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Forster, R.

(2009), Benjamin: una introducción, Buenos Aires: Quadrata

I. Lecturas de Benjamin: entre el anacronismo y la actualidad

Recepción de Benjamin en Argentina: directamente vinculado a un profundo y decisivo giro de la historia, un giro en el
que quedaron clausurados los sueños revolucionarios y comenzó a producirse un retiro hacia el ámbito académico de
aquellos mismos que, en el período anterior, habían intentado establecer puentes entre la teoría y la práctica.

…leer de otro modo, con otra perspectiva, la trama de una modernidad en crisis:

Posibilidad de renovación de la tradición emancipatoria, más allá de Marx sin suponer su abandono definitivo.

Puerta de salida de abandonadas pasiones políticas

Escritura de Benjamin forjada teniendo a la revolución como núcleo irradiador de sentido, como el acontecimiento
disruptivo capaz de romper el decurso homogéneo y lineal de una historia demasiado reclinada sobre la teoría y la
práctica del progreso. Benjamin se anticipó a la crisis de los ideales emancipatorios mucho tiempo antes de que éstos
alcanzaran a descubrir su bancarrota. (algo de su subjetividad, de su biografía intervino)

Dejar hablar a Benjamin: un pensamiento herético, renovador, impiadoso con la misma tradición de la que decía partir,
lúcido en extremo y capaz de apropiarse de diversas e irreconciliables concepciones del mundo  fondo mesiánico su
decisivo rechazo de un mundo injusto necesitado de redención  ese sentido reparador, laposibilidad de imaginar otra
historia, de prestarle oídos a las voces de los olvidados y silenciados.

Benjamin planteaba que si bien para Marx la revolución debía ser imaginada como el tren de la historia, capaz de
emprender su marcha hacia el futuro, en la hora actual, dominada por la sombra de la catástrofe, próxima al abismo, la
tarea de la raza humana que viajaba en el tren no era acelerarlo sino echarle el freno de emergencia. (ver cita textual en
pág. 11)

Interpretaciones: Aricó, doble evidencia: la del fracaso de la revolución en el siglo veinte como alternativa hacia el
socialismo y la constatación de lo decisiva y profunda que era en Benjamin la crítica al ideal de progreso asociada a una
revalorización de las tradiciones utópicas.

Revisión de la historia desde la perspectiva de los derrotados.

Carácter mesiánico revolucionario del marxismo idiosincrático de Benjamin –Aricó, Derrida- “el berlinés subrayó el
carácter inquieto, enigmático, terriblemente equívoco de una escritura inclinada hacia un punto de vista revolucionario
(en un estilo a la vez marxista y mesiánico)”.

Benjamin leído en clave política (dimensión política de su pensamiento).

Forster  en el final de los setenta y principio de los ochenta, en el pasaje de la dictadura a la democracia, Benjamin y
los frankfurtianos en general, me permitieron seguir permaneciendo en la tradición de izquierda pero desmarcpandome
de sus epígonos más dogmáticos y esclerotizados. Adorno y Benjamin seguían teniendo por detrás a Lukács, Marx y
hasta Hegel, sin dejar de incluir a Nietzsche, Simmel y Weber, mientras que algunas nuevas corrientes críticas que
desembocarían en el posmodernismo se desprendían festivamente de aquellas teorías de la revolución y de la
transformación de la historia para acabar afirmando diversas muertes: de la misma historia, de los grandes relatos de la

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modernidad, del sujeto, del autor, de la política, etc. Con Adorno y Benjaminse volvía posible alejarse de la vulgata
marxista y, también, esquivar la arremetida de los portadores del “fin de la historia y de sujeto”, reclamando no un
regreso a la matriz ilustrada racionalista de la modernidad sino destacando el fondo trágico de la historia
contemporánea… Una lectura en clave pesimista, distanciada de una praxis fracasada y que prefería perseguir, hacia
atrás, las huellas de la catástrofe contemporánea, haciendo con Benjamin algo semejante a lo que él habría hecho con
los barrocos del siglo XVII: pensar su propio tiempo histórico teniendo la escena de las últimas décadas del siglo veinte
como interrogador crítico, como iluminador de ese fondo que, a su vez, reformulaba integralmente la escena del
presente.

… la necesidad de leer nuestra decadencia y nuestra aproximación a la catástrofe desde la perspectiva de ese otro fin de
siglo, del XIX, escuchando con atención las voces de “los anunciadores del fuego”, encontrando las “afinidades
electivas”, descubriendo en el pasado algunas claves insustituibles para comprender el derrotero de nuestra época, de
una época que se festejaba a sí misma como portadora de una novedad radical, tan radical que había logrado dejar
definitivamente atrás cualquier vestigio de ese otro tiempo, al que perteneció el propio Benjamin, visto como
anacrónico desde algunas concepciones actuales  permitió pensar mejor los síntomas de la época, imaginar su
desenlace… nos enseñó a leer ciertas tradiciones quemantes refuncionalizándolas.

