando o siendo extorsionado. Las imágenes –exhibidas la primera vez ante el propio
Bejarano, que minutos antes se había dado un baño de pureza en cadena televisiva nacional–
resultaban tan espectaculares que los estupefactos televidentes no podíamos imaginar que el show
apenas comenzaba. A continuación vinieron las insólitas declaraciones del mismísimo Jefe de Gobierno
y de Marcelo Ebrard, su Secretario de Seguridad Pública, en el sentido de que si la exhibición de los
videos no conseguía el objetivo de desprestigiar al primero sus enemigos podrían incluso recurrir al
asesinato. Y posteriormente, no satisfecho con tal señalamiento, el gobernante se dedicó a enumerar la
lista, que aumenta cada día más, de los implicados en la conjura de desprestigio a su gobierno de
honestidad valiente: el innombrable pero tan nombrado Carlos Salinas de Gortari, ¡la señora Marta
Sahagún –esposa del Presidente–!, el PAN, la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Hacienda,
la Secretaría de Relaciones Exteriores, la DEA (la agencia norteamericana para combatir el
narcotráfico), el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y, en general, la derecha mexicana, es
decir, todas las fuerzas del Mal. Pero no es todo: para demostrar el complot, López Obrador está
convocando a una concentración dominical en el Zócalo. Tales expresiones y tal convocatoria son sin
duda muestra de desmesura y extravagancia, pero, si queremos honrar al diccionario, otro es el vocablo
que mejor les conviene: son indecentes. ¿Así que mostrar actos de corrupción de sus subordinados u
operadores es allanar el camino para el asesinato del Jefe de Gobierno? ¡vaya chantaje! ¿Habrá que
ocultar, aplaudir o justificar las corruptelas para no ser cómplices del supuesto crimen vislumbrado por
el jefe de la policía? ¿Así que lo indudablemente indefendible debe también, para conjurar la previsión
del vidente encargado de la seguridad pública, ser inatacable? ¿Así que vivimos en una ciudad sin otros
problemas, amagos, indignidades y calamidades que los provocados por la derecha y las fuerzas
contrarrevolucionarias? (¿Cómo no recordar, por ejemplo, que el Jefe de Gobierno pretendió injuriar a
los integrantes del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad llamándonos salinistas,
zedillistas y foxistas, ¡todo junto!, cuando nuestra primera encuesta victimológica reveló que el Distrito
Federal es la entidad con más alta incidencia delictiva?) ¿Así que lo importante no son los actos delicti-
vos de los servidores públicos sino la malignidad de quienes se confabularon para darlos a conocer
(¡Diego Fernández de Cevallos, malvadísimo, conocía el video antes que los televidentes!)? ¿Así que
hay que llamar a las masas a llenar la Plaza de la Constitución –¡el pueblo unido jamás será vencido!–
para demostrar ante el país que denunciar y exhibir los vicios públicos es un acto de perversidad
cuando las desviaciones provienen del partido que se proclama representante exclusivo de las
aspiraciones populares?
Han sido muchas las muestras que ha dado Andrés Manuel López Obrador de lo que Rafael
Pérez Gay llama autoritarismo, cerrazón e intransigencia: desprecio a las decisiones del poder judicial,
control faccioso de la Asamblea Legislativa que recientemente (bajo el liderazgo de Bejarano) llegó al
extremo de aprobar una reforma que desconoce el principio de cosa juzgada, aniquilamiento del pri-
migenio Consejo de Información Pública sustituyéndolo por otro que no garantiza una actuación
independiente, obsequio a la Basílica de terrenos de la ciudad para el millonario negocio de venta de
criptas, etcétera. Los medios en general, con pocas salvedades como la de La Crónica de hoy –lo
escribo con orgullo–, han sido sumamente complacientes ante tales procederes que, autoritarios e in-

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transigentes, frecuentemente se tuvieron por justificados acaso porque, a fin de cuentas, se
consideraban inspirados en la honestidad valiente del gobernante. Pero esa cualidad ha quedado en
entredicho por dos razones. Por una parte, el Jefe de Gobierno ha condenado con mucho mayor
vehemencia la exhibición de la deshonestidad que la deshonestidad misma. Por la otra, si bien nadie es
responsable ni ética ni penalmente por las conductas de terceros, políticamente sí hay una
responsabilidad al designarse como operadores o colaboradores cercanísimos a personajes de fama
pública tal como la del ávido y exhibido recogedor de papel moneda.

