Está en la página 1de 431

I

Año Nuevo

(Esta Hora Santa podría servir especialmente para comenzar el Año


Nuevo, según el verdadero espíritu del Sagrado Corazón de Jesús, y para
consagrárselo a su gloria. Este mismo método podría también ser muy útil en
determinadas ocasiones, en ciertas horas decisivas y solemnes “del año o de
la vida”, como, por ejemplo, en vísperas de contraer matrimonio o como
preparación inmediata para ingresar al convento, al abrazar la vida
religiosa. Podría, asimismo, ser de gran provecho “durante los ejercicios de
un retiro”, para iniciar en ellos una etapa de vida espiritual nueva y más
intensa).

He aquí que se levanta con la aurora del Año Nuevo el verdadero Sol de
paz, de esperanza y de amor: el Corazón Divino de Jesús, sol de una nueva
vida para su gloria y nuestra dicha... ¡Gloria a Él en las alturas, gloria a Él y
sólo a Él aquí en la tierra!...

“Adveniat, adveniat, adveniat regnum tuum!... ¡Venga a nos tu reino de paz,


de amor y de justicia!”...

Es preciso que el año que comienza marque una nueva etapa de triunfo en el
avance victorioso, social e íntimo del Corazón de Jesús...

Y ahora pongámonos en su presencia soberana mediante un acto de fe y de


profunda adoración... A dos pasos de nosotros está el Maestro muy amado...
Su Corazón nos llama, nos aguarda... quiere hablarnos con santa intimidad...
Escuchemos aquella voz cuyas armonías deliciosas inundan de júbilo la
eternidad del cielo...

(Que haya gran recogimiento, pues el Señor no habla a corazones


disipados, distraídos).
Jesús. “Pax vobis!”. ¡Que mi paz sea con vosotros todos, hijitos míos! Os la
traigo grande y hermosa para vuestras almas que sufren, que luchan..., para
todos los de buena voluntad...

“Pax vobis!”. Sí, os la traigo Yo mismo para vuestros hogares enlutados por
el dolor, heridos por las desgracias, patrimonio obligado de este valle de
lágrimas...

“Pax vobis!...”. Os la traigo para la sociedad doliente en cuyo seno vivís,


pues bien sé Yo cuánta necesidad tiene de renovarse en el espíritu de mi
Evangelio, de ser en espíritu y en obras la heredad de mi Corazón sacrosanto...
Os la traigo para vuestra patria. ¡Oh!, pedidme que ésta llegue a ser para Mí, la
Jerusalén de mis amores, la Jerusalén del Domingo de Ramos...

“Pax vobis!...”. Os traigo mi paz profunda, celestial y victoriosa, para la


Iglesia siempre combatida... Rogad por Ella, pedid, hijitos míos, que llene los
graneros de mi Padre celestial con una cosecha rica y escogida de almas, de
familias...

Venid, amigos del alma, acercaos; no temáis como los apóstoles: acercaos
más, mucho más...: buscad la dichosa intimidad del Corazón de vuestro Rey,
de vuestro Hermano, de vuestro Amigo...: no temáis... Yo soy vuestro Jesús.
Sí, acercaos con tal intimidad que toquéis las llagas de mis pies y de mis
manos...; acercaos y penetrad en la llaga del Costado... ¡Oh!, poned en ella con
confianza la mano querida, y más: entrad profundamente en ella con el alma y
quedad ahí; abismaos para siempre en esta herida, morada vuestra en el
tiempo y en la eternidad... Yo no he cambiado, hijitos míos no: soy el mismo
dulce Jesús, bueno, misericordioso, nacido de la Virgen María, vuestra
Madre... Soy realmente hijo suyo...; somos, pues, hermanos muy queridos: no
me temáis.

Y ahora, sin recelos y con un corazón abierto, dócil, agradecido, aceptad en


la alborada de este Año Nuevo, como obsequio y prenda de mi amor, como
lección de mi sabiduría, un pensamiento grave, una reflexión austera y dulce a
la vez y que os pido coloquéis como fundamento sobrenatural del camino que
se inicia hoy...

Para recoger con fruto, consoladores míos, esta enseñanza que condensa
todo mi Evangelio, para que sea realmente provechosa para este año y para la
vida, vaciad ante todo el corazón, aligerad el alma de todo lo terreno y
saboread en seguida la lección que quiero daros, en un gran recogimiento de
espíritu... Oídme:

Almas amadísimas, hijos de mi Sagrado Corazón, meditad esta palabra, os


la propone vuestro Dios: “Un año transcurrido quiere decir un año menos en la
vida del tiempo, y un año más cerca del abismo de vuestra eternidad...”.

¡Oh, meditad durante esta Hora Santa en la vanidad de todo, absolutamente


de todo lo que no sea la permanente realidad que soy Yo, Jesús!...

(Muy lento y entrecortado)

Todo pasa y muere, menos Yo.

Caducidad de la juventud, flor que vive un día y... muere.

Caducidad de la ambición, humo que se esfuma y... pasa.

Caducidad de la alegría humana, fulgor que brilla y desaparece como un


relámpago.

Caducidad de la fortuna dorada y versátil que se nos escapa.

Caducidad de una situación brillante, que cambia de improviso y que se


quiebra.

Caducidad de los placeres, embriaguez que mata, desasosiega y huye.

Caducidad de toda armonía terrena, de toda belleza creada, que engaña y


perece.

Caducidad del amor humano, que cambia, hiere y después olvida.

Caducidad de la sabiduría del siglo, que lo falsifica todo y se convierte en


tinieblas.
Vanidad de vanidades, y todo vanidad, excepto la realidad, que soy Yo,
vuestro Jesús.

Y si dudarais, poned, hijos míos, un oído atento a aquella voz misteriosa de


los siglos que yacen sepultados en su historia de glorias y mentiras... ¿Dónde
están?... ¡Fueron sólo ayer, y ya no son!...

Su voz elocuentísima no es sino el eco de la mía...

Con ellos, Yo os digo: Vanidad de vanidades todo lo terreno..., todo lo que


no sea la realidad verdadera, que soy Yo, vuestro Jesús.

Millares y millones de hombres jóvenes, valientes, arrebatados


vertiginosamente del escenario de la vida por la tempestad de fuego de mil
guerras fratricidas, os gritan y previenen, con la elocuencia de sus cenizas
aventadas, que no os fiéis de la tierra... En ella todo es vanidad...

Sí, todo lo que no es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús.

Y como esos ejércitos de soldados, aquel otro ejército más numeroso


todavía de los heridos en el alma; aquellos mutilados del corazón, que son las
viudas y los huérfanos, los desamparados y los sepultados vivos bajo los
escombros de sus esperanzas e ideales...; la caravana inmensa de las almas
hechas jirones, de los corazones náufragos del hogar y de la sociedad... Todos,
¡oh!, todos ellos, con un gemido desgarrador y que no engaña, os gritan a
porfía: ¡Vanidad de vanidades todo lo caduco y todo lo terreno, todo lo que no
es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús!...

(Breve pausa)

Con todo, no quiero veros amargados con exceso, hijos míos, y menos aún
no querría, ¡oh, no!, veros desanimados... Porque si es verdad que el mundo
no es sino vanidad, sabedlo, meditadlo: Yo he vencido al mundo con la
suprema y dichosa Realidad de mi Persona y de mi Amor.

Valor, pues, y adelante, adoradores míos, levantad muy en alto los


corazones y el pensamiento, pues aquí mismo, en medio de este hacinamiento
de ruinas, Yo soy, para vosotros todos, la Realidad eterna de las almas que me
adoran y me aman. Sí, la única Realidad inmutable, divina, inmortal, soy Yo...
Y Yo he querido que esta Realidad lo supla todo..., ¡que Dios os baste!

Creedlo así, amigos de mi Sagrado Corazón, convenceos de ello en esta


Hora Santa... El mundo, por desgracia, no razona así: Yo no le basto. De ahí
que siendo Rey y Señor, se me posponga... ¡Cuán rara vez soy Yo el Amo, el
primero en el corazón y en el hogar...!

No así vosotros, hijitos míos...; y puesto que para vosotros soy la Realidad,
que lo llena todo y que lo suple todo, quiero que me lo digáis aquí ante mi
altar con palabras del alma.

Amigos fidelísimos del Corazón de vuestro Salvador, meditad


constantemente en la vanidad efímera de la juventud, primavera que dura
apenas una mañana de sol, y que en seguida muere... Pero como
compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis, y qué pedís?...

(Todos)

La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Consoladores de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad


de la ambición falaz y traicionera que embriaga, hiere y desaparece luego...
Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...

La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Apóstoles de mi adorable Corazón, meditad constantemente en la vanidad


de los goces terrenales, que, como el lampo de luz o como el rocío, duran un
instante y se desvanecen... Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué
esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Confidentes de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad


de la fortuna que pervierte tantas almas y que se escapa para no volver... Pero
como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...

La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Discípulos muy amados de mi Sagrado Corazón, meditad constantemente


en la vanidad de los placeres sensibles que halagan un instante, que producen
embriaguez de muerte y pierden pronto su dulzura... Pero como compensación
divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...

La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Adoradores fervorosos de mi amante Corazón, meditad constantemente en


la vanidad de la belleza creada y transitoria que enamora tan fácilmente como
desaparece y muere... Pero en compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y
qué pedís?...

La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Reparadores de mi entristecido Corazón, meditad constantemente en la


vanidad tan funesta del amor terreno, que, siendo por naturaleza tornadizo e
inconstante, hiere como una racha y huye como la brisa... Pero como
compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

Hijos predilectos de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la


vanidad de la sabiduría humana, que con toques de luz ficticia, siembra tantos
errores, luz siniestra que estalla frecuentemente en huracán... Pero en
compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...

La realidad suprema que eres Tú, Jesús.

¡Oh, sí, Tú, Señor y sólo Tú, la dichosa, la inmutable y eterna Realidad!...

Con ella, es decir, contigo, la vida, ya de por sí tan vacía de toda paz, tan
pobre de verdadera belleza, nos será soportable, llevadera, no obstante las
tumbas, las ruinas y los abrojos sembrados a lo largo del camino... ¡Ah, pero
siempre contigo, Señor Jesús!

Este año que hoy comienza no nos inquieta, Maestro, a pesar de las mil
vicisitudes azarosas que trae consigo; ¡pero... teniéndote a nuestro lado a Ti,
Jesús!

Bien sabemos, Señor, que no podemos pretender el vivir en un paraíso


terrenal, marchito, perdido para siempre...; ¡pero qué importa, ni nos hace
falta, ya que en tu Corazón, Amor de los amores, lo hemos recuperado con
usura!... ¡Oh, si, Tu Corazón lo vivifica, lo ilumina, lo dignifica todo, Señor, y
esto para la eternidad!...

(Pidamos con fervor y humildad de corazón la luz que nos haga


comprender y apreciar la gracia que el cielo nos otorga con el nuevo año.
Pero pidamos, sobre todo, la gracia de saberlo aprovechar debidamente para
gloria del Divino Corazón y por los intereses eternos del alma).
(Pausa)

Las almas. La Hora Santa, Jesús adorable, la pediste Tú mismo, como la


hora de las divinas confidencias con tu Corazón adorable... ¡Déjanos, pues, en
consecuencia, abrirte el alma; déjanos contártelo todo, Señor, pues sentimos la
necesidad imperiosa de vaciar nuestras almas en la tuya, aquí, a tus pies, ante
el Sagrario!...

Bien pueden, Jesús, los vanidosos, los sensuales, los mundanos y los
frívolos seguir soñando sobre las ruinas lamentables de sus quimeras
insensatas... Entre tanto, nosotros, pobrecitos y a la vez más ricos que ellos,
porque más favorecidos por tu gracia, tan gratuita como espléndida, queremos
protestarte que, dejando el mundo de lado, Tú sólo nos satisfaces y nos
bastas... Y alentados por el don de tu Corazón adorable, nos proponemos
resueltamente comenzar una vida nueva con este Año Nuevo, viviendo más y
más desengañados y desprendidos de los falsos bienes y de los placeres
engañosos de la tierra... Por esto, Jesús, desde esta alborada, al iniciar un año
que nos avecina a tu eternidad, nos arrojamos entre tus brazos y, con fe del
alma, te protestamos que, de aquí en adelante, no queremos otro bien que Tú
mismo Jesús...

¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al


recibirte te prometemos que, en la enfermedad o en la salud, aceptaremos tu
Corazón, Señor Jesús!

(Todos)

Aceptamos tu Corazón, Señor Jesús.

¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al


recibirte te prometemos que, en la pobreza o en la abundancia, bendeciremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús
Bendeciremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.

¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al


recibirte te prometemos que, en la tristeza o en la alegría, buscaremos sólo tu
Corazón, Señor Jesús!

Encontraremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.

¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al


recibirte te prometemos que, en la prosperidad como en la Cruz, adoraremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús!

Adoraremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.

¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al


recibirte te prometemos que, en la vida como en la muerte, aclamaremos sólo
tu Corazón, Señor Jesús!

(Tres veces)

Aclamaremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.

Jamás se acude en vano a Aquel que es la Bondad increada... Ved, a dos


pasos está ya Jesús...; lo llamamos, y helo aquí anhelando desbordar la vida de
su Corazón adorable en los nuestros... ¡Recojamos con santa avidez sus
palabras!

(Que haya un gran silencio: el silencio de las almas...).

Jesús. ¿Con qué podré pagaros, amigos muy amados, fidelísimos, el


bálsamo que vuestro amor ha sabido poner en mis heridas?... ¡Gracias! ¡Mi
corazón os bendice! ¿Sabéis apreciar esta palabra?... ¿Sabéis quién es Aquel
que os la dirige?... ¡Ah, soy Yo mismo; Yo, vuestro Dios y vuestro Rey,
vuestro Padre y vuestro Amigo; soy Yo, Jesús, que os habla!... ¡Ved cómo me
acerco a vosotros!... Sí, mi corazón adorable es el sol de ventura que para
vosotros se levanta sobre la colina de este altar, trayéndoos sus luces y sus
ardores como presente de Año Nuevo!...

Ved, me llego a vosotros, derrochando mercedes; vengo en busca vuestra


para colmaros, para enriqueceros, si posible fuese, hasta empobrecer. Yo
mismo, depositando en vosotros todos mis tesoros...

Me acerco a vuestras almas, como una nube cargada con un diluvio de


gracias que quisiera derramar a profusión y sin medida sobre vosotros y
vuestros hogares, a fin de que este año que comienza sea un año de
bendiciones y de gracia... Pero para ello espero una palabra todavía de vuestra
parte... ¡Abrid, ¿queréis?, abrid de par en par el Tabernáculo de mi Sagrado
Corazón y pedid sin temor de importunar, pedid confiados! ¿Qué gracia
solicitáis que Yo os conceda, qué favor esperáis del tesoro de mis
misericordias infinitas?

(Todos)

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.


No dudo, hijitos, de la sinceridad del corazón; pero esta generosidad os la
dicta tal vez el entusiasmo que os infunde mi Sagrario... Mas cuando os alejéis
de aquí, una vez a distancia y en plena lucha contra el mundo frívolo, ¿me
diréis entonces otro tanto?... Ah, sobre todo para esa hora de refriega, ¿qué
fuerza divina de victoria reclamáis?... ¡Habladme todos!

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.

Pero si el mundo se empeña en alejaros de mi pecho, en arrebataros de mis


brazos...

Y si en su tiranía osara exigiros que escojáis definitivamente entre sus


placeres vanos y mi Ley, decidme, amigos, ¿qué tesoro escogeríais?...

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.

Mas suponed que el mundo no ceje, que la lucha recrudezca y que por causa
de vuestra fidelidad tengáis que sufrir cruces y baldones... ¿con qué grito del
alma llamaríais entonces en socorro vuestro?...

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.

¡Oh, qué hermosura cristiana, qué nobleza divina la vuestra!... Pero


decidme con toda intimidad: esos sentimientos, ¿animan también a los
vuestros?... En el hogar querido, ¿piensan y hablan todos así?... Si así no fuera
reclamad para ellos mi gracia: ¿qué pedís para ellos en testimonio de mi
amor?...

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.

¿Por qué esa tristeza, hijitos míos? ¡Qué! ¿Tal vez tenéis en el hogar algún
enfermo del alma a quien amáis mucho, pero que no me ama a Mí?...
¡Pobrecito! Yo quiero salvarlo, él no pide, pero vosotros pedís por él. ¿Qué
fortuna queréis para el hogar?...

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.

Creed en mi amor y Yo los salvaré en recompensa a vuestra fe y a la


plegaria de esta Hora Santa, deliciosa... ¡Ah! Pero pensad también en
vosotros: día llegará, y tal vez muy pronto, en que la muerte golpeará a
vuestras puertas... Para entonces, para esa hora suprema de justicia, ¿qué
galardón esperáis de mi sentencia?... Reclamadlo ahora mismo: ¿qué esperáis
de mi misericordia?...

Para nosotros, tu adorable Corazón.

Para Ti, Jesús, inmensa gloria.

(Aquí puede entonarse un cántico al Sagrado Corazón).


(Entre tanto que los Príncipes de la Corte celestial ofrecen al Rey de los
Reyes presentes dignos del Paraíso, Jesús, enamorado de los humanos,
pensando en sus pequeñuelos, toma el camino de la tierra y sale a nuestro
encuentro, colmadas sus manos divinas con presentes de Cielo... Nos trae,
especialmente, tres inmensos y riquísimos tesoros, ofrenda valiosa de su
amable Corazón. ¿Querríais meditar unos instantes en el valor inestimable de
esos tesoros?... Hagámoslo considerando brevemente tres cuadros, tres
escenas del Evangelio. ¡Oremos meditando! ¡Meditemos amando!).

I. Don de Luz. ¿Recordáis lo que decía el ciego? “¡Señor, haz que vea!”.
Mucho más ciego que este desdichado Nicodemo, ciego del alma, calla y
teme... ¡Oh, con qué fulgor victorioso debieron brillar los ojos de Jesús,
mirando con dulzura a Nicodemo en la primera entrevista misteriosa!
¿Imagináis la turbación que la proximidad estrecha y las palabras del Maestro
divino provocarían en el alma tímida de ese ciego, temeroso de sanar?... Pero,
¡cuán fuerte, cuán irresistible debió ser la atracción del imán, de los ojos y del
Corazón de Jesús! Cada palabra suya era una saeta de luz que lo traspasaba,
conquistándolo... Con infinita suavidad, el Sol divino avanza, penetra en los
abismos de esta alma recta... Pero a pesar de su rectitud, de su buena voluntad,
hubo ciertamente un primer momento de sorpresa, de resistencia secreta, de
lucha... ¡Era tan fuerte en ella el respeto humano!

El Maestro condesciende: su Corazón es suavísimo... se concierta una


entrevista...; pero ésta será de noche... Ya están faz a faz, solos, Jesús y
Nicodemo. Al separarse, el Salvador debe haber dicho a Nicodemo: “¡Ya
sabes que te amo...; iré pues, a tu propia casa!” Y en una segunda entrevista,
lucharon frente a frente las tinieblas y la luz... Las palabras de Jesús despiden
fulgores, soles de claridad que brotan de su pecho, pasando por sus labios... Y
poco a poco, esas claridades penetran y luego disipan las nubes de tinieblas...

Lenta, pero profundamente, traspasan esa alma del Rabino, derriten sus
hielos, calcinan la roca... ¡Ved: el Sol, Jesús, ha triunfado; Nicodemo,
vencido, le adora! ¡Qué enseñanza!... En la medida en que el famoso Rabbi,
Nicodemo, se olvida y se desprende de sus prejuicios, de sus propias ideas y
pasiones...; en la medida en que muere a sí mismo, una luz, una inmensa luz
invade todo su ser...

Cuando Nicodemo apaga sus luces, el Señor prende la suya. Esa será
también nuestra propia historia.
No seremos los verdaderos hijos de la luz sino en la medida en que sepamos
desprendernos, desasirnos de nosotros por una perfecta inmolación de espíritu.
La luz no llega al fondo de un alma sino por la cruz de Jesús. Pero, ¡gracias
también a nuestras propias cruces!... Se repite, pues, con ligeras variantes, la
historia de Saulo en el camino de Damasco: la misericordia del Señor nos
sorprende en el camino de tinieblas, nos asalta, nos echa por tierra, nos obliga
a morder el polvo... Sólo entonces, humillados y en la Cruz, somos capaces de
oír y de comprender en el fondo de nuestras almas estas palabras de luz
inefable: “¡Yo soy Jesús de Nazaret!”.

¡Oh, si entre estos amigos del Señor hubiera alguno que le tema demasiado,
que por esto vacila en acercarse, que se acerque sin recelos, que busque la
vecindad, ¿qué digo?, la intimidad del Maestro!... ¡Ah, sobre todo, que no
resista al llamamiento amoroso que le hace Jesús en esta Hora Santa... Que si
teniendo las dulces exigencias de su Amor, tomara la fuga, el camino
extraviado de Damasco, el Amor de los amores saldrá a su encuentro, lo herirá
en el corazón, y por esta herida de amor penetrará la luz!

¡Oh, mil veces felices aquellos a quienes fustiga e hiere Jesús; felices las
almas a quienes el Señor hace llorar! Por estas lágrimas les revelará un día el
esplendor de su Belleza soberana.

Eterna y divina historia: esta lluvia de lágrimas, lluvia saludable, purifica e


ilumina el cielo de las almas, arranca la venda de escamas que, nublando los
ojos, nos impedía ver a las claras a Jesús... Entonces sí que el alma que ha
llorado se encontrará frente a frente de Jesús, y éste le dirá: “¡Mírame, soy Yo
la luz!... ¡Sígueme y no andarás en tinieblas!...”.

(Breve silencio)

(Todos Tres veces)

¡Señor, haz que yo vea!


(Tres veces)

¡Señor, Dios de luz, haz que te vea!

(Tres veces)

En mi cruz y por mis penas quiero verte, Jesús...

II. Don de Misericordia. Para mejor apreciar este don, el de más


aplicación práctica de nuestra vida, hagamos una glosa de la bellísima
parábola del Buen Samaritano, aplicándola a la economía del Corazón de
Jesús con relación a las almas... ¡Esta historia es tan realmente la nuestra!...

(Con unción)

En un recodo del camino yace por tierra, herido, despojado, un pobrecito...


Viajeros sin entrañas van y vienen; pero todos pasan indiferentes, desdeñosos,
a su lado: se justifican de dicha indiferencia declarándose a sí mismos
irresponsables de la desgracia de ese hombre... Lo miran sin detenerse... y
continúan sin inmutarse, tranquilos, su camino... Puesto que el desgraciado
yace por tierra y está herido, culpa suya debe ser, parecen decirse
interiormente todos, a medida que desfilan... Y si es culpable, que debe serlo,
¡pues que expíe su pecado!... ¡Tal es la justicia que pretende hacer el mundo!

Pero he aquí que por fin alguien se detiene: ¿Quién será?... Una luz
suavísima parece irradiar de Él, y le precede... Ved: ya está junto al herido...
¡Qué belleza de majestad dulcísima, conquistadora, envuelve toda su
persona!... ¡Oh, qué compasión tan honda revela su mirada y qué bondad
indecible, arrobadora, relampaguea en su rostro, de hermosura más que
humana!... Al verle se diría que es un hombre que va a estallar en sollozos...
¡Oh, se diría más bien un Dios de una ternura, más que inmensa, infinita!...
¡Quién puede ser sino... Jesús!... ¡Oh, sí, es Él!... Se llama a Sí mismo el
Hombre-Dios de todos los dolores, y nosotros le llamamos el Hombre-Dios de
todas las misericordias... Aparece como Señor de la majestad en el camino de
sus ángeles..., y se presenta como el Señor de todas las ternuras en el camino
de los mortales, de los hombres, sus hermanos...

Contempladlo; se inclina hacia el herido...; se arrodilla a su lado mismo...


Ved; le da a beber como refrigerio sus preciosas lágrimas, y lo envuelve en los
pliegues de su propia túnica... ¡Ah, ese Señor no es bueno, no; Él es la Bondad
encarnada!...

Observadlo todavía; lo ha tomado entre sus brazos; lo estrecha con


deliquios de ternura, y, rico y dichoso con el tesoro del desdichado herido,
corre..., vuela... ¡Pero, entre tanto, abrazándolo, comienza a reanimarlo, a
darle nueva vida al calor de su amante Corazón!...

¿Y qué hará en seguida?... ¿Conducirlo tal vez a una hospedería?... ¡Ah,


no!... Lo lleva a su propia casa: le da su hogar... Una vez en ella, no llama a
gente mercenaria que lo cuide, ni se atreve, en su inmenso amor, a confiarlo a
sus propios ángeles... ¡Llama a María, la Reina, y lo deposita suavemente
entre sus brazos maternales, pidiéndole, rogándole que cuide al hijo herido,
como le cuidó a Él mismo en la cuna de Belén... y en la cima del Calvario!...
Pero al entregarlo así a su Divina Madre, Jesús no se aleja; queda inspirando
desvelos y ternuras al lado de la Reina del Amor Hermoso; no da tregua a su
Corazón de Salvador, que desvela noche y día sobre el dichoso desdichado...
¡Observad con qué misericordia, ayudando a la celestial Enfermera, venda Él
mismo con sus manos creadoras las heridas: ved cómo pone en ellas el vino y
el aceite de su sangre y el bálsamo exquisito de sus besos!... ¡Ved cómo lo
lava y purifica en la piscina de su adorable Corazón!...

¡Y una vez convaleciente, le da ropaje de príncipe! Y cuando sana, lo


retiene en su palacio, lo sienta en su mesa... ¡Más, mucho más todavía; lo trata
como amigo íntimo, como hijo mimado, y un día lo declara y constituye su
heredero!...

¿No es verdad que ésta es vuestra historia?... ¡Oh, cuán cierto es que no hay
sino un sólo Jesús, uno solo; pero Él nos basta! Por esto, cediendo al impulso
de nuestra inmensa gratitud, cantemos y alabemos la compasión y la
misericordia infinita del Corazón del Salvador...
(Poned el alma entera en cada palabra...)

Las almas. ¡Oh, Jesús adorable, Rey, Hermano y Amigo, creemos, ¡oh, sí!,
que Tú bajaste del cielo para traernos la vida y para dárnosla superabundante...
Creemos que viniste en busca de los enfermos gravísimos y sin remedio, de
aquellos que ya parecían como náufragos abandonados... Sí, viniste para ellos
sobre todo, para sanarlos, y, una vez curados y embellecidos por tu gracia,
para devolverlos al Padre que te los confió. ¡Ay, con sentimientos de humildad
y de arrepentimiento debemos y queremos reconocer, Maestro adorable, que
hemos sido nosotros las ovejas extraviadas, el hijo pródigo, la dracma perdida,
la caña rajada, la mecha humeante, el acreedor rebelde, el servidor culpable y
la roca empedernida que rechazó la simiente, regada con tu sangre!...

De rodillas, pues, y llorando nuestras culpas, te decimos:

¡Perdón, Jesús, Salvador!... ¡Perdón, Jesús, oh, Buen Pastor! ¡Perdón, oh,
Padre de misericordia infinita por el sinnúmero de infidelidades de nuestra
vida pasada!... ¡Perdón!

Hemos pecado, Señor, abusando del tesoro inagotable de tu paciencia y


bondades... ¡Perdón!... Y para pagar ahora mismo la compasión y caridad con
que nos has tratado sin merecerlo, querríamos arrebatarte esa misma
misericordia, haciendo violencia a tu dulce Corazón en favor de tantos otros
que no te conocen y te ultrajan... ¡Acuérdate, Jesús, que Tú mismo nos los
diste como hermanos nuestros!... Míralos compasivo, Maestro, en lucha
desesperada y sin fruto, entre los abrojos del mundo y sus pecados...

¡Escúchanos, pues, benigno, oh, amable Salvador!...

¡Ten piedad, Señor, de aquellos niños pequeñitos todavía, pero cuya


inocencia ha perecido ya, agostada en un hogar sin fe y de desventura!... ¡Por
la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!... ¡Corazón de Cristo-
Rey: sé Jesús para ellos todos!

(Todos)

Sé Jesús para ellos todos.


¡Ten piedad, Señor, de tantos jóvenes que, en plena lozanía, son ya ramas
desgajadas, muertas del árbol de la vida de tu Divino Corazón!... ¡Mira
compasivo a tantos que se revuelcan en el lodazal de sensualismo y de pecado,
sin jamás volver a Ti una mirada suplicante!... ¡Por la Reina del Amor
Hermoso, ten piedad de todos ellos!... ¡Corazón de Cristo-Hermano: sé Jesús
para ellos todos!

Sé Jesús para ellos todos.

¡Ten piedad, Señor, para tantos hogares infelices que luchan, cantan y
lloran, sin las luces ni los consuelos de la fe, sin la gracia y fortaleza de tu
santo amor!... ¡Por la reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!...
¡Corazón de Cristo-Amigo: sé Jesús para ellos todos!

Sé Jesús para ellos todos.

Ten piedad, Señor, de la caravana incontable de ciegos voluntarios... y


también de tantos otros que jamás tuvieron, ni en el hogar ni en la escuela, la
gracia inestimable de oírte, de conocerte... No olvides a tantos que te conocen
apenas de nombre..., a gran distancia, y que no saben, ¡pobrecitos!, cuán dulce
y bueno eres siempre Tú... ¡Por la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de
todos ellos!... ¡Corazón de Cristo-Salvador: sé Jesús para ellos todos!

Sé Jesús para ellos todos.

Ten piedad, Señor, de los agonizantes, y muy especial de aquellos que no


han sido perversos, sino débiles e ignorantes... Inclínate, en particular, hacia
aquellos que tuvieron caridad con los pobres y los dolientes; ¡oh!, hazles Tú
mismo caridad... ¡Por la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!
¡Corazón de Cristo agonizante: sé Jesús para ellos todos!

Sé Jesús para ellos todos.

(Pedid por la conversión de vuestros seres queridos).

III. El Don del Sagrado Corazón. Como si los inapreciables dones de luz
y de misericordia no bastaran para probarnos su liberalidad, he aquí que Jesús
se propone resumir todas sus larguezas en el don inefable, sublime de su
Sagrado Corazón. Para explicarnos tanta belleza, acudamos una vez más al
Evangelio, ya que la sabiduría como la elocuencia humana quedan cortas y en
extremo pobres para darnos una lección cumplida.

Contemplemos aquella escena cuya soberana hermosura conmovió a los


ángeles testigos de ella, en la última Cena.

Jesús acaba de instituir la divina Eucaristía... Una sombra de infinita


tristeza... casi de agonía, nubla su fisonomía adorable...: es que ve ahí a Judas;
el ingrato tiene ya en su poder la suma que ha recibido para entregar a su
Señor.

Diríase que Juan, el predilecto, lo ha adivinado todo, leyendo ya esta


historia de perfidia en los ojos de su Amigo Divino... Y como quien se ofrece
para pagar con creces, para reparar esa infamia, ved cómo se acerca, cómo se
estrecha a Jesús... Y más; con una confianza espontánea y sencilla descansó
amorosamente su cabeza sobre el Corazón de Jesús...

¡Ah, y ciertamente Jesús, complacido y consolado, recompensó esa


intimidad reclinando su adorable Corazón en el de Juan, su apóstol... y su
amigo!... ¡En ese momento de gloria se lo confió, sin duda, se lo dio por
entero... y desde entonces, Jesús y Juan se unieron con vínculo eterno... más
allá de la vida y más allá de la muerte!...
¿Creéis que Juan tenía derecho a tanto privilegio?... Verdad es que era puro
y casto de espíritu y de corazón, pero... apenas si entonces había comenzado a
amar. No había tenido aún, por cierto, ni tiempo ni oportunidad de probar a su
Maestro con obras de martirio cuánto le amaba... ¡Ah, pero Jesús, dueño de su
propio Corazón, tiene el derecho soberano de adelantarse, de amar Él
primero... de dar gratuitamente más amor!...

En realidad, éste es un misterio tal que nos abisma y confunde... ¡Es preciso
ser Jesús para amar de esta suerte, para ofrecer gratuitamente un don
semejante... y que sólo Él nos puede hacer!...

Mas, si desalentados os dijerais que tanto favor fue la recompensa a la


inocencia de Juan, que las almas de lirio, como la del apóstol predilecto, son
contadas... y que no pudiendo presentar ni su pureza, ni su generosidad,
debierais renunciar al don del Corazón de Jesús...; ¡Oh!, retractad este
pensamiento y poned los ojos jubilosos y asombrados en otro cuadro, que
completa el primero, que lo realza...

¡Jesús agoniza en el Calvario!... ¡A sus pies, cerca de Juan... más cerca aún
de la Reina Inmaculada, está... Magdalena!... ¡A un lado, la inocencia
conservada, y del otro, la inocencia recobrada!... ¡Y ambos, Juan y
Magdalena, por testigo la Reina Inmaculada, reciben igualmente, en
testamento supremo, el Corazón de Jesús!

¿Quién de los dos recibió la mejor, la óptima parte?... ¿Quién?... Nadie lo


sabe, nadie lo sabrá acá abajo sino Jesús... ¿Y por qué no serían ambos iguales
en fortuna?... ¿Por qué?... ¡En todo caso, ese silencio elocuentísimo no es sino
el llamamiento constante, reiterado que, con ligeras variantes, con tonalidades
distintas, llama a unos y a otros, a inocentes y a penitentes, y los urge para que
en caravana inmensa, incontable, avancen resuelta y confiadamente por el
camino del Calvario, hacia el Tabor de gloria eterna!...

¡Oh!, terminemos por esto la Hora Santa dando rienda suelta a nuestro
júbilo, a nuestra confianza y gratitud... ¡Que nuestra última plegaria tenga la
cadencia de un verdadero himno, cántico de alabanza, de acción de gracias y
de amor, al Corazón de Jesús Sacramentado!

¡Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás a tu paso las
flores de los campos y los lirios de los valles de tu Patria, y en pago hemos
sido nosotros las zarzas y las espinas de tu corona! Pero no te canses de
nosotros; acuérdate que eres Jesús para estos pobres desterrados.
¡Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses, las
viñas y los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos pagado siendo
tantas veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero... no te canses de nosotros:
acuérdate que eres Jesús para estos desterrados!

¡Oh, Jesús amado, tu Corazón nos ha bendecido como no bendijiste jamás


las aves del cielo ni los rebaños de Belén y Nazaret... y nosotros te hemos
pagado huyendo de tu redil y temiendo la blandura de tu cayado
amorosísimo... ; pero... no te canses de nosotros; acuérdate que eres Jesús para
estos pobres desterrados!

¡Oh!, en este día venturoso, déjanos porque hemos sido ingratos contigo,
Jesús Sacramentado, déjanos ofrecerte un himno de alabanza en el tono
inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre del Amor
Hermoso.

Espíritus angélicos y santos de la Corte celestial, bendecid al Señor en la


misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador,
convertido en creatura y Hostia por amor!

(Todos)

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!

Sol, luna y estrellas, desplegad vuestro manto de luz sobre este


Tabernáculo, mil veces más santo que el de Jerusalén, lleno de la majestad de
su dulzura... bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha
colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!


Fulgor de la alborada, rocío de la mañana, lampos de luz muriente del
crepúsculo, glorificad la majestad del silencio del Rey y del Sagrario...
bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado.
¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!

Océano apacible, océano rugiente en tempestad; profundidades vivientes


del abismo, proclamad la omnipotencia del Cautivo de este altar; bendecid al
Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al
Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!

Brisas perfumadas, tempestades devastadoras, flores de la hondonada,


torrentes y cascadas, cantad la hermosura soberana de Jesús Sacramentado.
¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!

Nieves eternas, selvas, volcanes y mieses, colinas y valles, ensalzad la


magnificencia del Dios aniquilado del altar...; bendecid al Señor en la
misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador,
convertido en criatura y Hostia por amor!

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!


Creación toda entera, ven, acude presurosa en nuestro auxilio; ven a suplir
nuestra impotencia; los humanos no sabemos cantar, bendecir ni agradecer;
ven y con cantares de naturaleza ahoga el grito de blasfemia, repara el sopor,
la indiferencia del hombre ingrato, colmado, con la misericordia infinita de
Jesús Eucaristía. ¡Hosanna al Creador convertido en criatura y Hostia por
amor!

¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!

¡En reparación de tantos como le olvidan, amemos más, amemos con amor
más fuerte que la muerte!...

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Una Salve invocando a la Reina del Amor Hermoso.

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


II
Enero

He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres... Contempladlo,


hijos míos, saciado de oprobios, en esta Hostia en que Él palpita, entre
incendios de caridad, por vosotros... ¡sólo por vosotros! Y no pudiendo
soportar por más tiempo los ardores que lo consumen, ha querido entregarlo al
mismo mundo que lo tiene atravesado con el dardo de la ingratitud del dolor...
Éste es el supremo y último recurso de mi redención...

Aquí tenéis mi Corazón: os lo doy, os lo entrego sin reservas, en cambio del


vuestro pecador e ingrato... ¡Oh, tengo sed, inmensa sed de ser amado, en este
Sacramento del Altar... En él he sido hasta ahora el Rey del silencio, el
Monarca del olvido... Pero ha llegado la hora de mis triunfos... Vengo a
reconquistar la tierra... Sí, he de subyugarla, mal que pese al infierno, y la
salvaré por la omnipotencia de mi Corazón. Aceptádmelo, os lo ruego...
tendedme las manos y el alma para recibir este supremo don de mi
misericordia redentora... Fuego vengo a traer a la tierra, fuego de vida, de
amor sin límites, fuego de santidad, fuego de sacrificio, y ¿qué he de querer
sino que arda?...

Poned los ojos en mi pecho herido... ahí tenéis el Corazón que os ha amado
hasta los abatimientos de Belén... y más; hasta las humillaciones y oscuridades
de Nazaret... mucho más aún; hasta las agonías afrentosas del Calvario... Es
éste el mismo Corazón que dejó de latir en el Gólgota, sí, el mismo, que sigue
amando en la hoguera inextinguible del altar... de la santa Eucaristía.

¡Y vosotros no me amáis!

Por esto estoy triste hasta la muerte...

Por esto, me apena hasta la agonía que la viña de mis amores haya
producido las espinas que circundan mi divino Corazón... Arrancádmelas en
esta Hora Santa y amorosa, en esta hora feliz para vosotros, y también para
este Dios-Cautivo, que brinda amor, que espera amor, que pide amor en el
Sagrario.
Desfallezco de caridad... acercaos y sostenedme en esta agonía sacramental
de veinte siglos... ¡Sed mis ángeles consoladores!...

¡Oh amo tanto, tanto..., y no me amáis bastante vosotros mis amigos,


vosotros mis favorecidos!... ¡Ay! Y el mundo desconoce todas mis finezas...
rechaza mis ternuras... malgasta y profana mis misericordias...

¡Estoy triste hasta la muerte..., venid, éste es el Corazón que jamás dejó de
amaros... venid, aceptadlo en prenda de resurrección! Hijos míos, venid y
dadme en cambio del mío vuestros corazones, vuestras almas, vuestras vidas,
vuestras penas y alegrías... ¡Oh, sed todo míos!... ¡Y todos!... Os perdono...
¡pero amadme!... ¡Decídmelo de una vez... decidme que soy vuestro Rey y que
aceptáis reconocidos el don incomparable de mi Sagrado Corazón!...

(Pausa)

(Somos indignos de ese don; humillémonos, y puesto que tan grande es su


misericordia, reclamémosle el obsequio celestial que nos ofrece para
santificarnos y darle gloria).

Las almas. Señor Jesús, no aguardes que, cediendo a tu reclamo, te


ofrezcamos nuestros corazones pobrecitos... no. Tómalos, pues, que son tuyos;
¡ah, pero en cambio, danos para siempre tu Divino Corazón!

(Todos en voz alta)

Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a la Virgen María, dánoslo, Jesús, en las horas de fervor, cuando
sintamos los deseos vehementes de amar y de sufrir como los santos.
Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a San Juan, dánoslo, Jesús, en las horas tan contadas de paz, y
cuando disfrutemos de la dulce tranquilidad de una conciencia pura... o
perdonada...

Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a tus tres amigos de Betania, dánoslo. Jesús, en las horas del pesar
y la tristeza, cuando caigan sobre nuestras almas las tormentas del dolor...

Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a los Apóstoles predestinados del Tabor y de Getsemaní, dánoslo,


Jesús, en las horas de la exaltación o de la prueba...

Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a la arrepentida Magdalena y a las hijas compasivas de Jerusalén,


dánoslo, Jesús, en las horas de flaqueza humana o cuando nos solicita la gracia
del remordimiento...

Danos para siempre tu Divino Corazón.


Por amor a la obra de tu Iglesia, dánoslo, Jesús, en las horas del combate,
cuando ella nos reclame el tributo de nuestro celo y también de nuestro
sacrificio...

Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a los santos Bernardo, Agustín y Francisco de Sales, Mectilde y


Gertrudis, precursores felices de esta admirable devoción, dánoslo, Jesús, en
las horas de las resoluciones, cuando Tú te acercas en demanda de mayor
fervor...

Danos para siempre tu Divino Corazón.

Por amor a tu Esposa y primera apóstol, Margarita María, dánoslo, Jesús, en


todos los momentos de la vida, y sobre todo en el trance final de nuestra
muerte...

Danos para siempre tu Divino Corazón.

¡Oh, sí!, entréganos tu Corazón como una vida, como un oasis, como un
cielo... Y, aunque no lo merezcamos, confíanos, Jesús, con él todos sus tesoros
de luz, de paz, de fortaleza, pues en este santuario divino queremos aprender a
amarte... y a darte gloria... ¡Jesús, nos diste ya tu Cruz..., nos diste tu Madre...
nos diste tu Sangre... danos ahora para siempre, Señor, danos, desde el
destierro, el paraíso de tu Corazón! Con él, no ambicionamos ya nada más en
el cielo ni en la tierra...

(Pausa)
(Pedidle gracia de fidelidad y gracia de generosidad para pagar al Señor el
don incomparable de su Corazón... Rogadle que esta Hora Santa os traiga
una nueva luz, una gran luz, para apreciar la amabilidad y largueza infinitas
de un Dios, que os ofrece la fuente de su propia vida; para daros nueva vida...
Humillémonos, confundámonos... y sobre todo, amemos a Aquel que nos ha
amado tanto... Oigamos su voz...)

Jesús. Me llamáis Señor y Maestro, y decís, verdad, porque efectivamente


lo soy... ¡Pero aquí, en el Sagrario..., me siento feliz, hecho esclavo del
hombre por amor del hombre ingrato!... Y al darme a vosotros, al llamaros
ante mi altar... al solicitar vuestro cariño... al obsequiaros mi Sagrado
Corazón... ¡ah! Yo que soy Señor del cielo y Maestro de la tierra, busco mi
satisfacción y mi consuelo entre vosotros, flores del campo... arenas del
desierto... Yo os amo... pero tanto... ¡tanto!... que me he creado una necesidad
divina de vosotros... Sin vosotros, que me habéis ofendido... sin vosotros que
me habéis olvidado... sin vosotros, que me habéis pospuesto a las vulgaridades
de la tierra... sin vosotros, hijos pródigos de mi hogar, ¡Yo, Jesús, no podría
vivir!... Mi cielo, sin vosotros, los redimidos de sangre, mi cielo... sería el
destierro del Hijo del Hombre, si yo no tuviera por diadema de amor a esos
mismos hombres. ¡Me costasteis tanto!

Reconocedlo así vosotros, los mejores del rebaño, confesádmelo en esta


Hora Santa, porque el mundo no quiere persuadirse que lo amo en tanto
grado... Decidme que aceptáis el tesoro de mi Corazón Divino, en obsequio
mío, por mi triunfo, por mi gloria, porque Yo, Jesús, el Dios de los
Tabernáculos, he creado el corazón humano para descansar en él, para
convertirlo en el edén de todas mis delicias... Soy el Dios de la eternidad... y
mi Corazón os necesita aquí en el tiempo... ¡Necesito convivir con vosotros
mis hermanos!

Estoy fatigado... estoy herido y triste, no demoréis, venid con gran amor y
brindadme, con fe viva, un hospedaje de ternura, de ardorosa fe, de caridad
consoladora en vuestras almas... ¡Soy Jesús... tengo hambre de vosotros...
habladme... abridme... amadme!... ¡oh! ¡amadme sin medida!

(A esto cabalmente hemos venido; a hablarle, a abrirle el alma, o dársela


encendida en gran amor... ¡Qué confesión la de Jesús; necesitarnos y...
constituirse en mendigo de una caridad que le debemos en conciencia!...
Respondámosle con una protesta de amor ardiente, apasionado... porque es
más bien nuestro corazón quien lo necesita a Él).

Las almas. Al verte tan de cerca y tan benigno, lejos de exclamar como tu
apóstol: “Apártate, Señor, aléjate, porque somos miserables pecadores...”,
queremos, por el contrario, abalanzarnos a tu encuentro, acortar las distancias
y estrechar la dichosa intimidad entre tu Corazón y los nuestros...

(Lento y cortado)

¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando los soberbios


gobernantes de la tierra maldigan de tu ley y de tu nombre... acuérdate que
somos tuyos... que estamos consagrados a la gloria de tu Divino Corazón!...

¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando las muchedumbres


agrupadas por Luzbel y lo sectarios, sus secuaces, asalten tu santuario y
reclamen tu sangre... acuérdate que somos tuyos... que estamos consagrados a
la gloria de tu Divino Corazón!...

¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando gimas por los
vituperios y por las cadenas con que ultrajan a tu Iglesia santa los poderosos y
aquellos mentidos sabios cuyo orgullo condenaste con dulcísima firmeza...
acuérdate que somos tuyos... que estamos consagrados a la gloria de tu Divino
Corazón!...

¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando millares de


cristianos hagan caso omiso de tu persona adorable... y te lastimen cruelmente
con una tranquila prescindencia, que es un puñal de hielo, clavado en tu pecho
sacrosanto... acuérdate que somos tuyos... que estamos consagrados a la gloria
de tu Divino Corazón!...

¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando tantos buenos y


virtuosos te midan con avaricia su cariño, te den con mezquindad aborrecible
su confianza... y te nieguen consuelo en sacrificio y santidad... acuérdate que
somos tuyos... que estamos consagrados a la gloria de tu Divino Corazón!...

¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando te oprima la


deslealtad, cuando te amargue la tibieza de las almas predestinadas, que, por
vocación, debieran ser enteramente tuyas siendo santas...; entonces, como
nunca, en esa hora de sin par desolación, acuérdate que somos tuyos... torna
aquí los ojos atristados, suplicantes... no olvides que estos hijos estamos
consagrados para siempre a la gloria de tu Divino Corazón!...

Sobre el altar de nuestro sacrificio, por tu gloria, queremos que se cante esta
palabra: ¡viva tu Sagrado Corazón... venga a nos tu reino!

(Si sentís remordimiento de alguna falta íntima... de alguna recaída en una


culpa, en una falta de generosidad que sabéis le hiere mucho, aprovechad y
pedid al Señor Jesús un perdón generoso... Él lo sabe todo... pero quiere
nuestra protesta de amor y de arrepentimiento... –Pausa–. No os canséis,
volved a oír la voz del dulcísimo Maestro):

Jesús. Todo mi afán, hijitos míos, es veros saborear mi vida... Os la di con


mi sangre..., y quiero que la viváis... Os la doy con mi Corazón... que él sea
vuestra nueva vida... Lo quiero porque me necesitáis en vuestras debilidades
de conciencia... en la flaqueza de vuestros propósitos... en la inconstancia de
vuestra caridad... Venid vosotros, los predestinados de mi Eucaristía... ¡Yo soy
la Fortaleza!

(Lento y cortado)

Saboread mi vida; os la doy en mi Corazón, para cuando sintáis el embate


de las tentaciones... No desmayéis, no cedáis a las insinuaciones del enemigo
de vuestro cielo... sed fuertes, sosteneos en mi gracia, no me abandonéis, para
no quedar solos en la lucha por la paz...Venid vosotros los predestinados de mi
Eucaristía... Yo soy la recompensa, sólo Yo soy la Victoria.
Saboread mi vida: os la doy en mi Corazón, para cuando sintáis el asalto de
las creaturas que me disputan vuestro corazón, que quieren apegaros a la
tierra, que ambicionan distraeros del pensamiento y del amor de vuestro
Dios... Desengañáos, no prestéis oído a este mundo seductor y mentiroso...
Resistid con valentía y venid vosotros los predestinados de mi Eucaristía... Yo
soy vuestro solo confidente, vuestro Amigo fidelísimo....

Saboread mi vida... os la doy en mi Corazón para cuando sintáis el aguijón


del remordimiento, cuando os rindáis al peso de vuestros pecados, cuando
vuestra gran miseria os acuse y os abrume con pesadumbre de montaña
justiciera... Levantaos de esa postración, no lloréis sin esperanza en las caídas
de la culpa... pobrecitos, enfermos, pecadores... Venid, sois siempre míos por
mi gran misericordia... Venid, sois los predestinados de mi Eucaristía... Yo
soy el Perdón de Dios... ¡soy el amor!

Saboread mi vida: os la doy en mi Corazón, para que cuando sintáis el


nublado espeso de la tristeza y el torcedor de la amargura... ¡Qué triste! ¡Oh,
qué sombría e incierta es la vida...! No la maldigáis ni perdáis el tesoro de
vuestras lágrimas preciosas... No os acongojéis en demasía, ni gimáis en
desamparo y solos... Venid... ¡Oh, venid..., sois los predestinados de mi
Eucaristía... no tardéis... Yo soy néctar y bálsamo... Yo soy el Consuelo... me
llamo Jesús!

(Pausa)

(Nos da su Corazón, no sólo para buscarse un consuelo... nos lo da para


brindarnos Fortaleza, nueva vida y gran misericordia; nos lo da para
nosotros, en beneficio nuestro... Agradeced ese don, reclamadle con fervor
para vosotros... conjuradle que os lo guarde en prenda de amor en el tiempo,
en la muerte... y en la eternidad).

(Pausa)

Las almas. Gracias, Señor Jesús, por la misericordiosa ternura con que,
previniendo nuestros males, nos ofreces el remedio prodigioso de tu
Corazón... Gracias por la preocupación incomprensible de nuestros intereses
que debieras olvidar, en castigo de nuestros propios olvidos y de tantas
ofensas... Gracias, Jesús benigno y manso del Sagrario... Mira, en retorno del
más íntimo reconocimiento, en desagravio de las ingratitudes ajenas y propias,
queremos en esta Hora Santa, nosotros los preferidos de tu grey pequeñita,
pensar con ansias de amor en tus sacrosantos intereses... Son tantos los
conjurados que traman el complot deicida de la blasfemia, de la negación
pública y social de tu realeza... Son tantos los culpables comprometidos, Jesús,
en guardar un silencio que te condena con la hipocresía de quien no se digna
siquiera nombrarte, o, lo que es más hiriente, de quien aparenta ni siquiera
conocerte... Y te azotan... y te despojan... y te escupen... y por razones que
llaman de justicia y de paz social, ¡piden tu destierro y decretan tu muerte!
¡No, Soberano del Amor, mil veces no! Aquí congregados como en un
cenáculo, vivificados por el fuego del Pentecostés de tu Divina Eucaristía,
protestamos de ese deicidio legal de nuestra época; e inflamados por el celo de
la gloria de tu causa, te aclamamos Vencedor y Rey, te exigimos el triunfo de
tu caridad, prometido a las huestes que combaten al grito de “viva el Sagrado
Corazón”... ¡No queremos que otro reine, sino sólo Tú!...

Acércate, dulcísimo Maestro y aquí, en medio de los tuyos, estrechándote


tus hijos, recibe de su mano la diadema, que quisieran arrebatarte los que,
siendo polvo de la tierra, se llaman poderosos, porque, en los abatimientos de
tu humildad, se imaginan injuriarte de más alto...

Adelántate triunfante en esta ferviente congregación de hermanos... no


borres las heridas de los pies ni de tus manos... no abrillantes, no hermosees,
deja ensangrentada tu cabeza... ¡Ah!, y no cierres, sobre todo, deja abierta la
profunda y celestial herida de tu pecho... sí, Rey de sangre, así, cubierto con
esa púrpura de amor y con la túnica de todos los oprobios... sin
transfigurarte..., Jesús, tal como eres, el mismo Jesús de la noche espantosa del
Jueves Santo, preséntate, desciende y recoge el hosanna de esta guardia de
honor, que vela por la gloria del Corazón de Jesús, Su Rey.

(Todos en voz alta)

¡Viva tu Sagrado Corazón!


Los reyes y gobernantes podrán conculcar las tablas de tu ley, pero, al caer
del sitial de mando, en la tumba del olvido, tus súbditos seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los legisladores dirán que tu Evangelio es una ruina, y que es deber


eliminarlo en beneficio del progreso..., pero, al caer despeñados en la tumba
del olvido, tus adoradores seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los malos ricos, los altivos, los mundanos, hallarán que tu moral es de otro
tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la conciencia... pero, al
confundirse con las sombras de la tumba y del olvido, tus hijos seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los interesados en ganar alturas y dinero vendiendo falsa libertad y


grandeza a las naciones... chocarán con la piedra del Calvario y de tu Iglesia...
y al bajar aniquilados a la tumba del olvido, tus apóstoles seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!


Los heraldos de una civilización materialista, lejos de Dios y en oposición
al Evangelio... morirán un día envenenados por sus maléficas doctrinas, y al
caer a la tumba del olvido, maldecidos por sus propios hijos, tus consoladores
seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los fariseos, los soberbios y los impuros habrán envejecido estudiando la


ruina, mil veces decretada, de tu Iglesia... y al perderse derrotados en la tumba
de un eterno olvido... tus redimidos seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

¡Oh, sí!, que viva y, al huir de los hogares, de las escuelas, de los pueblos
Luzbel, el ángel de tinieblas, al hundirse eternamente encadenado a los
abismos, tus amigos seguiremos exclamando por los siglos de los siglos:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

¡Viva en el triunfo de tu Eucaristía y de tu Iglesia!... ¡Viva para siempre tu


Sagrado Corazón!

Señor, tenemos que despedirnos dejándote confiado, en ese altar, a la


adoración de tus ángeles y a las alabanzas de la Virgen Madre... Nos vamos,
Jesús, de tu lado, mas dejando nuestros corazones en la llaga sangrienta y
celestial del tuyo... ¡Ah!, y al despedirnos en esta tarde, “más hermosa que
alborada”, consiente, Salvador y Hermano, Señor y Amigo, consiente, ¡oh
Dios aniquilado!, que te recordemos a muchos desgraciados que no están aquí,
a tus plantas, ¡ay!, que te han dejado culpablemente...

(Lento y cortado)

Eres tan dulce, Jesús-Eucaristía, da una victoriosa luz a tantos ciegos que no
quieren ver tus maravillas... ni reconocerte a ti como el Camino... hazlo por tu
Madre y por tu Corazón...

Eres tan tierno, Jesús-Eucaristía, da paz a tantos que la buscan extraviados


en la orgía seductora de un mundo que, cantando, vende lágrimas y muerte...
Sé Tú su esperanza... hazlo por tu Madre y por tu Corazón...

Eres tan compasivo, Jesús-Eucaristía, sacia el hambre de amor, de amor


inmenso que ha desviado a tantos pródigos... Son infelices y ¡cómo no serlo...
lejos del manantial de tus altares!... Vuélvelos a tu Costado... que reconozcan
que Tú, que sólo Tú eres la vida y el amor... Hazlo por tu Madre y por tu
Corazón.

Eres tan amoroso, Jesús-Eucaristía, endulza los llantos desesperados de


aquéllos que por sufrir las horribles decepciones de la vida, sin el apoyo de tu
gracia se han envenenado con sus lágrimas... y se encuentran ¡infelices! en un
abismo muy distante de los goces de la tierra, y más distantes aún de las
delicias de un eterno paraíso... Baja hasta esos desgraciados... búscalos, sal a
su encuentro con aquellas palabras que hacen estallar torrentes, mares, cielos,
de júbilo indecible, en las regiones de la eternidad... hazlo, Jesús, por tu
Madre, hazlo por tu Corazón...

(Pausa)

¿Qué tengo yo, ¡oh Divino prisionero!, que Tú no me hayas dado?


¿Qué sé yo que Tú no me hayas enseñado?

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?

¡Perdóname los yerros que contra ti he cometido!

Pues me creaste sin que lo mereciera.

Y me redimiste sin que te lo pidiera.

Mucho hiciste en crearme,

Mucho en redimirme,

Y no serás menos poderoso en perdonarme...

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste.

No fue por los ángeles que te alaban,

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte;

Porque es más muerte que vida,

La que no está empleada en tu santo servicio...

(Nombradle aquí alguien cuya conversión os interese grandemente).


Y ahora, ocúltanos en él como una lágrima querida de tu Madre... No
consientas que por nuestra flaqueza, te nos roben, de ese edén, las creaturas...
Llámanos, mándanos venir a ti... y puesto que hemos conocido las bellezas del
Corazón del Hermano, del Amigo, del Rey, de nuestro Dios, del benignísimo
Jesús... queremos quedarnos ahí para siempre, pero, después que escribas en él
nuestros nombres, ahora mismo, mientras te adoramos aquí en tu amado
tabernáculo...

Señor, haz a tus hijos dulcísima violencia... esclavízanos en la prisión de


caridad de tu Costado..., donde te adoremos y te amemos... donde vivamos de
tu vida... donde te cantemos, Jesús, por los siglos de los siglos, glorificándote
en las misericordias inefables de tu Sagrado Corazón: ¡venga a nos tu reino!...

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!

(Lento y cortado)

Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo consintiera...
Nos vamos llevando paz, mucha paz, consuelos divinos y nueva vida... ¡Ah!,
pero, sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a ti,
amadísimo Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor
que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende,
pues, los niños que comulgan... ¡sé su Amigo!... Señor Jesús, acoge manso y
bueno, nuestra última oración:

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé la perseverancia de fe y de


inocencia de los niños que comulgan... sé su Amigo!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé el consuelo de los padres del


hogar cristiano... sé su Vida!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé el amor de la multitud que


sufre, y de los pobres que trabajan... sé su Rey!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé la dulcedumbre de los


afligidos, de los tristes... sé su Hermano!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé la fortaleza de los tentados, de


los débiles... sé su Victoria!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé el fervor y la constancia de los


tibios... sé su Amor!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé el centro de la vida militante


de la Iglesia... sé su Lázaro triunfante!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé el celo ardiente y victorioso de


tus apóstoles... sé su Maestro!

¡Corazón Agonizante de Jesús, triunfa... y sé en la Eucaristía la santidad y


el cielo de las almas... sé su paraíso de amor... sé su Todo!

Y mientras llega el día eterno y venturoso de cantar tus glorias, déjanos,


dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida del Costado,
murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón esta palabra triunfadora:
“¡Venga a nos tu reino!”.

(Cinco veces en honor de las cinco llagas).


¡Corazón Divino de Jesús!

(Todos)

Venga a nos tu reino!

Acto de consagración

al Sagrado Corazón de Jesús y al Purísimo Corazón de María

Doy y consagro al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo mi cuerpo,


mi alma, mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, a fin de que todo cuanto
hay en mí sólo se emplee en honrarle, amarle y glorificarle. Tengo la firme
resolución de entregarme a Él sin reserva y de emprenderlo todo por su amor,
renunciando gustoso, a todo aquello que pueda desagradarle.

De hoy en adelante seréis Vos, oh Corazón adorable, el objeto único de mi


amor, el protector de mi vida, la esperanza de mi salvación, el remedio de mi
flaqueza y de mi inconstancia, el reparador de todas mis faltas, y mi más
seguro asilo en la hora de mi muerte. Reconciliadme, pues, oh, Corazón
bondadoso, con Dios vuestro Padre, y apartad de mí los dardos de su cólera.
Oh, Corazón amantísimo, en Vos pongo toda mi confianza, porque, si mi
malicia y mi debilidad son para mí un justo motivo de temor, vuestra bondad
me hace esperarlo todo de Vos. Que vuestro sagrado fuego consuma en mí
todo lo que pueda desagradaros y estorbar la libre acción de vuestra gracia.
Que vuestro purísimo amor abrase de tal modo mi corazón, que no pueda
jamás olvidaros ni separarme de Vos. Dignaos grabar en Vos mi nombre,
porque mi más ardiente anhelo es que toda mi felicidad y mi gloria consistan
en vivir y morir como esclavo vuestro.

Y Vos, oh Corazón de María, estrecha e inseparablemente unido con el


Corazón de Jesús, mi deseo es que, después de vuestro Hijo, ocupéis el primer
lugar en mi corazón, que desde ahora os ofrezco y os consagro. Vos seréis
siempre el objeto de mi veneración, de mi amor y de mi confianza. Procuraré
conformar mis sentimientos y afectos con los vuestros, y el estudio continuo
de mi vida será imitar vuestras virtudes. ¡Oh Madre bendita! dignaos abrirme
vuestro Corazón y recibirme en él junto con vuestros verdaderos hijos y
vuestros fieles siervos. Alcanzadme la gracia que necesito para imitar vuestro
admirable Corazón, así como Él ha imitado el de Jesús; amparadme en los
peligros, consoladme en las aflicciones; enseñadme a sacar el provecho debido
de los bienes y de los males de esta vida; protegedme siempre y sobre todo en
la hora de mi muerte.

