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Un misterio llamado Clarice Lispector


A los 40 años de su muerte, la autora de 'Cerca del corazón salvaje' reina
en la historia de la literatura brasileña tanto como en las redes sociales.
Una biografía retrata su enigmática figura
TOM C. AVENDAÑO

22 SEP 2017 - 10:44 CDT

La biblioteca Clarice Lispector de São Paulo es un edificio público de hormigón situado


en Lapa, un barrio de clase media relativamente cerca del centro de la ciudad. Tiene
puertas amarillas y azules por fuera; por dentro, principalmente personas mayores
sentadas en media docena de mesas redondas. Casi todo el mundo sabe que la tal
Lispector que da nombre al edificio era alguien importante, aunque no todos acaban de
ubicarla como la escritora brasileña más traducida y aclamada en décadas. Y nadie
responde con la disposición de Lycia, una adolescente de 14 años y enormes gafas de
pasta que estaba repasando las estanterías de metal que hay en las paredes. “Creo que
la conozco”, dice. Y, tras una búsqueda en Google, muestra el móvil como un trofeo: en
la pantalla, varias fotos en blanco y negro de una mujer bella y congelada en un gesto
distante, como de estrella del cine de los cuarenta. En cada versión de la foto hay una
frase diferente: “El verano está instalado en mi corazón”. “Todo silencio tiene un
nombre”. “Mi problema es que nunca fui de gustar más o menos; o gusto mucho o no
gusto”. Todas las frases se atribuyen a Lispector, la mujer de la foto, pero pocas lo son.
Lycia remata: “Libros suyos aún no he leído, pero creo que me gusta”.

“Introspectiva e intimista, enseguida se diferenció del


neorregionalismo que dominaba Brasil”
Cuarenta años después de su muerte, Clarice Lispector goza de una tremenda fama en
las redes convertida en un icono de la autoayuda adolescente. Para sus lectores más
serios, los que defienden que arrancar sus frases del delicado contexto al que
pertenecen equivale a quitarles el alma, es solo una anécdota ignominiosa. Para algunos
jóvenes es lo que Lispector siempre ha sido. Pero también es un síntoma del complicado
legado que la propia escritora, que nunca mostró el menor interés en la vida pública, ha
dejado en su país. “Clarice goza hoy de más culto a su imagen que a su obra”, matiza
Yudith Rosenbaum, profesora de letras clásicas en la Universidad de São Paulo y autora
de dos libros sobre la escritora. “Por no conceder entrevistas, por haberse aislado y
haber rodeado su vida de misterio, por preferir el silencio a las charlas, se ha creado un
aura de inaccesibilidad de cara a una legión de fans idólatras”. Lispector se ha
convertido a lo largo de las décadas en un fenómeno muy difícil de ignorar, pero eso solo
ha ido empeorando el problema de la huella que dejó en la literatura brasileña alguien tan
difícil de clasificar.

De izquierda a derecha, Mania Krimgold, Elisa, Clarice,


Tania y Pinkhas Lispector. EDITORIAL SIRUELA

Resulta complicado hablar de Lispector incluso como autora brasileña, porque sus
escritos parecen pasar por encima de la realidad terrenal. Una vez en 1969 dedicó unas
de las crónicas que escribía en el periódico Jornal do Brasil al tema de la violencia policial
(porque unos agentes habían disparado 13 veces sobre un famoso bandido). Su última
novela, La hora de la estrella, habla de una chica que, al igual que ella hacía años, viaja del
noreste a Río de Janeiro. Y ya. En casi 40 años de producción no hay más referencias
explícitas al lugar ni la época que la rodeaban. Solo hay, defiende Rosenbaum, una
referencia implícita en algunos textos. “Brasil aún es un país en el que la empleada
doméstica ocupa un lugar importante en las familias de clase media y alta. Es un
resquicio de nuestra triste herencia colonial”. Y hay varias crónicas de Clarice,
publicadas en el Jornal do Brasil entre 1967 y 1973, que hablan de la experiencia de la
escritora con sus empleadas: “Los momentos de semejanza y de diferenciación entre
ellas revelan unos conflictos de clase que la sociedad brasileña había mantenido
ocultos”. La académica recuerda que en la novela La pasión según GH el enredo central
ocurre en la habitación de la empleada.

