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Arqueología colombiana: alternativas conceptuales recientes

Al hacer una rápida revisión del panorama reciente de la arqueología colombiana encontramos varias formas de practicarla,
observamos que la mayoría de ellas no tienen un perfil teórico definido. Eso hace ver como deseable llegar a definir
claramente qué es y qué busca cada tipo de práctica, y qué consecuencias tiene adoptar y adjudicar etiquetas y algunos
conceptos por separado, sin tomar en cuenta la coherencia de esos conceptos con respecto a las diferentes opciones teóricas.
Tal tipo de desconcierto comienza con la definición ligera de la palabra “arqueología” como una sola forma de entender y
estudiar el pasado gracias al descubrimiento de civilizaciones y culturas desaparecidas. En consecuencia, la historia de la
disciplina sería un inventario de esos descubrimientos, y su futuro estaría marcado por la realización de nuevos hallazgos;
unas técnicas de detección, excavación y clasificación más avanzadas permitirían conocer más y mejor el pasado. Pero
habría también quienes relacionarían esos descubrimientos con los darle identidad histórica a los Estados. Otros abogarían
por un “estudio científico” del pasado: explicaciones sobre el cambio y las similitudes y diferencias sociales válidas para
diferentes contextos culturales. El futuro de la disciplina sería el avance hacia explicaciones más confiables apoyadas en
trabajos de campo y laboratorio.
Se puede plantear que el registro arqueológico obtenido se compone de fichas que aspiramos a que encajen como las de un
rompecabezas. Pero de acuerdo con los supuestos que maneja cada investigador, cada ficha llega a tener articulaciones que
cambian de acuerdo con la manera como se conciba la imagen final: una imagen sobre por qué la gente tiende a convivir de
ciertas maneras y no de otras. Son los supuestos derivados de teorías generales funcionalistas, marxistas, estructuralistas,
neodarwinistas, feministas, entre otras. Es así como se parte del supuesto de que las sociedades tienden al conflicto, tienden
a la estabilidad, tienden a la jerarquización social, dependen de normas estables cuyo cambio está relacionado con el cambio
de la cultura material, cambian de acuerdo con el uso que hagan de su entorno, dependen de redes simbólicas para su
organización o, en fin, dependen de la selección natural de habilidades genéticas para su supervivencialos fragmentos de
cerámica (sus formas, decoraciones, usos) o las tumbas (su forma, contenido, orientación) se vuelven indicios que son
revaluados desde, por ejemplo, supuestos neoevolucionistas.
Raíces y rupturas: el pasado en presente
La nueva arqueología surge por los desarrollos teóricos de la antropología conocida como “neoevolucionista” entre las
décadas de 1930 y 1950, particularmente los trabajos de Julian Steward y Leslie White. El enfoque “evolucionista” había
sido cuestionado desde la perspectiva “particularista-histórica” impulsada por Franz Boas. Binford, en 1968, retoma el
neopositivismo de Carl Hempel (1905-1997) para pasar de las descripciones a las explicaciones en la arqueología.
El “posprocesualismo” tuvo su auge entre 1980 y 1990, sus raíces se encuentran en los debates del estructuralismo en las
décadas de 1950-1960, cuya figura más relevante en la antropología fue Claude Lévi-Strauss, así como en los enfoques
derivados del materialismo histórico de las décadas de 1960 y 1970 y en la sociología de la ciencia, las cuales son algunas
de las fuentes de las reflexiones de Ian Hodder, donde el interés pasa a ser el sujeto por encima de las leyes generales del
cambio cultural, es decir, la manera como la gente interpreta su participación en un proceso histórico (surgimiento de
jerarquías sociales, adopción de la agricultura, crecimiento de la población, conflictos, etc.). Finalmente, conservando cierto
orden de aparición cronológica, nos encontramos con los debates paralelos al “posestructuralismo” relacionados con la
filosofía de la mente. La ciencia cognitiva, la semiótica y la cibernética han ido abriendo espacio dentro de las
preocupaciones arqueológicas desde la década de 1980. Los autores se interesan por la arqueología de la mente, la
simbolización del espacio y la diversidad lingüística.
Las últimas tendencias van a empezar a tener mayor notoriedad en Colombia a mediados de la década de 1980 y
paulatinamente a lo largo de la década de 1990, con un momento de auge y reconocimiento institucional al comenzar el
siglo XXI. La aclimatación de estas tendencias del pensamiento arqueológico conllevó el surgimiento de la idea de que
hasta ese momento había predominado una arqueología calificada como “tradicional”, “normativa” o “histórico cultural”.