El Benjamin de Las Tesis y el de Para una crítica de la violencia constituyó un buen dique de contención ante el avance
de un formalismo que acabó por asfixiar la propia tradición crítica… La hondura de un pensamiento del reisgo en un
contexto en el que dominaba la escena el pragmatismo más exacerbado Entre las ruinas de la cultura se volvió
imprescindible leer a Benjamin como un modo de correrse de las políticas dominantes. Leer a contrapelo significó
señalar las falacias del discurso progresista.

Una recepción de la incomodidad intelectual, del alerta crítico, del antidogmatismo, ha sido, tal vez, la marca dejada por
el paso de Benjamin entre nosotros.

…supe que la más genuina de las relaciones con Benjamin era la de la pasión amorosa, esa que desea seguir insistiendo
en la huella dejada por un pensador fulgurantemente anacrónico y actual.

II. Seminario introductorio al pensamiento de Walter Benjamin

La generación de Benjamin fue una generación que por un instante creyó poder tomar el cielo por asalto (ver págs.
25/26), pero que también fue víctima de la catástrofe … No hay disciplina, no hay saber, no hay práctica entre 1890 y
1933 que no sea puesta en cuestión, criticada, releída y hasta refundada.

En el giro del siglo, cuando Europa sin saberlo se aprestaba a entrar en la noche de la barbarie, los espíritus más
inquietos, los exponentes de una nueva generación embriagada con la emergencia de nuevos fenómenos sociales y
culturales, construirían, con diversos y hasta a veces desencontrados recursos teóricos y políticos, las alternativas a ese
mundo decimonónico que iniciaba su crepúsculo histórico.

Si queremos ser fieles al texto benjaminiano no debemos olvidar una petición de principios que se encierra en toda su
indagación intelectual: nunca la relación con el pasado implica una arquelogía museística, como si se tratara de pensar el
pasado en tanto ya acontecido, como una vitrina del museo que guarda objetos en desuso, o que puede ser –en el mejor
de los casos- materia prima para una erudición histórica que piensa la historia como lo clausurado, lo cerrado, como
aquello que fijó sus propias condiciones de existencia. Para Benjamin, la relación con el pasado, con esos tiempos

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pretéritos que han quedado a las espaldas, es siempre una relación de actualización. Implica una interpelación directa,
compleja, crítica que el presente le hace al pasado. El pasado se escenifica, se actualiza, se vuelve a inventar como
pasado en el interior de las demandas, de las interpelaciones, de las interrogaciones que el presente se hace a sí mismo.
El historiador hace “política” con el pasado.

El pasado está cargado de olvidos, de sombras, de fragmentos, de pérdidas y de promesas incumplidas. El pasado, la
relación con él, implica un doble camino, una aventura, a través de la cual el historiador, atravesado por su tiempo, por
la lengua de su época, por los prejuicios de su contemporanidad, travesado por lo que su memoria recuerda y por lo que
olvida, atravesado por sus lecturas y sus tradiciones, por sus caudales teóricos, por lo que su época lee de sí misma y de
lo heredado, establece una relación con lo acontecido en la cual de diversos y no siempre transparentes modos, (al
pasado) se le hacen ciertas preguntas, sólo posibles a través de las demandas y las inquietantes vicisitudes del presente
habitado por el historiador.

…esa interpretación que busca siempre una nueva napa de sentido, que busca lo que subyace… que sabe que detrás de
cada palabra hay opacidad, hay multiplicidad, hay equívoco, hay metonimia, metáfora, y que la lectura es siempre
crítica.

… la historia para Benjamin es un lugar al que le falta algo, un ámbito de reclamo, una experiencia en la cual el presente
descubre lo que falla en su propia época y lo que ilumina, de otro modo, lo sucedido. Eso irresuelto del pasado, su fondo
oscuro, sus pérdidas y sus grietas, pero también sus esperanzas no realizadas, será, fundamentalmente, lo que persiga la
indagación benjamiana.

… visión, la de Benjamin, que ilumina la historia con la luz de la redención.

Siguiendo la línea interpretativa de Adorno podemos alcanzar una comprensión más acertada de la crítica benjamiana
del sujeto moderno, su puesta en cuestión como portador de un ideal emancipador  todo pasado nos devuelve las
marcas de la injusticia, del dolor, del sufrimiento y de la incompletitud pero también nos recuerda sus impulsos
redencionales, sus deseos postergados, sus luchas inconclusas.

… “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”: auscultar, mirar, comprender, recuperar como si fuéramos coleccionistas
aquello olvidado de la historia. Leer el lugar del dolor, del sufrimiento, leer aquello que cayó en el olvido.

No hay mecanismo rememorativo que no sea también una travesía por el olvido  esta dialéctica de olvido y
rememoración se sostiene en una recuperación política, redentora del pasado… la lógica de la memoria es también el
intento de situar al sujeto delante de sus propios olvidos.

