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Contaminación Radiactiva
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Contaminación Radiactiva
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Tanto en la fase de obtención del combustible nuclear (extracción del mineral, lavado y
concentración, producción de lingotes de uranio o plutonio), como en la etapa de
funcionamiento de los reactores nucleares (proceso de fisión, activación y térmicos) se
obtienen ingentes masas de residuos radiactivos con grave peligro de contaminación del
medio ambiente. En la refrigeración de los reactores se utilizan grandes cantidades de agua
que luego son nuevamente vertidas al río, transportando productos peligrosos.
El destino de las impurezas radiactivas contenidas en la atmósfera tras una explosión nuclear
depende, además de los factores meteorológicos, de las condiciones ecológicas. En realidad el
principal peligro actual proviene del alto grado de concentración biológica de las sustancias
radiactivas a lo largo de la cadena alimentaria. De este modo se produce una contaminación
radiactiva indirecta que se inicia con el depósito en el suelo y en el agua de los agentes
contaminantes radiactivos caídos de la atmósfera. En los animales y vegetales que extraen su
alimento del suelo y del agua se concentran dichos cuerpos, transmitiéndolos a sus
depredadores en proporciones igualmente peligrosas. En el hombre, eslabón final en la cadena
alimentaria, la contaminación indirecta se produce a través del tubo digestivo tras la toma de
alimentos vegetales o animales contaminados, provocando, si se ingieren cantidades
excesivas, una serie de enfermedades, entre ellas el cáncer.
Se ha calculado que la población mundial está expuesta a una radiación natural ambiente
comprendida entre 100 y 150 mrem. Según los especialistas, el hombre puede llegar a
soportar, sin peligro aparente, hasta 1.000 mrem.
Por encima de estas dosis máximas permisibles de radiación existen para el hombre riesgos
somáticos, como el acortamiento de la vida y la inducción a la leucemia. Las partes más
sensibles del organismo son: la piel, los ojos, ciertos tejidos y glándulas; ello pudo ser
comprobado tras la explosión de la bomba atómica en Hiroshima.
1979, Three Mile Island (EE. UU.) magnitud 5 según la escala INES.
2011, Fukushima (Japón), magnitud 7 según la escala INES el incidente en los nucleos
de los reactores 2 y 3, magnitud escala 3 en las piscinas de la unidad.
No es extraño que periódicamente surjan alarmas en alguna central nuclear ya que según el
diario El País (14/5/2011) “Existen en el mundo 442 reac-tores nucleares y otras 65 plantas en
construcción. Estados Unidos encabeza la lista con 104, seguido de Francia con 58, Rusia, 32,
Corea del Sur, 21, India, 20, Reino unido, 19, Canadá, 18, Alemania, 17, China, 13, España, 8,
Bélgica,7, y las regiones con menos reactores serían, si exceptuamos Aus- tralia que no tiene
ninguno, el continente africano con 2, en Sudáfrica y los países de América del Sur, México,
Brasil y Argentina con 2 reactores cada país.Veamos su localización en este mapamundi
elaborado por Óscar Torga
No voy a analizar todos y cada uno de los accidentes nucleares porque me extendería
demasiado, pero sí analizaré, a continuación, los dos accidentes nucleares más importantes en
cuanto a su magnitud y, por consiguiente, de mayor peligro para las personas que vivían
próximas, y no tan próximas, a las centrales nucleares.
Uno de los accidentes nucleares más importantes, hasta hoy en día, se produjo en la central
nuclear de Chernobyl (Ucrania) en la madrugada del 26 de abril de 1986. Irónicamente, el
accidente se produjo como consecuencia de una prueba con la intención de aumentar la
seguridad del reactor. La prueba consistía en un simulacro de un supuesto corte eléctrico. Para
ello deberían averiguar durante cuánto tiempo continuaría generando energía eléctrica la
turbina de vapor una vez cortada la afluencia de vapor. Las bombas refrigerantes de
emergencia, en caso de avería, requerían de un mínimo de potencia para ponerse en marcha
(hasta que se arrancaran los generadores diésel) y los técnicos de la planta desconocían si, una
vez cortada la afluencia de vapor, la inercia de la turbina podría aportar esa potencia necesaria
para que las bombas de refrigeración siguieran funcionando hasta entrar en marcha los
generadores.