Las reseñas e incipientes debates en la década de 1980 fueron un aviso del eventual roce entre posiciones
“científicas/modernas” y “humanistas/posmodernas” con la arqueología colombiana “tradicional”, institucionalizada desde
la década de 1940.
En la segunda mitad de la década de 1990 se presentó el auge de la arqueología de rescate que ya existía desde la década de
1970, aunque en forma aislada y relativamente controlada por instituciones oficiales. La novedad de esta modalidad más
informal llevó un nuevo aire a la arqueología “tradicional”.
De las síntesis a las temáticas
el acceso al pasado local estuvo condicionado por la más conocida e influyente de esas síntesis locales, que fue la creada
por Gerardo Reichel-Dolmatoff entre 1950 y 1980. Pero esta no fue la única gran síntesis de la historia nacional que
procuraba dar algún orden y sentido al hallazgo de vestigios arqueológicos, al cambio o a la “desaparición” de culturas
precolombinas. En la medida en que la idea de una “comunidad nacional” fue tomando vuelo entre las clases dirigentes del
país, ese tipo de síntesis comenzó a ser necesaria.
Es así como, a finales del siglo XIX, Soledad Acosta de Samper realizó una síntesis por regiones sobre los grupos indígenas
reportados por los españoles en el siglo XVI. Donde destacaba su insistencia en la diversidad de razas presentes a la llegada
de los españoles. La idea de la raza y el asumir valores hispanos dieron su acento particular a esta pionera síntesis de la
historia nacional.
Las áreas culturales que ordenarían, al menos espacialmente, la presentación de vestigios arqueológicos, fueron formalmente
definidas en 1938 por un pionero de la institucionalización de la arqueología colombiana: Gregorio Hernández de Alba.
Esta relevancia del concepto de “área cultural” tenía en común su tácito o explícito rechazo a las síntesis evolucionistas de
finales del siglo XIX. Por apelar a una perspectiva sincrónica y al difusionismo como concepto explicativo fue tachado en
siglo XX como “normativo” o “tradicional”, en función de un renovado interés por el evolucionismo y la interacción entre
la gente y su medio ambiente. en Colombia Gerardo ReichelDolmatoff retomó las áreas culturales pero las enmarcó en una
síntesis evolutiva que iba de la “etapa lítica” (en su síntesis de 1965) hasta la “Etapa de los Estados Incipientes”.
La utilidad del enfoque “normativo” a nivel de instituciones que cuidan y divulgan el registro en forma de patrimonio
arqueológico, lleva a la producción de relatos sobre la sucesión o coexistencia de “culturas” caracterizadas por cierto número
de rasgos típicos de la cultura material.
Con la llegada de presupuestos evolucionistas procesuales, otras síntesis realizadas en la década de 1990 retoman la idea de
regiones o “áreas culturales”, pero vaciándolas de su contenido difusionista y normativo. Es así como Carl Langebaek o
Cristóbal Gnecco publican síntesis en las que la preocupación central es la manera como los “estilos” de la cultura material
(cerámica, orfebrería, artefactos líticos, estatuaria) tiene relación con el surgimiento de jerarquías sociales (Langebaek,
1993, 1996a; Gnecco, 1998). Esta es apenas una muestra de la tendencia que se va consolidando en la década de 1990 en
Colombia, en la que se torna habitual realizar síntesis o balances que parten de preguntas y buscan formas de responderlas
ue poco tienen que ver con las que fueron de uso común apenas una década antes.
De los manifiestos a los programas de investigación.
El debate en arqueología toma en cuenta los intentos de análisis postcolonial realizados en la última década, basados
principalmente en el análisis de quiénes han escrito qué textos y desde qué intereses (Gnecco, 1999b; Aparicio 2002;
Londoño, 2003). Pero queda la pregunta: ¿qué reformamos cuando ya no se trata de conocer mejor el pasado sino de
sospechar de quienes investigan el pasado? Parte de la respuesta está en el hecho de que los partidarios de una perspectiva
poscolonial no están interesados en qué pasó, sino qué efectos de poder tiene el tratar de generar cualquier tipo de
conocimiento sobre “el otro” (prehispánico o descolonizado).
¿El objeto de estudio de la arqueología son los sitios, las regiones o “el espacio”? Santiago Mora (1997) planteó la dificultad
conceptual presente entre los arqueólogos al momento de definir qué entendían por “sitio arqueológico”, alrededor del
problema de cómo se contextualizaban en la práctica las dataciones arqueológicas de un sitio en particular..
Los conceptos de “sitio”, “yacimiento”, “localidad” y “región”, fueron tomados como una manera de dar respuesta a las
inquietudes planteadas desde reconstrucciones del pasado que giraban entorno a la construcción de historias locales y
secuencias cronológicas.