Lo que me interesa destacar es cómo la relación con el pasado, con la historia, es una relación de construcción. Hay un
gesto constructivo en Benjamin. Significa que hay una suerte de encuentro complejo, muy difícil que siempre tiene un
punto que no sutura entre el gesto del historiador y aquello que proviene de la historia, entre la experiencia del
presente –las demandas, los prejuicios- y aquello que es convocado por la actualidad pero que sucedió en otro
momento. Para Benjamin, el historiador construye, crea las condiciones de una recepción a partir de determinadas
perspectivas nacidas de su propia sensibilidad, del núcleo de sus convicciones. En Benjamin, un modo de ir al
acontecimiento histórico, una determinada forma arqueológica, una determinada manera de preguntar, están
directamente ligados a una comprensión de eso que significaría también dar cuenta de la crisis, de la desestructuración
y la fragmentación del sujeto en su propio tiempo histórico.

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Para Benjamin dirigirse al siglo XVII es como entrar en un laboratorio; puede, en su indagación, descubrir el punto de
partida de la modernidad burguesa, de aquello que conocemos como experiencia moderna; implica penetrar en el
campo de una nueva concepción de la naturaleza, del Estado, de nuevas prácticas económicas, de una nueva
formulación del lugar, ahora central y hegemónico, de la razón en el devenir de la historia humana. Al mismo tiempo, el
siglo XVII es un lugar de sombras, de pérdida, de desgarramiento. Para Benjamin resulta fundamental jugar con lo que él
llama “la lógica de los extremos”.

El tiempo utópico realizado ya no es el triunfo de uno sobre otro, sino que es el anonadamiento de toda forma de
legislación. Ciertas vertientes anarquistas se volverán herederas de esa gramática antinómica que acompañó,
subterráneamente, la travesía del Occidente renacentista-moderno. Para Benjamin serán parte de aquellas marcas que
permanecen en la memoria de los oprimidos, signos de ensueños utópicos, de deseos no satisfechos que se proyectan
desde el pasado hacia el futuro (¿punto de encuentro con el Marcuse de Eros y civilización? Ver!!!) Benjamin vuelve a
destacar los claroscuros de una época, su juego especular con el presente, mostrando tanto los discursos que
organizarán la episteme triunfante como aquellos otros que responden a las acciones y los sueños de los derrotados.

La generación de Benjamin  reacción radical contra una matriz positivista-mecanicista, que encierra gran parte de la
tradición y del legado que reciben, los exponentes de un giro vertiginoso y revolucionario del pensamiento filosófico,
artístico y político de principios del siglo XX (ver págs.. 43 a 46).

Benjamin, en alguna de esas frases inolvidables que supo expresar, decía que los poetas son portadores de una
capacidad anticipatoria, ven aquello que todavía sus contemporáneos no alcanzan a visualizar, lo que ya está instalado
en sus prácticas. (Baudelaire, Rimbaud, Apollinarie, Dostoyevski). ¿Qué se guardaba en la bucólica del siglo XIX, tan
aureolado por la lógica de un progreso indefinido, para que el cierre de ese siglo haya sido una descarga de violencia tan
brutal y radical?

Para Benjamin leer el siglo XIX es leer esta dialéctica de civilización y barbarie, de la barbarie en la civilización; es poder
escuchar esos sonidos roncos que subyacen a una conciencia diurna que se viste la ropa del buen burgués.

La experiencia revolucionaria conlleva un núcleo antinómico que suele ser el que despierta el horror de las clases
dominantes, en la medida en que libera fuerzas destructivas que quiebran la continuidad del orden establecido.
Anonadamiento de la ley como hilo secreto que se guarda en lo más recóndito de la tradición mesiánica y que
trasladado a lenguaje secular y profano supone la emergencia de gramáticas revolucionarias que subvierten
radicalmente el estado de cosas. Seguir la huella genealógica de los movimientos revolucionarios nos conduce a ese
fondo milenarista y mesiánico que tiene su punto de origen en el antiguo profetismo judío.

Corrientes herético-revolucionarias que alimentarían a los movimientos anarquistas.

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Benjamin es un intérprete. Se definiría a sí mismo como un comentarista, en el sentido talmúdico, aquel que lee
atentamente, aquel que ve por detrás, que percibe huellas, que busca desentrañar su origen y su desplazamiento
laberíntico hasta el tiempo actual. Es un seguidor de huellas que suelen pasar desapercibidas, que nos conducen a
territorios olvidados pero que constituyen lo imprescindible a la hora de intentar descifrar el derrotero de una sociedad.

 Benjamin, pensador de encrucijadas

Hablar de Benjamin es hablar de un pensador, de un filósofo, de un escritor que asumió un compromiso político
intelectual que en su época estuvo ligado a la tradición revolucionaria. Es decir, que debemos pensar a Benjamin
dialogando con la tradición de Marx, con la Revolución Francesa, con la Revolución Rusa, con las vanguardias estéticas
con las antiguas tradiciones, las de Auguste Blanquí, las del anarquismo. No es un mojigato ni un liberal; de hecho, tiene
una visión antiparlamentaria de la organización política.