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LA LEY DEL RAYO

El rayo de esperanza, el Indestructible, no tiene por qué someterse a los imperativos de la ley ni a las
resoluciones judiciales. Su proyecto de país, entiéndanlo de una vez los desaprensivos, justifica que su
luminosidad no tenga ningún obstáculo: tribunales, comisión de derechos humanos, consejo para la
transparencia, asamblea legislativa, prensa, partidos, sindicatos y particulares han de comprender que
el derecho ha de subordinarse al objetivo superior. Tolerancia cero para los pobres, tolerancia infinita
para el relámpago que salvará a los pobres de la pobreza. Todos aquellos que señalen alguna
imperfección en esa luminosidad son partícipes en un complot miserable orientado a erosionar la
esperanza, que es, no lo olvidemos, una de las tres virtudes teologales.
El conductor del noticiario más importante de la televisión vive el privilegio de tener a su lado a la
encarnación de esa virtud y le pide que observen la escena en la que el invitado se califica como rayo
de esperanza, después de lo cual le pregunta: "¿No es excesivo?" Él responde: "Sostengo lo que dije".
Es decir, el rayo de esperanza ratifica que es el rayo de esperanza. No sólo lo reitera con sus palabras:
el Indestructible envía a las sombras –de la prisión– a quien ose alzarse ante él con una victoria en un
juzgado, tal como el Todopoderoso mandó al infierno por el pecado de soberbia a Luzbel, el ángel que
se rebeló en su contra.
El Indestructible aspira a ser inatacable. Todos aquellos que crean ver una paja en su ojo
merecen la fulminación de Júpiter tonante: se les tilda de salinistas, zedillistas, foxistas, dieguistas, esto
es, forman parte de las fuerzas malignas, aquellas que por definición son las que conspiran contra la
esperanza, espejo en que aquel se refleja. Se trata de una lucha entre el Bien, que él representa, y el
Mal, bando en que militan quienes lo critican, lo enfrentan en litigios, advierten que no todo está bien en
la comarca que él gobierna, señalan defectos de miembros de su equipo. Es cierto que éstos han caído
en bajas tentaciones, pero ello es explicable sólo porque han sido víctimas de conjuras orquestadas por
los malignos cuyo único móvil ha sido el de intentar la destrucción de la esperanza. ¿No actuaron
entonces los que se dejaron tentar ejerciendo su libre albedrío? No, fueron movidos como marionetas
por hilos ocultos manejados desde las brumas desde las que traman sus maniobras los conspiradores,
cuya mayor maldad fue exhibir las caídas. Porque para que la esperanza perviva, los vicios deben ser
ocultados, ya que sería difícil que el pueblo esperanzado fuera adepto a virtuosos a quienes contempla
realizando conductas viciadas. Ojos que no ven, corazón que no siente. La ilusión viaja con los ojos
cerrados.
Ahora el Indestructible ha descubierto que hay jueces de consigna. Tal vez pueda recordársele –
muy respetuosamente a fin de no ser señalado como complotista– que los juzgadores de esa índole
jamás han actuado tan a sus anchas como cuando fue procurador de justicia el doctor Samuel del Villar,
a quien el rayo de esperanza comparo con Benito Juárez, anunciando una y otra vez que lo ratificada
en su cargo, a sabiendas de que jueces y magistrados que no se plegaron a sus pretensiones punitivas
infundadas fueron difamados, calumniados y perseguidos penalmente por la Procuraduría. Si el
anunciado propósito no se cumplió fue por motivos ajenos a la voluntad de quien lo anunció. Desde
luego, hay de consignas a consignas: bienvenidas las que trabajan por la esperanza, anatema a las que
operan contra ella. ¿Por qué la excelsa virtud teologal tendría que verse estorbada por la ley o por
ciertas sentencias? El rayo de esperanza reitera que no se pondrá de tapete sólo para que la estirpe
malhadada de abogados diga de él, engolando la voz, que es respetuoso del Estado de Derecho. Por
supuesto. ¿Cómo comparar al Estado de Derecho, esa invención de la burguesía, con sus latosos
principios burgueses de división de poderes y de cosa juzgada, Con el Reino de la Luz cuyos destinos
serán regidos por él? Depositario e intérprete infalible de la esperanza popular, en ese Reino él seguirá
marcando las pautas de lo que es justo y lo que es injusto, y, por ende, de las resoluciones judiciales
que deben cumplirse y las que deben desatenderse. Porque, a fin de cuentas, sobre las leyes
aprobadas por el poder legislativo y las sentencias dictadas por jueces y magistrados, ha de estar la ley

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–de mayor jerarquía que las escritas en los códigos en virtud de la luminosidad que emana– no escrita,
no explícita, de contenido incierto y nebuloso pero indiscutible, del rayo de la esperanza. Amén.

