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El detalle

La noche caía como una noche cualquiera sobre el


bosque, un suave viento apenas mecía las ramas altas
de los árboles y el sol comenzaba a ceder su dominio a
la penumbra.

El campamento ya estaba casi armado, los últimos


amarres sujetaban las tiendas de campaña muy
modernas, unas con aspectos de igloos plásticos y
otras policromas que sugerían tipis de una tribu hippie.

La fogata al centro del semicírculo que describían los


pequeños tabernáculos, iba cobrando fuerza, bien
hecha apuntaba su fuego hacia donde minutos más
tarde se vería la luna llena.

Jóvenes de ambos sexos charlaban realizando tareas


diversas y una música monótona servía de fondo a los
preparativos de la velada.
Raquel y Ana entre risas, terminaban de hacer el
ponche en una gran cacerola de aluminio, vertiendo
una botella de dos litros de ron blanco.

Adrián, César y el morocho, fumaban marihuana


metidos en el bosque, sobre una lomita desde donde se
divisaba el campamento a corta distancia.

Eduardo bromeaba con Laura llegando a donde Ana


probaba el ponche.
- ¿Qué tal quedó? – preguntó Laura.
- Pruébalo – le contestó Ana tendiéndole el vaso en
el que había bebido.
- ¡Qué rico! – dijo pasándole lo que quedaba en el
vaso a Eduardo quien lo engulló de un sorbo.
- Está bueno – dijo.
Raquel se puso a acomodar vasos desechables sobre
la mesa de tijera que sostenía la cacerolota mientras
gritaba a todo pulmón:
- ¡ Ya e s t á e l p o n c h e !
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Miguel, Juan y Julieta hicieron su aparición, Raquel les


entregó sendos vasos; a poco llegaron los pachecos
con harta sed y fueron surtidos con ponche.

Con sus vasitos en la mano fueron a sentarse sobre


cobijas alrededor de la fogata, Miguel apagó la
reproductora de CD desapareciendo el ponchis ponchis
ipso facto.

El morocho se colocó la guitarra sobre las piernas


cruzadas tocando a continuación un par de acordes
para chequear la afinación del instrumento.

La luna llena, la fogata a todo lo que da, el ponche en


las venas y la guitarra bien tocada, están haciendo una
linda velada donde los jóvenes siguen los cantos y se
espantan los zancudos de cuando en cuando.

Adrián no podía quitarle los ojos de encima a Raquel,


la luz de la fogata aguzaba su perfil, le parecía estar
viendo un ángel femenino de una belleza inalcanzable.
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Raquel experimentó una extraña calidez que atribuyó a


la bebida alcohólica, sentía la mirada de Adrián como
una caricia envolvente. Eran sus estrógenos
comenzando a correr en su sangre más rápidamente
los que la hacían más y más bella.

C o m o s i n q u e r e r, R a q u e l v o l t e ó y m i r ó a A d r i á n , s u s
miradas se cruzaron creando un túnel entre ambos, se
conectaron sus almas en un instante y desde el fondo
de sus corazones supieron que se pertenecían el uno
al otro de una manera trascendente.

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Adrián sonrió estupidizado y Raquel sintió ternura, una


inmensa ternura y sonrió a su vez despertando en el
hombre un tremendo deseo que le secó la garganta con
una sensación parecida al miedo.

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Aún en el plano de la estupidez, Adrián solamente


atinó a levantar el vaso hacia ella en señal de brindis.
Ella entendió el gesto y se llevó su vaso a los labios
con extrema coquetería. Adrián estaba anonadado y
apuró el contenido de su vaso sin detenerse. Entonces,
súbitamente, recordó que estaba en un campamento
con sus amigos de la escuela preparatoria.

Vo l v i e n d o en sí se levantó y fue hacia donde se


hallaba el ponche, sirvió su vaso y caminó con
determinación hacia donde estaba sentada Raquel; aún
de pie le dijo:
- Te c a m b i o e l v a s o .
Ella lo miró y después de dar un trago largo le dio su
vaso y tomó el vaso lleno que le ofrecía su compañero.
Acto seguido, Adrián, fue a donde el ponche de nuevo
y escanció el vaso que llevaba en la mano. Se volteó
hacia la fogata y tomó la mejor decisión de la noche:
fue y se sentó junto a Raquel.

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El morocho cantaba acompañándose con la lira una


canción de Alejandro Lora, una que habla sobre que las
piedras rodando se encuentran, Raquel y Adrián se
sabían destinatarios de la rola. Alcanzaban a percibir
con absoluta claridad un calor magnético que salía de
sus cuerpos, de uno y otro, se tocaban.
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Mientras el misterio de amor se iba entretejiendo entre


Raquel y Adrián, el ponche se iba consumiendo y ya
sonaban carcajadas, el morocho, experto en fiestas de
amigos y heredero de una vocación de hábil
e n t r e t e n e d o r, se puso a cantar la San Marqueña
sumando las risas de todos sus amigos con las frases
de doble sentido.

La luna hacía su recorrido hacia el poniente cuando el


morocho se tomó un descanso, Laura y Eduardo, que
ya eran novios, se besaban sin p u d o r, recostados
encima de una cobija junto a la fogata, los demás
ponían las bases para jugar dígalo con mímica.

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Raquel y Adrián eran perfectamente conscientes de


que algo estaba sucediendo en sus almas, las
feromonas combinadas con el alcohol y la agradable
velada conjugaban la vivencia trascendental en que
ambos se veían envueltos. Se miraron con curiosidad,
intentando saber si el secreto que entrañaban era
cierto; y sí. Lo era. Sus corazones estaban fundidos y
el deseo apareció a flor de piel. Irremediablemente
tendrían sexo.
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Pero no en este campamento, ni en los siguientes días.