Leer a Benjamin es leer a un hombre que pensaba a la revolución como partera de la historia, como creadora de una
nueva escena histórica y que incluso creía en metáforas teológicas para pensar la historia.

Alegoría

A Benjamin le interesó particularmente indagar en algunos maestros del siglo XVII como fueron los dramaturgos
barrocos alemanes para mostrar de qué manera la alegoría era un modo a través del cual el lenguaje de la Modernidad
podía expresar su tiempo como una época de desolación, de desestructuración, de fragmentación. Pero en cada uno de
esos fragmentos se guarda la promesa de la totalidad.

Habermas  Perfiles filosófico políticos: “la alegoría, que da expresión a la experiencia de lo sufriente, de lo oprimido,
de lo irreconciliado y de lo malogrado, a la experiencia de lo negativo, se opone a un arte simbólico que simula anticipa
positivamente la felicidad, la reconciliación y la plenitud. Mientras este último necesita de una crítica ideológica para ser
descifrado y superado, aquél es en sí mismo crítica, o al menos, remite a la crítica”. Luego Habermas cita al propio
Benjamin quien sostiene en El origen del drama barroco alemán que “lo que permanece es el detalle caprichoso de las
referencias alegóricas: un objeto del saber que anida en las ruinas y que sólo se lo encuentra cuando se lo examina con
detalle. La crítica es mortificación de las obras. Y a esto se presta la esencia de estas obras más que la de cualquier otra
producción”.

La historia en todo cuanto tiene, desde el inicio, de inoportuno, de doloroso, de equivocado, se configura en el rostro –
más bien en el cráneo- de un muerto. Siguiendo la pista de la alegoría, buscándola entre los maestros del barroco,
Benjamin alcanza a iluminar la desolación del presente, la configuración de su tiempo desde la perspectiva de la ruina,
del fragmento y de la caducidad. De este modo, la historia no es comprendida desde la atalaya construida por el
discurso del progreso, sino que se la contempla hamletianamente, teniendo en la mano la calavera.

Este es el corazón de la interpretación benjamiana de la alegoría, la que le permite reflexionar sobre la fragmentación
del sujeto y reconocer la caducidad de todas las cosas allí donde aún se muestran como vitales.

Benjamin nos advierte –destaca Habermas nuevamente- que todo lo que la historia tiene desde el principio de
prematuro, de sufriente y de malogrado, se resiste a quedar expresado en el símbolo y se cierra a la armonía de la forma
clásica. Presentar la historia universal como historia del sufrimiento es algo que sólo puede lograrlo la exposición
alegórica. Pues las alegorías son en el terreno del pensamiento lo que las ruinas en el reino de las cosas”.

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 Hacia un nuevo concepto de experiencia

… una época en la que mundo y escritura permanecen en una significativa proximidad, en la que los legados del
pensamiento filosófico siguen iluminando la acción de los hombres, ofreciéndoles los instrumentos conceptuales, no
sólo para elevarse a las alturas de la metafísica, sino, sobre todo, para soñar con hacer estallar la historia.

En una de las notas preparatorias a las Tesis de filosofía de la historia, Walter Benjamin recuerda una frase de Marx,
sumamente significativa en el marco del siglo XIX y todavía trascedente para las expectativas de siglo XX. La frase de
Marx toma uno de los mitos, poderosos, de la cultura decimonónica y coloca ese mito como metáfora de las
transformaciones de la época. Marx decía, a través de esas figuras tan plásticas y literarias que usó más de una vez, que
la revolución era la locomotora de la historia.

 La locomotora, símbolo del progreso en el imaginario de la historia burguesa, como la fuerza ciega y destructiva
que se guardaba en el interior de esa misma ilusión civilizadora. Tal vez las revoluciones son el gesto de agarrar
el freno de seguridad que hace el género humano que viaja en ese tren  esta idea original de estar excedidos
de acción, excedidos de ímpetu transformador se expresará en este último escrito del berlinés … tocado por esa
imagen que plantea la dialéctica entre acción, transformación y violencia.

¿Qué le ha sucedido al sujeto en el interior de ese mundo que se ha escindido más allá de sus intenciones, que se ha
escapado de sus deseos y que ha convertido sus utopías en pesadillas? Esta es una pregunta que está en el texto de
Benjamin y en la lectura que Adorno hace de Benjamin.

Tesis de filosofía de la historia + El malestar de la cultura  iluminación mutua para desentrañar la tragedia de una
época

¿Por qué el siglo XX tiene más deudas que otros siglos? Porque por sus propias promesas, sus propias posibilidades, sus
propios discursos, sus propios dispositivos –políticos, sociales, científico-técnicos; por sus propias estructuras
imaginarias, por lo que se había prometido a sí mismo, estaba en condiciones, o así lo creyó, de ofrecerle a lo humano
otro destino. Y sin embargo, movilizó uno tras otro, todos sus recursos, para invertir dialécticamente la promesa de la
libertad y la igualdad y afirmar la lógica del horror. Benjamin es un pensador de esta dialéctica. Es un hombre que, al
mismo tiempo, piensa esta dialéctica y también está pensando las líneas de fuga, los momentos de fisura, por donde se
cuela la esperanza, por donde se cuela el resto, lo que él llama “ensueño”, el material utópico, la espera de…

Sin embargo Benjamin bucea en la memoria –de los oprimidos de la historia- la “fantasía”, lo que Ernst Bloch llamaba los
sueños diurnos, las ensoñaciones utópicas. Esos momentos en los que todavía en lo más profundo de la memoria de un
individuo o de un colectivo social se guarda la posibilidad o el recuerdo de otra forma de vivir en el mundo. En este
sentido, a Benjamin hay que pensarlo en el drama de esta tensión.