¡Oh, divinos Corazones de Jesús y de María! a cuyo servicio me consagro,


haced que ahora y siempre sea vuestro verdadero hijo. Amén.
III
Febrero

Dichosa soledad del Sagrario... ¡Qué bien descansa el alma así, entre las
sombras del santuario, a los pies de Jesucristo, que es la luz!

Dejemos, siquiera por un momento, el mundo de vanidades y falsías, y


acerquémonos al Paraíso delicioso del Corazón Sagrado de Jesús... Él está
aquí y nos llama... Roguémosle confiadamente que cierre los ojos a todas
nuestras culpas y que nos abra, en esta Hora Santa, la llaga del Costado, en la
que salva a los pecadores, donde santifica a los buenos y en la que endulza las
amarguras de la vida y los horrores de la muerte...

(Pausa)

(Pedidle que acepte esta Hora Santa, como la plegaria de todos nuestros
hogares).

(Lento)

¡El cielo interrumpió su cántico de gloria, los ángeles se estremecieron de


emoción al ver llorar a Jesucristo por amor del hombre!... Ese llanto lo guardó
María en esta Hostia para nosotros los amigos, los fieles que ahora le
adoramos... ¡Oh, si cada lágrima de Jesús hubiera sido vencedora de un alma...
si cada gemido suyo hubiera conquistado para siempre una familia! Pero
todavía es tiempo para darle la posesión de esta tierra ingrata, que Él vino a
redimir... La Hora Santa precipitará su triunfo.
(Hagamos, pues, violencia al Corazón abandonado del Maestro, para que
apresure su reinado en el vencimiento decisivo de su amor... Hablémosle sin
más demora y con toda el alma).

“Jesús amado, atraídos hacia ti por tus clamores, compadecidos por tu


soledad y sedientos del advenimiento de tu reino, henos aquí, ¡oh, Divino
agonizante de Getsemaní!, tristes con tu mortal tristeza, olvidados de ese
mundo que te olvida, aquí nos tienes pobres de fe, enfermos de espíritu,
inquietos de la vida, decepcionados de la tierra, dolientes y caídos... aquí nos
tienes reclamando nuestra parte de agonía y de dolor en el dolor y la agonía de
tu dulce Corazón!...”.

Ábrenos en esta Hora Santa tu herida preciosísima, a fin de confiarte en ella


una esperanza y un consuelo que te alivien... ¡Ah! y mañana, con tu gracia, te
daremos una gloria inmensa, en el triunfo social de tu Sagrado Corazón...
¡Apresúrate, Señor, y reina, en recuerdo de tu agonía crudelísima del
Huerto!...”.

(Meditemos la soledad y las angustias de Getsemaní y del Sagrario).

Almas piadosas, penetremos en espíritu en aquel jardín tan lleno de pérfidas


sombras para Jesucristo. ¡Ah!, qué convicción de fe tan consoladora nos
alienta y nos alumbra. Aquél que está en la Hostia, mudo, silencioso, pero
siempre agonizante y redentor, es el mismo Nazareno que desfalleció entre los
olivos, al peso de angustias infinitas... Sorprendámoslo, ¿queréis?,
sorprendámoslo en su agonía eucarística, pues tenemos más derecho que los
ángeles.

Vedlo, está moribundo, y ¡oh dolor!, está siempre solo...

Sus enemigos fraguan un complot... Los indiferentes tienen preocupaciones


de tierra y dicen que no tienen ni amor, ni tiempo para el pobre Jesucristo...
Los amigos, los apóstoles de predilección, con excepción rarísima, están
fatigados del combate y muchos duermen, mientras el Maestro aguarda
desamparado y triste, la muerte y la traición. No así vosotros, creyentes, que
estáis en esta hora compartiendo la amargura de su soledad... Endulzadla con
un cántico, cuya suavidad le haga olvidar la ingratitud del hombre.

(Hagamos una solemne acción de gracias, y, todos de rodillas, bendigamos


al Señor por las inagotables larguezas de su amor menospreciado).

(Lento y cortado)

Las almas. Por habernos prevenido con el don gratuito e inapreciable de la


fe.

(Todos en voz alta)

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por el tesoro de la gracia y por la virtud de la esperanza en aquel cielo que


es el término de los dolores de esta vida.

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por el arca salvadora de tu Iglesia, perseguida y siempre vencedora.


Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por la piedad incomprensible con que perdonas toda culpa, en los


sacramentos del Bautismo y de la santa Confesión.

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por las ternuras que prodigas a las almas doloridas que, sufriendo te
bendicen en sus penas y en la Cruz.

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por los ardides santos de tu caridad, en la conversión maravillosa de los más


empedernidos pecadores...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por los bienes de la paz o de la prueba, de la enfermedad o la salud, de la


fortuna o la pobreza, con que sabes rescatar a tantas almas...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por los singulares beneficios a tantos ingratos, mal nacidos, que abusan de
situación, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por el obsequio que nos hiciste al confiarnos el honor y la custodia de tu


Madre, el Corazón de María Inmaculada...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por tu Eucaristía sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía tuya
deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Y en fin, por aquel inesperado Paraíso, que quisiste revelarnos en la persona


de tu sierva Margarita... por el don maravilloso, incomprensible, de tu Sagrado
Corazón...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

(Meditemos en la prisión de Jesucristo el Jueves Santo, continuada en la


Santa Eucaristía).

¿Habéis pensado alguna vez en esta frase, insondable en el misterio de


caridad que entraña: “Jesús cautivo, Jesús encarcelado por amor en el
Sagrario”? Miradle a través de esa reja; tras de aquellos muros del
tabernáculo, está Jesucristo prisionero, vencido por su propio Corazón... Así,
hace veinte siglos, el Jueves Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado,
del huerto de la agonía a la prisión en que le arrojó el inicuo juez... Y esa
noche afrentosa, horrenda en la soledad y desamparo del Maestro, y lejos,
muy lejos de todos los que Él amaba, se prolonga en todos los Sagrarios de la
tierra...

La blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el


sacrilegio... todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de
ignominia, tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir hasta
su rostro y profanarlo como el beso del traidor... ¡Y Jesucristo no se va!... ¡Es
el Cautivo del amor, su Corazón le ha traicionado! ¡Está ahí, envuelto en el
ultraje humano...; está ahí, sentado en al banquillo de los reos... tiene un gran
delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!... ¡Vedlo, así le paga
éste... con olvido y soledad!...

Las almas. ¡Oh, amabilísimo Cautivo!, encadena también estas almas, que
quieren compartir la soledad de tu prisión... te piden que su cautividad, como
la tuya, sea eterna... y te suplican para ello que les des por cárcel, en la vida y
en la muerte, el abismo insondable de tu Costado herido. ¡Sí, arrójanos en él a
todos, como rehenes por los grandes pecadores, por aquéllos que reniegan de
tu altar y blasfeman de tu Cruz!... Queremos que se salven para ti, y por la
gloria de tu nombre... ¡Redímelos, Jesús Sacramentado, cabalmente a ellos, los
verdugos de este Gólgota, en que vives perdonando sus ofensas!...

Divino Salvador de las almas, cubierto de turbación me postro en tu


presencia, y dirigiendo mi vista al solitario tabernáculo, siento oprimido el
corazón, al ver el olvido en que te tienen relegado tantos de los redimidos...
Pero, ya que con tanta condescendencia, permites que, en esta Hora Santa, una
mis lágrimas a las que vertió tu humilde Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos
que no ruegan, te bendigo por aquellos que te maldicen y con todo el ardor de
mi alma, te alabo y adoro con esta gran plegaria, en todos los Sagrarios de la
tierra.

Aceptad, Señor, el grito de expiación que un sincero pesar arranca de


nuestras almas afligidas: ellas te piden piedad.

Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos.


(Todos en voz alta)

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por las infidelidades y los sacrilegios.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por las blasfemias y profanaciones de los días santos...

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por el libertinaje y los escándalos públicos.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por los corruptores de la niñez y de la juventud.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por la desobediencia sistemática a la Santa Iglesia.


Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y los hijos.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por los atentados cometidos contra el Romano Pontífice.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por los trastornadores del orden público, social cristiano.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por el abuso de los Sacramentos y el ultraje a tu Santo Tabernáculo.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

Por la cobardía o los ataques de la prensa, por las maquinaciones de sectas


tenebrosas.

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!


Y por fin, Jesús, por los buenos que vacilan, por los pecadores que resisten
a la gracia...

Piedad, ¡oh, Divino Corazón!

(Pausa)

(Meditemos en la condenación de Jesús, y en su ignominia al ser tratado


como loco: misterios de caridad y de dolor que se perpetúan en el Sacramento
del Altar).

Hemos callado un breve instante, y se ha hecho el silencio en el fondo de


ese pobre tabernáculo... ¡Ay! el mundo, sin embargo, ha seguido y seguirá
condenando en su clamor de culpa al Prisionero del Altar..., y si consiente en
libertarle, es sólo para exhibirle como loco, para llevarle después al desierto
del olvido humano... y de ahí a la muerte afrentosa de una Cruz... Pero oíd al
mismo Jesús, expuesto ahí donde le veis, como cuando le presentó Pilatos al
pueblo enfurecido: el Hombre-Dios quiere quejarse dulcemente a vosotros, sus
amigos; escuchadle, creyentes fervorosos, como le oyó San Juan, en los
latidos angustiosos de su Corazón despedazado.

“¡Háblanos Tú, Maestro!”.

(Lento y cortado)

Jesús. Alma tan querida, mira mi frente, marcada con la sentencia de


muerte, fulminada por una de mis propias creaturas... Mi amor es infinito..., el
tuyo ha sido pobre..., la sentencia me la diste también tú.
Mira mis manos atadas por aquellos que piden vergonzosa libertad... ¿No
has tenido tú, a las veces, tus horas de licencia y de pecado? Mis cadenas las
forjaste también tú...

Mírame, cubierto con manto blanco de insensato; he amado tanto, que el


mundo me condena como loco... lo fui de amor en mi Calvario; lo soy en la
Hostia del altar... ¿no te has avergonzado nunca de la locura redentora de
Jesús? ¿No me has herido con respeto humano también tú?

Mírame afrentado, porque quise dar la paz al mundo... Mírame


desamparado... Soy vergüenza de los sabios, soy desecho de los grandes, soy
risa de los pueblos... soy el reo de los gobernantes..., ¡pero, para todos, cuando
lloran su pecado, para todos soy Jesús!...

Dime: y tú ¿no has sido infiel, o no me has herido nunca?... ¿No me has
abandonado en mi Pasión?... Respóndeme yo quiero darte, en esta Hora Santa,
el ósculo de paz, y de perdón... ¡Respóndeme!

(Breve pausa)

Las almas. ¿Qué tengo yo, ¡oh, Divino prisionero!, que Tú no me hayas
dado?

¿Qué sé yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?

¡Perdóname los yerros que contra ti he cometido!

Pues me creaste sin que lo mereciera;

Y me redimiste sin que te lo pidiera;

Mucho me hiciste en crearme;

Mucho en redimirme;

Y no serás menos poderoso en perdonarme...


Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban,

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte;

Porque es más muerte que vida,

La que no está empleada en tu santo servicio...

(Pausa)

(Consideremos la soledad del Viernes Santo, prolongada en todos los


Sagrarios).

¡Qué sombrío debió ser en el Calvario y también en el Sepulcro, el


anochecer del Viernes Santo! Allá, en la montaña, en el Gólgota, las manchas
de una sangre divina pisoteada con furor... Más abajo, en la cueva de la tumba,
la inercia, el silencio y el frío de la roca y de la muerte... ¡Ahí tenéis en ese
altar el Gólgota; ahí tenéis la tumba en el Sagrario! Contemplad, y decid si no
es verdad que Jesucristo sigue siendo la víctima del hombre.

Allá fuera, ruge la tempestad de la negación y la blasfemia. Estamos ahora


reparando ese ultraje, en un momento de oración...; pero dentro de un instante,
terminada la Hora Santa, cerradas las puertas de este templo, quedará Jesús
solo con sus ángeles, en aquel sepulcro y esperando que la alborada le traiga el
eco de un clamor humano...
¡Ah, y si supiéramos la vida de recuerdo, de plegaria permanente por
nosotros, la vida de perpetua inmolación del Corazón de Jesucristo en esa
Hostia!... Que Él mismo nos lo diga:

(Cortado)

Jesús. “Hijos míos: estoy angustiado... estoy herido, vengo llorando una
inmensa desventura... de lejos llego con el Corazón atravesado, ¡aquí me
tenéis despedido del lecho de agonía de un desgraciado moribundo!... Me ha
rechazado porque dice que es justo y que no me necesita... ha dicho que muere
tranquilo, sin dejar que Yo le abrace y le perdone...; ha expirado sin mirar mi
Cruz, sin bendecir mis llagas...; ya murió sin aceptarme... ¡Y le había amado
tanto!... Le había redimido con mi sangre... ¡y no ha tenido para mí, ni el
último latido, ni su última mirada!

¡Vosotros, que me amáis, consoladme de esa herida... endulzadla, orando


con fervor por los pobres moribundos!... (Pedid por los agonizantes).

Acercaos... Dejadme sentir el calor de afecto de vuestras almas fidelísimas,


porque “la mía está bañada en el rocío de la noche”... He aguardado, en vano,
que un hogar me brinde el hospedaje que se da al último y al más pobre
peregrino... He llamado... le ofrecí mi paz... ¡la necesitaba tanto!... Y aquí me
tenéis...; regreso con la amargura del rechazo..., mientras tanto, ¡cuánto sufre
esa familia desgraciada!... no hay dicha en ella..., no hay consuelo, ni
resignación... ni amor.

(Breve pausa)

Dadme vuestro amor, prestadme el fervor de vuestras oraciones, ofrecedme


el holocausto de vuestros sacrificios, para vencer a tantos obstinados, que
luchan contra la ternura de mi Corazón, que los persigue sin descanso.
Contad las espinas de mi corona; ellas podrán deciros los consuelos y las
flores de cariño, rechazados por las almas queridas de vuestro propio hogar...,
por tantos seres, muy amados de vuestros corazones y del mío..

¡Oremos juntos porque venza en ellas la paciencia y la misericordia de mi


Corazón, que los espera aquí, en la Santa Eucaristía! Tengo sed de verme
rodeado en esta Hostia de los pródigos vencidos, de las ovejas recobradas, de
los hijos convertidos por la dulzura del reproche, por mis lágrimas, por las
gracias especiales concedidas los primeros viernes y aquí, en la Hora Santa.

¿Qué aguardáis? Pedid, ¡oh sí, pedid con fe! Pues este vuestro Dios quiere
vengar su cautiverio, haciendo la felicidad del mundo... Llamad a la herida de
mi pecho, y se abrirá de par en par mi Corazón... Pedid, pues. ¡Quiero ser
Jesús!... cumpliendo con vosotros mis promesas!

(Pausa)

Las almas. ¡Oh, buen Jesús, absorto en tus dolores..., confundido por tu
soledad y tus tristezas, he olvidado mis pedidos y las necesidades de mi alma
pobrecita!... Adivina Tú las flaquezas de tu siervo, y cura sus heridas más
secretas... Mi hogar también espera en esta Hora Santa la bendición de tu
Corazón, agonizante; no suprimas en él, si así es tu voluntad, no agotes el
manantial de lágrimas de mi familia atribulada: ¡pero acércate a los míos y
enséñales a padecer amando, puestos los ojos en tus ojos celestiales, y
cobijadas sus almas combatidas en tu alma divinamente acongojada!

¡Que mi casa sea Nazaret y la Betania de tu Corazón, Señor Jesús!

Y mira, amabilísimo Maestro; bendice también desde esa Hostia los tesoros
del hogar, que nos robó la muerte; bendice a nuestros muertos, y dales pronto
el descanso eterno de tu cielo... Hemos padecido con esas ausencias
desgarradoras, pero, al verte agonizar también a Ti por nuestro amor, hemos
dicho, resignados: “¡Hágase tu voluntad!”. No te olvides de ellos, ¡oh!, y
acuérdate también, hermoso Nazareno, de aquellos que en el mundo viven
enteramente huérfanos de cariño... de los olvidados por los hombres en el
banquete de la vida..., de tantos que la tierra menosprecia en su soberbia, y
que padecen hambre de amor y de justicia. Tú sabes cómo hiere aquel desdén
de los hermanos... ¡Te ruego, pues, que te apiades de ellos, en tu gran
misericordia!
(Pausa)

Tendría que pedirte mucho más en mi indigencia, pero todo ello lo


remediarás Tú, que velas por las flores y las avecitas del Santuario... Quiero
que los últimos momentos de esta Hora Santa expiren en el olvido de mí
mismo, y te lleven sólo mis ansias incontenibles, mi aspiración apasionada por
tu triunfo en el reinado de tu amante Corazón. Sí, para todos estos que te
amamos, tus intereses son los nuestros..., queremos, todos, tu reinado...
¡Pedimos, pues, Señor, que cumplas con nosotros las promesas que hiciste a tu
confidente Margarita María, en beneficio de las almas que te adoran en la
hermosura indecible, en la ternura inefable, en el amor incomprensible de tu
Sagrado Corazón!... ¡Por eso te gemimos con tu Santa Iglesia, te suplicamos
por la Virgen Madre, te exigimos por el honor inviolable de tu nombre, que
establezcas ya, que apresures el reinado de tu amante Corazón!

(Todos)

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...


2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable, prometida a las familias que te han recibido con hosannas.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen


aflicciones y amarguras, que Tú sólo prometiste remediar.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos, sólo Tú la inspiración y


recompensa en todas las empresas...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

6ª. Y tus predilectos, quiero decir los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...


7ª. ¡Ah, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

8ª. Aquí está la vida, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado...


permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas; en


nombre de ellas te pedimos sigas siendo en todas el Soberano y el Amigo muy
amado.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos


sacerdotes que te aman y que te predican como Juan, tu apóstol regalado.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

11ª. Y a cuantos enseñan esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus


inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes
grabado el nombre de tu Madre.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo y por la
Comunión de los primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa
infalible... te lo pedimos en el trance decisivo de la muerte.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...

(Pausa)

Debemos separarnos, Jesús, pues va a terminar la hora mil veces dulce y


santa de tu inefable compañía... ¡Oh, vente oculto en mi alma, al nido del
hogar, donde serás Esposo, Padre, Hermano, Amigo, el Rey de la familia...
ven! Y al despedirnos, dejo aquí ante tu Corazón Sacramentado, el mío todo
entero, en el clamor de una última plegaria; ¡escúchala, Jesús benigno!

(Cortado)

Cuando los ángeles de tu Santuario te bendigan en la Hostia sacrosanta... y


yo me encuentre en la agonía... sus alabanzas son las mías, acuérdate del
pobre siervo de tu Divino Corazón.

Cuando las almas justas de la tierra te aclamen encendidas en amor... y yo


me encuentre en la agonía... sus loores y sus lágrimas son las mías... acuérdate
del pródigo vencido por tu Divino Corazón.
Cuando los sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles, te aclamen
soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos..., y yo me
encuentre en la agonía... su celo y sus ardores son los míos, acuérdate del
apóstol de tu Divino Corazón.

Cuando tu Iglesia ore y gima ante el altar, para rescatar contigo al mundo, y
yo me encuentre en la agonía... su sacrificio y su plegaria son los míos...,
acuérdate del fiel amigo de tu Divino Corazón.

Cuando en la Hora Santa, tus almas regaladas, amando, sufriendo y


reparando, te hagan olvidar perfidias y traiciones... y yo me encuentre en la
agonía..., sus coloquios contigo y sus consuelos son los míos, acuérdate de
este altar y de esta víctima de tu Divino Corazón.

Cuanto tu divina Madre te adore en la Sagrada Eucaristía y repare allí los


crímenes sin cuento de la tierra... y yo me encuentre en la agonía..., sus
adoraciones son las mías..., acuérdate del hijo de tu Divino Corazón.

Mas, no ¡Señor!, olvídame si quieres, con tal que, en mi muerte, me dejes


olvidado para siempre, en la llaga venturosa de tu amable Corazón.

(Pausa)

¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?... ¡Despójame de


todo, de tus propios dones, pero abrásame en la hoguera de tu ardiente
Corazón!

¿Qué sé yo, que tú no me hayas enseñado?... Olvide yo la ciencia de la


tierra y de la vida, pero conózcate mejor a ti, ¡oh Divino Corazón! ¿Qué valgo
yo, si no estoy a tu lado? ¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?... Úneme,
pues, a ti con vínculo que sea eterno... ¡renuncio a todas las delicias de tu
amor, con tal de poseer perfectamente este otro Paraíso, el de tu tierno
Corazón!

Y en él sepulta, ¡oh, sí!, los yerros que contra ti he cometido... y castiga y


véngate de todos ellos, hiriendo con dardo de encendida caridad, al que tanto
te ha ofendido.
Y si te he negado, déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives...

Si te he ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor eterno...


porque es más muerte que vida la que no se consume en amar y hacer amar tu
olvidado, tu amante, tu Divino Corazón.

¡Venga a nos tu reino!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Acto final de consagración

Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados


humildemente delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser, y a fin
de estar más firmemente unidos a Ti, he aquí que hoy día cada uno de nosotros
se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Muchos, Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon, al quebrantar
tus mandamientos; compadécete, Jesús, de los unos y de los otros y atráelos a
todos a tu santo Corazón. Sé Rey, ¡oh, Señor!, no sólo de los fieles que jamás
se separaron de Ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz
que vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de
hambre.

Sé Rey para aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas, y desunió la


discordia, tráelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que luego
no quede ya más que un solo rebaño y un solo pastor.

Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.

Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que
en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como
bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura; otorga, a todos los
pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra
resuene esta sola aclamación:

¡Alabado sea el Divino Corazón por quien hemos alcanzado la salud; a El


gloria y honor, por siglos de los siglos. – Así sea.
IV
Para los amigos del Sagrado Corazón

Señor y Amigo, Jesús adorable: he aquí a tus hermanos, que te buscan...; tus
íntimos llaman esta tarde, con insistencia, a las puertas del Sagrario, deseosos
de hablarte sin testigos, lejos de la muchedumbre... Quieren conversar contigo
a solas...; tienen más de una confidencia que hacerte...

Te ruegan, pues, que les permitas hablar contigo, con la dulce intimidad de
Juan, con el abandono y la confianza de Lázaro, de Marta y de María, con la
sinceridad de Nicodemo...

Ábrenos, Jesús, ábrenos de par en par las puertas del cielo de tu Corazón...

Ábrenos..., pues, bien sabes, Jesús, que es la sed ardiente de amarte y de


hacerte amar, que nos arrastra irresistible, hasta tus plantas... Y Tú que lo
sabes todo, sabes ya, que no venimos a pedirte que nos hagas disfrutar de los
resplandores ni de las delicias del Tabor... No venimos a pedirte que te
presentes a nosotros como a los tres apóstoles predestinados en la
Transfiguración de una majestad de gloria, ¡oh, no!... Otra ambición nos trae y
es el que nos reveles, en esta Hora Santa, las bellezas de inmolación y de
agonía, las profundidades del dolor de tu Corazón adorable en el patíbulo de la
Cruz y en el calabozo en que moras, ¡oh Dios Sacramentado!... Ansiamos,
Jesús amado, penetrar en los secretos de tu amor doliente y crucificado... Lo
anhelamos tus amigos, pues queremos abrasarnos en las llamas de una caridad
más fuerte que la muerte...

Ábrenos, Jesús, ábrenos la herida del Costado... Mira que somos los hijos
de María; somos, pues, tus hermanos pequeñitos, los colmados de tus gracias.
¡Deseamos tanto desahogarnos contigo, hablándote en el idioma que Tú
mismo enseñaste a tus amigos íntimos, cuando los llamaste a grandes voces,
desde Belén y el Calvario, y, siglos más tarde, desde el altar de Paray-le-
Monial!...

No tardes en abrirnos, Jesús, no nos dejes por más tiempo en los dinteles del
Sagrario de tu dulce Corazón... Mira que se hace tarde y que anochece... Mira
cómo las creaturas se afanan por disiparnos..., y con qué empeño los dolores
pretenden abatirnos..., y el infierno turbar nuestra paz y arrebatarnos de tus
brazos.

Acuérdate, Jesús adorable, que Tú mismo nos invitaste a esta Hora Santa,
cuando la pediste a Margarita María... Recuerda, ¡oh Rey de amor!, que, según
tus propios designios, es ésta la hora de Gracia por excelencia, ya que en ella
ofreciste confiar tus secretos, en retorno de las confidencias de tus
consoladores y amigos...; confidencias recíprocas que labrarán la eterna
intimidad entre tu Corazón y los nuestros...

De rodillas, pues, Señor, y sobrecogidos, no de temor, sino de felicidad y de


amor, te adoramos, con los Pastores y los Reyes...

¡Oh!, mejor aún que ellos, te adoramos en unión con la Reina Inmaculada y
en su Corazón de Virgen-Madre... Y para suplir nuestra indigencia, nos
acercamos al Sagrario, con los divinos ardores de Magdalena, el día venturoso
en que la perdonaste..., con la fe de tus discípulos en el día de tu Ascensión
gloriosa, y con la caridad de tus apóstoles en la hora de Pentecostés... Con
todos ellos te adoramos, la frente en el polvo, ¡oh Rey Hermano, oh Salvador-
Amigo, oh Dios de misericordia!, en el Santo de los Santos del solitario
Tabernáculo...

Y ya que nuestros labios apenas saben balbucir una plegaria, y puesto que
nuestros corazones pobrecitos son tan incapaces de amar de veras y de
expresar su amor, encargamos con filial confianza a la Reina del Amor
Hermoso que Ella te hable por nosotros, sus hijos y tus amigos...

Pero conociendo tu infinita bondad y tu condescendencia, te rogamos,


Jesús, con inmensa confianza y con profunda humildad, que hables sobre todo
Tú en esta Hora Santa... Mucho más que a hablarte nosotros, venimos a
escucharte. ¡Sabiduría increada!... Jesús, Verbo Divino, Palabra eterna del
Padre, vibra, resuena una vez más en esta tierra de tinieblas... habla,
pronunciando aquellas palabras arrobadoras, que embriagan en la eternidad de
eternidades a tus Santos... Habla, Jesús, confiándonos aquellas palabras de
vida que conservó en su Corazón la Virgen-Madre y que recogieron tus
apóstoles para la redención del mundo...

Sí, háblanos, Maestro, ya que sólo Tú tienes palabras de vida eterna... Jesús,
Amor de amores, habla a los amigos que te escuchan de rodillas anhelantes,
conmovidos...
(Y ahora escuchémoslo con un gran recogimiento... Oigámoslo como si lo
viéramos con nuestros propios ojos, ahí en esta Hostia Divina...
Presentémosle el homenaje de una adoración ferviente, en un acto de fe
ardorosa en su Presencia real, y al adorarlo así, ofrezcámosle, sobre todo, un
homenaje del corazón, es decir, todo nuestro amor, en espíritu de solemne
reparación).

(Pausa)

Breve consideración. Ya que no nos es dado suprimir en la tierra la raza de


los traidores y de los verdugos, propongámonos el multiplicar, al menos, la
raza bendita de los amigos fieles del Señor crucificado, la falange esforzada de
aquéllos que, afrontando todos los peligros y todos los oprobios, le seguirán
hasta el Calvario...

¡Cuán pocas veces meditamos la misteriosa y cruel angustia de Getsemaní,


agonía más cruel por cierto que la de la Cruz... Ved por qué al lado del
patíbulo, tinto en sangre, de pie, está María, la Madre del Señor ajusticiado.
¡Madre incomparable y única!... Y cerca de ella, la invencible, la fidelísima
Magdalena, bañada en llanto... A dos pasos está Juan, el apóstol regalado, y
con él unos cuantos, un rebaño reducido, de amigos leales... ¡Ah!... No así en
Getsemaní... La soledad más angustiosa oprime ahí y despedaza el Corazón
del Divino Agonizante... Ha segregado con predilección a los tres favorecidos
del Tabor, para que le consuelen... pero éstos, vencidos por la fatiga, más
fuerte que su amor, duermen... ¡Oh, sí!, duermen, y entre tanto, a unos cuantos
pasos su Maestro, abandonado... solo, lucha en las convulsiones de una
horrenda agonía... Jesús solo y desamparado, sosteniendo el peso abrumador,
mortal, de la congoja que provoca la visión espantable de todos los crímenes
de la tierra... ¡Oh, dolor! Si los amigos del Señor duermen, porque flacos en el
amor, no así los enemigos, celosos y resueltos en su odio... Esta vez la presa
ansiada no escapará de sus manos sacrílegas, y para que esa misma noche el
Rey divino caiga prisionero en sus redes, velan animosos, capitaneados y
envalentonados por el único apóstol que no duerme... ¡Judas!
Por esto la hora de guardia de esta Hora Santa debe ser una reparación de
inmenso amor de parte de los amigos fieles... Ofrezcámosle como un solemne
desagravio por tantos amigos desleales, tibios, apáticos..., por tantos que se
dicen amigos, que debieran serlo, pero que en vez de amar, viven de temor y
de transacciones de cobardía... Son tantos los mezquinos en el amor y que
están lejos, muy lejos de aquella medida de amor con que ellos fueron
amados... No nos engañemos; la culpa que más lastima el Corazón del
Salvador, es la que parte, como dardo de fuego, de un corazón amigo... ¡Cuán
contados son los verdaderos amigos del Señor, los que lo conocen de veras,
los que de veras le aman, en pago y en retorno del don gratuito, de la amistad
divina que Él les brinda!... A menudo son los hijos de su propia casa los que
más le hieren... Cabalmente por esto, en reparación de este gran pecado,
agrupémonos en esta Hora Santa en compañía de la Reina Dolorosa, de San
Juan y de Margarita María, estrechémonos alrededor de Jesús Agonizante para
recoger con santa emoción, conmovidos en lo más hondo del alma, sus quejas
amorosas, sus blandos reproches y también sus peticiones y deseos... Que
aquel sitio quemante que brotó de sus labios moribundos, reclamando nuestro
amor, resuene en nuestras almas, las conmueva y nos resuelva a apagar su sed
ardiente con la nuestra devoradora, inmensa...

(Y ahora, para oír su voz divina, que todo calle, que todo desaparezca,
todo, menos Jesús... Bebed ansiosos sus palabras).

(Muy lento y con unción)

Voz de Jesús. Hace ya tanto tiempo, tanto, que vivo entre vosotros y
todavía no me conocéis... Sabed, amigos muy queridos, que una infinita
tristeza agobia mi alma y que una angustia de muerte oprime mi Divino
Corazón... Os lo confío a vosotros, tan fieles, oídme: La amargura de mis
amarguras la provoca aquella constante infidelidad, aquel desconocimiento tan
corriente, aquella inconcebible mezquindad de los que Yo elegí y amé como
amigos de mi Sagrado Corazón... ¿dónde están?... ¿Qué se han hecho mis
verdaderos e íntimos amigos?... Como en Getsemaní, cuando se acerca la hora
de las tinieblas y del combate, miro a mi alrededor... llamo... tiendo la mano...
y me encuentro casi siempre abandonado y solo... ¡Ay... cuán contados son en
todo tiempo aquéllos que se resuelven por amor a velar conmigo en la hora de
agonía!...

Cuando mis amigos se encuentran en la cuesta del Calvario, Yo prevengo


su clamor y sus gemidos suplicantes. Yo mismo me adelanto y me ofrezco a
ellos como el amable | ... Pero cuando los traidores vociferan en contra mía,
cuando me agobian bajo la pesadumbre de la cruz, si llamo en mi socorro a los
amigos... ¡ay!, éstos no me oyen..., mis amigos duermen...

¿Será verdad entonces, hijos míos que el odio de mis adversarios es más
animoso y fuerte que la caridad de mis amigos?... ¡Qué tristeza para mi
corazón el ver constantemente que mientras los míos descansan tranquilos, los
sicarios preparan afanosos los azotes, los clavos, la diadema de espinas... la
Cruz!...

Tanto celo de parte de éstos para incrementar a porfía el ejército, ya tan


numeroso, de los que me abandonan..., tanta abnegación y desprendimiento de
su parte al pagar con largueza las cobardías y traiciones, la gritería de
blasfemia social y el ultraje legal de la autoridad humana en contra mía...

¡Y entre tanto, mis amigos dormitan... descansan, callan!

Podría llamar en mi socorro legiones de ángeles, y el Padre me las enviaría;


pero no... en la hora de las agonías y tristezas quiero tener muy cerca, a mi
lado, amigos capaces de amar llorando..., corazones como el mío, corazones
de hermanos que compartan los dolores que por ellos sufro... En la hora de
Getsemaní os aguardo a vosotros los amigos... ¡Ay, no queráis abandonarme
entonces!... rodeadme con amor ardiente, fidelísimo... Ofrecedme el corazón
como un apoyo para mi corazón agonizante... Mi alma está triste, triste hasta
la muerte... Desfallezco y muero porque no me siento amado de los míos...

(Breve silencio)

Las almas. Ese lamento nos parte el alma... ¡Escúchanos, Jesús!... Sabemos
que lo que Tú afirmas es siempre la verdad y toda la verdad... Pero ya que los
que estamos ante este altar somos los amigos íntimos que venimos a
consolarte y a reparar, háblanos, Señor, con absoluta libertad... Te pedimos, te
rogamos que formules por entero tu justa acusación... No temas, Jesús, el
lastimarnos, dinos sin reticencias cuáles son las faltas que más te hieren de
parte de los tuyos..., explícanos aquella amargura que llena tu adorable
Corazón, pues queremos compartirla y endulzarla...

¡Habla, Jesús, habla abiertamente a tus amigos verdaderos!

Voz de Jesús. ¡Filioli! ¡Oh, sí, hijitos amadísimos! Quiero descubriros en


toda intimidad todo el secreto de mi infinita tristeza... Pero, prometedme que,
al escuchar mis quejas y reproches, lejos de alejaros con temor insensato de mi
lado, buscaréis, por el contrario, una intimidad mayor con vuestro Amigo del
Sagrario... Prometedme que en adelante acudiréis con más confianza a mi
Corazón en busca del único remedio para todas vuestras flaquezas.

Al oírme, dulce y bueno, recordad que aquí, en este trono de gracia, soy el
Juez de verdad y mansedumbre, a fin de ser mañana, en los dinteles de vuestra
eternidad, un Salvador benigno y el Juez amigo... Oídme:

¿Queréis saber qué faltas son aquéllas que más me hieren?...

Falta de generosidad

y de gratitud

Ante todo, la mezquindad en el amor de mis amigos, ¡la falta de


generosidad!... Tengo hambre... ¿No tenéis algo que darme de comer, hijitos
míos?... No tenéis por qué preocuparos de comprarme pan y víveres, como los
apóstoles en Samaria, ¡oh, no!... El pan que anhelo es vuestro amor... Tengo
hambre de vosotros... Pero quiero y exijo que ese don de vosotros mismos sea
total, sin particiones... Daos a Mí, daos sin reservas... Tengo hambre, no de
una mirada vuestra, no de una sonrisa, ni de una palabra..., tengo hambre de
vuestras almas, quiero que éstas me pertenezcan como Yo os pertenezco... En
canje de mi Corazón Divino, quiero los vuestros y los quiero para Mí solo...
Os he dado tanto, ¡oh, tanto!..., y en retorno, ¿qué me habéis dado vosotros?...
¿Por qué ese prurito de medirme siempre vuestro amor, ya tan limitado y
pobre?... ¡Cuán distante de mi suerte es la de las creaturas!... ¡Para ellas
vuestras preferencias..., para ellas todo!... De ahí que Yo vuestro Señor ocupe
con frecuencia en el banquete de vuestra vida el puesto del servidor, del pobre
y del mendigo...

¡Cuánto tiempo hace, almas queridas, que aguardo el obsequio del don total
de vosotros mis amigos, don al cual tengo pleno derecho y sólo Yo!... Y
después de esperar largos meses, aun largos años, recibo con frecuencia, no
ese don total sino... la migaja pobrecita que cae de la mesa, lo que sobra de las
creaturas, siempre atendidas, agasajadas...

Los ángeles se asombran al ver que acepto esa migaja, porque me habla de
vosotros, pero... al llevarla a mis labios, estalla de pena el corazón, lloran mis
ojos... ¡Cuánto tiempo hace que pido y aguardo que se me dé un lugar, y el
primero, en vuestras almas y en vuestros hogares!... ¡Ay!... Las criaturas más
afortunadas que vuestro Dios ocupan ya ese puesto de honor... y Yo debo
resignarme a un puesto secundario... ¡Si supierais cómo siento que mi Persona
divina molesta, estorba..., que se me tolera por temor, a Mí, un Dios de
amor!...

Las creaturas llaman a vuestras puertas, y como se impacientan..., y como


no os resignaríais a que se fueran y os dejaran, ellas que son polvo, pasan en
primer lugar... Y a Mí me tenéis llamando y esperando un turno que tarde o
nunca llega... Pero porque sólo Yo os amo, con amor verdadero, me siento
entonces en el umbral de vuestras puertas, y con paciencia vuelvo a llamar a
golpes redoblados, y sigo aguardando con dulzura inalterable, porque soy
Jesús, la Misericordia infinita, inagotable... Y entre tanto que yo pueda darme
a vuestras almas, en el banquete que os tengo preparado de toda eternidad,
vivo de las migajas que me arrojan tantos que se llaman mis amigos...

¿No es, por ventura, una migaja de vuestra vida, por ejemplo, los breves
instantes, los contados momentos que distraéis de negocios y de creaturas para
dármelos a Mí?... ¡Y decir que, en canje de esos segundos, os estoy
preparando una eternidad de siglos, un sin fin de gloria!...

(Pausa)
¿Queríais una prueba manifiesta, consoladores míos, de esa falta de amor
generoso de parte de mis amigos?... Hela aquí: ¡su poca gratitud!... No se
paga, así, por cierto, con esa vil moneda a los bienhechores de la tierra... Para
éstos, por natural nobleza, por delicadeza de educación o de sentimientos, para
ellos, la efusión expresiva de vuestra acción de gracias... En cuanto a Mí, el
Bienhechor de vuestros bienhechores, no me cuento siempre en esa
categoría..., ¡y quedo eliminado!... ¡Cuántos leprosos del alma, sanos por
milagro, y que no agradecen, cuántos!...

Decidme, hijos de mi Corazón, ¿es justo tratar así a un Dios que os ha


colmado con mil liberalidades y ternuras, que os ha prodigado a torrentes
luces divinas y consuelos inefables, que os ha perdonado, que quiere seguiros
perdonando? ¿Qué ha sido de aquellas solemnes promesas de eterna gratitud
que me hicisteis cada vez que implorábais con apremio nuevas gracias –¿qué
digo?– prodigios de misericordia?...

¡Ah, sí! Más de una vez os tornáis a Mí en demanda de milagros. Sabedlo,


quiero otorgarlos, pero los reservo para los amigos generosos, que me lo dan
todo... Los reservo para aquéllos que me lo arrebatan con la dulce violencia de
su inmensa gratitud...

Pero quiero perdonar aun ese pecado vuestro..., he aquí la hora propicia del
verdadero arrepentimiento, de la reparación cumplida y de la gran
misericordia... Protestadme, pues, ahora mismo que, de aquí en adelante, me
amaréis todos como amigos verdaderos; esto es, con nobleza de gratitud y con
generosidad a toda prueba...

No temáis a quien no os llama y os aguarda sino para perdonaros y además


enriqueceros... Tengo hambre de amor, hambre del pan de vuestros
corazones... Dádselo al Dios de caridad, que se goza con el título de Hermano
y de Amigo vuestro...

(Aquí puede cantarse el “Magníficat” en acción de gracias al Sagrado


Corazón, o cualquier otro himno en su honor).

Las almas. Maestro muy amado, si en el cáliz de tu Corazón hubiera


todavía la amargura de otra queja en contra nuestra, dánosla a beber ahora
mismo, Jesús, que a eso venimos... ¡Oh!, sí, esos reproches suavísimos
desahogan tu alma, Jesús...; al brotar como fuego de tus labios, queman
también con divinos ardores y fortifican nuestras almas frías y enfermas...
Háblanos, pues, Señor, y cura nuestras llagas, mostrándonos la tuya del
Costado...

Falta de confianza

Voz de Jesús. Rebañito de mis amores, subid más y acercaos a mi pecho


herido para confiaros en toda intimidad a vosotros, los predilectos, otra pena,
pena muy honda; ¡la falta de confianza de parte de mis amigos!... Éstos no me
aman con el abandono de sencillez y de paz que tanto anhelo... Se diría que
desconfían, que recelan de este Señor de Caridad...

No creen lo bastante, ¡oh no!, en mi inmenso amor... Me temen, tiemblan y


se alejan... ¡Qué dolor el mío, al no sentirme realmente amado, habiendo sido
para esos hijos rebeldes un Dios de caridad y de perdón!...

¿Qué más podría hacer todavía para curar ese mal de desconfianza, que
hace estragos horrorosos en la viña rica y elegida, en el campo de mis amigos
predilectos?... ¡Cómo me duele el ver que no se atreven a considerarme ni,
menos, a tratarme como amigo!... ¡Ay! ¿Por qué?... En vano les repito la
afirmación del Evangelio cuando dije a mis apóstoles:

“No temáis, soy Yo... Vosotros sois de veras mis amigos...”. Todo en vano,
pues, dichas almas se empeñan en resistir a ese llamamiento de ternura, y con
un sentimiento de temor que Yo no acepto, no se atreven a tomar para sí ese
título que es gloria mía... no quieren, no se atreven a saborear el néctar
delicioso de una amistad que Yo mismo les ofrezco... ¿Falta algo, por ventura,
a la obra de mi amor para inspirar a dichas almas la confianza, que reclamo?...
Alma querida, pero desconfiada, óyeme:

He dejado por ti, hace siglos, el manto de majestad que hubiera podido
justamente aterrarte..., y con todo sigues temblando y temiendo...
Pon los ojos en mi cuna...; mírame en ella, pobre, manso y pequeñito, más
pequeño que tú mismo, para presentarme como Hermano tuyo y atraerte a mis
brazos... Y con todo sigues temblando y temiendo...

Ven, penetra conmigo en la casita humilde de Nazaret: medita esa vida,


sencilla como la tuya, y mucho más todavía... Dime: ¿qué encuentras en esa
vida de oscuridad, de llaneza y de trabajo, que espanta?... ¿Qué?... Y con todo,
sigues temblando y temiendo...

¿Será, tal vez, el esplendor de mi vida pública que te atemoriza?... ¿Por


qué?

Mira, por el contrario, cómo al hablar, al tender los brazos, al llamar, las
turbas me siguen... Mira cómo los pequeñitos y los enfermos, los mendigos y
los pecadores y todos los desdeñados, todos los leprosos morales, acuden, se
precipitan hacia Mí y se disputan el honor y la dicha de estar a mi lado... ¿Y
tú, alma querida?...

Bien sabes que soy el mismo Jesús, ¡y con todo, sigues temblando y
temiendo!...

Si tomara en cuenta tu desconfianza, no me atrevería, por cierto, a invitarte


con Zaqueo, con Simón y Leví, y en unión con tantos otros publicanos y
pecadores al banquete de mi divina misericordia...; pues tal vez por temor me
harías un desaire, rechazando la amorosa invitación... ¿Olvidas entonces que
he venido para salvar todo lo que había perecido: los que yacían en el
abismo..., los cadáveres del espíritu..., el desecho de la sociedad..., los
leprosos del corazón?; ¿lo has olvidado?... ¿Crees tú ser uno de esos
desventurados?... Debieras por ello mismo acudir presurosa... ¡Y, con todo,
sigues temblando y temiendo!...

¡Qué! ¿Has olvidado, por ventura, las maravillas de mi amor y mi ternura,


realizadas en la última Cena?... ¿No te acuerdas ya de mis postreras palabras
de esperanza y de perdón, en el Calvario, en las que legué a mi Madre, que es
la tuya, el supremo testamento de mi caridad?... Oh, sí. Tú conoces, alma
querida, dicho testamento. ¡Y con todo... sigues temblando y temiendo!...

Y, en fin, aquí me tienes en la Hostia más aniquilado aún que en mi cuna;


más pobre que en Nazaret, más dulce, si es posible, más paciente, tierno y
misericordioso que en Samaria, Cafarnaum y Galilea... –¿lo creerás?...–, ¡más
Salvador, si cabe, que en la misma Cruz!... Aquí, en la Sagrada Eucaristía, soy
más que nunca un Dios-Amor; y con todo... ¡sigues temblando y temiendo!...

Dime, pues, ¡oh!; dime, alma muy amada, ¿qué más debo hacer para disipar
tus temores, para provocar y alentar la confianza inmensa que exijo de
aquéllos a quienes llamo mis amigos?... ¡Esta debe ser la prueba por
excelencia de tu amor! Piensa que la virtud que salva es esta Caridad...

En mi Divino Corazón esta virtud toma el nombre de misericordia, y en el


corazón de mis verdaderos amigos, se llama virtud de confianza y de
abandono.

¡Ah! Sin que tú me lo declares, porque Yo sé leer en las almas, leo en la


tuya la razón aparente de este temor; antes que me lo digas, te lo diré Yo
mismo: ¡son los pecados de tu vida pasada!...

Pobrecita, palideces con sólo nombrarlos, y su recuerdo te tortura con


exceso, en desmedro de mi amor... ¿Tus pecados?... Confíalos a mi Corazón, y
no dudes que ya estás perdonada... Lo que necesitas, en vez de tanto temor, es
creer, pero creer con fe inmensa en mi amor y... amar...

Ven, acércate, arrójate en el abismo de ternura de mi amante Corazón; no


temas. ¡Qué!... ¿Arguyes todavía que eres miserable?... Yo lo sé mejor que tú,
y por eso dispones de mi paciencia, que no se cansa; de mi bondad, que no se
agota...

¿Aludes también a tu gran debilidad?... Bien sé cuán grande es ésta; pero


¿por qué te olvidas que dispones de mi omnipotencia, de mi gracia, con la que
lo puedes todo?... ¿Quieres todavía –lo veo– justificar tus temores excesivos
con el principio de mi justicia?... ¡Ah! Pero no olvides nunca que ésta será
terrible, inexorable, sólo para aquéllos que, rechazando el amor y la
misericordia, no se confiaron en Mí...

Aprovecha, alma querida; aprovecha con usura la gracia de la hora presente,


hora bendita, de luz, de fuerza y de piedad... Sábete que tus pecados que
fueron, los he arrojado en el abismo de un eterno olvido...; ya no son...; los he
aniquilado... ¡Oh, hazme el honor y dame el inmenso placer de creer con fe sin
límites que soy Jesús...; esto es, Salvador!...
(Pausa)

Voz de las almas. Estamos confundidos, Señor Jesús, al considerar la


verdad tan amarga y triste de esos reproches, por no haber correspondido al
título incomparable de amigos de tu Divino Corazón... ¡Cuántas y cuántas
veces al tendernos Tú, Jesús, los brazos, al brindarnos tu adorable Corazón,
nosotros retiramos los nuestros, cediendo a temores que te hieren, negándote
aquella expansión de dulcísima confianza a que sólo Tú tienes derecho
soberano!... Perdona, Señor, una vez y para siempre; perdona esa
desconfianza, que no es sino falta de fe en tu amor y el desconocimiento de la
ley de tu misericordia...

Y en testimonio tan sincero como elocuente de nuestro arrepentimiento,


dígnate escuchar una plegaria que regocijará el Corazón del Amigo
incomparable que Tú eres:

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestros pecados.

(Todos)

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras ingratitudes.

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras debilidades.

Creemos con fe inmensa en tu amor.


Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras tinieblas.

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras tentaciones.

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestra pobreza moral.

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa del abuso de tantas bondades.

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras grandes cobardías.

Creemos con fe inmensa en tu amor.

Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa de tantas recaídas.


Creemos con fe inmensa en tu amor.

Sí, Jesús misericordioso y dulcísimo, para probarte en adelante cuánto


creemos en tu amor, cuya medida sobrepasa infinitamente nuestra miseria, por
grande que ésta sea, te prometemos con toda el alma arrojarnos en tus brazos y
acudir a tu Corazón con confianza ilimitada...

Cada vez que sintamos el aguijón de un remordimiento saludable..., iremos


a Ti... Volaremos a la herida del Costado, en vez de retraernos y alejarnos con
una distancia que desconoce y ofende tu Bondad... ¿Qué más anhelas?... ¿Qué
más reclamas, Señor, de tus amigos?... ¡Habla, Dios de amor!...

Falta de intimidad

Voz de Jesús. Sí, amigos y hermanos; ¡oh!, sí, quiero más todavía..., no
sólo un amor grande, sino una amistad íntima y estrecha entre vosotros y Yo...
No temáis, pues no sois vosotros los que me elegís como el Amigo íntimo,
sino Yo, Jesús... No sois vosotros quienes, por pretensión inaceptable, pedís
un título de gloria inmerecida, no... Seréis mis íntimos por condescendencia
mía... Soy Yo quien se inclina hacia vosotros... Yo, quien os ruega que
aceptéis la dulce intimidad de mi Divino Corazón.

Desde esta Hora Santa las distancias que podrían separarnos, quedan, pues
suprimidas por voluntad mía... Pero ¿a qué asombraros, hijitos míos, como de
una novedad, con este lenguaje?... Meditad lo que mi Eucaristía os ha
predicado siempre... Considerad con qué abandono y con qué perfecta
intimidad, suprimidas todas las distancias, me entrego en la Hostia Santa a
vosotros... Penetrad en el misterio augusto del altar...; ved cómo mi Sabiduría,
en perfecto acuerdo con mi infinita misericordia, ha salvado para siempre y ha
colmado el abismo insondable que nos separaba...

Si pues Yo mismo he colmado dicho abismo, conociendo a fondo vuestra


ruindad y miseria...; si, no obstante vuestra indignidad y vuestros pecados,
mantengo mi derecho de llamaros mis amigos íntimos y os hago una
obligación de descansar confiados en la paz y amistad de mi adorable
Corazón... ¿con qué derecho rehusaríais este título que es mi gloria y
volveríais a abrir en nosotros un abismo de distancia?... ¿Pretenderíais acaso
darme a Mí, vuestro Hermano-Salvador, vuestro Dios y Maestro, una lección
de justicia austera o de sabiduría?... ¿Por qué no ha de obtener mi Corazón
amantísimo la dulce intimidad con que tratáis todos a una madre, a una
hermana, a un amigo íntimo?... ¿Ellos tendrán, por ventura, ese privilegio, y
no Yo, vuestro Jesús?... ¿Habéis olvidado que soy un Amo celoso de mis
derechos?... ¡Cómo!... ¿les daríais a ellos vuestra intimidad y la rehusaríais al
Amigo divino de los pobres, de los débiles, de los pequeños y los pecadores?...
¿No sabéis, acaso, que todos éstos fueron siempre los primeros invitados al
banquete de mi intimidad y de mis ternuras?... No terminéis esta Hora Santa
sin hacerme esta gran promesa... ¡Si supierais con qué ansias del Corazón la
aguarda este Dios que no quiere esclavos entre vosotros, sino amigos que le
sirvan con amor y que se den a Él en las expansiones de la confianza..., en la
intimidad del abandono!... ¡Prometédmelo, hijitos míos!...

(Sí, prometámoselo en un momento de plegaria y de silencio... Digámosle


con el corazón en los labios que, en realidad, seremos sus amigos, sus
íntimos, ya que Él así lo pide... Prometámosle una amistad que le abandone el
corazón sin reservas, que se lo dé con una confianza ilimitada, con un
perfecto abandono...).

(Y ahora como manifestación solemne de esta promesa íntima, digamos


cinco veces, en honor de las cinco llagas del Señor Crucificado, tres
jaculatorias sencillas, pero hermosísimas, en su significado... Al oírlas
palpitará de júbilo el Corazón del Rey Prisionero del Sagrario).

(Todos en voz alta)

(Cinco veces)

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!


¡Corazón de Jesús, en Ti confiamos!

¡Creemos, Jesús en tu amor!

Falta de sacrificio

Voz de Jesús. Acudid amigos, venid vosotros los preferidos, los colmados
con mercedes singulares, venid y ved si hay un dolor semejante a mi dolor...
¡Hace siglos que subo por amor vuestro la cuesta del Calvario... ¡ay!, y cuán
rara vez encuentro en ese camino de amargura al Cireneo-amigo que me
aligere la pesadumbre de la Cruz!... ¿Dónde están?... ¿Qué se han hecho en la
hora de la tribulación los que me protestaban de su amor? Cuando multiplico
milagrosamente los panes es inmensa la muchedumbre que me sigue...

En la apoteosis del Domingo de Ramos se dan cita todos, ¡oh, sí!, todos mis
discípulos...

Cuando rasgo el velo y muestro el esplendor de mi divinidad en el Tabor...,


¡ah!... no duermen entonces mis amigos... ¡Éstos me son fieles, se muestran
animosos en la Cena!...

Pero ¿dónde están... por qué enmudecen, en Getsemaní?... ¿dónde están...


por qué han desaparecido en el Pretorio y en el camino del Calvario?... Se me
pide un puesto de honor, el derecho a sentarse a un lado y otro de mi trono en
el Reino de los cielos, se quisiera una virtud fácil y una piedad acomodaticia...
¡Ah!... Todo ello me prueba que no se ama con un amor hondo y verdadero,
con amor de cruz y sacrificio...

¡Cuántas y cuántas veces recibo protestas y promesas que no son sino


entusiasmos artificiales, fruto de un amor de veleidad caprichosa, antojadiza, y
no de aquel amor fuerte como la muerte que espero con derecho de los míos!...
¡Ah, cuántas veces éstos, los mejores del rebaño, temen con pavor la Cruz y
recelan de Mí, el Dios Crucificado!...

¡Cuántas veces, al presentarme a ellos como el Hombre-Dios de los dolores,


tal como me presentó Pilatos..., cuántas veces, al proponer con dulzura a mis
amigos la gloria de cubrirlos con la púrpura divina de mi sangre y mis
dolores... ¡ay!, me encuentro abandonado de ellos!... ¡Y quedaría solo,
enteramente solo, si no fuese por la compañía fidelísima de mi Madre, de Juan
y Magdalena!... Decidme, consoladores míos, ¿no querríais uniros vosotros
con amor de sacrificio a ese rebaño pequeñito, pero esforzado y resuelto, que
me siguió hasta la cima del Calvario? ¿Tendríais también vosotros el valor de
abandonarme en la vía Dolorosa?... Dadme el consuelo de comprender
vosotros, los íntimos, que Yo nunca soy más dulce y tierno, nunca más amante
ni más Jesús que, cuando confiando en vosotros, os hago entrega del tesoro de
mi Cruz y de mis lágrimas, tesoro vuestro y mío... Y ahora, contestadme: ¿Os
sentís con valor de comer de mi pan y beber de mi cáliz?... Aguardo la
respuesta.

(Sin vacilación, y poniendo en vuestra voz las vibraciones de un corazón


leal y a prueba de sacrificios, contestémosle que sí, que puede contar con
estos amigos como con otros tantos Cireneos... Prometámosle seguirle hasta
el Gólgota con la fidelidad con que le seguiremos un día al Tabor eterno que
su Corazón nos reserva).

Las almas. Sí, Jesús: con tu gracia podremos y deseamos beber de tu


cáliz... Y por esto, Señor Crucificado, te adoramos con adoración la más
rendida y amorosa en la transfiguración sangrienta de tu Cruz... por esto
cantamos ahora la gloriosa ignominia y la gloria dolorosa de reproducir en
nosotros los estigmas de tu Pasión sacrosanta... Bien sabemos que ello es
indispensable, Jesús, para seguirte de cerca... y por esto, pensando desde ahora
en nuestros pesares y cuitas de familia..., en los posibles reveses de fortuna...,
en las crueles y constantes decepciones de la vida, te decimos todos, Señor,
poniendo el corazón en los labios:

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos crucifiquen la enfermedad y


los dolores del cuerpo; te amaremos más todavía, Señor...
(Todos)

Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos torturen las angustias, los
tedios y las grandes tristezas; te amaremos más todavía, Señor...

Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos asedien penas y muy hondas,
penas secretas, y que entonces nos sintamos abandonados y solos; te
amaremos más todavía, Señor.

Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos laceren el alma penas de


hogar y aquellas espinas que redimen a los mismos que nos las hacen sufrir; te
amaremos más todavía, Señor.

Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que la tormenta rompa lazos muy


fuertes o que nos desengañen los mejores amigos; te amaremos más todavía,
Señor.
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos fustigue y purifique el rigor


de la justicia, siempre buena y misericordiosa; te amaremos más todavía,
Señor.

Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que el vendaval eche por tierra


nuestros proyectos y cuando nos hagas beber el cáliz amargo de la injusticia
humana; te amaremos más todavía, Señor.

Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!

(Pausa)

Nos acercamos ya al final de la Hora Santa. ¡Oh! Aprovechemos los


instantes que todavía nos quedan, acerquémonos a Jesús sin temor, nuestro
puesto es el de Juan en la última Cena... No perdamos ni una gota del cáliz de
su Corazón, que nos ofrece fuego divino y luz del cielo.

Falta de celo
Voz de Jesús. “Sitio”, me abraso, amigos queridos, ¡oh!, me abraso en una
sed ardiente, devoradora, que podríais apagar vosotros con un celo ardiente e
inmenso por mi gloria...

Recordad y ponderad los tesoros inapreciables que os he confiado con


largueza inagotable... Y ¿dónde están, amigos míos, los intereses de ese
capital sagrado?... ¿Dónde los intereses sacrosantos de mi gloria?... ¿Queríais
saldar la cuenta y cancelar la deuda de amor que me debéis?... Pues entonces a
la obra todos... ¡Oh, dadme almas, muchas, muchas almas!... ¡Sitio!...

¿Queréis, con voluntad generosa, reparar los crímenes de tantos


desdichados y, al mismo tiempo, reparar vuestros propios pecados?... Pues
entonces, a la brecha todos, sí, todos, y con denuedo de caridad, trabajad en
extender y afianzar el reinado de mi amor... ¡Sitio!...

¿Tenéis verdadero interés de amor, en que mi Corazón sea más vuestro


todavía... querríais estrechar el lazo de nuestra amistad, obligándome así a
enriqueceros con una nueva y mayor efusión de gracia y de misericordia?...
Pues convertíos todos sin demora en los apóstoles de fuego de mi Sagrado
Corazón... ¡Sitio!...

Dadme almas, infinitas almas en retorno del amor inmenso y gratuito que
predestinó las vuestras... No penetráis, no meditáis bastante, los deseos
vehementes que tiene mi Corazón de servirse de vosotros los amigos para
distribuir sus tesoros... Prometedme en esta Hora Santa que seréis en adelante
los dóciles instrumentos de que Yo me valga para atraer, con fuerza
irresistible, las almas, las familias y la sociedad entera a mi Divino Corazón...

Que si alegarais vuestra incapacidad para desempeñar una misión de tanta


gloria, volved los ojos al campo de los enemigos y confundíos... Tomad
ejemplo del celo que el odio les inspira... ¡Ah, ellos jamás alegan su
incapacidad, jamás!... ¡Cómo!... ¿Se encontrarían ellos capaces y dispuestos
para prepararme un Calvario, y vosotros no lo estaríais para convertir ese
Calvario en un Tabor?... ¡Si supierais tan sólo el océano insondable de favores
que reservo a los apóstoles celosos de mi Sagrado Corazón! Sabedlo: todos
sus tesoros infinitos de omnipotencia y de ternura, os pertenecen, todos...
Venid, pues, acudid presurosos, hacedlos vuestros y distribuidlos entre los
pobres y los hambrientos, dadlos con largueza a los ignorantes, a los ciegos, a
tantos infelices que nunca recibieron lo que recibisteis vosotros, que jamás
supieron, que jamás oyeron lo que estáis aprendiendo ahora de mi boca... ¡No
saben ellos cuán bueno soy, porque soy Jesús!... Id a decírselo... Recordad que
esos mala-venturados son hijos míos; son, pues, hermanos vuestros... ¡Oh!
Tenedme piedad en la persona de esos vuestros hermanos que están a punto de
perecer...

Qué... ¿Querríais acaso que, no encontrando encendido vuestro celo, acuda


a otros que comprendan mejor los secretos y los intereses de mi gloria?...
¡Sitio! El tiempo apremia, pues ha sonado ya la hora solemne de mi gran
misericordia..., la hora prometida del triunfo y del Reinado Social de mi
Divino Corazón en la omnipotencia de su amor... Sí, lo prometí yo mismo y
sabré hacer honor cumplido a mi palabra... El mundo, con sus afirmaciones
fatuas, con sus palabras huecas, pasará, pero mis palabras y promesas no
pasarán jamás... Yo soy la fidelidad misma. Yo soy el Rey de amor...

