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Amor y obediencia
Circuncisión e instrucción
La familia
La oración
La sinagoga
El calendario
La vida en Palestina
Organización política
El Templo
Sacerdotes y levitas
Un Estado en el Estado
Cultivadores y artesanos
Obreros y esclavos
Viajes y peregrinaciones
Religiones
Lenguas y cultura
Arquitectura y urbanismo
Cosechas y comercio
Las ciudades
La familia, la enfermedad y la muerte
Un choque cultural
Amor y obediencia
Un texto del Deuteronomio resume al parecer la originalidad del ideal judío: ¿Qué
te pide Yavé tu Dios? Simplemente temer a Yavé tu Dios, caminar por todos sus
caminos, amarlo y servirlo con todo tu corazón y con toda tu alma. (Dt 10,11-13).
El amor del hombre por su Dios se verifica por la fidelidad a las observancias de la
Ley. Pero, con el tiempo, los Maestros de la Ley no cesaron de agregar y de volver
a agregar nuevas prescripciones de tal modo que, a comienzos de la era cristiana,
se llegaba a una lista de 613 prescripciones a las que los judíos religiosos se
atenían con una fidelidad digna de elogio.
Circuncisión e instrucción
Practicada en el recién nacido a partir del octavo día, la circuncisión era el signo de
la pertenencia al pueblo judío, lo que se entendía tanto en su dimensión geográfica
como en su arraigo histórico, ya que el texto sagrado relaciona su origen con
Abraham (Gén 17, 9-14).
Esa obligación que tenía el padre de instruir a sus hijos iba a tener muy
rápidamente como consecuencia para cualquier muchacho judío, fuese cual fuere
su condición social, el aprendizaje de la lectura. El padre no era el único
responsable de velar porque esta obligación se cumpliera sino que también la
comunidad se interesaba en ella; fue así como a partir de la segunda mitad del
primer siglo de nuestra era, un rabino, Yeshua ben Gamla, hizo que se abrieran
escuelas en todas las ciudades del imperio en donde se habían establecido las
comunidades judías.
Por su parte, la madre se encargaba de la educación de las hijas.
La familia
Sin ser una regla absoluta, la monogamia se impuso en Israel a lo largo del período
real y se convirtió en la norma: es muy probable que la revelación del amor divino
transmitida por los profetas haya estado en el origen de este paso de la poligamia,
que era corriente durante la época nómada, a la monogamia. Siempre será el
ejemplo de la fidelidad sin fallas de Dios lo que justificará en Israel la fidelidad
conyugal exigida tanto al hombre como a la mujer y la severidad de los castigos
infligidos a los infractores de ambos sexos.
El hombre y la mujer tienen cada cual su lugar, tanto en la vida familiar como en la
vida pública. Si la mujer debe ser al servicio de su marido discreta, eficaz y
afectuosa, y velar por el buen orden de su casa (Pro 31,27), el marido por su parte
debe reservarle sus alabanzas (Pro 31,28).
La oración
Según el caso alabanza, súplica o acción de gracias, la oración enmarca toda la
vida del judío, desde que se levanta hasta que se acuesta. Está prescrita tres veces
al día y el tratado de las bendiciones precisa en qué momentos: por la mañana, al
mediodía, y “cuando se cierran las puertas de la noche”. El “Shema
Israel” (recuerda Israel) es la pieza maestra de esta oración: proclama la fe de
Israel en el Dios Único, el amor sin reservas de ese Dios como fundamento de la
religión, y la fidelidad a sus mandamientos como respuesta a su amor. Esta oración
quedará definitivamente establecida después de la primera rebelión judía;
comprende dos fragmentos del Deuteronomio (Dt 6,4-9 y 11, 13-21) y una
exhortación final sacada de los Números (Núm 15,37-41).