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UNA LUZ, UNA HENDIDURA

Era el mediodía del 30 de septiembre de 1993, lejano ya en los almanaques –¡10 años ya!– pero,
desmontada la ficción del tiempo, siempre presente en el alma. En ese instante en que la Asamblea de
Representantes me tomaba protesta como presidente fundador, nacía la Comisión de Derechos
Humanos del Distrito Federal. La institución veía su primera luz sin contar con presupuesto, ni plazas
laborales, ni sede, ni una sola oficina o siquiera un escritorio provisional. Así que, no por vanidad ni por
egocentrismo sino en estricto apego a la realidad, podía haber afirmado entonces, parafraseando a
aquel rey francés: "La Comisión soy yo". Se requerían, para mi designación, las dos terceras partes de
los votos, y 80% de los asambleístas votó por mí. Sólo votaron en contra, en protesta por mi postura
ante la interrupción voluntaria del embarazo –formulada en el libro El delito de aborto: una careta de
buena conciencia, publicado dos años antes– los seis representantes varones del PAN, pues las cinco
legisladoras mujeres de este partido se abstuvieron después de que a unos y otras les expliqué en dos
largas conversaciones que no era partidario del aborto sino de que se penalizara, ya que su
penalización siempre ha sido contraproducente. (Cuatro años después, en cambio, todos los diputados,
aun los panistas, votarían por mi reelección).
Lo primero era pelear un buen presupuesto, suficiente para cumplir las tareas encomendadas
con eficacia y para pagar salarios decorosos, y se consiguió que se nos asignaran –¿te acuerdas,
Víctor Guzmán, de aquellas reuniones interminables con el oficial mayor?– 30 millones de pesos, el
triple de lo que ofrecía el entonces Jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís.
En segundo lugar era preciso integrar un excelente equipo de trabajo, a la altura de la misión que nos
tocaba cumplir. Invité a los mejores de mis conocidos, entre los cuales la gran mayoría eran jóvenes y
destacados ex alumnos míos llenos de idealismo. Era necesario que tomaran algunas lecciones acerca
de las funciones que iban a desempeñar, las cuales impartió quien sería el primer visitador, José
Antonio Aguilar, el más brillante de mis compañeros de generación en la Facultad de Derecho de la
UNAM, dotado de ética de trabajo, capacidad de razonamiento y sintaxis perfecta. Nos dijo en la
primera sesión: "Al trabajar en la Comisión, la vida nos brinda la oportunidad de ser héroes sin
necesidad de ser despanzurrados". Sentí por la espalda correr un escalofrío. En el pequeño grupito
inicial, que se hacinó en un departamento que habilitamos como oficina en la esquina de Ángel Urraza y
Amores, ya estaban, además de Víctor, Alejandra Vélez, la segunda visitadora, cuyas virtudes
principales son la coherencia y un corazón muy bien puesto; Hilda Hernández, que ejerce la elegancia
entendida corno condición superior del espíritu, y quien consiguió éxitos aun en asuntos imposibles y
ajenos a nuestra competencia; Angélica Ortiz, capaz, humorística y de lealtad a toda prueba; Esperanza
Hidalgo, juiciosa y equilibrada; Tere Gómez de León, cálida hasta con los más aburridos y biliosos
militantes de ongs, y a quien se debe la Casa del Árbol, ese espacio emblemático de la Comisión para
los niños; Clara Guadalupe García, siempre ingeniosa, y Alejandro Juárez, caballeroso y competente,
encargados de la relación con los medios. Se incorporaron sucesivamente Alicia Azzolini, lúcida en sus
asesorías sobre todos los temas; los agudos Javier Ruiz y Julio de la Portilla; Dolores Lozano, de tesón
invencible; Itzel Meyenberg, creativa e inteligente; Sonia Araujo, apasionada defensora de mujeres
maltratadas, a muchas de las cuales rescató de sus naufragios aliviándoles el alma... y tantos más a
quienes pido perdón por no poder mencionar en este breve espacio. El apoyo y la guía de nuestro
Consejo fue invaluable. Dice Vicente Quirarte que los fareros no existen: son los ángeles quienes suben
de noche para que el faro cumpla su designio. Eso fueron nuestros consejeros, entre quienes hubo
gente de calidad profesional y humana excepcional: Néstor de Buen, Miguel Concha, Rolando Cordera,
Ángeles González Gamio, Silvia Hernández, OIga Islas, Soledad Loaeza, Carlos Llano, Ángeles
Mastretta, José Ovalle, Cristina Pacheco, Luis Rubio... En nuestras batallas contamos asimismo con el
respaldo de intelectuales y artistas admirables. Varios actores de la más alta categoría actuaron en
nuestros anuncios televisivos promocionales sin cobrar un centavo. Reiteradamente lo hizo una de las
más grandes actrices de todos los tiempos: Diana Bracho.

