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Deleuze, Guattari - O Que É A Filosofia
Deleuze, Guattari - O Que É A Filosofia
SEXO Y BIO-PODER
La histórica construcción de la sexualidad, que es como una característica discursiva
conectada a los discursos y a las prácticas del poder, se consolidó a comienzos del siglo
XVIII. Una “incitación técnica para hablar acerca del sexo” se desarrolló como un
complemento a la preocupación administrativa por la asistencia social de la población.
Empíricamente, las clasificaciones científicas de la actividad sexual fueron puestas, en
efecto, en el contexto de una preocupación por la vida. En el primer período éstas
clasificaciones estuvieron todavía en la sombra de los tempranos discursos religiosos, los
cuales vincularon a la carne, al pecado, y a la moral Cristiana. Pero gradualmente los
demógrafos y los administradores de policia comenzaron a explorar empíricamente tales
temas como la prostitución, las estadísticas sobre la población y el desarrollo de la
enfermedad.
“El sexo no fue una cosa simplemente para juzgar; éste fue una cosa administrada. Éste
estaba en la naturaleza de un potencial público; éste influyó en los procedimientos
administrativos; éste ha sido tenido en cuenta para los análisis de los discursos. En el
siglo XVIII, el sexo fue un asunto de policia.” [3]
El gran interés por los estudios estadísticos sobre la población pueden servir como
un ejemplo. Durante el siglo XVIII la demografía y sus campos asociados fueron
gradualmente conformados en disciplinas. Administradores como nosotros hemos visto,
aprovecharon la población como una cosa para ser conocida, controlada, cuidada, para
hacer florecer: “fue necesario analizar los índices de natalidad, las edades al contraer
matrimonio, la legitimidad y la ilegitimidad de los nacidos, la precocidad y la frecuencia de
las relaciones sexuales, las formas de hacersen ellos estériles o fértiles; los efectos en la
vida de los solteros o de las prohibiciones, los impactos de las prácticas contraceptivas.”
[4] A través de los informes generales de los pietistas, acerca de la importancia de la
población, los administradores franceses en el siglo XVIII gradualmente comenzaron a
instituir procedimientos de intervención en la vida sexual de la población. Comenzando
desde éstos aspectos políticos-económicos, el sexo se volvió un tema que comprometía a
ambos, al Estado y al individuo.
Durante el siglo XVIII el vínculo de la sexualidad y el poder ha girado en torno a los
aspectos de la población. En los comienzos del siglo XIX un importante cambio ocurrió;
una refundición de los discursos acerca de la sexualidad se empleó en los términos
médicos. Fue éste cambio el cual desencadenó una explosión de los discursos sobre la
sexualidad por todas partes de la sociedad burguesa. La clave para lograr este objetivo,
fue la separación de una medicina del sexo de la medicina del cuerpo, una separación
fundamentada sobre la division de “un instinto sexual capaz de presentar anomalías
constitutivas, adquirir desviaciones, debilidades de la edad, o procesos patológicos.” [5] A
través de estas “científicas” rupturas la sexualidad fue vinculada a una poderosa forma de
conocimiento y estableció un vínculo entre el individuo, el grupo, la norma y la autoridad.
Aquí Foucault contrasta sexo y sexualidad. Sexo es un asunto familiar. “Se podría
asegurar, sin ninguna duda, que las relaciones de sexo se levantaron en cada sociedad
hacia un despliegue de alianzas” [6] Ya muy al final del siglo XVIII la mayoría de los
códigos de las leyes en Occidente se centraron sobre este despliegue de alianzas: un
particular discurso acerca del sexo con el fín de articular lo religioso a la legal obligación
del matrimonio junto con los códigos para la transmisión de la propiedad y los vínculos
con el parentesco.
Éstos vínculos crearon estatus, permitieron y prohibieron acciones, y constituyeron un
sistema social. A traves de la alianza entre el matrimonio y la procreación se ató el
intercambio y el traspaso de la riqueza, la propiedad y el poder.