Durante la prueba, los operadores insertaron las denominadas barras de control (de acero al
boro, de una aleación de plata y cadmio que tiene gran capacidad de absorción de neutrones)
para disminuir la potencia del reactor y esta decayó hasta los 30 MW. Pero el reactor no se
podía parar para evitar un fenómeno conocido como envenenamiento por xenón.
Los operadores disminuyeron la potencia del reactor. Los sistemas automáticos detendrían el
reactor al detectar un nivel tan bajo y por esta razón los operadores desconectaron el sistema
de regulación de la potencia, el sistema refrigerante de emergencia del núcleo y otros sistemas
de protección. Estas acciones, así como la de sacar de línea el ordenador de la central que
impedía las operaciones prohibidas, constituyeron graves y múltiples violaciones del
Reglamento de Seguridad Nuclear de la Unión Soviética.
Con el reactor a punto de
apagarse, los operadores retiraron manualmente demasiadas barras de control. De las 170
barras de acero al boro que tenía el núcleo, las reglas de seguridad exigían que hubiera
siempre un mínimo de 30 barras bajadas y en esta ocasión dejaron solamente 8. Con los
sistemas de emergencia desconectados, el reactor experimentó una subida de potencia
extremadamente rápida que los operadores no detectaron a tiempo. A la 1:23, cuatro horas
después de comenzar el experimento, algunos en la sala de control comenzaron a darse
cuenta de que algo andaba mal.
Cuando quisieron bajar de nuevo las barras de control, estas no respondieron debido a que
posiblemente ya estaban deformadas por el calor y las desconectaron para permitirles caer
por gravedad. Se oyeron fuertes ruidos y entonces se produjo una explosión causada por la
formación de una nube de hidrógeno dentro del núcleo, que hizo volar el techo de 100 t del
reactor provocando un incendio en la planta y una gigantesca emisión de productos de fisión a
la atmósfera. Para dar idea de la gran liberación de energía se dirá que partículas de plutonio
alcanzaron los 2 km de altitud.
La explosión, en el actual Estado independiente de Ucrania, liberó unas 500 veces más
radiación que la bomba atómica arrojada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de
Hiroshima en 1945.
Algunos fragmentos de combustible y grafito en llamas fueron lanzados hacia afuera, cayendo
sobre el techo de turbinas adyacentes, causando una treintena de incendios. Los bomberos
apagaron la mayoría de ellos, con un terrible costo en vidas por la sobreexposición.
Luego de fracasar en su intento de inundar al núcleo, los soviéticos decidieron cubrirlo con
materiales absorbentes de neutrones y rayos gamma ( plomo, sustancias boradas, arena,
arcilla, dolomita). Del 28 de abril al 2 de mayo de 1986, se dedicaron a hacerlo desde
helicópteros. Cavaron un túnel por debajo de la central, para introducir un piso de hormigón y
evitar la contaminación de las capas de agua subterránea. Así consiguieron que cesaran las
grandes emisiones de material radiactivo.
El reactor fue finalmente recubierto con un “sarcófago” de hormigón, que provee un blindaje
suficiente como para trabajar en los alrededores. Para evacuar el calor residual, se instalaron
ventiladores y filtros.
La consecuencia inmediata del accidentes fue la muerte de 31 personas, 2 por la explosión y 29
a causa de la radiación. Todas formaban parte del personal de la planta. Y propagó una nube
de humo radiactivo sobre gran parte de Europa.
