Está en la página 1de 3

NOMBRE___________________________________GRADO Y GRUPO:_________

Lee y contesta el siguiente texto.


Zurdo

La inmensidad de Brasil es apabullante, todo es grande, sus bondades, sus virtudes,


sus problemas, sus miserias. Todo allí, como rezan los locales, es “o maoir do mundo”.
Modestia aparte.
Por eso cuando uno sale de sus manchas urbanas, también gigantescas, se pierde
entre los interminables caminos de tierra y la exuberante vegetación. De vez en vez
se topa con poblados de casas endebles o con la majestuosidad de viejas haciendas
portuguesas que denotan el poder de la conquista. En una de esas casonas repletas
de azulejos lisboetas en medio de un campo cafetalero creció Roberto Carlos da Silva,
un chico muy humilde que junto a sus cuatro hermanos pasó horas cuidando el campo
al lado de Oscar y Vera Lucía, sus padres.
Lo bautizaron así porque desde el destartalado radio que llevaban a la cosecha en el
poblado de Garça y que también les terminaba acurrucando la tarde, surgían desde
las frecuencias AM de Sao Paulo, las románticas canciones de Roberto Carlos, el
afamado cantante, de pelo lungo y traje blanco impoluto que los enamoró para siempre
haciéndolos pareja y después familia; por ello, el pequeño mulato de la casa debía
portar el nombre de aquel juglar capixaba (originario del Estado de Espírito Santo), de
ese sensiblero empedernido que incluso le cantaba a su madre con aquella letra que
decía también en castellano: “Lady Laura, abrázame fuerte...”.
La pelota fue el primer regalo que le entregaron y ésta jamás abandonó su vida.
Cuando la pubertad lo aprisionó alternaba colegio, futbol y frecuentemente ayudaba a
Oscar, con su nuevo trabajo, que era el de transportar en un camión ataúdes por toda
la región paulista.
“Yo me divertía mucho, no me importaba lo que llevábamos, no pensaba en eso, sólo
en acompañar y colaborar con mi papá”, le contó a Placar.
Los fines de semana, Roberto Carlos jugaba en el mismo equipo que su padre. “Yo
era extremo izquierdo y él distribuía en medio campo; cuando alguien me pegaba de
inmediato venía a defenderme”, recordó alguna vez en Real Madrid TV.
“Garça era un pueblo de tierra; siempre estaba en la calle jugando con amigos en
calles repletas de hoyos. Yo no creía que era un buen jugador, pero mi madre siempre
me decía: ‘Qué bueno eres, sigue así’”.
En casa nunca le faltó comida, aunque nadie “tiraba manteca al techo”. Los domingos
eran de fiesta, porque se comía carne. “Recuerdo que vivíamos en una casa pequeña
de madera, que cuando había mucho viento nos movíamos todos junto con la casa.
Mi padre era santista, yo también, teníamos una foto de Pelé en el comedor; sin
embargo, mi referencia de juego, estilo y liderazgo era Maradona. Además, no
importaba que fuera argentino”.
Los consejos de ser un hombre serio, correcto, responsable y de siempre hablar con
la verdad, provocaron que el joven de piernas cortas pero recias sintiera el
compromiso de colaborar económicamente con el gasto familiar.
“Trabajaba en una fábrica de tejido, me encantaba ir porque la mujeres que laboraban
ahí eran bellísimas; un día, me acuerdo bien, un martes, luego de un torneo estatal
donde jugué de lateral, llegó la gente del Uniao Sao Joao, le dijeron a mi padre que
me ofrecerían el doble de lo que ganaba en la fábrica con tal de que fuera a su club.
Yo tenía 13 años y debía irme 300 kilómetros lejos de mi casa, pero tenía claros mis