¡Sitio!... Tengo sed de ser amado... Tomad, pues, del horno encendido de mi
pecho, las centellas de apostolado, e id todos, id resueltos a conquistar el
mundo, incendiándolo en mi caridad... Sembrad, ¡oh!, sembrad la doctrina tan
poco comprendida de mi amor..., sembrad ese fuego...

¡Sitio!... Tengo sed de ser amado; amadme vosotros, mis amigos, con amor
apasionado, amadme con amor inmenso y conseguid que muchos otros me
amen también como Yo los he amado. Oídme, amigos, reparadores y
apóstoles; os confío mi Corazón, os lo doy con sus tesoros y su gloria; sabed
que quiero reinar por la omnipotencia de mi amor... “¡Sitio!”...

(Respondamos a tan hermosa e irresistible invitación con una última


plegaria, dicha con el fuego que Jesús acaba de prender en el corazón de sus
amigos, los que desde hoy serán apóstoles celosos de su Sagrado Corazón).

Oración Final. Rey de amor y de misericordia, Jesús amado, apoyándonos


en las promesas que Tú mismo hiciste a Margarita María, en favor de las
almas consagradas a tu Sagrado Corazón, te suplicamos en esta hora decisiva
que afiances el Reinado de tu Corazón adorable... Dígnate, Señor, interesar
más y más en esta causa de tu gloria a los ministros de tu altar y a todos tus
apóstoles... ¿Cómo podríamos, Jesús, llamarnos tus amigos y desentendernos
de tu gloria?... Te pedimos, pues, Señor, en especial una bendición de
privilegio para la Cruzada que te entroniza en los hogares, que pregona tu
Realeza social e íntima, obra que, con la bendición de tu Iglesia, ha
conquistado ya tantas almas, devolviéndola a tu amante Corazón... Haz que
esta obra sea en todas partes el grano de mostaza, convertido pronto en árbol
gigante y frondoso, a cuya sombra bienhechora se cobijen, en todas las
latitudes de la tierra, millares de familias que en penas y alegrías entonen al
Corazón del Rey-Amigo un himno de perenne amor...

Bendice, Jesús, con especial ternura esta empresa, a fin de que ella realice
plenamente las peticiones que Tú mismo hiciste en Paray-le-Monial; bendícela
con tanta largueza, Jesús, que ella te fuerce dichosamente a cumplir con
nosotros, tus apóstoles, aquellas palabras tuyas tan consoladoras: “¡Yo quiero
reinar por mi Sagrado Corazón, y reinaré!”.

Bendice este apostolado con gracias de fecundidad, Jesús amado, y haz que
los depositarios de la autoridad en la Iglesia bendigan y alienten esta Cruzada,
ya que por ella bendecirás especialmente las almas consagradas que
promuevan el Reinado de tu amor.

¡Señor, tu gloria es nuestra sola gloria; tus intereses, nuestros únicos


intereses: tu amor, nuestro amor supremo, porque según tu gran misericordia,
tu Corazón es centro, corazón y vida nuestra!

Y para reforzar nuestra humilde petición, te suplicamos por la Virgen


Inmaculada, Reina de los hogares consagrados; por Margarita María, tu
confidente y discípula tan amada; por las plegarias, sacrificios y el celo
ardiente de tus apóstoles, que te dignes realizar, Señor, en nosotros y por
nosotros las incomparables promesas de tu Sagrado Corazón... Reconocemos
que somos pobrecitos, pero así y todo, dígnate aceptarnos como instrumentos
de buena voluntad en el cumplimiento de los designios de tu amor
misericordioso.

Te prometemos en cambio nosotros, Maestro adorable, ser, por cuantos


medios están a nuestro alcance y en toda ocasión y lugar, los apóstoles de la
Cruzada que predica como una Redención, en esta hora sombría, tu Realeza
social: ¡oh, Jesús, la Realeza de tu Divino Corazón, que pide reinar por el
amor!

¡Gracias, Señor Jesús! ¡Oh, gracias por la vocación de gloria inmerecida al


constituirnos, a pesar de nuestra pobreza, los dispensadores del amor y de la
gloria de tu Corazón misericordioso!...
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

(Aclamaciones)

(Dos veces y en voz alta)

Creemos, Jesús, en el triunfo de la Cruz.

Creemos, Jesús, en el triunfo de tu Eucaristía.

Creemos, Jesús, en el triunfo de tu Iglesia.

Creemos, Jesús, en el triunfo de tu Sagrado Corazón.

Reina, Señor, a pesar de Satán.


(Cinco veces)

¡Corazón de Jesús: venga a nos tu reino!

(Cántese al final un himno al Corazón de Cristo-Rey).


Hora Santa V
Marzo
y víspera del Corazón Inmaculado de María.

Te adoramos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con los nueve


coros de tus ángeles, que te ensalzan en el Paraíso.

Te bendecimos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con las legiones


de serafines y de santos que te adoran en tu solitario Tabernáculo.

Te glorificamos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión de amor y de


reparación ferviente con María Inmaculada y Reina del cielo en las alturas, y
la Soberana del cielo terrenal de tus Sagrarios... ¡Oh, sí, en unión con Ella
sobre todo, venimos a cantar, Jesús, tus misericordias infinitas y a llorar tus
agonías místicas, los pecados de ingratitud del mundo y tus soledades en la
Hostia!

En unión con Ella, queremos en esta Hora Santa recorrer la Vía Dolorosa,
para convertirla, con las glorias de la Inmaculada y con nuestros consuelos, en
el camino de tus victorias, y para hacer de tu Calvario el Tabor de triunfo de tu
adorable Corazón.

Jesús amado, después de veinte siglos, no te conocemos todavía lo bastante


en tu Santa Eucaristía; perdona y acepta en desagravio la visión amorosa de
María, las adoraciones extáticas de su Corazón de Madre...

Jesús benditísimo, no obstante tus larguezas y las maravillosas invenciones


de tu ternura, no te amamos aún con la generosidad sin límites con que
debiéramos corresponderte... Perdona y acepta, en compensación de nuestra
frialdad, los fuegos divinos que abrasaron las entrañas y el alma de María el
día de la anunciación venturosa.

Jesús-Hostia, amor de nuestros amores, vida de nuestra vida, aparta tus ojos
hermosísimos de nuestros culpables desvíos, de tantas tibiezas, de tantos
desmayos en nuestros propósitos de virtud, en nuestras promesas de santidad...
y perdona en obsequio a la Madre, cuyo Corazón Inmaculado te ofrecemos en
reparación de caridad y en homenaje de la más cumplida y fervorosa
adoración.
Jesús divino, en honor, pues, de la Inmaculada, en agradecimiento a los
cuidados de la Virgen, en obsequio a la encantadora Nazarena, te rogamos,
Señor, que olvides los incontables olvidos de tu ley en que han incurrido estos
hijos tuyos, que vienen a llorar sus faltas y las de tantos hermanos culpables
en el cáliz de oro del Corazón de María.

Recoge en él nuestro llanto de arrepentimiento y prométenos reinar, Jesús,


con más intensidad de fe, de amor, de humildad y de pureza en nuestras almas,
en nuestras familias, en la sociedad entera, por el amor y los martirios de la
Virgen Madre...

(Pausa)

(Decidle a Jesús en silencio elocuentísimo que le amáis mucho, pero que


deseáis amarlo más, inmensamente más todavía, en respuesta a su Corazón,
que solicita los nuestros. Pero ya que nuestra pobreza es tan grande,
ofrecedle el don incomparable, casi divino, del Corazón de María... ¡Ah!, y
pedidle a Ella que al ofrecerse por nosotros en esta Hora Santa, nos consiga
la gracia inapreciable de amar con santa pasión y de hacer amar con celo
infatigable al Corazón de su Hijo Salvador).

Voz de María. Nadie más que Ella tiene ciertamente el derecho de hablar
de las intimidades del Corazón de Jesús y de sus propias angustias redentoras.
Escuchémosla con filial cariño:

“Yo soy, desde el día de la anunciación del ángel, la madre del Amor
Hermoso, y quiero que las almas se abrasen en las llamas de mi caridad... En
esta hora mil veces sublime y venturosa, desde el 25 de marzo, en que Jesús y
yo formamos una sola corriente de vida, pensé en vosotros, que me llamáis
vuestra Madre... y decís verdad, porque lo soy...

(Lento y cortado)
Como tal he gemido, he sollozado, hijos míos, quemando con mis lágrimas
ardientes las mejillas de Jesús Infante, en Belén inolvidable... Al arrullarlo
entonces, al contemplarlo Dios e Hijo mío entre mis brazos, al besarlo en su
frente divina, yo le ofrecía, previendo con entera certidumbre el deicidio de
siglos y más siglos, que destrozaría, con dardo de pecado, el Corazón de
vuestro Salvador. Yo, su Madre, lo levantaba en alto al Padre, rogándole, con
martirios del alma, lo aceptara por la redención de los hijos ingratos...

(Cortado)

Besé sus manos, que me acariciaban, y marqué sus llagas con mis besos.

Puse mis labios en sus pies, reparando de antemano con mis ósculos las
heridas de los hierros inclementes...

Ungí su frente con mis lloros y, sobre todo, puse mi cabeza, torturada con
pensamientos de agonía, y luego mi boca, abrasada de sed de más amor, en su
Costado ardiente, celestial... Y en ese Getsemaní de deliciosas amarguras, ahí
Jesús y yo, su Madre, resolvimos, amando y padeciendo, la resurrección de
tantos pródigos del hogar, de tantos renegados de la Cruz y del altar”...

(Pausa)

¡Oh, noche de paz y de tortura salvadora la que envolvió en sus tinieblas la


cuna de Jesús! Extática y de rodillas, María velaba el reposo del Niño, del
Eterno, y meditaba en otro Belén, con otra cuna de reposo aparente y de
perpetuo sacrificio: el Sagrario, contemplado en lontananza... A través de los
siglos, veía la Virgen amante y dolorida ese portal permanente, indestructible,
donde Jesús Infante nacería millares de millones de veces entre las sombras de
un altar humilde, para ser aprisionado en seguida en la cárcel inerte, pero
dulcísima, de incontables tabernáculos... En cada uno de ellos el Dios-
Prisionero, Jesús, infinitamente pequeño, sigue dormitando, mientras su
Corazón Divino vela sobre nosotros y mientras, sobre su Cuna-Sagrario vela
la Reina de sus amores, la Virgen María.

(Pausa)

Las almas. ¡Oh, sí, Jesús-Eucaristía, al lado del dorado copón que te
aprisiona está tu Madre; ella te nos regala en esta Hostia Sacrosanta!
Bendícela, Señor, en nuestro nombre, ya que Tú también le debes el haber
realizado tu anhelo de encontrar tus delicias entre los hijos de los hombres...
Cántale con los ángeles de tu Santuario, ensálzala con los ángeles de tu
Paraíso, glorifícala, con los hijos, con los desterrados que la llaman su Madre,
gimiendo en este valle de lágrimas. ¡Ah! En obsequio a ella, a quien no puedes
negarle nada, danos, Señor, el reinado de tu Corazón en tu Santa Eucaristía.
No quieras permitir que queden defraudadas tus esperanzas y las de tu Madre,
siempre omnipotente en la causa de tu gloria.

(Cortado y vehemente)

Reina, Jesús Sacramentado, entre los afligidos, como un consuelo, en aquel


Pan consagrado de cada día, que nos da la Reina de los Dolores.

Reina, Jesús Sacramentado, entre los niños como un valladar de inocencia


perfecta y de candor, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la
Reina de las Vírgenes.

Reina, Jesús Sacramentado, entre los pobres y desamparados, como un


aliento en tantas penalidades, mediante aquel Pan consagrado de cada día que
nos da la humilde Reina de los pastores de Belén.

Reina, Jesús Sacramentado, entre los sacerdotes, como un fuego en amor de


santidad y celo, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la
Reina de los Apóstoles.
Reina, Jesús Sacramentado, en los hogares, como virtud de fe vivísima en
las almas de los padres y los hijos, mediante aquel Pan consagrado de cada día
que nos da la Reina del edén de Nazaret.

Reina, Jesús Sacramentado, en el Episcopado, en tu Vicario, en tu Iglesia,


con un Pentecostés de caridad abrasadora, mediante aquel Pan consagrado de
cada día, que nos da la Reina omnipotente del Cenáculo.

Jesús amabilísimo y adorable del Belén de los Sagrarios, paga los desvelos,
los ósculos de ternura, los abrazos, las lágrimas de tu Madre, sus deliquios de
amor junto a tu cuna pajiza, coronando a María Inmaculada, con las glorias y
los triunfos de tu Corazón Sacrosanto.

(Pausa)

Quejas de María. Su voz doliente es la de una Madre cruelmente herida,


que pide compasión a los hijos fieles, por la decepción de los otros..., de los
pródigos, que en el mismo hogar, oprimen con amarguras su Corazón
santísimo.

La historia de Jesús de Nazaret no es historia antigua; es, hoy día, una triste
historia de dolores que cercan al hijo y a su Madre con el mismo vallado de
agudísimas espinas...

Que nos hable la Virgen dolorida:

“Una tierra extraña, una tierra de gentiles, de enemigos, brindó un asilo a mi


Hijo-Dios allá en Egipto... El desierto mitigó sus ardores y sus oasis tuvieron
manantiales y refrigerios que nos negaron los ingratos, los preferidos
nazarenos... ¡Ay, cómo hirió el Corazón de vuestro Dios ese desdén de
soberbia, esa envidia enconada de los de su propia casa! Ahí donde hubieran
debido aclamarlo batiendo palmas, tramaron con ira en su contra, y buscaron
piedras para ultimarlo, y un horrendo abismo para despeñarlo con su gloria...
Lloramos juntos, Jesús y María, los desvíos de los nuestros, el desprecio altivo
e injurioso de aquel Nazaret de tantos y de tan suavísimos recuerdos... La
soledad nos hizo silenciosa compañía. Y el odio nos tejió, en ese terruño de
ternuras, nuestra primera corona de espinas... Ahí donde yo, su Madre, le
contemplé, Niño y adolescente encantador entre las flores y las ovejitas de esa
hondonada perfumada, ahí donde canté su hermosura divina, a coro con los
ángeles, lo vi maldecido, y hube de llorar el desconocimiento con que Nazaret
rechazó al manso Redentor... ¡Ay!, su pena y la mía se ahondaban, pensando
en las edades por venir, previendo que tantos hijos desdichados, que tantos
cristianos soberbios y renegados, desconocerían a su vez, en el seno mismo de
Israel y de la Iglesia, la ley de gracia y la verdad del Señor Jesús. ¡Oh, sí!, los
vio huyendo del cercado del Pastor, lejos y olvidados del hogar del Padre
celestial...

Vosotros, hijos míos, porque sois los hermanos menores de Jesús, mi


Primogénito, y que habéis venido en busca de su Corazón Divino consoladlo
en su desamparo... Tomad mi amor, mis finezas y mis sacrificios y ponédselos
en el ara del altar, como un holocausto de reparación cumplida. Vuestra Reina
os pide para Él una íntima plegaria... Yo, la Inmaculada, la Virgen-Madre,
quiero repetirla con vosotros...”.

(Digámosla en unión con María)

(Lento y cortado)

Las almas. ¡Jesús de Nazaret, retorna y queda encadenado, como Rey,


entre nosotros! No cedas, mil veces no, al clamor de un mundo malo, que te
arroja o te hiere con desprecio de altivez satánica... Retorna y queda
encadenado, como Rey, entre nosotros... Serán muchos, Señor, los que
maldigan tu nombre y nieguen tu Evangelio; pero, mira, estamos tan resueltos,
somos tan tuyos los que te suplicamos, que no te vayas jamás, jamás, de
nuestro lado; retorna, pues, y queda encadenado, como Rey, entre nosotros...

¿Qué haría el mundo sin Ti, que eres su paz; sin Ti, que eres su cielo? ¿Qué
haría, sino gemir entre cadenas por haberte desterrado siendo Tú su libertad?...
Los desgraciados que así pudieron ofenderte, no han sabido lo que han hecho,
perdónalos... Salvador benigno, retorna y queda encadenado, como Rey, entre
nosotros... ¡Ah! los mismos que, como los nazarenos ingratos, te arrojaron de
tu suelo y de tu casa, extrañarán un día el calor de tu Corazón, que salva y que
perdona; recordarán que Tú, que sólo Tú, has dicho la verdad, enseñado la
justicia y prodigado la misericordia... Y entonces, muchos de esos mismos te
llamarán y te rogarán con lágrimas que vuelvas... Retorna, Jesús, retorna
entonces perdonando, y queda para siempre encadenado, como Rey, entre
nosotros. Sí, para siempre; no te vayas, no nos dejes jamás... Maestro; por eso
venimos en nombre de todos los ingratos de la tierra, y para ellos y nosotros te
pedimos:

(Todos en voz alta)

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Venimos a buscarte en nombre de muchos enfermos del alma, de muchos


que vacilan entre dos abismos: el del pecado y el del infierno, y para ellos y
nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Llegamos a tus pies en nombre de los agonizantes, que en la vida te


insultaron, que en su juventud te hirieron y olvidaron... Pobrecitos, necesitan
clemencia infinita; y por esto, para ellos y nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Nos acercamos a tu Sagrario en nombre de tantos padres que han olvidado


sus deberes para contigo, en nombre de tantas madres que padecen de amarga
incertidumbre por el porvenir eterno del esposo y de los hijos; para ellos y
nosotros te pedimos:
Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Hemos venido, llenos de confianza en tu misericordia, a pedirte, sin


vacilaciones, grandes prodigios y aquellos milagros de ternura, prometida a la
Hora Santa y a la Comunión frecuente y cotidiana; venimos a pedir tu reinado
en la conversión de muchos y de grandes pecadores; para ellos y nosotros te
pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Aquí nos tienes, Señor, traídos por tu Madre; inspirados por Ella, venimos a
pedirte por las almas buenas, por tus Apóstoles, por el sacerdocio, por los
corazones que te están consagrados y que te hicieron promesa de vivir en
santidad...; para ellos y nosotros te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.

Y, en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!, venimos en demanda del triunfo


grande, universal, decisivo, de tu Corazón en tu santa Iglesia, en tu Eucaristía,
en tu Evangelio, en tu Vicario. Para los niños y gobernantes, para los ricos y
los pobres, para los cristianos, los herejes y los gentiles, para todos, Jesús, para
todos, y en especial para nosotros, tus amigos, te pedimos:

Tu Corazón Divino, Señor Jesús.


Dánoslo hoy, Señor, en nombre y por amor al Corazón de María
Inmaculada...

(Pausa)

Enseñanzas de María. Una Hora Santa es una solemne meditación de


amor que lleva a Jesucristo... ¿Qué camino puede llevarnos a Él que no sea el
de María, su dulce Madre? Y en estos días en que nos rodean tinieblas tan
espesas de ignorancia y de pecado, pongamos atento el oído a las
insinuaciones de esta amable soberana. Que nos enseñe, pues, los peligros del
desierto. Ella, que le atravesó llevando sobre su pecho virginal, sano y salvo,
al Hijo de su Corazón Inmaculado... Oídla...

“¡Hijos de mi amor y de mis angustias, escuchadme: No hay sino un mal


grave imponderable, sólo uno, y es perder a Jesús, cuyo Corazón es la vida, el
amor y el Paraíso!...”.

Yo, su Madre, lo perdí, durante tres días en Jerusalén, y mi alma padeció


agonías inenarrables. ¡Ay!, saberlo ausente...; vivir a distancia de Él, no verlo,
no sentirlo, no poseerlo, después de haberlo estrechado sobre el corazón,
después de haberlo visto sonreír y llorar, después de haberle entregado toda el
alma en un beso de cariño, ¡qué suplicio horrendo!...

Mas ¿qué podré deciros si os cuento los dolores de mi alma maternal,


destrozada en la tarde del Jueves Santo con la suprema despedida?... ¿Ni qué
dolor superó jamás a mi dolor, cuando, el amanecer del Viernes Santo, me
trajo la visión de sus ignominias, de su flagelación y de sus escarnios?...
Sangre y espinas, y blasfemias y odio y gritos de muerte; tal fue el cuadro de
desolación infinita que Dios Padre quiso poner ante mis ojos de Madre, la más
triste y dolorida de todas las madres de la tierra... Decid, vosotros que me
amáis, decidme en esta Hora Santa, si es posible, si conocéis un dolor
semejante a ese dolor...

Hijitos míos; no queráis saber jamás cuán mortal es esa angustia. Jesús es
vuestro; yo, María, os le he entregado; es enteramente vuestro; no queráis
jamás, jamás, perderle por la culpa grave. Los que habéis conservado todavía
la pureza bautismal, la inocencia, ¡oh!, no le lastiméis con la cruel lanzada del
primer pecado mortal, que desgarra el Costado del amabilísimo Jesús.

¡Esa primera hora de orgullo, de placer, en contra de su ley; ese primer


pecado grave, atraviesa con dardo de fuego su Corazón ternísimo! Pero... si
hubierais ya caído, si os hubierais manchado, yo os conjuro a que lavéis con
lágrimas esa afrenta quemante del rostro de Jesús... Recobradlo, hijos míos;
venid donde Él, venid pronto, abrazaos a sus pies y no lo dejéis ya más... ¡Os
ama tanto!... ¡Amadlo!...

(Y en especial oídme vosotras, madres de un hogar, que debe ser el templo


santo de Jesús, cuidad que el esposo y que los hijos no pierdan, por tibieza
vuestra, la compañía deliciosa de mi Hijo-Dios.

Que reine siempre en ellos...

Sí, que se quede, eternamente con el padre, con la madre, con los hijos del
hogar cristiano que lo adora; que se quede en los días de invierno y de pesar
en las horas de primavera y de alegría...).

Almas queridas, aferraos con pasión divina a Jesucristo, dejad que Él os


encadene para siempre, sobre el Corazón, entre sus brazos... ¡Ah, no lo perdáis
jamás!...

(Digámoselo nosotros mismos al Señor Sacramentado).

Las almas. ¡Jamás te abandonaremos, Jesús, con el auxilio de tu gracia y de


tu Madre, jamás! ¡Pero como nuestra fragilidad es tanta, te rogamos, Salvador
amado, que no nos dejes de tu mano, que Tú también te aferres a nosotros, por
tu gran misericordia...!
(Lento y cortado)

Corazón de Jesús, no nos dejes en la vorágine de tentaciones que nos


asedian, como fieras hambrientas del infierno; no consientas que nosotros te
perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en las grandes debilidades del corazón


humano, tan propenso a las seducciones del amor terreno; no consientas que
nosotros te perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en la desesperación de nuestros males,


porque Tú bien sabes que ciertos sufrimientos agostan, enferman de muerte el
alma; no consientas que nosotros te perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en las desolaciones y soledades en que, con


frecuencia, nos abandonan las criaturas que no saben amar, como Tú amas, y
que son indiferentes a nuestras penas o no pueden aliviarlas...; no consientas
que nosotros te perdamos.

Corazón de Jesús, no nos dejes en el abismo de nuestras constantes


recaídas, en aquellas postraciones de nuestra endeble voluntad, tan tornadiza,
en el propósito de amarte con verdadero sacrificio; no consientas que nosotros
te perdamos.

(Breve pausa)

Por amor de la Virgen Madre te conjuramos a que permanezcas, Jesús,


siempre a nuestro lado, no quieras jamás dormir durante la borrasca, en la
barca tan frágil de nuestro pobrecito corazón, que hoy día te ama.

(Todos en voz alta)


Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los momentos de amargura:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los días de debilidad moral:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los momentos de vacilación e incertidumbre:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En las horas de hastío y de cansancio:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En las ocasiones tan frecuentes de olvido de nosotros mismos:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.


En los días de desaliento en tu servicio:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En las horas de fragilidad y de caída:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los momentos de duda peligrosa o de temible ilusión.

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En los días de enfermedad y en los peligros de muerte:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

En nuestros postreros instantes, en las convulsiones de la suprema agonía:

Corazón de Jesús, en ti confiamos.

Jesús, amor de nuestra vida y amor de nuestros amores, confiamos nuestra


existencia, nuestras tribulaciones y la esperanza final de nuestro cielo, en tu
benigno, en tu dulce, en tu misericordioso Corazón...
Dolores inenarrables de María. Sus agonías fueron más amargas y más
hondas que el océano; las lágrimas de su alma virgen, maternal y mártir, si se
convirtieran en luz, formarían muchos soles... Que Ella nos lo diga. ¡Háblanos
tú, María, Reina de los mártires!...

“Mis dolores son inenarrables, porque no son míos; son las agonías del
Corazón de mi Jesús que inundan, como un mar embravecido, mi corazón de
Madre... Es el dolor infinito de un Hijo-Dios, el que ha torturado mi alma con
aflicciones sin medida... ¡Y cómo no iba a ser así cuando he visto bañado en
sangre, cubierto de baldones, vejado con maldiciones, pisoteado por los
soberbios, escarnecido por el fango de los caminos a mi Señor, al Hijo de mis
entrañas, a mi Dios y mi todo!... Lo he visto a través de mis lágrimas; lo he
visto, por iluminación de lo alto, en la Vía, perpetuamente dolorosa de siglos y
más siglos, siempre jadeante, siempre desolado y triste, bajo el madero infame
de todas las perfidias... Lo he visto en lontananza, concluida su vida terrena y
la pasión de su Calvario; lo he visto arrastrado siempre por las turbas,
despojado de su realeza, coronado de espinas, burlado en su soberanía,
escupido en aquel rostro que es el encanto de todos los bienaventurados... Lo
he visto, hijos míos, en la cuesta de ese Gólgota perpetuo, seguido por los
hipócritas, por los impuros, por los sacrílegos, por los traidores, por los
blasfemos, y todos, con ira en el alma, con hiel en las palabras, lo insultaban, a
Él, que bendecía entre sollozos y que perdonaba agonizando... Lo he visto ¡oh
dolor!, buscando con la mirada, desde millares de Sagrarios empolvados,
desde la prisión del Tabernáculo, casi siempre solitario, buscando en la
distancia los ojos del amigo, del hermano, de la esposa, del consolador y del
apóstol; y ¡cuántas veces, cuántas, no ha encontrado sino el silencio, el olvido
y la soledad de un hielo, que ha renovado la profunda herida de su pecho
destrozado!... ¡Ah, y lo he visto morir, y morir inútilmente, estérilmente para
tantos infelices pecadores, para tantos hijos renegados de su Templo, de su
Cruz y de su Ley!...

Por lo menos, vosotros, sus amigos, que traéis el lienzo de pureza y de


cariño de la amantísima Verónica, vosotros, que lo conocéis de cerca, subid
conmigo, Su Madre, subid hasta su Costado abierto, y ponedle ahí, en un beso
apasionado, el alma, enardecida en viva caridad. Venid, lloremos juntos tanta
desventura; venid, y amemos en nombre de un mundo que le dio la muerte con
la apostasía de perversa ingratitud...”.
(Pausa)

(No olvidemos; la historia de la horrenda noche del Jueves Santo, del


pretorio, de la Vía Dolorosa, es historia escrita hoy con caracteres de culpa
deicida y es culpa nuestra. Pecaron nuestros padres, pecaron los verdugos, y
nosotros seguimos recayendo en el pecado. ¡Ea!, reparemos y lavemos, si
preciso fuera, con sangre, nuestra propia afrenta. Digámosle a Jesús
Sacramentado una palabra de amoroso desagravio).

Las almas. Señor, acuérdate que dijiste que habías venido a dar la vida y a
darla con superabundancia inagotable; te pedimos, por María Inmaculada y
por tu Corazón piadoso:

(Todos en voz alta)

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que dijiste que habías venido en busca de las ovejillas
descarriadas de Israel; ¡ah!, no las desampares entre las espinas del camino
extraviado; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que prometiste celebrar en el hogar de tus ternuras la


llegada del pródigo arrepentido, con cantares y festejos de ángeles; te
pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que, invitado a la mesa de tus enemigos, de los pecadores,


aceptabas el convite para conquistarlos, en seguida, con palabras de ternura y
de esperanza; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón
piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate que buscaste siempre con marcada preferencia a los más
caídos, y que Magdalena, la Samaritana, el Buen Ladrón y tantos culpables,
saborearon la suavidad infinita de tu Evangelio; te pedimos, pues, por María
Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.

Señor, acuérdate, por fin, en tu vida de Hostia redentora, que perdiste la


vida terrena por perdonar al hombre, y que expiraste convidando al cielo de tu
Padre a un dichoso desdichado que endulzó tu agonía y compró tu Paraíso con
una sola palabra de arrepentimiento humilde; te pedimos, pues, por María
Inmaculada y por tu Corazón piadoso:

Que no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.


Que así sea, Jesús, en especial para aquellos que han sabido consolarte en la
Comunión Reparadora y en la bellísima plegaria de la Hora Santa. Cumple
con ellos y los suyos tus promesas de misericordia.

(Pausa)

Triunfos de Jesús y Glorias de su Madre. El hijo de María es Dios en su


muerte y debe ser Dios en su triunfo. Los resplandores que cubren el sepulcro
despedazado, envuelven su Cruz, su Iglesia, su Tabernáculo y glorifican a la
Virgen María.

Pero ese triunfo del Señor Crucificado, es un triunfo secreto y misterioso, es


una victoria, íntima como la gracia y como las almas... Así es cómo ese Dios,
realmente presente, pero oculto en esa Hostia, va dominando todas las
tempestades del infierno... todas mueren ante el humilde Sagrario.

Y esa gran victoria, inamovible, eterna, es también la victoria y la


exaltación de la Mujer purísima de María Inmaculada, unida a Él como en las
supremas angustias del Corazón del Hijo, en las inefables alegrías de su gloria
y de su triunfo.

Terminemos, pues, esta Hora Santa con una plegaria de alabanza y con un
hosanna de júbilo.

Las almas. Jesús adorable, ya es llegado el tiempo en que veamos


convertido tu altar en el Tabor de tus glorias, pues con este fin revelaste a
Margarita María las magnificencias de tu victorioso Corazón... Tu Vicario y el
sacerdocio, encendidos en nuevo celo; tu Eucaristía, amada y recibida con la
vehemencia de un amor inusitado; la práctica de la Hora Santa; la
consagración de los hogares, convertidos en tus templos, todo, en fin, ¡oh,
Dios Sacramentado!, todo nos está diciendo con idioma elocuentísimo que el
lábaro de tu Corazón avanza, recuperando el mundo que derramó tu sangre...
Afianza, pues, Señor, tu reinado, y avanza más y más, ¡oh, Rey de los
amores!, te lo rogamos en nombre de María Inmaculada, en cuyos brazos te
encontramos siempre asequible y siempre a nuestro alcance.
Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona,
pues, y derrama por el mundo entero las gracias prodigiosas con que alientas y
confirmas esta sublime devoción; por el Corazón Inmaculado de María:

(Todos)

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona,


pues, y dilata hasta los últimos confines de la Tierra el fecundo aliento de
regeneración cristiana que ofreces a las almas en este amor incomparable; por
el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona,


pues, y afianza la realeza de tu suavísima ternura en el hogar, en todas las
familias que te están diciendo que eres su paz y su cielo anticipado; por el
Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona,


pues, y alienta a los apóstoles que anhelan coronarte con diadema de almas, de
muchas almas pecadoras, conquistadas con tu caridad infinita, inagotable; por
el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.


Corazón de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona,
pues, y cumple con tu Iglesia las solemnes promesas de victoria hechas a
Margarita María, como bendición y recompensa de este querido y fecundo
apostolado; por el Corazón Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Corazón de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona,


pues, y, en obsequio a la Virgen Madre, da a los trabajos y a las palabras de
tus apóstoles la virtud irresistible de entronizarte dondequiera que haya un
alma o un hogar que necesiten de tu gran misericordia; por el Corazón
Inmaculado de María:

Venga a nos tu reino.

Sí, establécelo, Señor, en la familia, en el pueblo, en el gobierno, en la


enseñanza, ¡reina por tu Corazón Divino!

Te conjuramos por las lágrimas de tu Madre... te lo exigimos por el honor


de la Virgen Inmaculada, ¡reina en el mundo y en la Iglesia universal, reina
por tu Sagrado Corazón!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


VI
Abril
En una Hora Santa como ésta, hora de silencio y de plegaria íntima, confió
Jesús-Eucaristía los anhelos de su Corazón a Margarita María, su primer
apóstol. ¡Oh!, qué momento de ventura, qué solemne instante aquél, en que la
tierra volvió a resonar con la súplica ardorosa del Dios-Hombre, que,
gimiendo, mendigaba amor... Sí, pedía amor, y ofrecía en pago, no los tesoros
ya entregados en la Cruz..., regalaba, en esa noche radiante y deliciosa más
que el cielo, nos entregaba su adorable Corazón...

Cristianos fervorosos: ¡Hosanna en las alturas!... ¡Él nos pertenece desde


entonces por entero!...

Almas reparadoras: ¡Hosanna acá en la tierra!... ¡Él es nuestro en la vida y


será nuestro más allá de los umbrales de la muerte!...

Oremos, hermanos, y si lo amamos, levantemos un clamor de fe y de


caridad, roguémosle nos descubra, en esta Hora Santa, las ansias vehementes
de su apasionado Corazón... “Revélanos, Señor Jesús, a tus amigos,
descúbrenos aquí, como a tu dichosa confidente los anhelos, los propósitos de
triunfo que encerraste en esta prodigiosa devoción.

Di, Señor, ¿qué pides?... Habla sin tardanza, reclama con imperio, exige...,
pues ya ves cómo esperamos sedientos tu palabra... Somos tus consoladores...,
queremos ser el nido blando en que descanse tu cabeza destrozada; y
acéptanos, como a Gabriel, de aliento y de sostén en tu agonía redentora...
Míranos, Señor, como miraste a la Verónica, pues nuestras almas deben ser el
lienzo de pureza que recojan tus hermosas lágrimas... Aquí estamos los
fidelísimos, los resueltos, que hemos querido velar una hora con tu Corazón
agonizante... Habla, Jesús Sacramentado, ya que todos éstos que rodean el
Calvario del altar solicitan, como el Cireneo, el premio anticipado de llevar tu
Cruz.

Corazón Divino, cuéntanos en este instante de divina confidencia tus


ambiciones de reinado, confíanos tus anhelos de victoria... Ordena, Jesús, que
muramos por tu amor, y moriremos. Háblanos por esa herida del Costado, que,
desde hace ya tres siglos, está venciendo con ternura y con perdón al mundo...
Que no nos hablen otros... háblanos Tú, Jesús-Eucaristía, y viviremos...”.
(Pausa)

(Pedidle gracia para escuchar su voz divina)

Voz de Jesús. Acércate, alma querida, soy Yo, no temas... No traigo


majestad que te espante... vengo pobre, me llego a ti desamparado... no tengo
en este instante más resplandores de gloria que mis llagas, ni más tesoro que
este Corazón que te ha querido tanto... Soy el Nazareno, hijo del pueblo,
nacido en un establo... He sido un artesano humilde y pobrecito... he caminado
descalzo y he sufrido incertidumbres y penurias infinitas por el amor del
pueblo. Quiero reinar en él..., quiero ser su Soberano..., quiero que los
humildes, que los que trabajan, que los que sufren, acepten la realeza
amabilísima de mi Corazón Divino... ¡Oh, sí!... Quiero que el pueblo sea mío,
conquistado en la desnudez de Belén y del Calvario..., quiero y reclamo que la
muchedumbre que llora, que padece hambre de pan y sed de justicia, adore,
crea, espere y ame..., quiero que sea mía... Vosotros, mis amigos íntimos,
preparadme esa Pascua y el trono y la diadema en la Hora Santa... Clamad
ante el altar, rogad sin tregua y devolvedme así el alma de ese pueblo, que me
arrebatan indignados los que reniegan de la Cruz y de mi sangre. Haced venir
a mí a los pobres...; entronizadme en sus hogares, soy Jesús, el Nazareno
pobre...

(Pausa)

Las almas. Sí, Jesús, Tú reinarás entre los pobres, y el pueblo, vencido por
tu dulce Corazón, te aclamará su Rey... Cediendo, pues a tu reclamo, recoge la
plegaria que va a resonar ahora mismo en tu Sagrario.

Por tus lágrimas vertidas en la cueva humilde de Belén.


(Todos en voz alta)

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas derramadas en secreto en el Nazaret de tus cariños.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas lloradas en la muerte de tu amigo Lázaro.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas sentidas que te arrancaron la ruina de tu pueblo y de tu


patria.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas de sangre que empaparon el huerto de Getsemaní, mil


veces venturoso.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas amargas, arrancadas por la pérfida traición de Judas.


Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas de desengaño, lloradas en la triple negación de Pedro y en


el abandono de todos tus apóstoles.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus lágrimas de desconsuelo, derramadas al ver destrozado el Corazón


de tu Madre en la Vía Dolorosa.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus postreras lágrimas con que, en el Calvario, te despediste de la tierra,


y en especial, de los pobres tus amigos.

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

(Pausa)

Voz de Jesús. ¡Cómo os bendice mi Corazón, consolado por la súplica


ardorosa que acabáis de hacerle!... Sí, triunfaré; soy Rey; para esto nací y vine
al mundo. Ese mundo ingrato, como un mar embravecido, me rechaza... En la
barca de mi Iglesia atravieso las edades ofreciendo la calma, la libertad, la paz
a los humanos... ¡Ay, la tempestad arrecia!... Hay gobernantes que quieren el
naufragio de la Iglesia, esta Arca salvadora... y hay muchos hombres ricos,
sabios, poderosos, que, como el inicuo Sanedrín, traman la ruina del
sacerdocio y de mi templo... Mi Vicario está afligido... mi soberanía,
desconocida oficialmente... dispersos, por el huracán del odio, y desterrados
mis apóstoles y amigos... Profanados muchos lugares de retiro y oración...;
conculcados mis derechos y mi Ley... Soy Rey porque soy Jesús, el Hijo del
Dios vivo.

¡Ah!, los que amáis de veras la gloria de mi nombre... vosotros, al menos,


mis amigos, pedid conmigo, pedid al cielo la victoria sacrosanta de mi
Iglesia... no olvidéis que sus congojas son las mías... Quien la ultraja, ultraja y
hiere mi Divino Corazón...

(Pausa)

Las almas. Hemos oído, Jesús, la sentencia de blasfemia contra Ti y tu


santa Iglesia... y también el grito de dolor que te arranca esa ingratitud de los
poderosos, a quienes diste autoridad... y de las naciones a quienes otorgaste
libertad por tu Evangelio...

Perdona, Monarca escarnecido, y confunde a tus enemigos... te lo pedimos


con apremio fervoroso.

Por la desnudez y el desamparo de tu maravilloso nacimiento.

(Todos, en voz alta)

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

Por la oscuridad en que viviste tantos años en el taller de Nazaret.


Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

Por tu fuga tan penosa hasta el Egipto, perseguido por encarnizados


enemigos.

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

Por tu retiro de cuarenta días de plegaria y penitencia en las soledades del


desierto.

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

Por el desdén de los Doctores de Israel, por las afrentas con que recibían la
predicación de tu Evangelio.

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

Por la ingratitud con que te lastimaron tantos a quienes bendijiste con


bendición de milagros portentosos.

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

Por la veleidad incomprensible de ese pueblo que pagaba tus favores


pidiendo para Ti la sentencia de la Cruz...
Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!

(Pausa)

Voz de Jesús. Almas fervorosas, si por lo menos, tuviera mi Corazón; ya


tan lastimado y perseguido, el refugio tan ambicionado del hogar... el calor de
la familia. ¡Ay, ese santuario caería hecho pedazos si Satán y el mundo
consiguieran desterrarme de él, a Mí, que soy la vida en el amor! ¡Oh,
preguntad a Lázaro, a Marta y a María, mis amigos de Betania, qué mal
resiste, qué dolor no se endulza, qué herida no se cicatriza, cuando Yo, Jesús,
traslado mis reales al seno de un hogar que adora y ama!... Padres que
arrastráis una vida fatigosa, abrumados por el peso de incertidumbre y
responsabilidades, dejadme entrar a vuestro hogar... Yo soy el sol de paz, de
fuerza: Yo soy el alma de una vida nueva...

Madres acongojadas..., que sufrís por vosotras y por vuestros hijos... madres
dolorosas, como mi dulce Madre..., ¿por qué no me invitáis a bendecir la
aurora y el crepúsculo, la paz y la tribulación, las risas y las lágrimas del hogar
querido?... Vosotros, testigos cariñosos de la mística agonía de mi Corazón en
el Sagrario, sabed que vuestra fe y que vuestro apostolado podrán abrirme las
puertas del hogar, que se me cierran culpablemente tantas veces. Velad por
mis derechos, y orad... pedid que reine en la familia cristiana y a pesar del
infierno, triunfará mi Corazón...

(Breve pausa)

Las almas. Jesús, errante Peregrino... ven... No quedes en el umbral de


nuestras casas, empapados tus cabellos y tu túnica en el rocío de la noche...
Ven... y entra..., y avasalla las familias de nosotros todos, que te amamos...
¡Oh, sí! Jesús Esposo, Jesús Hermano, Jesús Amigo..., ven... Reina en todos
los hogares..., te lo rogamos.
Por el amor filial que profesaste a tu divina Madre, por las ternuras y los
desvelos de su Corazón Inmaculado.

(Todos en voz alta)

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

Por el afecto de santa intimidad que profesaste al Carpintero humilde, a


quien llamaste padre.

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

Por el cariño de predilección con que trataste a Juan, el apóstol de tus


inefables confidencias...

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

Por la simpatía que tuviste siempre por los pequeñitos del rebaño, por los
niños, tus amigos fidelísimos...

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

Por aquella amistad envidiable, deliciosa, de Betania..., donde no había sino


un solo sufrimiento insoportable y era el de tu ausencia.
Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

Por la fineza que gastaste con los esposos de Caná y por tu ternura con la
arrepentida Magdalena.

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

Por la deferencia que tuviste con Zaqueo, y con Simón el Fariseo... y, en


fin, por la sed que despertaste en el alma de la feliz Samaritana.

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!

(Breve pausa)

Voz de Jesús. Puesto que habéis venido a consolarme, que no termine esta
Hora Santa sin recordar aquí, a mis plantas, a los preferidos de mi Corazón
piadoso: son los caídos, los pródigos, los extraviados del redil...

¡Ah, cómo pasan delante de esta Hostia, que me oculta a vuestros ojos,
cómo desfilan los soberbios que ultrajan mi humildad..., los blasfemos que me
escarnecen con el fango..., los apóstatas y los impíos que llegan hasta mí con
la hiel de su sarcasmo...! ¡Ay!, qué numerosa es la legión de los ingratos... e
infinito es el número de los que me atormentan con glacial indiferencia...
¡Quién lo diría!... los veo desde aquí; hay también amigos traidores,
desleales... Sí, y también hay niños..., oídme, madres, hay niños que maldicen
el Corazón de Jesús, su amigo.

Mi alma está triste hasta la muerte, por la muerte del alma de tantos
infelices pecadores... Escuchadme: en este momento mismo están agonizando
muchos de ellos... Caed de rodillas..., cerradles el infierno con una plegaria
fervorosa, y abridles el cielo de mi Corazón, que los aguarda con perdón y
misericordias infinitas... Salvadlos..., son almas que me pertenecen..., su
redención os la confío.

(Pausa)

Las almas. Gracias, buen Jesús, por el don precioso de esas almas
extraviadas...; las quiero como mías, las amo como lágrimas de tus divinos
ojos... No pueden condenarse, no, mientras no cierres esa herida hermosa de tu
pecho... ¡Ah!, esa llaga, que es el Paraíso ha de quedar eternamente abierta
como el Cielo... Acoge, pues, benigno y manso, la súplica que por el Corazón
Inmaculado de María te presentamos en favor de los desventurados
pecadores... ¡Ay, y no olvides, Jesús, que los hay también en mi propio
hogar!...

Por tu frente despedazada con la corona de espinas crudelísimas.

(Todos en voz alta)

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tus manos perforadas en castigo de habernos bendecido y perdonado.

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tus pies divinos traspasados, que dejaron en la tierra las huellas de la
paz y del amor.
Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tus labios, que hablaron sublime caridad, y sintieron sed de nuestras
almas pobrecitas.

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tus ojos divinales, que prendieron la luz del Paraíso y que lloraron para
no ver las culpas, sino para lavarlas para siempre.

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tu cuerpo sacrosanto, convertido en llaga viva para dar la vida al


mundo.

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tu Costado, abierto por la lanza venturosa, y en el que queremos


guarecernos en la vida, en la muerte y en la eternidad.

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

(Pausa)
Voz de Jesús. No quiero que os alejéis de este Sagrario, amigos de mi
Corazón, sin recordaros una queja, siempre viva como el llanto que me
arrancaron tantos, que se llaman y que son mis amigos; tantos justos..., que me
corresponden con tibieza... que me ofenden, midiéndome su amor. ¡Ay!..., si
supierais cómo llora, angustiado, el Corazón de vuestro Dios, mirado con
cortés indiferencia y con respetuosa frialdad por los hijos de la propia casa...
por aquellos que he sentado, día a día, al banquete de mis gracias... por
aquéllos que han vivido, hace años, al sol de mis favores... por millares de
almas que serían santas con sólo hundirse en el abismo de mi pecho, en que
nacieron, y en que han crecido, por predilección gratuita de mi amor, tan mal
correspondido... ¡Ah!, son almas que me pertenecen, pero a quienes la tibieza
abate..., son corazones buenos, pero sin celo por mi gloria; me ven llorar en mi
patíbulo y no lloran...; me encuentran solitario en esta cárcel..., y se cansan de
mi soledad...; no me hablan..., hay un hielo que las mata y que me hiere... Se
van y, como mis apóstoles, me dejan a solas con mis angustias y mis ángeles.

Almas-verónicas que estáis aquí, sedientas de beber mis lágrimas amargas,


hacedme un desagravio, por la herida tan cruel que me infiere la falta de
fineza, de generosidad y de celo de tantos de los míos... Cantadme amor, y
amor apasionado, y amor ardiente...; cantad el triunfo de mi gloria, el triunfo
de mi Corazón, a fin de que olvide la tristeza de verme tantas veces lastimado
de los hijos predilectos..., herido cruelmente, en mi propio hogar... Vosotros,
que ardéis en mi caridad y en fervor de celo..., tened piedad de aquel Jesús que
busca confidentes, apóstoles y amigos... y no los encuentra..., porque hablo,
redimo y santifico con la Cruz... Vosotros, que me amáis de veras,
consoladme con celo y amor de santidad.

(Breve pausa)

Las almas. También yo, Señor Jesús, he sido de los tibios que se
mantuvieron a distancia de tu Corazón, por temor del sacrificio... He temido
las santas exigencias de tu caridad y de tu ternura...; he temido verme prendido
en las redes de tu hermosura...; he recelado de caer en tus brazos, y tener que
rendirme sin reserva y para siempre a tu Corazón, irresistible, vencedor...
Perdona, Jesús..., perdona también y olvida esa culpa de apatía, de pobreza en
el cariño, de irresolución en el sacrificio, de tantos amigos que Tú
predestinaste a mucha gloria y santidad... Perdónanos y triunfa...

Por las primeras palabras de ternura con que, cuando niño, hiciste sonreír a
tu dulce Madre.

(Todos)

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras de bienaventuranza en el sermón de la Montaña.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras de intimidad y de consuelo a tus amigos tan amados de


Betania.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras vencedoras de los doce apóstoles, simiente y esperanza de


tu Iglesia.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras de inefable bendición para la infancia, siempre predilecta.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!


Por tus palabras de caridad y de esperanza que recogieron los enfermos, los
tristes y los pobres.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras de promesa incomparable para los atribulados, los


humildes y los desprendidos de la tierra.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras de infinita dulcedumbre con que te despediste de los tuyos
en la noche del incomparable Jueves Santo.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por las siete últimas palabras con que nos legaste tu espíritu y tu Madre, al
expirar en la cima del Calvario.

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Voz de Jesús. He venido a prender fuego a la tierra, y ¿qué he de querer


sino que arda? Con ese fin de caridad, he aquí en esta Hostia, el Corazón que
ha amado a los hombres hasta la muerte, y muerte permanente de altar, de
Eucaristía... Me encadené por vosotros a la tierra... y la tierra me tiene
relegado en cautiverio de indiferencia, de desdén y de cruel olvido: mi cárcel
es de hielo. ¿Dónde están mis redimidos?... ¿Dónde las almas consoladas y
libradas de la muerte? ¿Dónde los que alimenté con pan milagroso en el
desierto?... ¿Qué se han hecho los ciegos del alma, los leprosos de corazón,
sanados en esta fuente prodigiosa, que es mi pecho atravesado?... ¡Ah, gemid
conmigo, vosotros mis amigos, que habéis venido a interrumpir el silencio
doloroso de mi prisión de amor! Estoy encarcelado y habéis venido a
visitarme... ¡Oh, no me dejéis!... Llevadme, ahora al mundo y contadle mi
amor y mi cautiverio de vuestros amantes corazones... Id ahora al mundo y
contadle mi amor y mi abandono... Traedlo aquí... Que venga dolorido,
ansioso de consuelo... Traedme almas, despertad en ellas sed de comulgar...
Predicad mi Santa Eucaristía... y glorificad la Hostia donde vivo Yo, Jesús de
Nazaret, de Betania y del Calvario... Venid a mí, en este Sacramento;
honradme en él, amad y haced amar mi entristecido Corazón.

(Pausa)

Las almas. No es otra, Jesús-Eucaristía, nuestra ambición de amor sino


arrastrar las almas hasta el Sagrario... y conseguir que, enamoradas de ti,
busquen asilo eterno en tu Sagrado Corazón. Por esto, colocamos en un altar
de oro, en el Corazón Inmaculado de María, una plegaria que endulzará las
amarguras de tu prisión... Escúchanos, Jesús Sacramentado:

Por el ultraje de tu prisión del Huerto, y por el beso inicuo que te entregó.

(Todos)

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

Por la bofetada cruel que afrentó la hermosura de tu faz divina.

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

Por la irrisión cruel y la sangrienta befa de que fuiste objeto toda la noche
angustiosa del Jueves Santo.
Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

Por la ignominia de la flagelación de esclavo, a que te condenó un juez


cobarde.

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

Por el vilipendio a la majestad de tu persona al ser vestido y tratado como


loco.

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

Por la afrenta crudelísima de ser equiparado y aun pospuesto a un villano


criminal.

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

Por la fiereza del verdugo que, sin respetarte en la agonía blasfemando,


colocó en tus labios moribundos la hiel de nuestra ingratitud.

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!

(Breve pausa)
Señor, Tú reinarás por tu Divino Corazón, a pesar de Satán y sus secuaces;
¡sí, Tú reinarás!

El pueblo será tuyo, pues le dominarás con cetro blando de misericordia y


él, tranquilo o agitado, te cantará como el mar y te aclamará su Rey...
Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón.

Señor, Tu reinarás, glorificado por tu Santa Iglesia... Ella pondrá en tu


frente una diadema de almas, y Tú serás exaltado por encima de todas las
potestades del cielo, de la tierra y del abismo... Apresura, pues, Jesús, el
triunfo prometido de tu dulce Corazón.

Señor, Tú reinarás, cantado y bendecido en el hogar creado por tus dolores


y santificado por tu Madre... En él serás “entronizado”, por tus ternuras.
Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón.

Señor, Tú reinarás, atrayendo al abismo de la vida, a tu Corazón, los


empedernidos pecadores, que no adoran y que no aman... Tú quebrantarás sus
cadenas y los harás libres, en el cautiverio de tu amor... Apresura, pues, Jesús,
el triunfo prometido de tu dulce Corazón.

Señor, Tú reinarás desde la Hostia Sacrosanta, Tú vencerás en el


comulgatorio, dominarás la tierra por la amable omnipotencia de tu Divina
Eucaristía... Sí, por ella recobrará los dominios que conquistó tu amor hasta la
sangre, hasta la muerte de Cruz, hasta el exceso de tu inmolación
sacramental... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce
Corazón... Apresúrate, Maestro, y sálvanos por él...

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús venga a nos tu reino!

Acto final de consagración

El divino fuego que viniste a prender en la tierra, se ha encendido, Jesús,


amado, en nuestras almas, y llevados de él, ya no sabemos pedir ni desear sino
tu gloria.

Tú lo dijiste al revelar las maravillas de tu Corazón; él es el supremo y el


último recurso de redención humana. Apoyados, pues, en tus revelaciones,
acudimos a tu altar en busca de palabras de vida eterna, y a tu Corazón
adorable, anhelosos de aquellas aguas que deben regenerar el mundo,
inflamándolo en tu caridad.

¡Oh!, sé Rey de los ingratos, que te miran como un Soberano derrocado en


sus almas infelices; reconquístalos, Jesús, por tu perdón.

Sé Rey de los apóstatas que te miran como Monarca de escarnios, y que


ríen, desdeñosos, al quebrar el cetro de tu divina realeza; vuélveles la luz
perdida y véngate de sus ofensas, perdonando esas traiciones.

Sé Rey de las muchedumbres soliviantadas por aquellos sanedristas, Jesús,


que te aborrecen... Calma ese océano rugiente de almas pervertidas,
desorientadas..., impera por tu Evangelio y gana el corazón del pueblo por tu
Sagrado Corazón.

Sé Rey de tantos buenos, pero tímidos y apáticos, que temen exagerar en el


tributo de amor encendido que te deben... Derrite el hielo, sacude el sopor
maligno en que viven tantos, mientras el mundo te juzga y te condena.
Sé Rey en los hogares, ¡oh, sí!; traslada a ellos tus reales, inspira Tú la vida
de trabajo, de amores y de penas de las familias que te han brindado el sitial
de honor entre los padres y los hijos...

Sé Rey, en fin, en los Sagrarios; rompa ya el silencio de tu cárcel un himno


inmenso, universal, de familias, de pueblos y naciones, himno de amor que
diga, del uno al otro confín de la tierra redimida: ¡Alabado sea el Divino
Corazón, por quien hemos alcanzado la salud!... ¡A él, sólo a él, gloria y honor
por los siglos de los siglos!... ¡Venga a nos tu reino!... Amén.

(Cinco veces, en voz alta)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


VII
El calabozo del Jueves Santo y la Prisión
permanente del Sagrario.
Ignominias con que se alhajó y se alhaja aún el Rey Sacramentado en
una y otra cárcel.

Observación. Esta Hora Santa está especialmente dedicada para reparar el


gran pecado de aquel público, en todas partes numeroso, que pretende la
alianza híbrida, imposible, de la piedad y de una mundanidad social
pecaminosa. He aquí una lección de amor verdadero y de reparación solemne,
pero también una lección, misericordiosa y severa a la vez, para tantos
católicos que oran y confiesan en el templo, pero que violan la ley del Señor
en su vida social.

Ya que no podemos sorprender al Verbo, como San Pablo, en la


magnificencia de su gloria inaccesible, sorprendamos al Rey de los cielos en
la gloria de su calabozo el Jueves Santo por la noche... Ved la escena que llenó
de estupor a los ángeles: a guisa de palacio, un sótano-cárcel...; por trono, un
escaño...; por diadema, el dolor...; por cetro, la burla...; por corte, la
soldadesca, ebria de vino, una horda ebria de odio mortal... Blanco de las iras,
de los sarcasmos y los golpes, manso, majestuoso y humilde, con ojos
suplicantes y faz de angustia, bañado en sangre, pero sediento de más dolor,
está Jesús...

“Y así, en esa misma cárcel de amor y de gloriosa ignominia, te


sorprendemos, Señor, esa tarde después de veinte siglos... Tu Corazón ha
hecho el milagro de perpetuar indestructible el calabozo del Jueves Santo... No
han cambiado, ¡oh, Rey de Reyes!, ni los arreos de tu majestad escarnecida, ni
los grillos de amor que te aprisionan, ni la cohorte que te ultraja, ni menos aún
has cambiado Tú, Jesús, Amor de amores, inmutable en tu propósito de ser
nuestro cautivo hasta la consumación de las edades... Los que queremos
cambiar la rebeldía de pecado en cautiverio de caridad, somos nosotros...

Por esto:
Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

(Todos)

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Rey-Cautivo, pon cadenas de fe a nuestra triste libertad, y conviértenos a


Ti, Jesús Sacramentado.

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Rey-Cautivo, pon cadenas de amor a nuestro ingrato corazón, y


conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Rey-Cautivo, pon cadenas de gracia a nuestros sentidos rebeldes y


conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Rey-Cautivo, pon cadenas de fortaleza a nuestra voluntad tan tornadiza, y


conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Rey-Cautivo, pon cadenas de santo temor a nuestro espíritu orgulloso, y


conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.


Rey-Cautivo, pon cadenas de ternura y de piedad a nuestra naturaleza tan
frágil e inconstante, y conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.

¡Oh, sí!, conviértenos de esclavos de un mundo que, cantando, vende


muerte; conviértenos, Jesús, en esclavos tuyos, pues tu servidumbre es mil
veces más gloriosa y más fecunda que reinar...

Y ahora, Maestro adorado, mira a través de las rejas de tu cárcel esta legión
de amigos fidelísimos...; son los que faltaron en Getsemaní y aquí reparan el
celo abominable de Judas y sus sicarios... ¡Ah!, reparan, sobre todo, la
ausencia de los que, en la hora de la agonía, dormían y que, en la hora de la
traición, huyeron...

No llames en esta Hora Santa a tus ángeles; básteles a ellos tu gloriosa


eternidad... reserva para esta legión de amigos las confidencias íntimas de tu
Corazón Sacramentado... ¡Oh!, háblanos, Jesús-Hostia, con ternezas de Padre,
con intimidad de Hermano; háblanos con abandono de Amigo, con súplicas y
quejas de Cautivo, con imperio de Señor.

(Todos)

¡Háblanos, Jesús y viviremos!

¡Háblanos, Jesús y te amaremos!

¡Háblanos, Jesús y triunfaremos!

Sólo Tú tienes, Maestro, palabras de vida, de amor y de verdad... Callen las


criaturas, para oírte a Ti, y sólo a Ti. Ábranse los cielos para escucharte,
Divino Verbo, a Ti, y sólo a Ti...
Háblanos ya, Jesús, Amor de nuestros amores...

(Escuchad la voz que parte de este calabozo divino; oídle con el amor y el
dolor con que le oyeron en la noche espantosa del Jueves Santo los ángeles).

Voz de Jesús. “Filioli”, hijitos... “amici mei”, amigos míos: Aquí tenéis el
Corazón que os ha amado más allá de los abatimientos de Belén y Nazaret...
Muy más allá de la crucifixión de cuerpo y de alma, del Calvario... Este es el
Corazón que os ha amado hasta el extremo límite, hasta la sublime locura que
me tiene encadenado para siempre en el calabozo del Sagrario; aquí, en la
Hostia, agoté mi inagotable caridad.... ¡Ay, y aquí ha agotado también el
hombre su inmensa ingratitud!...

Padres y madres que habéis sufrido a veces tanto, desgarrado el corazón,


por los hijos que mimasteis..., sumad todas vuestras amarguras y medid, si
podéis, la mía, que es un mar, comparada con la gota, que es la vuestra...

Acercaos vosotros, los tristes, los desengañados, los heridos en el propio


hogar, los azotados por la injusticia, los despedazados por la muerte o las
desgracias... Acercaos vosotros, los desheredados de la dicha, los que
arrastráis un alma en jirones, los que habéis saboreado el cáliz de todos los
duelos, de todas las crueldades de la vida... Acudid todos, venid y ved que el
torrente de vuestras desventuras no es sino una lágrima, apenas una, del
océano que ha vertido vuestro Dios en este calabozo, en castigo de haber
amado a un mundo que le hiere como nunca hirieron los hijos más ingratos...

Aquí se me olvida, como jamás olvidaron los más desleales de los amigos...
Aquí se me pospone y desdeña, como jamás fue desdeñado ni pospuesto el
último villano... Y yo soy Jesús, el Salvador del mundo. Mi alma, por esto,
está triste hasta la muerte...

(Lento)
Desde esta cárcel contemplo la caravana inmensa, los millares de redimidos
con mi sangre, que jamás, jamás, comulgarán... Vivieron a mi lado, nuestras
casas se tocaron; les di pan, hogar y bienestar...; pero jamás vinieron en busca
de este Pan divino que Yo soy... ¡Ay dolor! Esos hijos morirán de hambre,
vecinos a la casa de su Padre... ¡Oh, cuántas almas samaritanas que han
hablado alguna vez conmigo, almas que he llamado, que he buscado con
milagros de ternura, almas que han llegado hasta el brocal del pozo del
Sagrario; cuántas de esas almas no quisieron beber las aguas vivas que de mi
Costado abierto saltan hasta la vida eterna!