La sinagoga
Si bien no se sabe nada exacto sobre los orígenes de la sinagoga, se puede suponer
que fue dentro del contexto de la cautividad en Babilonia cuando se adquirió la
costumbre de reunirse para la oración y el estudio de la Ley. El movimiento
comenzó a desarrollarse primero en las comunidades dispersas de la Diáspora y
continuó más tarde en Palestina a la vuelta del cautiverio: lo cierto es que en la
época de Cristo la institución estaba perfectamente ajustada y que se hacía
remontar sus orígenes a los tiempos antiguos (He 15,21).
La sinagoga era en general de plano rectangular con tres naves. Un nicho al fondo
del edificio, la Teva, estaba cubierto con un paño de terciopelo azul bordado en
oro; allí se guardaban los rollos de la Torah. Delante de este nicho ardía una
lámpara. En el centro de la sala de oración había un estrado, cuyo nombre recuerda
los estrados oficiales del imperio romano, el Bima, en el centro del estrado había
una mesa en la que se depositaba el rollo sagrado cuando se hacía la liturgia
sinagogal. Formaban parte de los objetos rituales de la sinagoga el candelabro de
siete brazos, los diversos vasos, el Shofar (trompeta de cuerno de carnero que se
utilizaba para el día del Año celebrado el primero y el segundo mes de Tishri y para
el día de Kippur, el día del perdón).
El calendario
La fecha de la creación (7 de octubre de 3760 A.C.) marca el comienzo de la era
judía. Al igual que todos los calendarios antiguos se procuraba, para respetar el
ciclo de las estaciones, hacer concordar el período lunar con la revolución de la
tierra alrededor del sol. En este caso, se agregaba siete veces durante diecinueve
años un mes lunar suplementario a los doce meses habituales del año. No hay
pues, por este hecho, una correspondencia estable entre las fiestas judías y el
calendario gregoriano que se usa actualmente.
Por otra parte, el calendario tenía dos puntos de partida: el año civil comenzaba en
otoño junto con el reinicio de las actividades agrícolas, mientras que el año
religioso comenzaba en primavera: así era como el ciclo de las fiestas de la
Creación y del Juicio comenzaba con el Día del Año que se celebraba el primer día
del primer mes del otoño, y las fiestas de la Salvación comenzaban con la Pascua
(o Ázimos) que se celebraba el primer mes de primavera. El calendario le recordaba
a cada israelita que era hijo de la tierra (ese es el sentido de la palabra Adán ) y
salvado para Dios.
Entre las fiestas que incluía el calendario de Israel, algunas revestían una
importancia mayor y se celebraban tanto en la casa como en la sinagoga mediante
ritos específicos, ya fuera en Palestina ya fuera en la diáspora.
Rosh Hashannah
Es el día del año, primer día del mes de Tishri, que en la Torah lleva el nombre de
fiesta de las Aclamaciones con motivo de las prescripciones del Levítico que le
conciernen (Lev 23,24). El sonido del Shofar (cuerno de carnero) evoca los sonidos
de trompeta del Sinaí, porque el hombre creado por Dios no puede olvidar el día del
Juicio que viene. El Rosh Hashannah es un día de advertencias solemnes que abre
los Yamin Noarim (las fiestas terribles) y prepara la fiesta siguiente del 10 de
Tishri.
Yom Kippur
El diez del mes de Tishri es el Día del Perdón (Lev 23,26). Ese día de penitencia
estaba marcado por un ayuno absoluto y por la abstinencia de cualquier trabajo o
actividad. Durante todo el día, subía de cada sinagoga a Dios una ardiente súplica;
la mayoría de los hombres, vestidos de blanco como el rabino, repetían la gran
oración Avinu, Malkénu (Nuestro Padre, Nuestro Rey) y leían a Jonás y algunos
textos de Isaías.