La forma histórica del discurso y las prácticas con la que Foucault rotula la
“sexualidad” conduce a un desligamiento del sexo de la alianza. La sexualidad es un
problema individual: se relaciona con los placeres privados y ocultos, peligrosos excesos
para el cuerpo, fantasías secretas; ésto llegó a ser visto como la esencia principal de los
individuales seres humanos y el centro de su identidad personal. Ésto hizó posible el
conocimiento de los secretos del cuerpo y de la mente de cada uno, a través de la
mediación de médicos, psiquiátras y otros a quienes uno confesaba sus pensamientos
privados y prácticas. Ésta personalización, medicalización y significancia del sexo, la cual
ocurrió en un momento histórico particular es, en los términos de Foucault, el despliegue
de la sexualidad.
Dentro de la difusión generalizada de la producción y proliferación de discursos
sobre la sexualidad, Foucault separa cuatro “grandes unidades estratégicas” en las cuales
el poder y el conocimiento combinan mecanismos específicos construídos en torno a la
sexualidad. Cada una de las estrategias en el despliegue de la sexualidad comenzaron
separadamente de las otras, y cada una fue al principio relativamente dividida. Los
detalles se encuentran en los prometedores volumenes de la “Historia de la Sexualidad;”
no obstante, los principales temas claramente se relacionan con la interpretación del Bio-
poder que nosotros hemos estado desarrollando.
Primero, una histeriquización de los cuerpos de las mujeres. El cuerpo de la mujer
fue analizado como si hubiera sido completamente saturado con la sexualidad. A través
de éste “avance” médico el cuerpo de la mujer podría ser separado “por medio de una
patología intrínseca a éste” y localizado “en una comunicación orgánica con el cuerpo
social (quienes regulaban la fecundidad y estaban supuestos a asegurarla).” [7] Todos los
elementos del completo despliegue de la sexualidad están aquí: una misteriosa y
penetrante sexualidad de la mayor importancia reside en alguna parte y en cada parte en
el cuerpo; ésta misteriosa presencia fue la que llevó al cuerpo de la mujer hacia los
discursos analíticos de la medicina; a través de éstos discursos médicos, ambos, la
identidad personal de la mujer y el futuro de la salud de la población están vinculados en
un espacio común de conocimiento, de poder y de la materialidad del cuerpo.
Segundo, una pedagogización de la sexualidad de los niños. Las tácticas
empleadas en la lucha contra la masturbación, ofrece un ejemplo de la proliferación del
Bio-poder como producción, no restricción de un discurso. Éste discurso fue construído
sobre la creencia de que todos los niños están dotados con una sexualidad la cual es a la
vez natural y peligrosa. Consecuentemente, el individuo y los intereses colectivos, ambos,
convergieron en esforzarsen para hacersen cargo de este ambiguo potencial. El onanismo
infantil era tratado como una epidemia. “Lo que en realidad conllevó, a través de esta total
campaña secular que movilizo el mundo de los adultos alrededor del sexo de los niños,
fue usar estos tenues placeres como un apoyo, constituyendolos como secretos (que es,
forzarlos a una ocultación tanto como para hacer posible su descubrimiento).”[8] Detallada
vigilancia, técnicas de control, innumerables trampas, interminable moralización,
insistencia de una incesante vigilancia, continua incitación a la culpa, arquitectónica
reconstrucción, honor familiar, el avance médico fue todo movilizado en una campaña
condenada al fracazo desde el comienzo–si sus objetivos eran en efecto, la eradicación
de la masturbación. Sin embargo, si esa campaña es leída como la producción de poder y
no como una restricción de la sexualidad, ésto sucedió admirablemente: siempre relevado
sobre esta base, el poder avanzó, multiplicando sus impulsos y sus efectos, mientras su
objetivo se expandía, subdividia y bifurcaba, penetrando mucho más allá de la realidad en
el mismo ritmo.”[9]
Tercero, una socialización del comportamiento procreativo. En ésta estrategia, a la
pareja conyugal le fueron dados a ambos responsabilidades médicas y sociales. La pareja
ante los ojos del Estado, ahora tenía una obligación en el cuerpo político; ellos deberían
protegersen de las influencias patológicas que un descuido de la sexualidad podría
incrementar o limitar (o revigorizar) la población para una cuidadosa atención para la
regulación de la procreación. Enfermedades o fallas en la vigilancia sexual de la pareja,
podrían ser fácilmente detectados, ésto estuvo sujetado en la producción de perversos
sexuales y mutantes genéticos. Las fallas en los controles de los cuidados de la
sexualidad podían conducirlos a un declive peligroso de la salud para ambos, el nucleo
familiar individual y el cuerpo social. A finales del siglo XIX, “una total práctica social, la
cual tomó la exasperante pero coherente forma de un Estado-dirigido racista, que equipó
la tecnología del sexo con un formidable poder y consecuencias muy claras.”[10]
Los movimientos eugénicos, pueden ser ciertamente entendidos en esta óptica. Sin
embargo, no todas las ciencias que surgieron de esta relación con la sexualidad humana,
tomaron éste rol de controladores biológicos. Foucault señala que particularmente en sus
primeros días, cualquiera de sus principales normalizaciones posteriormente, el
psicoanálisis demostró una persistente y valerosa resistencia a todas las teorías de la
degeneración hereditaria. De todas las tecnologías médicas desarrolladas para la
normalización del sexo, ésta fue la única que vigorosamente resistió a este biologismo.
