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Conozco a un tal Rep, o Reptil como le gusta que le digan en los días calurosos. Su verga no pasa de
ser su mayor y más evidente fracaso, pero me gusta su manera de contarlo, de decir con su mirada
que puede ser interesante, que puede ser algo más que un simple “punki” pateador de tarros de
basura. Pobresito, Valentino Ortega, me ama como una novedad que pudiera cautivarme, y como
si, además, eso fuera lo que mejor hablara por él. Es decir, de una manera que no hace temblar la
luna en el agua y que el sol le gusta insolar como un rotundo fracaso.
No me vayan a decir que esto es plagio porque los atomizo, los trituro, los desaparezco con este
baretico de 15 centímetros que me dispongo a soplar. Dios ocupa un lugar importante en mi
incredualidad, por lo general hablo con él por las tardes cuando tengo una duda insuperable; doy
clic a su puerta, tarda en responderme entre dos y cinco segundos, esa es su nueva actualización.
Parece un parque donde estoy. En cualquier momento recordaré mi nombre, me raya la idea de
presentarme. No me mataron, me llamó Prudencia Aguilar.