Y aquellas otras, tan numerosas, que saborearon alguna y muchas veces las
delicias de mi Corazón Sacramentado..., que pusieron los labios en la herida
de mi pecho, y que después..., ¡ay! me olvidaron para siempre... No han vuelto
hace ya largos años... Su desamor me mata...

Y, en fin, los incontables aturdidos en el tráfago del mundo...; los que, a


duras penas, distraen de tarde en tarde unos breves instantes para este Dios
Sacramentado... ¡Ah, me los dedican muy contados y muy de prisa; no tienen
tiempo para Aquel que les dedica una eternidad!

¿Y será, tal vez, alguno de esta triple caravana de ingratos, una fibra querida
de vuestro hogar?...

Llorad por él aquí, pedid por él, amad por él...

(Unámonos en una gran plegaria que repare, que consuele al Señor y que
salve a tantos anémicos de alma, exangües de vida divina y cristiana, por
falta de Eucaristía...)

Las almas. Jesús Sacramentado, Rey de los siglos y conquistador del


mundo desde el banquillo del Sagrario, no permitas que algunos de los
nuestros perezcan de sed a dos pasos de tu Corazón, Fuente de aguas vivas...,
no consientas que desfallezcan de hambre, rechazándote a Ti, el Pan
consagrado y vivo descendido del cielo...
(Lento y con gran unción)

Sin consultar, Jesús, su ignorancia, que te rechaza; ni su debilidad, que te


elimina, consultando únicamente tu infinita piedad y la compensación de fe y
reparación de amor que por ellos te ofrecemos tus amigos, conjurámoste,
Señor Sacramentado, a que los salves: ¡oh, dales de beber del cáliz de tu amor!

(Todos)

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!

¿Recuerdas, Jesús Infante, las ternezas con que en el pesebre te cuidó tu


Madre?... ¿Recuerdas la primera sonrisa, el primer abrazo, el primer ósculo de
amor inmenso de María?... Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella,
por María, atrae las almas que queremos al Sagrario... ¡Oh, dales de beber del
cáliz de tu amor!

(Todos)

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!

¿Recuerdas, Jesús Infante, que en los brazos de María recibiste las


adoraciones de pastores y de reyes?... ¿Recuerdas ese Trono de su pecho
inmaculado, donde se quemó a tu gloria el más rico incienso de adoración
reparadora?... Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae
a las almas que queremos al Sagrario... ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu
amor!
¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!

¿Recuerdas, Jesús Infante, aquel tu cielo de Nazaret..., tus plegarias cuando


pequeñito, sobre las rodillas de María, sus cantares de paloma al lado de tu
cuna?... ¿Recuerdas todavía cuando sorprendiste ya entonces las perlas de sus
lágrimas en aquellos ojos virginales?... Si la amas siempre como el Hijo-Dios,
por Ella, por María, atrae las almas que queremos al Sagrario... ¡Oh, dales de
beber del cáliz de tu amor!...

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!

¿Recuerdas, Jesús adolescente, el afán amoroso con que esa Reina


inmaculada te buscó tres días?... ¿Recuerdas el fulgor de su mirada, las
palpitaciones de inmenso júbilo de su Corazón, al encontrarte a Ti, su único
tesoro?... Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae las
almas que queremos al Sagrario... ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!...

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!

¿Recuerdas, Jesús Rey y Salvador, tu despedida de María el Jueves


Santo?... ¿Recuerdas su dolor al encontrarte, camino de la muerte?...
¿Recuerdas lo que dijo Ella con su mirada en los estertores ya de la agonía?...
Si la amas siempre como el Hijo-Dios, por Ella, por María, atrae las almas que
queremos al Sagrario... ¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!...

¡Oh, dales de beber del cáliz de tu amor!


(Si alguna alma en especial os interesa, nombrádsela y pedidle su
conversión).

¿Qué lazo tan misterioso como inquebrantable, qué cadena y forjada dónde,
retiene a todo un Dios, prisionero del hombre, desleal e ingrato?... ¿Cuál es el
secreto divino de este misterio de misterios, cuál la razón determinante de este
milagro de milagros?

“Respóndenos, Jesús, Tú mismo, ya que ni ángeles ni hombres pueden


darnos la clave de tan profundo misterio... Respóndenos, divino Prisionero...
¿Dinos por qué edificaste esta cárcel y la hiciste indestructible; dinos por qué,
teniendo un Paraíso, eres Tú mismo el Centinela y el Cautivo, siendo así Tú el
responsable de ese vivir solitario, desconocido y profanado en el calabozo del
Santo Tabernáculo?... ¿Quién te encadenó?... ¿Quién te detiene?...”.

Voz de Jesús. ¡El delirio, la locura de mi amor! ¡Mi Corazón me


encadenó!... Que si por amarte, me encarné..., que si por amarte me entregué
en la Cruz... sábete, alma querida, que por un prodigio mayor de caridad me
quedé en la Hostia..., sólo por amor soy el Cautivo del Sagrario...

(Muy lento y entrecortado)

“Soy tu Dios... y tú, una creatura pecadora; para ti, pobrecita, polvo rebelde,
me quedé en la Hostia sólo para ti... ¡Oh, dame, pues, el corazón herido,
dámelo y toma el mío!...

Soy tu Dios..., y tú, un enfermo, un leproso voluntario... Para ti, empero,


gusanillo que vives de soberbia, me quedé en la Hostia... sólo para ti... ¡Oh
dame, pues, el corazón leproso, dámelo y toma el mío!

Soy tu Dios... y tú, un náufrago del Paraíso, un desgraciado, culpable en su


desgracia... Para ti, rama desgajada, y que fue maldita, para que revivieras,
con lozanía eterna, me quedé en la Hostia, sólo para ti... ¡Oh, dame, pues, el
corazón exangüe y triste, dámelo y toma el mío!

¡Ah!... ¿Querías tu saber cuál era la fuerza que me arraiga en la tierra que
bebió mi sangre?... Ya lo sabes: ¡el Amor!... ¿Quieres saber ahora cuál es el
más amargo de mis dolores?... Óyeme, y solloza al oírme: ¡Amar y no ser
amado de los míos!... ¡Los míos!... ¡Los regalados y preferidos, sí; los muy
míos, los que se dicen mis seguidores fieles y mis amigos, no me aman!...
Amáis tanto, tanto a los vuestros del hogar..., pero, más que a ellos..., ni
siquiera como a ellos, no amáis, ¡oh, no!, a este Dios de amor, a Mí, a vuestro
Jesús...

Amáis tanto a los que os aman, os dais a ellos, os desvivís por probarles un
amor, a las veces extremado... Para ellos, ternura y delicadezas y
generosidad...; para ellos, atenciones y nobleza y gratitud... ¡Oh!, no es ése,
no, el amor que brindáis a este Dios encarcelado por amor... Así no me amáis
a Mí, vuestro Jesús...

Sois buenos con los pobres, con los huérfanos; tenéis amor para los
desatendidos y los desamparados...; tenéis ternura y piedad y lágrimas para
todos, propios y extraños... ¡ah!; pero así, con tanta nobleza y hondura; así,
con esa donación desinteresada del corazón, así no amáis a este Huérfano de
amor, a este Peregrino, desterrado voluntario de los cielos... Así no me amáis a
Mí, el Pobre divino de Belén, el mendigo y el Encarcelado del Sagrario... ¡Y
yo soy Jesús, el Dios de Amor!...

Estoy herido... y la herida es honda y ancha, como es hondo y grande el


desamor con que me pagan los de mi propia casa... Y ya veis: mi queja es un
lamento amable... este reproche, una caricia de mi Corazón que quiere
enternecer y conquistar los vuestros. ¡Oh, dadme más amor, al menos
vosotros, mis amigos, dadme amor más verdadero!... ¡Sitio! Me abraso en una
sed devoradora.

¡Sitio! Tengo sed de ser amado con amor más generoso, con amor de
sacrificio en la observancia de mi Ley...

¡Sitio! Quiero ser amado, mucho más amado; probádmelo en el


aborrecimiento del mundo mundano, que es el verdugo cruel e implacable que
me crucifica a Mí en el tiempo, ¡para crucificaros, hijitos, a vosotros en una
eternidad de desventura!... Desfallezco de amor y de angustia en este Huerto
de mi agonía mística y sacramental... Sostenedme en vuestros brazos mejor
que el ángel... ¡Oh, decidme con fuego del alma que me amáis mucho... y que
me amaréis de veras!...”.

(No dejéis que el texto mienta, ni siquiera que exagere; lo que digan las
palabras, comprobadlo con palpitaciones del corazón).

Las almas. Jesús adorable, llenos de confusión, pero también de gran


confianza, reconocemos que nuestra ingratitud no tiene más medida que la de
tu amor ilimitado... Hemos pecado, tus amigos; hemos delinquido por
desamor, y con esa culpa de hiel te hemos herido más cruelmente que tus
enemigos con la fiereza de sus golpes deicidas... Mas, porque eres Jesús,
querrás, sin duda, perdonar nuestro desamor cuando te pospusimos, Señor, a
mezquinos intereses de bienestar, de afectos y de goces terrenales... Y en
prueba que borras y olvidas, consolado, nuestra culpa, acepta por manos de
María Inmaculada nuestro dolor, a la vez que una gran promesa... Te lo
diremos en este grito espontáneo del corazón: “Queremos pagarte, Jesús, amor
con amor”.

(Todos)

Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

En recuerdo agradecido a tus lágrimas de Belén, te amaremos llorando... y


en reparación por aquellos que no aprecian el valor cristiano de sus llantos:
Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.


En recuerdo ternísimo de tu diadema de espinas, te amaremos cuando nos
corones con ellas... y en reparación por tantos cristianos que viven de una
fiebre loca de placer... Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

En recuerdo de tus cuitas y amarguras secretas, te amaremos cuando nos


regales con esos mismos sinsabores..., y en reparación por la falta de
conformidad con que se las recibe de ordinario de tu mano... Queremos
pagarte, Jesús, amor con amor.

Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

En recuerdo de lo mucho que sufriste de parte de tus elegidos y amigos, te


amaremos cuando nos hagas beber algunas gotas de ese cáliz... y en
reparación por la rebeldía con que protestamos de esta prueba: Queremos
pagarte, Jesús, amor con amor.

Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

En recuerdo conmovido de tantos siglos de abandono, de soledad e


ingratitud, sobrellevados con infinita dulzura en el Sagrario... te amaremos
mucho cuando permitas que nos traten los hermanos, como eres tratado Tú en
la lobreguez del Tabernáculo; y en reparación por esas afrentas y por el
encono con que nosotros protestamos cuando descargas unos instantes esa
Cruz sobre nuestros hombros...: Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.

Queremos pagarte, Jesús, amor con amor.


(Silencio y plegaria íntima).

Tocamos al fin de esta Hora Santa...

Hacia las once de la noche, hace veinte siglos, sufría Jesús el ultraje de
parte del primer tribunal, que lo recibió como recibe la hoguera encendida la
leña seca que cae en sus llamas... Momentos después, a media noche, arrojado
en un calabozo y entregado a la brutalidad de una soldadesca infame, se
desarrolla en la semioscuridad de esa mazmorra una de las escenas más
bochornosas y crueles de toda la Pasión... Ahí fue flagelado en el Corazón, y
más que sus vestiduras, rasgada en jirones su alma... Este dolor y esta
ignominia aterran y paralizan con pavor el espíritu del cristiano... Además,
hay en esta noche espantosa un misterio tal de dolor íntimo que nadie puede
revelar sino Él, el Divino Encarcelado... Pues entonces que nos cuente aquí, Él
mismo, la agonía de su Corazón en la misma noche en que, desencadenado el
poder de las tinieblas, quiso vengar en un calabozo de ignominia, las
maravillas que haría el Señor, a través de las edades, en este otro calabozo
sacrosanto.

Oigámoslo, trémulos de emoción, sobrecogidos.

Jesús. ¿Por qué me pedís, hijitos y amigos, que os refiera, como historia
antigua, una pasión y una agonía de afrentas que se renueva hoy y que perdura
en este calabozo del Altar?... El otro ha desaparecido hace siglos; en éste del
Sagrario, son los míos, los que me torturan el Corazón; en aquél fueron
mercenarios y enemigos que afrentaron mi rostro adorable...

Las almas. Pero, Señor Jesús, déjanos preguntarte con el ansia de tus
apóstoles en la última Cena: ¿Quiénes son aquellos desventurados amigos, que
convierten todavía tu Sagrario en mazmorra de tortura?... Porque, los que aquí
estamos te seguiríamos a la muerte... ¿Seremos, por ventura, nosotros, Señor?
Voz de Jesús. Todos estáis limpios hoy... pero ¡oh, dolor, no lo estáis
siempre!... ¡Hay quienes se sientan a mi Mesa..., sí, hay quienes comen de mi
plato y beben de mi cáliz... hay hijos y hermanos y discípulos, hay amigos que
he amado mucho, y que despedazan mi Divino Corazón!... No pongáis el
pensamiento al oírme esta queja, en los blasfemos de lengua en miserables
arrabales... ¡Ah, los hay más ensañados: la blasfemia social, que es el
escándalo social; ése es el látigo que abre surcos en mi carne y muestra al
descubierto mis huesos!...

¿A dónde y por qué caminos de fango me llevan ciertas almas cristianas que
comulgan por la mañana y que me flagelan por la tarde?... ¡Yo soy un Dios de
santidad!... ¿Quién ha dicho, quién, que es lícito el impudor, llamado artístico,
impudor pecaminoso siempre en la escena teatral?... ¡Yo maldigo lo
nefando!... ¡Es tristeza infinita para mi Corazón que almas creyentes desdeñen
como escrúpulos baladíes lo que es infracción mortal y grave de mi ley de
castidad!...

Pagar la escena indecorosa, la desenvoltura de pobres infelices que no saben


lo que hacen...; pagar actitudes equívocas y cuadros provocativos de pecado,
entre oropeles de arte: ¡ay!..., que un público cristiano y consciente, pague y
aplauda en la escena, lo que sería crimen de pensamiento o de deseo en la
conciencia, escándalo en el hogar, eso es más que pagar mi flagelación... eso
es alentar, con dinero cristiano, la crueldad de mis verdugos... ¡Esos dineros
están manchados con mi sangre!... ¡Ay de aquéllos por quienes se fomenta el
escándalo!...

Tenedme piedad los que por situación y fortuna tenéis el camino sembrado
de halagos y seducciones..., los que podríais ser norma y lección viva del
ejemplo, o ser, por el contrario, pendiente que arrastre a muchas almas al
abismo... ¡Bañado en mi sangre... llorando..., Jesús flagelado os pide piedad!...

Tenedme piedad los que, gastando rango y boato; los que, influyendo de
muy arriba, aceptáis en hábitos, en modales y en modas, licencias de carne
descubierta, con que flageláis la mía divina...; los influyentes que patrocináis,
con sello de elegancia y de buen tono, las sensualidades sociales, refinadas,
los instintos menos castos, el hervor de sangre, que será mañana perdición de
muchas almas... ¡Bañado en mi sangre..., llorando..., Jesús flagelado os pide
piedad!...

Tenedme piedad los grandes y nobles y ricos, en cuyos salones no se debe


jamás tolerar diversiones y danzas y atavíos que yo condené al destrozar los
ídolos paganos..., ídolos que tantos hijos míos, que comulgan, pretenden
reconstituir con licencias pecaminosas de vida social..., éstas me azotan el
rostro... ¡Bañado en mi sangre..., llorando..., Jesús flagelado os pide piedad!

Tened piedad, vosotras, madres y esposas de abolengo cristiano y de


influencia social, a quienes otras imitan y siguen: no temáis exagerar
marcando con severidad la ley de pudor, la hermosura de modestia de las hijas
que os confié para mi gloria... ¡Oh, no cedáis al mundo pervertido y corruptor!
Yo mando, y sólo Yo, en vuestras casas... Yo juzgaré a los padres y a los
hijos, según el marco de mi ley... No olvidéis que yo maldije al mundo... Yo
soy el Amo en el templo, en el salón y en la calle, en la vida y en la muerte...
¡Yo..., y jamás él!... ¡Bañado en mi sangre..., llorando..., Jesús flagelado os
pide piedad!...

Gozadores de la vida, almas débiles, seducidas por la sirena del placer, por
la diosa versátil de la vanidad... Almas sedientas de sensaciones, enfermas de
vértigo social...; corazones buenos, pero complacientes en exceso, sin
carácter...; conciencias fáciles y acomodaticias a todo viento de opinión, de
moda y de doctrina, deteneos al borde de un abismo... El vallado es mi
Evangelio...; el criterio seguro, el de mi ley y de mi Iglesia... ¡Deteneos!... No
paséis sobre mi Cruz ensangrentada... Sabed: sólo Yo os amo... Amadme
también con un corazón leal y entero... Os tiendo los brazos... para daros asilo;
rasgo la herida de mi Pecho...; entrad por ella, robadme, amigos, el Corazón
enamorado..., llevadle sin devolución..., que sea todo vuestro en el tiempo y en
la eternidad...; pero tenedme piedad... ¡Bañado en mi sangre..., llorando...,
Jesús flagelado os pide piedad!...

(Un breve instante de silencio)

(Después de oír esta queja divina... tan tristemente fundada y por esto tan
amarga, no nos queda sino contestar con un gemido de arrepentimiento
humilde a ese Jesús que pide compasión desde el calabozo del Sagrario).

Voz del alma. ¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?...
¡Qué sé yo que Tú no me hayas enseñado?... ¿Qué valgo yo si no estoy a tu
lado?

¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?...

Perdóname los yerros que contra Ti he cometido.

Pues me creaste sin que lo mereciera... Y me redimiste sin que te lo


pidiera...

Mucho hiciste en crearme, mucho en redimirme, y no serás menos generoso


en perdonarme.

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban,

Sino por mí y demás pecadores, que te ofenden...

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte.

Porque es más muerte que vida

La que no está empleada en tu santo servicio...

¡Señor Jesús, no pidas piedad a tus hijos! Recuérdales tan sólo tus
derechos... refresca en nuestra mente la soberanía de tu ley, y manda, porque
eres Rey de la sociedad... Ésta te elimina y te proscribe poco a poco, con la
suavidad y la cautela peligrosa con que la pantalla del crepúsculo va cubriendo
el sol... Nosotros, sí, culpables, te pedimos piedad.

Como tus ángeles, como la Magdalena, como la Verónica, fueron


recogiendo las gotas de tu sangre sobre las piedras y en los instrumentos de
suplicio... así, Jesús flagelado, estos tus íntimos amigos, sin transacciones
culpables, visitan ahora en espíritu aquellos “halls” y vestíbulos elegantes,
aquellos regios salones..., aquellos escenarios de teatro, salpicados con la
púrpura de tus venas... Cortinajes, escalinatas ricas, alfombras preciosas,
decoraciones y bastidores, trajes ligeros y cortísimos, atavíos de lujo,
marcados con las huellas de tu sangre, como el atrio de Pilatos, como tu
horrendo calabozo...

Piedad, Jesús, por los amigos culpables y como venganza de misericordia y


en prueba que perdonas: Envía fuego del cielo, fuego de amor.

(Todos)

Envía fuego del cielo, fuego de amor.

Piedad, Jesús, para aquellas familias, buenas en el fondo, pero arrastradas


en su debilidad por exigencias paganizantes del gran mundo... Como venganza
de misericordia y en prueba que perdonas: Envía fuego del cielo, fuego de
amor.

Envía fuego del cielo, fuego de amor.

Piedad, Jesús, para aquellas madres demasiado condescendientes en


desmedro del pudor y la modestia de sus hijas..., piedad para las hijas que, no
malas, pero aturdidas por su juventud y vencidas por la vanidad o el qué dirán,
son, sin pensarlo, un látigo cruel en tus espaldas... Como venganza de
misericordia y en prueba que perdonas: Envía fuego del cielo, fuego de amor.

Envía fuego del cielo, fuego de amor.


Y ahora, Jesús, al despedirnos de tu Cárcel-Sagrario, al dejarte confiado a tu
Madre y a los ángeles en ese Huerto de agonía y de gloria, permite que nos
despidamos con un himno de Eucaristía... Éste es, Jesús, el don de tus dones,
confiado a la tierra para darle vida inmortal, a la hora misma y en la misma
noche en que ella preparaba complot y sentencia de muerte para Ti, su Rey
manso, el Cristo de paz...

Acércate, oh Rey-Cautivo, Jesús Eucaristía, acércate a los barrotes de tu


prisión de amor y escucha sonriente, entre lágrimas de consuelo, escucha,
amoroso y complacido, el salmo vibrante de alabanza, de reparación y de
amor que queremos entonar en nombre de la Iglesia y del mundo a tu Corazón
Sacramentado.

¡Oremos juntos, hermanos!

Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás, a tu paso, las
flores de los campos y los lirios de los valles de tu patria, y en pago, hemos
sido nosotros las zarzas y las espinas de tu corona. Pero no te canses de
nosotros; acuérdate que eres Jesús, para estos pobres desterrados...

Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses, las
viñas y los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos pagado siendo
tantas veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero... no te canses de nosotros;
acuérdate que eres Jesús, para estos desterrados...

¡Oh, Jesús amado! Tu Corazón nos ha bendecido como no bendijiste jamás


las aves del cielo, ni los rebaños de Belén y Nazaret, y nosotros te hemos
pagado huyendo de tu redil y temiendo la blandura de tu cayado
amorosísimo...; pero no te canses de nosotros; acuérdate que eres Jesús, para
estos pobres desterrados.

¡Oh!, en esta hora venturosa, déjanos, porque hemos sido ingratos contigo,
Jesús Sacramentado; déjanos ofrecerte un himno de alabanza en el tono
inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre del Amor
Hermoso; Espíritus angélicos y santos de la corte celestial, bendecid al Señor
en la misericordia infinita con que nos ha colmado: Hosanna al Creador,
convertido en creatura y en Hostia por amor.

(Todos)
¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

Sol, luna y estrellas, desplegad vuestro manto de luz sobre este


Tabernáculo, mil veces más santo que el de Jerusalén, lleno de la majestad de
su dulzura...; bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha
colmado: Hosanna al Creador, convertido en creatura y en Hostia por amor.

¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

Fulgor de la alborada, rocío de la mañana, lampos de luz muriente del


crepúsculo, glorificad la majestad del silencio del Rey del Sagrario...;
bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado:
Hosanna al Creador, convertido en creatura y Hostia por amor.

¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

Océano apacible, océano rugiente en tempestad, profundidades vivientes del


abismo, proclamad la omnipotencia del Cautivo de este altar: bendecid al
Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado: Hosanna al Creador,
convertido en creatura y en Hostia por amor.

¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

Brisas perfumadas, tempestades devastadoras, flores de la hondonada,


torrentes y cascadas, cantad la hermosura soberana de Jesús Sacramentado;
bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado:
Hosanna al Creador, convertido en creatura y Hostia por amor.

¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

Nieves eternas, selvas, volcanes y mieses, colinas y valles, ensalzad la


magnificencia del Dios aniquilado del Altar...; bendecid al Señor en la
misericordia infinita con que nos ha colmado: Hosanna al Creador, convertido
en creatura y Hostia por amor.

(Todos)

¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

Creación toda entera, ven, acude presurosa en nuestro auxilio; ven a suplir
nuestra impotencia; los humanos no sabemos cantar, bendecir ni agradecer;
ven, y con cantares de naturaleza, ahoga el grito de blasfemia, repara el sopor,
la indiferencia del hombre ingrato, colmado con la misericordia infinita de
Jesús Eucaristía: Hosanna al Creador, convertido en creatura y en Hostia por
amor.

(Todos)

¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


VIII
Mayo

Adorámoste, Jesús Sacramentado, y bendecímoste, que por la gracia de tu


Corazón Divino estás redimiendo el mundo... Sálvanos en él, como lo
prometiste a tu sierva Margarita María... sálvanos, te lo rogamos, por el amor
de tu Madre Inmaculada...

(De rodillas, y con gran recogimiento interior, pedidle luz para conocer su
Divino Corazón y gracia para amarle y darle gloria).

(Breve pausa)

(Lento y cortado)

Confidencia de Jesús. No me habéis elegido vosotros a Mí... Yo os he


predestinado a vosotros y os he seleccionado entre millares para que
participéis aquí, en Hora Santa y sublime de intimidad conmigo, de las
confidencias, de las ternuras y de las gracias que os tengo reservadas en mi
lastimado Corazón...

Acercaos, tendedme los brazos, arrancadme las espinas, brindadme


consuelo..., pues desfallezco de amor y de amargura..., acercaos. ¡Oh he
amado tanto..., tanto!... Si os encontráis aquí en la cena deliciosa de mi
caridad, vecinos al Señor de los ángeles, sintiendo los ardores de mi
Corazón... es porque os preferí gratuitamente... Vosotros sí que sois los
míos..., habéis sido los siervos y sois, ahora, los hijos... Venid, pues, y comed
conmigo, a la sombra de Getsemaní, el pan de mis dolores...

Necesito desahogar mi alma con vosotros, pues en ella hay tristezas que los
ángeles no conocen, y lágrimas que no corren en el cielo... Siento ansias de
hablaros en confidencia dolorosa, la más íntima... Que si no podéis penetrar
todo el abismo de mis congojas, no importa; lleváis, como Yo, una fibra que
solloza, y que, herida por la tempestad, gime con angustia... Los espíritus
angélicos vienen a sostenerme en este huerto de la agonía...; pero vosotros
estáis mucho más cerca que ellos del mar de mis quebrantos...; vosotros
podéis beber mis lágrimas..., podéis endulzarlas, sufriendo mi pasión y mis
dolores... Desentendeos, pues, del mundo, dejad su mentira y el recuerdo de
sus devaneos, y aquí a mis plantas, condoleos con el Dios encarcelado, que
quiere participaros amor doliente, amor crucificado..., aquel amor que, entre
estremecimientos de agonía, dio la paz y dio la vida al mundo.

(Pausa)

El alma. Haz, Señor Jesús, que vea..., haz que saboree la hiel de tus tedios
infinitos...; concédeme el favor de penetrar con fe vivísima en tu alma
dolorida... Divino Agonizante, sé benigno y aunque soy un pecador, pon en
esta Hora Santa el cáliz de Getsemaní en mis labios: dadme de beber en tu
Corazón... ¡“Sitio”, tengo sed de Ti, Jesús-Eucaristía!

(Breve pausa)

Voz del Sagrario. Vosotros me conocéis, hijitos míos, porque escucháis


mis palabras de vida eterna... y al conocerme a Mí conocéis a mi Padre, pues
Yo soy el camino que a Él conduce... Pero ¡ay!, pensad en que hay millones
de hermanos vuestros, creados para adorarme, redimidos para bendecirme, y
que levantan contra el cielo este grito de blasfemia: ¡“No hay Dios”!... Hasta
mi trono de paz, hasta ese altar de mansedumbre, llega ese grito airado, eco de
la rebeldía de Luzbel... Esos mismos que me niegan, viven de mi aliento y se
agitan en el piélago de mi bondad, y, sin embargo, me proscriben de palabra,
me rechazan en sus obras...

Yo, sólo Yo, no existo para ellos... Mi nombre los perturba, mi yugo suave
los aterra, mi Calvario los irrita... ¡Me blasfeman!...
(Breve pausa)

¡Buscan la paz! ¿Qué paz puede sentir el que no adora, el que no espera, el
que no me ama a Mí que soy la Vida?... ¡Ah!, y con qué tranquilidad
prescinden de mi persona en todo, absolutamente en todo lo grande y lo
pequeño de su vida... Yo no tengo parte en la ternura de sus madres, en el
desvelo de sus padres, ni en el cariño de los hijos... Se me excluye en absoluto
de las alegrías del hogar... No se me llama ni por un recuerdo vago, en sus
duelos, al abrirse alguna tumba crudelísima... En sus empresas, en sus
proyectos, en tantas incertidumbres y desgracias, me tienen relegado al más
completo olvido... ¿Lo creeréis, amados míos? Yo, Creador y Redentor, no
tengo en millares de almas la parte que en su corazón y pensamiento tienen los
servidores, las avecillas y las flores de sus casas... ¡Así me paga el mundo el
haberme entregado por su amor a la muerte, más que de Cruz, de Eucaristía!...

(Recemos en voz alta, con fe ardorosa, un Credo, en reparación solemne de


la negación de Dios y de Jesucristo en que viven tantos infelices descreídos).

(Pausa)

Voz del Sagrario. Llevo hace siglos el corazón doliente y anegado en


lágrimas; ¡ay, cuántas almas, cuyo precio fue mi sangre, se condenan!...
Destinadas a abrasarse en las llamas de mi amor, han caído ya, por millares, al
abismo de otras llamas horrendas, vengadoras... ¡Y son mías!... Oídlas...,
maldicen, desde lo profundo de su infierno, mi cuna de Belén, mi pobreza,
primer llamado a los humanos... Maldicen esa Cruz, marcada con sangre en su
conciencia... maldicen mi Iglesia, que les ofreció los tesoros de la redención...
maldicen mi Eucaristía, desdeñada por ellos, que hubieran vivido eternamente,
si se hubieran alimentado con el pan de la inmortalidad, mi Corazón
Sacramentado... ¡Ah, y cuántos de esos réprobos, estuvieron alguna y muchas
veces, como estáis vosotros, a mis plantas!... ¡Y se perdieron!... Los llamé,
corrí tras ellos, los estreché en mis brazos..., pero rompieron todas las
cadenas..., eligieron el gozar por un instante, y después, llorar con llanto
eterno... Y maldicen con eterna maldición... ¡Y fueron míos!... ¡Oh, dolor de
los dolores!... ¡Cómo laceró, en Getsemaní, mi alma esa sentencia de
reprobación irrevocable!... ¡Y fueron míos todos..., mías fueron esas legiones
incontables de condenados al suplicio de una cólera infinita!... Los tuve aquí,
sobre mi pecho, al borde del abismo de mi amante Corazón... y me los
arrebató otro abismo..., y para siempre... y son hoy día lágrimas arrancadas
para siempre a mis ojos... criaturas despedidas para siempre de mi reino...
hijos desechados, por los siglos de los siglos, del hogar del cielo. Tras ellos se
han cerrado las puertas de un infierno..., y ved, mi Corazón herido ha quedado
abierto por fuerza de esa angustia inenarrable..., ha quedado abierto para que
vosotros, que me amáis, tengáis en él una vida superabundante, un cielo..., una
vida eterna...

(Breve pausa)

Voz del alma. Beso tus manos atravesadas, Jesús, y por tu agonía del
Huerto, libra a los consoladores de tu Corazón de las llamas del infierno...

Beso tus pies despedazados, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los
amigos de tu Corazón de una reprobación eterna...

Beso tu Costado abierto, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los
apóstoles de tu Corazón del suplicio de maldecirte eternamente...

(Breve pausa)

Voz del Maestro. ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la reprobación
final?... Hiriendo mi Corazón con pecado de fea ingratitud..., abusando de la
misericordia de este Dios, que es todo caridad.... Soy Jesús, esto es, Salvador...
Vine para los que tenían necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre
todo, para los que necesitan perdón..., misericordia..., y mucho amor. A esos
enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo absuelve
todo... ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!... Jamás negué el perdón a
quien me lo pidió con humilde contrición, jamás... Por esto, porque mi bondad
es infinita..., porque espero con paciencia inalterable al pródigo..., porque, a su
regreso, olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega
ensangrentada al redil de mis amores..., por esto, tantos colman la medida y se
condenan en el abuso de la absolución que les otorgo... Deteneos, hijos míos,
en la pendiente de ese camino, y llorad el extravío fatal de tantos hermanos
vuestros que me hieren, porque soy Jesús dulcísimo con ellos...

(Pedidle perdón por el abuso de su misericordia, especialmente en los


Sacramentos de Confesión y Eucaristía, diciéndole):

¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?...

Perdóname los yerros que contra Ti he cometido...

Pues me creaste, sin que lo mereciera.

Y me redimiste, sin que te lo pidiera...

Mucho hiciste en crearme,

Mucho en redimirme,

Y no serás menos poderoso en perdonarme,

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban.


Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte,

Porque es más muerte que vida

La que no está empleada en tu santo servicio...

(Pausa)

Confidencia de Jesús. Tengo una amable confidencia que haceros todavía;


recibidla con especial cariño, pues quiero hablaros de Mi Madre... Jamás
estuvo ausente de mi Corazón, María..., y su nombre repercutía en él con
especial ternura, en mis horas de soledad y de agonía... En Getsemaní, ¡oh!
cuánto pensé en Ella... La vi llorar amargamente la muerte del Hijo y de los
hijos..., y su dolor hizo desbordar el cáliz de mis amarguras... Atado a la
columna, despedazaron mi carne, y al hacerlo, flagelaron también a la Virgen
Inmaculada, que me dio esa carne pura, para ser hermano vuestro en su
regazo... Y en ese mismo instante, mientras salpicaban los verdugos las
paredes del calabozo con mi sangre..., vi, en el transcurso de las edades, el
ultraje que harían a mi Madre, los que negarían su maternidad divina,
ofendiendo al mismo tiempo al Hijo y a la Madre... Muchos otros pretenden
adorarme, y la relegan a un glacial olvido, que hiere en lo más vivo mi
Corazón filial... María es vuestra..., amadla, hacedla amar... ¡Oh, dadme un
gran consuelo en esta Hora Santa!: unid mis lágrimas a las de mi dulce Madre,
al consolar mi entristecido Corazón.

(Pedid perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos
indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le rehúsan su
amor y que menosprecian o niegan la dignidad y prerrogativas de la Virgen
María).
(Breve pausa)

Y ahora, habladme vosotros, cuyos nombres tengo escritos en mi Divino


Corazón...; habladme palabras que broten de lo más íntimo de vuestras almas,
unidas a la mía por lazos de dolor y de cariño inmenso... Si tenéis tristezas,
contádmelas...; si sentís el tedio de la vida, y al mismo tiempo el sobresalto de
la muerte, decídmelo... ¡Oh!, habladme sobre todo de las santas ambiciones
que sentías de verme consolado..., y luego de contemplarme, Rey de amor, por
la misericordia de mi Sagrado Corazón...; hablad, que vuestro Dios escucha.

(Pausa)

El alma. Señor Jesús, en esta Hora Santa traemos a tus plantas una queja
amabilísima. Nos presentamos cargados los hombros con tus mercedes,
colmada el alma con tus favores, mientras Tú arrastras fatigado, agonizante, la
Cruz de nuestras iniquidades... ¡Ah!, no es posible, Maestro, que para el
culpable destines principalmente la deliciosa pesadumbre de tu largueza y el
cáliz de tus ternuras..., y que reserves para Ti la hez de la agonía... y la hiel de
los olvidos y de las perfidias incontables de la tierra... Comparte, pues, Jesús
Sacramentado; comparte con nosotros en la Hora Santa todas tus tristezas, y
aunque no lo merezcamos, acéptanos de Cireneos en la vía desolada, dolorosa,
que conduce a la cima del Calvario... Desde luego, te agradecemos los
sinsabores de la vida... No sólo los aceptamos resignados, en expiación
justísima de tantas culpas propias y ajenas, no, Jesús: te bendecimos por las
espinas que has hecho brotar en nuestro camino con fines de misericordia...
¡Ay!, no ignoras cómo se resiente nuestra naturaleza en los combates de la
enfermedad... de la pobreza..., de la calumnia..., de la ingratitud..., de los
olvidos..., del cansancio de la vida..., de la tristeza..., de las incertidumbres...
Estamos hablando con Jesús de Nazaret, Hermano nuestro, cuyo Corazón de
carne, ¡oh, encantadora y divina flaqueza!..., se resintió con las debilidades de
la miseria humana... Te bendecimos, Jesús, por aquellas decepciones que nos
desapegan de las criaturas. Permites que nos acerquemos a ellas, esperas
tantas veces que un afecto legítimo busque en ellas consuelo para el corazón...,
energía y paz para el espíritu... Y luego, Tú mismo rompes esas ligaduras y
desgarras esas almas..., exiges, con soberano imperio, un corazón entero...
¡Gracias, Jesús, por esas tus divinas y amables crueldades..., gracias! Y así
como juegas con el corazón del hombre para santificarle, así también juegas,
Dueño irresistible, con la salud de tus hijos..., y sacas de sus dolencias la
santidad del alma, así también sabes trocar los quebrantos de la fortuna en
manantial de fe; y, en ocasiones, del hambre y de la desgracia, sacas la
resurrección y la vida... Bendito seas, mil y mil veces, Corazón providente,
benigno, salvador, que, de nuestras grandes desolaciones, sabes producir
efluvios de paz, dulzuras inefables y delicias de cielo...

Divino agonizante de Getsemaní, te bendecimos y alabamos por las


tribulaciones y pruebas con que has querido hacernos participantes de las
glorias de tu sangre...

Espinas del Corazón Sagrado de Jesús, formadme la corona que aprisione el


mío...

Torturas y agonía del Corazón Sagrado de Jesús, apagad mi sed de amor


terreno y de ventura...

Cruz bendita y llamas del Corazón Sagrado de Jesús, crucificad mi


sensualidad y orgullo...

Herida sangrienta del Corazón Sagrado de Jesús, dadme entrada en ese


Huerto de la agonía, del amor hermoso y de una sublime santidad.

(Pausa)

El anatema de justicia tremenda que te arranca tantas almas, atraviesa tu


propio Corazón, Salvador amado..., y hiere también los nuestros, ansiosos de
glorificarte, de ver santificado tu nombre y utilizada tu sangre en toda la
redondez de la tierra...

¡Oh, quedaríamos felices aunque no arrebatáramos sino un alma al averno


con nuestro clamor de desagravio, aquí, en la Hora Santa, para gloria de tu
Corazón Sacramentado!... Recoge esa plegaria, Señor, y salva a tantos que
están en peligro de perderse...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

(Todos en voz alta)

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los soberbios negadores que rechazan la existencia de un Dios, Creador


del Cielo y de la tierra, y de todo cuanto existe...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los infelices que niegan, Salvador amado, tu Encarnación maravillosa,


que no quieren que Tú seas nuestro Hermano por naturaleza humana...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los que propagan estas negaciones y hacen de ellas bandera de combate,


en contra de tu Evangelio y de tus derechos soberanos...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los que, seducidos por esas palabras tenebrosas apostatan de tu fe y


reniegan de tu amor y de tu ley...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los que conspiran con rabia de infierno en la destrucción de las


instituciones cristianas, y que han jurado derrocarte en la ruina de tu Iglesia...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los que en odio a tu persona pretenden borrar tu Cruz de la conciencia del


niño, del alma del pueblo y del hogar...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los que, con apariencia de luz y con delicadeza de formas pretenden, sin
violencia, eliminar, Señor, tu persona divina de todas las actividades de la
vida...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

A los que por ignorancia lastimosa hacen caso omiso de tu palabra y viven
tranquilos lejos del ambiente de la fe y de las insinuaciones de tu gracia...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.


Y, en fin, Jesús, a los millares de almas que, en lejanas tierras, viven, se
agitan y duermen en sombras letales de paganismo, de herejía y de muerte...

Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.

(Pausa)

Has querido confiarme, Jesús, el Corazón de la Virgen Madre a fin de


reparar tus penas y las suyas por la ofensa de aquellos que pretenden ser
cristianos y que rechazan tu última palabra a Juan en el Calvario: “Hijo, en
ella, en María, ahí tienes a tu Madre...”. Señor, la acepto confundido y te
ofrezco, en desagravio, los dolores, las penas, los llantos, las plegarias de
todas las madres que te adoran en la tierra y que aclaman a María como
Reina... Tú sabes, Maestro, qué caudal de amor y de sinceridad hay en sus
almas de heroínas... Tú sabes cuánto valen, cómo oran, cómo aman, cuánto
sufren... Jesús, por el recuerdo de María Inmaculada, por las lágrimas que Tú
lloraste al verla llorar en tu ausencia, en las afrentas de tu pasión ignominiosa,
escucha a las madres que redimen, padeciendo, a tus pies ensangrentados...
Míralas cómo piden, con fe ardorosa, la redención de sus hogares..., escucha
cómo te aclaman Rey sobre la cuna de sus hijos, sobre el sepulcro de sus
esposos... Ellas te piden, Señor, la victoria decisiva de tu Corazón...; en él
confían todos los tesoros de su amor... ¡Ay!... ¡Son tantas las que temen por el
porvenir cristiano de sus hijos!... ¡Son tantas las que padecen con ellos las
tristes consecuencias de sus primeros extravíos!... ¡Son tantas las que ven, con
ojos llorosos, que las diversiones mundanas, que las amistades y las lecturas
peligrosas, amenazan las conciencias y tal vez la eterna salvación de los
suyos! Tú les confiaste, adorable Nazareno, las almas del esposo y de los
hijos, y ellas las depositaron, con amor, sobre el altar de tu Sagrado Corazón...
¡Oh, Jesús!... Acuérdate en esta Hora Santa de tu Madre, como te acordaste de
ella en el Huerto de Getsemaní... y, en obsequio a sus ternuras, a sus virtudes y
a sus dolores, salva el hogar, salva la familia... Señor; si una sola madre
conmovió tu Corazón y obtuvo la resurrección de su hijo, ¡ay!, a pedido de
tantas madres doloridas en esta hora omnipotente, santifica el santuario del
hogar, que Tú ambicionas como Rey de amor...
(Pedídselo con fervor del alma).

(Pausa)

Tú mismo solicitaste, amable Prisionero del altar, la compañía consoladora


de la Hora Santa... Tu caridad nos ha vencido; ya ves; hemos venido,
dejándolo todo, todo, para reclamar, con santo apremio, el advenimiento de tu
reino... ¿Qué esperas, Jesús, para vencer, cuando ésta es la hora de la
misericordia y del poder irresistible de tu amor?... Antes, pues, de dejarte
sumido en la suavísima penumbra de tu prisión sacramental, déjanos exclamar
con grito de una caridad triunfante:

(Todos en voz alta)

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

1ª. Promesa. Pronto, Jesús, sí, reina, presto, antes que Satán y el mundo te
arrebaten las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos los estados de la
vida...

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable prometida a aquellos que te han recibido con Hosannas.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen


aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú la inspiración y


recompensa de todas las empresas.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

6ª. Y tus predilectos, quiero decir; los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!


7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

8ª. “Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado...;


permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas...; en


nombre de ellas te suplico sigas siendo, en todas, el Soberano muy amado.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos


sacerdotes que te aman y que te predican, como Juan, tu apóstol regalado.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

11ª. Y a cuantos enseñen esta devoción sublime; a cuantos publiquen sus


inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes
grabado el nombre de tu Madre.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo, y por la
Comunión de los Primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa infalible;
te pedimos que en la hora decisiva de la muerte.

¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!

(Pausa)

Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo consintiera...
Nos vamos, llevando paz, consuelos, nueva vida... ¡Ah! Pero, sobre todo, nos
despedimos con la satisfacción de haberte dado a ti, Maestro, alivio de
caridad, desagravio de fe y reparación de amor, que reclamaste, entre sollozos,
a tu confidente Margarita María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge manso y
bueno nuestra última oración:

(Lento y cortado)

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de


inocencia de los niños que comulgan..., sé su Amigo.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el consuelo de los padres del


hogar cristiano..., sé su Vida.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el amor de la multitud que


sufre, de los pobres que trabajan..., sé su Rey.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la dulcedumbre de los
afligidos, de los tristes..., sé su Hermano.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la fortaleza de los tentados, de


los débiles..., sé su Victoria.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el fervor y la constancia de los


tibios... sé su amor.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el celo ardiente y victorioso de


tus apóstoles..., sé su Maestro.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el centro de la vida militante de


la Iglesia..., sé su lábaro triunfante.

Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé en la Eucaristía, la santidad y el


cielo de las almas..., sé su paraíso de amor..., sé su Todo.

Y mientras llega el día eterno de cantar tus glorias, déjanos, dulcísimo


Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida del Costado,
murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, esta palabra triunfadora:
¡Venga a nos tu reino!

(Pausa)

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Acto final de consagración

¡Oh, amantísimo Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi


espíritu; sobre el ara santa de tu Corazón, en que te ofreces por mi amor,
deposito todo mi ser; mi cuerpo, que respetaré como templo en que Tú
habitas; mi alma, que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos,
que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las
inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del
mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes, que
florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se someterán al yugo
de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que detestaré, mientras haya odio
en mi pecho y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi
corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como Tú, ¡oh
Corazón divino!, has querido ser siempre todo mío. Todo tuyo para siempre;
no más culpas, ni más tibiezas... Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré
en ti, por los que te odian; rogaré, gemiré y me sacrificaré por todos los que te
blasfeman. Tú, que penetras los corazones y sabes la sinceridad de mi deseo,
comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente; dame el triunfo en
las batallas de la tierra, y cíñeme después con la corona inmortal en las
mansiones de la gloria... Pero que mi recompensa seas Tú, y mi Cielo eterno,
la herida deliciosa de tu amable Corazón... ¡Venga a nos tu reino!...
IX
El Reinado íntimo, familiar y social-nacional del
Corazón de Jesús.

¿Hemos penetrado alguna vez por nuestra meditación en el significado


profundo de la hermosísima fiesta de Epifanía?...

¡Oh, qué cuadro embelesador aquél; en una cuna pajiza tirita de frío el Rey
de los cielos..., sostenido en los brazos de María, el más rico de sus tronos,
sonríe dulcísimo y bendice amabilísimo, Aquél, cuyos dominios comprenden
el Universo!

Se acercan ya los Reyes Magos... Han hecho una larga travesía, han salvado
enormes distancias, pues vienen a cumplir con un deber imperioso: quieren
reconocer de rodillas al gran Libertador, al Rey de reyes, al Conquistador,
tanto tiempo esperado, de las almas, de las sociedades y de los pueblos, en la
persona del Divino Infante...

Antes que los Magos del Oriente, ya el cielo mismo había aclamado con
cantares de victoria la realeza de victoria de ese Niño envuelto en pañales y
reclinado en un pesebre... Y después de los ángeles, los dichosos pastores
habían acudido a su vez para presentarle el homenaje por excelencia, el de su
amor, besando con ternura sus pies divinos y estrechándolo sobre sus pechos
con sencillo abandono....

No falta, pues, sino un trono, más regio por cierto que esa cuna miserable...,
y también una púrpura, más espléndida aún que el manto de la Virgen-
Madre...

Vedlo ya en su verdadero trono, por Él mismo elegido: ¡la Cruz!

Contempladlo, realzada ahí su hermosura celestial, levantado así por


encima de todas las potestades de cielos y de tierra... ¡Qué hermoso, qué
dominador, qué dulce este Rey, cubierto con la púrpura escarlata de su sangre
preciosísima!...
No falta ahora sino la reproducción indispensable de una nueva Epifanía;
aquella en que las almas y las naciones, herencia que su Padre le ha confiado,
vengan a postrarse ante su altar, y reconociendo su Realeza Divina, se
sometan a su imperio de luz, de paz, de misericordia y de amor...

Pero ¡qué!... Su Reinado ha comenzado ya hace veinte siglos y su victoria


se ha extendido desde entonces como un piélago de luz esplendorosa y
profunda... que ha penetrado la humanidad regenerada, y la ha informado de
un alma nueva, de una hermosura divina... Esa victoria la va acentuando de
día en día el Pentecostés permanente de la Iglesia, a medida que ésta arraiga
en la tierra la Soberanía del Señor Crucificado...

Pero he aquí que un acontecimiento sobrenatural viene dando, desde hace


cosa de tres siglos, un impulso decisivo al carro victorioso del Rey de amor...
Un Pentecostés de fuego se ha levantado... parte de Paray-le-Monial y parece
envolver ya y abrasar el mundo, transformando las almas y las sociedades...
reanimando a los apóstoles..., confirmando las esperanzas y enardeciendo los
anhelos de la Iglesia...

¡Oh, qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los ámbitos
de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y plegaria de esperanza que
dice: “Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!”.

Ya viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor... Mirad cómo ostenta
sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino como un Sol que
siembra incendios en su carrera... Ved cómo avanza bendiciendo con
dulzura... Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto de ternura imperiosa,
irresistible...

Y si dudáramos todavía que la hora de un triunfo divino parece acercarse,


oíd trémulos de santa emoción, una palabra de Jesús, armonía que hace saltar
de júbilo a sus apóstoles y amigos, a la vez que provoca el espanto entre los
secuaces del infierno...

Jesús ha hablado, el Señor lo ha dicho, el Rey divino lo ha afirmado:


“¡Yo quiero reinar por mi Sagrado Corazón y reinaré!...”. Transportados de
gozo, respondamos nosotros esta tarde, en nombre de nuestros hogares, en
nombre de nuestra patria, y haciendo eco a la voz de la Iglesia: “¡Hosanna al
Hijo de María, al Rey de amor!...”.
(Todos)

(Dos veces)

¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!

¡Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!

(Todos)

(Dos veces)

Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!

¡Hosanna al Corazón de Cristo-Rey!

Estas aclamaciones, por sinceras que sean, no bastan... El corazón de Jesús


reclama con derecho obras vivas de amor vivo que ratifiquen el Hosanna que
resuena todavía clamoroso en el Sagrario...

“¡Cuántas veces, ¡ay!... recibiste, Señor, oraciones de labios... y después de


la oración, la lanzada en tu Divino Corazón!”.

No una, sino mil veces, por desgracia, se ha reproducido el cambio


sacrílego de decoración de Jerusalén, tu pueblo...
Ved: al cabo apenas de una semana, los himnos de victoria se
trasforman en vocerío de cólera que pide su muerte...; y aquellas mismas
manos que aplaudían con palmas y laureles, recogen con furor las piedras y
luego los azotes...

(Con vehemencia)

“No así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!... El agasajo de esta
Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos...

Tú, Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con qué
lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que queremos a nuestra
vez verte amado, extendiendo tu reinado en las almas y en la sociedad... Te lo
decimos, Jesús, con el corazón en los labios.

Con este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto nos
hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia... Venimos,
pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como estamos a darlo
todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte victorioso, preparando y
precipitando la hora de tu reinado de amor...

¡Ah! La victoria será ciertamente nuestra; pues Tú, el Omnipotente, eres


nuestro Prisionero..., más cautivo aún, si cabe, de tus amigos, que no lo fuiste
en Getsemaní, de tus verdugos... Pero esta vez, Jesús amado no querrás, por
cierto, renovar el milagro con que hace siglos escapaste de las manos de
veleidosos entusiastas e interesados que, en beneficio propio, te querían
proclamar su Rey... No así en esta Hora Santa, en la que tus servidores leales y
tus apóstoles abnegados te aclaman Rey para tu propia gloria... ¡No romperás,
pues, las cadenas de amor, Tú, el cautivo del amor!... Tu gloria que es la única
nuestra... y tus intereses, nuestros solos intereses, te lo exigen, Dios de
caridad... Manda, reina e impera aquí como Rey; díctanos tu voluntad, ya que
son tantos los que de palabra y de obra niegan tu soberanía y tus derechos...

Algo y mucho hemos aprendido, ciertamente, por tu confidente y nuestra


hermana Margarita María... Pero, ¿no querrás Tú mismo, Señor, mostrarnos...
no fuera sino un destello de aquel Sol de tu Corazón, que le revelaste a ella?...
Tenemos hambre de conocerte mejor, de amarte y de hacerte amar... Danos,
pues, si no todo el banquete de Paray-le-Monial, que no merecemos... ¡oh!...
danos siquiera una migaja sabrosa, empapada en el cáliz de tu Corazón..., y
que nos revele sus designios... sus misericordias y ternuras... Pruébanos una
vez más que porque eres Jesús... que porque eres Rey de amor, eres
espléndido como no lo fue jamás rey alguno de la tierra... Y ahora queremos
oírte... Háblanos, Jesús”...

(Mucho recogimiento y silencio)

Voz de Jesús. “Quid dicunt de me?” “¿Qué dicen de mí?”... ¿Qué opinan
los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?...

¿Pensáis que creen de veras en mi verdad y en mi justicia? ¿Pensáis que


creen, sobre todo, en mi amor; que creen en él con fe inmensa?... Porque
debéis saber, ante todo, amigos y apóstoles de mi Sagrado Corazón, que el
primer reinado que quiero establecer es un reinado íntimo en la conquista de
vuestros corazones... Sí, ahí... donde sólo yo puedo penetrar..., ahí quiero, ante
todo, echar los fundamentos sólidos de mi soberanía divina...

Vuestro interior, ese debe ser mi Reino por excelencia... Reino todo él de
luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la tierra..., a fin de
que todo aquél que cree en Mí no ande en tinieblas...

(Lento y marcado)

Los hombres creen candorosa y firmemente en la sabiduría de los sabios y


en la sinceridad de infelices intrigantes...

Creen en la amistad deleznable de las criaturas y en la lealtad del corazón


humano...

Creen en las promesas y en las adulaciones engañosas e interesadas de los


grandes...
Sí, creen fácilmente en la nobleza moral, en la rectitud y en la bondad de los
hombres; siendo así que día a día sufren sorpresas y decepciones matadoras...
Cosa extraña, sangra todavía la herida abierta por la deslealtad humana, y en
esa misma llaga, todavía fresca, reflorece, como por encanto, la fe, la
confianza en otra criatura... ¡Así no creéis en Mí, vuestro Jesús!

¡Ah, qué proceder tan distinto observa el hombre conmigo, su Señor!... Yo,
que me dejé herir para evitaros tantas heridas mortales... Yo, que soy el único
amigo fiel y fidelísimo... Yo, que soy la verdad que no miente y la sabiduría
que no engaña... Yo, el amor infinito de un Dios que jamás olvida... sí, Yo,
que consentí en ser clavado a un patíbulo para aguardar en los umbrales de un
Paraíso al verdugo arrepentido..., ¡sólo Yo no encuentro aquella gran fe que
debiera reconocerme como al Señor de las inteligencias y como al único
Legislador de las conciencias!

Y, sin embargo, sólo Yo soy y seré, a través de los siglos, la luz


indefectible, la única luz de los mortales...

¡Ah!... Si supierais cuánto anhelo obtener esta victoria de luz divina, de


inmensa luz en vuestras almas, pobres de fe... ¡Oh, dadme esa victoria; ella no
depende sino de vosotros! ¿Por qué motivos clarean tanto a veces las filas de
aquellos que vienen con hambre de amor en busca mía al comulgatorio?...
¡Ah!... Yo los quisiera mil veces más numerosos; pero la falta de fe viva los
aleja de mi sacrosanta Eucaristía...

¡Oh dolor!... La ignominia y también un respeto mal entendido, detienen a


tantos por falta de fe en el camino que los llevará a mi Corazón...

¡Pobrecillos!... Sufren de sed y no vienen al manantial de aguas vivas, que


soy Yo... ¡Qué distinto sería, hijitos míos, si creyerais con fe ardiente en mi
amor!... ¡Ah! Entonces aquel temor infundado que agosta y esteriliza vuestro
afecto y que lastima mi Divino Corazón, no sería capaz de deteneros cuando
oís que os llamo....

¡Aumentad la luz del alma; creced en fe, amigos míos!... Si supierais quién
es Aquel que os aguarda en este altar... Quien Aquel que os llama a grandes
voces desde el Sagrario... ¡Oh, qué de secretos íntimos os revelaría, con qué
fuerza de caridad abrasaría y transfiguraría vuestras almas pobrecitas, si os
dejarais iluminar, arrastrar y penetrar por las claridades de una fe ardiente!...
¿Queréis embriagaros de mi hermosura?... ¿Deseáis embelesaros en las
magnificiencias de mi amor y de mi misericordia?
Dejadme, entonces, saturar de luz divina vuestras almas... Creed, ¡oh!,
creed en Mí... Sí, creed en Mí, vosotros los hijos de mi Sagrado Corazón; pero
no con una fe cualquiera; creed con una fe ardorosa... Creed, sobre todo, en el
amor de mi adorable Corazón...

Y si de veras deseáis, como me lo decís, que Yo me establezca como


Soberano en vuestras almas con una victoria de intimidad... pedidme, ante
todo, que aumente el don de vuestra fe...

(Si de esta Hora Santa no sacáramos más provecho práctico que el de


renovar nuestra fe tan lánguida, habríamos dado un gran paso para gloria
del Sagrado Corazón... No olvidemos que uno de los mayores males de la
época actual, no es tanto la incredulidad de los infelices negadores, cuanto la
fe anémica, tímida, de los amigos del Señor... Pidamos esta gracia
incomparable de una gran fe al Sagrado Corazón).

Las almas. Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: coloca tus manos
creadoras sobre nuestros ojos nublados, y reanima nuestra fe. Manda como
Rey de luz, Señor, y caerán deshechas las escamas que enfermaban nuestra
vista sobrenatural... ¡Oh, haz que te veamos claramente, Jesús, y reina
aumentando en Ti nuestra fe!

(Todos)

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en


aquellas horas tan contadas de paz, de dicha tranquila y sabrosa...; en aquellas
horas tan fugaces de sol, en las flores tan escasas de la vida... ¡Oh, haz que te
veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Luz de nuestras almas, Jesús muy amado, queremos verte y encontrarte en


la amargura secreta de tantas y tantas penas que Tú sólo conoces..., en
aquellas desolaciones del corazón que las criaturas no pueden ni comprender,
ni menos endulzar... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y
reina aumentando en Ti nuestra fe!

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en


aquellas luchas desesperadas, entre la naturaleza miserable y la conciencia...,
entre nuestros devaneos y ambiciones y las crueles realidades de la vida... ¡Oh,
haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte


sobrenaturalizando aquellas legítimas aspiraciones de bienestar que provienen
del deseo de asegurar el porvenir temporal y cristiano de los nuestros... ¡Oh,
haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!

Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en
aquellas horas de penosa incertidumbre, cuando el horizonte se oscurece y se
presenta amenazante..., cuando el cielo y la tierra parecen olvidarnos... ¡Oh,
haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en


todos aquellos innumerables sacrificios que el deber nos impone, y, sobre
todo, cuando marcas el hogar que te ama, con la cruz de los pesares... ¡Oh, haz
que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en


el problema delicado de nuestra vida interior de conciencia..., cuando por
nuestro bien permites luchas, contrariedades y sinsabores que nos toman de
sorpresa... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando
en Ti nuestra fe!

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

Señor, confesamos que Tú, y sólo Tú, eres el Camino, la Verdad y la Vida...
¿A quién acudiremos, cuando sólo Tú tienes palabras de vida eterna?...
Habiéndose encontrado, pues, Jesús en nuestro camino azaroso, te detenemos
y nos abalanzamos a Ti exclamando: “¡Hijo de David, ten piedad de
nosotros..., abre nuestros ojos..., haz en ellos la luz, una gran luz, para poder
ver siempre y verte en todas las cosas, y reina aumentando en Ti nuestra fe!”.

Reina aumentando en Ti nuestra fe.

(Pausa)

Bajó un día el ángel del Señor a Nazaret, y anunció a María, la Reina de las
vírgenes, que si consentía en ser la Madre del Mesías, éste reinaría, salvando a
Israel y al mundo...

Pero el Cielo ponía como condición el que María aceptara previamente la


construcción de un arca salvadora: ¡un hogar!... Y si daba su consentimiento,
Ella, María, sería la Reina y la Virgen-Madre de ese hogar constituido, y
desde ese trono dulce y formidable, el Hijo de Dios dominaría sobre la Casa
de Jacob y sobre todas las razas redimidas...

No es éste el caso de hoy día. No es un ángel, sino el Rey de los ángeles,


quien se presenta a nosotros ofreciéndonos una segunda redención en el
Reinado social de su Divino Corazón... Ahí está muy clara y terminante la
petición transmitida en su nombre por Margarita María.

Pero, como en Nazaret, el Rey del Paraíso exige siempre un arca, la misma;
un trono vivo, el mismo. Quiere avasallar el mundo, reinando ante todo en el
hogar, manantial y santuario de la vida.

Esta petición del Señor no es nueva... Sus designios no han cambiado desde
que Él mismo construyó con mano creadora, la familia, con el fin de perpetuar
la victoria del Calvario... Sí, los hogares son su creación, y constituyen su
dominio... Pero, !ay!..., en cuántos de ellos es Jesús un desconocido... de
cuántos de ellos se le ha desterrado... ¿Es de veras el Rey, o es de hecho un
mendigo en millares de familias?

Vedlo recorrer el mundo golpeando a las puertas de los hogares... Y, en


respuesta... aquí se le pregunta con altanería quién es... más allá se le increpa
con insolencia, se le exigen credenciales... ¡Ah, y no faltan quienes lo
despiden..., con aparente cortesía o con ultraje abierto, según los intereses
mezquinos del momento!... ¡Ahí se realiza después de siglos aquellas palabras
acerbas de San Juan: “Vino a sus dominios, y los suyos no quisieron
reconocerlo!”.

¡Ah, si esas almas, si esos hogares supieran quién es Aquel que en hora de
misericordia y de ventura llama a sus puertas... si conocieran a Aquel que al
entrar les traería el tesoro, tan deseado y jamás encontrado, de la paz!...