Sukkot
El día quince de ese mes de Tishri, al comienzo del otoño, antes de la llegada de las
primeras lluvias, se celebra la fiesta de las Tiendas (Sukot en hebreo). Esta fiesta
que fue agrícola en sus comienzos había integrado el recuerdo de la estada en el
desierto, por eso se pasaba toda la semana en chozas o en cabañas de ramas, que
se construían en el jardín o en la terraza, y cuyo primer palo se había instalado la
tarde del Yom Kippur. Ese día se cantaba el Gran Hallel (Sal 113 a 118) agitando
con la mano derecha, en las cuatro direcciones, un ramo de palmas, de mirto, y de
ramas de sauce amarradas entre sí, que se llamaba lulav, y con la mano izquierda,
el Ethrog fruto del Cédrat (una especie de limón verde). Fiesta del agua y de la luz,
la fiesta de las Tiendas traía consigo la esperanza mesiánica de Israel y entonces se
aclamaba el famoso “¡Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!”
Para todos los que vivían en la Diáspora o incluso en Palestina pero fuera de la
Ciudad santa, el Sede , cena que se celebraba la primera tarde de la semana
pascual, era el rito principal de esta fiesta. Durante la cena se leía el texto
referente a la salida de Egipto: el padre de familia les enseñaba a sus hijos el
sentido de los panes ácimos, del hueso asado, de las hierbas amargas, del pastel
de manzanas, de la nuez mezclada con vino y canela, del huevo duro, que son
otros tantos alimentos simbólicos que recuerdan las diferentes facetas del
acontecimiento pascual. Luego venían las oraciones y bendiciones. Como los
corderos no podían ser inmolados más que en el Templo, sólo en Jerusalén la cena
pascual incluía cordero asado.
Shavuoth (Pentecostés)
Siete semanas a partir del día en que se había comenzado a segar el trigo (de
hecho se había determinado arbitrariamente ese día en la fecha de la Pascua) se
celebraba la fiesta de Pentecostés (Dt 16,9). Esa fiesta, que en su origen fue
agrícola, se extendía toda la semana; también se había transformado en la fiesta
del Don de la Ley en el Sinaí. Por eso era destacada en la Sinagoga con la lectura
de las Diez Palabras (el Decálogo) y con una noche de estudio de la Torah.
Hanukka
Esa fiesta, que fue instituida a mediados del siglo segundo antes de Cristo, fue
establecida el 25 Kislev (Noviembre-Diciembre). Recuerda la purificación del templo
llevada a cabo por Judas Macabeo en Diciembre de 164 a.C. después de que fue
profanado por Antíoco IV Epífanes. Durante los ocho días, tanto en casa como en la
sinagoga, se encendían una a una las ocho velas del candelabro de Hanukka el que,
a diferencia de la Menorah, tenía nueve brazos: de estos ocho son iguales y uno es
diferente, más alto, más bajo, poco importa, pero distinto a los demás. Una alegre
leyenda cuenta en efecto que la candela del santuario fue milagrosamente
encontrada encendida en el templo profanado, y que con ella se habían prendido
las velas durante los ocho días de la dedicación.
La vida en Palestina
Organización política
De la independencia a la colonización
La llegada del romano Pompeyo a Siria marcó el fin del reino seléucida y, para
Hircano II en Jerusalén la pérdida de su poder real y sacerdotal. Durante las luchas
que siguieron, Herodes, hijo de Antipatros, supo granjearse el favor del senado
romano que lo nombró rey de Judá.
Herodes gobernaba, pero Roma vigilaba. Al morir Herodes, Roma sólo le dejó a
Herodes Antipas el título de tetrarca de Galilea, mientras que Judea recuperó su
condición de provincia romana.
Reino aliado
El Templo
Hasta su desaparición, ese Templo fue el lugar a donde “subían las tribus de
Israel”. Ese era el lugar que Dios había elegido para que habitara su Nombre (1Re
8,29).
Desde el reinado de Salomón y hasta el año 70 de nuestra era, o sea por casi 1000
años, el Templo estuvo en la “montaña santa” en pleno corazón de Jerusalén. Su
presencia sólo se vio interrumpida por la destrucción de la Ciudad Santa el 586 y
durante los cincuenta años de cautiverio en Babilonia.