Alrededor del sitio del accidente hay un área contaminada de unos 30 km cuadrados, y los tres
países que sufren las peores consecuencias son: Ucrania, Rusia y Bielorrusia.
Siete millones de habitantes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, incluidos tres millones de niños,
padecen aún efectos secundarios del desastre nuclear y necesitan tratamiento médico, afirmó
la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El principal obstáculo para paliar las consecuencias del accidente ha sido la escasez de los
recursos aportados por la comunidad internacional, que dejó la cuestión librada en gran parte
a los esfuerzos de las tres naciones más afectadas, las cuales tienen importantes problemas
económicos.
Ucrania tiene 50 millones de habitantes, y unos 3,2 millones de ellos han sido afectadas por el
accidente, incluyendo a un millón de niños. Las víctimas mortales han sido 167.653. En ese país
se ha registrado también un importante descenso de la natalidad, y la mortalidad infantil casi
triplica el promedio europeo.
Tras el desastre, los casos infantiles de cáncer de tiroides en Bielorrusia se multiplicaron por
33,5, según el viceministro de Salud de ese país, Vladimir Orekhovsky, en una entrevista
difundida por televisión.
El último gran accidente nuclear se produjo en la central de Fukushima como consecuencia del
terremoto (9 grados en la escala de Richter) y el tsunami ocurrido el 11 de marzo de 2011 en
Japón. La central nuclear de Fukushima resultó seriamente dañada. Esta planta número 1 de
Tokyo Electric Power en Fukushima está situada a unos 270 kilómetros al noreste de Tokio y
cuenta con seis reactores de agua ligera en ebullición.
Ese día los reactores 1, 2 y 3 estaban operando, mientras que las unidades 4, 5 y 6 estaban en
corte por una inspección periódica.Cuando el terremoto fue detectado, las unidades 1, 2 y 3 se
apagaron automáticamente (llamado SCRAM en reactores con agua en ebullición).Al apagarse
los reactores, paró la producción de electricidad. Normalmente los reactores pueden usar la
electricidad del tendido eléctrico externo para enfriamiento y cuarto de control, pero la red
fue dañada por el terremoto. Los motores diésel de emergencia para la generación de
electricidad comenzaron a funcionar normalmente, pero se detuvieron abruptamente a las
15:41 con la llegada del tsunami que siguió al terremoto, que inundó numerosos sistemas
críticos. Es decir, lo que los técnicos de Chernobyl estaban evaluando como ejercicio, en
Fukushima se convirtió en realidad: fallo de suministro eléctrico a las bombas de refrigeración.
Los escapes radiactivos fueron muy importantes y se produjeron al estallar el edificio del
reactor número uno de la central nuclear de Fukushima I, según el Instituto de
Radioprotección y Seguridad Nuclear (IRSN). Por otra parte, la agencia de prensa japonesa
Kyodo, citando una comisión de seguridad, había indicado que: “un nivel de radiactividad
1.000 veces superior a lo normal había sido detectado en la sala de control del reactor número
uno de Fukushima I”.
Más de tres semanas después de que dejaran de funcionar los circuitos de refrigeración de la
central, seguía existiendo el peligro de una catástrofe nuclear en Fukushima (nordeste de
Japón). Todavía había emisiones radiactivas que hacían temer una contaminación
medioambiental perdurable y extensa. En este sentido, la televisión japonesa NHK informó
que: “Los responsables de la ciudad de Fukushima descontaminarán 110.000 casas afectadas
por emisiones procedentes de la central nuclear de Fukushima, afectada por el desastre del 11
de marzo de 2011”.