¡Oh, cuántas maravillas realizaría ese Amigo-Rey si reinara con soberanía


de amor en la vida interior de esos hogares!

Ahí, a dos pasos, nos está escuchando el Rey divino y desterrado...


Aprovechemos que calla, como si dormitara en el Sagrario, para meditar aquí
a sus plantas un cuadro, hecho con la hermosura celestial de sus lágrimas y de
sus sonrisas... Saboread toda la belleza y penetrad el significado de esta
parábola, semejante a aquellas que el Maestro Divino contaba, despidiendo
sobre la claridad en sus palabras arrobadoras.

(Con gran unción)

Escuchad: es plena noche..., y noche de crudo invierno... Una alfombra de


nieve cubre el suelo, y sopla inclemente el cierzo helado... Hacia media noche,
un Peregrino de incomparable hermosura, jadeante de fatiga, húmedo los
cabellos, golpea suavemente a la puerta de una pobre cabaña...

Se le abre presto..., y al entrar bendice, diciendo: “¡Que mi paz sea con


vosotros!”.

La armonía de esta voz sobrehumana despierta sin sobresalto, uno después


de otro los pequeñitos del hogar... Se diría que una voz secreta y misteriosa los
ha ido llamando dulcemente uno por uno... Vedlos, han acudido presurosos y
están todos agrupados alrededor del misterioso Peregrino... Le han dado con
afecto un asiento al lado de la lumbre...

Y, observándolo de más cerca los pequeñitos, “mirad, se dicen en voz


queda, mirad qué ojos hermosísimos tiene este Señor..., pero se diría que ha
llorado..., ¿verdad?..., y que lleva una pena grande dentro del pecho..., que le
duele el Corazón...”.

Y los mayorcitos, después de un momento de silencio, hablando entre sí,


observan con emoción: “Oh, qué bueno y qué tierno este Señor... Pero, ved:
tiene lastimadas las manos, y la frente, muy herida...”.

El hermoso Peregrino despliega los labios... habla; y al hablar descubre


poco a poco y revela todo un cielo... ¡Ah, y qué cielo!... ¡Todos, grandes y
pequeños, sin decirlo, piensan, adivinan que ese cielo... lo lleva Él mismo
dentro del pecho, y en su Corazón!...

Cosa extraña... Desde que ha entrado, una brisa de paz inefable embalsama
ese hogar que se siente sobrecogido a la vez que mil veces dichoso... Y a
medida que el Peregrino dulcísimo habla..., se olvidan y desvanecen, o, más
bien, se suavizan todas las penas...; no se siente ya el frío glacial que soplaba
cuando, hace un instante, pedía hospedaje... Toda su persona despide un
suavísimo calor celestial..., y, por esto, en santo abandono, todos le cercan,
pues, sin darse cuenta de ello, llevaban un hielo mortal en el alma...

¡Oh, confianza deliciosa! Sin que lo haya dicho, todos presienten, adivinan
que ese Peregrino es un Rey... ¡Qué, lo saben..., y ni pequeños ni grandes
temen su majestad! ¡Ah, no!... Los grandes no temen porque han sufrido, y
este personaje atrae y consuela...; y los pequeños tampoco..., porque se sienten
amados, porque son almas de lirio...

Pero a medida que habla..., ¡oh, cómo penetran suave y profundamente en


las almas los ojos de ese Rey-Peregrino!... Ya lo ha visto todo de una
mirada...; las heridas, frescas siempre en el corazón de aquellos padres... En la
delicadeza exquisita de su Corazón no ha nombrado a los ausentes..., pero
hace sentir que los conoce y ama a todos... Sí...; ha contado ya los vacíos en
ese hermoso hogar... Ahí están los niños, los pequeñitos, pero no están todos...
¿Qué se hicieron..., dónde están los otros, los mayores?
¡Ay, la jaula de oro se ha ido despoblando!... ¡Y si no fuera sino esto sólo;
pero no!... Otras penas, otros sinsabores más crueles aún han ido cercando de
espinas esa casita que lo alberga con tanto cariño... Pero ya lo sabe todo el
Peregrino misterioso... Y en el relámpago de una mirada profunda, deliciosa,
les ha dicho que lo sabe... Sin más, ved; los padres han caído a sus pies,
regándolos con lágrimas... Parecen guarecerse ahí, así como las avecitas,
cuando sopla el huracán, buscan por instinto el abrigo del nido o de una roca...

Arroja entonces sobre ellos una mirada de inefable compasión, y dice: “¡No
lloréis sin esperanza..., llorad, sí, pero llorad amando; llorad conmigo, pues Yo
os conozco y os amo tanto!... Vuestros pesares y vuestras lágrimas me han
traído a vuestro hogar!”.

Y cuando, desahogado el corazón, los consolados padres levantan la


mirada..., ¿qué ven?... El divino Huésped llora también con ellos... Y a medida
que esas lágrimas de amor humedecen la frente y los cabellos de los
pequeñitos que, en silencio, se han arrojado sobre su Pecho, entre sus brazos...
una calma indefinible..., una paz desconocida, enteramente nueva, inefable,
parece cernirse sobre este hogar venturoso... Diríase que el cielo entero ha
trasladado sus reales a ese rincón.

Un instante más y el Peregrino enjuga su lágrimas para clavar con deliciosa


sonrisa sus miradas de compasión infinita y amor inmenso en esa Betania tan
sencilla y tan hermosa, oasis apacible de un Rey desterrado... Y sereno ya el
rostro, radiante de hermosura, exclama con un tono de dulcísima tristeza: “Yo
también tuve muchos hijos..., pero muchos de ellos me han olvidado y me han
abandonado... Y aquí me tenéis, siempre de camino en busca de ellos, para
ofrecerles mi perdón... Amigos del alma, sabed que la tempestad de hielo que
azota esta noche allá fuera los campos, es benigna comparada con el huracán
de dolor que estalla aquí dentro de mi afligido Corazón...”.

Y esto diciendo, muestra su Costado... ¡Oh, qué herida profunda la suya!...


Su túnica está todavía empapada en sangre. Está conmovido y calla...; pero un
instante después continúa: “La acogida de amor que me habéis brindado sabré
pagarla con esplendidez soberana..., porque, sabedlo, hijitos, ¡Yo soy Rey...!
Mas no temáis... ¡Oh, no, pues soy un Rey de amor!”.

(Lentamente y con pasión de amor)


“Y ahora acercaos más: quiero confiaros un secreto..., el secreto de mi
Corazón: si queréis ser felices, ¡amadme!... Y por amor, confiádmelo todo,
todo en este hogar... Confiadme tristezas y duelos de ayer..., incertidumbres y
angustias del día de mañana... Confiadme estos pequeñitos, tesoro vuestro y
mío..., y abandonadme la suerte temporal y eterna de los otros que no están
aquí..., de los que se fueron... Grabad, pues, este secreto de paz inalterable;
amadme, amad-me con inmenso amor”.

El rocío de esas palabras, que son al mismo tiempo luz y fuerza, enternecen
y provocan un torrente de dichosas lágrimas, como no las lloró jamás ese
sencillo hogar... ¡Oh, más que llanto es un himno de esperanza, un cántico de
júbilo y de amor!... Corren todavía esas dichosas lágrimas y ya están todos a
los pies del Peregrino; besándoselos conmovidos... Y alentados por esa mano
que acaricia blandamente a los pequeñitos, éstos, y luego los padres, exclaman
con vehemencia: “¡Danos tu nombre, oh, Rey de amor!... ¡Dinos quién
eres!...” “Yo soy Jesús, el Hijo de María..., –les contesta con la voz, y con los
brazos extendidos– venid, Yo soy vuestro Rey...”.

¡Oh, sí! –responde con un grito de alegría Betania toda entera–: eres nuestro
Rey; pero... ¡quédate, convive con nosotros..., vive nuestra vida de hogar!...
¡Quédate, sé nuestro amigo!

(Pausa)

Si supierais cuánto desea el Señor que éste, más que un cuadro o una
parábola, sea una dichosa y divina realidad en nuestros hogares... Durante esta
Hora Santa está llamando a las puertas de vuestras casas..., golpea con
insistencia de caridad, pues quiere entrar como Rey y os pide quedarse entre
vosotros como amigo fiel.

Sí; más que nunca quiere reinar en los hogares con un reinado total y
vivido, reinado íntimo y práctico... Antes de terminar este ejercicio quiere Él
mismo haceros esta petición... Contestadle con una promesa tan solemne
como leal y sincera...
Voz de Jesús. Heme aquí; me presento a vosotros como el Rey de
mansedumbre que os trae en su corazón un tesoro de paz, y que viene a
ofreceros su gloriosa amistad... Pero recordad que no podéis servir a la vez a
dos amos opuestos... Yo, vuestro Señor, y el mundo no podemos sentarnos al
banquete de vuestro amor... Decidme, pues, ¿cuál de los dos elegís como Rey
de amor de la familia?

Las almas. Corazón de Jesús, Tú solo serás nuestro Rey.

Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo que participe de la vida de hogar?

Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.

Voz de Jesús. Es decir, ¿qué puedo entonces mandar como en mi casa e


imponer mi ley a vuestro hogar?... ¿Me aceptáis, pues, entonces de veras
como Rey?...

Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.

Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo íntimo a quien contéis las penas
secretas y los sinsabores de familia?

Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Me reconocéis, por tanto, el derecho pleno de reclamar,
según mi beneplácito, personas y bienes en vuestro hogar?... Y más aún,
¿aceptáis con amor que Yo mismo trace el derrotero en el porvenir de la
familia?... Responded, pues: ¿seré Yo de veras el amo de la Casa?

Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.

Voz de Jesús. Y cuando por disposiciones de Mi Sabiduría os imponga la


Ley del sufrimiento, ¿quién será en las horas de lucha el Amigo que aliente y
el Consolador a quien llaméis llorando?

Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.

Voz de Jesús. Pero si me reconocéis como Rey, será preciso que ejerza mi
Soberanía en vuestra casa... Y como todo en ella me interesa, ¿aceptáis que
tome parte y que ordene como el Amo indiscutible, aun los detalles vulgares y
menudos de vuestra vida cotidiana?...

Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.

Voz de Jesús. Pero no sólo porque, Rey y Señor, tengo ese derecho
absoluto... Yo soy vuestro Jesús... ¿Queréis, pues que como amigo de ternura
me interese en aquella vida fatigosa, ordinaria de cada día? ¿Seré Yo
realmente el Amigo en la labor, en la alegría y en las penas del camino trillado
de la vida de familia?...

Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno, sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Quedo, pues, entonces aceptado libremente como el Señor y
el Consejero divino en las decisiones graves de familia, en aquellas horas
negras en que las criaturas ingratas se desentiendan de vosotros?... ¿Me pedís
que desde ahora reine e impere en vuestra casa con la misma libertad con que
mando en las alturas de mi cielo?...

Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.

Voz de Jesús. Y, en fin, hijos queridos, en la hora de inevitables


separaciones... Cuando la muerte, en alas de una enfermedad mortal e
imprevista, venga a visitaros porque Yo la mando... decidme, ¿quién será
entonces, en ese momento de suprema congoja, quién será el Amigo íntimo, el
primero y el último de los Amigos en el hogar de mi Divino Corazón?...

Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel amigo de Betania.

(Y aquí una gran promesa: en toda ocasión de duelo, tribulación o alegría;


como también en los aniversarios de dolor o de fiesta, renovad el homenaje de
la familia al Corazón de Jesús, entronizado como Rey de amor y conviviendo
vuestra vida como Amigo fiel y divino de Betania).

(Pausa)

Para que la victoria social del Corazón de Jesús sea en realidad espléndida y
dé todos los resultados de gracia prometidos, es preciso que no se reduzca
únicamente a una victoria parcial en la familia... Ello es mucho, pero no es
todo... Procuremos que en día no lejano se le aclame Rey Divino de los
pueblos... Trabajemos con denuedo en obtener para su bandera una victoria
nacional...
¡Qué de veces durante la guerra europea oyó Jesús esta súplica!: “Dadnos
pronto, Señor, la victoria que nos es debida en justicia, y confirma, Señor, con
ella nuestros derechos...”.

Cuán contados fueron, por el contrario, los creyentes que, empleando el


lenguaje de verdadera sabiduría cristiana, dijeron con humildad y de rodillas:
“Señor Jesús, Rey desterrado en tantas sociedades. Rey ultrajado en tu
soberanía, Rey coronado de espinas, otórganos pronto la gracia inmensa y
salvadora de tu propia victoria... Corazón de Jesús, venga a nos tu reino... y lo
demás dánoslo, cuando Tú quieras, por añadidura.

Vivimos, a la verdad, una hora providencial, la hora del Sagrado Corazón,


Rey y Centro del Mundo Católico y de la Iglesia... A Él se tornan todas las
miradas suplicantes, pidiéndole que salve tantas naciones minadas por la
base... tantos pueblos en disolución y vecinos a la muerte... El único
Libertador será este Rey de amor, y si no, nuestra sociedad rodará al abismo...
Los grandes intereses, pues, de orden y de paz, de justicia y de felicidad de
familias y naciones reclaman imperiosamente su Reinado Salvador...

Por desgracia, no razonan así muchos pueblos y gobernantes, que se diría


coligados en contra de Cristo Señor nuestro; y que así cavan su propia tumba...
¡Qué de extraño que el mundo hierva en una agitación de horrenda turbación y
se sienta más que desgraciado y herido de muerte, cuando los que le gobiernan
han desterrado al Príncipe de paz y le tienen clavado a un patíbulo de
ignominia... y si, condenando al ostracismo a Aquel que es la vida, llaman por
ende a la muerte con su cortejo espantable de desgracias mortales!

La sociedad actual se siente agitada por una confusión que viene de lo


hondo... Se está partiendo como la roca del Calvario porque,
desgraciadamente, nuestra sociedad moderna es el Calvario vivo de un Dios
desconocido y ultrajado... No hay para tanto mal sino un remedio, y es: que el
mundo, como el Centurión, acepte de rodillas la realeza del Señor
Crucificado..., que legisladores y pueblos acaten su Evangelio..., que grandes
y pequeños bendigan su cetro de luz y de misericordia..., que hogares y
pueblos beban la vida, una vida nueva, en el manantial de su Corazón
Sacrosanto.

Por esto, no terminaremos la Hora Santa sin llamar en nuestro socorro a este
Rey-Salvador... Le llamaremos a grandes voces, pues urge el que establezca
su Reinado...
Pero ya que este Ejercicio es, ante todo, una plegaria de reparación
solemne, acerquémonos con entero abandono al Rey de amor. Entronizado
como Rey de dolor y de ignominia en el banquillo de los criminales por la
obra sacrílega de la sociedad moderna... Postrémonos con un corazón dolorido
ante ese Rey Crucificado, rindámosle el homenaje de adoración y de amor que
le niegan tantos pueblos apóstatas... ¡Oremos con fervor!

Las almas. No quieras guardar para Ti solo, ¡oh, Rey de amor! el inmenso
caudal de tus dolores... Dígnate mostrar a éstos, tus amigos, las cinco llagas de
tu cuerpo lacerado...

El patíbulo no fue ayer, Señor, sigue siendo hoy día el trono sangriento y
permanente en que te ha clavado la ingratitud de aquéllos a quienes
prometiste, y para quienes conquistaste un Paraíso...

¡Oh, acércate, Jesús!, pues queremos, esta tarde, convertir en fuente de vida
y en soles de gloria tus cinco llagas... Queremos convertir en sitial de honor,
en trono de misericordia, tu Cruz... Queremos y pedimos que desde ella
atraigas irresistiblemente a tu Sagrado Corazón la multitud de pueblos
renegados...

¡Oh, sí! Permite que, llevados de la mano por María, Reina Dolorosa, nos
acerquemos dolientes; y que aplicando nuestros labios a tus heridas deliciosas,
pongamos en ellas el refrigerio de reparación generosa y de amor ardiente que
Tú mismo pediste a tu Confidente Margarita María.

Adoremos la llaga de la mano derecha, abierta por la escuela sin Dios, y,


besándola con un vivo amor, digamos tres veces:

(Todos)

Te amamos, Jesús, por aquellos que te odian.


Adoremos la llaga de la mano izquierda, abierta por la ley tan inicua como
infame del divorcio, y, besándola con inmenso amor, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te ultrajan.

Adoremos la llaga del pie derecho, abierta por el crimen que destruye el
hogar cristiano y lo profana, y, besándola con amor, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te azotan.

Adoremos la llaga del pie izquierdo, abierta por el delirio de legislaciones


anticristianas, y, besándola con un inmenso amor, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te traicionan.

Adoremos la llaga del Costado, constantemente perforado por los pecados


de apostasía y de desconocimiento de la persona divina de Nuestro Señor, y,
sobre todo, por el ultraje sangriento del jansenismo, pecado que se atreve a
insultar la ternura y la misericordia infinitas del Corazón de Jesús... Besando
con especial fervor esta herida, la más deliciosa, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aqullos que te desconocen.


(Pausa)

(Hagamos brevemente, pero en silencio, una reparación por los pecados de


la patria y de sus gobernantes).

Las almas. Escucha ahora, Maestro adorable, nuestra última plegaria.


Olvida, Jesús, en obsequio a esta Hora Santa, el silencio de tantos Pilatos que,
abusando del poder que les fue conferido para tu gloria, han pretendido
sentenciarte a muerte... Perdona, Rey de amor, semejante extravío... Y en
consideración a los justos, a tus amigos, salva a tantos pueblos desgraciados...,
sálvalos en la conquista gloriosa de tu amor, y para calmar la tempestad.
¡Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social!

(Todos)

Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social.

Bien sabes, Señor, que son muchos los sanedristas, doctores y legisladores
modernos que se han empeñado con tesón infernal en borrar tu nombre, en
eliminar tu espíritu y en descartar tu persona divina de las instituciones
sociales y públicas... ¡Ah, levántate victorioso, León de Judá, sal de tu
Sagrario, Rey de Amor! Y para calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús,
extiende y afianza tu reinado social!

Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social.

Animosos siempre los traidores de la raza de Judas, hace tiempo ya que han
resuelto y que trabajan con rabia de infierno en destruir Nazaret, en arrasar,
después de haberla profanado, en arrasar hasta los cimientos la ciudadela de la
familia cristiana... ¡Oh, dulce y adorable Nazareno!, te pedimos por María, por
Ella, tu Madre y la nuestra, que avances más victorioso que nunca en medio de
la tormenta... Ven, Rey de amor, y cerniéndote triunfante sobre un mundo
trastornado, avienta como un polvo despreciable los Judas y los sanedristas
modernos; y para calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús, extiende y afianza
tu reinado social!

(Todos)

(Tres veces)

Extiende y afianza tu reinado social.

Pon ahora, Rey de amor, atento oído y el Corazón a la plegaria de despedida


de tus apóstoles y amigos:

Oración final

En presencia, ¡oh, Jesús!, de la Reina Inmaculada y de los ángeles que te


adoran en esta Hostia Sacrosanta, a la faz del cielo y también de la tierra
rebelde y mal agradecida, te reconocemos, Señor, como el único Soberano y
Maestro y como la fuente única de toda autoridad, de toda belleza, de toda
verdad y de toda virtud...

Por esto, de rodillas y en espíritu de reparación social, te decimos: no


reconocemos un orden social sin Dios ni contra Dios; la base de todo orden
social es tu Evangelio, Jesús.
(Todos)

La base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús.

No reconocemos ninguna ley de verdadero progreso sin Dios ni contra


Dios; la ley de todo progreso es la tuya, Jesús.

La ley de todo progreso es la tuya, Jesús.

No reconocemos las utopías de una civilización sin Dios ni contra Dios; el


principio de toda civilización es tu Espíritu, Jesús.

El principio de toda civilización es tu Espíritu, Jesús.

No reconocemos una justicia sin Dios ni contra Dios; la justicia integral


eres Tú mismo, Jesús.

La justicia integral eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos la noción de derecho sin Dios ni contra Dios; la fuente del


derecho es tu Código inmutable, Jesús.
La fuente del derecho es tu Código inmutable, Jesús.

No reconocemos una libertad sin Dios ni contra Dios; el único libertador


eres Tú mismo, Jesús.

El único libertador eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos una fraternidad sin Dios ni contra Dios; la única


fraternidad es la tuya, Jesús.

La única fraternidad es la tuya, Jesús.

No reconocemos ninguna verdad sin Dios ni contra Dios; la verdad


sustancial eres Tú mismo, Jesús.

La verdad sustancial eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos un amor verdadero sin Dios ni contra Dios; el Amor


increado eres Tú mismo, Jesús.

El Amor increado eres Tú mismo, Jesús.

(Final, tres veces)


¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


X
Junio
Primera de las almas atribuladas

Te adoramos, ¡oh Dios Sacramentado!, te bendecimos, Redentor del


mundo: te amamos, Jesús, en la hermosura de tu Corazón agonizante... Sólo
Tú eres grande, Tú sólo santo en esta humillación de la Divina Hostia... Tú
sólo altísimo en este misterio de incruento sacrificio... ¡Gloria, pues, a Ti, que
siendo el Dios de cielo, vives en el Getsemaní del santo Tabernáculo!...
¡Gloria a Ti, Jesús-Eucaristía, en las alturas de tus ángeles...; alabanza a Ti, en
el corazón de los humanos!... En nombre de todos ellos y, en especial, en
nombre de todos los que sufren con amor y fe, adoramos las lágrimas, la
soledad, el tedio, las angustias, todas las amarguras, las agonías todas de tu
Sagrado Corazón. Creemos que Tú eres el Cristo, el Hombre-Dios de todos los
dolores.

(Ofreced esta Hora Santa a su Corazón herido, agonizante, como un


homenaje de resignación y amor, en nombre vuestro y de todos los que
sufren).

(Pausa)

(Muy lento y cortado)

Las almas. El abismo de tu Corazón nos ha arrastrado, Jesús, con la fuerza


de tu amor y de tus lágrimas... Tus tristezas son un cielo... ¡Qué misterio
impenetrable y qué suavísimo consuelo, saber que Tú has llorado!... ¡Cuán
elocuente es tu palabra de paz, cuando al salir de tus labios, temblorosos de
emoción, ha debido pasar entre sollozos, y ha brotado de lo íntimo de tu alma,
mortalmente entristecida!... Aquí nos tienes, pues, trayéndote, Señor, muchos
dolores, y también las aflicciones de tantos infortunados y dolientes que te
adoran... ¡Qué bien puedes comprender, Tú, Jesús, ese mar de penas, cuyas
aguas amarguísimas sumergieron tu alma benditísima!...

Y mira, Maestro, te nombro en primer lugar a los que sufren pobreza y


enfermedades... Aquí mismo, entre los que hemos venido a acompañarte en
esta Hora Santa, o entre sus queridos deudos, hay tal vez enfermos y hay
necesitados... ¡Con cuánta compasión miraste siempre a los enfermos!... ¡Con
qué ternura buscaron tus ojos la lepra, las heridas, los miembros paralizados,
los ojos sin luz, para sanarlos con una sonrisa y con una bendición de amor!...
Y si ellos no podían ir en busca tuya, Tú te adelantabas, hendías la turba... Tú
pasabas por el camino en que yacían... los mirabas... les tendías la mano y te
seguían, sanos de cuerpo y de conciencia... ¡Ah!, pero mucho más numerosos
que ellos, son los pobres... los que trabajan rudamente y que sufren penurias...
necesidades de pan, de abrigo, de remedios, de solaz... ¿Qué podemos decirte
a Ti, el Pobre divino, de los sufrimientos de los pobres, que no lo sepas ya,
Nazareno, encantador en tu pobreza?... Tuviste hambre... sentiste frío... ¡Ah!,
y, más que todo, sufriste el desdén y la posposición con que el mundo trata a
los que no tienen ni casa, ni campos, ni dinero... ¿Qué podías saber Tú, decían
tus acusadores, qué podías pedir con derecho en Israel?... ¿Qué podías
pretender en Nazaret, señalado como el hijo de un humilde carpintero?...
Acuérdate en esta Hora Santa de semejante humillación y pon los ojos en
tantos pobres que padecen..., en tantos enfermos que sufren... Te pedimos para
todos ellos el don de tu paz y el obsequio de tu bendición milagrosa... Dales la
recompensa de su resignación... ¡Oh, sí, y, en cuanto convenga a la gloria de
tu Corazón, da también el alivio temporal a tantos enfermos... inválidos,
pobres, necesitados y menesterosos!... Tú que cuidas, con desvelos, de la
espiga del campo y de la avecita de la montaña... bendice ahora, con particular
ternura, desde esta Hostia, a los afligidos para quienes pedimos las aguas vivas
y la fortuna de tu adorable Corazón...

(Breve pausa)

(Siempre muy lento y cortado)


Acuérdate también, Maestro muy amado, de los que padecen
contradicciones que desalientan y reveses que humillan... ¡Con qué sabiduría
de caridad permites, con frecuencia, que nuestros proyectos se desvanezcan
como el humo, o, lo que es más doloroso, que después de muchos afanes y
trabajos, cosechemos inesperadamente espinas muy punzantes!... ¡Cuántos
sinsabores, Señor, en cada esperanza humana! Tú sabes el porqué de tantos
contratiempos sorpresivos y constantes en la familia... Tú no detienes, porque
así nos conviene, no detienes el torrente que va a destrozar el vallado del
hogar... Haciéndote violencia en el Sagrario, callas, Jesús, ahí en la Hostia,
enmudeces cuando nos amenazan ciertos males que, después, han de acarrear
la redención de los nuestros... Y nos ves llorar... y tomas parte, ¡oh, sí!, en
todas nuestras decepciones, y estás a nuestro lado en esas horas negras,
difíciles, en la hora de Getsemaní, por la que pasamos todos... Recordando tus
propias angustias de ese momento crudelísimo, te acercas y nos tienes entre
tus divinos brazos, aunque no siempre te sintamos... ¡Oh, sí, Jesús!; ya
conocemos las finezas de tu Corazón, y por eso adivinamos claramente sus
latidos en medio de las más acerbas contradicciones de la vida... Recíbelas,
Señor, como una expresión de desagravio por las que Tú sufriste en la visión
mortal del Huerto... y sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

(Todos, en voz alta)

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

Son muchos, Maestro amado, los que yacen en el lecho del dolor, esperando
la visita del Médico divino...

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

Hay niños enfermos y sin madre...; hay ancianos sin hogar, que morirán sin
más amparo que el de tu gran misericordia...
Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

¡Cuántos padecen, Jesús, largos años de dolencia!... ¡Pobrecitos!... ya no


tienen ni remedio humano, ni esperanza...

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

Penetra, Maestro, en las desmanteladas chozas, en los tugurios donde


agonizan pobres madres, sin más testigos que sus hijos, pequeñitos y con
hambre.

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

Con la suave luz que brota de tu pecho lastimado, alumbra aquellos hogares
que vivieron de abundancia, y que hoy día, en silencio, sufren la miseria.

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

Sé bueno, especialmente con aquéllos, Jesús, que han sido azotados por los
hombres..., con tantos que vieron desvanecerse sus proyectos de bienestar y de
riqueza.

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.


No ignoras, Señor, que son muchas, incontables, las almas, las familias que
viven de perpetua y de cruel incertidumbre...

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

En la continua lucha de encontrados intereses, en los inevitables sinsabores


que acarrean los negocios y las naturales aspiraciones de la vida...

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

Tú sufriste, Jesús, la ausencia de todo alivio humano; compadece, pues, a


tantos que, pobres, enfermos o decepcionados, anhelan un momento siquiera
de tregua y de reposo...

Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.

(Breve pausa)

Voz de Jesús. Habéis dicho verdad; ¡qué cerca de vosotros me encuentro


cuando el sufrimiento os desapega de la tierra!... La Cruz será por siempre el
puente de sangre que una vuestro corazón afligido y decepcionado con el mío
agonizante... Aquí me tenéis, amados míos; he escuchado vuestro clamor en
beneficio de los enfermos, de los pobres y de los combatidos por la
contradicción humana... ¡Cuántas gracias han caído sobre todos esos dolientes
ahora mismo, desde este trono de misericordia, en el que presido vuestra vida
penosa y fatigada!... Seguid hablándome de lo que os apena y entristece... Mi
Corazón necesita de esa confidencia..., vuestros dolores me conmueven...
Acercaos, hijitos míos, y en un estrecho abrazo, sollocemos con la misma
angustia..., lloremos juntos las inclemencias de la tierra... Acercaos...
Desahogad el alma en mi Divino Corazón...

(Pausa)

Voz de las almas. Tu silencio en el Sagrario, tu quietud en la soledad que


rodea tu santuario, están acusando al mundo del pecado que más te hiere... el
de ingratitud.

(Cortado)

¡Amar, Jesús, y no ser amado...; bendecir y ser maldecido...; colmarnos de


favores, e injuriarte con ellos, ése es el pan amargo de tu destierro voluntario
entre nosotros...; ése es el pago con que correspondemos tu sublime cautiverio
en el altar... Tu Getsemaní no ha terminado!... ¡Ah!, pero, en él, como
reparación, tenemos parte también nosotros... No somos más que Tú el
Maestro vilipendiado por sus hijos... ¡Ay!, también nosotros sabemos cuán
amargo es el cáliz de la ingratitud... Aceptámoslo, Señor, por Ti, sólo por Ti...
no lo apartes de nuestros labios... bendice ese brebaje, más amargo que la
muerte... y compadece a los probados con esta cruel tribulación... Sí,
compadece los hogares, cuyos hijos fueron la esperanza y son hoy día los
abrojos de sus afligidos padres... compadece a las esposas, cansadas de gemir
por desvíos que las azotan en el alma... Ten piedad de tantos buenos y
sencillos, de tantos abnegados y compasivos, traicionados en la amistad,
heridos y burlados en su hogar... afrentados por los mismos que solicitaron
caridad y beneficios... El mundo paga, primero con palabras y sonrisas, y
después..., después con deslealtad y con perfidia... Porque te amamos, Señor
Sacramentado, sólo porque te amamos, te agradecemos ese cáliz
amarguísimo... y te pedimos gracia para aquellos mismos que nos hieren con
la ancha herida que nuestra propia ingratitud abrió en tu pecho.
(Breve pausa)

(Siempre cortado)

Jesús, ten piedad también de los que sufren el mal mortal de soledad y de
aislamiento... ¡Con cuánta frecuencia, Maestro querido, después de predicar
tus maravillas de amor, después de hacer prodigios ante la asombrada
multitud, ésta se alejaba recelosa..., se iba indiferente de tu lado... y quedabas
entonces, como aquí en el santo Tabernáculo, en la quietud de aquel vacío que
te hacen las almas de tus hijos!... Sólo tu Padre y los ángeles penetraron en la
intensidad de ese doloroso abandono... Y no ignoras, Jesús, que son muchos...
muchos, esos desheredados de todo amor delicado, esos huérfanos de la vida,
sin afecciones..., errantes del desierto... sin calor de hogar... Getsemaní y tu
Calvario te recuerdan, Nazareno amabilísimo, las angustias de la soledad...
¡Oh qué horrendo es clamar y que la voz se pierda en un silencio!... ¡Llorar...,
sufrir... querer... amar..., y encontrarse solo, siempre solo!... Nadie, como Tú,
conoció esa congoja horrenda... Surge, entonces, en el fondo de esas almas,
algo espantable que Tú sentiste, Salvador bendito, en tu agonía del Jueves
Santo: el tedio..., la repugnancia, la fatiga del vivir... ¡Ay!, se siente, entonces,
desfallecido el corazón... Esos huérfanos te necesitan a ti en ese instante de
suprema congoja...; te necesitan sólo a ti, ¡oh, Corazón agonizante de Jesús! Si
Tú no vinieras, llamarían, desesperados, a la muerte... Mas, no: Tú vendrás,
así como hemos venido a saborear contigo tu hora de agonía solitaria... ¡Ah,
sí! Y a todos los que padezcamos algún día soledad y abandono de los
hermanos:

(Todos en voz alta)

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

Si alguna vez nos pruebas, permitiendo que los nuestros nos olviden...
Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

Cuando la edad y las enfermedades nos aíslen, cortando lazos que creíamos
imperecederos...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

Puede que algún día nos visite la pobreza...; para entonces, los amigos se
habrán ido: sólo en ti confiamos, no nos dejes también Tú...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

La desgracia espía nuestros pasos..., cuando llegue y se desentiendan de


nosotros los hermanos...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

La injusticia humana es grande...; si alguna vez nos flagelara, no te apartes,


Señor Jesús, de nuestro lado...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.


Y si los mismos que hemos amado mucho nos dejaran... en esa hora de
cruel ingratitud, ¡oh ven!, en ti esperamos...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

¡Ah, si los que nos pidieron amor y sacrificio..., nos odiaran después, como
fuiste odiado Tú..., perdónalos en ese instante y acércate a nosotros, buen
Jesús...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

La calumnia de tus enemigos salpicó de fango tu divino rostro... Cuando


nos manche en la frente... y nos humille..., ven; no nos dejes también... Tú,
Señor vilipendiado...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

Y en aquellas horas de mortal silencio, en que nos hallemos solos,


enteramente solos, sumergidos en el vacío del olvido y de cruel indiferencia...

Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.

(Breve pausa)
Voz del Maestro. Nunca en vuestras horas de soledad y de tormenta, jamás
os encontraréis lejos de mi Corazón, que os ama... Sí, que os ama
infinitamente, porque lo amáis vosotros, y también porque sufrís... Si estando
solo y olvidado, me acompañasteis...; si estando amargado por tantos que se
llaman míos, me consolasteis...; si, una y mil veces, deshicisteis el hielo de
indiferencia que rodea mi cárcel solitaria... ¡oh! ¿cómo podría quedarme con
los ángeles del cielo, mientras en la tierra vosotros necesitáis descansar sobre
mi compasivo Corazón?... Aquí le tenéis, abierto y henchido de ternura que
suavice vuestras llagas..., tomadle; es todo vuestro... Yo sé, sólo Yo sé pagar
con divina largueza, ¡no temáis!... Yo sé cicatrizar las más crueles heridas...
¡no trepidéis!... Venid, ¡oh, sí!, venid..., que sólo Yo comprendo cómo mata la
soledad, la ingratitud de los hermanos... Venid... llorad conmigo, y
encontraréis seguro alivio.

(Pausa)

Voz de las almas. Llevas, Jesús, en tus altares un título que nos alienta en
nuestros desfallecimientos: ¡eres Víctima!

(Muy lento y cortado)

Tú eres ahí, en la Hostia, el desconocido, el olvidado de los buenos...


Tantos siglos entre nosotros, tanto tiempo conviviendo nuestra vida,
penetrándola, y todavía, ¡ay!, no queremos comprenderte; eres siempre un
huésped, respetado a la distancia...; eres casi un extraño en medio de tus
hijos... Y Tú lo has dicho, sollozando, a tu sierva Margarita María: ésa es la
mayor de tus tristezas: el desconocimiento de los tuyos en tu propia casa...

(Breve pausa)
¡Gracias, Maestro muy amado, cuando nos has hecho participar de una gota
de ese cáliz..., gracias!... ¡Cómo duele, Jesús, que, con buena voluntad, los
mismos buenos, seres muy queridos, nos hieran... y que, a las veces, en tu
nombre y por razones de celo y de conciencia, nos veamos condenados!... ¡Es
tan humano equivocarse!... Tú, con gran sabiduría, lo permites, para que
pongamos en Ti, sólo en Ti, nuestra confianza... Y también para sacar de ese
dolor intenso un desagravio de lo mucho que nosotros, los consagrados a tu
gloria, hemos entristecido, con falta de fineza, tu Sagrado Corazón... ¡Gracias,
pues, por la herida que una mano querida, delicada, ha abierto cruelmente en
nuestras almas!...

¡Gracias también por otra prueba inevitable y que desgarra sin piedad a los
mortales: la muerte, fría, inclemente, que nos arrebata lo que Tú mismo nos
diste para amarlos!... ¿Recuerdas, dulcísimo Nazareno, la tristeza con que
penetraste a la casa de Betania, donde ya no estaba el amigo Lázaro?... Jesús,
no está agotado todavía el manantial de aquellas lágrimas, lloradas al saber la
muerte del amigo de tu Corazón... ¡Ah, sí!, tus ojos hermosísimos están
humedecidos aún con ese llanto del Hombre-Dios, que amaba con las
emociones y también con las flaquezas de nuestro corazón de carne... Y ese
Jesús eres Tú, sí, Tú mismo, el que estás en esta Hostia que adoramos de
rodillas... Míranos, pues, desde ella a los que hemos ido dejando en el camino
aquellos seres, que eran fibras de nuestro propio corazón... Se fueron... nos
dejaron... ¡Qué despedida tan cruel es la despedida de la muerte! Tú lloraste
sobre la tumba de Lázaro, aunque sabías que ibas a resucitarlo... Así también
permites que, a pesar de la fe vivísima con que aceptamos los duelos que Tú
mismo nos envías, sintamos desgarrada el alma al ver morir alguno del
hogar... Y esa herida, ¡qué bien lo sabes Tú!, se venda, pero no se cierra... Ven
a llenar, Jesús, en nuestro espíritu, ven a colmar en la familia, los vacíos que la
muerte despiadada ha abierto con licencia tuya... Ven, da calma, da
resignación a los que sobrevivimos para orar sobre esas tumbas... Ven,
Maestro, oremos juntos por nuestros muertos tan amados... y que tu luz, tu
resplandor eterno, luzca eternamente para ellos... ¡Descansen en paz... sobre tu
Dulce Corazón!...

(Pausa)
Antes de terminar esta Hora Santa, queremos pedirte que nos hagas una
visita a lo más íntimo del alma... queremos que penetres en todas sus
profundidades de dolor y de miseria... ¡Sólo Tú nos conoces, sólo Tú!... Como
rayo de luz, penetra, pues, Señor, con tu mirada suavísima, ya que ello no
quebrará seguramente el cristal trizado de mi desdichado corazón..., penetra,
Jesús..., más adentro todavía..., ¡más!... Llega hasta ahí, donde germinan los
dolores secretos, reservados para ti... Pon tu mano creadora en aquellas llagas,
que nadie conoce y que manan sangre hace tiempo... Nadie las ha visto, Jesús,
y es mejor que queden en secreto, porque nadie las comprendería... Por esto,
Salvador adorable, en ciertas angustias no lloramos para que el mundo no sea
testigo de lágrimas que no comprende... y que tal vez censuraría... ¡Oh!, qué
bien me siento al hablarte así, gimiendo..., a ti, que pasas tu vida sacramental
saboreando amarguras infinitas, y que tampoco nadie puede penetrar... Sólo
Tú, Maestro, puedes saberlo todo, todo... Mira hasta el fondo y compadécete...
En Getsemaní se abrió esa herida, la fuente de esos llantos, que no brotan por
los ojos..., que corren a raudales por las venas, y que al fin estallan en un
sudor de sangre...

(Cortado)

Callar cuando se muere en una agonía íntima y silenciosa, callar entonces...,


es doble muerte... ¡Tú bien lo sabes, Divino Agonizante!... En esa convulsión
misteriosa tienen parte las separaciones inesperadas de las almas..., las
previsiones sombrías de las madres..., los temores, los sobresaltos de los
padres..., las congojas, las decepciones, las incertidumbres de los sacerdotes...
Y tantas, ¡oh!, tantas penas muy hondas que almas buenas, que guardan para
ti, Jesús-Hostia, la virginidad de sus dolores... La Hora Santa debe ser la hora
de las confidencias y de los consuelos; por ello, estas almas, al hablarte de este
modo, no se quejan, Jesús; antes bien, te ofrecen, como el mejor de sus
tesoros, el de sus aflicciones secretas, aquellas amarguras que no tienen un
nombre especial en el idioma de la tierra... Acéptalas, pues, Señor, por el
triunfo de tu amor.

(Todos, en voz alta)


Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

Sí, Jesús, santifica las contradicciones que sufrimos de los buenos..., las
injusticias tan frecuentes de los hombres.

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

Acepta aquellos sinsabores que nos vienen de quienes menos lo


esperábamos..., y que producen decepciones tan acerbas...

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

Te ofrecemos, Señor, las flores del recuerdo de los nuestros que murieron...,
que se fueron porque los llamaste en pos de ti...

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

Recibe el llanto resignado con que hemos regado esas tumbas tan
queridas..., acuérdate de las familias enlutadas y, en especial, de tantos
huérfanos...

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!


Acércate a suplir, querido Salvador, la ausencia de los que fueron del
hogar... y que dejaron un vacío que sólo Tú podrás llenar...

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

Recibe, Señor, aquellas espinas ocultas en el alma, y que no tienen siquiera


el consuelo de la compasión humana...

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

Acepta las zozobras de las madres..., los desvelos de los padres..., los afanes
estériles, ingratos, de tantos sacerdotes..., nuestras almas doloridas, tómalas,
Jesús.

Santifica nuestras penas, ¡oh Divino Corazón!

(Pausa)

Voz del Maestro. ¡Qué santa y qué consoladora para vosotros y para mí ha
sido, hijitos míos, esta hora en que me habéis mostrado la profunda llaga que
os torturaba el corazón!... Yo, a mi vez, os he descubierto la herida siempre
ensangrentada de mi pecho. ¡Oh, cómo nos parecemos al gemir, al padecer, en
la tierra, las aflicciones de la tierra... Getsemaní es vuestro templo de plegaria,
de agonía y de incesante redención... Amémonos en el dolor, amémonos
hermanos..., amigos..., hijos míos, en la Cruz!...
(Lento y cortado)

Venid a mí, todos los que sufrís pobreza y enfermedades..., apresuraos...


traed a mis pies la carga de vuestras aflicciones, que Yo os aliviaré en la
piscina de mi Sagrado Corazón...

Venid a mí, todos los que sufrís contradicciones de las criaturas..., los que
habéis chocado contra la injusticia de los hombres, los que habéis
experimentado reveses de fortuna y penosísimos trastornos de familia...,
acudid a mí..., que yo os aliviaré en el santuario de mi Sagrado Corazón.

Venid a mí, los que lloráis la ingratitud de los amigos, y tal vez de los de
vuestra propia sangre... ¡Oh! no tardéis, porque ese desamor os mata el
alma...; venid, que Yo os aliviaré en los incendios de mi Sagrado Corazón.

Venid a mí, los que arrastráis una existencia muerta..., los que vivís de tedio
y soledad...; acudid a mí los olvidados..., los que en la aurora de la vida, sentís
ya la fatiga del destierro..., arrojaos en mis brazos, que Yo os aliviaré con las
ternuras... y en el jardín de mi Sagrado Corazón.

Venid a mí, buscad mi pecho los desatendidos..., los desdeñados y los mal
comprendidos de los mismos buenos..., los censurados en el afán de darme
gloria...; acudid, amigos, que yo os aliviaré, brindándoos el cáliz de mi
Sagrado Corazón.

Venid a mí, arrastrando vuestros duelos..., venid los que lloráis la ausencia
de un hijo, de una madre, de un esposo, de un hermano...; volad sin más
demora a mi Sagrario los que tenéis el umbral de vuestras casas marcado por
la muerte con cruz de lágrimas...; venid, que Yo os aliviaré con la inefable paz
de mi Sagrado Corazón.

Venid, que el tiempo es una sombra... y eterno el cielo; venid, los que sentís
sed de amor y de justicia...; tened ánimo valiente... que Yo soy Dios, y
también he agonizado... Tomad, comed mi Pan, mi Eucaristía... ¡Ea, levantaos
y, para seguir luchando, venid, que Yo os confortaré en el paraíso terrenal de
mi Sagrado Corazón!...
(Pausa)

Voz de las almas. ¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado...,
incluso el tesoro de mis lágrimas?...

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado..., sobre todo la ciencia de


padecer amando?

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado... cuando lloro y Tú agonizas?...

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido en tu Calvario y en mis penas?

Perdóname, por tu Cruz y por mis cruces, los yerros que contra ti he
cometido...

Pues me creaste sin que lo mereciera... Y me redimiste, olvidándome yo de


tu pasión y sin que te lo pidiera...

Mucho hiciste en crearme,

Mucho en redimirme,

Y no serás menos poderoso en perdonarme,

Pues la mucha sangre que derramaste y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban... y no sufren,

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden... y que gimen, en expiación


de sus pecados...

Si te he negado, déjame reconocerte... en toda la belleza de tus agonías;

Si te he injuriado, déjame alabarte... en la sangrienta redención de tu


Calvario;

Si te he ofendido, déjame servirte, sufriendo por la exaltación y el triunfo de


tu Divino Corazón... ¡Venga a nos tu reino!
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Consagración final

Divino Agonizante de Getsemaní, Jesús Sacramentado, dígnate unir tu sangre


y tus congojas a las aflicciones de estos hijos de tu entristecido Corazón...
Acepta, bendice, aligera nuestras cruces... Saca de ellas gloria, inmensa gloria
para ti, y también para la redención de muchas almas, pervertidas por los
goces de la tierra... ¡Ah!, desde esa Hostia, busca y ama Tú, con especial
ternura a los que nadie ama... Cuida las heridas que enconan con su
indiferencia, los hijos ingratos y amigos desleales... Vecino como vives al mar
de nuestros llantos, arroja en medio de ellos el misterioso leño de tu Cruz que
los endulce... Prisionero divino del altar..., visita con presencia de luz a tantos
desconsolados..., a tantos maltrechos de la vida..., a tantos amargados con sus
placeres criminales... recoge a tantos desechados... Danos a todos la ciencia
del saber sufrir con paz y fe, y otórganos el don feliz de consolar... Pon en
nuestros pesares una fuerza divina irresistible, que nos lleve, con el corazón
herido, hasta el abismo de tu Corazón atravesado... Ahí, en ese cielo queremos
vivir, padeciendo por tu nombre y por tu amor; en él queremos arrancarte y
hacer nuestras tus espinas... Sé Rey del mundo, Tú, el Hombre-Dios de todos
los dolores... Domínalo y triunfa, suavizando las heridas con que va marcando
su obra, la inclemencia y la injusticia de los hombres. ¡Oh, Maestro de
dulzuras inefables, Jesús, el Dios de tantas lágrimas y el Dios de todos los
consuelos! Ven cuando suframos; ven ya, porque los dolores nos cercan, y es
grande y es tanta la fatiga del que llora lejos de tu lado... No rehusaremos,
Nazareno adorable, las espinas de la Vía Dolorosa, ni las desolaciones del
desierto, ¡no! Pero reclamamos, ¡oh, sí!, tu presencia arrobadora, una mirada
de tus ojos divinales, una bendición de tu diestra ensangrentada... No pedimos
que envíes ningún ángel que nos sostenga en nuestras horas de agonía: te
llamamos a Ti, Señor, sólo a ti, tenemos el derecho sacrosanto de pedir que
llores con nosotros nuestras lágrimas... Danos paz en las tribulaciones, danos
fuerza y, si Tú lo quieres, danos un consuelo en el cáliz de tu agonizante
Corazón... ¡Por tu cruz y nuestras cruces, venga a nos tu reino!
XI
Julio
Ultraje público a Nuestro Señor

(Lento.)

¡Mil veces felices los desgraciados que, al torcer de una senda estrecha, se
encontraron a solas con Jesús!... ¡Qué bien pudieron, esos dichosos afligidos
de Jerusalén, de Naím o de Betania, desahogar el alma en ese celestial
instante, con libertad de súplica y de llanto, en el corazón de Jesús!...

“¡Así nos hemos encontrado contigo en esta Hora Santa venturosa, Jesús de
Nazaret y del Sagrario, así!... Míranos: los que aquí estamos somos
cabalmente esos dichosos desdichados que venimos en busca tuya, para
olvidarnos, por un momento, de nosotros, acá a tus plantas, a tu sombra
deliciosa. Sólo por ti venimos, llegamos en defensa tuya, porque un clamor de
rabia y de blasfemia nos ha advertido que tus verdugos no se dan tregua con el
propósito de desterrarte de la sociedad y de las almas. Y si has de sufrir, si has
de agonizar, si has de morir, Jesús, he aquí el rebaño que quiere ser herido al
lado y por la causa del pastor! Tú lo dijiste con amargura del alma a tu sierva
Margarita...: «¡Quiero compartir mi agonía, tengo necesidad de corazones
víctimas!» Dispón, pues, de todos éstos, Señor, te amamos mucho, te amamos
todos”...

(Breve pausa)

Descórrenos, Jesús, el velo de tu pecho, el Santo de los Santos, y consiente


que tus hijos contemplemos, en esta Hora Santa, la pasión y ultraje, el dolor de
la sentencia de los mismos que rescataste con tu sangre... Haz la luz en ese
Tabernáculo y permítenos seguirte, paso a paso, en esta incruenta Vía
Dolorosa, que comienza en las sombras de Getsemaní y ha de terminar,
únicamente, en el postrer ocaso de la tierra... Y, aunque no somos dignos,
permite que estos confidentes y consoladores tuyos, participemos del cáliz de
tus oprobios y agonías... Déjanos, ¡oh amable Prisionero del altar!, un solo y
único derecho: amarte en la ignominia de tu Cruz, unirnos en la Hora Santa a
tu agonía, amarte hasta la muerte y morir amando con delirio la locura y el
Getsemaní incesante de tu Corazón Sacramentado...

(Pidamos luz y amor para contemplar a Jesucristo en la misteriosa pasión


de su Sagrario).

(Pausa)

Jesús. Vivo, alma querida, envuelto en el silencio y mudo, porque estoy,


aquí donde me ves, perpetuamente encadenado ante los modernos Herodes de
la tierra... ¿No oyes cómo se levanta hasta el cielo su insolente interrogatorio,
a mí, que soy el poder, la verdad y el único Maestro?... Callo por amor tuyo,
pensando en ti, a quien redimo con la condenación ignominiosa de los
gobernantes... jueces de los hombres, pero no de mi doctrina... ¡Oh!, ellos
ambicionan autoridad de tiranía para descargarla en mí, y Yo soy su perpetua
víctima... Para ellos el trono..., para mí el escaño de irrisión...; para ellos el
cetro de oro... y Yo siempre con la caña de la burla...; para ellos séquito de
aplausos e incensadores...; para mí la cohorte del desprecio y los sayones...;
para ellos diadema y homenajes...; para mí una corona de espinas..., para mí el
olvido, ¡siempre el olvido!

Y, si alguna vez, recuerdan a este Rey en las alturas ficticias de la tierra, mi


solo nombre atrae la tempestad del odio, la persecución legal y la blasfemia...
Aquí me tienes, puesto en tela de juicio por un mundo que vive de mi aliento...
Enmudezco porque en el Sagrario soy la encarnación de la misericordia y del
amor... Y ese desacato a mi soberanía, el desconocimiento de mi realeza en las
leyes que rigen a los pueblos, es el ultraje directo, blasfemo, a mi persona, a
mí, que vivo abatido, sacramentado entre los humanos. Esa injuria es el reto a
este Jesús-Eucaristía, que te habla desde un altar, convertido con frecuencia en
el pretorio de Pilatos... Aquí, alma consoladora, aquí en el Tabernáculo, recibo
manso las afrentas del esclavo y la sentencia del villano...; de aquí, de este
calabozo, en que vivo perdonando, se me saca únicamente cuando los
tribunales de la tierra han decretado flagelarme, para presentarme luego,
ensangrentado, a las iras populares... ¡Cómo se siente aliviado mi Divino
Corazón con vuestro desagravio!... Ese escarnio de los poderosos lo compensa
en esta Hora Santa el amor ardiente de los míos...; lo reparáis vosotros los
ricos humildes y los pobres resignados... Desde aquí, desde el altar, Yo os
bendigo, amigos fidelísimos... Por esto, hablad, hijos míos, exigid milagros de
mi amor, vosotros los predestinados de mi Corazón... Hablad, soy el Rey de
las misericordias infinitas.

(Pausa)

El alma. Señor Jesús, tu alma enternecida por la adhesión de este rebaño


pequeñito, nos ofrece ahora milagros y perdón. ¡Oh!, sobre todo, el mundo de
los poderosos, de los gobernantes y de los ricos, necesita el gran prodigio de tu
luz, necesita conocerte, Señor Sacramentado, conocerte en esa Hostia, y
aceptar desde ahí la imposición de tu realeza salvadora.

Por la afrenta, pues, que padeciste ante el inicuo Herodes, en la mansión de


los que se llaman magnates de la tierra:

(Todos, en voz alta)

Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En el santuario de las leyes y en los tribunales tan falibles de la justicia


humana...

Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En la conciencia tornadiza de aquellos que influyen en los destinos de los


pueblos...
Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En los consejos de tantos gobernantes, levantados en oposición a tu


Calvario...

Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En las sediciones populares explotadas en ultraje a tu doctrina redentora...

Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En el juego de tantos intereses de soberbia y de fortuna, de los desdichados


gozadores de la tierra...

Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En el satánico complot, fraguado con sigilo, en ruina de tu sacerdocio y de


tu Iglesia...

Cumple tu promesa de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En la imprudente seguridad de tantos buenos, la apatía e indolencia de los


que quisieran adorarte, pero lejos del Calvario...
Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

En la ambición desenfrenada de ganar alturas y dinero, a costa de tu sangre


y de la condenación eterna de tantas almas infelices...

Cumple tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!

(Pausa)

Jesús. Yo soy la santidad, así me lo decís vosotros, de rodillas ante esta


Hostia, así me lo canta el cielo, que repite en este templo el clamor de la Hora
Santa... Sí, Yo soy la santidad, ¡y fui pospuesto, sin embargo, al asesino
Barrabás!... ¡Ah, y soy pospuesto todavía, muchas veces, por odio, por desdén
y por olvido!...

¡Qué angustia tan cruel la de mi Corazón, vejado en esta afrenta! Heme


aquí, oculto en un Sagrario...; soy Jesús, el Dios de la humildad... El mundo
vano vive de soberbia, y no perdona que Yo sea nazareno oscuro, nacido en un
establo... Ved cómo pasan las almas orgullosas por delante de mi altar, cómo
van desoladas, sedientas de ostentaciones, ambicionando estimación y
aplausos... Pasan... y me posponen a un honor mentido... En esta penumbra de
mi templo vivo relegado; desde aquí voy predicando estas palabras: “aprended
de mí, que soy humilde y pobre”. ¡Ah, sí, soy pobre!, pues entregué los
tesoros de la tierra para abriros a vosotros la inmortalidad del paraíso... Soy
pobre, soy mendigo...; por eso vivo desdeñado del gran mundo, que necesita
del oro, y si no lo tiene, de su brillo mentiroso... Yo ¿qué valgo para él, entre
las pajas de Belén, en la oscuridad de Nazaret, en la desnudez y abatimiento
del Calvario y de la Eucaristía?

¡Qué amarga decepción!... Me hice pobre por amor..., y soy un pobre


repudiado, pospuesto a la fortuna miserable de este mundo.
(Breve pausa)

Estoy llagado... Mis manos, que llaman y bendicen, están atravesadas...; mis
pies, heridos...; mi frente, destrozada; lívidos, mis labios; sin luz, mis ojos...;
ensangrentado el cuerpo...; abierto, con ancha herida, el pecho enamorado...
¡Ah, cómo tiemblan los mortales al ver a este Dios perpetuamente
ensangrentado!... Ellos quisieran las delicias de un edén anticipado en el
desierto... ¿Quién me ha puesto así?... El amor que os tengo, y también el
ansia del placer y la fiebre del gozar del mundo... Así estoy, así vivo en el
Sagrario, ofreciendo paz y cielo, pero entre espinas y en la Cruz... Y ¿dónde
están los amigos, los creyentes, los discípulos?... ¿Dónde?... Se han ido..., me
han dejado, en busca de placeres; me han pospuesto al fango de la culpa...
Barrabás, el villano, va triunfando por el mundo, y tras él, los soberbios
engreídos, los livianos en costumbres; tras de Barrabás, aclamándolo en su
libertad y en su delito, los licenciosos, los corruptores de la infancia, los que
mienten a los pueblos, los que envenenan por la Prensa... Victorioso Barrabás,
lo vitorean todos aquellos que me reniegan y maldicen en las leyes, los
políticos que suben, escupiéndome en el rostro su blasfemia... Todos éstos van
ufanos, libres; el mundo les arroja flores...; para ellos palmas de victoria... Y
aquí, en mi solitario Tabernáculo, Yo, Jesús, atado por amor, abandonado de
los buenos, negado de los débiles, olvidado de los más..., condenado por los
gobernantes, flagelado por las turbas desencadenadas en mi contra... Yo amé a
los míos, sobre todas las cosas del cielo y de la tierra..., y los de mi propio
hogar me han pospuesto al polvo..., ¡ay!, al fango de los caminos... ¡Decid
vosotros, mis amigos, si hay afrenta más quemante que la mía!... ¡Considerad
y ved si hay dolor semejante a este dolor!...

(Pausa)

El alma. El discípulo, Jesús divino, no ha de ser más que su Maestro... Tú,


que nos has dado el ejemplo, quieres que, en seguimiento tuyo, nos neguemos,
llevando con amor la Cruz que salva... Te lo pedimos en esta Hora Santa, con
la caridad ardiente de María Dolorosa, te lo exigimos en consuelo tuyo y para
la redención de los pecadores, con el entusiasmo de Margarita María; sí, nos
abrazamos a la Cruz por el triunfo de tu corazón en la Santa Eucaristía...
Escúchanos, Jesús, en esta Hostia...; te vamos a ofrecer la plegaria de
Getsemaní, que es la oración de tu sacrificio de aniquilamiento en el altar.
Óyenos, benigno y manso.

(Cortado y lento)

Te amamos, Jesús; concédenos la gloria de ser pospuestos, por tu


entristecido Corazón.

Te amamos, Jesús; otórganos la dicha de ser confundidos, por tu amargado


Corazón.

Te amamos, Jesús; concédenos la gracia de ser desatendidos, por causa de


tu misericordioso Corazón.

Te amamos, Jesús; otórganos el honor inmerecido de ser burlados, por tu


acongojado Corazón.

Te amamos, Jesús; concédenos la recompensa de ser despreciados, por la


gloria de tu herido Corazón.

Te amamos, Jesús; otórganos la distinción preciosa de ser injuriados, por el


triunfo de tu Sagrado Corazón.

Te amamos, Jesús; concédenos la fruición incomparable de ser algún día


perseguidos, por el amor de tu Divino Corazón.

Te amamos, Jesús; otórganos la corona de ser calumniados, en el


apostolado de tu Sagrado Corazón.

Te amamos, Jesús; concédenos la amable regalía de ser traicionados, en


holocausto a tu Divino Corazón.

Te amamos, Jesús; otórganos la honra de ser aborrecidos, en unión con tu


agonizante Corazón.

Te amamos, Jesús; concédenos el privilegio de ser condenados por el


mundo, por vivir unidos a tu Sagrado Corazón.
Te amamos, Jesús; otórganos la amargura deliciosa de ser olvidados, por el
amor de tu Sagrado Corazón.

¡Oh, sí!... Te suplicamos nos des la parte que de derecho nos corresponde
en los vilipendios y agonías de tu Corazón Sacramentado... Consuélate,
Maestro... cada uno de éstos, poniendo en tu Costado abierto una palabra de
humildad y confidencia, te protesta, que Tú eres la única fortuna y su solo
paraíso...

(Breve pausa)

¿Qué tengo yo, ¡oh, Divino Corazón!, que Tú no me hayas dado?

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?

Perdóname los yerros que contra ti he cometido.

Pues me creaste sin que lo mereciera.

Y me redimiste sin que te lo pidiera.

Mucho hiciste en crearme.

Mucho en redimirme,

Y no serás menos poderoso en perdonarme...

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban,

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...


Si te he negado, déjame reconocerte,

Si te he injuriado, déjame alabarte,

Si te he ofendido, déjame servirte,

Porque es más muerte que vida la que no está empleada en tu santo servicio.

(Pausa)

Jesús. Puesto que los que estáis aquí conmigo sois mis íntimos, dejad que
en vosotros desahogue mi Corazón, tan amargado...; oídme. Hay en Él una
pena honda, una herida que llega hasta la división de mi alma; ved por qué.

Israel, el pueblo de mis amores, Israel pidió la sentencia, exigió mi muerte y


levantó la Cruz... Israel, por quien yo flagelé el Egipto, me flageló...
Despedacé sus cadenas y las puso en manos de su Salvador...; le di maná en el
desierto y me tejió una corona de espinas...; saqué el agua milagrosa de la
roca, para apagar su sed, e insultó la fiebre abrasadora de mi agonía... Bajé del
cielo, y en el arca misteriosa quise morar con ellos en el desierto... ¡Cuántas
veces los tuve cobijados bajo mis alas!... Y vedme, herido de muerte por
Israel...

¿Por qué mi pueblo sigue despojándome todavía de mi soberanía?... ¿Por


qué sigue aún echando suertes sobre mis vestiduras y arrojando al viento de
irrisión mi Evangelio de caridad y de consuelo?