Cuatro pequeñas edificaciones ocupaban las esquinas del patio de las mujeres: dos
sacristías, para las reservas de leña y de aceite, y dos edificaciones rituales, una
para la autenticación de los votos y otra para la purificación de los leprosos (Mt 8,4
y Hech 21,17-24).
Después de atravesar el patio de las mujeres, los hombres pasaban una segunda
puerta, llamada puerta de Nicanor; estaba precedida por una escalinata
semicircular de quince escalones. Se entraba entonces en el patio de Israel. Allí se
encontraban el altar de los holocaustos y su rampa de acceso, los arcos para
degollar a los animales y los ganchos para descuartizarlos; se admiraba la Santa
Morada con su vestíbulo, el Santo y, detrás de una cortina de separación se
imaginaba al Santo de los Santos. En esta última pieza, vacía, entraba el Sumo
sacerdote una vez al año para la fiesta del gran perdón. Al costado sur del patio de
Israel se ubicaba la sala del Sanedrín, y al costado norte, diversas salas destinadas
al servicio del Templo.
Hasta su desaparición, este Templo fue el lugar a donde “ subían las tribus de
Israel ” y donde oficiaban sacerdotes y levitas según un ritual del cual el Levítico
nos entrega una descripción detallada (Lev 1-7).
Sacerdotes y levitas
El Primer Libro de las Crónicas relaciona a los sacerdotes y levitas con los hijos de
Leví. Los primeros descienden de los dos hijos de Aarón: Eleazar e Itamar; los
segundos, de otras ramas de la tribu. En tiempos de Esdras, los sacerdotes estaban
repartidos en 24 clases de a 300, las que aseguraban por turnos el servicio del
templo durante una semana. Durante las tres grandes octavas del año, Pascua,
Pentecostés y Tiendas, la abundancia de los sacrificios demandaba la presencia de
7.200 sacerdotes. Los Levitas, encargados de empleos subalternos, más numerosos
aún, se repartían en 24 clases.
Este numeroso clero estaba bajo la autoridad del Sumo Sacerdote. Cuando Roma
impuso su autoridad, el gobernador romano otorgaba la investidura a los sumos
sacerdotes de su elección.
Durante la semana anterior a la fiesta del Yom Kippur, el Sumo Sacerdote iba a
residir en los anexos del Templo. Después de una noche de vigilia en la que pedía
que le leyeran numerosos textos de la Biblia, en cuanto aclaraba el alba, celebraba
el primer sacrificio cotidiano; luego se revestía con la santa túnica de lino, se ponía
calzoncillos de lino, se ceñía con un cinturón de lino y se ponía en la cabeza un
turbante de lino. Después de haber lavado todo su cuerpo con agua, se revestía de
los sagrados ornamentos (Lev 16). Luego celebraba la liturgia expuesta en detalle
en este capítulo. El chivato “para Azazel que debía ser enviado al desierto era
precipitado de lo alto de un acantilado rocoso, en el valle del Cedrón.
El primer día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes bajaban a la piscina de Siloé
para sacar agua en una cubeta de oro, subían al Templo, entraban a él por un paso
secreto y derramaban el agua como libación sobre el altar. Y este ritual se repetía
cada día de la semana. Los peregrinos daban entonces rienda suelta a su alegría,
agitando sus lulab (palma a la que le añadían ramas de sauce y de mirto y
un cedrat , especie de limón verde) y cantando el Gran Hallel (salmos 113 a 118).
Cuatro candelabros de oro, encendidos en el patio de las mujeres, iluminaban toda
la ciudad; esta era a la vez la fiesta del agua y la de la luz, a la que el salmo 118
daba una connotación mesiánica.