Benjamin leerá la modernidad desde esa perspectiva que no puede dejar de entramar utopía y desolación, promesa y
terror, tratando de rescatar, a su vez, la memoria de los derrotados, de todos aquellos que dejaron el recuerdo de una
intencionalidad frustrada.

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Relación entre utilidad y actualidad: “Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la
herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos que su valor
para que nos adelanten la pequeña moneda de lo “actual”.

El genuino lector, dice Benjamin, es aquel que encuentra en el mundo proliferación, multiplicidad de sentido, una
oportunidad más que descentra el orden de la representación abriendo nuevas dimensiones allí donde supuestamente
se ofrecía la uniformidad.

Debemos recordar una de las críticas centrales de Benjamin a la ideología del progreso, a lo que él denomina la
perspectiva historicista, es la concepción lineal y homogénea del tiempo, como tiempo vacío. El tiempo del Progreso,
dice Benjamin, es como una línea vacía, donde todo ocupa un lugar en la lógica pragmatista del despliegue de una
determinada concepción del mundo. El progreso se traga la diversidad y la diferencia y la convierte en una suerte de
papilla homogénea.

… el modo descompasado de caminar es la expresión de un tiempo que no opera lineal y homogéneamente en una
sucesión causal, sino que el tiempo está lleno de dislocaciones, de rupturas, de mutaciones sorprendentes, de giros
inesperados. Para la temporalidad del mesianismo judío, la historia es portadora no de formas necesarias y causales, de
eslabonamientos que van ordenando progresivamente el discurrir de las épocas, sino que la promesa mesiánica tiene
que ver con la interrupción, la ruptura, la posibilidad de desarticular esa continuidad del tiempo.

Lo propio del sujeto moderno, no consiste solamente en el sometimiento a la división del trabajo y a sus mecanismos de
explotación y enajenación, sino que, también y con fuerza decisiva, algo esencial le ocurre al lenguaje que carece de
capacidad discursiva para relatar el contenido de lo vivido. La tensión entre la pérdida de la experiencia y la búsqueda
rememorativa será uno de los puntos clave del pensar benjaminiano, allí donde se persiguen las huellas escondidas de
una subjetividad en gran medida desvanecida y apagada.

La palabra revolución en realidad está significada por una palabra de tradición teológica y cuya raíz, incluso preteológica,
es bíblica, y que proviene del pacto establecido por el pueblo del Libro y Dios, esa palabra de la que se apropiará
Benjamin, es redención. La palabra redención está allí como uno de los puntos clave para entender su propia
interpretación de la historia.

¿Qué define al coleccionista? Es aquel que salva un objeto de ser convertido en mero valor de cambio o en mero valor
de uso. Rescata al objeto de su obsolescencia, de ser consumido, gastado, arrojado, miembro de una serie más,
devorado entre las fauces del mercado y de la proliferación de objetos que se suceden infinitamente. Lo coloca en un
lugar único, lo redime.

Para Benjamin, el lugar del adulto es un lugar signado por el olvido, por pérdidas recurrentes, por la destitución radical
de aquellas revelaciones que el niño establecía con el reino de los objetos a través del lenguaje, relaciones que todavía
palpitaban intensamente en la infancia y que constituirían la materia prima de una experiencia que luego se irá
disolviendo en el mundo adulto. La posibilidad de regresar al lenguaje del niño, la posibilidad de volver a preguntar por
el origen de la lengua y del nombre, es una manera de interpretar críticamente aquello que le ha sucedido a la
subjetividad.

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Al presente se lo transforma no proyectando hacia el futuro lo que las generaciones venideras necesitan, sino
recogiendo del pasado los sueños no realizados. Esta reflexión bengaminiana habla de las mujeres que pudieron
habérsele entregado, de los amigos con los que inició conversaciones inacabadas, de aquello que fue soñando y que fue
perdiendo. Ese mecanismo nos permite entender que por un lado se encuentra la experiencia del dolor, de la pérdida, el
recuerdo de los oprimidos, el daño infringido sobre el cuerpo; atinente a un modo de la memoria que hoy es clave. Casi
al mismo tiempo, y entrelazándose con ello, los sistemáticamente olvidado que nos permite, al recordarlo, volver a
rememorar aquellos sueños postergados. Allí se ve un cruce de caminos entre la evidencia de un mundo de catástrofes y
las señales de una promesa incumplida.