Este enfoque trata de ser replanteado desde la arqueología que piensa la ocupación del espacio en términos de “pautas de
asentamiento”, “patrones de asentamiento” y “áreas de captación”. La primera perspectiva plantea que la gente responde en
forma cultural (desde un pensamiento mágico chamánico) a la oferta y los cambios de tipo ambiental (Llanos, 1988). La
segunda considera que se debe explicar por qué áreas aptas para la ocupación (fundamentalmente, agricultura) no son
ocupadas mientras que surgen grandes aldeas (centralización política) controladas por una elite (Drennan et al., 1989). Y la
última plantea cómo la gente aprovecha el espacio en función de la distribución de recursos, y esto se vincula con su
movilidad o creación de áreas productivas (Mora, 1988). La percepción del espacio desde la idea de “territorio” se ha
trabajado poco, dado que se asume tácitamente en sus sentidos jurídico y político, pues se vincula a la circulación de
productos o a la definición de identidades étnicas.
CAPÍTULO PRIMERO. MARCO TEÓRICO, ESTRATEGIA DE ESTUDIO Y CONTEXTO.
«... la cultura material es un reflejo indirecto de la sociedad humana. Aquí empezamos a vislumbrar que son las idea, las
creencias y los significados los que se interponen entre la gente y las cosas.»
I.1. Hacia una definición de la etnoarqueología
Uno de los mayores problemas que condiciona el trabajo arqueológico es relacionar las acciones de un grupo humano con
una cultura material determinada, a establecer cómo esa sociedad actuó y cómo distintas acciones ocasionaron una
variabilidad de artefactos o restos, para finalmente, a partir de esos restos, poder establecer qué actos se realizaron.
La etnoarqueología surge en el ámbito de la Nueva Arqueología, con la intención de relacionar, por medio de la analogía,
la conducta humana del pasado con los restos artefactuales hallados en los yacimientos arqueológicos. Esto llevaba implícito
la concepción de que los grupos del pasado tenían comportamientos similares, que se podían extrapolar desde el presente,
abriéndose la posibilidad de relacionar comportamientos de grupos humanos actuales con comportamientos humanos
pasados.
La cultura material es la fuente principal de estudio de la etnoarqueología. Ésta define la disciplina, igual que lo hace con
la arqueología. «Significa compartir el método, la teoría y las preocupaciones de los arqueólogos».
La etnoarqueología debe basar sus trabajos en la documentación de la cultura material, ya sea en base a la relación con el
uso, la producción o la formación del registro, por grupos contemporáneos. El punto de partida de cualquier análisis tendría
que ser la contrastación de la relación existente entre el registro material y las sociedades. Aquí, cultura material se refiere,
tanto a la producción material resultante de las comunidades humanas, como a su relación con el territorio.
La etnoarqueología es etnografía porque estudian la particularidad de culturas contemporáneas y es arqueología, porque se
estudia la producción material. También es historia, pues se ha demostrado la necesidad de conocer y enfatizar el contexto
de los grupos que estudiamos. El desarrollo de sus estudios se basa en la documentación objetiva y empírica de la formación
y producción de la cultura material por parte de las sociedades actuales y en el análisis de su racionalidad. El investigador
tiene que poder relacionar las culturas vivas con la formación de un determinado registro material. Por ello, no nos parece
que el verdadero objeto de la disciplina sea la analogía, sino la relación entre las sociedades vivas y la cultura material, con
el objetivo de conocer las relaciones de ésta con otros aspectos de la cultura y la sociedad.
La disciplina ha orientado principalmente sus trabajos hacia tres vertientes: 1) La mejora de la interpretación del registro
arqueológico. 2) El desarrollo de modelos interpretativos sobre las sociedades del pasado. 3) El estudio de los esquemas de
racionalidad de las sociedades.
«La etnoarqueología investiga aspectos de las conductas socioculturales contemporáneas desde una perspectiva
arqueológica»
Si asumimos que es el registro arqueológico y no la etnografía el que constituye un dominio apropiado para los estudios que
pretenden la reconstrucción del pasado, las investigaciones etnoarqueológicas deben surgir ante preguntas sugeridas por el
registro arqueológico y orientarse hacia una aplicación arqueológica. Se trata de plantear hipótesis desde la documentación
arqueológica y confirmarlas por medio de la etnoarqueología, o bien plantear nuevas interpretaciones a partir de la
observación etnoarqueológica, que luego serán demostradas o desechadas en el análisis arqueológico. En realidad, la
etnoarqueología posibilita la reflexión sobre la formación de los yacimientos y la fiabilidad de los datos, reduce la
ambigüedad del registro.
