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Hay mucha discusión estos días sobre la mejor manera de conducir un diálogo-
si debe haber un coordinador dirigiéndolo o no, si debe empezar con un tema o
pregunta preformulada o si la pregunta debe ser espontánea en el diálogo, si
debe haber más de cinco o cincuenta personas, etc. Si bien estas preguntas
organizacionales pueden resultar útiles y es deseable conocer las reglas del
juego antes de iniciar el diálogo, son absolutamente periféricas o fuera del
contexto del diálogo. Ninguna de ellas pueden crear un diálogo si la mente no
está en modo de diálogo. Por el contrario, si nuestra mente está en modo de
diálogo, la forma no destruye ni impide el diálogo. Lo que determina la calidad
del diálogo es fundamentalmente el estado de nuestra propia mente.
En ese sentido, uno puede vivir toda nuestra vida con una mente en estado de
continuo diálogo- diálogo con uno mismo, con otros que nos rodean o con la
Naturaleza-. Esto significa una mente en estado de diálogo no es diferente de
una mente que escucha y observa, esenciales para una mente que aprende, si
entendemos que el aprender no es la acumulación de conocimientos sino el
discernimiento de lo que es la verdad de lo que es falso. Es una mente que no
está apegada a ninguna opinión o a ninguna creencia religiosa, una mente que
no está en busca de satisfacción o queriendo juzgar basado en sus gustos o
disgustos. Para tal mente, cualquier experiencia, cualquier conversación,
cualquier libro es una fuente de profundos cuestionamientos. El conocimiento
propio o de sí mismo y el entendimiento son derivaciones de la exploración de
esas preguntas de uno mismo. Es la mente que estudia de la vida,
constantemente buscando, mirando, aprendiendo y creciendo en su propia
comprensión – nunca adhiriéndose a una conclusión, nunca sosteniendo
ninguna opinión fija. Solamente tal mente puede trascender las limitaciones del
conocimiento y descubrir si hay algo sagrado que está más allá de los
pensamientos y creencias humanas.
Uno debe distinguir entre dos clases de entendimientos. Hay el aprendizaje que
es acumulación de conocimientos, que es cuestión de tiempo y esfuerzo. Esto
es esencialmente el cultivo de habilidades o de pensamientos y memoria. Hay
también un importante aprendizaje que es la capacidad de discernir lo que es
verdad y descartar lo que es falso y de allí encontrar un significado más
profundo de todo lo que la vida nos ofrece, el amor, la religión, la belleza y la
muerte. Este aprendizaje no es acumulativo, por tanto no es un asunto de
tiempo. Tiene la naturaleza de ser una conciencia holística, de entendimiento
profundo, de visión de largo alcance, de sabiduría y de compasión. Con el
tiempo uno necesariamente crece en conocimientos y experiencias pero no en
sabiduría. Solamente cuando la mente tiene un discernimiento profundo o una
directa percepción de la verdad es cuando cualquier ilusión desaparece y existe
una mayor sabiduría y comprensión sobre la vida. Tener nuestra mente en tal
estado de diálogo es el arte de aprender.