Un Estado en el Estado
La fuerza simbólica de los templos en las sociedades religiosas del Cercano Oriente
antiguo le permitió al clero, muchas veces, constituirse en un estado dentro del
Estado. No es por tanto sorprendente que el templo de Jerusalén y su clero se
hayan visto involucrados tan de cerca en los acontecimientos de la Primera
Revuelta judía entre los años 66 -70 de nuestra era.
Cultivadores y artesanos
Allí donde la tierra era cultivable, una población agrícola, compuesta comúnmente
por pequeños propietarios, repartía su trabajo entre los campos, los huertos y los
rebaños. Al lado del burro, que era el principal entre las bestias de carga, se
criaban aves, cabras y corderos, y con menor frecuencia bovinos. En las aldeas
situadas a orillas del mar y en las que se ubicaban alrededor del lago de Tiberíades,
eran numerosos los que vivían de la pesca.
Las aldeas de cierta importancia, tenían a uno o varios artesanos tales como
albañiles, carpinteros o talabarteros. El resto de las necesidades eran cubiertas por
la familia que aprovechaba el tiempo libre que le dejaba el trabajo del campo o el
cuidado del rebaño. Si bien las sandalias y el cinturón de cuero se compraban, la
ropa de todos los días, en cambio, se confeccionaba en casa. Para los hombres una
túnica a media pierna compuesta de dos piezas de tejido rectangulares, cosidas por
los costados y que dejaban aberturas para la cabeza y los brazos.; iba apretada a
la cintura por un cinturón. Otra pieza tejida triangular anudada alrededor de los
riñones hacía las funciones de ropa interior. Las mujeres llevaban una túnica larga
que las dispensaba de ropa interior. Cuando llegaba el invierno hombres y mujeres
no salían sin envolverse en una capa de lana.
Obreros y esclavos
En el campo un artesano podía tener algunos obreros que le trabajaran, y lo mismo
ocurría con los pescadores a orillas del Lago, como fue el caso de Zebedeo, pero el
número de asalariados fue siempre reducido.
Ante el trabajo manual, no había diferencias entre el hombre libre y el esclavo a los
ojos de los Doctores de la Ley, y los rabinos no se sentían deshonrados de trabajar
con sus propias manos. Pero, en cambio, para muchos de ellos, les estaban
vetados determinados oficios porque, como lo sostenían varios textos de la Mishna,
eran oficios de ladrones.
Viajes y peregrinaciones
Conscientes de las dificultades que habían tenido sus predecesores para gobernar
imperios que iban a veces desde Egipto a Mesopotamia y a Asia anterior, los Persas
llevaron a cabo la construcción de caminos. Las vías de paso habían existido desde
siempre, pero sólo se trataba de caminos de tierra amontonada y apisonada que,
con las primeras lluvias, se hacían intransitables. A los persas se debe pues la
primera red de carreteras del Cercano Oriente digna de ese nombre, es decir con
basamentos bien establecidos sobre los cuales descansaban las losas de piedra del
camino. Transitables en todo tiempo, permitían unir rápidamente las grandes
metrópolis del imperio.
Este trabajo emprendido en primer lugar con un propósito estratégico, debía sin
embargo favorecer también el desarrollo del comercio y la difusión de las ideas.
Iniciado en el siglo VI a.C., tuvo una considerable expansión con la llegada de los
Romanos: los caminos se multiplicaron, uniendo entonces a las numerosas
ciudades que habían surgido con la difusión del helenismo en el Cercano Oriente.
Desde que las legiones romanas se encargaron de su mantenimiento, ganaron en
calidad y en seguridad.
Es fácil comprender por qué numerosos paganos volvían sus miradas hacia las
comunidades judías establecidas en las ciudades del imperio. El ideal de vida, las
exigencias morales,la dignidad de la conducta recordados incansablemente en la
sinagoga mediante los textos sagrados y los comentarios que hacían de ellos los
rabinos no podían dejarlos indiferentes.