Por otra parte, los estudios etnoarqueológicos se emplean como una «arqueología de experimentación» que permite ensayar
propuestas interpretativas sobre las sociedades del pasado y hacer ensayos sobre nuestras observaciones etnográficas en el
registro arqueológico.
Dentro de esta línea se están desarrollando trabajos que no plantean una relación directa entre la cultura material y la
sociedad, sino que se centran en los esquemas de racionalidad de las poblaciones. Esto implica «interés por descubrir pautas
más amplias de funcionamiento de las culturas, en las que tenga cabida la interrelación entre la construcción simbólica y
material de la sociedad, la lógica interna que posibilita la supervivencia de determinadas formas culturales» (Hernando,
1995: 16). Junto a estos trabajos, se pueden añadir otros que han abordado los sistemas de adquisición de la identidad.
Con el paso del tiempo, la etnoarqueología está poniendo, cada vez más, el énfasis en el estudio de los antecedentes
históricos de las poblaciones premodernas actuales. Esto se debe al creciente interés por estudiar los procesos dinámicos de
los grupos humanos, más que episodios etnográficos estáticos. Pero también al convencimiento de que las culturas están
condicionadas por su propio contexto. Los estudios etnohistóricos centran su atención en el análisis de sociedades sin
escritura, generalmente indígena. Es el relato de las poblaciones opresoras sobre las oprimidas la fuente básica utilizada. El
arqueólogo utiliza los resultados obtenidos por la historia (o etnohistoria) como una herramienta que le permite completar,
contrastar, y producir nuevos interrogantes a cerca del registro arqueológico.
«la disciplina está en un estado de gestación por lo que límites y su modo de articulación son difusos, su objeto no está
claramente definido y la multiplicidad de sus métodos no están comúnmente aceptados»
Creemos que el verdadero objetivo es contribuir a la creación de una teoría antropológica general, entendido esto como la
aportación al conocimiento de los grupos humanos y su contexto social. Es decir, intentar explicar las relaciones entre las
sociedades humanas y la cultura material que producen dentro del contexto de las ciencias sociales.
I.1.1. La utilización de la analogía etnográfica: problemas y potencialidades.
La etnoarqueología surge ante la dificultad de la arqueología de proponer modelos de funcionamiento de las sociedades
prehistóricas y de interpretar correctamente los restos materiales que produjeron, pero también como un intento por superar
el modo simplista en que se utilizaban de las comparaciones etnográficas.
La analogía etnográfica ha estado condicionada por dos tendencias representadas por los trabajos de Lewis Binford (1983),
que plantean la viabilidad de establecer leyes transculturales, y por los de Ian Hodder (1982), que pone el énfasis en la
particularidad de las culturas y en el análisis del contexto. Todo ello dentro de paradigmas de interpretación e investigación
diferentes (procesuales y postprocesuales).
El principal problema de la analogía reside en que no siempre es valida, ya que no existen comportamientos trans-culturales,
trans-históricos o trans-ecológicos. El desarrollo y características de un grupo dependen de multitud de factores, por lo que
la analogía entre la etnoarqueología y la arqueología dependerá de la escala de análisis y la naturaleza de las preguntas.
Siguiendo las propuestas de Hernando (1995: 21), se puede distinguir entre etnoarqueología y analogía etnográfica. La
primera intenta establecer generalizaciones, revisando la variabilidad presente en el registro etnográfico e intentando
comprender bajo qué contexto cultural puede aparecer un determinado modelo de comportamiento. Sin embargo, la analogía
etnográfica establece semejanzas entre casos particulares, mediante la comparación entre dos culturas. Una, se ocupa de los
elementos que integran la cultura y la otra, de los contextos culturales.
I.1.2. Reflexiones en torno a la práctica etnoarqueológica y sus vinculaciones ideológicas.
qué puede hacer la etnoarqueología y cuál es su función en la sociedad actual: 1) generar discursos alternativos, 2) ampliar
horizontes y contrastar prejuicios, 3) mostrar sujetos activos y evitar la imagen simplista sobre los grupos actuales pre-
modernos, 4) superar las visiones patriarcales de la sociedad occidental.
Un expolio cultural justificado por la práctica etnoarqueológica
con la aparición de la etnoarqueología, además del estudio de los objetos, se investigan los sujetos.
