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EN LA QUIIMICA:

Fue conocido porque se creía que había logrado la transmutación del plomo en oro mediante
procedimientos alquimistas y por haberle dado al zinc su nombre, llamándolo zincum.

Igualmente, Paracelso aceptó los temperamentos galénicos y los asoció a los cuatro sabores
fundamentales. Esta asociación tuvo tal difusión en su época que aún hoy en día, en lenguaje
coloquial, nos referimos a un carácter dulce (tranquilo, flemático), amargo (colérico), salado
(sanguíneo, dicharachero) y el carácter ácido pertenecería al temperamento melancólico.

La alquimia no fue solamente una búsqueda de la transmutación de los metales, sino también una
investigación científica en la que los conocimientos químicos y biológicos desempeñaban un papel
esencial. Paracelso debió mucho al principio alquímico de la separación, que distinguía entre el
mundo «visible» y el «invisible». El invisible estaba poblado de fuer-zas a las que los antiguos
llamaban «demonios».

EN LA MEDICINA:

Dicha medicina no era racionalista, a pesar de que tuviera en cuenta los datos de la experiencia. Su
gran empeño era integrar lo intangible en el tratamiento y diagnóstico de las en-fermedades, no
separar nunca al hombre del universo, teniendo siempre presentes las influencias ocultas que
padece. Tal medicina no se reducía a ser, pues, una ciencia analítica, sino que exigía también de su
practicante multitud de conocimientos esotéricos y cierto dominio de las ciencias herméticas. Las
leyes divinas parecían a Paracelso mucho más esenciales que la medida de las cantidades. Ciencia,
magia y religión estaban tan imbricadas en su pensamiento y en el de sus discípulos, que se ha
podido hablar de «magos» más que de médicos del Renacimiento, sin dejar de reconocerse por
ello que la medicina moderna debe algunos de sus descubrimientos a aquella me-dicina filosófica.

Produjo remedios o medicamentos con la ayuda de los minerales para destinarlos a la lucha del
cuerpo contra la enfermedad. Otro aporte a la Medicina moderna fue la introducción del término
sinovial; de allí el líquido sinovial, que lubrica las articulaciones. Además, estudió y descubrió las
características de muchas enfermedades (sífilis y bocio entre otras) y para combatirlas se sirvió del
azufre y el mercurio. Se dice que Paracelso fue un precursor de la homeopatía, pues aseguraba
que «lo parejo cura lo parejo» y en esa teoría fundamentaba la fabricación de sus medicinas.

Paracelso no se contentó con ser un teórico, sino que persiguió y obtuvo curaciones
espectaculares, calificadas a veces de milagrosas. Sus discípulos se jactaron de haber curado a
impotentes, sifilíticos, epilépticos y sordos, pero los adversarios de su ciencia médica alegaron que
en realidad no se trataba más que de mejorías pasajeras.
La teoría del flogisto, sustancia hipotética que representa la inflamabilidad, es una teoría
científica obsoleta según la cual toda sustancia susceptible de sufrir combustión contiene
flogisto, y el proceso de combustión consiste básicamente en la carencia de dicha sustancia.
Fue postulada por primera vez en 1667 por el alquimista/químico alemán Johann Joachim
Becher para explicar el proceso químico de la combustión, y fue defendida por su compatriota,
el físico y químico Georg Ernest Stahl.1

Mercurio (Hg): su nombre se debe al planeta del mismo nombre, pero su abreviatura
es Hg porque Dioscórides lo llamaba «plata acuática» (en griego hydrárgyros,
HYDRA: ‘agua’, GYROS: ‘plata

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