Cuarto, una psiquiatrización de los placeres perversos. A finales del siglo XIX el
sexo había sido separado, o, en la lectura de Foucault, construído como un instinto. Éste
instintivo impulso, se esperaba, funcionara sobre ambos niveles, el biológico y el
psicológico. Éste podría ser pervertido, distorcionado, invertido y desvirtuado; éste podía
también funcionar naturalmenten en una forma sana.
En cada caso, el instinto sexual y la naturaleza del individuo fueron intimamente
conectados. La ciencia –ciencia sexual– construyó un vasto ezquema de anomalías, de
perversiones, de especies de sexualidades deformadas.
Los psiquiátras a finales del siglo fueron particularmente diestros en esta clase de juegos.
“Allí hubo…mixoscopófilos, ginecomástas, presbiófilos, sexo-estéticos invertidos, y
mujeres dispareunístas.”[11]
Estableciendo estas especies sobre una base científica, la especificación y detalle de los
individuos, fue supuestamente, enormemente facilitada. Un completo nuevo campo fue
abierto para las crónicas detalladas y las regulaciones de la vida individual.
Para los psiquiátras, la sexualidad penetró cada aspecto de la vida de las personas; por lo
tanto cada aspecto de sus vidas debía ser conocido. Mientras que “la sodomía había sido
una aberración temporal, la homosexualidad era ahora unas especies.”[12] Lo que había
sido un campo de actos prohibídos ahora se dirigía hacia unos síntomas de un significado
mezclado de biología y acción. Otra vez, “la maquinaria del poder está centrada sobre
ésta totalidad de fuerzas extrañas que no alcanzan a contenerlo, pero más bien le dan
una analítica, visible y permanente realidad.”[13] Toda conducta podía ahora ser
clasificada siempre a través de una medida de normalización y patologización de éstos
misteriosos instintos sexuales. Una vez más un diagnóstico de la perversión fue
científicamente establecido, tecnologías correctoras –por el bien del individuo y de la
sociedad– podían y debían ser aplicadas. Una integramente nueva “ortopedia” del sexo
encontró sus justificaciones. Así, como en las otras tres estrategias, el cuerpo, la nueva
ciencia sexual, y la solicitud de la regulación y la vigilancia fueron conectadas.
Ellas fueron traídas juntas en un grupo por la convicción de una profunda, omnipresente,
y, significante sexualidad la cual impregnaba cada cosa que tuviera contacto con ella–lo
cual fue en la mayoría de las cosas.
Todas estas estrategias condujeron a un curioso vínculo de placer y poder. Como el
cuerpo fue el lugar de la sexualidad y la sexualidad no podía ser por más tiempo ignorada,
la ciencia fue impulsada a conocer en los más mínimos detalles todo acerca de los
biológicos y psíquicos secretos en los cuales el cuerpo participaba. El resultado fue,
ciertamente, un avance científico, pero también “una sensualización del poder y un
aumento del placer.” Al avance científico le fue dada una creciente motivación, una oculta
estimulación, que se convirtió en su propio placer intrínseco. La examinación, la principal
técnica de éstos nuevos procedimientos, fue la ocasión para poner un subrayado discurso
sexual en una aceptable terminología médica. Desde que el problema médico fue
ocultado, la examinación… requería de la confesión de los pacientes. Ésto “presuponía
proximidades…requería un intercambio de discursos, a través de preguntas directas que
forzaban confesiones y confidencias que fueron más allá de las cuestiones
preguntadas.”[14] Además, la persona examinada fue también investida en una específica
forma de placer: toda ésta cuidadosa atención, ésta acariciadora extorsión de los más
íntimos detalles, éstas exploraciones presionadas.” La examinación médica, la
investigación psiquiátrica, el reporte pedagógico, y los controles de la familia podían tener
el total y aparente objetivo de decir no a toda obstinada o improductiva sexualidad, pero el
hecho es que ellas funcionaron como mecanismos con un doble estimulo: Placer y
Poder.”[15] La penetración del poder médico y el placer de evasión de los pacientes
sedujeron a ambas partes.