La etnoarqueología permite beneficiarnos de la experiencia que el otro tiene de su mundo: su saber hacer, sus conocimientos
tecnológicos, su habilidad como ser social, o su manera de conocer y entender el mundo. Los arqueólogos dependen por
completo de la experiencia y realidad de las comunidades premodernas. Pero ese es su punto débil: la sustracción de
conocimientos generados por otras comunidades. Utilizamos sus conocimientos para extrapolarlos al conocimiento
prehistórico en los paises capitalistas y occidentales, por lo que se realiza un nuevo expolio cultural, más sutil, no del
patrimonio arqueológico y artístico, sino de ideas, técnicas, tradiciones y conocimientos. Sin respetar las interpretaciones
que hacen ellos mismos de su pasado, reinventamos su historia bajo un punto de vista occidental menospreciando sus propias
tradiciones.
la etnoarqueología debería replantearse su relación con el objeto/sujeto de estudio y cómo repercute en las comunidades su
trabajo. Siendo conscientes de las trasformaciones sobre las comunidades que puede suponer nuestra tarea y que formamos
parte de una tradición occidental y capitalista, tendríamos que replantearnos qué reciben las comunidades estudiadas a
cambio de mostrarnos sus conocimientos y visiones del mundo.
El discurso de la etnoarqueología
La analogía ha desarrollado una línea de pensamiento que proyecta nuestra propia interpretación de la realidad a los grupos
del pasado y que compara a todos los grupos a través de criterios que sólo pertenecen a nuestra cultura (Hernando, 2006b:
29).
Se ha generalizado la idea de que los grupos de menor complejidad socio-económica del presente son estadios anteriores a
la modernidad. Así, se legitima la correlación entre grupos presentes y pasados. «La prehistoria no ha entendido que los
grupos del pasado fueron tan adultos como los somos nosotros»
No podemos utilizar a las comunidades tradicionales como seres sin historia, sin problemas y exentos de su contexto
(post)colonial (González Ruibal, 2006: 47). Debemos asumir que, menor desarrollo tecnológico no implica menor
complejidad social, porque estos grupos entienden la realidad de forma diferente, por lo que constituyen estadios
premodernos de desarrollo.
¿Por qué utilizamos términos como arqueología histórica, historia, o cultura material contemporánea para referirnos a
contextos occidentales y etnohistoria o etnoarqueología para referirnos a contextos indígenas del Tercer Mundo? Utilizamos
el prefijo «etno» para hablar de los otros. Por ejemplo, la etnohistoria es la historia de los otros y la historia es la historia de
nosotros mismos.
Debemos preocuparnos por las personas, más allá de razas, lenguas, culturas, banderas y fronteras. Debemos mostrar que
las sociedades no son antagónicas entre sí y que los grupos no son cerrados, más bien al contrario, se influyen y transforman
a lo largo de su historia. La riqueza cultural, está precisamente en la acumulación de conocimientos del otro, es decir, que
no nos son propios.
La desaparición de los grupos premodernos actuales.
Todas las culturas, a diferente ritmo, se están viendo sometidas a una influencia cultural «europeísta» que tiene como
consecuencia la homogeneización cultural y que «el otro» se parece cada vez más a nosotros. Cuando este proceso finalice
habremos perdido definitivamente a los otros, los que tienen una lógica y una visión del mundo distinta a la modernidad
capitalista y postindustrial.
os grupos preindustriales se han convertido en grupos marginados política y económicamente. No sólo están oprimidos por
multinacionales y gobiernos occidentales extranjeros, también por las clases gobernantes de sus propios países,
supuestamente «ilustradas» y que han adoptado los valores e ideas de la sociedad occidental. Otro factor a tener en cuenta
en la desaparición y trasformación de estos grupos está en la falsa idea de «progreso», de tradición occidental, por la cual,
se tecnifican y racionalizan territorios y grupos.
reflexión sobre dos fenómenos que han sido tratados superficialmente por la historiografía: 1) Las personas que forman
parte de grupos modernos preindustriales tienen un papel activo en la transformación de sus propias culturas. 2) El trabajo
etnoarqueológico contribuye a la trasformación de los grupos y culturas estudiadas
La sociedad occidental y la etnoarqueología deberían considerar a las personas que forman parte de grupos preindustriales
como sujetos activos con capacidad para tomar decisiones. Pensar que las comunidades no pueden cambiar, es asumir que
«nosotros» decidimos por ellas en pro de una cierta superioridad moral, que sabemos mejor que ellos lo que más les
conviene. La mayoría de las trasformaciones de estos grupos, son intentos por mejorar su situación y nivel de vida, porque
se encuentran en la marginalidad y al límite de la pobreza.
los etnoarqueólogos tendrían que reflexionar sobre el papel que tienen en la trasformación de los grupos estudiados. Al
realizar nuestro trabajo de campo, estamos contribuyendo a la modificación de sujetos y culturas. Igual que el
etnoarqueólogo, las personas de estos grupos, observan realidades culturales diferentes y por ello adaptan y adoptan las
nuevas maneras de entender el mundo que han conocido.
¿Qué hacer?