 Para una crítica de la modernidad

Habrá que apuntar que para Benjamin no hay posibilidad de pensar lo humano escindido del lenguaje. El lenguaje es
aquello a través de lo que se manifiesta lo humano, pero es también el modo a través del cual la naturaleza encuentra,
en la palabra del hablante, su forma de expresión. El lenguaje es núcleo de creación, es núcleo de sentido, es el meollo
de la construcción de todo vínculo intersubjetivo. Si queremos pensar la aventura humana, la historia, si queremos
pensar la cuestión del nombre, tenemos que indagar ese eje vertebral que es el lenguaje.

 Debate sobre el lenguaje y sus usos políticos


 En una teoría de la redención, que será importante en Benjamin, el momento redencional, ese momento en que
los hombres vuelven a encontrarse con la historia como experiencia de felicidad, supone también reencontrarse
con aquel lenguaje del nombre que se ha extraviado en el momento de entrar en la historia.
 Registros fundacionales, textos sagrados, parte de la estrategia de Benjamin es apropiarse de los conceptos
religiosos pero no en abstracto, como puro gesto teológico, se trata, antes bien, de una crítica profana, de una
subversión del propio lenguaje teológico llevando ese texto arcaico, lejano, a la discusión contemporánea… ese
texto le permite preguntar críticamente qué le ha ocurrido al lenguaje, cómo hablamos los humanos del
presente. Qué sujeto porta hoy la palabra, qué le acontece a ese sujeto que habla en nuestra actualidad 
travesías benjamianas por las tierras del ayer, estos giros interpretativos hacia las comarcas fundacionales…
indispensable reconstrucción a partir de la cual comprender la actualidad, sus peripecias y sus deudas. Un
seguidor de huellas difusas.

Lenguaje del conocimiento, lenguaje de la representación. Y como todo lenguaje de la representación es portador de
una violencia porque es un sujeto el que ordena el orden de las cosas y le impone al mundo su propia lógica, su propia
estructura conceptual.

Benjamin reconstruirá la trama arqueológica del capitalismo del siglo XIX persiguiendo los desechos, los restos
arrojados, dice citando a Baudelaire, por las mandíbulas de la diosa industria. Comprender una cultura es comprenderla
a través de lo que queda allí, como al costado, como poco importante. Benjamin dice que para dilucidad cómo se han
comportado los comensales no hay que verlos comer, hay que ver cómo dejaron la mesa una vez que partieron. No se
comprende una sociedad abordándola desde sus líneas maestras, universales, sus evidencias, sino a través de esas zonas
menores, oscurecidas, en sombras  su comprensión de los flujos temporales y de las relaciones entre el pasado y el
presente  era un microscopista de la cultura, iba al detalle, hacia eso que pasaba desapercibido.

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Por eso el retoma ciertas figuras interesantes de las narrativas del XIX y figuras reales de la ciudad burguesa
decimonónica como el trapero, el flaneur, la prostituta, el bohemio y el conspirador. Ese hombre vagabundo que recorre
las calles por la noche y recoge aquello que la buena conciencia burguesa ha arrojado durante el día. Sigamos la pista del
trapero, descubramos lo que el trapero recoge y entenderemos la moral burguesa. Lo mismo, si queremos saber algo del
deseo, de su pérdida, de su expropiación y de su latencia, sigamos, entre la multitud, las pistas dejadas por las
prostitutas que, con su mirada en acecho le devuelven al transeúnte anónimo, aunque sea por un instante, la trama
oculta del deseo. Claro que estos personajes son, también, la expresión acabada de la derrota y la disolución, los
exponentes de una época crepuscular de la propia travesía moderno burguesa. Sus derroteros, las huellas que fueron
dejando en su atravesar la ciudad decimonónica, se constituyeron, para Benjamin, en pistas esenciales a la hora de
construir una arqueología de ese tiempo cerrado a sus espaldas y que guardaba, para su ojo atento, algunos de los
secretos que le permitirían comprender la marcha de su propia época, en especial su dialéctica de oportunidad y
catástrofe.

Benjamin va a denominar también a este lenguaje como lenguaje de la comunicación que, en él, expresa el paradigma
de lo burgués. Es un lenguaje funcional, cargado de una potencia decisiva a la hora de ordenar el mundo.