¡Cómo se agitan las muchedumbres rugiendo en contra de mi ley!... ¡Cómo


pueblos enteros, seducidos por la soberbia, han roto la unidad sacrosanta de mi
doctrina, túnica inconsútil de mi Iglesia!... Mi corazón solloza dentro de mi
pecho desgarrado, al oír cómo en el atrio de Pilatos, el clamoreo de tantas
razas, de tantas sociedades, que, señalándome en este pobre altar, exclaman:
“¡No queremos, no, que ese Nazareno reine sobre nuestro pueblo!”. Yo te
perdono, ¡oh, Israel!
(Breve pausa)

Mi Vicario es perpetuamente víctima de la befa de esa turba enloquecida...;


él es mi rostro terrenal..., en él sigo siendo abofeteado por los insultadores de
mi Iglesia... Ese agravio me es particularmente doloroso; ¡ay de aquel que
pone la mano en el Pontífice, el ungido de mi Padre!...

Detened su brazo justiciero..., interponed esta Hora Santa, en unión con mi


ultrajado Corazón, pues quiero hacer piedad... Sí, por la apostasía cruel de
tantos pueblos, por el descreimiento público en tantas sociedades, por la
descarada afrenta a mi Vicario, por el odio abierto y legalizado a mi
sacerdocio, por la inicua tolerancia y los favores de que gozan todos los
modernos sanedristas, por todo ese cúmulo de pecados, por esa plebe y esa
cohorte que me hieren... con una sola voz y un alma sola, pedid piedad a mi
Corazón, pedidle misericordia...

Las almas. Prisionero de amor, Jesús Sacramentado, pase nuestra oración


las rejas de tu cárcel, como un incienso de adoración y desagravio, que te
ofrecemos por manos de María inmaculada...

Letanías

Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor, ten piedad de nosotros.

Jesucristo, óyenos.

Jesucristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.


Dios Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.

Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.

Santísima Trinidad, que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen


María, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, unido substancialmente al Verbo Divino, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, de majestad infinita, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, templo santo de Dios, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del Cielo, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, Santuario de la justicia y del amor, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, lleno de amor y de bondad, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, dignísimo de toda alabanza, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, en quien están encerrados todos los tesoros de la


sabiduría y de la ciencia, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, en quien habita toda la plenitud de la divinidad, ten


piedad de nosotros.
Corazón de Jesús, en quien el Padre tiene todas sus complacencias, ten
piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, de cuya plenitud hemos participado todos nosotros, ten


piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, deseado de los collados eternos, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, paciente y de gran misericordia, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, rico para con todos aquellos que te invocan, ten piedad
de nosotros.

Corazón de Jesús, fuente de la vida y de la santidad, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, saciado de oprobios, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, despedazado por nuestras maldades, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, que te has hecho obediente hasta la muerte, ten piedad de
nosotros.

Corazón de Jesús, traspasado con la lanza, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, nuestra paz y nuestra reconciliación, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, víctima de los pecadores, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, salud de los que en ti esperan, ten piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en tu amor, ten piedad de


nosotros.

Corazón de Jesús, delicia de todos los santos, ten piedad de nosotros.


Cordero de Dios, que borras los pecados del mundo, perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que borras los pecados del mundo, escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que borras los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.

V. Jesús manso y humilde de corazón.

R. Haz mi corazón semejante al tuyo.

Oración

Omnipotente y sempiterno Dios, pon los ojos en el Corazón de tu muy


amado Hijo, y en las alabanzas y satisfacciones que te ha ofrecido a nombre
de los pecadores, y aplacado con ellas, perdona a los que imploran tu
misericordia en nombre del mismo Jesucristo, que contigo vive y reina, en
unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Así sea.

(Pausa)

Jesús. Todo, en mi amor por los humanos, está consumado ya por la Santa
Eucaristía, todo. ¡Oh! pero la ingratitud humana ha consumado también
conmigo, en este maravilloso Sacramento, la obra del dolor supremo...

Hijos míos, ¿dónde estabais vosotros cuando en el Calvario se me envolvió


en el silencio de una soledad, más cruel que la de mi tumba?... Amigos de mi
Corazón, ¿qué era de vosotros cuando mis ojos, nublados por el llanto postrero
de la agonía, no contemplaban sino semblantes iracundos de verdugos?...
¿Dónde estabais?...

Y cuando, pensando en vosotros, los predestinados, tuve sed de que


consolaran mi alma, infinitamente acongojada, ¿por qué entonces, se
humedecieron mis labios, abrasados con hiel de ausencia... de olvido... de
cobardía..., de tibieza de aquellos mismos que fueron los regalados del
banquete de mi hogar?...

Bien lo sabéis: ésa no es, por desgracia, una historia de hace siglos;
contempladme en esta Hostia, y decid si la ingratitud no es pan amargo y
cotidiano de este Dios hecho Pan por los mortales... ¿Cuánto y en qué os he
contristado en esta cárcel voluntaria, para que selléis sus puertas con el
abandono en que se deja un sepulcro destruido y vacío?

¡Oh!, venid, rodeadme, estrechaos a mis plantas; quiero sentiros cerca, muy
cerca, en la mística agonía de mi Corazón Sacramentado...

¡Hora ansiada, Hora venturosa la Hora Santa, en la que este Dios recobra su
heredad, el precio de su sangre!...

Yo os bendigo, porque tuve hambre y, dejando el reposo, vinisteis a


partirme el pan de la caridad...; os considero míos porque tuve sed y me disteis
compasión y lágrimas; os abrazo sobre mi pecho lastimado, porque estuve
tristísimo en la soledad de esta prisión y vinisteis a hacerme deliciosa
compañía. En verdad, en verdad os digo, que vuestros nombres están escritos
para siempre con letras de fuego y sangre en lo más recóndito de mi Corazón
enamorado...

Descansad sobre él, como yo descanso ahora entre vosotros, los hijitos
preferidos de mi amor.

(Pausa)

El alma. Hemos venido, no a descansar, Maestro, sino a sufrir contigo, a


compartir tu cáliz y a reparar pidiendo el reinado de tu Divino Corazón... Por
esto no nos retiramos de tu lado, llevándote en el alma, sin haberte confiado
antes un anhelo ardoroso, el único anhelo de tus consoladores y amigos... y es
decirte que vengas, que te acerques triunfador por tu sagrado Corazón..., que
te reveles a estos tus apóstoles humildes, porque sienten ardores inefables, que
sólo tu posesión y tu reinado pueden mitigar. Accede, pues, Jesús
amabilísimo, y en las naturales aflicciones y zozobras de la vida:
(Todos, en voz alta)

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En los afectos caducos y engañosos de la tierra...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las desilusiones de la amistad terrena, en las flaquezas del amor


humano...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las seducciones brillantes de la vanidad, en los escollos incesantes del


camino...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las castas y legítimas alegrías de los hogares que te adoran...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las veleidades de la adulación y de la fortuna seductora...


¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las horas de paz de la conciencia, en los momentos de un remordimiento


saludable...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las tribulaciones de los nuestros, al ver sufrir a los que amamos...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En los desfallecimientos del amor terreno, al sentir la fatiga del destierro...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En las contradicciones incesantes, en los días de incertidumbre o de


quebranto amargo...

¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

En el momento de la tentación y en la hora de la suprema despedida de la


tierra y de la Hostia Santa...
¡Ven!... sentimos sed de tu adorable Corazón.

(Pausa)

Las almas. Al verte tan de cerca y tan benigno, lejos de exclamar como tu
apóstol: “Apártate, Señor; aléjate, porque somos miserables pecadores...”
queremos por el contrario, abalanzarnos a tu encuentro, acortar las distancias y
estrechar la dichosa intimidad entre tu Corazón y los nuestros...

(Lento y cortado)

Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor, cuando los soberbios


gobernantes de la tierra maldigan de tu ley y de tu nombre... acuérdate que
somos tuyos..., que estamos consagrados a la gloria de tu Divino Corazón...
Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor cuando las muchedumbres,
agrupadas por Luzbel y los sectarios sus secuaces, asalten tu santuario, y
reclamen tu sangre... acuérdate que somos tuyos..., que estamos consagrados a
la gloria de tu Divino Corazón...

Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor...; cuando gimas por los
vituperios y por las cadenas con que ultrajan a tu Iglesia santa, los poderosos y
aquellos mentidos sabios, cuyo orgullo condenaste con dulcísima firmeza...,
acuérdate que somos tuyos..., que estamos consagrados a la gloria de tu
Divino Corazón...

Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor; cuando millares de cristianos


hagan caso omiso de tu persona adorable..., y te lastimen cruelmente con una
tranquila prescindencia, que es un puñal de hielo clavado en tu pecho
sacrosanto..., acuérdate que somos tuyos..., que estamos consagrados a la
gloria de tu Divino Corazón...

Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor; cuando tantos buenos y


virtuosos te midan con avaricia su cariño, te den con mezquindad aborrecible
su confianza... y te nieguen consuelo en sacrificio y santidad... acuérdate que
somos tuyos..., que estamos consagrados a la gloria de tu Divino Corazón...

Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor; cuando te oprima la


deslealtad, cuando te amargue la tibieza de las almas predestinadas, que, por
vocación, deberían ser enteramente tuyas, siendo santas..., entonces como
nunca, en esa hora de sin par desolación, acuérdate que somos tuyos..., torna
aquí los ojos atristados, suplicantes..., no olvides que estos hijos estamos
consagrados para siempre a la gloria de tu Divino Corazón...

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa, y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

(Lento)

Tú eres, Jesús, el Dios oculto... Escóndete en mi alma, y convertido yo en una


Hostia, en otra Eucaristía humilde, vámonos, Señor, vámonos, eternamente
unidos, como en la Comunión, como en la Hora Santa... Tú en mi pobrecito
corazón..., y yo perdido para siempre en el abismo de dolor, de luz de cielo, de
tu Sagrado Corazón: ¡venga a nos tu reino!
XII
De los apóstoles de vida interior

Especialmente dedicada a aquellas almas que, deseando ardientemente ser


“apóstoles del Corazón de Jesús”, y no pudiendo por razones de salud, de edad
o de situación ejercer un apostolado activo, de acción exterior, pueden y deben
ser apóstoles del Reinado Social del Corazón de Jesús, mediante la Oración, el
Sacrificio, la Eucaristía y el Amor. Esta Hora Santa la recomendamos y
ofrecemos muy particularmente a aquellas Comunidades religiosas que se
interesan con tanto celo en extender o en afianzar el Reinado Social del
Sagrado Corazón.

Las almas. Jesús adorable y amantísimo. Tú mismo, en tu gran


misericordia, nos has escogido y nos llamas amorosa e imperiosamente para
que participemos de la gloria incomparable de los predicadores y misioneros
de tu Corazón adorable...

¡Gracias, Jesús!

Sin merecerlo nosotros, lejos de ello, Señor, nos has elegido a fin de que,
íntimamente y sólo a tu vista, seamos en secreto, sin parecerlo exteriormente,
pescadores de almas y conquistadores de familias para el Rey de amor que Tú
eres...

¡Gracias, Jesús!

En tu nombre, pues, Señor, e investidos de tu omnipotencia redentora...,


creyendo con una fe inmensa en tu amor y en tus promesas soberanas,
arrojaremos en plena noche, y sin trepidar, las redes de tu caridad... y ciertos
estamos que un día, a la hora marcada por tu misericordia, esas redes se
romperán al peso abrumador y delicioso de la pesca milagrosa prometida... Sin
ver tal vez ostensiblemente, sin constatarlo siempre exteriormente, estamos
convencidos, ¡oh, Amor de amores!, que el gran milagro lo harás, Jesús... El
éxito sobrenatural, divino, de nuestro apostolado será un hecho... un hecho el
prodigio de tu gracia y de tu amor... Esto porque eres Jesús... porque vivimos
la hora providencial y espléndida de tu Sagrado Corazón..., y porque este
Pentecostés victorioso que debe entronizarte como Rey de amor en las almas,
en las familias y en las sociedades, Tú lo prometiste, Maestro divino, a tu
confidente Margarita María...

Ella, Jesús, desempeñó su misión, hablando apenas..., pero la realizó


maravillosamente, amando y sufriendo, dándose toda a tu Divino Corazón, y
por este camino oscuro y misterioso fue el dócil instrumento de tus adorables
designios... Como ella, pues... por ese mismo camino... imitando a tu discípula
muy amada, queremos, con un apostolado intenso e íntimo, predicar e irradiar
la gloria de tu Corazón misericordioso.

Y aunque no lo merecemos, Jesús, otórganos la gracia inapreciable de


alistarnos todos, ¡oh, sí, todos!, en las filas de aquella falange, mil veces
escogida, que en nuestros tiempos lucha resueltamente para apresurar el
triunfo íntimo y social de tu Corazón adorable, en los corazones, en los
hogares y en los pueblos todos de la tierra...

Te lo pedimos por María Inmaculada, Medianera indispensable y Reina del


Cenáculo... Por Ella te rogamos que multipliques donde quiera el núcleo
predestinado de aquellas almas que, como Moisés, tienen por misión el
sostener los brazos fatigados de los soldados, de los apóstoles de la vida
activa, soldados que luchan sin tregua ni reposo... y que seguirán luchando sin
desmayo mientras no ondee victoriosamente entronizada tu bandera en
millares de hogares y en las naciones cristianas...

A eso venimos esta tarde, Maestro de luz, para aprender de tus labios
divinales la lección magnífica, suprema de apostolado... A través de las rejas
de la prisión de tu Sagrario, contempla, pues, y bendice esta falange de
oración y sacrificio... Mira complacido esta legión de Cireneos-apóstoles...
Consagra, Tú mismo, para tu gloria, Jesús-Hostia, estas partículas de hostia...
No calles, Señor, pues se trata de tu gloria, comprometida en esta gran
empresa de amor... Habla, Maestro de caridad, y derrama sobre nosotros, las
luces y las llamas prometidas a los apóstoles de tu Divino Corazón... Habla,
Maestro adorable.

(Pidamos con gran fervor la gracia inestimable de saborear y de


penetrarnos de las sublimes enseñanzas que el Señor quiere darnos en esta
Hora Santa, de tanto y tan excepcional interés para el reinado de su Sagrado
Corazón... En silencio, pues, hagamos a este efecto una breve, pero fervorosa
oración).

Jesús. Levantad los ojos, amigos del alma, y contemplad la cosecha que os
espera, madura ya y dorada... Esos campos os aguardan... Sí, sabedlo vosotros,
ya que tantos lo ignoran, por desgracia: el apostolado no es el privilegio
exclusivo, ¡oh no!, de sembradores y de obreros activos... ¿Sabéis quiénes son
los que de veras trabajan en los campos de mi Padre celestial?... Aquellas
almas cálidas que, llenas hasta los bordes de mi sangre y de mi vida, rebasan y
derraman a raudales la superabundancia de sus corazones hechos ascuas...

¡Ea!... Venid, pues, vosotros todos..., seguidme y os daré trabajo de


apostolado en mi viña... ¡Oh!, pedidme en esta Hora Santa que encuentre en
todas partes y que envíe para redención del mundo gran número de apóstoles
como vosotros, apóstoles de acción interior y silenciosa...

No creáis, hijitos míos, que lo que falta principalmente para hacer el bien,
sean hombres de ingenio y de palabra fácil y elocuente, no... Me faltan
apóstoles en cuyos corazones, en cuya vida interior más intensa, resuene
victoriosa la Palabra eterna, el Verbo Divino que soy Yo mismo... Más que
lenguas de brillo, quiero, pido, necesito, almas de fuego...

Sabedlo y decidlo: aquellas almas que me aman con amor ardiente,


apasionado, irradian siempre, sin saberlo ellas mismas muchas veces, el amor
que las devora... Yo mismo siembro a distancia el fuego que consume la zarza
ardiente de esos corazones... Meditad, si no, hijitos, el apostolado del Corazón
de mi Madre... ¿Quién más que Ella me dio a conocer y me hizo amar?... ¡Esto
porque ningún corazón como el suyo supo amar!...

¡Oh!, aprended esta lección de fecundidad divina: se me predica..., se me da


inmensa gloria, se trabaja en el verdadero espíritu de mi apostolado, no
siempre en la medida en que es grande el trabajo, y el vértigo de la acción
exterior..., pero sí, siempre, en proporción con la intensidad de vida íntima, de
vida interior... Entronizadme en ella sobre todo... Meditad, apóstoles míos,
esta gran palabra: En la medida en que un alma se me da y se consagra a Mí...
Yo me doy por ella y a través de ella a muchas almas...
Ella, la interesada en mi gloria, no lo sabe siempre, es cierto, no lo siente ni
lo ve, pues yo le oculto con cuidado el secreto de su fecundidad maravillosa...
Se la revelaré después, con gran sorpresa suya, en los umbrales de mi cielo...

El Apostolado ejercido por la oración abre el

surco, engendra nuevas vocaciones,

convierte muchos y grandes

pecadores.

Oídme con amor, hijitos... ¿Quiénes creéis que son los esforzados obreros
de mi viña que abren el surco y preparan el terreno que debe ser sembrado?
¿Lo sabéis?... ¡Ah, son aquéllos, sobre todo, que poseen la ciencia de saber
orar en unión muy íntima con mi Sagrado Corazón!... ¡Oh, qué obreros
aquéllos! ¡Qué bien hacen la difícil labor de despejar y de abonar el terreno...,
de agrandarlo y extenderlo, comprando, con el tesoro de sus fervientes
oraciones, nuevos y magníficos campos para mi gloria!... Mis ángeles son,
invisiblemente, los instrumentos de esta labor espléndida... de verdadero
prodigio... ¡Ah, pero son las almas interiores, las almas de oración, las que en
realidad han obrado ese prodigio!

Por desgracia son muchos más, en general, los que trabajan en el afán
exterior de las obras, que los que las fecundizan con la oración... Por esto
acudo esta tarde a vosotros mis predilectos, a vosotros, que por gracia de
misericordia tenéis luz divina para comprender estas cosas, para apreciar y
utilizar la lección de apostolado sublime que os di en Nazaret...

¡Ah, en la casita humilde de mi Madre y a su lado, en Nazaret, he predicado


durante treinta largos años!... Ahí, en ese santuario de silencio era ya el
Salvador, y en unión con María preparaba ya mi apostolado público y mis
milagros.
Sí, en Nazaret hice la elección de mis futuros apóstoles y eché las bases de
mi Iglesia... En Nazaret, orando constantemente a mi Padre, preparé la Pascua
de la Cena y del Calvario; en Nazaret dispuse la Pascua eterna y gloriosa de
mis santos, mis mártires y mis apóstoles...

¡Ah!... Si supieseis qué deseo siento que esta gran idea sea el alimento
cotidiano y sólido de las casas de oración y de retiro... el pan de cada día de
las almas que me estáis especialmente consagradas.

¡Cuánto anhelo que se alimenten con este pan substancial mis amigos de
Betania, aquellos hogares que son el santuario de mi Divino Corazón!... ¡Sí,
Yo quiero y pido que en esas Betanias de mi amor se comprenda y se ejerza, a
imitación mía, el Apostolado de Nazaret!...

Orad, pues, hijos y amigos de mi Sagrado Corazón... orad a fin de


transformaros todos, absolutamente todos, en apóstoles, en precursores de mi
gran victoria social; preparadla orando.

Orad..., orad constantemente, porque este apostolado vuestro, prepara ya, y


engendrará mañana en los hogares de mi Divino Corazón los pregoneros y
heraldos de su gloria...

Orad..., orad con una confianza a toda prueba, inmensa, pues vuestras
plegarias se convertirán, no lo dudéis, en un Pentecostés de fuego que
inflamará a muchos tibios... que despertará a un sinnúmero de apáticos e
indiferentes... Y más todavía, mucho más; vuestra oración fervorosa y
sostenida romperá el granito, el corazón endurecido de grandes pecadores...
No siempre veréis o palparéis sensiblemente este milagro..., pero Yo lo haré,
os lo prometo... Os ocultaré con frecuencia esta maravilla para aumentar con
el mérito de vuestra fe, la gracia, la fuerza sobrenatural mediante la cual
redimiréis un gran número de extraviados..., de pródigos desventurados...

Orad con fe inquebrantable... Orad en unión con mi Divino Corazón y


salvad a un mundo que perece, no por faltarle Profetas, que ya no necesita,
sino almas de oración... Rogad, pedid que mi Padre envíe esos obreros
indispensables a mi viña... Obtened esos apóstoles de fuego, a fuerza de
gemidos y de súplicas... Ahí tenéis la tierra..., os la confío para conquistarla
por la potencia irresistible de vuestras plegarias y de vuestra vida interior...

Hablad a mi Padre, vuestro Padre; hacedle violencia en el secreto de


vuestras habitaciones y a los pies del santo Tabernáculo...
¡Oh, hijitos y apóstoles míos!... orad con fe y amor capaces de transportar
montañas... orad y labraréis la gloria que me es debida... gloria que depende
de vosotros y que confío a vuestro celo como un depósito sagrado...

(Pausa)

Las almas. Señor Jesús, al recibir de tus labios de verdad y de amor la


lección que acabas de darnos, nuestras almas, sedientas de gloria divina y que
anhelan tu reinado, han sentido despertarse emociones, alientos y esperanzas
que sólo Tú puedes provocar...

Bien sabes, Maestro, cuán intenso es nuestro deseo de servir en la cruzada


que está realizando los designios de tu gran misericordia.

Te confesamos, Señor, ingenuamente que hasta ahora, habíamos sentido


una legítima envidia al contemplar a distancia de nosotros, y desde nuestra
impotencia, aquellos gigantes del apostolado exterior... tantos trabajadores
esforzados de tu viña... tantos dichosos sembradores de amor que, de un
tiempo a esta parte, recorren el mundo como un huracán de fuego divino...
“Quién pudiera lo que ellos”, nos decíamos, Jesús, sedientos de gloria...

¡Oh!, gracias, Señor, por habernos asentado en una paz deliciosa al


asegurarnos Tú mismo que, aunque no podamos servir como ellos en la tarea
activa..., como ellos, y si lo queremos, mejor que ellos, podemos contribuir a
dilatar las conquistas de tu amor, y que, en silencio y en acción muy íntima,
contaremos entre los mejores apóstoles del Cenáculo, bajo el manto y bajo las
inspiraciones de María, la primera sembradora de tu amor...

Te bendecimos con efusión del alma por ellos, Señor, y en testimonio


sentido por gracia tan insigne como inmerecida, dígnate aceptar ahora mismo
una plegaria como las primicias de nuestro apostolado de oración...

“Hijo dulcísimo de María Inmaculada, escúchanos benigno, Jesús de


Nazaret, Salvador del mundo desde el seno de la Virgen Madre... dígnate
aceptar como una oración de apostolado ardiente nuestros más íntimos deseos,
todos nuestros pensamientos, las palpitaciones todas de nuestros corazones
pobrecitos, y toda aquella vida secreta del alma que escapa a la vista y al
juicio de los hombres, y que Tú sólo puedes penetrar... Tómala de manos de la
divina Nazarena y recíbela en petición de tu gloria, ¡oh, Rey del amor!; pero,
en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!”.

(Todos)

Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.

Jesús de Nazaret, Pacificador del mundo desde la cuna de Belén en la noche


venturosa de Navidad y en el trono amoroso de los brazos de María, dígnate
aceptar como una oración de apostolado ardiente, las sonrisas y las lágrimas
de los niños... sus primeras sonrisas y besos y aquellas primeras plegarias que
los pequeñitos aprenden a balbucear en las rodillas de sus madres... Acepta de
manos de la divina Nazarena ese néctar de cariño, inocente, ¡oh Rey de amor!,
que brota de los labios de tus Benjamines, tus preferidos, porque pequeñitos,
pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!

Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.

Jesús de Nazaret, Libertador del mundo desde el taller humilde de tu Padre


adoptivo, acepta como una oración de apostolado ardiente nuestra vida
cotidiana... tantos trabajos y preocupaciones corrientes, inevitables, de la vida
familiar... En unión con la divina Nazarena, te ofrecemos aquellas cruces
insignificantes... aquellos éxitos sin brillo, y los demás detalles, incidentes y
quehaceres que constituyen el camino vulgar y ordinario de la vida... Acepta,
¡oh Rey de amor!, todo cuanto en ella sea hermoso y bueno, sencillo y pobre;
pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!
Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.

Jesús de Nazaret, Redentor de un mundo desde las soledades del desierto,


rescatando ya las almas en aquel retiro misterioso de cuarenta días..., dígnate
aceptar como una oración de apostolado ardiente todas nuestras oraciones...
todas las inspiraciones y movimientos de la gracia... Jesús, para Ti, para tu
gloria, ¡oh Rey de amor!, ese tesoro pobrecito, te lo ofrecemos por manos de
la Inmaculada, la divina Naza-rena...; pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino,
así en la tierra como en el cielo!

Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.

(Y ahora ratifiquemos este ofrecimiento en el silencio de una plegaria


fervorosa e íntima).

(Pausa)

Apostolado doliente de sacrificio.

Con sangre del alma se riega

y fecundiza la simiente.

Con él se completa y perfecciona la labor

de predicadores y misioneros.
Nadie, por cierto, mejor que Margarita María podrá revelarnos tanto la
belleza como la fecundidad divina del apostolado doliente; esto es el de
inmolación y sufrimiento por el reinado del Corazón de Jesús... El Salvador en
persona enseñó a su confidente y apóstol esta ciencia altísima; Él mismo la
instruyó acerca de la aplicación misteriosa y del mérito inmenso de este
apostolado de sacrificio y de cruz, apostolado característico y propio de la
devoción a su Sagrado Corazón.

Escuchemos, pues, a Margarita María con la santa emoción con que ella a
su vez escuchó las enseñanzas de Jesús mismo; las palabras de la confidente
mil veces venturosa, serán por cierto, el eco fiel de la voz del Maestro muy
amado.

Enseñanzas de Margarita María. Ya que me llamáis, aquí estoy... Pero al


mismo tiempo que vosotros, el Rey de amor me pide y me manda que me
acerque a vosotros, los apóstoles de su Sagrado Corazón, a vosotros mis
hermanos en la misma vocación de amor y de apostolado...

Quiero repetiros, pues, la lección maravillosa y fecunda que, en su gran


misericordia, quiso el Señor hacer a ésta su humilde discípula. ¡Oídme!...
¡Ahí, si pudiera yo revelaros la gloria, toda la inmensa gloria con que el Rey
de reyes ha querido cubrirme por eternidad de eternidades, y esto porque Él
mismo se dignó inclinarse hacia mí y poner sus ojos en la pequeñez y pobreza
de su sierva!...

En verdad, Aquel que es la grandeza me ha hecho grande, recogiéndome de


entre el polvo para convertirme en el instrumento de sus designios
misericordiosos... ¿Y qué hice yo?... Darle mi corazón, dárselo entero en
cambio del suyo adorable, a fin de que hiciese conmigo, incondicionalmente,
lo que Él deseara para establecer y dilatar en el mundo entero el reinado de
amor de su Sagrado Corazón...

Y porque Él es la misma bondad dignóse aceptar la ofrenda de mi corazón


con todos sus inmensos deseos, y con él, mi amor y mi vida, ofrecida y
consagrada sin reservas a su gloria...

¿Queréis saber ahora, hermanos muy amados, lo que hizo Jesús conmigo
para adaptarme a la misión que había de confiarme?... Me inspiró, al mismo
tiempo que una sed abrasadora de inmolarme, la capacidad divina de sufrir...,
de vivir muriendo de amor para hacer conocer y amar al Amor que no es
amado.

Desde ese momento hasta mi último suspiro todo mi apostolado consistió


principalmente en abrazarme gozosa a la cruz y en abandonarme
amorosamente al Crucificado divino con gratitud de alma y con sed inmensa
de su gloria.

Que si a veces quiso el Señor que escribiera pidiendo y reclamando en


nombre suyo el homenaje de amor a su Corazón adorable, esas cartas fueron
victoriosas, y siguen siéndolo para su gloria, únicamente porque hube de
escribirlas con sangre del alma y en el martirio de mi corazón crucificado.

Por ese mismo camino, sobre todo por ese camino, vosotros también, no lo
dudéis, labraréis a pesar de Satán y sus secuaces, el pedestal de victoria del
Rey de amor... Apóstoles del Corazón de Jesús, bendecidlo, pues Él mismo os
ha elegido para que coronéis, en forma espléndida, la misión inicial que me
fue confiada a mí...

Que si por una dignación de misericordia incomparable, quiso el Señor


designarme para instrumento de su gloria en la primera etapa, cuando el sol
del Corazón de Jesús se levantaba apenas en su primera aurora..., ahora que
ese Sol divino ha rasgado las nubes, sois vosotros, sabedlo, sí, vosotros los
felices precursores de su Reinado social, los que por senda de inmolación
amorosa debéis afianzar su victoria... ¡Ah, pero no os engañéis; vuestro
apostolado será maravillosamente fecundo sólo en la medida en que os
penetréis vosotros mismos del Evangelio que el Maestro Divino nos predicó, a
vosotros y a mí, en el Calvario y en Paray..., evangelio de cruz, abnegación y
sacrificio!...

¡Oh, aprended, pues, ante todo, la ciencia sublime de sufrir..., sí, de sufrir
amando y de cantar sufriendo para gloria del Divino Corazón!... ¿Recordáis
cuánto deseaba Él ser bautizado con bautismo de sangre..., y ser levantado en
el patíbulo de una Cruz para atraerlo irresistiblemente todo desde ese trono de
sangre a su Sagrado Corazón?

Pues proceded así también vosotros los dichosos mensajeros de su amor,


dejaos atraer desde el Calvario a su Calvario, sin vacilaciones ni cobardías...,
ceded al imán de su Corazón crucificado... Y no temáis..., porque Aquel que
os ha inspirado el deseo ardiente, y el querer, sabrá también daros el poder con
gracia superabundante...
Acercaos, pues, al Tabernáculo del Rey de amor..., venid, llevándole
gozosos, en ofrenda de apostolado, las dolencias del cuerpo enfermo...
Ofrecedle como rico tesoro... flaquezas dolorosas de una salud quebrantada...
Presentadle este precioso obsequio, y colocándolo en la herida de su Corazón
adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con amor
apasionado: “Acepto confundido, Señor, la gloria inmerecida de sufrir por
amor..., y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora
que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, sana las almas enfermas, y
en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”.

(Todos)

Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.

Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor... y trayéndole gozosos en


ofrenda de apostolado tantas torturas de vuestro espíritu... Ofrecedle como
rico tesoro vuestras ignorancias... vuestras tinieblas y tantas zozobras crueles.
Presentadle confiados este obsequio precioso, y colocándolo en la herida de su
Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con amor
apasionado: “Acepto confundido, Jesús, la gloria inmensa de sufrir por amor...
y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres
Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, cura a tantos ciegos de espíritu...,
¡oh!, dales tu luz salvadora..., y en cambio de este nuestro Calvario, sube al
Tabor de tu gloria, Jesús”.

Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.

Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor, venid trayéndole gozosos en


ofrenda de apostolado todas las penas, y las amarguras todas del corazón...
Ofrecedle como rico tesoro las tristezas y los duelos, las decepciones y las
injusticias... Presentadle confiados este obsequio precioso y colocadlo en la
herida de su Corazón adorable... Decidle con toda resignación, con celo
ardiente y amor apasionado: “Acepto, confundido, Señor, la gloria inmerecida
de sufrir por amor..., y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia
redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, sana y convierte
tantos Corazones extraviados, pervertidos, que mueren lentamente,
distanciados de Ti, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu
gloria, Jesús”.

Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.

Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor... venid trayéndole gozosos en


ofrenda de apostolado las muchas y continuas preocupaciones que os asedian
en el orden moral y también material..., ofrecedle especialmente, todos
nuestros sinsabores de hogar... Presentadle confiados ese obsequio precioso, y
colocándolo en la herida de su Corazón adorable, decidle con toda
resignación, con celo ardiente y con amor apasionado: “Acepto confundido la
gloria inmerecida de sufrir por amor..., y el honor incomparable de ser una
partícula de la Hostia redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en
recompensa, cura a los pródigos del hogar querido, bendice con ternura esas
familias atribuladas, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu
gloria, Jesús”.

Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.

(Pausa)
Escuchad todavía una palabra de vuestra hermana en el apostolado del
Divino Corazón.... Os ama tanto para su gloria...

Sabed que si en Paray-le-Monial fui yo la confidente y la venturosa


mensajera del Corazón de Jesús, mucho más que entonces, que en aquel
Getsemaní de su agonía mística, sigo siendo ahora en el Paraíso de su gloria
eterna, la misma confidente y más que nunca su Margarita... el instrumento
dócil de su triunfo en el Reinado de ese adorable Corazón.

Escuchadme con afecto; soy Margarita María, vuestra hermana. Cantad en


paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros los enfermos y los que lleváis un corazón
herido..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan
fecundo de la inmolación y de la cruz.

Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas afligidas, vosotros
que sufrís la amargura de tribulaciones inesperadas... sembrad el fuego del
amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la
cruz.

Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, los azotados por reveses de fortuna y
los que habéis sufrido quebrantos materiales..., sembrad el fuego del amor
divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz.

Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros todos, grandes y pequeños,
que libráis el combate secreto, inevitable, asaltados por las creaturas o el
infierno..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan
fecundo de la inmolación y de la cruz.

Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas consagradas,


escogidas, que, deseando ser fervientes y aun santas, padecéis arideces
provechosas y mil congojas de conciencia..., sembrad el fuego del amor divino
por el apostolado doliente, fecundo por excelencia, apostolado victorioso
como el de los santos..., ¡oh!, seguid sembrando el fuego del amor divino con
la fuerza del dolor y de la cruz.

Sí, mal que pese al mundo y al infierno, el Corazón de Jesús triunfará por el
Calvario..., reinará por el amor de sus apóstoles dolientes y crucificados.
(Tres veces)

¡Por tu cruz, Jesús, y nuestras cruces, venga a nos tu reino!

(Aquí un cántico cualquiera, pero apropiado a esta idea).

Apostolado por la divina Eucaristía.

Las almas eucarísticas

multiplicarán, acrecentarán

el poder sobrenatural de expansión

de aquellos apóstoles que luchan

en el ministerio de la vida activa.

Esas almas son fuente secreta y poderosa de irradiación, derraman a


distancia la luz y

el calor del corazón de Jesús Eucaristía.

Las almas. Mucho antes de verte bajar, Jesús, con gloria y majestad sobre
las nubes del cielo como Juez tremendo de vivos y muertos en el último día
del mundo...; mucho antes de contemplarte esplendoroso, amenazando con tu
cruz a los que fueron tus hijos rebeldes y culpables..., queremos nosotros tus
apóstoles, gozarnos en otra majestad y en otra gloria; la de tu misericordia
infinita.

No rasgues, Señor, si Tú no lo quieres, no rasgues el velo de la Hostia


divina que te oculta...; pero preséntate radiante a nuestros ojos, iluminados por
la fe, ¡oh, Rey de amor!, y desciende hasta nosotros envuelto en la dulce
majestad de tu ternura victoriosa....

¡Oh, sí! Queremos verte tal como te contempló un primer viernes nuestra
hermana Margarita María... Como a ella, preséntate a nosotros ostentando
sobre tu pecho anhelante y envuelto en llamas el Sol de vida: tu Divino
Corazón... Y así, en esa actitud dulcísima de amor... deja por un instante tu
trono, inclínate..., confíate a nosotros; muéstrate Rey conquistador, Rey
irresistible y victorioso en la omnipotencia de tu sacrosanta Eucaristía...

Te pedimos estas gracias de luz y misericordia porque sabemos que tu voz,


suplicante y rica de promesas, partió desde esa Hostia, resonó desde el
Sagrario... Y porque comprendemos también, Jesús Eucaristía, que es tu
voluntad que el torrente de almas, de familias y de sociedades, sacudidas y
transformadas por el Pentecostés de tu Divino Corazón, venga a morir en paz
de cielo aquí..., convergiendo a tu Sagrario.

Jesús-Hostia, tu hora providencial ha sonado, y en ella has de restaurar tu


Reino, el Israel de la Ley de gracia, el Reino espiritual de las almas, el Israel
cristiano de las sociedades, que son, por derecho divino, tu heredad en el
tiempo, tu bien y tu conquista para la eternidad...

Jesús-Hostia, bien sabemos, porque Tú lo dijiste, que el origen de tu realeza


no radica en esta tierra miserable... Tú vienes de lo alto. ¡Ah!... pero puesto
que quisiste ser el Hermano mayor de la familia humana... puesto que resides
y seguirás residiendo bajo tienda con nosotros entre las arenas del desierto de
esta vida..., pedimos, reclamamos con la fuerza de tu derecho soberano, que
reines acá abajo en esta tierra, tan realmente tuya y tan de veras tu morada,
como es tuyo el Paraíso, mansión de tu Padre celestial...

Mientras llegue, pues, el día de justicia en que vengas a sentenciar


definitivamente a los vivos y a los muertos, ¡sal, oh, Jesús-Eucaristía! sal de tu
Sagrario silencioso; sal radiante, desde ahora y para siempre, sentencia de
caridad y de vida, sentencia de misericordia, de resurrección moral en favor de
tantos muertos del espíritu... Di, Jesús, que vivan, y vivirán de vida inmortal,
fruto de la victoria íntima de tu Sagrado Corazón en ellos...
Señor, la Iglesia no sólo lo desea, tu Iglesia nos urge, nos apremia a que
pidamos con grandes instancias tu reinado íntimo y social, mediante su
sacrosanta Eucaristía...

Asómate pues, ¡oh Prisionero divino!, a las rejas de esa Cárcel-Sagrario


para escuchar benigno el grito, el clamor espontáneo y unánime de esta
vanguardia de tus amigos-apóstoles... Más que su voz, sus corazones vienen a
suplicarte, en nombre de todas las almas y de todas las empresas eucarísticas
del mundo entero, que apresures nuestra redención, precipitando la hora de tu
suprema victoria sobre el mundo... Déjate vencer, Señor Jesús, por la amorosa
violencia de tus íntimos...

Atiéndenos, Señor, con clemencia y con magnanimidad de Rey...

Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las


misas celebradas por tus sacerdotes... por el Santo Sacrificio, ofrecido
incesantemente de un polo a otro de la tierra... ¡Oh!, no quieras que se pierda,
que se esterilice ni una sola gota de tu sangre preciosísima... Te pedimos por
esa sublime plegaria, que es el éxtasis de amor de tu Iglesia Santa, que te
dignes santificar a los ministros del altar, los heraldos y los dispensadores de
tu amor

(Todos)

Rey de amor, triunfa, santificando a tus ministros.

Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las


Comuniones frecuentes, cotidianas y tan fervorosas de millones de almas
escogidas que, en el mundo o en el claustro, te han ofrecido con juramento de
amor el holocausto de su vida... Haz que todas ellas se conviertan en la zarza
ardiente de tu caridad... pero ordena que tus incendios abrasen totalmente y
consuman esa zarza viva... Por el fuego devorador de esas almas
predestinadas, aumenta la virtud, la belleza sobrenatural de tus esposas.
Rey de amor, triunfa, santificando a tus esposas.

Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las


Comuniones admirables de fervor de tantos que, viviendo entre las llamas de
una sociedad mundana y frívola, te alaban, sin embargo, luchan por Ti, y te
sirven con una fidelidad maravillosa... ¡Cuánto desean esas almas heroicas
unirse a tu Sagrado Corazón en vínculo cada día más fuerte y más estrecho!
Haz, Jesús, que esas almas esforzadas sean el instrumento de tu gloria...
Multiplica el número y, sobre todo, aumenta la fe y la confianza de esos
amigos tan leales.

Rey de amor, triunfa, santificando a tus amigos.

Corazón de Jesús, aumenta, extiende y afianza tu reinado universal por las


Comuniones fervientes de aquel ejército innumerable de almas crucificadas y
de corazones dolientes y torturados... Sólo Tú sabes algo que el mundo no
imagina: el número incalculable de aquellos que te aman y que se gozan sobre
todo, porque los crucificaste para su bien y para tu gloria... ¡Ah!, y no
satisfechas con ese caudal de amor en sacrificio... anhelan abrasarse en amor
más ardiente, atizando gozosas la hoguera de un sacrificio más alto y más
intenso...

Esas almas de hermosura incomparable las encuentras, Jesús, en todos los


caminos; las hay numerosas en aquellos hogares predestinados, que son las
Betanias de tu Corazón...; las encuentras también en los claustros, en los
hospitales y en los mismos tugurios de miseria... Y bien sabes Tú con qué
pasión de caridad esas almas víctimas se adhieren a Ti, la Víctima de amor.
Hazlas, Señor, cada vez más tuyas, más ardientes... Y por ellas siempre a lo
lejos, las llamas de tu amor... Bendice, pues, y colma de tus gracias de
predilección dondequiera que viven muriendo de amor esas almas-víctimas.

Rey de amor, triunfa, santificando las almas-víctimas.


Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por la
Comunión fervorosa de tus grandes amigos los niños... Mira con qué
entusiasmo se alistan por millares en las filas de los apóstoles de tu Sagrado
Corazón esos benjamines de tu amor... ¡Oh!, pasa con frecuencia, Jesús, entre
ellos; pasa bendiciendo a esos apóstoles pequeñitos en el hogar y en la
escuela...; bendícelos, desde la cuna, para tu gloria de mañana... Y al pasar al
lado de esas florecitas perfumadas de candor, de celo y de inocencia,
sonríeles, acarícialas, Jesús, en obsequio a la Virgen María, su Madre, porque
es la Tuya... Al pasar bendiciendo los niños de tu Sagrado Corazón, consagra
para Ti solo, Señor, su cariño, sus pensamientos, sus miradas y sus besos, y,
sobre todo, la hermosura primaveral de esos lirios... Al acariciarlos, Jesús,
arrebátales el corazón, encadenándolo para siempre al tuyo adorable... Haz de
todos ellos tus amigos fieles, tus defensores..., tus apóstoles...

Rey de amor, triunfa, santificando a los niños-apóstoles.

(Y ahora prometamos todos amar con llama ardiente al Sagrado Corazón


en su divina Eucaristía... Y pidámosle que acepte este amor como un
apostolado eficaz por la extensión de su reinado social).

Y en fin, el apostolado de amor intensifica la

acción de los apóstoles activos.

El amor hace durables y asegura los frutos

ya cosechados.
Las almas. Escrito está, Maestro amabilísimo: “¡Qué hermosos son los pies
de aquellos que evangelizan la paz y el bien!”. Ello es verdad, Jesús; pero en
toda confianza nos atrevemos a pensar, Señor, que mucho más hermosos, por
cierto, son los corazones de aquellos que, no pudiendo recorrer el mundo
antorcha en mano, han resuelto confiar a María, la Reina de los apóstoles, la
antorcha viva de sus propias almas, para incendiar la tierra en los ardores de tu
caridad.

No todos pueden predicar, Maestro, ni todos pueden trabajar


exteriormente... Más aún... ¡cuántos son, Jesús, los que ni siquiera pueden
comulgar en la medida de sus deseos!... ¿Y quién es aquel que podría sufrir
constantemente sin tregua ni reposo?... Tú mismo ni lo quieres ni lo permites
siempre, por razones de sabiduría.

¡Ah, pero amar, sí, lo podemos todos!... ¿Y quién no puede felizmente,


Jesús, atizar y desarrollar en cada palpitación de alegría o de pena esta llama
divina?... ¡Oh, sí!: amar nos es posible siempre, nos es posible a todos... esto,
al pie de los altares, como en el santuario del hogar, en Betania..., en la vida
como en la muerte, el amor es llama que se alimenta de grandes deseos y de
obras pequeñas, de flores y de espinas...

¡Qué consuelo inmenso, Señor Jesús, saber que, en realidad de verdad,


podemos amarte todos y amarte en todo: en pleno mundo y en el claustro...,
en las horas de júbilo y en el camino de amargura!... Y esto todos: grandes y
pequeños..., los pobrecitos y los ricos..., los inocentes y los arrepentidos... ¡Y
decir que este incomparable bien no depende sino de nosotros: puedo amarte,
Jesús, en la medida en que yo lo quiera!...

Sí, nadie, ¡oh!, nadie puede, ni Tú mismo, Dios de amor; nadie puede
impedirme el amar con delirio tu Corazón, todo amor... Las alegrías y las
amarguras siguen el camino que Tú les trazas, Jesús...: no vienen y
desaparecen según nuestros deseos... Y aun, Señor, aquellas manifestaciones
obligadas de nuestra adoración y fe, como son retiros y confesiones, oraciones
y obras, bien sabes Tú que muchas veces no dependen de nosotros, de
nuestros deseos más sinceros y ardorosos... Porque eres el Amo, y sólo Tú
juegas con tu bien, que somos nosotros...; dispones de él como te place... Pero,
Dios y todo, no podrías, Jesús-Amor, prohibirnos el amarte en las luchas de la
vida ni en las luchas de la muerte...

¡Qué..., ni siquiera cuando, por designios secretos de tu Providencia,


pareces retirarte y abandonarnos en pleno desierto, en pleno campo de batalla,
cuando nos sentimos abatidos, creyéndonos desamparados..., menos que
nunca entonces, estás Tú, Jesús, lejos de nosotros... y en esa brega dolorosa
podemos como nunca amarte...! La muerte misma, cruel, implacable, cortará,
Señor, un día, por orden tuya, el árbol, poniendo la segur a la raíz... Y al
herirnos agotará el manantial de todas nuestras energías, agostando la fuente
misma de la vida...

¡Oh! Aún, y sobre todo entonces, Jesús, nuestro morir puede y debe ser el
acto supremo del amor que te debemos, dándote todo, absolutamente todo, al
devolverte con caridad perfecta, el don prestado de la vida.

¡Qué gracia de misericordia poder morir amándote..., y, al expirar, caer por


eternidad de eternidades en el abismo del Corazón de un Dios que es infinito
amor!

Magníficat!... Nuestras almas te alaban, te bendicen, te cantan con inmensa


gratitud, por habernos enriquecido con un poder que sobrepuja y sobrevive a
todo lo terreno..., poder inmortal, divino, depositado en nuestros corazones
pobrecitos y de arcilla... Magníficat!... ¡Gracias te sean dadas, Jesús!...

Y ahora, Maestro adorable, dinos al terminar esta Hora Santa una palabra
todavía... Instruye con una última lección de vida a esta legión de apóstoles de
acción amorosa e íntima... ¿Quién sino Tú, Rey de amor, puede enseñarnos a
predicar y a trabajar con las irra-diaciones maravillosas y fecundas del
amor?... Habla, pues, Jesús, y confíanos no fuera sino una palabra de aquel
diálogo dulcísimo entre tu Corazón y el de Juan en la última Cena...
¡Queremos tanto ser como él los amigos leales y los sembradores de fuego!

(Hágase un gran silencio..., que haya un profundo recogimiento, a fin de


que nuestras almas puedan oír y comprender las palpitaciones del Corazón de
Jesús).

Jesús. “¡Sitio!”, dadme de beber el amor..., el inmenso amor que reclamo


con derecho de los amigos y de los apóstoles de mi Divino Corazón...

No olvidéis, hijitos míos, que el verdadero apostolado, el único fecundo, es


el de un amor, incendio incontenible, que por naturaleza propia estalla el
exterior..., que irradia fuego... ¡Ah!... Pero cabalmente, para que ese amor sea
capaz de comunicarse y de irradiar, es preciso amar con una caridad
apasionada, vehemente, ilimitada, amando con los ardores de mi Sagrado
Corazón...

¡Cuántos más apóstoles habría si en las casas de retiro y de oración..., si en


las empresas y en las familias de mi Divino Corazón se comprendiera que un
alma, una sola, pobre, ignorada y pequeñita, pero que ame con incendios de
amor, predica más y hace mejor la obra de mi gloria..., extiende ella sola y
afianza mejor mi reinado, que todo un ejército activo que se afana mucho en
muchas cosas, pero que no ama sino con amor vulgar!...

¡Oh..., sin estas almas redentoras porque amantes..., sin esos sagrarios vivos
y escogidos, sin esas almas de fuego que han comprendido, tanto la hermosura
como el poder sobrenatural, expansivo, de María de Nazaret y de María de
Betania..., sin ellas, el mundo, ya tan pervertido, estaría vecino a su
sepulcro!... Será siempre, pues, verdad que María ha elegido la óptima parte
para mi gloria y para la suya..., y también la óptima parte para tantas almas
que ella redime con su apostolado secreto de caridad...

En esta hora providencial estoy preparando y sigo multiplicando por esto la


falange venturosa, y cada vez más fuerte, de aquellas almas de fuego, las
únicas capaces de servir de barrera salvadora a un mundo que, al enfriarse en
mi amor, rueda al abismo... La caridad y sólo la caridad salva... redime y
santifica. ¡Oh!, no olvidéis, amigos fidelísimos, que un acto de amor perfecto,
ardiente, de un alma sencilla y desconocida, equivale a una misión...

¿Y quién de entre vosotros, enriquecidos con las luces y los tesoros de mi


corazón, no será capaz de amar así, con ese incendio de amor fecundo?

Y puesto que Yo mismo en mi sabiduría repartí diferentemente mis propios


dones, ¿quién mejor que Yo sabe, apóstoles míos, que no todos podéis ser del
mismo modo, y por el mismo camino los obreros de un apostolado activo? El
secreto de vuestra vocación será siempre mi secreto.

¡Ah..., pero no olvidéis que así como mi Divino Corazón os fue dado a
todos por amor..., así espero y exijo de vosotros todos, cualquiera que sea
vuestra vocación, un amor sin límites: éste debe ser el más sencillo y el más
fecundo de los apostolados..., éste será siempre el apostolado por
excelencia!... Pedidle a la Reina del Amor Hermoso, a mi Madre, que os
comente esta enseñanza: amar es sembrar, es predicar, es redimir.
“¡Sitio!” Apagad, pues, mi sed devoradora, dándome el amor que reclamo
de vosotros todos, quienquiera que seáis: pequeños y pobres..., enfermos,
inválidos y tristes..., combatidos por la tentación, atribulados o favorecidos
por mi gracia... Sí, dadme amor vosotros, los que habéis penetrado en mi
Evangelio..., los mimados por mi ternura..., los colmados por mi amable
Corazón, todos.

(Todos, con vehemencia)

¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora dándome el corazón en llamas, pues


por ellas quiero convertir y transformar a tantos desventurados que,
empeñándose en no ver en Mí al Padre ni al Salvador, pretenden, con odio,
derrocarme del trono del altar y de las almas...

¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora dándome el corazón, sin reservas, en


reparación por tantos hijos colmados de mercedes y que, hoy día, habiendo
dilapidado los tesoros que les había confiado, viven en la miseria y perecen de
hambre.

¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!


“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora amándome con pasión del alma, en
lugar de tantos de los míos a quienes Yo había dado, junto con mi Corazón,
nobilísimos sentimientos y aspiraciones..., anhelos de nobleza divina... ¡Oh,
dolor!... Toda esa fortuna moral la han derrochado, la han quemado como
incienso ante los ídolos de las creaturas... Y aquí me tenéis, a Mí, que así
quiero enriquecerlos, pospuesto, olvidado, por esos ingratos; aquí me tenéis,
con las manos vacías y amargado el Corazón...

¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora devolviéndome amor por amor... Así


conquistaréis para mi Corazón tantos hijos ingratos y débiles que me
abandonaron cuando los visité con la Cruz...; tantos que renegaron de mi Ley
a causa de sus tribulaciones...; tantos que me desconocieron bajo el ropaje
sangriento de mis dolores y de mi Calvario... Pretendieron amarme bebiendo
el cáliz de gloria..., huyeron de mi lado cuando les presenté el cáliz de
amargura...

¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora con un amor ardiente que os devore el


alma, y así conquistaréis a tantos que se alejaron temblando... y con temor
exagerado...; a tantos que, no queriendo ver ni saborear las inefables bellezas,
las ternuras de mi amor, no quisieron ver en Mí sino al Juez tremendo..., al
Señor cuyos rigores ponen espanto en el alma...

¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús!


¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre si tu amor lo consintiera...
Nos vamos, llevando paz, mucha paz, consuelos divinos y nueva vida... ¡Ah!,
pero sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a Ti,
amadísimo Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor,
que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende,
pues, Señor Jesús, acoge, manso y bueno, nuestra última oración.

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de


inocencia de los niños que comulgan...; sé su Amigo!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el amor de la multitud que


sufre, de los pobres que trabajan...; sé su Rey!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé consuelo de los padres del


hogar cristiano...; sé su Vida!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé la dulcedumbre de los


afligidos, de los tristes...; sé su Hermano!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé la fortaleza de los tentados, de


los débiles...; sé su Victoria!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el fervor y la constancia de los


tibios...; sé su Amor!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el centro de la vida militante de
la Iglesia...; sé su Lábaro triunfante!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el celo ardiente y victorioso de


tus apóstoles...; sé su Maestro!

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé en la Eucaristía la santidad y el


cielo de las almas..., sé su paraíso de amor...; sé su Todo!

Y mientras llega el día eterno y venturoso de cantar tus glorias, déjanos,


dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida del Costado;
murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, esta palabra triunfadora:
¡venga a nos tu reino!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


XIII
Agosto
Glosa de las Siete Palabras

Pongámonos en la presencia del Dios misericordioso del Calvario... Aquí, a


dos pasos de nosotros, en esa Hostia divina, está Jesús, y ese altar es el
Gólgota en que sigue redimiendo a un mundo que lo desconoce.
Acerquémonos, y recojamos, con amor y fe, sus últimas palabras como el
testamento de su Corazón Agonizante...

(Haced con fe viva un breve acto de adoración)

(Breve pausa)

Llegados que fueron a la cumbre, crucificaron a Jesús, entre dos


malhechores.

¡Qué hermoso será el cielo si tan bello y tan sublime es el Calvario, en la


muerte del Señor Jesús!... Ved...: en este instante se ha descorrido el velo de
misterio que nos ocultaba a Jesucristo, la Belleza increada, el Santo de los
santos... Clavad con fe los ojos en aquel altar... Ése es, ¡oh maravilla!; sí, ése
es el verdadero Gólgota, la montaña de la gran expiación... No temáis...;
levantad vuestra mirada, y fijadla en aquella Hostia... Ángeles del Santuario,
gemid en silencio... No turbéis la mística agonía del Amado... Sólo nosotros,
sus redimidos, podemos hablarle con voces de amargura... Avancemos para
recoger sus últimas palabras, pues tenemos derecho al postrer aliento de
Jesús... Subamos al Calvario, María Dolorosa nos aguarda...; acerquémonos,
la arrepentida Magdalena nos da dulcísima confianza... Oremos al lado de San
Juan, el amigo fidelísimo del Maestro moribundo... “Ecce Deus...”. Así tenéis
a nuestro Dios, clavado en el patíbulo... ¡Miradlo!...
(Cortado)

¡Ay! ¡Cuán cierta fue la palabra del Profeta: “De la cabeza a la planta de los
pies no hay parte sana en su Cuerpo sacrosanto”! Su frente, ungida por los
besos de María, destrozada por espinas...; abrasados por la sed de aquellos
labios que, al sonreír, evocaron una aurora de paz divina en las almas
afligidas...; lívida su boca, que tuvo néctar de dulzura para todas las heridas...;
sus ojos, en los que brotó para el culpable el fulgor de la esperanza, velados
por la nube roja de su sangre... En sus manos perforadas y en sus pies
atravesados están escritas la historia de los pródigos, a quienes persiguió, sin
tregua, el Corazón del Buen Pastor... ¡Ahí está seguramente nuestra historia de
culpa y de perdón!... ¡Oh, qué gracia tan inmensa y tan poco meditada la de
ese perdón de su ternura! Oídle: quiere renovar ahora esa absolución de
caridad... Su cuerpo, convertido en una sola llaga, se estremece; gimiendo
levanta su cabeza..., contempla, con mirada de infinita luz y de amor infinito,
este mundo que lo mata y, dejando hablar su Corazón en aquella Hostia que
adoramos, exclama sollozando:

¡Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen!

(Lento)

“No mires, Padre, las espinas de mi corona. Yo las he buscado, son los
abrojos naturales de esta tierra desgraciada... Perdona la soberbia humana y la
ignorancia de la misión que me confiaste... Perdona a mis verdugos y a mis
amigos cobardes... Perdona las culpas de los grandes, de los pequeños y de los
pobres... No castigues..., que las criaturas son polvo y son tinieblas... Perdona
a los padres y a los hijos...: ¡son tantos los abismos del camino!... Olvida las
flaquezas, perdona las perfidias, pues todos son ovejas mías. ¡Pobrecitas...! No
las hieras, Padre, pues no saben lo que hacen...
(Pausa)

Las almas. Y ahora déjame, Jesús Crucificado, unirme a tu plegaria. Divino


Salvador de las almas, cubierto de confusión, me postro en tu presencia, y,
dirigiendo mi vista al solitario Tabernáculo, siento oprimido el corazón al ver
el olvido en que te tienen relegado tantos de los redimidos. Pero ya que con
tanta condescendencia permites que una mis lágrimas a las que vertió tu dulce
Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos que no ruegan, te bendigo por los que te
maldicen, y con toda mi alma, te alabo y te adoro, en todos los Sagrarios de la
Tierra.

Acepta, pues, el grito de expiación, que un pesar sincero arranca de nuestros


corazones afligidos: ellos te piden piedad.

Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos...

(Todos, en voz alta)

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por las infidelidades y profanaciones de los días santos...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por las impurezas y escándalos públicos...

¡Piedad, oh Divino Corazón!


Por los que corrompen la niñez y extravían la juventud...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por la desobediencia sistemática a la santa Iglesia...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y de los hijos...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por los atentados cometidos contra el Romano Pontífice...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por los trastornadores del orden público social cristiano...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por el abuso de los sacramentos, y el ultraje a tu augusto Tabernáculo...


¡Piedad, oh Divino Corazón!

Por la cobardía, o los ataques de la prensa, por las maquinaciones de sectas


tenebrosas...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

Y, en fin, Jesús, por los justos que vacilan y por los pecadores obstinados
que resisten a tu gracia...

¡Piedad, oh Divino Corazón!

(Pausa)

Es tan blando el Corazón de Jesucristo, y qué bien se le habla, haciendo la


Hora Santa, aquí a sus pies ensangrentados... Acabamos de reclamar piedad
por los pecadores, y al instante, el eco dulce, benigno, de su voz, resuena
como música de paz, que anuncia un cielo que se acerca...

El malhechor de la derecha le ha hablado en nombre de todos los caídos...


Los que vamos a morir, y tal vez muy pronto, oigamos al amable Redentor,
que nos responde, hablándonos del cielo: “Hoy mismo estarás conmigo en el
Paraíso...”. El arrepentimiento te ha abierto ya el cielo de mi Corazón...;
aguarda, alma dichosa, que se disipe el sueño de esta vida y cantarás, te lo
prometo, ¡oh, sí!, cantarás, con los penitentes y los ángeles, las misericordias
de tu Dios...
Almas pecadoras que gemís, refugiaos en estas mis llagas, que abrieron
vuestras culpas...; no temáis..., nunca es tarde para solicitar mi caridad...
Queréis también nombrarme a hermanos vuestros, que luchan y agonizan...,
hablad... Que para todos soy víctima, soy hermano vuestro..., soy Jesús.

(Lento y cortado)

Corazón de Jesús, dulcísimo con los infelices pecadores, un pecador te


habla.

Corazón de Jesús, amabilísimo con los pobres, un mendigo aquí te espera.

Corazón de Jesús, salud de los dolientes, un enfermo te visita.

Corazón de Jesús, camino de los extraviados, un pródigo te busca.

Corazón de Jesús, suavidad de los que lloran, un desgraciado llama a tu


santuario.

Corazón de Jesús, amigo fidelísimo del hombre, un amigo ingrato está aquí,
y te llora.

Corazón de Jesús, quietud en las incertidumbres de la tierra, un alma


combatida te llama en su socorro.

Corazón de Jesús, hoguera inextinguible del amor, un alma quiere abrasarse


en los ardores de tu caridad.

Corazón de Jesús, agonizante, esperanza de los moribundos. “Memento”,


acuérdate de los que en esta misma hora luchan con la muerte. Como el ladrón
arrepentido, promételes, Jesús, que al expirar sobre tu pecho, quedarán contigo
en ese incomparable Paraíso... Ten piedad de los agonizantes... Envíales,
Señor, el ángel de Getsemaní, y acerca a sus labios, que ya no pueden
llamarte, el cáliz de tu Corazón piadoso... Jesús, sé Jesús con los moribundos
más desamparados.
(Pedid por los agonizantes).

(Pausa larga)

Apoyada en la Cruz, fija la mirada en el divino agonizante, está María...