1
objetivos. Jugar en un equipo chico, aprender, después uno grande y finalmente la
selección”, contó en una entrevista publicitaria de Umbro.
El gigante con el que soñó fue el Palmeiras, que le ganó la apuesta al modesto
Birmingham de Inglaterra. Roberto viajó a Sao Paulo y en poco tiempo formó parte de
la selección brasileña.
Desde Milán, el Inter asomó para llevarse al lateral sensación del Brasileirao. “En mi
país todos me conocían, pero cuando llegué a Italia nadie sabía quién era”.
Apenas un año le duró la aventura en San Siro, y es que jugando como extremo se
desesperaba y pidió a la directiva neroazurri que lo dejaran ir porque de seguir
alineando arriba perdería carrera en la pelea por un lugar como lateral dentro del
Scratch.
El defensa paulista necesitaba metros por la banda para que el incansable motor de
su tronco inferior respondiera al máximo.
La torre de control del Real Madrid le daría la pista izquierda completa dejándole libre
la oportunidad de convertirse, para muchos, en el mejor marcador de punta de todos
los tiempos.
El número tres merengue se mitificó y sus joyas siguen resguardadas con candado en
la memoria del madridismo.
Pases, goles, arranques descomunales, indicaciones, sonrisas ofrecidas y generadas,
entregaban su futbol. Pareciera que aquellos hilos que aprendió a entrelazar con las
manos en la fábrica, mutaron de manera natural hacia los campos para ligar y
entrelazar ahora recortes, gambetas y actuaciones despampanantes por donde sus
diminutos pies del cuatro y medio pisaban.
La impecable ejecución de tiros libres formaba parte de un repertorio artístico completo
que terminó por maximizarse en Lyon, el 3 de junio de 1997.
Roberto Carlos, cobraría una falta a 35 metros del arco de Fabien Barthez, quien
colocó cuatro hombres en la barrera cubriendo su palo izquierdo, entre tanto el
defensa verdeamarela se echaba 18 pasos hacia atrás y Mario ‘Lobo’ Zagallo, técnico
de la ‘Seleçao’, anunciaba que si metía el gol se iría de la banca (asunto no cumplido).
“Primero puse el balón con la válvula hacia mí, la parte más dura. Después escucho
a Dunga que me dijo: ‘Está muy lejos para ti’. Siempre busco al lado del arco una
publicidad como referencia, entonces apunto entre el último hombre de la barrera y mi
punto focal en la publicidad (en este caso fue la letra ‘A’ de ‘La Poste’, el correo
francés); ese día se iluminó todo, el viento ayudó y la pelota hizo un movimiento
extraño y cuando todos pensamos que se iría, la bola entró, no tengo mucho más
explicaciones al respecto”, ha contado en infinidad de ocasiones a medios de todo el
mundo.
La leyes de la física quedaron en evidencia ante una parábola digna de laboratorio
alemán. El balón llevaba dirección de bochorno y en un intempestivo instante realizó
una chicana de Fórmula Uno. Una barbaridad que raspó el palo y frotó toda la red
lateral interna de la guarida gala. Aplausos de pie y paso a la eternidad fue lo que
consiguió el pequeño dorsal tres que de niño trabajaba en una funeraria.
A partir de ahí su cielo se quedó sin techo, las manos se le llenaron de metales
preciosos y el pecho de orgullo y gloria.
Un antiprototipo, que eludía la mayoría de las fiestas y buscaba concentrarse al
máximo en su trabajo. Conocedor de que su juego pasaba por la velocidad, la
resistencia, la consistencia y la pegada.
“A pesar de ser brasileño siempre fui muy responsable; en Brasil para triunfar hay que
ser cantante o futbolista y como cantar no sé, entonces me dediqué a lo otro; inspirado

2
en los deseos de mi madre, que como muchas madres brasileñas pobres, lo que
quieren es que su hijo salga adelante con el futbol”.
Más de una década haciendo historia con el Madrid y con su escuadra nacional
dejaron marcada la carrera de un tipo de palabras serias, concretas, pero de mirada
amable, aunque en su momento tuvo un antagonista, José Luis Chilavert, legendario
arquero paraguayo.
El guaraní, luego de un juego eliminatorio, se acercó a Roberto Carlos y le escupió el
rostro, situación que le costó un castigo de tres encuentros.
“La gente en la TV sólo ve mi escupitajo y dirán que soy un soberbio, pero deben saber
por qué llega esa reacción, en cualquier ambiente de trabajo la gente se conoce, en
el mundo del futbol sabemos que Roberto Carlos es un provocador. Primero se pasa
y luego no reconoce el error, se hace el fantasma y el inocente”, relató Chilavert, quien
además afirmó que el defensa le gritó ‘indio’ durante aquel partido.
Años después de aquel incidente, el carrilero paulista vivió una experiencia disímil
cuando a punto del retiro en Rusia, abandonó un juego tras el lanzamiento desde la
tribuna de un plátano que le cayó a los pies. “Una tristeza”, sintetizó.
Campeón de todo, jugador emblema de una generación brillante que regresó a Brasil
al lugar que le pertenecía y que supo lidiar en España con el mote ‘marketinero’ de
‘Los Galácticos’, que nunca le terminó por gustar, ni convencer.
Tipo franco al que su padre siempre lo criticaba sin tapujos y le veía algo perfectible a
su juego, mientras su madre le alababa hasta un mal saque de banda.
“Nosotros siempre jugamos para nuestra familia y nuestros amigos, pero también
jugamos para el público. Porque en Brasil, por ejemplo, quieren siempre el primer
lugar. Porque por un momento con esos triunfos se olvidan de la muerte, los
secuestros, la violencia y hasta de la pobreza, eso significa para ellos el futbol; quizá
por ello cuando terminaban los mundiales yo sentía que me quitaba un peso de
encima, era demasiada la presión”.
Roberto Carlos, el zurdo con nombre de cantante pero que no cantaba nada, sino que
jugaba como los ángeles, tal y como la leyenda urbana brasileña obliga.
Christian Martinoli
Periódico deportivo Récord.

1. ¿Cuál es la frase célebre en Brasil y qué crees que signifique?

2. Según el autor, ¿por qué los padres del protagonista decidieron llamarlo
Roberto Carlos?

3. ¿En qué club fue donde el protagonista de la historia se desenvolvió de mejor


manera?

4. ¿A quién se le considera como su antagonista y cómo fue su desencuentro en


un partido de selecciones?

5. ¿Cuál fue el acontecimiento sucedido en Lyon, Francia en 1997 y qué cambió


la vida de Roberto Carlos?

También podría gustarte