Traducción

El lugar en el que con mayor intensidad podemos ir a la búsqueda de un lenguaje de la restitución nominativa, no es la
poesía sino que es la traducción. En la traducción , en el trabajo imposible del traductor, se guarda la posibilidad de
encontrar ese sonido que se ha perdido en el lenguaje de la comunicación. El traductor va hacia una zona del lenguaje
que ya no es ni la lengua fuente ni la lengua a la que vuelca la traducción. Es en esa interlengua, en ese cortocircuito que
al mismo tiempo se ilumina el fondo del lenguaje, la trama gramatical, la morfología, porque el traductor descubre que
en el lenguaje hay empatías olvidadas, solidaridades perdidas, mundo extraviado de sentido que la traducción vuelve a
colocar delante. Para Benjamin, el traductor es portador de una redención, que es la redención del lenguaje, de esa
pérdida de su función nominativa y de haber caído, pura y exclusivamente, en una función representadora. Para
Benjamin, la función representadora es también una función política. Por eso lo llama “lenguaje burgués”, es el lenguaje
de la dominación, del interior de los dispositivos de saber que se despliegan sobre el mundo imponiendo su lógica
representacional. Disciplinamiento a través del lenguaje del orden del mundo, de las cosas y de los sujetos. El lenguaje
de la representación no es un lenguaje inocente. El lenguaje del conocimiento es siempre lenguaje juzgador. Y el
lenguaje juzgador es portador de violencia. Esto lleva a otro texto de Benjamin, que es Para una crítica de la violencia:
nunca la ley debe ser imaginada o pensada desde un origen puro, pacífico; sino que en el nomos, en el comienzo de la
ley, está la violencia, la violencia del lenguaje que juzga.

“En toda forma lingüística reina el conflicto entre lo pronunciado y pronunciable con lo no pronunciado e
impronunciable. Al considerar eta posición adscribimos a lo impronunciable la entidad espiritual última”. Para Benjamin,
lo impronunciable del lenguaje es lo que no puede ser reducido a concepto, aquello que no puede ser construido desde
una lógica puramente pragmática. Aquello no comunicable. Lo impronunciable es un límite, un umbral al que estamos
siempre acercándonos pero nunca podemos terminar de traspasar Es aquello que se guarda en el fondo del lenguaje. Lo
impronunciable del lenguaje, dice Benjamin en ese texto, es su dimensión espiritual. Y marca también la distancia entre
un puro gesto artificial, dominador, del que es portador el lenguaje de la representación y aquello que al fugarse por
impronunciable señala que hay lo otro del lenguaje que promete la posibilidad de una unidad perdida. El concepto de
revolución en Benjamin, asociable al concepto de redención, está ligado directamente con esta dimensión
impronunciable del lenguaje, como reparación, reconciliación, retorno pero también futuro. Por lo tanto, lo

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impronunciable del lenguaje es una oportunidad, no una mera pérdida. Y aquí se encuentra el costado de la esperanza
en el discurso benjaminiano. Si bien hay una caída que lleva a la pérdida del lenguaje del nombre, si bien hay un entrar
en la historia como historia de la violencia, de la dialéctica de civilización y barbarie, si bien el sujeto en la historia es la
experiencia del dolor, de la fragmentación, de la injusticia; de todos modos vive en el presente aquello que recuerda lo
acontecido en la historia –Benjamin en una tesis llamará a ese acto rememorativo “la débil luz mesiánica”- esa promesa
aún no realizada, esa espera, esa proyección en el aquí y ahora de una luz que viene del fondo de los tiempos. Esa luz
aguarda en lo impronunciable del lenguaje.

(Ver texto de Benjamin pág. 130 de la inexpresión de los que volvían de la 1ra guerra mundial)

Lenguaje narrativo  se podía escuchar el eco de la experiencia vivida. La entrada del hombre en el tiempo del sujeto
moderno se hace sacrificando el antiguo concepto de experiencia …”el aspecto épico de la verdad , es decir, la
sabiduría, se está extinguiendo”.

- Crucial importancia de la información en el proceso de extinción del arte narrativo


- El individuo de la época de la información vive instalado en la provisionalidad, en el dominio de las formas
fugaces que se entraman con la instantaneidad que todo lo corroe….

La búsqueda de una auténtica experiencia ha concluido … el hombre está impedido de descubrirse, como mundo y como
vivencia … en el capitalismo se impide la recuperación de la experiencia como forma auténtica

Benjamin es un crítico radical de todo concepto de identidad, en el momento en el que se diluye el espacio público y en
el que lo político queda desplazado hacia un arrabal insignificante junto con las viejas demandas sociales.

El sujeto es un campo de batalla en el cual el giro hacia atrás en términos de recuperación de lo perdido sólo puede
darse como radical experiencia del presente. Y la más radical de las experiencias del presente es, a su vez, la crítica del
modo en que la experiencia ha sido reducida a cenizas. Asumir ese pasaje de una experiencia narrativa, de una
experiencia de los sentidos a la experiencia como experimento es hacer la historia de la alienación humana.

- Experiencia expropiada del individuo en la sociedad contemporánea


- Utopía de la reconciliación: rememoración: volver a escuchar las narraciones olvidadas, si auscultar lo no
pronunciable del lenguaje, el destino cierto es la barbarie.
- La historia para Benjamin no es sólo y puramente una acumulación necesaria, homogénea y lineal de
acontecimientos que nos llevan hacia el futuro, sino que la historia es sorpresa, inquietud, estado de catástrofe,
estado de excepción, tal vez sin garantías, ese sujeto desarmado, perdido de sí mismo, expropiado,
fragmentado, pueda encontrar en lo otro de sí mismo y en lo otro del mundo una oportunidad.