Ella, que arrulló con cantares de paloma, rodeada de ángeles, a este mismo
Jesús, entonces pequeñito, dormido en sus rodillas... ¡Cómo pasaron fugaces
los días de Belén!... Se disiparon, como un éxtasis, los treinta años de Nazaret
inolvidable... Sólo ayer, Él... sí, esta misma víctima de amor, Jesús Infante, le
pedía un mendrugo de pan y un abrazo maternal... Sus cabellos, coronados
ayer con las flores de sus besos, empapados hoy en la sangre del Hijo-Dios...
¡Ah!, pero Él es siempre su Jesús... Él la quiere con amor más fuerte que la
muerte... Antes que ésta llegue a arrebatarle, quiere hablar a la Virgen Madre
de un supremo encargo... Pueblo amante, recibamos de rodillas el legado
venturoso de Jesús crucificado... “Mujer, ahí tienes a tu hijo y a tus hijos..., te
los doy, son los redimidos con tus lágrimas; te los confío, son los rescatados
con el precio de la sangre que me diste... Y tú, Juan, apóstol y amigo
regalado, ahí tienes a tu Madre, ámala en mi nombre, consuélala en mi
ausencia, recógela en tu casa... y que Ella sea consuelo y Madre de todos, de
todos los dolores... Almas compasivas que me rodeáis en el calvario de este
altar, sabed que María es Madre vuestra y es también mi Madre: somos
hermanos desde esta Hora Santa de amorosa Redención...”.

(Pausa)

Las almas. ¿Qué podré obsequiarte, buen Jesús, en retorno del don sagrado
de tu Madre?... La recibo con amor del alma, y le doy asilo, bajo el mismo
techo pobre que Tú no desdeñaste... Y, en retorno de agradecimiento, te
ofrezco por sus manos virginales los dolores de estas almas que Tú tanto
quieres...

¡Pobrecitas!... En nombre de Ella, por María Dolorosa, te ruego las visites


en sus duelos, las alientes en sus incertidumbres, las ilumines en sus dudas...
¡Ah! Por ella, por la Virgen Mártir, te conjuro que endulces, compasivo, las
lágrimas de tantas madres, de aquellas que lloran al borde de una tumba,
siempre abierta, de algún hijo...; te ruego, por aquellas madres, sobre todo, que
padecen mortales angustias por la vida espiritual, por la salvación eterna de
sus hijos... Y puesto que el Corazón Inmaculado de María es el altar de sus
predilecciones, permite Jesús, que en él te ofrezcamos una acción de gracias
rendida, solemne, como desagravio de reconocimiento por la ingratitud
humana... Por manos, pues, y en unión de tu dulce Madre, te decimos:

Por habernos prevenido con el don gratuito e inapreciable de la fe...

(Todos, en voz alta)

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por el tesoro de la gracia y por la virtud de la esperanza en aquel cielo que


es término de los dolores de esta vida...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por el arca salvadora de tu Iglesia, perseguida y siempre vencedora.

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por la piedad incomprensible con que perdonas toda culpa en los


Sacramentos del Bautismo y de la Santa Confesión.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por las ternuras que prodigas a las almas doloridas, que, sufriendo, te
bendicen en sus penas y en la Cruz...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por los ardides santos de tu caridad en la conversión maravillosa de los más


empedernidos pecadores...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por los bienes de la paz o de la prueba, de la enfermedad o la salud, de la


fortuna o la pobreza, con que sabes rescatar a tantas almas...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por los singulares beneficios de tantos ingratos, mal nacidos, que olvidan y
que abusan de salud, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.


Por el obsequio celestial que nos hiciste al confiarnos el honor y la custodia
de tu Madre, el Corazón de María Inmaculada.

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Por tu Eucaristía Sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía tuya
deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

Y, en fin, por aquel inesperado Paraíso que quisiste revelarnos en la persona


de tu sierva Margarita..., por el don maravilloso, incomprensible, de tu
Sagrado Corazón.

Gracias infinitas a tu amable Corazón.

(Pausa)

Tengamos tranquila resignación y paz en la Vía dolorosa de la vida...


¡Cuánto más horrendo fue el martirio de Jesús en su patíbulo!... ¡Qué
espantosa soledad la del Maestro crucificado, en el abandono inconcebible de
aquellos mismos que vivieron saciándose en el banquete espléndido de su
amor, de su hermosura y de sus prodigios!... ¿Dónde están ahora?... ¡Ah! Pero
hay algo mucho más desgarrador aún para su alma, anegada en todos los
oprobios... Él mismo va a decíroslo en el grito de infinita angustia que se
escapa del oprimido pecho del adorable Nazareno, que ya muere: “¡Dios mío,
Dios mío! ¿Por qué Tú también has querido abandonarme?... Vine donde
aquellos que me mandaste redimir...; no me recibieron, y han levantado en una
cruz a su propio Salvador... Padre, hágase tu voluntad... Pero si ellos han
desgarrado mis manos y mis pies. Tú, ¿por qué has querido abandonarme?...
¡No se haga, sin embargo, mi voluntad, sino la tuya!... Mas en cambio de este
tu abandono, salva a todos los que me confiaste. Que, en mi Corazón herido,
sean uno conmigo, como Tú, y yo somos uno en el amor... ¡Qué acerbo cáliz,
Padre!... Mi Corazón estalla, torturado en esta soledad de lo infinito... Padre,
¿por qué has querido abandonarme?...”.

(Pausa)

Las almas. Buen Pastor, yo adivino cuál es el dolor que te arranca ese
clamor de amargura indecible: es la muerte eterna del impío, que se pierde por
abandonarte a ti. ¡Ah, y son tantos los que viven sumidos en el abismo de las
sombras, sin fe, sin amor, sin esperanza!... Acuérdate, Jesús, de ellos. Por el
abandono de tu Padre, no quieras, Redentor bendito, no quieras
abandonarlos... Por ellos, por los descreídos del hogar; por ellos, por los
negadores de la enseñanza y de la Prensa; por ellos, por los aborrecedores de
tu nombre y los verdugos que maldicen tu Cruz y tus altares, te ruego, con
todo el ardor de mi alma... suplícote, Jesús, que los atraigas, que los perdones,
por la mansedumbre y la agonía de tu adorable Corazón.

(Pausa)

(Pedid por la conversión de los impíos).

¿Por qué, hoy día, ese inusitado movimiento de odio contra Jesucristo, el
manso ajusticiado del Calvario? ¿Por qué esa cólera del pueblo y la blasfemia
oficial de las alturas, y el encarnizamiento de los sabios en borrar tu nombre
de sobre la faz de la tierra? ¡Ay! ¡gemid, almas fervientes!... Sus implacables
enemigos están acumulando todas las hieles de la ingratitud y de la perfidia,
para aplicársela a aquellos labios, que después de veinte siglos de ignominia,
no se cansan de repetir, desde esa Hostia una palabra en que nos lega toda su
alma dolorida... Recogedla con cariño: “¡Sitio!... Tengo sed...”. Sed
abrasadora de sentirme amado, sed ardiente de vivir vuestra vida trabajada,
sed incontenible de daros paz, felicidad... y después un cielo eterno... Tengo
sed de vuestras almas, sed quemante de vuestras lágrimas; lloradlas en mi
pecho... Almas consoladoras, ¡oh!, dadme de beber, y en pago os abriré en mi
Costado, las fuentes de la vida... ¡Amadme! Tengo sed!...

(Pausa)

Las almas. Jesús, también nosotros, cansados en la travesía del desierto,


sentimos sed de aquellas aguas vivas que Tú nos prometiste: sed de ti..., que
no será apagada sino cuando venga tu reinado en el triunfo de tu amante
Corazón... No nos basta, Señor, tu misericordia. Tus intereses son los nuestros.
Tenemos ansias, sed de tu reinado... Te pedimos, pues, que cumplas con
nosotros las promesas que hiciste a tu confidente Margarita, en beneficio de
las almas que te adoran en la hermosura indecible, en la ternura inefable, en el
amor incomprensible de tu Sagrado Corazón. Por esto te gemimos con tu
Santa Iglesia, te suplicamos por la Virgen Madre, te exigimos, por el honor
inviolable de tu nombre, que establezcas ya, que apresures el reinado de tu
amante Corazón.

(Todos, en voz alta)

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

(Las doce promesas):

1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

2ª. Adelántate, Jesús y triunfa en los hogares. Reina en ellos por la paz
inalterable prometida a las familias que te han recibido con hosannas.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen


aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

4ª. Ven..., porque eres fuerte, Tú, el Dios de las batallas de la vida; ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial, en el trance de la
muerte...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú, la inspiración y


recompensa de todas las empresas.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.


6ª. Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

8ª. “Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado;


permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

9ª. Tu imagen ha sido entronizada, a pedido tuyo, en muchas casas...; en


nombre de ellas te suplico sigas siendo, en todas, su amable Dueño y el sólo
Soberano...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos


sacerdotes que te aman y te predican como Juan, tu apóstol regalado.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

11ª. Y a cuantos propaguen esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus


inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra de tu Corazón, vecina de
aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

12ª. Y por fin, Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos


compartido tu agonía en la Hora Santa... Por esta hora de consuelo y por la
Comunión Reparadora de los Primeros Viernes, cumple con nosotros tu
promesa infalible..., te pedimos que en la hora decisiva de la muerte...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

(Pausa)

“¡Que mi paz sea con vosotros!”, almas amigas de mi Corazón, pues tuve
sed y me disteis de beber. Ahora sí, confiado el honor de mi nombre en
vuestro celo, puedo exclamar: “Todo está consumado”. Y si algo faltare a mi
obra redentora, completo ¡oh, Padre! Lo que falta a mi pasión con la
misericordia de mi Corazón inagotable... Te devuelvo, Padre, a los que me
confiaste...; si alguno se ha perdido, no fue por falta de misericordia... Te pido,
por mi cruz y mi ternura, que incrementes el número de los elegidos, de los
santos en mi Iglesia... Consuma, Padre, la obra de este tu Unigénito
Crucificado, glorificándome en la tierra que bebió mi sangre... Te devuelvo mi
alma y las almas redimidas, pero déjales mi Corazón, herencia de los caídos,
de los pobres y de cuantos sienten ansias de crecer en intimidad de amor
conmigo...
(Pausa)

Las almas. Tú lo has dicho, Jesús, tu Corazón nos pertenece... Consuma,


pues, por Él tu obra, santificando a todos éstos que tienen voluntad de seguirte
hasta el mismo sacrificio. Aumenta nuestra fe, aviva la esperanza, colma la
medida de la caridad que te debemos...

Consuma, Jesús, tu obra en el triunfo social de tu santa Iglesia...; confunde a


los poderes que la oprimen...; desbarata con tu soplo las huestes de los
hipócritas, de los soberbios, de los impuros enemigos que la asaltan con
furor...; habla, Dios de luz, y retrocederán los hijos de las tinieblas, de los
errores, de las perversas doctrinas...; habla, Dios de amor, y será salvo tu
Vicario...; y consumada tu obra, del uno al otro confín de la tierra, será
aclamada la dulce e irresistible omnipotencia de tu Corazón vencedor...

Señor, consuma tu obra, aliviando los tormentos de un terrible Purgatorio...;


apiádate, Jesús, y abrevia el plazo de las almas que sufren justiciera
expiación..., de aquéllas sobre todo, que esperan en esas llamas el rocío de mis
plegarias, parientes, benefactores y amigos, a quien debo el refrigerio de mis
sufragios tan amados, benignísimo Jesús...

Tú me los arrebataste... ¡Bendito seas!... dales tu paz, no quieras


olvidarlos...

(Pedid el triunfo del Corazón de Jesús en su Iglesia militante y en el


Purgatorio).

(Pausa)

Así, de tinieblas, vestía la naturaleza en la Hora Santa del primer Viernes


Santo de este mundo. Los cánticos de Jerusalén celestial han cesado...; el cielo
entero ha descendido, y de rodillas, ante Jesús Hostia, espera recoger el último
latido del Corazón del Hombre-Dios... Almas creyentes, estamos
verdaderamente en la cumbre consagrada del Calvario: ¡es la Hora Santa!...
Una gran voz resuena en las alturas, voz que dice: “¡En tus manos, Padre,
encomiendo mi espíritu!” E inclinando su cabeza destrozada, muere de amor
Jesús Crucificado... Su corazón lo llevó a la muerte... ¡Viva su amante
Corazón, que nos llevó a la vida!...

Las almas. ¡Oh, Jesús, amor de mis amores, acepta por manos de María
Dolorosa la ofrenda de mi ser todo entero, de mi vida... Yo no me pertenezco,
Señor, soy todo tuyo! Y en esta donación me olvido de mí mismo y me
consagro por el triunfo de tu Divino Corazón... Acéptame, Jesús, y escucha
ahora mi última plegaria:

(Cortado)

Cuando los ángeles de tu santuario te bendigan en la Eucaristía de mis


amores... y yo me encuentre en la agonía..., acuérdate del pobre siervo de tu
Divino Corazón...

Cuando las almas justas de la tierra te alaben y te lloren, encendidas en


amor... y yo me encuentre en la agonía..., sus dolores y sus lágrimas son las
mías, acuérdate del pródigo vencido por tu Divino Corazón...

Cuando tus sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles te aclamen
Soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos... y yo me
encuentre en la agonía..., sus ardores y su celo son los míos... acuérdate del
apóstol de tu Divino Corazón...

Cuando tu Iglesia ore y gima ante el Sagrario, para redimir contigo el


mundo..., y yo me encuentre en la agonía..., acuérdate del amigo de tu Divino
Corazón...

Cuando, en la Hora Santa, tus almas regaladas, sufriendo y reparando, te


hagan olvidar abandonos, sacrificios y traiciones... y yo me encuentre en la
agonía..., sus coloquios contigo y sus holocaustos son los míos..., acuérdate de
este pobre altar y de esta víctima de tu Divino Corazón...
Cuando tu divina Madre te adore en la Santa Eucaristía, y repare ahí los
crímenes sin cuento de la tierra..., y yo me encuentre en la agonía..., sus
adoraciones son las mías... acuérdate del hijo de tu Divino Corazón... ¡Oh, sí!,
acuérdate de esta miserable criatura que Tú tanto amaste; acuérdate que le
exigiste se olvidara de sí misma por tu amor... Mas no, Señor..., olvídame, si
quieres, con tal que me dejes olvidado para siempre en la llaga hermosa de tu
dulce Corazón.

(Pausa)

¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?... Despójame de


todo, de tus propios dones, pero abísmame en las llamas de tu Santo Corazón.

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?... Olvide yo la ciencia de la


tierra y de la vida; pero conózcate mejor a ti, ¡oh amable Corazón!...

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?...

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?... Úneme, pues, a ti con vínculo


más fuerte que la muerte...; renuncio a todas las delicias de tu amor, en cambio
de este otro Paraíso, el de tu tierno Corazón... Y en él sepulta, sí, los yerros
que contra ti he cometido... y castiga y véngate de todos ellos, hiriendo
mortalmente, con dardos de encendida caridad, al que tanto te ha ofendido... Y
si te he negado, déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives...; si te he
ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor eterno...; porque es
más muerte que vida la que no se consume en amar y en hacer amar tu
olvidado, tu adorable, tu Divino Corazón... ¡Venga a nos tu reino!

(Pausa)

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.


Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón
mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Acto final de consagración

Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados


humildemente ante tu altar. Tuyos somos, tuyos queremos ser, y a fin de estar
más firmemente unidos a ti, he aquí que hoy día cada uno de nosotros se
consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.

Muchos, Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon, al quebrantar


tus mandamientos. Compadécete, Jesús, de los unos y de los otros, y atráelos a
todos a tu Santo Corazón. Sé Rey, Señor, no sólo de los fieles que jamás se
separaron de ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz
que vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de
hambre.

Sé Rey de aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas y desunió la


discordia; traélos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que luego
no quede ya más que un solo rebaño y un solo pastor.

Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.

Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que
en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como
bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura, otorga a todos los
pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra
resuene esta sola aclamación:

¡Alabado sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la salud; a Él


gloria y honor, por los siglos de los siglos! Así sea.

(Cinco veces, en voz alta)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


XIV
Septiembre y Jueves Santo

Caía la tarde del Jueves Santo... Junto con las primeras sombras, los
horrores de una agonía espantable inundaban ya el Corazón desgarrado de
Jesús... El Nazareno Salvador era el Hijo del Hombre..., tenía una madre,
¡única en su ternura, divina en su hermosura! Su cariño y mirada eran para
Jesús más que el cantar de los ángeles, más que el aura perfumada de los
cielos... Era Ella la bendición del Padre... ¡Y debía dejarla, por amor de los
humanos! ¡Oh, Jueves Santo, día de las despedidas supremas del Maestro!...
Había llegado su hora: postrado en tierra, de rodillas ante la Virgen María, el
Hijo-Dios le pide licencia para morir, en redención de sus verdugos... Y
entrecortada la voz por los sollozos, descansando su cabeza soberana sobre el
pecho de su Madre, le confía Jesús a las ovejitas recobradas del rebaño...
María le tiene estrechado entre los brazos, puesto el recuerdo en la cuna de
Belén, y los ojos, milagrosamente iluminados, en el Calvario del mañana... Y
esa Reina llora, ungiendo la cabeza del redentor con sus preciosas lágrimas...;
llora, ofreciendo al Eterno Padre esa Víctima, el Cordero Inmaculado...; llora,
bendiciendo al mundo, cuyo rescate comenzó en la casita dichosa de Nazaret,
y que terminará al siguiente día en un cadalso de horror, de sangre y de
vergüenza... Abraza, delirante de amor, al Hijo, y antes que las espinas
profanen su frente, la besa en nombre del cielo, porque es su Dios...; vuelve a
besarlo en nombre de la tierra, porque es su Rey..., y pronuncia un ¡fiat!
desgarrador, omnipotente... Era ya la noche; Jesús ha confiado su madre
desolada a los amigos de Betania y a los ángeles, y se aleja, llevando el alma
anegada en una agonía más amarga que la muerte...

(Pausa)

Las almas. Que bien sienta, Jesús sacramentado, recordarte a esta hora, y
en este día incomparable, esa tu primera angustia crudelísima: el sacrificio de
tu Madre, por amor del mundo desdichado... ¡Señor!, no sólo como Dios que
eres, sino como Jesús, el Hijo de María, Tú penetras y comprendes la crueldad
mortal de las separaciones de la tierra... y el dolor que provocan las ausencias,
las despedidas y la muerte... ¡Ah!, precisamente porque eres Jesús, venimos,
pues, a desahogarnos en aquella primera herida de tu Corazón, abierta al
despedirte de María, dolorosa como ninguna Madre, desde ese instante... Mira
en Ella, Jesús, a tantas madres, a tantas esposas, a tantas almas que lloran hoy
ante el Sagrario, la ausencia de seres muy queridos... Cuántas llegarán
mañana, solas, ante la Cruz ensangrentada... Sí, vendrán solas, porque la
desgracia, ¡ay!, y tal vez la falta de fe, tienen alejados del hogar o de tus
templos a un hermano, al esposo, o algún hijo... alejados, pero no despedidos,
mil veces no, del sagrario de tu Corazón, que es la resurrección de los caídos...
En él, como en un cáliz, vienen a llorar contigo, en este Getsemaní, las
angustias de la ausencia, muchas madres atribuladas, tantos padres cristianos,
muchos hermanos desolados, que reclamen de tu Corazón la paz, en el triunfo
de tu amor en sus hogares..., la paz en el regreso de los pródigos..., la paz en la
resignación por las crueldades de la muerte...

No importa que suframos nosotros, Maestro, aquí a tu lado; pero que los
nuestros sean también tuyos, que te adoren, que te amen todos, como el día,
sin nubes de la Primera Comunión... ¡Oh, dulce Nazareno, recuerda las
congojas de María, al despedirte Tú de ella, el Jueves Santo..., no olvides el
postrer abrazo de tu Madre, y el encargo que te hizo de velar, con especial
ternura, en la Eucaristía sacrosanta, por las madres doloridas... y por todos los
ausentes del hogar!...

(Pausa)

(Pedid a los Sagrados Corazones de Jesús y de María que, por la mutua


aflicción del Jueves Santo, remedien tantas desdichas morales del hogar; en
este día en que nos obsequió su Corazón en la Santa Eucaristía, no puede
negarnos esa gracia).

Con el Corazón lacerado, humedecido el pecho y los cabellos con las


lágrimas de su divina Madre, sube Jesús la colina de Sión y llega con los
suyos a la sala de la última Cena de su vida... Está herido de amor... El llanto
ha enrojecido sus ojos hermosísimos, y pugna todavía por brotar a raudales;
pero el Maestro lo contiene prisionero en su Corazón, que ya agoniza... “Y
como nos hubiera amado siempre con amor sin límites, en esa hora sublime,
nos amó con exceso”, con delirio infinito: deliciosamente enloquecido, por su
propia caridad, se hizo Pan... se hizo Eucaristía, e inerme, indefenso,
aniquilado, se nos entregó en la Hostia, hasta la consumación de las edades...
“Te venció el amor, Jesús. ¡Viva tu Corazón Sacramentado!”.

(Pausa)

Al recordar la dádiva por excelencia del Corazón de Jesucristo, su


maravillosa Eucaristía, hemos exclamado, con ardor del alma: “¡Viva tu
Corazón Sacramentado!”. Pero ¡ay!, no es eso, no, el grito de un mundo que
heredó la dureza de un pueblo deicida, y aun la perfidia del discípulo traidor.
Ahí tenéis al Dios Sacramentado, ahí está, decepcionado de millares de sus
redimidos... Fabricó la prisión de su Sagrario, inventó el cielo de la Hostia, y
su pueblo le pagó con el olvido... Su pueblo hizo el silencio alrededor del Arca
Santa, y ahí donde le veis, almas consoladoras, ahí le tiene abandonado entre
las sombras de ese pobre calabozo, siendo el Dios, que es la bienaventuranza
de los cielos...

Llama, y su voz se pierde en el desierto; pide, y su reclamo se disipa en el


silencio; se queja..., y su gemido le apaga, muchas veces, el clamor de sus
hijos, que ríen y cantan, despreocupados por completo del Cautivo del altar...
Y el Hombre-Dios conoció esta afrenta, y la saboreó en toda su indecible
amargura, al consagrar el primer pan, el Jueves Santo. ¡Oh, sí lo supo, y su
Corazón no vaciló, porque os esperaba a vosotras, almas fidelísimas..., porque
os veía llegar con una plegaria de consuelo y de victoria, ante su altar!
Digámosela con una sola voz, y que esa oración sea a un tiempo el desagravio
de ese ignominioso olvido y el pedido imperioso de una nueva era de triunfo
para el Corazón de Jesús Eucaristía...

Las almas. Con el íntimo fervor con que comulgó San Juan, de tu mano
benditísima, y con la fe ardorosa de San Pablo, suplicámoste, Jesús
Sacramentado, que despiertes en las almas incontenibles ansias, hambre divina
de comulgar. Te conjuramos, pues, que nos escuches:
Por la primera Comunión, distribuida a tus apóstoles en al Cena misteriosa
del Jueves Santo...

(Todos en voz alta)

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por las protestas de amor y de fidelidad, de tus discípulos al entregarles el


tesoro de tu Sagrado Corazón...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por el poder maravilloso conferido a los apóstoles y por la institución del


sacerdocio para la perpetuidad de los misterios eucarísticos...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por la renovación, no interrumpida desde entonces, del holocausto del


Cenáculo y de la Cruz, en el maravilloso sacrificio de la Misa...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por las inagotables larguezas de tu Corazón, en las victorias otorgadas a tu


Iglesia por el Sacramento del altar...
Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por los prodigios incesantes de santificación, operados en la recepción


frecuente y cotidiana del maná sacramentado...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por tu residencia fidelísima de veinte siglos de Sagrario, no obstante el


olvido, el desdén y el sacrilegio...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por la sabiduría de tu Iglesia, al invitar con santo apremio a la recepción


frecuente y diaria de la adorable Eucaristía...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

Por la ternura redentora que ha abierto a los pequeñitos, de un mundo que


se pierde, el refugio de tu Corazón y de tu Santo Tabernáculo...

Reina, Corazón Divino, por la Comunión de cada día.

(Pausa)
(Pedid con especial fervor en esta tarde el triunfo del Sagrado Corazón en
la Comunión diaria).

El que es Señor del cielo y soberano de la tierra, es ya el divino esclavo de


los hombres...; el que nos dio la vida, se ha aniquilado... el que rompió
nuestras ligaduras, las ha tomado para sí, y es, por amor incomprensible,
prisionero nuestro desde el Cenáculo...

Arrastrando invisibles cadenas baja de Sión, se interna entre los olivos de


Getsemaní... y, cayendo ahí de hinojos, ora y comienza a agonizar... Se cierne
en ese instante la tempestad de todos los dolores sobre su Corazón
despedazado, y, en medio de todas las congojas, repite, entre sollozos: “¡Los
amo, Padre! ¡Hiere, pero salva, perdona a los humanos!”... Arrecian las
angustias; han pasado los verdugos, los blasfemos, los insultadores de su Cruz,
los negadores de su Evangelio y de su amor... Y ha repetido: “¡Los amo,
Padre!... ¡Perdona a los humanos!”. Han pasado los apóstatas, los infelices
renegados, que pisotearon el altar en que adoraron...; ha pasado la
muchedumbre infinita de los cobardes, de los que temieron confesarlo, de los
que se avergonzaron de su Rey y Salvador, y ha exclamado, dolorido: “¡Los
amo, Padre!... ¡Perdona a los humanos!”... Han pasado los perseguidores de su
Iglesia, los que han luchado con la mentira, los seductores de los pueblos, los
hipócritas, los soberbios...; han pasado los ruines, los indiferentes de
conciencia, la turba incontable de los gozadores que profanaron el alma en un
lodazal de pasiones nefandas..., y el divino Agonizante ha repetido: “¡Los
amo, Padre!... ¡Salva, perdona a los humanos!”... Han pasado los sacerdotes
tibios e infieles, los padres mundanos y culpables de la perdición de sus
hijos...; han pasado los hogares con todos sus delitos, las sociedades con todas
sus orgías, los pueblos y gobernantes con todas sus insultantes rebeldías...; han
pasado los que abofetearon al Pontífice, su Vicario, y sollozando y ahogando
en ese lago insondable de tedios, de horrores y agonías, ha balbuceado: “¡Sí,
los amo, Padre, los amo!... ¡Perdona a los humanos!”... ¡Ay!, como millares de
saetas han venido, en fin, a azotar sacrílegamente su rostro y a traspasar su
Corazón, los nombres de los malditos..., ¡de aquella legión innumerable de
réprobos que, ungidos por su sangre y rescatados con su muerte, quisieron, sin
embargo, morir y maldecir eternamente!... Estalla, entonces, el Corazón de
Jesús en un sollozo de dolor infinito, y esa palpitación violenta rompe sus
venas... Palidece Jesús...; pero, un instante después, su rostro lívido, sus
cabellos desgreñados, todo su cuerpo tembloroso está empapado en sangre...
Cae entonces con la faz sobre el polvo, exclamando: “¡Padre, he aquí que he
venido a hacer tu voluntad...; pero, si fuera posible, aparta de mí este cáliz!”...
Estaba postrado en tierra todavía cuando resonaron nuestros nombres en su
Corazón agonizante... Nos vio, sí, nos vio a los que estamos aquí presentes, en
esta Hora dulce y santa de consuelo... Bajamos nosotros con el ángel para
sostenerlo... Sintió que lo hacíamos descansar, desfallecido, entre nuestros
brazos..., que lo confortábamos con sacrificios, con ternura, con amor del
alma...; y desde entonces nos sigue mirando, a través de sus lágrimas y de las
rejas de su cárcel, como a los amigos, como a los confidentes de su
entristecido Corazón... Ese mismo Corazón palpita ahí, en esa misteriosa
tumba... Callemos, y que sus latidos nos cuenten sus congojas secretas, sus
reclamos de amor, sus anhelos de triunfo...

(Pausa)

(Consagraos en esta Hora, mil veces Santa, a su Sagrado Corazón, y


juradle amor eterno, en su Divina Eucaristía).

Era plena noche. “Vamos –dijo, de pronto, Jesús despertando a los


Apóstoles–, vamos, se acerca el que va a entregarme”. Un momento más, y su
Corazón se estremeció, cruelmente torturado, a la vista de Judas, el traidor.
¡Lo había amado tanto!... Lo había predestinado entre millares...; lo hizo
apóstol suyo y sacerdote..., ¡por un vil puñado de monedas viene a entregar al
Salvador!... Le tiende los brazos..., ¡oh, felonía!, y, acercándose al rostro de
Jesús, donde lo besó su Madre Inmaculada, ahí lo besa Judas... Dulcísimo,
pero hondamente conmovido, le dice Jesús: “Amigo, ¿con un ósculo me
entregas?”... ¡Ay, cómo no se ha perdido, en tantos siglos, esa palabra de
infamante reproche!... Es que los traidores viven aún espiando a su Maestro;
esa raza perdura, vive de su sangre, sigue sorteando su túnica y negociando su
Evangelio... Y el Señor Jesús, porque es manso y porque es eterno, calla en
ese Tabernáculo, testigo de las promesas que le hicieron, monumento acusador
de las traiciones...
Lo besan y lo entregan tantos, ¡ay! que, por renegar de su Maestro, reciben
puestos, situación y las monedas viles, siempre codiciadas...

Lo besan con perfidia, y lo entregan, los infelices que se dicen


desengañados de su doctrina salvadora... y es que no soportan la santidad de
su mirada y de su ley...

Lo besan y lo entregan... tantos tímidos, que temen a los doctores y fariseos


que persiguen a ese Dios, que condena la falsedad y toda cobardía... Y estos
Judas son refinadamente crueles con Jesús, que se le acercan con fingimiento
de respeto, lo traicionan, según dicen, por deber ineludible de su situación, por
honradez de convicción, por delicadeza de conciencia...

Las almas. Están decepcionados de ti, Jesús, que eres la única verdad, el
solo camino y la vida que nunca desfallece... ¡Oh, en esta Hora Santa, sepulta
en el olvido el ultraje sangriento de tantos que se han sentado a tu banquete,
que participaron de tus confidencias, que fueron tus amigos y después te
pospusieron a la escoria de la tierra!...

(Todos, en voz alta)

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por el inmenso dolor que afligió tu Corazón, en la traición villana del


apóstol, que te entregó con un beso de perfidia...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por la decepción sufrida en la fuga bochornosa de los once discípulos, que


habían jurado amarte hasta la muerte...
Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por la amargura saboreada en la triple negación de Pedro..., por las lágrimas


humildes con que reparó su presunción y, después, su lamentable cobardía...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por el horrible desengaño de tu pueblo que, después de vitorear tu nombre,


aclamó a tus verdugos y exigió tu sangre...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por la congoja que sufriste por la ingratitud de aquellos que sanaste en tu


camino, que cosecharon tus prodigios, y se unieron, sin embargo, a la turba
deicida...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por el llanto que arrancó a tus ojos la maldición de aquellas madres, cuyos
hijos bendijiste; por el lodo que esos niños arrojaron a tu rostro...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.


Por la honda herida que te abrió la desesperación de Judas, al desconfiar de
tu misericordia inagotable...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por las tristezas que te causaron las innumerables defecciones previstas en


Getsemaní, y que te ultrajaron, desgarrando, en el transcurso de los siglos, la
túnica inconsútil de tu Iglesia...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

Por la agonía mortal sufrida por la apostasía pública de algunos ministros de


tu altar, por ese cruel lanzazo, por los gemidos que te arrancaron las
blasfemias de esos desdichados Judas...

Perdona las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.

(Desagraviad a Jesús por tantas traiciones de bajo interés y de cobardía).

(Pausa)

“¿A quién buscáis?” –dice Jesús a los soldados, dominando con majestad
divina un dolor inmenso...–. “¡A Jesús de Nazaret!”–contestan a una voz los
que venían sedientos de su sangre–. Un momento más, y el dulcísimo Maestro
se adelanta, ofrece las manos, doblega su cuello, bajo una soga de criminal... y
cautivo de los hombres, les entrega nuevamente el enamorado Corazón...
Y vosotros, ¿a quién buscáis, almas fervientes, en esta noche, aquí en este
Getsemaní de su Sagrario?...

Las almas. Venimos en busca tuya, Jesús de Nazaret... En esta hora del
poder de las tinieblas, de la soledad y del pecado... Por esto hemos elegido el
momento supremo de tu desamparo, ¡oh Divino Agonizante del altar!... para
sorprenderte a solas y ocupar en esta Hora Santa el puesto de San Juan y de
los ángeles... Sí, yo soy tu dueño. Prisionero de ese tabernáculo..., y de mi
alma pobrecita...; yo soy tu dueño, como he sido tantas veces tu verdugo...
Déjanos, pues, acercarnos a tu cárcel voluntaria y permite que besemos tus
cadenas, que bendigamos los dichosos muros de tu calabozo; consiente que
lloremos de amor al meditar en la sublime e incomparable cautividad del Hijo
de Dios vivo... Aquí no fue ya un pecador quien te entregó: fue tu propio
Corazón, el dichoso, el amabilísimo, culpable de esta prisión de amor...

Permítenos, pues, resarcirte ahora de las amarguras de tu cautiverio con el


clamor de nuestra humilde adoración... Acércate, Jesús, a las puertas de tu
cárcel y recoge la plegaria de tus hijos fidelísimos.

En los Sagrarios todos de la tierra, en las Hostias consagradas del mundo


entero...

(Todos en voz alta)

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En aquellos Tabernáculos enteramente abandonados, en aquellas lejanías


donde quedas largos meses olvidado, entre polvo del altar...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.


En aquel sinnúmero de templos donde se ofende con irreverencia la
humilde majestad de tu Sagrario...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En el pavimento del Santuario, en el polvo del camino, en el fango de los


muladares, en que las manos de un sacrílego han profanado la Hostia
consagrada...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En los labios del que te recibe como Judas en su corazón manchado por la
culpa...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En la esplendidez y pompa con que la Iglesia te ensalza en los cultos


públicos de ese sacramento del amor...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En el dichoso retiro de los monasterios, en el corazón de tus esposas


vírgenes, que cantan al Cordero un himno de amor inmaculado...
Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En unión con todos tus amigos que, en la adoración perpetua y en la Hora


Santa, vienen a reparar y a visitarte, ¡oh, Dios encarcelado!...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

En el pecho del moribundo que te ha llamado en su socorro, en ese corazón


agonizante que desfallece ya, herido por la muerte...

Te adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.

(Pausa)

No ha habido noche más horrenda, en sus dolores, que la noche del primer
Jueves Santo de la tierra... No tenéis para qué reconstituir la escena de hace
veinte siglos, almas fervorosas, cuando ahí tenéis a Jesús sentado siempre en
el banquillo de los criminales... reo de un amor infinito. Ahí lo tenéis, desde
entonces, vendados los divinos ojos por el llanto que le arranca la tibieza de
los buenos, de los suyos...; ahí está, objeto incesante de la befa de los sabios y
de los honrados de la tierra...: ahí sigue siendo el ludibrio sangriento de los
que le temen en su misma inercia, en su silencio sacramental... “Tú, que
resucitas los muertos –le dice la incredulidad–, sal, si puedes, de esa tumba...;
si eres Rey, le dicen los gobernantes, si es verdad que palpitas, Dios, en esa
Hostia, adivina quién te hirió”. Y lo golpean con sacrílega legalidad, y
profanan sus templos... e insultan la mansedumbre de su Corazón, que calla y
que espera siempre perdonar...

Pero es, sobre todo, el pecado de altivez y de soberbia el que más le ultraja
en la dulcísima humildad de su Sagrario... Es la rebeldía de Luzbel, el orgullo
humano, la hez más amarga de su cáliz...
¡Oh!, en este día, espera de nosotros, con derecho, un consuelo de
humildad. ¡Ah!, sí, recíbelo mil veces, Jesús Sacramentado, en pago de amor,
por aquella eterna noche de sacrílega profanación de tu persona, sufrida el
Jueves Santo.

(Lento y cortado)

Las almas. Te amamos, Jesús, concédenos la gloria de ser pospuestos, por


tu entristecido Corazón...

Te amamos, Jesús, otórganos la dicha de ser confundidos, por tu amargado


Corazón...

Te amamos, Jesús, concédenos la gracia de ser desatendidos, por causa de


tu misericordioso Corazón...

Te amamos, Jesús, otórganos la honra inmerecida de ser burlados, por tu


acongojado Corazón...

Te amamos, Jesús, concédenos la recompensa de ser despreciados, por la


gloria de tu herido Corazón...

Te amamos, Jesús, otórganos la distinción preciosa de ser injuriados, por el


triunfo de tu Sagrado Corazón...

Te amamos, Jesús, concédenos la fruición incomparable de ser algún día


perseguidos, por el amor de tu Divino Corazón...

Te amamos, Jesús, otórganos la corona de ser calumniados, en el apostolado


de tu Sagrado Corazón...

Te amamos, Jesús, concédenos la amable regalía de ser traicionados, en


holocausto de tu Divino Corazón...

Te amamos, Jesús, otórganos la honra de ser aborrecidos en unión con tu


Agonizante Corazón...
Te amamos, Jesús, concédenos el privilegio de ser condenados por el
mundo, en obsequio de tu Divino Corazón...

Te amamos, Jesús, otórganos la amargura deliciosa de ser olvidados, por


amor a tu Sagrado Corazón...

Si el discípulo no ha de ser más que su Maestro, te suplicamos, Jesús, nos


des la parte que nos corresponde en los vilipendios de tu Corazón
Sacramentado... Consuélate de todos ellos, Maestro muy amado, pues estos
tus amigos, poniendo en tu Costado herido una palabra de humildad, te
protestan que Tú eres en esa Hostia, su única fortuna, su solo Paraíso.

(Breve pausa)

El Jueves Santo no fue sino la hora de caridad y de agonía de aquel día de


siglos, que vivirá encarcelado en los altares, cautivo de los corazones,
prisionero de nuestros templos, Jesús-Eucaristía... El Jueves Santo del
Cenáculo y de Getsemaní se perpetúa para glorificación de Jesús hasta la
consumación de las edades; este Sacramento del amor y de la fe quedará con
nosotros hasta que la última Hostia se consuma en el pecho del último hombre
que agonice...

¡Ah!, pero ese Sol de amor, el Corazón oculto en el pecho de Jesús y en esa
Hostia, no ha permanecido siempre velado a nuestros ojos, no... Incontenible
en sus ardores de caridad y en los fulgores de luz misericordiosa, por la ancha
herida del Costado, nos habla de ese Corazón Sagrado, con gemidos de
paloma... y, por fin, se revela, un día venturoso, en toda la magnificencia de su
amor. Y es Él, el Nazareno divino, es el Maestro de Judea, apasionado de las
almas... es el mismo Agonizante adorable, el mismo cautivo triunfador de
Getsemaní... el que aparece ante los ojos extasiados de Margarita María, y el
que, mostrándole su Corazón envuelto en llamas, dice: “He aquí el Corazón
que ha amado tanto a los hombres...; no he podido contener por más tiempo el
amor que por ellos me devora... Ved aquí que vengo, pues, a pedir amor por
amor, corazón por corazón...; quiero trocar mi vida por vuestra vida... ¡Estoy
triste...: se me olvida..., se me ultraja! ¡Quiero consuelo, tengo ansias de un
solemne desagravio en una gran festividad a mi Corazón!... ¡Vengo a exigir
para él un homenaje, un culto victorioso; pues por él he de reinar!... Venid a
acompañarme en la adoración reparadora...; venid a convertir al mundo en la
Hora Santa... ¡Ah, venid a comulgar..., venid, tengo sed de ser adorado en el
sacramento del altar!... Traedme almas..., muchas almas... y luego, llevadme al
seno del hogar, al corazón del que padece, al lecho del pecador empedernido...
y veréis la gloria y los prodigios de mi amor... ¡Tomad y recibid, en esta
Eucaristía, mi Divino Corazón...; todo él os pertenece...; amadlo...; amadlo... y
hacedlo reinar!”.

(Así habló el Dios de Paray-le-Monial, así nos sigue hablando por la


deliciosa llaga de su pecho... Espera una respuesta en esta noche que al
esfumarse, como una visión del cielo, irá a confundirse en las horas de una
eternidad feliz).

(Pausa)

Las almas. Ángel de Getsemaní, San Juan y Margarita María, adoradores


felices del Cenáculo, Virgen Inmaculada, acercaos todos, velad y orad con
nosotros, y depositad nuestra última plegaria, no a los pies de Jesús
Sacramentado, sino en la herida sangrienta del Costado...

Señor, Jesús, Tú lo has dicho, Tú eres Rey...; a eso viniste al mundo; para
reinar estableciste el sacrificio perpetuo del altar; para reinar nos revelaste los
tesoros y los anhelos de tu Divino Corazón... No en vano nos aseguraste,
Jesús, que por él incendiarías en tu amor al mundo desdichado...

Cumple pues tus promesas; establece ya, nos urge, el reinado de tu amante
Corazón.

(Todos en voz alta)

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.


1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos los estados de la vida...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable prometida a los que te han recibido con Hosannas...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen


aflicciones y amarguras, que Tú solo prometiste remediar...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

4ª. Ven..., porque eres fuerte, Tú, el Dios de las batallas de la vida; ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú la inspiración y


recompensa en todas las empresas.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

6ª. Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste la ternura incansable de tu amor.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes, a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

8ª. “Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado...


Permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas... En


nombre de ellas te suplico sigas siendo en todas el Soberano muy amado.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.


10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos
sacerdotes que te aman y que te predican como Juan, tu apóstol regalado.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

11ª. Y a cuantos enseñen esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus


inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquella en que tienes
grabado el nombre de tu Madre.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón y a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa, por esta hora de consuelo y por la
Comunión de los primeros Viernes: cumple con nosotros tu promesa infalible;
te pedimos que, en la hora decisiva de la muerte,

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

(Breve pausa)

Y reclinados ahora dulcemente en tu sagrado pecho, déjanos decirte:

Te bendecimos y te amamos, Jesús, por todos los que te aborrecen.

Te bendecimos y te amamos por todos los que te blasfeman.

Te bendecimos y te amamos por todos los que te profanan con el sacrilegio.


Te bendecimos y te amamos por todos los que te niegan en este
Sacramento.

Te bendecimos y te amamos por todos los indiferentes que te olvidan.

Te bendecimos y te amamos por todos los buenos que abusan de la gracia.

Te bendecimos y te amamos en esta Eucaristía con el Corazón de tu divina


Madre, y con la caridad de todos los predestinados.

Y si te hemos negado alguna vez, perdona, ¡oh, Dios Sacramentado!... y, en


desagravio, déjanos reconocerte en el Sagrario en que Tú vives... Si te hemos
ofendido por fragilidad o por malicia, déjanos servirte en eterna esclavitud de
amor eterno, porque es más muerte que vida la que no se consume en amar y
en hacer amar tu amante, tu olvidado, tu Divino Corazón, en la Santa
Eucaristía: ¡Venga a nos tu reino!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Acto final de consagración


¡Hosanna a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los millones de criaturas
que ignoran por completo tu presencia real en los Sagrarios; en nombre de
todos ellos te adoramos Señor, y te amamos con amor más fuerte que la
muerte!

¡Hosanna a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los que, creyendo en este


sublime misterio, viven tranquilos, sin comulgar jamás desdeñosos del maná
de tus altares; en nombre de todos ellos, te adoramos, Jesús, y te amamos con
amor más fuerte que la muerte!

¡Hosanna a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los que creen en tu


Eucaristía y la profanan con horrendo sacrilegio; en nombre de todos ellos, te
adoramos, Señor, y te amamos con amor más fuerte que la muerte!

¡Hosanna a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los que, por culpable


tibieza, se retraen del comulgatorio y te reciben sólo muy de tarde en tarde y
con recelos de un temor exagerado que te ofende; en nombre de todos ellos te
adoramos, Señor, y te amamos con amor más fuerte que la muerte!

¡Hosanna a Ti, Jesús, hosanna en reparación de tantos buenos y piadosos,


de tantos sacerdotes que pudieran ser santos con sólo darse generosamente a la
devoción de tu sagrada Eucaristía, consagrándose sin reserva a este amor de
los amores, a este culto reparador, incomparable; en nombre de todos ellos, te
adoramos, Señor, y te amamos con amor más fuerte que la muerte!

¡Oh, sigue, Jesús, revelando las maravillas de tu Corazón desde esa


Hostia!... Avanza, Dios oculto y vencedor, avanza, conquistando en el
comulgatorio alma por alma, familia por familia, hasta que la tierra entera
exclame, alborozada: “¡Alabado sea el Divino Corazón en su Eucaristía
salvadora...; a él, sólo a él, en los altares, gloria y honor por los siglos de los
siglos; venga a nos tu reino!”.
XV
Segunda Hora Santa para las almas atribuladas

Observación preliminar. Imaginamos por lo corriente que la mayor parte


de las cruces son principalmente una expiación de nuestros pecados, y que
tienen por objeto casi exclusivo cancelar la deuda contraída con un Dios
ofendido. Ello es ciertamente así; pero además hay otro concepto con
frecuencia omitido, no menos verdadero y de inmenso consuelo. Es saber: que
los sufrimientos son la prenda más segura y estimable del amor que Jesús
profesa a sus amigos; que las amarguras son un verdadero don de lo alto, una
prueba irrecusable de la ternura y de la misericordia exquisita del Corazón
de Jesús... Por esto prodiga a su Madre Inmaculada, la Reina de los mártires,
las torturas y las penas, y de ahí también que el mayor y más rico tesoro de las
almas predestinadas sea siempre el del dolor... Sufrir, en consecuencia, no es
siempre padecer el latigazo vengador de un Dios justiciero sino a menudo, y
con suma frecuencia, el testimonio mayor de caridad y la prueba de
excepcional predilección del Salvador hacia un alma generosa, ferviente en el
amor.

(Pongámonos ahora en presencia del Señor Crucificado... Su Calvario está


ahí, en ese altar... Adoremos sus llagas divinas, su sangre preciosa y los
dolores de su Sagrado Corazón...).

Jesús. Venid a Mí todos los que sufrís, los que gemís agobiados bajo la
pesadumbre de la Cruz... ¡Oh, mucho antes que sucumbáis abrumados bajo la
carga..., venid! ¡Apresuraos..., aceptad los brazos que os ofrezco, pues quiero
ser para vosotros, los afligidos, el Cireneo del amor!... ¡Venid!...

No demoréis... ¡Anhelo tanto sosteneros en la Vía Dolorosa, consolaros,


aligerar el peso de vuestras cruces y endulzarlas!... Os aguardo ya..., ¡venid!...
¡Ah!, pero deseo, ante todo, enseñaros, hijitos míos, la ciencia de las ciencias:
la de saber sufrir con paz divina, sufriendo en compañía mía y por mi amor...
Recordad, hijos de mi Divino Corazón, que siglos antes que vosotros, Yo he
saboreado toda la crueldad de vuestras penas...; las conozco todas, no sólo
como Dios que soy...; las conozco todas por amarguísima experiencia, porque
soy Jesús, el Hijo del Hombre, que quiso saborear hasta las heces este cáliz...
Y desde entonces, vosotros sufrís para reparar mis voluntarios sufrimientos...,
sufrís para divinizar vuestra vida...

No temáis, pues, a este Salvador Crucificado cuando se acerca a vosotros


deseoso de imprimir en sus hijos los estigmas de su gloria... Como nunca,
entonces, cuando ostentáis mis llagas, sois de veras los predestinados de mi
amante Corazón... No me temáis..., ¡oh, venid!... Comprendo, sí, que la
naturaleza miserable se rebele...; que no acepte sonriente esta gloria de sangre,
la sublime gloria del Calvario... Si Yo consultara vuestra naturaleza, ésta
pediría gozar de menos gloria en el Cielo y de más holganza y bienestar aquí
en la tierra... No razonéis así vosotros, hijos del alma, y dejadme obrar, en
favor vuestro, con entera libertad, ya que soy la Sabiduría y la Misericordia
infinitas... ¡soy Jesús!... Consentid que labre vuestra dicha, no por cierto según
el criterio humano, ni según vuestros caprichos, sino a la manera de un Dios
que por amor y en una Cruz se convirtió en Salvador y amigo vuestro... Venid
sin recelos ni temores, y que la vista de mis propias llagas, que me hablan de
las vuestras, que me piden misericordia, os acerque a vuestro Dios
Crucificado... ¿Qué aguardáis?... Venid, pues vuestras almas están embebidas
como una esponja en la amargura de tantos llantos acerbísimos... ¡Ah!, para
endulzarlos, os será preciso arrojaros en el torrente de mis lágrimas... Sabed
que el secreto de sufrir con valentía, con paz y con mérito, está en saber
padecer entre mis brazos, en saber verter todas las lágrimas en el cáliz de mi
dolorido Corazón... He aquí, os lo ofrezco Yo mismo ese cáliz precioso,
consoladores amados... Resolveos, pues, a acudir pronto a Mí: el único y el
gran Consolador soy Yo, que os llamo. ¡Venid!

(Y ahora pidamos la gracia inestimable de comprender las graves y


consoladoras enseñanzas de esta Hora Santa, diciendo cinco veces con todo
fervor y en honor de las cinco llagas, esta jaculatoria).

(Todos, cinco veces)

¡Corazón Agonizante de Jesús, ten piedad de nosotros!


Cinco grandes dolores crucifican, como otros tantos clavos, a la inmensa
mayoría de los hombres... Cinco hierros inclementes, insoportables para el
mundo, no así por cierto para el cristiano convencido, y menos aún para el
apóstol... Y así como en la tarde del Viernes Santo, después del
Descendimiento, la Inmaculada, San Juan y Magdalena, recogieron de manos
de Nicodemus y besaron, con deliquios de amor, los clavos y la lanza, tintos
en la sangre de Jesús; consideremos con esa misma fe, estos otros hierros,
instrumentos providenciales de nuestra tortura y de nuestra gloria... No
dudemos que la meditación cristiana de nuestros sufrimientos nos acercará
mucho a Jesús Crucificado, nos arraigará en su Corazón.

Primer dolor

Sufrir el desconocimiento y la injusticia de las creaturas

Las almas. Es mucha gloria, Rey Divino del Calvario, que nos encontremos
siempre contigo en la misma calle de amarguras... Y esto, porque nuestras
lágrimas no son sino unas cuantas gotas rebasadas del océano de penas que
llevas dentro de tu pecho sacrosanto... De ahí, Señor, que no habiendo sido
comprendido Tú, que no siéndolo todavía, después de siglos, permitas con
sabiduría que las creaturas a su vez no nos comprendan a nosotros... Gracias,
¡oh! gracias, por la amargura saludable que padecen los pequeños y los
poderosos, los ricos y los pobres, los mundanos y los santos, al sentirse
fustigados por el látigo de fuego, que es el juicio injusto de los hombres...
látigo cruel sobremanera cuando viene de la mano de aquellos que hubieran
debido hacernos justicia y brindarnos amor... ¡Oh!, ten piedad, dulcísimo
Jesús, de los desdeñados..., de los heridos por la desconfianza..., de los
desalentados por la crítica acerba..., de los condenados por ligereza o por
maldad... Haz con ellos todos obra de ternura y de piedad, Señor, porque el
mundo es tanto más cruel con sus innumerables víctimas, cuanto más culpable
él mismo... Apresúrate, Maestro, el único de veras Bueno, apresúrate a
socorrerlos con el bálsamo secreto de tus ternuras... No tardes, Jesús, en acudir
en socorro de esos heridos del alma, tal vez culpables, mucho más por
fragilidad que por malicia..., almas débiles, vacilantes, enfermizas... Señor
Jesús, ¡cómo quejarnos que las creaturas nos juzguen con severidad, cuando
ante dicho tribunal te encontramos también a Ti!... No sólo hace siglos, ¡oh,
no!..., todavía y todos los días, a cada instante, tus creaturas te interrogan con
altanería sobre tus leyes y derechos... y, lo que es más triste, ¡ellas..., te
condenan sin apelación!... Venimos por esto a aprender de Ti, Jesús, una
lección de humildad, lección divina que nos aliente en esta Hora Santa, que
fortifique nuestro valor abatido, que nos enseñe con tu palabra, y sobre todo
con tu ejemplo, aquel espíritu de fe, propio de los que se llaman hijos tuyos...
Háblales, pues, Maestro muy amado.

(Pausa)

Jesús. ¿Habéis olvidado, hijitos míos, que vosotros los discípulos, no sois
más que Yo, vuestro Maestro?... Si pues el mundo injusto me desconoce a Mí,
su Luz y Salvador, qué de extraño que haga otro tanto con vosotros?... ¡Qué!
¿No veis con qué tesón las tinieblas pretenden descartarme con una victoria
insolente?... Me condenaron en el Pretorio y sufro todavía las consecuencias
de dicha sentencia tenebrosa... ¡Ah, y si no fuera sino el ataque de los que
abiertamente profesan la maldad!..., ¿qué decís del desdén, de la persecución
oculta y crudelísima de aquellos que se precian de honrados, de aquellos a
quienes se aprecia como buenos, que se admira como virtuosos, sabios y
prudentes?... No lo olvidéis: mi Evangelio y mi Corazón son el blanco de sus
ataques, hábiles y arteros... ¿Y seréis vosotros, por ventura, más justos, más
santos y fuertes que Yo?... Mi pueblo no ha cambiado; fue ayer, y sigue siendo
hoy día, refractario a mi predicación..., rechaza mi doctrina y desdeña las
invitaciones amorosas de mi Corazón... ¡Qué bien os sienta, ya veis, a
vosotros, ofendidos por el desconocimiento de las creaturas, el meditar ante
mi altar, el desconocimiento con que ellas ultrajan a su Dios y Señor, mal
comprendido de los suyos..., desconocido con frecuencia de sus preferidos..., y
aun de sus apóstoles!... Esa fue la triste realidad de ayer y sigue siendo la
penosa realidad de hoy día... Ved, si no: ¿quiénes se interesan de veras en
acercarse a Mí..., en estudiar hipócritamente mi Persona adorable?... ¿Quiénes
se afanan en hablar de Mí?... ¡Ay! cabalmente aquellos que niegan mi
doctrina..., aquellos que, a ciencia cierta, quieren censurar mi Iglesia Santa...,
aquellos enemigos que tienen verdadero empeño en cavar mi tumba para
sepultarme en el eterno olvido de los hijos que rescaté con mi sangre... Esos
son, con frecuencia, los que más se afanan, como los sanedristas, en
escudriñar de mala fe mi Evangelio y mi Ley... Pero si así soy tratado, Yo, la
leña verde, ¿qué no hará el mundo con vosotros, la leña seca, dispuesta ya
para ser pasto de las llamas?... ¿Por qué extrañaros tanto que si los hombres
desprecian y desconocen al Sol increado de Justicia y de Verdad, que soy Yo,
desconozcan y desdeñen también el chispazo pobre de luz, que sois
vosotros?...

Por esto, hijitos, pensad en reparar, ante todo, el gran pecado actual, el
desconocimiento de vuestro Dios y Señor..., y Yo, que soy tan suave y
compasivo, sabré reparar oportunamente, la injusticia cometida con vosotros...
Y qué, ¿no me habéis desconocido vosotros a Mí?... Reparad, ¡oh!, reparad,
consoladores míos, ese vuestro propio pecado... Puesto que venías a confiarme
las injusticias que los hombres han cometido con vosotros, dejadme
recordaros las injusticias que, más de una vez, habéis cometido contra Mí,
vuestro Rey y Señor... Animados, pues, de verdaderos sentimientos de
humildad, de arrepentimiento y de gran confianza, acercaos en esta Hora
Santa a mi Sagrado Corazón... Venid a Mí todos los que sufrís del
desconocimiento de las creaturas, venid..., que Yo soy el gran Desconocido de
la tierra...

(Con el alma profundamente conmovida meditemos estas palabras tan


amargas, aunque muy verdaderas por desgracia..., y humillémonos..., y
reparemos, acudiendo con la más absoluta confianza al Corazón de Jesús...).

Las almas. ¡Cuánta confusión y remordimiento, sentimos, Señor, al


comprender ahora la insensatez de haber venido a quejaros de la injusticia de
las creaturas ante Aquel que se llama y es el gran desconocido, el Dios
flagelado por nuestra propia injusticia, ofendido y humillado por nuestro
propio desconocimiento! ¡Ah! Jesús, bien merecidos tenemos nosotros ése y
muchos otros castigos; pero Tú, Señor, ¿por qué has de estar perpetuamente
atado a la columna del olvido y de la vergüenza?... ¿Por qué, Tú?...
¡Piedad, Jesús!... ¡Gracias, Señor, porque presentado a tu Padre irritado, tu
Faz adorable, cubierta de lodo, y tu Corazón Divino, sangriento y atravesado,
con ello detuviste, Salvador bendito, el rayo de su cólera!... Escucha una
plegaria amorosa y dolorida, ¡oh Jesús!: Dios de caridad infinita, Rey
desconocido, te bendecimos en el desconocimiento que nos apena y nos hiere;
pero a causa de esta amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus
Confesores...: la gracia de conocerte, ¡oh Jesús!

(Todos)

La gracia de conocerte, Jesús.

Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el


desconocimiento que nos apena y nos hiere, pero, a causa de esta amargura,
otórganos una gloria mayor que la de tus mártires: la gracia de conocerte,
Jesús.

La gracia de conocerte, Jesús.

Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el


desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero, a causa de esta amargura,
otórganos una gloria mayor que la de tus esposas vírgenes; la gracia de
conocerte, Jesús.

La gracia de conocerte, Jesús.


Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el
desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero, a causa de esta amargura,
otórganos una gloria mayor que la de tus apóstoles: la gracia de conocerte,
Jesús.

La gracia de conocerte, Jesús.

Ángeles y Arcángeles del Señor, prestadnos vuestra inmaculada pureza, a fin


de poder conocer con luz de inocencia a Jesús, a fin de hacerle reconocer
dondequiera como el Rey del amor adorable.

Principados, Tronos y Potestades, prestadnos vuestra luz celestial para


conocer íntimamente a Jesús, a fin de hacerle reconocer dondequiera como el
Rey del amor adorable.

Virtudes y Dominaciones, comunicadnos una centella de vuestra sublime


inteligencia para conocer claramente a Jesús, a fin de hacerle reconocer
dondequiera como el Rey del amor adorable.

Querubines y Serafines, ¡oh!, encendednos en las llamas de vuestra caridad


para amar con amor ardoroso a Jesús, todo amor, a fin de hacerle reconocer
dondequiera como el Rey del amor adorable.

(Aquí un cántico al Sagrado Corazón, víctima de amor).

(Pausa)
Segundo dolor

Tribulaciones del corazón... desamor e ingratitud de parte de las creaturas

Las almas. Divino Maestro, sufrimos de una herida cruel y mortal...,


herida del corazón: sentimos nostalgia de amor..., y no somos amados. ¡Con
cuánta sabiduría permites, Jesús, que las creaturas no quieran o no sepan
amarnos..., y que, a las veces, rehusándonos su corazón, lo ofrezcan a quienes
menos lo merecían o lo esperaban!... Ello es cruel, pero desarraiga de la
tierra... ¡Ah, entonces sufre el corazón toda la intensidad del mal de soledad!
Y, entonces también sentimos despertar en nosotros una sed inmensa de un
amor más fiel, más fuerte y más puro...: el tuyo Señor... Esa tortura, más que
tortura, es misericordia y es gracia... ¡Quién como Tú conoce, Señor, la
angustia del alma que no ha encontrado sino frialdad y silencio en el corazón
de los suyos!... Pero esta congoja íntima parece inseparable de otra, no menos
cruel: los lazos más fuertes, lazos de familia, estallan, se quiebran... La causa
secreta de este dolor, o su fruto legítimo y envenenado, es siempre... la
ingratitud... ¡Qué hambre insaciable de amor se despierta, en esos momentos
de angustia, en nosotros, y cómo se ahonda el abismo del corazón, ansioso de
amar más, siempre más en la desesperación de su dolor!... Que, si en esa hora
de mortal desolación, cedemos a la tentación de acudir en demanda de afecto,
de consuelo a las creaturas, a aquellas mismas que hemos tal vez colmado de
favores, recibiremos con frecuencia un escorpión en vez del pan que
pedíamos...: esto es, un rechazo, tanto más penoso cuanto más cortés en la
forma... En medio de tanto desamparo, tornamos los ojos, ansiando encontrar
una mirada compasiva, de afectuoso interés..., pero, ¡ay!, alrededor nuestro se
ha hecho el desierto de alma y de silencio... Y pensar, Señor Jesús, que con
suma frecuencia en esta tristísima historia, como en la del Jueves Santo, la
razón secreta de estas desventuras, de tantos desengaños en la vida, es casi
siempre el interés mezquino y la vil moneda... En castigo de nuestro apego a
los sórdidos tesoros y a los mentidos placeres... Tú has ordenado, Jesús, o Tú
permites que el oro y el placer mundanos tengan el triste privilegio de
envilecer el corazón, de atosigar sus más nobles sentimientos... Mira ahora a
tus plantas, Jesús adorable, mira compasivo a estos amigos tuyos que han
sufrido y sufren todavía de esa hambre de amor..., te traen un corazón herido,
tal vez un alma en jirones... ¡Ah!, y Tú sabes que la caravana de los que sufren
este mal mortal de desamor es muy grande... ¡Ten piedad de todos ellos,
Corazón de Jesús!... ¡Ten piedad también de nosotros, Jesús Crucificado!