TECNOLOGÍA CONFESIONAL
Para Foucault la examinación médica del siglo XIX, como otras formas de
circunscripción a la confesión, descubrió a los personajes de autoridad las más profundas
fantasías sexuales y prácticas de los individuos. Por otra parte, el individuo fue persuadido
que a través de una semejante confesión, era posible conocerse a si mismo. El sexo fue
únicamnete uno, aunque el mayor, de los temas de ésta producción confesional la cual se
ha incrementado en le ámbito desde el siglo XIX. “La confesión ha extendido sus efecto
por todas partes. Ésta representó una parte en justicia, medicina, educación, las
relaciones de familia y las relaciones amorosas, en los más ordinarios asuntos de la vida
diaria; y en los más solemnes ritos; unos confiesan un crimen, los otros pecados, otros
pensamientos y deseos, otros enfermedades y problemas…uno se confiesa a sí mismo,
en el placer y en el dolor, cosas que podrían ser imposible decirlas a cualquier otro, las
cosas que las personas escriben acerca de los libros…el hombre Occidental se ha
convertido un hombre de confesionario.”[16]
Foucault ve la confesión, y especialmente la confesión acerca de la sexualidad,
como un central componente en la expansión de las tecnologías para la disciplina y el
control de los cuerpos, poblaciones y de la sociedad misma. Como genealogista él quiere
explorar la historia de la confesión, sus vínculos con la religión, el poder político, las
ciencias médicas. En el volumen número I de “La historia de la Sexualidad” él contrasta
esas culturas en las cuales se busca saber acerca del sexo a través de las artes eróticas
y de nuestra propia cultura, la cual emplea una ciencia del sexo. En los próximos
volúmenes se analizará la evolución de la confesión, las técnicas particulares y los tipos
de discursos usados por los Griegos, los Romanos, los Primeros Cristianos, y la Reforma.
En ésta “historia del presente,” el objetivo no es descubrir el momento en el cual la
confesión, y especialmente la confesión acerca de la sexualidad, surge abiertamente
como una tecnología del yo, sino más bien para entender ésta tecnología del yo –el
particular tipo de discurso, las técnicas particulares las cuales supuestamente revelan lo
más profundo de nosotros mismos. Ésto era una propuesta tan atractiva que nos enredo
en unas relaciones de poder las cuales son tan difíciles de ver como de romper. Al menos
en el Occidente, incluso los más privados examenes de conciencia están relacionados
con los poderosos sistemas de control externo: ciencias y pseudo-ciencias, religiones y
doctrinas morales. La cultura del deseo conoce la verdad acerca de uno mismo, incitando
el decir la verdad; en confesión tras confesión para uno mismo y para los otros, ésta
“mise en discours” ha localizado al individuo en una red de relaciones de poder con
aquellos quienes pretenden ser capaces de extraer la verdad de éstas confesiones a
través de sus controles de las claves de interpretación
En el volumen I de la “Historia de la Sexualidad,” Foucault está específicamente
interesado en el papel de las ciencias en ésta interacción de la confesión, la verdad, y, el
poder. Para uno, las normas científicas, y un discurso de análisis científico imparcial
(particularmente el discurso médico) se ha vuelto tan dominante en la sociedad Occidental
que ellos parecen casi sagrados. Además, a través de la expansión de los métodos de la
ciencia, el individuo se ha vuelto un objeto de conocimiento, a la vez para sí mismo y para
otros, un objeto quien ha aprendido a efectuar cambios sobre sí mismo. Éstas son las
técnicas con las cuales está atado en el discurso científico y en las tecnologías del yo.