Anexo: Walter Benjamin y el judaísmo

“En Rosenzweig, Benjamin y Scholem, el descubrimiento de una dimensión radicalmente diferente de la conciencia
histórica, centrada alrededor de la percepción de un ‘tiempo presente’, se produce desde la perspectiva de una crítica
aguda de la civilización europea y de la búsqueda de nuevos sistemas de valores. Este cuestionamiento está
íntimamente ligado, en los tres, a su experiencia de la condición judía en la Alemania de los primeros años del siglo XX”
(Stéphane Mosés).

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Escindir su trayectoria intelectual de su continuo diálogo con la tradición judía supone un ejercicio de mutilación que, de
un modo u otro, no ha dejado de hacerse a la hora de privilegiar el perfil materialista, marxista, de Benjamin. Pero
también se lo mutila al recorrer algunos hilos de su obra sin hacer referencia a esas raíces que tan profundamente
signaron su derrotero teórico en cada una de las etapas por las que atravesó.

- Hay en la tradición judía una manera de experimentar el sufrimiento, unas preguntas sobre el sinsentido de la
vida y un negarse al fácil consuelo de los mitos
- Podría señalarse un regreso de Benjamin hacia lo teológico judío a partir de la experimentación, en carne propia,
del colapso de la cultura europea.
- El Mesías señala la presencia, en el último Benjamin, de una concepción de la historia cuya salvación no
depende de ninguna certeza nacida de la ideología del progreso.
- Su judaísmo puede ser entendido como un dispositivo hermenéutico a partir del cual era posible desplegar una
crítica radical de la modernidad sin eludir su propia instalación en una época definida irreversiblemente por la
secularización.
- Crítica benjamiana del mito del progreso: resultado de una compleja amalgama de distintas tradiciones…

La historia es un escenario en el que, como diría Hegel, se despliega la fuerza demoledora de la civilización, pero lejos
de coincidir con él Benjamin dedujo que la marcha de la historia no respondía a un sustrato racional que astutamente
iba recorriendo las distintas etapas…; sino reivindicando una contra historia hecha de la memoria de todos aquellos
que fueron efectivamente vencidos por las fuerzas dominantes.  el otro rostro de esa misma racionalidad, esa
profunda y ciega acción destructiva que iba amontonando ruina sobre ruina hasta comprometer el futuro de la
humanidad.

- Benjamin se sustrajo a esa gran epopeya de la razón burguesa que cristalizó elocuentemente en la filosofía de la
historia hegeliana. Mirada del exiliado de todo poder, del derrotado una y otra vez pero que, en esa desazón de
la derrota, siguió encontrando motivos y fuerzas para seguir caminando sin unrumbo fijo por las sendas
laberínticas de la historia…
- Benjamin heredero del espíritu mesiánico, se detuvo ante cualquier indicio por más pequeño e insignificante
que pudiera aparecer ante sus ojos porque sabía que allí, entre esos fragmentos desolados y abandonados, se
podía encontrar la tenue luz de la esperanza mesiánica.
- Ese último Benjamin intentando huir de los burócratas de la muerte, tratando de escaparle a un destino que
parecía sellado, prefiguró, en la escritura apresurada de sus Tesis, la terrible desolación de una historia que
había nacido como promesa del paraíso en la tierra y había concluido como infierno.

2.

Ni Benjamin ni Kafka alcanzaron a ver cómo se consumaría el horror absoluto en Auschwitz, pero en sus escrituras, en
sus agudas anticipaciones, en esa peculiar sensibilidad que compartieron para descubrir la presencia del horror allí
donde la mayoría de los hombres sólo veía promesas de progreso, volvemos a descubrir la profundidad de su crítica de
un mundo carente de alma.

La esperanza benjaminiana se manifestó en el tiempo inmediatamente anterior a la consumación absoluta de la


barbarie y del mal que llevó el nombre de Auschwitz; un nombre que clausuró la viabilidad de cualquier proyecto
asociado con las promesas humanizadoras que se desplegaron a partir del siglo XVIII. La luz de la razón se encontró con
la noche de la barbarie  abrumadora certeza: la noche que cerró el trayecto histórico de la racionalidad moderna ya se
encontraba en los albores de su nacimiento.

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- Su certera intuición de una barbarie en estado de expansión, no como un accidente en la marcha triunfante
hacia la construcción de una sociedad más humana, sino como aquello que se ocultaba en sus entrañas…
- A través de Scholem Benjamin complejizó su propia teoría de la historia y reflexionó hondamente sobre la
relación entre mal y libertad. (ver!!!)
- … el porvenir como esperanza redencional y como oscuridad aniquiladora…
- Influencia que tuvo sobre el último Benjamin la “traición comunista”, que hizo pedazo cualquier esperanza en
“la patria del socialismo”.
- Las Tesis están profundamente surcadas por la dialéctica –no hegeliana- de la esperanza y la catástrofe.
- El origen de la barbarie está en el corazón de la racionalidad moderna ...(Adorno/Horkheimer)

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