Casi tan inútil como intentar etiquetarla por el contenido de sus textos es estudiar su
forma. Su estilo, entre la poesía y la prosa, de pintar de espiritualidad los detalles
cotidianos y usar la primera persona en relatos en los que ella no es un personaje la
distancia más que acercarla a sus coetáneos: no se parece a nadie y su visión no
recuerda a ningún movimiento. “Ya desde el principio se diferenció del neorregionalismo
de los años treinta que dominaba el panorama brasileño del que surgió. Era más cercana
a la novela introspectiva e intimista, heredera de la prosa de la ficción católica francesa,
pero aun así no se aproxima a ninguna de esas dos vertientes”, sopesa Rosenbaum.
Benjamin Moser, autor de la biografía Por qué este mundo, que se publica ahora en
España y que en 2009 galvanizó la fama internacional de la autora, se resiste también a
la clasificación: “Leer a Clarice es una experiencia muy personal. Hablar de ella en clave
nacional o académica es una idea pésima, es permitir que una camarilla sin imaginación
entierre a una artista en una tumba polvorienta”, sostiene. “Clarice se describe mejor
como una amante con la que uno tiene momentos de luz, de amor, de sexo y de muerte.
Esto le sonará exagerado a quienes no la hayan leído, pero a los que sí, les parecerá
obvio y hasta un poco limitado”.

Lispector murió en 1977. Su influencia en los futuros escritores del país resultó ser más
problemática de lo esperado. Muchos intentaron ocupar su hueco y durante años han
proliferado imitaciones de su estilo: algunas excesivamente místicas, otras simplemente
impenetrables. Otros escritores huyeron de su temible sombra. Caio Fernando Abreu, un
autor de los años setenta y ochenta que hoy también está de revival 20 años después de
su muerte, se negó a leer su obra para no contaminarse. No fue el único. “Un joven
escritor de São Paulo me dijo que, tras Clarice, muchos brasileños sintieron que no
tenían nada que decir”, recuerda Moser.

“Es, junto con Guimarães Rosa, la gran escritora de la segunda


mitad de nuestro siglo XX”
A la vez, la visión universal de Lispector ayudó a que su obra medrase en el extranjero.
En 1954 se publicó en Francia la primera traducción de una novela suya. En Nueva York
la primera se lanzó en 1964: para los años ochenta los títulos en inglés se habían
multiplicado. La editorial alemana Schöffling & Co. compró los derechos en alemán y
Siruela hizo lo propio en español. “Ella siempre fue una figura de culto, pero solo entre
los expertos, como un secreto bien guardado. Fueron las traducciones y el interés que
empezó a generar fuera lo que la convirtió en un fenómeno brasileño”, opina el editor y
escritor Pedro Corrêa do Lago. El prestigio de otros países completó la ecuación. Entre
que su estilo era tan peculiar que se limitaba a su obra; entre que apenas había cultivado
su faceta pública y que era un nombre más avalado por el extranjero que por el propio
país, Clarice Lispector pasó a ser una figura de culto. Unas décadas más en ese camino y
estaría protagonizando memes para la próxima generación.

Al menos por ahora, mientras su presencia siga relativamente cercana en el tiempo. Su


valor para el país está claro: “Es, junto con Guimarães Rosa, la gran escritora de la
segunda mitad de nuestro siglo XX”, sentencia Corrêa do Lago. Quizá sea cuestión de
que, con el tiempo, se le acabe encontrando un hueco que no dependa de si
representaba o no la mentalidad brasileña. “Y Shakespeare ¿representa la mentalidad
inglesa? O Cervantes, ¿la española? Al principio desde luego que no: eran simples
escritores, y el Quijote se pudo haber escrito en Francia tanto como Hamlet se pudo
haber escrito en Italia”, protesta Moser. “Pero los grandes artistas saben proyectar, de
una manera muy extraña, una visión muy excéntrica y personal sobre los hablantes de
todo un idioma, y también saben hacerles creer que esa visión es la suya. Así, es
imposible imaginar el español sin Cervantes, el inglés sin Shakespeare y el portugués sin
Clarice”.

‘Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector’. Benjamin Moser. Traducción de Cristina
Sánchez-Andrade. Siruela, 2017. 492 páginas. 34 euros
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