El 587 los exiliados partieron en dos direcciones: los que fueron deportados a
Babilonia, en donde las comunidades judías experimentaron un notable desarrollo;
y los que huyeron de los Caldeos rumbo a Egipto, cuya descendencia se encontrará
en el alto valle del Nilo; más tarde nuevos exiliados se instalarán en Leontópolis, en
la franja oriental del Delta, a unos cincuenta kilómetros al norte de Memfis.
Posteriormente se establecerán en Alejandría, donde la comunidad alcanzó más o
menos a 150.000 personas.
Cuando a fines del tercer siglo Antíoco III obligó a sus mercenarios judíos a
abandonar Babilonia para dirigirse a Asia Menor, éstos partieron con sus familias y
se instalaron en Frigia en un primer momento. Más tarde, atraídos por el prestigio
de que gozaba la nueva provincia romana de Asia que fue organizada entre 128 y
126 a.C., los inmigrantes judíos avanzan hacia el oeste y se multiplican en las
ciudades de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
La red caminera instalada por Roma debió facilitar los viajes de los comerciantes
judíos; no tiene nada de sorprendente su llegada a Roma a partir del siglo segundo
a.C. Muy cerca del emperador, tuvieron que soportar sus caprichos y conocieron
momentos difíciles, incluso decretos de expulsión como ocurrió el año 41 de
nuestra era bajo el reinado de Claudio.
Desde la ascensión progresiva de Augusto al poder, a fines del primer siglo A.C.,
esa enorme empresa encontró el secreto de su éxito en instituciones fuertes que
fueron apareciendo de acuerdo al desarrollo y crisis que experimentaba el imperio.
La paz romana, la famosa Pax romana, la que sin embargo sólo se había hecho al
costo de una gran efusión de sangre, favorecía ahora la libre circulación en ese
vasto imperio y con ella los intercambios lingüísticos, culturales y religiosos. El
poderoso ejército que había asegurado la conquista incesante de nuevas provincias,
garantizaba ahora la seguridad frente a los bárbaros del exterior.
Religiones
Conscientes de estar sometidos a un destino que se les escapaba, los romanos
trataban de penetrar los designios secretos de los dioses. Por lo tanto era
importante no emprender nada sin antes haber consultado a los dioses por medio
de los augures, que buscaban en las entrañas o el hígado de un animal sacrificado,
el vuelo o el graznido de un ave, la respuesta de Júpiter que permitiría al
consultante hacer una buena elección. Las pitonisas eran también interrogadas y
sus respuestas sibilinas interpretadas en los santuarios de Apolo eran oráculos
divinos. Cada una de las fuerzas divinas, cada fuerza de la naturaleza, y con el
nacimiento del imperio, cada emperador, eran divinizados, haciéndose de ese modo
incalculable el número de los dioses; basta con recordar la reflexión de Lucas a
propósito del paso de Pablo por Atenas (Hech 17,16).
A esas innumerables divinidades, que para muchos no eran más que el calco de los
dioses del panteón griego, los romanos rendían culto: en las ciudades; los templos
eran numerosos y los sacerdotes también, pero en los campos los campesinos
seguían fieles a sus supersticiones ancestrales ligadas al ritmo de las estaciones y
de la vida agrícola.
La tolerancia de las autoridades ante tantas expresiones religiosas era total con tal
que no amenazaran el orden establecido ni hicieran sombra al culto oficial, porque
desde el momento que se divinizó al emperador en tiempo de Augusto, se había
establecido un culto imperial con su clero, sus ritos y sus fiestas. No aceptar este
ritual constituía un crimen de lesa majestad, por no decir un acto impío y una
rebelión política.
En medio de este embrollo religioso, o tal vez a causa del mismo, algunas y
algunos, insatisfechos en su búsqueda religiosa, aspiraban a una religión de
salvación. Así fue como las Religiones de Misterios venidas de Oriente
experimentaron a partir del siglo primero una verdadera excesiva afición: el culto
de Isis o de Eleusis, el culto de Mitra o de Cibeles se expandieron por todo el
imperio. Mediante un ritual mantenido oculto para los no iniciados, los fieles
comulgaban con la muerte y la vuelta a la vida de la divinidad, para asegurar su
propia salvación.
