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Adélia Prado Poemas

(1935)

Bagagem (1976)

Con licencia poética

Cuando nací un ángel esbelto,


de esos que tocan la trompeta, anunció:
ve a cargar bandera.
Cargo muy pesado para una mujer,
esta especie aún avergonzada.
Acepto los subterfugios que me tocan,
sin tener que mentir.
No soy tan fea que no me pueda casar,
Río de Janeiro me parece magnífico y
a veces sí, a veces no, creo en el parto sin dolor.
Pero escribo lo que siento. Cumplo mi sino.
Inauguro linajes, fundo reinos
―el dolor no es amargura.
Mi tristeza no tiene pedigrí,
pero mi deseo de alegría,
tiene su raíz en mi abuelo mil.
Ve a ser cojo en la vida es maldición de hombres.
Las mujeres son despegables. Yo lo soy.

O coração disparado (1978)

Muchacha en su cama

Papá tose, dando aviso de sí,


viene a examinar los cerrojos, uno por uno.
La trabe de la casa es de peroba do campo,
puedo dormir tranquila. Mi mamá viene a taparme,
le pido su bendición, y huyo tras de los hombres,
conteniéndome por usura, hago rendir lo bueno.
Si me tocan, desencadeno a las chusmas,
los pececitos cardúmenes.
Los topacios me arden allá donde mi mamá sabe,
por eso me dice con celos:
duérmete rápido que es tarde.
Sí, mamá, ya voy:
a pasear al parque, sin ningún regaño.
Adiós, me cuido, voy a campear por los callejones,
molino de muchachos en el bar, guitarra y ojos
difíciles de eludir.
Cuando esta nuestra ciudad esté roncando en la niebla,
los muchachos marianos me van a esperar a la iglesia.
El cielo es aquí, mamá.
Qué bueno es no ser libro inspirado
el catecismo de la doctrina cristiana,
puedo aplazar mis escrúpulos
y cabalgar en el torpor
de los monseñores podados.
Puedo sufrir mañana
la linda mancha de vino
de las flores marchitas en el suelo.
Las fábricas tienen sus patios,
los muros tienen su detrás.
En el cuartel son amables conmigo.
No quiero té, madre,
quiero la mano de fray Crisóstomo
ungiéndome con óleo santo.
De la vida quiero la pasión.
Yo quiero esclavos, soy laxa.
Con amor de enojo y mofa
quiero mi cama un catre,
el santo ángel del Señor,
mi celoso guardián.
Pero descansa mamá, él es eunuco.

De Terra de Santa Cruz, 1981

Casamiento

Hay mujeres que dicen:


Si mi marido quiere pescar, que pesque,
pero que limpie los peces.
Yo no. A cualquier hora de la noche me levanto,
ayudo a descamar, abrir, cortar y salar.
Es tan bueno, los dos solos en la cocina,
de vez en cuando los codos chocan,
él dice cosas como “éste estuvo difícil”
“plateó en el aire dando coletazos”
y hace el gesto con la mano.
El silencio de cuando nos vimos la primera vez
atraviesa la cocina como un río profundo.
Finalmente, los peces en el platón,
nos vamos a dormir.
Cosas plateadas restallan:
somos novio y novia.

Terra de Santa Cruz (1981)

Lugar de la necrópolis

Hay quien después de haber cantado y chocado los dientes en el vaso


se murió.
Hay quien después de haber dicho sus penas secretas
está hoy sellado bajo lápidas,
excretando sobre mí su fantasma
de persona verdadera, sublevada,
de persona poética.
En la juventud me complacía lo fúnebre,
los rostros lívidos de los poetas enfermos.
Hoy, sólo necesito la vida para morir.
En las metrópolis,
el camposanto acaba confundido,
rodeado de bares.
Y a causa de eso la gente se ilusiona,
cree tener en manos a la indomable.
El cementerio quiere laderas y montes
sobre los cuales se mira el atardecer:
un día estaré allá,
allá lejos,
en el irrefutable lugar.

O pelicano (1987)

Pelícano

Un día vi un navío de cerca.


Por mucho tiempo lo miré
con la misma gula sin prisas con que miro a Jonathan: primero las uñas, los
dedos, sus nudos.
Yo amaba el navío.
¡Oh! decía. ¡Ah, qué cosa es un navío!
Se balancea ligero
como los galanes se mueven.
Alrededor de mí busqué a la gente:
mira, mira, el navío
y me dispuse a hablar de lo que no sabía
para finalmente tocar
en donde el que no tiene pies
camina sobre la masa de las aguas.
Una noche de esas, antes de acostarme
vi ―como vi el navío― un sentimiento.
Trabada de interjecciones, mutismos,
vocativos supremos balbuceé:
¡Oh Tú! y ¡Oh Vos!
―la garganta me dolía de llorar―
Sucedió que en la oscuridad de la noche
estaba poetizada,
un deseo supremo me quería.
Oh Misericordia, dije
y puse mi boca en el chorro de aquel pecho.
Oh amor, y me dejé acariciar,
la visión se desvanecía,
lúcida, ilógica,
verdadera como un navío.

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