Creemos que, una visión de la disciplina, donde se intente desarrollar un trabajo en común con las poblaciones observadas
puede ser una vía para trabajar en otra dirección. Debemos trabajar «junto» a los grupos indígenas, más que «sobre» ellos,
llevando a cabo una práctica negociada con las comunidades locales
La etnoarqueología puede mostrar la riqueza multicultural que existe (o existía) en el planeta. Más que oposiciones a nuestra
cultura, podemos mostrar otras realidades que ejemplifiquen la interrelación entre culturas y que permitan superar las
concepciones de culturas enfrentadas y antagónicas. El trabajo de campo debería mostrar un interés por mejorar las
condiciones de vida de la sociedad que se estudia y fomentar la revalorización social del grupo por medio del estudio de sus
raíces y tradiciones. Debemos ponernos al servicio de la comunidad para defender sus intereses y evitar su desaparición en
manos de las clases dominantes.
I.3. El estudio de la tecnología cerámica
la producción como «El conjunto de operaciones necesarias para trasformar un bien en otro diferente del primero».
Entendemos por producción, la creación y procesamiento de bienes y mercancías, incluyéndose su concepción, fabricación
y financiación.
«Tecnología es el estudio de los medios técnicos (o de producción) y de los procedimientos empleados en las diversas ramas
de la industria desde sus orígenes».La técnica, sería el conjunto de procedimientos que utiliza un oficio en el proceso de
fabricación de un material, donde los individuos pueden tener más o menos habilidad para usar esos procedimientos y
recursos, lo que se ha definido como «saber hacer»
Los estudios tecnológicos nos aproximan al conocimiento del pasado, más allá del análisis técnico de la producción. Intentan
ocuparse del medio natural y cultural de las sociedades, además de incrementar considerablemente la variación de soluciones
productivas desarrolladas por diferentes culturas.
Desde una perspectiva más amplia, la tecnología permite conocer diferentes elementos de las sociedades del pasado, como
aspectos de las tradiciones culturales, la interacción con el medio, el control sobre los recursos, el contexto social, el nivel
de especialización artesanal, la estructura económica del grupo o el sistema de explotación de los recursos. Además, puede
ser un indicador de estatus social, mostrar la rigidez o flexibilidad social y establecer la capacidad tecnológica del grupo.
Creemos que los estudios etnográficos y etnoarqueológicos son una herramienta idónea para explorar los diferentes
comportamientos tecnológicos de las sociedades del pasado. Ya sea para conocer las diferentes estrategias técnicas
adoptadas por los alfareros en la fabricación de vasijas, como para contrastar la viabilidad de algunos métodos arqueológicos
utilizados para reconstruir la tecnología, o para proponer hipótesis sobre el contexto social de producción, la especialización
o el cambio tecnológico.
Los estudios arqueológicos sobre la tecnología cerámica pretenden abordar los siguientes aspectos: • El proceso de
fabricación, establecido en la arqueología y antropología francesas a partir del concepto de cadena operativa. • La
caracterización de productos y producciones a partir de la identificación de materiales y sus fuentes, permitiendo asociar
productos de determinados yacimientos a los centros de producción donde se elaboran. • Las características físicas de las
vasijas para conocer su posición en el desarrollo tecnológico. • La situación de la producción en su contexto social y
económico, y establecer el nivel de especialización del artesanado.
En un primer momento, los estudios sobre cerámica estarían caracterizados por el estudio de las vasijas completas como
objetos artísticos y culturales y, se valoran los fragmentos, para establecer tipologías y secuencias históricas, las cuales
permitirán relacionar los tipos con cronologías concretas y asociarlas a culturas o etnias, dentro del paradigma del
historicismo cultural. Un segundo período, relacionado con el cambio procesual, donde se abandona el enfoque tipológico
para adoptar una perspectiva que desarrolla otras líneas de investigación como la tecnología, el comercio o la función. Y,
finalmente, una fase donde se analiza la cerámica en su contexto cultural, caracterizada por su diversidad de enfoques, desde
el uso de la etnoarqueología, hasta los problemas del cambio o sustitución de los elementos cerámicos, dentro del complejo
abanico de visiones postprocesuales.
Se han propuesto dos tendencias en el análisis de la tecnología de las cerámicas arqueológicas, que son extrapolables a los
estudios etnoarqueológicos. Una, representada por lo que se ha denominado Ecología Cerámica, que enfoca sus trabajos a
los condicionantes medioambientales y funcionales de la producción. La otra, orienta sus investigaciones a la reconstrucción
de las cadenas operativas, como método para conocer el desarrollo tecnológico de cada sociedad.