El estilo de Adrián no era promiscuo ni Raquel era una
chica fácil. Ambos sabían, que se amaban, que se
amarían y parecía que nos les corría prisa. Entonces
comenzaron con las cartas.

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Coincidió que después de ir al cine, Adrián le entregó a


Raquel una carta en sobre cerrado, la cual extrajo de
la cajuelita de guantes del auto de su papá, donde la
había guardado al salir de su casa. Raquel la recibió,
abrió su bolso, la depositó dentro y a su vez sacó un
sobre y lo entregó a Adrián, ambos rompieron a reír
pues no se había puesto de acuerdo, a los dos se les
había ocurrido la misma idea, expresar sus
sentimientos epistolarmente.

Adrián se acercó a Raquel con suavidad, la abrazó aún


riendo y de pronto, de golpe, cesaron las risas y se
besaron largamente, era su primer beso, dulce y
a p a s i o n a d o , l a p r u e b a i r r e f u t a b l e d e s u a m o r, e l c u a l
mezclaba pasión y respeto.
Luego se miraron y vieron cada uno la totalidad del
universo en los ojos del otro.

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La carta de Adrián conmovió a Raquel hasta la médula,


no pudo resistir llamarle por teléfono a las doce de la
noche, lo hacía deseando con toda su alma que no
fuera a contestar ninguno de sus papás.

Adrián oyó el timbrazo y corrió al teléfono, sabía,


creía, deseaba, que era ella.

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Cartas inspiradas llenas de romanticismo y entrega,


llamadas maratónicas por las noches en las cuales los
amorosos se alternaban. Se iba construyendo la trampa
inevitable que los llevaría a la cama.

Y sucedió.

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A valores entendidos salieron una tarde y en lugar de ir


al cine, como acostumbraban, Adrián los condujo a un
hotel de paso.
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Rebasados los nervios de una situación nueva, bajaron


d e l a u t o y s u b i e r o n a l a h a b i t a c i ó n . Ta n s o l o l l e g a n d o
se arrojaron en un abrazo y se besaron repetidamente.
C o n e x t r e m o p u d o r, s e d e s h i c i e r o n d e l a r o p a y s e
metieron a la cama, de donde se levantó Raquel para ir
a l b a ñ o . L l e g a n d o e l l a s e l e v a n t ó A d r i á n y f u e a o r i n a r.
Ambos flotaban.

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El joven salió del baño con un preservativo puesto y se


cubrió con las sábanas sintiendo el calor que irradiaba
Raquel, oliéndola la comenzó a acariciar como el
instinto le iba dictando, la joven se le entrega sin
cortapisas, su saliva era delgada y sabrosa.

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Por su parte, Raquel estaba subida en una nave


e s p a c i a l y c o m e n z a b a s u v u e l o i n t e r e s t e l a r.

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Sólo ellos saben cómo se acomodaron y a los pocos


minutos Adrián estaba sobre ella repitiendo el
movimiento que durante todos los siglos ha constituido
el meollo de la raza humana.

Las sábanas echadas a un lado veía y gozaba a Raquel


desnuda bajo su peso aliviado con sus brazos
extendidos en la posición del misionero.

Raquel sentía la penetración y jadeando deseaba que


ese momento fuera eterno.

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Adrián, antes de e y a c u l a r, hizo un esfuerzo


sobrehumano y comprimiendo el músculo
pubeocogcígeo, detuvo el esperma aún, sabiendo, por
sus atinadas lecturas, que las damas merecen el mayor
tiempo posible del acto sexual.

Pero fue inútil, la detención duró tres segundos e


inmediatamente Adrián chorreo sus semillas de la vida
dentro del látex.

25

Raquel se dio cuenta y no se frustró, tolerante se


sintió satisfecha, esperando una segunda ronda más
tarde. Con coquetería se dio vuelta mostrando sus
nalgas a su joven enamorado.

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Adrián regresaba del planeta Urano cuando se dio


cuenta de un detalle que lo conmocionó. En la
asentadera derecha de Raquel estaba tatuado un
corazón rojo traspasado por una flecha.

27

Mientras Raquel dormitaba a la espera de una nueva


embestida del macho, una peligrosa amargura comenzó
a filtrase en el alma de Adrián. ¿Cómo era posible que
esa chica tan tierna de la cual se había enamorado
tuviera un obsceno tatuaje en una nalga?
¿Qué significaba?. ¿En qué sórdidos lugares había
estado Raquel?. ¿Con quiénes había cogido?. ¿Quién
la había tatuado?.¿Por qué?.

Un demonio de celos e incomprensión nubló la mente


del muchacho, se sintió bajo y vulgar y odió a Raquel
con todo su corazón. La despreció absolutamente.

Su amor se terminó de un tajo. Se levantó, fue a


bañarse y en silencio se vistió.
Mientras lo hacía un sudor frío recorrió la espalda de
Raquel, un inmenso pavor le asoló, en su mente
perspicaz pensó: “Adrián vio mi tatuaje”. ¿Pero qué
pasa?.

S e q u e d ó i n m ó v i l s i n s a b e r q u é h a c e r o q u é d e c i r.
Adrián abandonó la habitación sin decir una sola
palabra. Subió al coche y se marchó.

Lágrimas amargas corrieron por el rostro de una joven,


que un día en Cancún cometió la ocurrencia de
t a t u a r s e u n c o r a z ó n d e l a b u e n a s u e r t e p a r a e l a m o r, a
instancias de un grupo de amigas que hicieron lo
mismo.

Le hubiera podido explicar a Adrián, mas el joven no


estaba allí.

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Raquel y Adrián se siguieron viendo en la preparatoria


un tiempo pero ya no se dirigieron la palabra, la
carcasa que contenía las almas gemelas, se había
roto.

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