Claramente, éste proceso es similar a las tecnologías disciplinarias en las cuales
una autoridad efectua cambios sobre “dóciles y mudos cuerpos.” Una clara diferencia es
que el sujeto moderno no es mudo; el tiene que hablar.
Foucault está ahora buscando demostrar la relación entre éstos dos tipos de tecnologías,
para mostrar como ellas están integradas dentro de estructuras complejas de dominación.
De nuevo, para Foucaulr el poder no es estrictamente violencia, o pura coherción, sino la
interacción de técnicas disciplinarias y las menos evidentes tecnologías del yo. La tarea
del genealogista del sujeto moderno es separar los componentes constituyentes y analizar
la interacción de éstos componentes.
La clave para la tecnologia del yo es la creencia que uno puede, con la ayuda de
expertos, decir la verdad acerca de uno mismo. Éste es un dogma central no sólamente
en las ciencias de la psiquiatría y la medicina, sino también en las leyes, en la educación,
en el amor. La convicción de que la verdad puede ser descubierta a través de la auto-
examinación de la conciencia y de la confesión de sus pensamientos y actos ahora
parece tan natural, tan apremiante, ciertamente tan evidente, que parece irrazonable
postular que tal auto-examinación es un central componente en una estrategia de poder.
Ésta impropiedad descansa sobre nuestro sistema de “la hipotesis represiva,” si la verdad
es inherentemente opuesta al poder, entonces su descubrimiento podría llevarnos sobre
el camino de la liberación.
Ésta convicción de que la confesión revela la verdad encuentra su más poderosa
expresión en nuestra atención de la sexualidad: la creencia en que el cuerpo y sus
deseos, vistos a través de un prisma de interpretación, es la forma más profunda de
interpretación de la verdad acerca de un individuo en particular y acerca de los seres
humanos en general.
Desde la penitencia Cristiana hasta el día de hoy, los deseos del cuerpo han mantenido
una posición central en la confesión. Comenzando en la Edad Media, luego durante la
Reforma, y continuando en el presente día, el lenguaje y las técnicas empleadas en la
confesión religiosa se han vuelto más refinadas y sus alcances se han ampliado cada vez
más. Foucault analizará la larga y compleja evolución de la confesión en la iglesia en los
siguientes volumenes de la “Historia de la Sexualidad.” Por ahora, es suficiente decir que
el caracterizó esa evolución como un imperativo general para transformar cada deseo del
cuerpo y del alma en un discurso. “La pastoral cristiana prescribió como oficio
fundamental, la tares de pasar todas las cosas que se han hecho con el sexo a través de
la interminable fábrica de discursos.”[17] El individuo fue incitado a producir una
proliferante oración sobre el estado de su alma y la lujuria de su cuerpo. Ésta oración fue
sacada y luego juzgada por el delegado representante de la autoridad, “el cura.”
Ambos, la cantidad y la claridad de éste incitamiento a la confesión han florecido.
Foucault toma el ejemplo de la orden dada a los Cristianos a comienzos del siglo XIII que
ellos debían confesar todo acerca de sus pecados al menos una vez al año; las cosas han
cambiado considerablemente desde luego. Él también nos muestra que el campo y el
escenario de la confesión se han expandido. A comienzos del siglo XVI las técnicas de la
confesión se desataron ellas mismas desde un contexto puramente religioso y comienzan
a ser aplicadas en otros dominios, primero en la pedagogía, luego en las prisiones y en
otras instituciones de confinamiento, y más tarde, en el siglo XIX, en la medicina. Los
detalles de ésta extensión de la confesión, se encuentran en los posteriores volúmenes de
Foucault, pero la tendencia que él ésta describiendo es suficientemente clara. Desde sus
orígenes cristianos, la confesión se vuelve una general tecnología. A través de ésta, el
más meticuloso e individual placer, los mínimos movimientos del alma podían ser
importunados, conocidos, medidos y regulados. Desde la preocupación cristiana por el
sexo viene la presuposición de que el sexo es importante y que los pensamientos
sexuales también como las acciones deben ser confesadas para aprender acerca del
estado del alma del individuo. El principal movimiento próximo al lugar de la confesión, y
especialmente la confesión sexual, en un poderoso vínculo ocurrió en el siglo XIX, cuando
el individuo fue persuadido a confesar a otras autoridades, particularmente a los médicos,
psiquiátras, y, a los científicos sociales.
