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¿En qué momento empieza a inventarse, a crearse, a darse el ser el Flaco? Cuando el Gran Embaucador
renuncia. Ahí se pone frente a un micrófono y dice: “Sólo este rostro nos faltaba conocerle: el de la
cobardía”. Caramba, qué frase. Algo así no sale del aparato duhaldista. Los aparatos dan muchas cosas.
Poder, por ejemplo. Pero no inteligencia, que es, siempre, más que el poder, ya que es su creación y no
su mera acumulación burocrática. Después el Flaco va al programa de la Señora que Almuerza. Y la
Señora que Almuerza le dice eso tan feo, lo del zurdaje que se viene. Y el Flaco le dice Señora, por esa
frase, Señora, murieron treinta mil personas en este país. Y todos empiezan a decir El Flaco es Zurdo,
qué Zurdo es el Flaco, qué Zurdaje se viene, cuánta razón tiene la Señora. Pero el Flaco sigue. Es
posible conjeturar, aquí, que el Flaco está acostumbrado a que le digan zurdo.
Ahora es el 25. Y el Flaco hizo venir a cada gente, vea. Gente que, pongamos por caso, si ganaba
López Murphy, no venía. Pero ganó el Flaco y vinieron. Fidel, Chávez, Lula, un horror. Una verdadera
acumulación de zurdaje. Pero el Flaco los quería tener porque es afecto a los buenos recuerdos y dijo,
después, en el discurso, que tenía algunos, algunos buenos recuerdos, el de la plaza del 25 de mayo de
1973, por ejemplo, la de Cámpora, Allende y Dorticós. Y dijo pertenezco a una generación diezmada.
Y ahí –los que todavía no se habían dado cuenta, se dieron cuenta para siempre– ¡el Flaco es un Flaco
de la Jotapé! El Flaco es un Flaco del setenta. Un Flaco de la izquierda peronista. Y si no, vean esa foto
que aparece en los diarios: el Flaco, más flaco que ahora, como declinando en una silla, los brazos
cruzados, escucha a dos o tres barbudos, circa 1972, en Río Gallegos, y los dos o tres barbudos son la
imagen de la subversión, son perucas de izquierda de los más bravos, y por ahí el único que queda de
esa foto es el Flaco, que los mira y aprende, y cree que del peronismo puede salir algo así como el
socialismo, mirá vos las cosas en que creía el Flaco, si habrá sido joven, si habrá sido gil, creer eso,
creer eso en lo que creyó la generación más revolucionaria de la historia de este país, la más castigada, la
diezmada, como dijo el Flaco. Creer eso, creer que de un movimiento político con un general nazi a su
frente podía salir la lucha de clases y la liberación nacional. Pero hay que comprender: el Flaco, en esos
años, no leía a Uki Goñi sino a Fanon, a Cooke, a Jauretche, a Hernández Arregui. Y hasta, me juego, el
Flaco leía la revista Envido, la única revista teórica que hizo la izquierda peronista, escrita, desde
adentro, por flacos de la misma edad que el flaco, que eran, en ese entonces, tan flacos como él, y tan
jóvenes y tan apasionados. Que eran, sin más, la izquierda peronista. Reducida después –por el
canallismo ideológico de tantos canallas– a la mera historia de los Montoneros, y luego a la mera historia
de Firmenich y Galimberti. Y luego al desprestigio y a la despolitización. Porque todos lloran por los
desaparecidos pero olvidan en qué creyeron y por qué.
Y por fin, el domingo, el Flaco gana por goleada. Se come la cancha. Se mete a la gente en el bolsillo.
Se hace querer. Se crea a sí mismo. Es un flaco como cualquier otro. Cruza hacia el Congreso. Jura.
Juega con el bastón. Tiene el saco desabrochado. Y ahí está Lula. Y Castro. Y Chávez. Y el Flaco está
feliz. Y con un ojo los mira a todos. Y con el otro, con el sartreano, de costadito la mira a Cristina.