Lenguas y cultura
Era impensable, debido al gran prestigio de que gozaba Grecia entre los Romanos,
que un hombre culto ignorara la lengua y la literatura griegas. La cancillería
romana era bilingüe y traducía al griego los textos destinados a las provincias
orientales. El latín seguía siendo la lengua del derecho, de la administración y del
ejército. Se imponía además otra constante: mientras que en Occidente el latín
traspasaba rápidamente los límites urbanos suplantando de ese modo a las lenguas
locales, en Oriente, en cambio, el griego seguía siendo la lengua de las ciudades y
difícilmente se imponía en los campos. Una prueba de ello es el episodio de Pablo y
Bernabé en Listra (Hech 8, 8-14).
Cada familia de alto rango consideraba que era su obligación instruir a sus hijos: se
pagaba a un pedagogo privado, que habiendo llegado a menudo en un convoy de
prisioneros de guerra, había sido vendido en un mercado de esclavos y sobresalía
por su erudición. Las familias menos afortunadas enviaban a sus hijos a las
escuelas donde gramáticos mal pagados y con métodos pedagógicos arcaicos
enseñaban junto con el vocabulario y la gramática algunos rudimentos de mitología
y de historia. Los mejores alumnos podían entonces pretender una formación
oratoria junto un retórico; sólo una élite terminaba su ciclo escolar en una de las
metrópolis del Oriente, particularmente en Atenas que era siempre el faro cultural
del imperio, en Antioquía o Alejandría que poseían tanto la una como la otra lo que
se llamaría hoy una universidad de renombre.
Es evidente que los plebeyos, los libertos y con mayor razón los esclavos no
entraban a formar parte de este cursus escolar; la gran mayoría de la población era
analfabeta.
Arquitectura y urbanismo
Los romanos dejaron por doquier testimonios de su arquitectura: arcos de triunfo,
templos, gimnasios, basílicas y baños que incluso hoy en día hacen maravillarse a
los visitantes de sitios antiguos. A esto hay que añadir los caminos, los puentes y
los acueductos para dar una idea exacta del genio civil romano. Los esclavos que
eran numerosos como consecuencia de las conquistas victoriosas, las legiones
inactivas entre dos campañas proporcionaban una mano de obra barata, pero a
juzgar por la calidad de la talla de las piedras, la abundancia de decoraciones
esculpidas y la disposición de la estructura, hay que reconocer que a los
innumerables canteros del imperio se les daba una formación técnica y artística de
primer orden. Tres invenciones debidas al genio romano iban a modificar
profundamente la arquitectura de grandes monumentos: el cemento, la bóveda y la
cúpula.
Para facilitar el desplazamiento de las legiones, los responsables del genio civil
tejieron por toda la superficie del imperio una notable red rutera: cerca de 90.000
kilómetros de caminos abiertos tanto en planicie como en montaña, pero siempre
con el mismo rigor en la elección del trazado, la estructura interna de la calzada, la
calidad del revestimiento y el drenaje de las aguas.
Cosechas y comercio
La vida económica del imperio se basaba esencialmente en la agricultura y la
ganadería. Los rendimientos eran débiles debido a la ausencia de técnicas que
vendrán sólo diez siglos después. La vida de los campesinos era dura. Algunos de
ellos eran esclavos y trabajaban en los grandes dominios de varias decenas de
hectáreas, que pertenecian a ricos propietarios que tenian en las ciudades sus
actividades comerciales o sus responsabilidades políticas. Algunos dominios eran
mucho más extensos, cuando se trataba de las tierras del emperador. Los
pequeños propietarios explotaban ellos mismos sus tierras, ayudados a veces por
uno o dos esclavos. Otros por último vivian y trabajaban en un régimen de
mediería.
