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Sociedad Bíblica Internacional

Introducción a los Estudios Bíblicos

BREVES REFLEXIONES A PARTIR DE LA CONSTITUCIÓN DEI


VERBUM

Por:

José Manuel Hernández Díaz


Introducción

A casi medio siglo de haber sido creada, La Constitución Dogmática de la Divina Revelación, mejor
conocida como la Dei Verbum, ilumina el entendimiento de las verdades sagradas y orienta la
acción magisterial de la iglesia.

Como creyente siempre en busca de conocer mejor los fundamentos de mi fe cristiana, haberme
encontrado con esta Constitución surgida del Concilio Vaticano II bajo la batuta del Papa Pablo VI,
ha significado mucho y me ha animado a reflexionar en su contenido, pero no de manera aislada,
sino como quien dialoga con la fuente de tales verdades eternas. En otras palabras, diría que la
lectura de la Dei Verbum me ha puesto a orar.

A pesar de ser muy rico todo el contenido, incluso inagotable, para los fines del presente trabajo
he querido enfocarme en la base misma, esto es, en el primer capítulo titulado La Revelación en Sí
Misma, prestando particular atención a los números dos y seis. La elección, obviamente, fue
espontánea y no obedece a ninguna razón largamente meditada.

Quiero decir, además, que espero que algunas ideas y relaciones que establezco no se interpreten
como algo muy ecléctico. Son simples reflexiones que me fueron apareciendo mientras leía la
constitución, pero cuya base siempre es La Biblia, la experiencia en la iglesia y alguna que otra
lectura católica adicional, especialmente de teología.
Desarrollo

1.- El sentido de La Revelación y su relación con la amistad Dios-humanidad

La Dei Verbum nos dice:

“Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su


voluntad (cf. Ef., 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen
acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef., 2, 18; 1 Pe.,
1, 4). Así, pues, por esta revelación Dios invisible (cf. Col., 1, 15; 1 Tim., 1, 17), movido por su gran
amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex., 33, 11; Jn., 15, 14-15) y trata con ellos (cf. Bar., 3,
38), para invitarlos y recibirlos a la comunión con Él”. (Const. Dei Verbum, n. 2.).

Comentario:

Ante el fragmento anterior, me pregunto ¿cuál es el sentido de La Revelación? El texto es bastante


claro al respecto, pero quisiera concentrarme en un aspecto del mismo, específicamente cuando
dice “habla a los hombres como amigos”. Lo relaciono con el siguiente pasaje de Génesis 1, 27-28,
donde leemos:

“Y creó Dios al hombre a su imagen.

A imagen de Dios lo creó

Macho y hembra los creó.

Dios los bendijo, diciéndoles: ´Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan
autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve
sobre la tierra´”.

Podemos afirmar que Dios establece, según el fragmento anterior de La Escritura, una clara
distinción entre hombre y mujer, por un lado, y el resto de la creación terrena por otro lado desde
el comienzo mismo. El ser humano nace con un privilegio sobre las demás criaturas: es en primer
lugar una imagen y una semejanza de Dios, lo cual supone una particular relación entre Creador y
criatura. Es una relación, pienso, que promueve la identificación, no la unión mecánica y perfecta.
Es importante esta distinción por las consecuencias prácticas que pueden desprenderse de ella.
Una cosa es poder identificarse y otra muy distinta es igualarse. Es fundamental aceptar el hecho
de que yo no soy Dios, tan difundido en la actualidad por ciertas sectas o seudo-religiones
pertenecientes a la denominada nueva era, una especie de ensalada ideológica y ritual que erige
ídolos donde se advierte sólo carne y huesos. Si bien el ser humano comparte con su Creador
ciertas características, no puede perder de vista que es una criatura limitada cognitiva, temporal y
espacialmente. Sin embargo, Dios nos dice, a través de La Revelación, que quiere ser nuestro
amigo; de hecho, la misma Revelación supone, desde mi punto de vista, tal intención. En efecto, Él
se está dando a conocer a su pueblo y en este proceso, nos ofrece una serie de pautas que nos
ayudan a cumplir ese objetivo. De tales pautas se desprenden un conjunto de patrones que
conforman la moral del creyente.

La lógica que orienta la relación Creador-criatura es muy parecida a la de dos amigos sinceros uno
con respecto al otro, con la diferencia que en el plano humano el dinamismo está limitado por
nuestras imperfecciones. También se evidencia un rico dinamismo en la interacción de Dios con su
pueblo, pero es más el de la omnisciencia conduciendo pedagógicamente la ignorancia de manera
paulatina, por fases y de acuerdo a la maduración humana. La amistad de Dios se verifica en todo
momento y desde el primer libro de La Biblia. La caída impone un juicio, pero también abre las
puertas de múltiples promesas, las cuales conducen indefectiblemente a la salvación por medio de
Jesucristo, cúspide del inexorable deseo de amistad de Dios con el hombre.