Los trabajos etnográficos sobre la tecnología cerámica permiten incrementar los estudios sobre las técnicas de fabricación
cerámica; elaborar modelos interpretativos de referencia en base al análisis del contexto social de producción, la identidad
cultural y la cosmovisión social; y mejorar la interpretación arqueológica en base al potencial informativo de los objetos y
la viabilidad de utilizar determinadas metodologías arqueológicas.
TRADICIÓN TÉCNICA Y CONTACTOS: UN MARCO DE REFLEXIÓN CENTRADO EN LA PRODUCCIÓN
CERÁMICA
Cualquier análisis de la tecnología debe considerar la dimensión social de la producción en la que se engloba y adquiere
sentido pues, junto a las soluciones técnicas, herramientas y materiales utilizados, los procesos tecnológicos también deben
ser concebidos como un medio para expresar, reafirmar y contrastar cosmovisiones y valores sociales.
Como ha expuesto Lemonnier (1992) son un gesto social sobre la materia, donde la acción técnica trasmite significados
sociales, porque la acción misma está imbuida por el universo de comportamientos sociales establecidos.
Siguiendo este planteamiento, entendemos que donde se dan el grueso de las interrelaciones comentadas, es dentro de un
espacio social determinado y, sobretodo, en el quehacer cotidiano de la práctica tecnológica. Es esta rutina cotidiana de
fabricación, uso, intercambio y abandono de objetos, repetida por las personas desde la infancia hasta la madurez, la que
confiere esa gran capacidad estructurante y estructurada que le otorgamos al proceso tecnológico y a través del cual podemos
adentrarnos en la compleja práctica social donde se insertan los esquemas de racionalidad, las praxis sociales, las relaciones
de poder, las bases económicas, los patrones identitarios.
los objetos funcionan, al igual que las personas, como auténticos agentes estructurados y estructurantes y que, a través de
ellos, nosotros creamos, modificamos y concebimos una determinada visión del mundo. Por ello, la cultura material debe
ser considerada también como parte activa en la reproducción, mantenimiento o cambio de una sociedad.
algunos autores como Petrequin y Petrequin (1999) o Gosselain (2002) han demostrado que el papel social en el proceso de
montaje y la transmisión del conocimiento técnico resulta de suma importancia, más que las formas o estilos de las
cerámicas, para identificar grupos y contactos entre comunidades.
Nos hemos centrado en el modelado pues en él se concentran toda una serie de fenómenos de aprendizaje y transmisión de
conocimientos, requerimientos psicomotrices, habitus tecnológicos, etc., que nos parecían especialmente significativos a la
hora de profundizar en los procesos tecnológicos que identifican un grupo y de cuya comparación se pueden documentar
préstamos, intercambios o contactos intergrupales.
Partimos de la idea de que ninguna técnica debe ser concebida como un mero gesto, sino que siempre es una representación
física de elecciones y esquemas mentales aprendidos a través de la tradición tecnológica donde están inmersos, y a su vez,
están relacionados con la manera de trabajar del grupo y su contexto social.
En contextos de producción doméstica, el conocimiento técnico se trasmite generación tras generación a través de un
aprendizaje dentro del grupo familiar. Desde niña, la alfarera aprende a fabricar cerámica mediante “el saber hacer”
transferido por la madre, la hermana, o una parienta cercana, que a la vez aprendieron de sus madres, y así sucesivamente
durante generaciones (García Rosselló 2008). En este contexto de aprendizaje dentro del ámbito doméstico, la transmisión
del conocimiento tecnológico se combina internamente con otros aprendizajes, tanto tecnológicos (conocimiento de las
prácticas culinarias, agricultura, recolección, etc.) como sociales, así como con los valores éticos y la cosmovisión que tiene
el grupo. En todos ellos, los fenómenos de habitus actuarían significativamente a la hora de fijar prácticas, conocimientos y
valores.
Durante el aprendizaje de las técnicas de modelado existe un control social sobre determinados gestos técnicos. La
transmisión de los conocimientos técnicos se basa en la cercana interacción entre profesor y pupilo, lo que permite la
transmisión de los esquemas físicomotores necesarios para adquirir el “saber hacer” relacionado con el modelado de la
cerámica. Debemos tener en cuenta que esta fase de aprendizaje dura hasta que las operaciones manuales, fruto de la práctica
cotidiana se vuelven casi automáticas, y se consigue un preciso programa psicomotriz adquirido y memorizado por el
cerebro del aprendiz.
En este contexto de transmisión de conocimientos y valores, la innovación gestual no puede aparecer durante el aprendizaje,
pues cada gesto realizado de forma no adecuada al patrón propuesto por el maestro es inmediatamente corregido. A través
de la práctica repetida de la actividad, estos gestos llegan a ser gradualmente incorporados como un esquema psicomotor
inconsciente. En este momento, la innovación o la adopción de otras técnicas es virtualmente imposible, ya que requeriría
un “desaprendizaje” compensado con un proceso de “reaprendizaje”, siendo difícil de imaginar si no existe ningún factor
para tales medidas drásticas.