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El equipo se entregó en cada batalla con el mayor coraje –palabra que viene de un vocablo latino
que significa corazón–, veló por nuestra causa como el león de los bestiarios medievales que duerme
con los ojos abiertos y llenó cada hora de cada jornada, corno quería Kipling, de 60 minutos de lucha.
Mi mérito corno presidente de la Comisión fue haber sabido elegir a los compañeros de la odisea.
Actuamos con escrupuloso profesionalismo y con eficacia. De los casi 43,000 expedientes abiertos en
ocho años, se concluyó el 99.88%. El 91% se finalizó en menos de un mes. En 58% de los casos los
quejosos obtuvieron que se les reconocieran o resarcieran sus derechos. De nuestras 86
recomendaciones, se cumplió totalmente el 78%. En palabras de Savater, queríamos mejorar las cosas,
no vengarnos de nada ni de nadie, "ni salvar nuestra alma proclamando que todo es igualmente malo
salvo lo perfecto, que es imposible". Y algunas cosas mejoraron por intervención nuestra. Disminuyó
considerablemente la práctica de la tortura. El Nacional Monte de Piedad bajó sus tasas de interés.
Dejaron de exigirse como requisitos para ocupar una plaza laboral en instituciones públicas el
certificado de no gravidez y el examen de detección del virus del sida. Se obtuvo que se brindara
atención médica en la vía pública a los menesterosos en casos de urgencia. Se creó el primer albergue
de la ciudad para mujeres maltratadas. Se acortó el trámite de divorcio necesario cuando la causal es el
maltrato y se facultó a los jueces familiares para prohibir al autor de violencia doméstica que se acerque
a las víctimas. Se ejerció acción penal contra 30 agentes policiacos involucrados en ejecuciones. Las
agencias especializadas en delitos sexuales y los hoy maltrechos hospitales públicos mejoraron
sustancialmente sus servicios. Se descubrió el paradero de Nelly Campobello. Diversas hipótesis de
falsedad en declaraciones ante autoridad dejaron de considerarse delitos graves, gracias a lo cual
recuperaron su libertad cientos de personas injusta y absurdamente encarceladas. Se demostró la
falsedad de varias acusaciones, lo que se tradujo en que los inculpados fuesen liberados... y muchas
otras cosas. Por cierto, llegó a decirse que la Comisión había puesto demasiado denuedo en lograr la
libertad de Paola Durante, pero este caso se atendió con el mismo ahínco que todos los demás. Lo que
pasó fue que, a pesar de la inobjetabilidad con que demostramos la inocencia de la edecán, el
procurador Del Villar se obstinó en mantenerla presa, y es deber del ombudsman empeñar toda su
capacidad persuasiva, todo su prestigio, toda su autoridad moral, en una palabra toda su alma de
defensor de los derechos humanos en lograr que se cumplan sus recomendaciones.
Procedimos en todos los casos con absoluta autonomía –sin la cual no hay auténtico
olnbudsman– no sólo frente a las autoridades gubernamentales sino frente a partidos, organizaciones y
grupos de poder. En el último tramo de mi gestión, tras varios capítulos de lucha intensa con el
procurador Samuel del Villar, y principalmente molesto por el caso de Paola que puso al descubierto a
los ojos de todos la infamia contra la joven, el diputado perredista Gilberto Ensástiga afirmó que la
Comisión, para no politizarse ni propiciar tensiones, tenía que evitar confrontarse con el gobierno. Su
postura nos hizo recordar a esos militantes e intelectuales de los antiguos regímenes de Europa
Central, o de la Cuba de hoy, que callan o justifican las violaciones a los derechos humanos con el
pretexto de que denunciar las arbitrariedades de un gobierno de izquierda es hacerle el juego a la
reacción o a las fuerzas oscuras cuya identidad no se molestan en precisar. Se le respondió con
argumentos y, sobre todo, con acciones que pusieron en claro que un verdadero ombudsman debe
combatir todo abuso de poder, no importa la afiliación o el signo político de la autoridad que lo cometa,
ni las animadversiones de los incondicionales de un gobierno que pueda ganarse en esa tarea. Sólo así
se mantiene la confianza de la sociedad, particularmente de aquellos que, por decirlo con palabras de
Borges, aun encerrados en la ergástula más oscura –la firme trama de incesante hierro–, no se
arredran porque saben que en algún recodo de su encierro puede haber una luz, una hendidura.
Telón: después de esos años, la vida, siempre generosa conmigo, me ha ofrecido otras
importantes actividades profesionales, que por supuesto he disfrutado; pero dispongo de anclas
psíquicas, y mi corazón ancló en aquellos días que me tocó vivir en la Comisión de Derechos Humanos
del Distrito Federal.