La contaminación del agua y del aire
provoca que los alimentos se contaminen dando lugar a que el Ministerio de Sanidad japonés
retirase del consumo varias partidas de espinacas y leche por contener un nivel excesivo de
radiactividad. La leche fue detectada en una granja situada a 30 km. de la central de
Fukushima. Las espinacas, más al sur, en la provincia de Ibaraki. De hecho, esa prefectura es el
lugar que más está sufriendo los efectos de la radiación por culpa de los vientos, que
caprichosos, empujan la nube tóxica que emana de los reactores directamente hacia su
territorio. Varias ciudades de Ibaraki presentaron cien veces más radiación de la habitual.
Las consecuencias sobre la salud de las personas directamente afectadas por la contaminación
radioactiva se conocerán dentro de 10 ó 20 años. Según estimaciones del Departamento de
Energía de EE UU se calcula que se encuentra distribuida por el territorio suficiente
radiactividad para que las personas que habiten zonas incluso a más de 80 km. de Fukushima
reciban dosis superiores a 20 mSv al año. Pero los efectos van más allá, el consumo de pescado
y de otros productos marinos pueden producir una afección en la población humana con una
distribución mucho más amplia y difícil de determinar.
Otro serio problema que se plantea con las centrales nucleares es qué hacer con los residuos o
material radiactivo ya inservible. La eliminación de los productos radiactivos provenientes de
las centrales nucleares plantea, en la actualidad, graves problemas. Una de las soluciones
adoptadas y que ha ocasionado una gran controversia es su eliminación mediante recipientes
herméticos e impermeables a las radiaciones, que son sumergidos en las grandes
profundidades de las fosas oceánicas.
Esta práctica, según el profesor Antonio Ruíz consiste en “enterrar los residuos nucleares en
minas muy hondas, de hasta 1.000 metros de profundidad. Los residuos nucleares -explica el
experto- se almacenan primero en bidones de hormigón en las centrales nucleares y luego se
transportan hacia minas abandonadas”. No obstante señala Antonio Ruíz “ Los desechos
deben estar encajonados en materiales muy resistentes y la roca adyacente actuaría como una
barrera para evitar fugas radioactivas en el medioambiente. Sin embargo, continúa el profesor
“Los residuos radiactivos no desaparecen sino que los entierran y estarán allí, contaminados,
más de lo que dura una vida humana”.
El centro de El Cabril, creado en el año 1961, está gestionado en la actualidad por la Empresa
Nacional de Residuos Radiactivos (Enresa). Posee 28 estructuras de almacenamiento, de las
cuales 18 ya están completas. Su nivel de actividad se encuentra en torno al 65% y, dados sus
recursos, pretende seguir almacenado residuos radiactivos de mediana intensidad hasta 2080.
Según dicen Fermín Apezteguia y Natxo Artundo, en la revista digital Waste Magazine “A El
Cabril, único cementerio nuclear español, llega todos los días un camión procedente de los
nueve reactores nucleares existentes en España y, además, cada semana arriban dos
camionetas cargadas con material radiactivo de los 600 hospitales y centros de investigación.
En total unas 2.000 Toneladas.”
No obstante este sistema tampoco es muy seguro. Según un artículo publicado, en julio de
2010, por Laura Luchini para el diario El País:“Las minas alemanas de Asse amenazan ahora con
hundirse a causa de una constante filtración de agua. Evitarlo implica una lucha contra el
tiempo: evacuar los 126.000 barriles almacenados, a unos 700 metros de profundidad, antes
de que ocurra el desastre, que los expertos esperan como máximo en 2026. El incidente abre
nuevos interrogantes en un país cuyo Gobierno conservador planea prorrogar el plazo de vida
de las centrales nucleares”.
Además, el registro epidemiológico de cáncer (EKN) constata que: “Entre los años 2002 y 2009,
los casos de leucemia entre hombres se han duplicado, mientras que el cáncer de páncreas
entre las mujeres se ha triplicado sobre los registros normales, en las zonas próximas a las
antiguas minas de sal de Asse, en la Baja Sajonia, al norte de Alemania”. En Alemania, las
centrales nucleares producen cada año unas 470 toneladas de desechos radioactivos.