El habitus, que genera un carácter fuertemente estable al proceso de modelado, con una baja permeabilidad a cambios,
préstamos, modas e innovaciones. Por ello, ciertos procesos tecnológicos de modelado están profundamente enraizados en
las tradiciones tecnológicas, lo que les confiere una enorme estabilidad y resistencia al cambio y a la permeabilidad de
nuevas ideas técnicas.
En este sentido, el análisis de las cadenas operativas resulta sumamente interesante para analizar las tradiciones tecnológicas
de modelado. Éstas se identifican a partir de su homología, entendida como el uso compartido de aquellos procesos y
secuencias técnicas que se consideran estructurales y configurativos de la cadena operativa. abordar los motivos por los que
se producen variaciones en las cadenas operativas de fabricación debemos tener en cuenta el alcance de estos cambios según
se trate de variaciones estructurales o secundarias.
Las variaciones estructurales o estratégicas deben ser concebidas como aquellas que, dentro del proceso tecnológico, no
pueden suprimirse, cancelar o remplazar sin que ello suponga una variación significativa en el proceso o en el resultado
final (Lemonnier 1992). Se corresponden con cambios en las secuencias de fabricación que suponen modificaciones
profundas, las cuales a su vez, condicionan la introducción de nueva infraestructura tecnológica y cambios en el “saber
hacer” aprendido. Por ello, estas variaciones deben correlacionarse con trasformaciones más amplias en el seno del grupo
Por su parte, las variaciones parciales corresponderían a modificaciones secundarias que no suponen un cambio significativo
en los procesos de aprendizaje, ni modifican las técnicas, ni suponen la adopción de una nueva infraestructura tecnológica.
la identificación de variaciones de tipo estratégico o estructural nos reflejará profundos cambios en la tradición tecnológica
que afectan, no sólo al proceso de modelado, sino también a infraestructuras y especialmente a esquemas psicomotores y
por lo tanto a estrategias de aprendizaje, a cambios en el “saber hacer” del grupo y, en consecuencia, a posibles
modificaciones sustanciales de algunos elementos del espacio social donde se fabrican las cerámicas. Por el contrario, la
documentación de variaciones de tipo secundario nos remitiría a fenómenos de modas, variaciones estéticas, gustos, o
elecciones más individuales que no implicarían necesariamente, ni profundas modificaciones del “saber hacer” del grupo,
ni de los procesos de aprendizaje ni, por consiguiente, del espacio social donde se genera la actividad.
Los fenómenos técnicos de estabilidad se hacen especialmente visibles en los procesos relacionados con la configuración
de la pieza cerámica (modelado, tratamientos de superficie y confección de elementos secundarios). Por su parte, las
estrategias técnicas, que junto a la forma acaban configurando las características visuales de la pieza (tratamientos de
superficie finales como el bruñido o la aplicación de engobe, o estrategias decorativas), pueden presentar variantes mucho
más dinámicas. Sin embargo, todos estos fenómenos, especialmente los relacionados con los aspectos más visibles del
proceso técnico, como son la forma final, las decoraciones o los tratamientos finales de superficie, pueden resultar poco
permeables a los cambios si van asociados a variables identitarias (sean de género, religiosas, étnicas, etc.) pudiéndose
convertir en auténticos motores de resistencia a cambios y modas, pues visualizan una determinada identidad que se quiere
proteger y reforzar ante las nuevas situaciones.
el análisis de los procesos de fabricación, en especial el estudio de las estrategias de modelado, por su imbricación con los
procesos de aprendizaje y la constitución de dinámicas psicomotrices que funcionan casi a un nivel subconsciente, nos abren
vías interpretativas muy válidas para aproximarnos al significado de la producción cerámica dentro de ese espacio social y
reseguir los contactos sociales entre diferentes grupos que pueden mantener una o varias identidades.
la necesidad no sólo de constatar las diferentes variaciones que existen en el proceso productivo,
sino especialmente valorar el peso real de dichos cambios, lo que nos lleva, inexorablemente, a huir de interpretaciones
mecanicistas y a profundizar en el conocimiento del espacio social a través de estrategias contextuales. En ellas, no sólo se
debe tener en cuenta los aspectos más directamente relacionados con la producción tecnológica, sino que se deben incorporar
todos aquellos aspectos que generan la compleja red de relaciones estructurantes y estructuradas de se dan en la arena social
en relación a procesos de reafirmación, resistencia, subversión, asimilación etc. propios de los fenómenos de contacto entre
comunidades.

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