Las ciudades
Roma había hecho escuela y cada ciudad se enorgullecía de sus edificios públicos.
Funcionarios locales, los Curiales, administraban la ciudad. Al lado del forum se
ubicaban los edificios administrativos en los cuales hacían estragos funcionarios
una de cuyas principales tareas era asegurar la buena entrada de los impuestos y
de organizar llegado el caso descuentos previos, requisiciones o reclutamiento
forzado.
Los debates políticos, la presentación del programa de acción municipal hecha por
los candidatos a los diversos cargos de la ciudad, las elecciones y los juicios se
realizaban en la basílica, especie de una gran sala municipal, que en el intertanto
servía de mercado.
La vida en las ciudades era difícil, y más de un autor latino lo señaló con amargura.
El ruido era omnipresente: rodar de pesados carromatos por las baldosas de
piedra, mugir de rebaños que venían del campo y eran conducidos al matadero,
gritos de los tenderos para atraer la atención de los paseantes. No faltaban los
ociosos, y la gente del campo iba a las novedades antes de regresar a sus hogares.
En las familias modestas el hijo era iniciado desde muy temprano en el oficio de su
padre: más que una escuela de aprendizaje, la repetición incansable de los mismos
gestos le daría un verdadero saber práctico y, si entraba a un taller de arte, como
tallador de piedra o joyero, una verdadera maestría.
Para el joven que quisiera casarse las cosas no eran tan sencillas. En efecto, el
derecho romano mencionaba numerosos impedimentos para el matrimonio: la ley
exigía el consentimiento de los miembros de la “familia”, habida cuenta de la
condición social de los pretendientes, de los oficios ejercidos.. De ahí que muchos,
en las clases desfavorecidas, vivían en concubinato. El ritual del matrimonio era
bastante flexible, pero siempre el pretendiente le daba a su esposa un anillo que lo
llevaría en su anular izquierdo. Bajo la República, sólo el marido podía pedir el
divorcio, pero a partir del imperio, la ley autorizaba también a la mujer para
pedirlo.
Las mujeres romanas se casaban muy jóvenes, a menudo entre los doce y los trece
años y no tardaban en dar un hijo a su marido. El nacimiento era siempre un riesgo
importante y se estimaba casi en un 10% el número de mujeres que morían al dar
a luz o en los días siguientes.
Cuando estaban enfermos los romanos se volvían ya fuera a los dioses, lo que
explica la presencia de numerosos exvotos en los santuarios, ya fuera a los
médicos. Desde los griegos, la medicina se habia expandido en la cuenca
mediterránea. Eran conocidas las propiedades de las aguas termales, y allí el
romano jugaba a dos bandas: la del ritual religioso y la de la medicina, no sabiendo
muy bien a quién atribuir su curación.
Un choque cultural
Hasta las horas sombrías del Exilio en Babilonia, el pueblo de Israel había vivido
confinado en un entorno cuasioriental entre las grandes potencias del momento,
Egipto, Mesopotamia y después el Asia Menor.
Este vivir aparte necesario por la fidelidad a la ley iba a motivar pronto la
desconfianza de las autoridades romanas y numerosos conflictos. Las dos grandes
revueltas de 66-72 y de 132 a 135 de nuestra era no deben hacer olvidar los
incidentes que tantas veces opusieron a los judíos y romanos. Las burlas y
vejaciones populares, las críticas hábilmente presentadas por filósofos e
historiadores, mantenían a veces un clima de hostilidad larvada que proporcionaba
a emperadores, tales como Tiberio, Claudio o Nerón, un buen pretexto para volver
sobre los derechos de las comunidades judías. Porque, paradojalmente, otros
emperadores concedían a los judíos privilegios y excepciones debido justamente a
su singularidad: Augusto los autorizó a mandar dinero a Jerusalén; avaló los
poderes judiciales del Sanedrín , el respeto del descanso del sábado para los que
dependían de la Comunidad, la protección de las sinagogas y de las tumbas judías.