Sin embargo, Foucault no esta afirmando que un interés en el sexo es
necesariamente alcanzado en las tecnologías del yo y las relaciones de poder.
Allí han habido dos métodos estrechamente difundidos relacionados con el sexo: el arte
erótica, la “ars erotica,” y una ciencia del sexo “scientia sexualis.” En las grandes
civilizaciones, excepto la nuestra propia, el sexo es tratado como una “ars erotica” en la
cual “la verdad es dibujada desde el placer por si mismo, entendida como una práctica y
acumulada como una experiencia.”[18] El placer es su propia finalidad. Éste no está
subordinado a una utilidad, ni a una moralidad y ciertamente, tampoco a una verdad
científica. Tampoco la sexualidad es una clave para el individuo mismo, sino más bien un
campo de prácticas y una doctrina esotérica en la cual un maestro enseña a un iniciado.
Éstos rituales prometen “una absoluta dominación del cuerpo, una gloria singular, un
olvido del tiempo y sus límites, el elixir de la vida, el exilio de la muerte y sus
amenazas.”[19]
El Occidente ha seguido otros caminos, éste de la ciencia de la sexualidad. Su
centro no es la intensificación del placer, pero si el riguroso análisis de cada pensamiento
y acción que éste relacionado con el placer. Ésta exhaustiva articulación de deseos ha
producido un conocimiento el cual supuestamente contiene la clave de la salud mental y
física del individuo y el bienestar social. La finalidad de éste analítico conocimiento
tampoco es la utilidad, la moral o la verdad.
En el siglo XIX el discurso sobre la sexualidad se intersectó con las modernas
ciencias del hombre. Gradualmente un “gran archivo del placer” fue constituído. La
medicina, la psiquiatría y la pedagogía llevaron el deseo hacia un sistemático discurso
científico. Sistemas de clasificación fueron elaborados, vastas descripciones
escrupulosamente confrontadas, y una ciencia confesional, una práctica con ocultas e
inmensionables cosas, vinó hacia el ser. El problema para los científicos sexuales fue
como controlar la profusión desde abajo. Allí no hubo dificultades al parecer en la
producción de una explosión discursiva. El problema era organizarlo dentro de una
ciencia.
Focault hace una importante distinción en este punto. Él remarcó que las ciencias
médicas de la sexualidad fueron derivadas de las ciencias de la biología. Las ciencias de
la biología fueron marcadas por un “débil contenido desde el punto de vista de la
racionalidad, para no mencionar la cientificidad, desde las cuales ellas ganaron un lugar
aparte en la historia del conocimiento.”[20]
Ésta confusión de disciplinas conformaron un muy diferente campo de criterios, que
aquellas que funcionaban en la biología de la reproducción, las cuales siguieron un más
regular curso de desarrollo científico. La medicina del sexo quedó estancada en los
aspectos prácticos y políticos. Éstos discursos médicos sobre la sexualidad, aprovecharon
los avances de la biología como una cubierta, como un medio de legitimación.
Sinembargo, allí hubo muy pocas interpretaciones conceptuales: “Ésto es como si una
resistencia fundamental bloqueara el desarrollo de una racionalmente forma discursiva
concerniente al sexo humano, sus correlaciones y efectos. Una disparidad de esta clase
podría indicar que el objetivo de tales discursos, no eran para aclarar la verdad, sino para
prevenir su gran crisis.”[21]
Foucault en algunos momentos parece –y sus críticos lo mal interpretan a él aquí–
como si su intención fuera ubicar a las ciencias como un mero producto del poder. Ésto es
falso. Más bien, su objetivo ha sido constantemente separar las interconexiones del
conocimiento y el poder. A lo largo de su intelectual itinerario han sido esas “pseudo-
ciencias” o “cercanas ciencias” –fundamentalmente las ciencias humanas– las cuales él
ha elegido como su objeto de estudio. Otro, particularmente George Canguilhem y Gaston
Bachelar, han dedicado su atención a las “exitosas” ciencias.