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EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA

Este año se cumplen 400 de que apareció la primera edición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha, por lo que hay un pretexto de cronofilia para asomarse a las páginas de la novela inmortal de
don Miguel de Cervantes Saavedra, ya sea para leerla por vez primera o para releerla. En cualquiera de
los dos casos esa lectura les deleitará, salvo a quien tuviera corazón de piedra –las piedras jamás,
paloma, / qué van a saber de amores, dice la sabrosa canción de Tomás Méndez–. El Quijote es uno de
los personajes más citados en conversaciones privadas y comentarios públicos, pero la mayoría de
quienes lo citan jamás ha abierto el libro. Quizás intimida la extensión de la obra así como saber que se
trata de una historia escrita hace cuatro siglos. No imaginan los intimidados lo que se han perdido. El
Quijote y su escudero Sancho Panza son dos de los personajes más intensamente vivos, más
humanos, más ingeniosos, más entrañables de la literatura universal de todos los tiempos. Si la primera
edición tuvo 500 ejemplares, apenas en tres meses había ya una reedición, y después varias ediciones
piratas (y una apócrifa continuación de la primera parte, felizmente olvidada en la posteridad, firmada
por un tal Alonso Fernández de Avellaneda). En 1607 se tradujo al inglés, en 1614 al francés y en 1622
al italiano. En 1615, el propio Cervantes hace decir a don Quijote, en la segunda parte de la novela –El
ingenioso caballero don Quijote de la Mancha–, que "por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas
he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo", y que "treinta mil
volúmenes se han impreso de mi historia, y llevan camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si
el cielo no lo remedia". En la actualidad la obra ha sido objeto de más de dos mil quinientas ediciones y
ha sido traducida a todas las lenguas, incluso al latín y al sánscrito. Después de la Biblia, no hay otro
libro en el mundo más veces editado, traducido y comentado.
¿Qué hace tan atractivo al Quijote? No intentaré una respuesta exhaustiva. Además de que
Cervantes escribió la novela maravillosamente, utilizando, según los personajes y las situaciones, una
gran variedad de estilos, mencionaré tres aspectos del personaje que me resultan conmovedoramente
seductores: a) La capacidad del Quijote para soñar y su afán indeclinable de hacer realidad sus sueños;
b) Su enamoramiento a toda prueba de una mujer ideal existente tan sólo en su imaginación febril, y c)
Su espíritu radicalmente libertario.

El personaje es un hidalgo cincuentón cautivado por sus muchas lecturas de las hazañas de los
caballeros andantes, que recorrían el mundo socorriendo a los que necesitaban su ayuda y dedicando
tales proezas a sus mujeres amadas. Si bien en la Europa del siglo XV hubo realmente algunos
caballeros andantes que participaron en justas y pasos de armas, y deambularon por gran parte del
continente –Francia, Borgoña, Flandes, Inglaterra, Alemania, Italia, Hungría, Imperio Bizantino, Reino
de Granada–, sus fantásticas aventuras sólo tuvieron lugar en la literatura, no en el mundo fáctico.
Alonso Quijano, inspirado por esas páginas fantasiosas, decide emular las heroicidades y para eso se
convierte en don Quijote. Quiere resucitar un tiempo extinguido siglos atrás que en realidad no existió
nunca, es decir, su sueño no consiste en revivir el pasado sino en algo mucho más ambicioso: realizar
la leyenda, volver hechos reales lo que sólo había sido ficción. El mundo en que vivía era, como ha sido
en todos los tiempos, injusto, cruel y mezquino, y don Quijote sale a enderezar tuertos y desfacer
agravios. La misión que se impone es la de hacer triunfar los mejores valores de la caballería: defensa
de los débiles, culto al valor y la honra, y veneración a su dama. Para eso dispone tan sólo de una
armadura y una espada anacrónicas, y de la compañía de su caballo Rocinante, tan esquelético como
él mismo, y de un campesino gordinflón, dicharachero y simpático, que hace las veces de su escudero,
Sancho Panza. En pos de ese ideal, Don Quijote sufre innumerables desventuras, burlas y palizas, pero
nada lo arredra ni lo desanima. Su espíritu elevado resiste todas las contrariedades, aunque no lo
exime de sentir temor como corresponde a la condición humana. En Barcelona, en el mar que por