Es importante que aclare algo: podría dar la impresión de que El Padre necesita con desespero, con
angustia, de manera obsesiva hacerse amigo de la humanidad. No es así; siendo como es
Todopoderoso, Causa sin causa, inmutable, podría vérselas muy bien sin nosotros como antes de
los tiempos. No obstante, su bondad, producto de su amor infinito y perfecto (el cual habrá sido
clave para La Creación), “le impide” abandonarnos a nuestra suerte. Dios quiere nuestro bien, y
éste se fundamenta en el reconocimiento de que precisamente podemos alcanzarlo si dejamos
que sea nuestro amigo y esto se logra si escuchamos lo que nos ha dicho y sobre todo si creemos
en lo que escuchamos, es decir, si tenemos una respuesta positiva, favorable frente a La
Revelación. En fin, si decidimos libre y conscientemente adquirir la fe.
Lo anterior lo conecto con otro punto que me interesa: la relación entre la fe y la humildad. El acto
de fe implica aunque sea un poco de humildad ya que si es sincero, es el producto de una
experiencia particular, decisiva: El Misterio me desborda, estoy en posición de minusvalía, no
controlo ni por mi fuerza física ni por la intelectual eso que ha sido revelado. En este sentido, la fe
es un elemento esencial para que la amistad con Dios fructifique, o uno podría también decir que
la humildad es fundamental en la relación que vengo exponiendo. En última instancia, han sido los
actos de soberbia (falta de humildad) los que han producido fracturas entre El Padre y la
humanidad. Es el ego (ya sea individual o colectivo) demasiado inflado lo que nos pone en
situación de enemistad con Dios, y es por lo tanto lo primero que debe combatirse en función de
conquistar las promesas contenidas en La Revelación.

2.- La Cúspide de La Revelación

Ahora quiero pasar a comentar otro fragmento de la constitución que habla de Cristo como
cúspide de La Revelación y que para mí, en condición de cristiano, tiene mucho valor. Me refiero al
número seis, que dice así:

“Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, ´últimamente, en
estos días, nos habló por su Hijo´ (Heb., 1, 1-2), pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que
ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (cf.
Jn., 1, 1-18); Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, hombre enviado a los hombres, ´habla
palabras de Dios´ (Jn., 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn., 5,
36; 17, 4). Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (cf. Jn., 14, 9),- con toda su presencia y
manifestación de sí mismo, con sus palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, con el envío, finalmente, del Espíritu de
verdad, completa la revelación y confirma con testimonio divino que Dios está con nosotros para
librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva nunca pasará, y no hay que
esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor
Jesucristo (cf. 1 Tim., 6, 14; Tit., 2, 13)”. (Const. Dei Verbum, n. 6).
Comentario:

Debido a nuestras limitaciones, no podemos ascender hacia el Señor por nuestra propia voluntad y
a través de nuestros propios medios. Es Él quien, en su amor infinito, permanece “abajo” junto a
nosotros. Pero a lo largo de la historia humana esta permanencia ha tenido características
diferenciales. La humanidad ha debido poner de su parte e ir madurando la experiencia de La
Revelación. En el Primer Testamento (PT), Dios era un vigilante celoso, severo, así como
infinitamente condescendiente y paciente con los constantes desvaríos de los hombres y mujeres.
Estaba, pero se hacía de ciertos hombres que convertía en puentes entre Él y su pueblo. Con
Jesucristo esto cambia drásticamente. Decide hacerse hombre, es decir, se rebaja a nuestra
condición para elevarnos posteriormente si creemos. Con esta decisión radical, Dios cumple su
palabra para con su pueblo además de culminar su mensaje. En este sentido, ciertamente se puede
trazar una línea progresiva en relación al mensaje que culmina con Jesucristo, cuya figura se viene
anunciando desde el principio. El Verbo es anterior a la creación y se manifiesta por ella, de aquí
que los relatos bíblicos desde El Génesis anuncian y contienen a Jesucristo de una manera u otra.

Siendo La Revelación, según mi exposición del primer punto, una prueba del infinito amor divino y
de su inquebrantable amistad con el ser humano, Cristo viene a ser la demostración perfecta de
ese amor y esa amistad en su condición de cima mensajera. Por eso el punto seis que estoy
comentado dice al final: “La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva nunca
pasará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de
nuestro Señor Jesucristo”. Después de Jesús no hay más palabra, sino obra. Esto me parece
importante y creo que es una gran motivación pastoral. A los antiguos se les prometía la llegada
del mesías, quien los libraría de la opresión y los guiaría hacia la eterna liberación. Hay una natural
expectativa e incertidumbre en la mentalidad precristiana. Para los cristianos, por el contrario, ya la
promesa se cumplió en toda su plenitud. Habría entonces que reflexionar: conociendo La Palabra,
creyendo en ella, y reconociendo que es la culminación plena del mensaje de Dios a la humanidad,
¿qué estoy haciendo (o dejando de hacer) en mi día a día que esté en sintonía con ella? ¿Qué tipo
de cristiano soy? ¿Uno que se define como tal, pero que en realidad se comporta como si el punto
culminante de La Revelación aún estuviera por llegar? Son –creo- preguntas claves cuyas
respuestas sinceras anclarían nuestra identidad de cristianos en terreno adecuado, en vez de
hacernos transitar por un cristianismo netamente reflexivo, público, hipócrita. En fin, un
cristianismo construido sobre arena. No hay que olvidarlo: la invitación de Jesús es a convertirse
sinceramente y a obrar en consecuencia. Sin acciones concretas y verificables, La Revelación plena
y definitiva nos será esquiva y en su momento nos juzgará, como diría san Pablo.
Referencias

La Biblia Latinoamericana (1995). Editorial Verbo Divino. Navarra.

En internet:

Biblioteca Electrónica Cristiana (BEC): http://multimedios.org/docs/d000121/

http://www.vatican.va/archive

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