Foucault escogió otro objeto de estudio, esos discursos los cuales reclaman ser de
avanzada, bajo la pancarta de legítima ciencia, han quedado en efecto íntimamente
enredados con las micro-prácticas del poder.
Los discursos médicos sobre la sexualidad en el siglo XIX, son un perfecto ejemplo
de tales pseudo-ciencias. Foucault está analizando las vías en las cuales los practicantes,
vincularon un discurso de verdad, con prácticas de poder a través de su objeto de estudio:
el sexo. “La verdad sobre el sexo, fue una cosa fundamental; util, o, peligrosa, preciosa o,
formidable: en resumen…el sexo fue constituído como un problema acerca de la
verdad.”[22] El sexo es el pretendido objeto, el cual unifica nuestras modernas
discusiones, haciéndolas posiblemente un conjunto unido de elementos anatómicos,
funciones biológicas, comportamientos, sensaciones, conocimientos y, placeres. Sin ésta
profunda, oculta y significante “alguna cosa,” todos éstos discursos podrían volar en
diferentes direcciones. O más exactamente y éste es el punto crucial de los arguementos
de Foucault, ellos no podrían haber sido producidos en cualquier cosa parecida en sus
formas corrientes. Desde el siglo XIX, el sexo ha sido el principio causal oculto, el
omnipotente significado, el secreto para ser descubierto donde sea. “Éste es el nombre
que podemos darle a una histórica construcción; no una furtiva realidad que es difícil de
agarrar, sino una gran red superficial en la cual la estimulación de los cuerpos, la
intensificación de los placeres, el incitamiento al discurso, la formación de especiales
conocimientos, el reforzamiento de controles y resistencias, están vinculadas a otros, en
acuerdo con un poco de estrategias especiales de poder y conocimiento.[23]
El sexo es la ficción histórica, la cual provée el vínculo entre las ciencias biológicas
y las normativas prácticas del Bio-poder. Cuando el sexo fue categorizado esencialmente
como una función natural que podía ser disoperante, de ésto se derivó que éste impulso
tenía que ser contenido, controlado y cambiado. Siendo natural, el sexo era
supuestamente externo al poder. Pero, Foucault se opone, es exactamente la éxitosa
construcción cultural del sexo como una fuerza biológica, la cual le permitió vincularla con
las prácticas del Bio-poder. “El sexo es el más especulativo, el más ideal, y, el más interno
elemento en un despliegue de la sexualidad organizada por el poder en su control sobre
el cuerpo y su materialidad, sus fuerzas, emergencias, sensaciones y placeres.”[24]
–Paul Rabinow
–Hubert L. Dreyfus
[1] “The Confession of the Flesh,” p. 211. Reimpreso en Colin Gordon, ed., Power/Knowledge:
Selected Interviews and Other Writings by Michel Foucault, 1972-1977. New York: Pantheon
Books, 1980
[2] The History of Sexuality. Volume I: An Introduction. Traducido por Robert Hurley. New
York: Vintage/Random House 1980, p. 34.
[3] Ibid, p. 3
[4] Ibid, p. 25, 26
[5] Ibid, p. 117
[6] Ibid, p. 106
[7] Ibid, p. 104
[8] Ibid, p. 43
[9] Ibid, p. 42
[10] Ibid, p. 119
[11] Ibid, p. 43
[12] Ibid, p. 43
[13] Ibid, p. 44
[14] Ibid, p. 44
[15] Ibid, p. 45
[16] Ibid, p. 59
[17] Ibid, p. 21
[18] Ibid, p. 57
[19] Ibid, p. 19
[20] Ibid, p. 54
[21] Ibid, p. 55
[22] Ibid, p. 56
[23] Ibid, p. 105,106
[24] Ibid, p. 155
[25] Ibid, p. 67
[26] Ibid, p. 64
[27] Ibid, p. 67
[28] Ibid, p. 159
[29] Para una crítica de las ciencias cognoscitivas ver H. Dreyfus, “What Computers Can’t
Do” (New York: Harper and Row, 1979). Para una crítica de la sociobiología ver varios de
los ensayos en “Sociobiology and Human Nature,” ed. Por Anita Silvers et al. (San
Francisco: Jossey-Bass Press, 1978).