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primera vez veía, asistió desde una galera a un combate naval y "se estremeció y encogió de hombros
y perdió la color del rostro". Allí, el miedo lo paralizó.

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Don Quijote decide elegir como su dama a una mujer bella, distinguida y virtuosa como nadie, una
mujer a la que ninguna otra pueda compararse. El caballero convierte entonces, por obra y gracia de su
pura voluntad, a Aldonza Lorenzo, una campesina ruda, poco agraciada, corpulenta, hombruna y
olorosa a ajo, en la sin par Dulcinea del Toboso, atribuyéndole cualidades tan excelsas que, en efecto,
la hacen incomparable. "¡Oh, mi señora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosura, fin y remate
de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad y, ultimadamente, idea de todo lo
provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo!" Es perfecta porque él la quiere perfecta. "...
píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Helena
de Troya ni la alcanza Lucrecia de Roma, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades
pretéritas, griega, bárbara o latina". Dulcinea inspira sus batallas y a ella se las dedica. "Ella pelea en
mí, y vence en mí, yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser". No hay dato de realidad respecto de su
amada que pueda decepcionarlo. En una ocasión, don Quijote envía a Sancho al pueblo del Toboso
con la tarea de anunciar a Dulcinea su deseo de visitarla. El escudero no sabe cómo ni dónde encontrar
a la dama. Inesperadamente ve que se acercan tres labradoras montadas en sendos borricos, y corre a
avisar a su amo con la esperanza de que éste admire a una princesa en quien no es más que una
aldeana. Sancho se postra reverente a los pies de las tres mujeres y se dirige a una de ellas: "Reina y
princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recibir en su gracia y
buen talante al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos
de verse ante vuesa magnífica presencia". Don Quijote se percata de que aquella que Sancho llama
reina y princesa y duquesa es una moza tosca, de cara redonda y chata, pero esclarece con su ingenio
y fantasía toda la confusión: el maligno encantador ha puesto nubes y cataratas en sus ojos
transformando la hermosura y el rostro sin igual en el de una labradora pobre. La muchacha, azorada,
azuza al borrico, que entonces la derrumba. El caballero intenta auxiliarla, pero la aldeana salta como
un hombre al lomo de la bestia y se aleja. Don Quijote jura que dedicará el resto de su vida a rescatar a
su amada del conjuro. Hacia el final de la novela, derribado por el Caballero de la Blanca Luna y
conminado con la lanza vencedora al cuello a confesar las condiciones del desafío, el Caballero de la
Triste Figura proclama: "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más
desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad". Es el momento
de mayor heroísmo de don Quijote: la flaqueza ante la fuerza no ha de ser justificación para defraudar
la verdad que se ha hecho causa de nuestras lides.

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El amor de don Quijote por la libertad es desmedido. Lo lleva a recelar de toda autoridad y a un exceso
tal como el de la liberación de doce delincuentes aduciendo que "no es bien que los hombres honrados
sean verdugos de otros hombres". Cervantes sabía lo que era dejar de ser libre. Regresaba de Nápoles
a España en la galera Sol cuando, a la altura de Cadaqués, o de Rosas o Palamós, en la actual Costa
Brava, les salió al paso una flotilla turca que, tras un combate en el que murieron varios soldados
cristianos y el capitán de la galera española, hizo prisioneros, entre otros, a Miguel de Cervantes y a su
hermano Rodrigo. Llevados a Argel, Cervantes fue adjudicado como esclavo, condición en la que duró
cinco años. Cuatro veces intentó fugarse, y para evitar más dañosa sus compañeros de fuga se hizo
responsable de todo aun resistiendo la tortura. Es él el que habla en voz de don Quijote cuando éste le
dice a su escudero: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la
libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el
mayor mal que puede venir a los hombres".

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