(Pausa)

Estas graves reflexiones entrañan una enseñanza cristiana de primera fuerza


y de suma trascendencia. Cada decepción de la tierra, como cada lágrima,
debiera ser para nosotros un toque de gracia, un eco de la voz de Jesús, el
único Amigo fidelísimo, el único... Este Amigo divino jamás engaña, jamás...
Oigamos, pues, con entera docilidad su voz..., escuchadla..., os habla desde el
Sagrario en esta Hora Santa.

Jesús. ¡Ay, a quién venís a confiar la pena que provoca en vosotros la falta
de amor!... Bien sabéis que si hay alguno en la tierra que llore esta amargura,
soy Yo, Jesús... Contemplad, si no, a este gran Herido...; poned los ojos en mi
Corazón atravesado... Pero, sabedlo desde luego, si las creaturas no os aman
como debieran, ello se debe, sobre todo, a que son ingratas, antes que con
vosotros, conmigo, el Dios de caridad... ¡Qué experiencia tengo Yo, amigos
del alma; qué experiencia amarguísima de la pena que venís a llorar sobre mi
pecho!... Hijitos queridos, vuestro dolor lo comparto, y nadie, nadie más que
yo, toma parte íntima y sincera en esa vuestra angustia crudelísima, no lo
dudéis... Pero ya que así me habláis, dejadme instruiros con luz de cielo en
materia tan importante y delicada... Que mis palabras, partiendo de mi
Corazón herido, reconforten e iluminen los vuestros apenados... Decidme: al
quejaros con tanta amargura de la ingratitud de las creaturas, ¿no sentís el
remordimiento de haberlo sido vosotros conmigo..., y tal vez con más
responsabilidad?... ¡Os quejáis a Mí de que se os olvida!...; ¡pobrecitos!...
Pero..., y vosotros ¿no me habéis olvidado también, y con frecuencia, por las
creaturas?... Me afirmáis que éstas os arrebatan injustamente el cariño que
decís os deben... No lo apruebo, hijitos; pero... ¿no me habéis robado también
vosotros vuestro afecto?... Y, más aún, ¿no recordáis que a veces habéis
arrebatado en favor vuestro el cariño que esas mismas creaturas me decían...
¡Ya veis el principal porqué de tantas de esas penas!...
Y ahora oídme: no penséis que el remedio al mal de desamor consista en
que Yo os devuelva todo el cariño que reclamáis de las creaturas... ¡Oh!, no,
ello os haría mayor daño... El remedio es otro: consiste en buscar ese amor no
en las creaturas, sino en el Creador... Por esto os digo a todos: ¡Venid a Mí
todos los que sentís un hambre devoradora de afecto; acudid a Mí, pues las
creaturas no podrán jamás hartaros!... ¡Oh, venid!...

Venid y apresuraos, porque esperaríais en vano si creyérais que las


creaturas abundan en nobleza de corazón... Acudid a mi Costado abierto,
fuente inagotable del amor verdadero...; pero en retorno de mi Corazón
adorable, dadme, ¡oh!, dadme los vuestros. Puesto que sufrís al no ser amados,
¡venid y gustad un amor sobre todo amor...; el mío!...

Y porque este es divino, inmenso, así también, inmenso y profundo es mi


dolor cuando vosotros, hijitos, me rehusáis el don de amor que os rehúsan los
hombres, vuestros hermanos... ¡Ah, si supiérais qué sed devoradora tengo de
ser inmensamente amado!

(Pausa)

Y ahora, acentuemos una idea que puede parecer extraña aun a los mismos
cristianos, y es que: el único que tiene un derecho pleno y absoluto a ser
amado, el único, es Nuestro Señor... ¡Dichosa frialdad la de las creaturas, si
con ellas nos desapegamos de la tierra y si con ella compensamos también y
reparamos la ingratitud y el desamor con que tantos ofendemos al Maestro
adorable!

(Un momento de silencio)

Las almas. ¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro


desamor!... porque eres Jesús, ámanos más todavía a pesar de nuestra
ingratitud... Pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que padecen
por faltarles el retorno de amor de los hermanos: ¡oh, dales Tú, en consuelo,
más amor!

(Todos)

Dales Tú, en consuelo, más amor.

¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor,


ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud!...; pero ofrece tu Corazón
en especial, Señor, a aquellos que padecen la herida de una afección tronchada
y que es sincera y honda: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor!

Dales Tú, en consuelo, más amor.

¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor,


ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en
especial, Señor, a aquellos que han sufrido la deslealtad y la traición en la
amistad: ¡oh, dales Tú, en consuelo más amor!

Dales Tú, en consuelo, más amor.

¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor,


ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en
especial, Señor, a aquellos que padecen las funestas consecuencias, de un
amor culpable: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor!
Dales Tú, en consuelo, más amor.

¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor,


ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en
especial, Señor, a aquellos que sufren en lo íntimo del alma el mal de tedio y
soledad: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor!

Dales Tú, en consuelo, más amor.

¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor,


ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en
especial, Señor, a aquellos que, siendo buenos, leales, generosos, no
encontraron en retorno la medida de amor que habían esperado: ¡oh, dales Tú
en consuelo, más amor!

Dales Tú, en consuelo, más amor.

Y ahora, Maestro adorable, para santificar la decepción con que las


creaturas nos amargan..., y para reparar el amor vulgar y mezquino con que se
te ama a Ti, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor!

Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.

Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan.., y para reparar la tibieza de tantos cristianos ¡aumenta, Corazón de
Jesús, nuestro amor!
Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.

Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar el culpable olvido de tantos, ¡aumenta, Corazón de
Jesús, nuestro amor!

Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.

Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar la falta de generosidad en tu servicio, ¡aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor!

Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.

Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar la estéril y árida religiosidad superficial de tantos
católicos, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor!

Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.

(Si es posible, un cántico al Sagrado Corazón).

(Pausa)
Tercer dolor

Sufrimientos físicos y materiales

Las almas. ¡Con qué gran sabiduría has dispuesto, Señor, que el cuerpo que
nos diste para servicio tuyo, y que la tierra, con todos los demás bienes
temporales, creados para nuestro bien moral y eterno, conspirasen en contra
nuestra, Jesús, por haber conspirado con pecado de rebeldía contra Ti, nuestro
Bienhechor divino!... “Peccavimus”... ¡Hemos pecado abusando de esos
bienes, Señor!... “Miserere”... ¡Tennos piedad!... ¡Ah, sí!, tennos piedad,
Jesús, en tantos y tantos sufrimientos temporales y materiales que no son sino
el fruto amargo de nuestro propio delito... Retorna, Maestro de misericordia,
por los mismos caminos que hace siglos recorriste...; retorna presto, Jesús;
vuelve a recorrer nuestros caminos polvorientos, donde aguardan, postrados,
que Tú pases bendiciendo nuestros queridos enfermos... Bien sabes Jesús, que
los amamos en Ti y para Ti... Consérvalos todavía si fuere para tu gloria.

(Todos)

(Tres veces)

¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarlos!

Retorna, Maestro, ¡oh!, vuelve a recorrer los caminos de la tierra, Amigo


divino; llama con insistencia a la puerta de tantos hogares, donde reina una
gran desolación..., la desesperanza y el desconcierto... Y si la familia no te
respondiera, si no te abriera sus puertas, no aguardes, Jesús..., esa casa es tuya:
entra, ¡oh!, entra en ella... El silencio con que ahí se te responde, te prueba ya,
Señor, que ahí hay una dolencia grave que sanar... ¡entra!

Mira alrededor tuyo, desde el Tabernáculo... ¡Qué hacinamiento de ruinas


morales!...; ¡cuántos fracasos lamentables de mil proyectos humanos..., de
tantos sueños dorados de bienestar temporal y de locas quimeras, forjadas y
fomentadas por nuestra naturaleza egoísta y miserable!...

Que no se cansen, Jesús, tus ojos; mira alrededor tuyo todavía...; contempla
los escombros humeantes de tantos hogares deshechos, desmembrados; de
tantas fortunas desaparecidas, esfumadas... ¡Ay! Y bajo el hacinamiento de
tantas ruinas yacen amigos tuyos, heridos..., que lloran. Pon en ellos tus ojos
de cielo; mira compasivo, Señor, y recompensa con un latido amoroso y tierno
de tu Corazón dulcísimo a tantos que sólo ayer daban a manos llenas a tus
pobres...; ¡ah, pero hoy, ellos acuden a Ti en su pobreza e imploran tu caridad,
te ruegan que remedies un desastre material que amenaza sepultarlo todo!...

(Todos)

(Tres veces)

¡Jesús, Hijo de María, ten piedad de esos desgraciados!

Samaritano incomparable y único, bien sabemos tus hijos que todo cuanto
permites y ordenas contribuye sabiamente a asegurarnos una felicidad
eterna...: ¡todo!...

Y cabalmente, porque así lo creemos, hemos querido esta tarde, inspirados


por nuestra fe, y sin razonar, bendecirte en la cruz de nuestra desgracia... Sin
penetrar en el secreto misterioso de tus designios; sin ver siempre claramente
el porqué de tantos dolores, creemos que eres bueno y misericordioso cuando
crucificas, y por esto nos abandonamos a tu amor...
¡Ah!, no pretendemos, por cierto, comprender el enigma de nuestra vida en
sus vaivenes, Señor adorable, y mucho menos, ¡oh, no!, reclamar ni rebelarnos
en contra de tus decretos soberanos aunque éstos, con frecuencia, estén en
pugna con los intereses transitorios de nuestra salud, de nuestros negocios y
proyectos... Venimos, pues, a protestarte con amor y fe, Jesús, que queremos
vivir nuestra vida tal como Tú nos la tienes trazada...: ni más dichosa ni menos
desgraciada de lo que Tú has resuelto eternamente que ella sea para gloria
eterna, tuya y nuestra... Bástenos saber, como Tú mismo lo afirmaste, que no
caerá un solo cabello de nuestra cabeza sin que Tú lo permitas. Cuando Tú,
pues, así lo ordenes, sabemos de antemano que has procedido como Dios de
amor... Y porque estamos plenamente convencidos que Tú eres, ¡oh, Jesús!, la
Revelación de la Bondad del Padre y de la Misericordia infinita de Dios,
descansamos ciega y amorosamente entre tus brazos y nos abandonamos sin
reserva a tu Divino Corazón...

(Con vehemencia de amor)

Señor: Tú que dominas las tempestades, óyenos benigno; te prometemos,


Jesús, que en la enfermedad como en la salud, te diremos siempre con eterna
sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

(Todos)

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

Señor: Tú que riges las leyes morales, óyenos benigno; te prometemos que
en la prosperidad y en la pobreza te diremos siempre con entera sumisión y
por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

Señor: Tú que ordenas las leyes de la naturaleza, óyenos benigno; te


prometemos que tanto en los éxitos, como en los fracasos de nuestros asuntos
temporales, te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias,
Jesús, y hágase tu santa voluntad!

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

Señor: Tú que diriges las leyes que rigen a las sociedades, óyenos benigno;
te prometemos que en la situación de honor o de humildad entre los hombres,
te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase
tu santa voluntad!

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

Señor: Tú que imperas sobre las leyes de la vida y de la muerte, óyenos


benigno; te prometemos que en el goce de la vida, como en la hora de la
agonía, te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y
hágase tu santa voluntad!

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

Cuarto dolor

Angustia del espíritu. Fugacidad y


bancarrota de todo lo terreno y humano

Las almas. Mejor que nosotros, Tú bien sabes, Buen Jesús, que ni la
enfermedad ni las preocupaciones materiales de bienestar material y de dinero,
son las preocupaciones más angustiosas de la vida, ¡ah, no! Hay otro torcedor:
la angustia del espíritu... Esto es, la inquietud constante, provocada por la
caducidad y el fracaso ineludible de todo lo de acá abajo... ¡Oh, qué penosa es
la incertidumbre de un porvenir, siempre obscuro..., qué abrumadora aquella
falta de reposo interior y de paz en el alma!...

(Tres veces)

Sé Tú mismo nuestra paz, ¡oh Jesús!

Sí, Tú mismo y sólo Tú, has de ser nuestra quietud y nuestra paz..., sólo Tú,
Maestro adorable... Porque Tú jamás engañas... Porque Tú jamás cambias...
Porque Tú jamás mueres...

(Todos)

¡Qué hielo mortal sufrimos sin Ti, Jesús!

(Tres veces)
(Todos)

¡Sé Tú nuestro calor de vida, buen Jesús!

¡Ay! En vano pretendemos que las creaturas nos procuren una dicha, que
ellas mismas no poseen, no... El secreto de felicidad lo tienes Tú, Jesús, y sólo
Tú. Por esto te decimos, en nombre de la herida de tu Sagrado Corazón: ¡sé
nuestra dicha, Jesús!

Sé nuestra dicha, Jesús.

En nombre de tu corona de espinas, ¡sé nuestra gloria, Jesús!

Sé nuestra dicha, Jesús.

En nombre de tu amor de sangre en Getsemaní, ¡sé nuestro amor, oh Jesús!

Sé nuestra dicha, Jesús.

(Pausa)
Jesús. Sí, hijos muy amados de mi Divino Corazón, Yo quisiera ser vuestra
paz... vuestro amor..., vuestra gloria..., vuestra única felicidad... Yo, vuestro
Jesús!... ¡ah!, pero, a vuestra vez, sed vosotros también: gloria mía, dicha mía,
y la jubilación de mi Corazón adorable. Acabáis de hablarme de las congojas
que torturan vuestro espíritu y de las penas que amargan vuestras almas, en la
desaparición y ruina de todos los bienes perecederos de la tierra... Pero no es
esto, sobre todo, amigos queridos, lo que labra vuestra desgracia... ¡ah, no!...
Es un cielo, todo un cielo, el que os hace falta..., el cielo de mi amor. Y
entonces, cuando sufrís de ese mal, cuando Yo os falto, siento Yo, a mi vez,
que a Mí me falta algo... el bien tan mío, que sois vosotros. Decís muy bien al
afirmar que vuestras cruces materiales son pequeñas en comparación con las
penas del espíritu...

¡Qué bien lo sé Yo mismo en la experiencia que me procuran vuestras


infidelidades!... ¡Ah, cuánto más cruel es para Mí la angustia de Getsemaní,
que no la desnudez de Belén y la pobreza de mi hogar en Nazaret!...

Conozco, ¡oh, sí!, aquel abismo profundo y secreto en que se traban las
luchas del espíritu cuando se desencadena la violenta tempestad moral... Pero
cabalmente porque Yo lo sé todo, heme aquí, he venido para recoger la
confidencia que sólo a Mí podéis hacer... Acercaos, pues, y desahogad el
alma, contádmelo todo: zozobras crueles..., preocupaciones de familia..., las
alternativas de vuestros intereses y negocios..., el porvenir incierto del
hogar..., los temores y el sobresalto por una desgracia que parece
amenazaros...

He aquí mi Corazón, vaciad en él toda la hiel de amargura de los vuestros,


toda... No temáis, decídmelo todo, pues soy Jesús, que os ama como nadie...

(La Hora Santa debe ser la hora de verdadera y amorosa intimidad


recíproca entre el Corazón de Jesús y nosotros sus amigos. Digámosle, pues,
con toda confianza, en un lenguaje de silencio, todo lo que nos apena...
Pedídle luz en la tormenta, paz y fuerza en la tribulación y amor en todo...
¡Habladle!...).

(Silencio, pausa)
Jesús. Y ahora, hijitos míos, después de haber desahogado en Mí vuestros
dolores, pensad también en los míos..., en mi Getsemaní, ya que sobre todo
para ello es la Hora Santa... Vuestras penas preparan el espíritu para meditar, a
la luz de una claridad divina, la infinita amargura con que los humanos sacian
mi Divino Corazón... ¡Oh, que vuestras penas no os hagan olvidar las mías!...
En vuestras tristezas, pues, e incertidumbres..., en las decepciones y en las
sorpresas de dolor, poned los ojos y el alma en otra Cruz, la mía, pensad en
aquel Dios de amor cuyo Getsemaní es este Tabernáculo... Y recordad, al
sufrir, que vosotros no sois sino creaturas, y creaturas culpables que os habéis
desviado del camino recto..., que padecéis por haber huido, a veces, lejos del
redil..., por haber trocado desgraciadamente el cielo por los abrojos y los
frutos envenenados de la tierra... Pensad y meditad que vuestra amargura no es
sino la cosecha de la cizaña sembrada por el pecado... ¿Qué sería de vosotros
si yo no endulzara, con misericordia, las lágrimas y dolores que vosotros
mismos provocásteis?... ¿Qué sería vuestra vida si Yo no hubiera plantado,
entre las espinas del pecado, mi Cruz divina, cuya bendición, amorosa y
tierna, perdona y rescata, alienta, fortifica y consuela?... Más que nunca, pues,
amadme con ese vuestro corazón herido, amadme con la fuerza de vuestras
propias angustias. Y puesto que habéis acudido a esta Hora Santa para
considerar ante todo mis dolores, midiéndolos, en lo posible, por los
vuestros..., venid ahora, venid y ved si todas vuestras agonías juntas pueden
compararse con la de mi Divino Corazón, desconocido..., traicionado...,
cruelmente herido... Mas no olvidéis: vosotros sois las criaturas culpables..., y
Yo soy vuestro Dios y Señor... Venid y ved, ponderad y medid, hijitos míos, si
os es posible, según la medida de mis dolores, la medida de mi amor, que,
olvidando sus propias angustias, se afana, se desvive, por suavizar y cicatrizar
todas las heridas, todas... ¡Ah, todas no!... Mi amor deja siempre abierta la
llaga de mi Costado..., ésta no cicatrizará jamás..., quedará siempre abierta
para recibir a mis hijos y amigos dolientes...

(Un instante de recogimiento y de plegaria en silencio. Puede entonarse


entre tanto un cántico apropiado).

Quinto dolor
Fugacidad de la vida –todo pasa–, separaciones crueles, inevitables: la muerte

¡Todo es deleznable y transitorio..., todo, menos Jesús!... Él, y sólo Él, es la


eterna, la divina Realidad acá abajo. Todo lo demás, creaturas y bienes, sueños
de grandeza y sensaciones de placer, oasis de alegría momentánea y
relámpagos de gloria humana, todo, todo pasa y muere..., todo se desvanece y
se derrumba con estrépito y con dolor al embate del tiempo, que vuela hacia la
eternidad... Pero en medio de ese diluvio de lágrimas, al borde del abismo de
tantas ruinas..., en los umbrales de aquella eternidad, cuyos fulgores alumbra
el camino sombrío y tenebroso del tiempo, está el Maestro, el Salvador, el
Rey-Amigo, está Jesús...

Sí, Jesús, la única Realidad, la Realidad viviente e inmutable, que desde


este Tabernáculo preside como Soberano los vaivenes de la vida..., los
espasmos de la muerte... ¡Ah!... ¡la muerte!... Morir es el dolor de los dolores,
la angustia más cruel y decisiva, la separación definitiva..., el dolor supremo...
¡Ah!, pero ¡cómo reconforta el espíritu poner los ojos en el Verbo de Dios,
Jesús, y contemplarlo a Él, la vida, apresado por las garras de la muerte..., y
ultimado... y muerto en un patíbulo!... Es esto, a la vez que una lección
sublime, un sublime consuelo...

Meditemos, al efecto, brevemente esta enseñanza en cuatro cuadros, hechos


con las lágrimas y los duelos del Corazón de Jesús.

Primer cuadro

Un inmenso duelo cierne un día sus alas de tristeza sobre la casita


encantadora de Nazaret: el justo José, aquel a quien ha llamado tantos años,
con respeto y cariño, “padre”, yace moribundo... Su cuerpo, que desfallece ya
en las supremas congojas, se reclina dulcemente entre los brazos de Jesús...,
mientras la cabeza del padre adoptivo cae en supremo desmayo sobre su
Corazón adorable... Al lado del moribundo, una Reina, la Esposa fiel entre
todas. Esposa tierna y amante como ninguna, solloza con el corazón
destrozado... No es Ella sola la que gime desolada... El Rey de amor..., Jesús,
que recibió de ese Justo las amorosas caricias y el pan cotidiano, ganado con
sus sudores..., sí, Jesús llora también amargamente, y Jesús es Dios...

(Acentuado)

¡Corazón misericordioso de Jesús, ten piedad de las viudas y de los


huérfanos que lloran esta misma desventura!...

(Breve pausa)

Segundo cuadro

Jesús, pronto ya para iniciar su vida pública se despide del santuario de su


infancia y adolescencia, su querido Nazaret...; despídese también de María
Inmaculada..., y de aquella vida apacible, de retiro y silencio, transcurrida en
la intimidad estrecha de su divina Madre... Bien sabe Jesús lo que le aguarda
en el camino que está ya para emprender... ¿Quién como Él sabe apreciar el
tesoro que deja en ese rincón pobrecito, en ese oasis, en el que ha vivido
compartiendo durante treinta años la paz y las zozobras de María?... Pero el
Padre celestial lo llama, y, sin más, helo en marcha... Por ese camino de
amarguras han debido siempre partir también, como Jesús, los hijos del hogar,
las avecillas del nido familiar... Con el alma en jirones, cuando llega la hora,
uno tras otro, se alejarán del santuario en que dejan a los padres, que bendicen
entre lágrimas a los hijos de su amor... Los acontecimientos inevitables de la
vida..., o el cumplimiento austero de deberes de conciencia, con la expresión
de la voluntad de lo alto, y aunque duela, es preciso someterse, romper lazos,
y partir...

(Acentuado)
¡Corazón de Jesús de Nazaret, ten piedad de los padres y de los hijos que
han debido saborear las heces de este cáliz!

(Breve pausa)

Tercer cuadro

Jesús se despide el Jueves Santo de sus amigos íntimos de Betania...: deja


para siempre ese hogar, en demanda voluntaria del Calvario... ¡Ah! Y aquellos
amigos fidelísimos que lo querían tanto, tanto..., que le brindaron el hospedaje
de un amor ardiente..., que llamaron a Jesús su Amigo íntimo, hubieron de
recibir entonces de sus labios, en una postrera confidencia, la revelación de la
tragedia que se realizaría al siguiente día... ¡Cómo se partieron esos
corazones..., qué desolación mortal invadió esas almas generosas, cuando
llegó la hora de la suprema despedida del Rey Amigo de Betania!... “¡Adiós! –
les dijo–. ¡Hasta mañana en el Calvario!”. Este cuadro suele reproducirse en el
adiós impuesto por las distintas vocaciones..., sobre todo por aquellas que
marcan con relieve una vida de inmolación... Así deben un día despedirse y
separarse los predestinados que en el claustro, y a veces en pleno mundo,
deben rescatar a éste con la sangre de su alma...

¡Corazón de Jesús, ten piedad de las familias y de los predestinados a


quienes reclamas este sacrificio redentor!

(Breve pausa)

Cuarto cuadro
La escena pasa en el Calvario... El Señor Crucificado va a dar su último
adiós a la Reina de los Dolores, Reina de su adorable Corazón... La muerte se
cierne ya sobre el Divino Ajusticiado... ha recibido licencia del Padre y del
Hijo de acercarse cruel... para apagar el soplo de la vida en el cuerpo
sacrosanto del Salvador..., en aquel cuerpo divino que María había calentado
entre sus brazos de Virgen Madre en las noches de Navidad... Todavía una
mirada..., la última, y en ella otorga a la Reina Inmaculada, en testamento,
Juan, la Iglesia, las almas y su propio Corazón... Un último estertor..., y Jesús,
inclinando la cabeza ensangrentada..., expira.

(Acentuado)

¡Corazón de Jesús, ten piedad de las madres y de los hogares que sufren
hoy o sufrirán mañana el golpe tan temido, pero implacable, de la muerte!

En recuerdo, Jesús, de María Dolorosa, te pedimos, te suplicamos, que en


esas horas de duelo crudelísimo, seas Tú mismo el Gran Consolador... Y más:
que seas Tú la Resurrección y la Vida para aquellas familias enlutadas por la
muerte... Por manos de la Reina de los mártires, te presento, Corazón
Agonizante de Jesús, las lágrimas de las madres y esposas atribuladas..., la
desolación y las tristezas de tantos hogares destrozados y desmembrados por
una serie de tribulaciones y desgracias..., los llantos y el dolor acerbo de tantos
corazones jóvenes todavía y marchitos ya en plena primavera de la vida.
Corazón tan compasivo de Jesús, da a esas almas, y otórganos a todos, en la
hora siempre sorpresiva de la prueba, un refugio de paz en tu Costado abierto,
y en él, divina fortaleza y luz divina mientras dure la Vía Dolorosa... ¡Ah!...
Pero no podemos, absortos en nuestras penas, olvidar las tuyas, Jesús
Crucificado... Por esto te pedimos que vengas con frecuencia a buscar en
nuestras almas y en la intimidad de nuestros hogares el reposo de amor a que
te da derecho un Calvario sufrido por amor nuestro... Y para probarte, Jesús
amadísimo, que hemos comprendido en realidad de verdad la lección de luz y
fuerza que nos han dado tu Cruz y nuestras cruces, terminamos esta Hora
Santa diciéndote, con el corazón en los labios, esta palabra de fe inmensa y de
caridad abrasadora:
(Tres veces, en voz alta)

¡Gracias, Jesús, por el cáliz glorioso del dolor!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

(Luego, cinco veces)

¡Corazón de Jesús, venga a nos tu reino!


XVI
Octubre

(Lento:)

Es ésta una hora tres veces santa, por la proximidad de Jesucristo a nuestras
almas pobrecitas... La herida siempre abierta de su pecho, le habla de la tierra
y lo fuerza dulcemente a atender, al mismo tiempo que los cánticos del cielo,
las súplicas y los gemidos que suben del destierro...

Él avanza ahora hacia el abismo de nuestra nada, sediento de almas...


Avancemos también nosotros hacia el abismo de su Corazón hasta sucumbir
dichosamente en Él...

¡Señor Jesús, haz que comprendamos el don inefable de tu Divino


Corazón!...

(Breve pausa)

(Pedidle luz de fe para conocerle, caridad abrasadora para amarle y para


hacerle amar en su Sagrado Corazón).

Getsemaní, el Huerto de la agonía mortal del Maestro, no ha


desaparecido...: se perpetúa en cada Sagrario de la tierra... Él está aquí, pues,
en la Hostia... En ella Jesús agonizante siente los desfallecimientos de una
angustia suprema y de una caridad incontenible... “Triste hasta la muerte en
ese Tabernáculo. Él ansía, ¡oh, dulcísima misericordia!, encontrar una
reparación, descansar en nuestros pechos y confiarnos ahí todo el tesoro de
quebranto y de cariño en que desborda su adorable Corazón...

La tierra en que ahora lo adoramos es tierra santa... Aquí está realmente


Jesús, el Adolescente encantador de Nazaret...; Jesús, el Maestro compasivo
de Tiberíades... Aquí, está Jesús, el Amigo de Betania... Sí, aquí, a dos pasos,
está el amable moribundo de Getsemaní, la Víctima adorable del Calvario...
¡Oh, noche más hermosa que alborada!... A su sombra, de inefable paz, San
Juan y Margarita María parecen acercarse a este altar para compartir con
nosotros el secreto que al descansar sobre su Corazón les confió el Prisionero
del amor...

(Pausa)

(Declaradle en dulce intimidad que lo amáis con toda el alma, con amor de
desagravio).

¡Solos con Jesús!... ¡Qué delicia!... ¡Solos con Él, compartiendo su soledad
y su agonía!... Pero escuchad; allá fuera ruge una tormenta de odio contra el
perseguido Jesucristo... El eco de los siglos va gritando ante las rejas de su
cárcel la blasfemia horrenda del pueblo deicida: “¡Quítale!... Reo es de
muerte... ¡Crucifícale!” ¿Qué mal nos ha hecho ese Dios ensangrentado?...

Almas piadosas que deséais consolarlo, vedlo llegar en esta Hora Santa
agobiado bajo la pesadumbre de su Cruz... Viene herido en el alma,
recorriendo una Vía Dolorosa que parece no tiene término... Viene, pero
abrazado siempre a su patíbulo. ¡Nos ama tanto! Vedlo. Llega angustiado,
perdida la hermosura de sus ojos en la hermosura de sus lágrimas. Viene
exhausto de sangre y desbordante en misericordia su dulce Corazón... Ya está
aquí... ¡Oh, misterio inefable!... Si comprendiéramos el don de este
acercamiento de Jesús, la gracia incomparable de su vecindad consoladora en
el Sagrario... Está ahí... a un paso... Al bendecirnos, la sombra de su mano nos
alcanza...

(Breve pausa)
¿Y qué es lo que busca? Una tregua a sus dolores... Quiere el amor de sus
amados... Que venga entonces. ¡Ah, sí!... Que venga a reposar en esta Hora
Santa al calor de afecto de nuestras almas compasivas.

Los ángeles del Santuario escuchan abismados una armonía triste y


misteriosa: es como el eco, nunca apagado, de un divino lamento: el de
Getsemaní... es el gemido salvador del Gólgota, que parece repercutir al
renovarse este sacrificio incruento del altar...

Desde el fondo del Sagrario, sus labios, empapados en la hiel de todas las
ingratitudes, nos nombran con bendición de amor a todos los que en esta Hora
Santa hemos venido a llorar con Él la desventura de su amor menospreciado.
Es grande, ¡qué inmenso es el dolor que le atormenta... pero es mayor aún, es
infinito, el amor que lo tortura!...

¡Cuánta dignación la de este Salvador! Quiere confiarnos sus tristezas; está


ansioso de desahogar con nosotros la decepción sufrida con tantos que,
colmados de favores, se llamaron sus discípulos, y después lo abandonaron...
Más fieles aún que Pedro, que Santiago y que Juan en el Huerto de la agonía,
escuchémoslo nosotros, pues quiere hablarnos por la herida de su amante
Corazón.

(Pausa más larga)

(Solicita con fervor y humildad la gracia de escuchar la voz del Señor, que
pide y que se queja).

(Lento)

Voz del Maestro. Hacía tanto tiempo, alma querida, que te aguardaba aquí
en la Hostia para contarte el amor que me devora... Te bendigo, porque has
tenido compasión de tu Dios encarcelado, sumido en amarga soledad... Tenía
sed de ti... Por fin te he vencido... Dímelo tú mismo, sí, repíteme que mi
Corazón te ha vencido...

Asegúrame en seguida que me amas..., que tú también sientes sed de mí, y


sed devoradora... Lejos de mi lado, tú, que eres polvo y nada, cuántas veces
has reído y has gozado... Yo sin ti, Yo, tu Dios, por recobrarte, dejé a los
ángeles, dejé a los cielos, y, después de treinta y tres años de agonía, expiré en
un cadalso... Rompiste un día mis cadenas..., y, libre de mis brazos por la
culpa, ¡ay!, ¿cómo pudiste amar tan triste libertad?... Mira, en cambio, los
grillos que en la tierra me he forjado para atarme a tu ingrato corazón... Aquí
me tienes, constituido en el Prisionero dichoso de tu amor... ¿Cómo me lo has
pagado? Te perdono; pero sé desde hoy, en desagravio, entera y eternamente
mío...

Hijo tan amado, contémplame traicionado y solo..., solo y blasfemado...,


solo y escarnecido..., solo y siempre abandonado. ¡Cómo me hiere ese olvido,
sobre todo el de los buenos; cómo me lastima la cobardía e indiferencia de los
que se llaman mis amigos!...

“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y de los cuales es
tan mal correspondido...”.

¿Habrá dolor semejante a mi dolor?... Mi alma está triste hasta la muerte...


Acércate, pon los labios en la herida de mi Costado, y, en reparación de amor,
dime que me amas con todo tu corazón, con toda tu alma y todas tus fuerzas.
Dame de beber tu alma... Tengo sed de tu felicidad...

(Cortado y muy lento)

Llamé a tu conciencia tantas veces por mi gracia, y enmudeciste...


¿Recuerdas?... Perdono tu desdén y tu silencio...

Esperé a las puertas de tu alma semanas, meses, largos años...; te supliqué


que me abrieras... y me rechazaste... ¿Te acuerdas?... Perdono esa cruel
deslealtad...
Arrojado de todas partes, mendigué un consuelo y el albergue de tu
corazón... Por respeto humano, por falta de abnegación o por tibieza, me lo
negaste... ¿Recuerdas?... Olvido esa perfidia...

Cuando repartías cariño a todos, pedí para mí una centella de ese afecto...
Todas las criaturas llegan siempre a tiempo, todas... y Yo, alma querida, ¿por
qué sólo Yo llego siempre tarde?... ¿Por qué me hieres?... ¿Cuándo y en qué te
he contristado?... ¡Respóndeme!

(Breve pausa)

(Cortado)

Tuve hambre de dar consuelo a los enfermos y a los tristes... Busqué un


refugio en las casas del dolor humano...; entré con osadía en ellas, pues soy el
Dios consolador de todas las miserias... Y aquí me tienen arrojado con
ignominia de centenares de hospitales, de la cabecera de los ancianos y de las
cunas de los huérfanos... ¿Qué mal os ha hecho mi compasión y mi ternura?...
¡Oh! Vosotros, hijitos míos, amadme, en reparación de tanta crueldad...
Amadme mucho. Soy Jesús...

Tuve sed de un amor sin mancha: el de las flores de la infancia... Busqué el


cariño de los niños, pues al bajar del Calvario de mis decepciones recordé los
lirios y las brisas de mi Nazaret inolvidable, cuando Yo también fui Niño...
¡Oh, dolor! ¡De ese campo de azucenas, de la escuela, también se me ha
arrojado!... Escucha, alma consoladora, cómo los que se llaman sabios en el
mundo me reniegan y maldicen... ¿Qué mal he hecho a vuestros hijos?...
Amadme, ¡oh!, amadme mucho. Soy Jesús...

Estuve ansioso de haceros felices, dándoos la verdadera paz, que el mundo


no posee, y os rogué que me aceptarais, como uno de los vuestros, en lo
íntimo de vuestro hogar... quise constituirme y ser llamado el Padre, el Esposo
adorado, el Hermano inseparable... y el hogar me ha despedido... Pero no me
iré... ¡Ah, no! Aquí me tenéis aguardando con dulzura que un pesar me abra,
aunque tarde, su puerta, pues las de mi Corazón jamás se cierran. Yo soy
Jesús, la paz y el amor de las familias... Dejad en mi frente, si queréis, la
diadema de espinas, dejadla sangrienta y crudelísima, pero dadme, os lo pido
por mi Madre, dadme hospedaje en vuestras casas, consentid que reine en el
hogar...

Amadme en la familia...; soy su vida... Amadme mucho, porque yo soy


Jesús.

(Pausa larga)

Y ahora, háblame tú, alma dichosa; háblame en íntima confianza, a este


Dios, que es todo caridad... Heme aquí, benigno y manso, soy Jesús de
Nazaret... ¿Qué podría negarte en esta Hora Santa, en que has venido a
compartir mis abandonos y mis agonías?... Aquí tienes; te entrego el Corazón
que tanto te ha amado...: no puedo contener los ardores del amor que te
profeso... Llámame, y seré mil veces tuyo...; háblame, soy tu Hermano...;
adórame, soy tu Dios... Consuélame, con todo el amor de tu alma... Yo soy
Jesús...

(Pausa)

(Mientras tantos buenos duermen, mientras tantos desgraciados pecan, el


Señor Jesús sigue agonizando místicamente en el Sagrario... Acerquémonos y
hablemos, en dulce intimidad, a su Corazón que nos aguarda).

(Lento y siempre cortado)

Voz del alma. ¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?


¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?

¡Perdóname los yerros que contra ti he cometido!

Pues me creaste, sin que lo mereciera,

Y me redimiste, sin que te lo pidiera...

Mucho hiciste en crearme,

Mucho en redimirme.

Y no serás menos poderoso en perdonarme.

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban,

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte,

Porque es más muerte que vida,

La que no está empleada en tu santo servicio.

(Breve pausa)

¡Qué bien me encuentro así..., reclinado blandamente en el cielo de tu


pecho!...
Es éste, sólo éste, el lugar de mi descanso eterno...; éste, el Tabernáculo
donde escucho tus palabras de vida y tus reclamos de amor y sacrificio... Deja
de sufrir, Maestro y atiende el himno de mi alma, ansiosa de confundirse, en
un abrazo eterno, con la tuya... Escúchame, Jesús-Hermano:

(Lento)

Corazón de Jesús, dulcísimo con los pecadores: un pecador te habla...

Corazón de Jesús, camino de los extraviados: un pródigo te busca...

Corazón de Jesús, suavidad de los que sufren: un desgraciado llama a tu


santuario...

Corazón de Jesús, amigo fidelísimo del hombre, un amigo ingrato está aquí
y te llora...

Corazón de Jesús, bonanza en las continuas vacilaciones de la vida; un alma


combatida te llama en su socorro...

Corazón de Jesús, hoguera de santidad en el amor; mi alma ansía saciarse


en ti de amor y santidad...

Corazón de Jesús agonizante, esperanza de los moribundos, memento:


acuérdate de los que en esta misma hora luchan en las convulsiones de la
muerte... Ten piedad de los agonizantes, sálvalos según tu gran misericordia...
Envíales, Señor, el ángel de Getsemaní, y acerca a sus labios, que ya no
pueden llamarte, el cáliz de tu Corazón piadoso. ¡Jesús..., sé Jesús con los
moribundos más desamparados!...

(Pedid por los agonizantes).

(Pausa)
Tu tierna Madre y tu Cruz son testigos de esta tu amabilísima palabra: “He
venido en busca de los enfermos, de los extraviados..., de las ovejitas perdidas
de Israel”.

La Virgen María ha recogido celosa, en beneficio de los pecadores, tus


lágrimas de sangre. En unión, pues, con Ella, buena, misericordiosa, refugio
de pecadores y caídos, te pido por aquellos que al ofenderte no saben lo que
hacen... El mundo les condena inexorable; pero Tú, que conoces la flaqueza
humana y que lees tan adentro de esas almas infelices, Tú, Jesús, ten piedad,
ten paciencia, ten perdón para ellas en tu amable Corazón... Te pido, te ruego,
en nombre de tu Eucaristía, por los pobres pecadores... Perdónalos, Jesús, y
escribe sus nombres desde luego en el libro de la vida...

Divino Salvador de las almas, cubierto de confusión me postro en tu


presencia, y, dirigiendo mi vista al solitario Tabernáculo, siento oprimido el
corazón al ver el olvido en que te tienen relegado tantos de los redimidos. Pero
ya que con tanta condescendencia permites que en esta Hora Santa una mis
lágrimas a las que vertió tu benigno Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos que
no ruegan..., te bendigo por tantos que te maldicen, y con todo el ardor de mi
alma te alabo y te adoro en todos los sagrarios de la tierra... Acepta, Señor, el
grito de expiación que un pesar sincero arranca de nuestras almas afligidas...
Ellas te piden piedad...

Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos.

(Todos, en voz alta)

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por las infidelidades y sacrilegios.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!


Por las blasfemias y profanaciones de los días santos.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por el libertinaje y los escándalos públicos.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por los corruptores de la niñez y de la juventud.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por la desobediencia sistemática a la santa Iglesia.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y de los hijos.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por los atentados cometidos contra el Romano Pontífice.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por los trastornadores del orden público social cristiano.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!


Por el abuso de sacramentos y el ultraje a tu santo Tabernáculo.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Por la cobardía a los ataques de la prensa, por las maquinaciones de sectas


tenebrosas.

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

Y, por fin, Jesús, por los buenos que vacilan... por los pecadores obstinados,
que resisten a tu gracia...

Piedad, ¡oh Divino Corazón!

(Pausa)

Las doce promesas

No nos basta, Señor, tu misericordia... Tus intereses son los nuestros,


queremos tu Reinado... Pedimos, buen Jesús, que cumplas con nosotros las
promesas que hiciste a tu confidente Margarita María en beneficio de las
almas que te adoran en la hermosura indecible, en la ternura inefable, en el
amor incomprensible de tu Sagrado Corazón.

Por eso te pedimos con tu santa Iglesia, te suplicamos por la Virgen Madre,
te exigimos por el honor inviolable de tu nombre, que establezcas ya, que
apresures el reinado de tu amante Corazón.

(Todos, en voz alta)


Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

2ª. Adelante, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable prometida a los que te han recibido con hosannas...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen


aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

4ª. Ven..., porque eres fuerte..., Tú, el Dios de las batallas de la vida... Ven,
mostrándonos tu pecho herido como esperanza celestial en el trance de la
muerte...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.


5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos, sólo Tú la inspiración y
recompensa de todas las empresas.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

6ª. Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

8ª. “Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado...


Permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad, a que aspiramos...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas... En


nombre de ellas te suplico sigas siendo en todas el Soberano muy amado...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.


10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos
sacerdotes que te aman y que te predican como Juan, tu Apóstol regalado...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

11ª. Y a cuantos enseñen esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus


inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes
grabado el nombre de tu Madre...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa, por esta hora de consuelo y por la
Comunión de los primeros viernes; cumple con nosotros tu promesa
infalible... Te pedimos que en la hora decisiva de la muerte...

Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.

(Pedidle que cumpla sus promesas de victoria, que reine en las almas y en
la sociedad).

(Pausa)
En el seno de mi hogar hay, buen Jesús, penas muy hondas y secretas... ¡Si
Tú reinaras entre los míos con toda la intensidad de amor que Tú mereces,
¡ah!, no habría en mi casa tantos y tan amargos pesares!... Ven, ¡oh!, ven,
Amigo de Betania, pues en mi familia hay alguien que está enfermo y Tú le
amas... Cuando Tú estás, las mismas penas son suaves, y a tu lado, las espinas
tienen bálsamo de paz... Ven, pues, y no tardes, amigo de Betania...
Apresúrate, porque mi hogar está herido con la ausencia de seres queridos que
faltan en él: padre, madre y hermanos, todos crecimos junto al pie de la Cruz...
¡Ah! Y después esa misma Cruz, por voluntad del Cielo, nos ha ido separando
del nido santo del hogar... Ten piedad de esos amados ausentes, que trabajan y
luchan lejos de la familia, y tal vez también lejos de tu altar... ¡Oh, sé dulce, y
ven pronto a nuestro lado, Jesús, Amigo dulce de Betania!

(Nombradle los seres queridos del hogar, los pródigos por quienes os
interesáis).

(Breve pausa)

Maestro, Hermano, Amigo del alma, Jesús querido, ten misericordia


también de los míos que murieron, de aquellos que volaron a la eternidad en
seguimiento tuyo... Duermen en paz porque te amaron, y porque Tú eres
infinito en caridad... Mas, al irse..., nos dejaron sombras y tristezas en el
alma..., espinas y una tumba en el camino... ¡Ah!, pero bien sé yo que en tu
Corazón amabilísimo no puede haber separaciones; en Él, donde está la vida,
desaparece la horrible muerte... Por eso te pido paz sobre sus tumbas, y a los
que hemos quedado gimiendo en este valle de lágrimas, danos la resignación
que levanta, el desapego de la tierra y el amor del sufrimiento, que nos una
inseparablemente a ti...

(Nombradle a vuestros muertos tan queridos, inolvidables).


(Pausa)

No cierres todavía la preciosa herida del Costado: tengo que pedirte, en


especial, por los que sufren, por aquéllos, Señor Jesús, que te buscan con ojos
cansados de llorar..., por tantos a quienes la desgracia, los duelos, las
decepciones, la pobreza, las enfermedades o sus propias flaquezas han herido
de muerte... Nazareno amabilísimo, Tú sabes, por amarguísima experiencia,
cuán punzantes son las espinas del camino... Consuela, pues, a los
atribulados..., ten piedad de los que sufren...

(Pedidle fuerza de consuelo en las tribulaciones).

De mí no te he hablado, porque me he confiado sin reservas a tu Divino


Corazón... Tú, que tanto me amas y que eres el único en comprenderme, no
querrás seguramente olvidarme. ¡Oh, Jesús: escucha mi última plegaria, unida
siempre a la agonía de tu Corazón Sacramentado!... Inclínate y atiéndeme
benigno...

(Cortado y lento)

Cuando los ángeles de tu Santuario te bendigan en la Hostia Sacrosanta... y


yo me encuentre en la agonía..., sus alabanzas son las mías..., acuérdate del
pobre siervo de tu Divino Corazón...

Cuando las almas justas de la tierra te alaben encendidas en amor... y yo me


encuentre en la agonía..., sus labores y sus lágrimas son las mías..., acuérdate
del pródigo, rescatado por tu Sagrado Corazón.

Cuando tus sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles te aclamen
Soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos... y yo me
encuentre en la agonía..., su celo y sus ardores son los míos..., acuérdate del
apóstol de tu Divino Corazón.

Cuando la Iglesia ore y gima ante el altar, para redimir contigo el mundo...,
y yo me encuentre en la agonía..., su sacrificio y su plegaria son los míos...,
acuérdate del amigo de tu Sagrado Corazón.

Cuando, en la Hora Santa, tus almas regaladas, amando y reparando, te


hagan olvidar abandonos, sacrilegios y traiciones..., y yo me encuentre en la
agonía..., sus coloquios contigo y sus consuelos son los míos..., acuérdate de
este altar y de esta víctima de tu Divino Corazón.

Cuando tu divina Madre te adore en la Sagrada Eucaristía y repare ahí los


crímenes sin cuento de la tierra..., y yo me encuentre en la agonía..., sus
adoraciones son las mías..., acuérdate del hijo de tu Sagrado Corazón.

¡Oh, sí!, acuérdate de esta criatura miserable, que Tú tanto amaste...


Recuerda que le exigiste que se olvidara de sí misma por tu amor... Mas no,
Señor; olvídame si quieres, con tal que me dejes olvidado para siempre en la
llama hermosa de tu amante Corazón... ¡Ah!, y cuida, Jesús, del mío;
despréndelo de todo afecto terreno..., vela por esta alma, encadenada
deliciosamente a tu Sagrario, y alimenta en ella el fuego santo en que te
abrasas... ¡Oh, abrásame, Señor Jesús..., enciéndeme en tu caridad, pues
anhelo amarte hasta la pasión, hasta la insensatez, hasta el delirio, con amor
más fuerte que la muerte!...

(Pausa)

(Cortado)

¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?

Despójame de todo, de tus propios dones; pero abísmame en la hoguera de


tu ardiente Corazón.
¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?...

Olvide yo la ciencia sombría de la tierra y de la vida, y en cambio,


conózcate mejor a ti, ¡oh, amable Corazón!...

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?...

Úneme, pues, a ti, con vínculo que sea eterno... Renuncio a todas las
delicias de tu amor, con tal de poseer perfectamente este otro Paraíso, el de tu
tierno Corazón... Y en Él sepulta, ¡oh, sí!, los yerros que contra ti he
cometido..., y castiga, y véngate de todos ellos hiriendo con dardo de
encendida caridad al que tanto te ha ofendido.

Y si te he negado... déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives...;


si te he ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor eterno, porque
es más muerte que vida la que no se consume en amar y en hacer amar tu
olvidado, tu amoroso, tu divino Corazón. ¡Venga a nos tu reino!

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Acto final de consagración


Jesús, dulcísimo Redentor del género humano, míranos postrados
humildemente delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser, y a fin
de estar más firmemente unidos a ti, he aquí que, hoy día, cada uno de
nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.

Muchos, Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon al quebrantar


tus mandamientos; compadécete, Jesús, de los unos y de los otros, y atráelos a
todos a tu Santo Corazón. Sé Rey, ¡Señor!, no sólo de los fieles que jamás se
separaron de ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz
que vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de
hambre.

Sé Rey de aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas y desunió la


discordia; tráelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que luego
no quede más que un solo rebaño y un solo pastor.

Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.

Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que
en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como
bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura, otorga a todos los
pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra
resuene esta sola aclamación.

“Alabado sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la salud...; a


Él gloria y honor, por los siglos de los siglos”. Así sea.
XVII
Noviembre

“Ecce Homo”... He aquí al Hombre de todos los dolores, al Salvador Jesús,


tras de esa Hostia... Doblemos la rodilla, adorémosle en la suave y vencedora
majestad de ese misterio... ¡Oh!, viene seguramente en busca nuestra, ya que
en el Paraíso tiene legiones de ángeles... Miradle..., se acerca como le vio un
día su sierva Margarita María...; viene sin fulgores de sol, sin diadema,
maniatado, perseguido... Trae el alma abrumada de angustias... cargados de
lágrimas los ojos... Busca un huerto de paz en dónde orar en su agonía, y ha
venido aquí, trayéndonos una confidencia de caridad infinita, y de infinita
tristeza... Callad, hermanos, y en el silencio del alma, olvidados del mundo,
desligados por un momento de los mezquinos intereses de la tierra..., oíd al
Señor Jesús en esta Hora Santa... Contempladle bajo la figura dolorida,
ensangrentada del Ecce Homo, tal como se apareció en Paray-le-Monial a su
primer apóstol y confidente, para reclamar de sus amigos un amoroso
desagravio...

“¡Oh, buen Jesús: al comenzar esta Hora Santa, déjanos besar con deliquios
de amor, con pasión del alma, con embriaguez de cielo, la herida encantadora
del Costado, y permítenos llegar, por medio de ese ósculo dichoso, hasta lo
más recóndito de tu divino y agonizante Corazón!”.

(Presentadle el pedido íntimo que queréis hacerle en esta Hora Santa).

Voz del Maestro. Hijitos míos, ¿queréis brindar un asilo de amor, un


abrigo de fidelidad a vuestro Dios, perseguido por el huracán maldito de la
culpa?... Es cierto que no veis hoy día mi cuerpo hecho pedazos...; pero creed
que no han cesado los crudelísimos azotes... No veis tampoco que el llanto
inunda mis mejillas...; pero ¡con qué furor penetran en mi frente las espinas!...
No está a la vista la congoja mortal y la agonía de Getsemaní...; pero, ¡ay!, sus
indecibles amarguras llenan hasta los bordes el cáliz de mi abandonado
Corazón... El pecado no da tregua a mis dolores... Ese torrente de inquietud
me persigue hace veinte siglos, sigue mis pasos, iracundo... Quiere devorar la
obra de mi sangre...; quiere condenar las almas... “¿Qué pude hacer por mi
rebaño que no lo haya hecho?”... El sacrificio de mi cuerpo, de mi alma, de mi
Corazón; el holocausto del Calvario y de la Eucaristía..., todo está
consumado... Y, con todo, la culpa avanza, como hálito del infierno, penetra
en las conciencias, mata en ellas mi amor... y la gloria de mi nombre... ¡Ay!
Abridme pronto, vosotros mis amigos, abridme el refugio cariñoso de vuestros
corazones... Ponedme al abrigo de la noche fría, lóbrega, del pecado que
envuelve al mundo... Tendedme, hijitos míos, alargadme con caridad filial los
brazos... ¡Oh, no es el recuerdo del Calvario el que me hiere..., es el pecado de
hoy el que atraviesa sin piedad mi desolado Corazón!... Ved: estoy llorando
ahora mis tristezas; estoy desahogando entre vosotros la tempestad de mis
dolores... ¡Y en el mismo instante, millares de saetas se clavan en la llaga
sangrienta de mi pecho!... ¡Oh, dad albergue de caridad y de ternura, en
vuestras almas compasivas, a este Jesús, el eterno ultrajado y perseguido de la
culpa!...

(Pausa)

El alma. Jesús, Rey de los altares y Soberano de las almas: ven y asienta
tus reales de dominio en estos corazones... No serás entre nosotros el huésped,
sino el Padre y el Monarca..., no el peregrino, sino el Redentor desagraviado y
el Señor mil veces bendecido... Ven... Y si es constante la ofensa de la culpa...,
más constante aún ha de ser el homenaje de nuestro humilde desagravio...
Abre tu prisión, señor Sacramentado, y que los ángeles que rodean tu pobre
tabernáculo se unan a los amigos leales de tu Eucaristía, para decirte:

(Todos en voz alta)

¡Corazón Santo, tú reinarás!


No obstante los esfuerzos desesperados del infierno, que anhela la desdicha
eterna de las almas.

¡Corazón Santo, tú reinarás!

A pesar de la fragilidad humana, que impele a tantos por la pendiente del


abismo...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

No obstante la furia de tantos enemigos de tu moral intransigente y de tus


dogmas invariables...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

A pesar de los ataques con que la razón y las sabidurías vanas de la tierra se
alzan para derrocarte del altar...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

No obstante la licencia vergonzosa, que muchos pretenden erigir en ley


natural de la conciencia...

¡Corazón Santo, tú reinarás!


A pesar del artificio con que se trama noche y día en contra de la Iglesia,
del hogar y de la infancia...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

No obstante la sacrílega legalidad de tantos atentados de lesa majestad


divina...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

A pesar del odio de los gobernantes, excitados por el poder de tu humildad


y de tu silencio...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

No obstante los ataques airados de la prensa, de las leyes y de las sectas,


poderes conjurados en ruinas de tu gloria y de tu reinado entre los hombres...

¡Corazón Santo, tú reinarás!

(Pedid con todo fervor el reinado del Corazón de Jesús).


Voz del Maestro. ¿Por qué, decidme, confidentes muy amados, por qué los
hijos de las tinieblas son con frecuencia más prudentes y esforzados que
vosotros, los hijos de mi dolor y de la luz?

Vedlos a mis enemigos, perpetuamente afanados en aislarme en el Sagrario,


y luego, en derribar mi altar... No se dan descanso en el propósito de anular mi
ley, de dispersar mi sacerdocio y de aniquilarme en las conciencias de los
hombres... Y vosotros... y tantos de los míos, ¿qué habéis hecho?... ¿Cómo no
habéis podido velar una hora conmigo?... Y por cansancio, por preocupaciones
terrenas..., por debilidad de carácter..., por falta de amor a vuestro Dios y
Maestro, habéis descansado, mientras Yo agonizaba... Dormíais tranquilos,
entre vuestro Salvador agonizante y la turba enemiga que venía a prenderle...
No habéis amado así, seguramente, a vuestros padres, a vuestros hermanos, a
los amigos íntimos de vuestro corazón... Y para mí, sólo para mí, ¿por qué no
habéis tenido fineza ni resolución en el amor?... Me prometisteis
generosidad... bendije y acepté vuestra buena voluntad..., y, a poco,
desfallecisteis y fui olvidado... Os perdoné tantos desvíos, olvidé tantos
olvidos..., y vosotros, los de mi casa, vivís a menudo en un sopor de tranquila
indiferencia que me lastima cruelmente... Un sueño de apatía..., de egoísmo,
de desamor por mi persona os rinde... Levantaos ya...; despertad de esta
tibieza... Se acerca el enemigo que trae el ultraje para vuestro Dios..., y para
vosotros, las cadenas y la muerte... Ha llegado la hora milagrosa de una
sincera conversión... ¡Oh, venid y acompañadme, si preciso fuera, hasta el
Calvario!... No queráis abandonarme, ovejitas mías, cuando hieran al Pastor...

(Pausa)

El alma. ¿Qué tengo yo, ¡oh, Dios escarnecido!, que Tú no me hayas


dado?... Aliéntame, Jesús, y haz que te siga, sin vacilaciones, en las dulces
exigencias de tu gracia y de tu amor...

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

Y porque reconozco mi nada y mi impotencia... te ruego no quieras dejarme


de tu mano, no consientas que me aleje por un día del Sagrario...
Perdóname los yerros que contra ti he cometido...: son tantas las flaquezas
de mi corazón... Perdónalas y olvida...

Pues, la mucha sangre que derramaste.

Y la acerba muerte que padeciste.

No fue por los ángeles que te alaban, sino por mí y por tantos tibios e
indolentes en el ejercicio de tu amor, que te desoyen y te ofenden...

Por eso, en esta Hora Santa, al renovar los propósitos de fervor en tu


servicio, consiente que te diga con dolor del alma:

Si te he negado, déjame reconocerte; si te he injuriado, déjame alabarte; si


te he ofendido, déjame servirte, porque es más muerte que vida la que no está
empleada en el santo servicio de tu gloria y para consuelo y triunfo de tu
Divino Corazón.

(Confesadle vuestra tibieza y pedid fervor perseverante en su servicio).

Voz del Maestro. ¿Cuántos sois los que veláis conmigo en esta Hora
Santa?... Es cierto que es grande vuestro amor... ¡Ah, sí!, pero inmenso,
insondable es el amargo océano de delitos y de orgías, que a esta misma hora,
está saturando de tristeza mortal mi Corazón... ¡Qué frenesí de pecado..., qué
desenfreno en el torbellino humano que va pasando ahora mismo ante mis
ojos!...

¡Oh, qué escenas de muerte, qué espectáculos de infierno... qué vértigo de


pasión sensual en el teatro!... El gran mundo aplaude y ríe ante un escenario
donde a mí se me flagela... Si supierais cómo me despedaza el alma dolorida
la gran mentira que llaman civilización moderna... ¡Ah, cuántas fiestas de mis
hijos son la befa y el Calvario de su Padre y Salvador!... Sólo vosotros, mis
amigos, podéis adivinar la congoja de este agonizar perpetuo en un patíbulo,
levantado por los míos... ¡Cómo se presentan a mi vista las grandes capitales...
orgullosas como Nínive... desenvueltas como Babilonia!... En ellas mi
Evangelio es una exageración intolerable... Vosotros, mis consoladores, que
habéis penetrado tan adentro en mis tristezas, poned un bálsamo en mi
herida... Reparad, vosotras, esa embriaguez culpable y acallad, con una
plegaria fervorosa, el clamar que, en esta misma noche, en centenares de salas,
de banquetes, de fiestas, de bailes y teatros, se levanta como marejada de
fango, insultando la santidad de mi Evangelio y la blancura de la Hostia...

El alma. ¡Oh, sí, Maestro!: baje de una vez fuego del cielo, que purifique,
que perdone y salve a millares de infieles, que viven sin amor, amando
locamente la materia y lo nefando...

Para tantos que derrochan dinero y juventud en la disipación de placeres


mundanales que te ofenden...

(Todos, en voz alta)

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!

Para aquellos que luchan, tolerando los pecados públicos, que trafican en la
profanación de la conciencia y de los sentidos...

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!

Para los pervertidores de almas, que en la Prensa y en los libros se


enriquecen, condenando a sus hermanos...

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!


Para aquellos que tienen el tristísimo negocio de excitar pasiones en la
escena teatral, donde todo es permitido, so pretexto de arte...

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!

Para tantos débiles que, desoyendo su conciencia, cooperan con


remordimiento al escándalo social de modas y teatros...

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!

Para tantos que, relajado su criterio de cristianos, no ven mal ninguno en el


atropello a tus santos mandamientos...

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!

Para aquellos que, por su cargo, debieran evitarte, Señor, gravísimas


ofensas, y no lo hacen por timidez o por transacción mundana...

¡Misericordia, y sálvelos tu dulce Corazón!

(Reparemos los pecados públicos y sociales con que se ofende a Jesucristo


en el mundo entero).
Voz del Maestro. “Pueblo mío, heredad preciosa de mi Corazón, ¿qué te he
hecho... o en qué te he contristado?... ¡Respóndeme!... Desde aquí en la
Hostia, contemplo, noche y día, el hogar de mis cariños, el campamento del
Israel de mis ternuras, la grey pequeñita de los que me juraron amor eterno...
Desde aquí pongo los ojos en el corazón de mis amigos, de los que yo he
querido con predilección... Desde aquí sigo los pasos de los que tengo
predestinados al banquete de mi amor y de mi gloria... ¡Ay!, cuántos de ellos
arrancan de mis ojos las lágrimas que lloré sobre Jerusalén, mi patria...
¡Cuántos que fueron íntimos de mi alma son ingratos! ¡Cuántos gozan lejos de
mi lado, muy lejos... los bienes de talento, estimación y de fortuna con que los
colmé para hacerlos santos... Sus tronos están colocados entre los príncipes del
reino de los cielos!... ¡Oh, cuántos de esos sitiales, perdidos por ingratitud, los
daré a pecadores arrepentidos, que oyeron mi llamada en la agonía!...

Para olvidar principalmente ese pecado, el más amargo, para endulzar el


cáliz de la ingratitud humana, pedí a mi sierva esta campaña deliciosa de la
Hora Santa; aquí se convierten en lágrimas de bendición, de amor, las que
lloré en el desamparo de mi grey y en la fuga de mis hijos... Entre el vestíbulo
y el altar, gemid, consoladores míos... tengo sed de los consuelos que me
niegan los ingratos de mi propia casa...

El alma. Divino Salvador Jesús, dígnate mirar con ojos de misericordia a


tus hijos, que unidos por un mismo pensamiento de fe, esperanza y amor,
vienen a deplorar ante tu sacratísimo Corazón sus infidelidades y las de sus
hermanos culpables. ¡Ojalá podamos con nuestras solemnes y unánimes
promesas conmover ese Divino Corazón y obtener de Él misericordia para
nosotros, para el mundo infeliz y criminal y para todos aquellos que no tienen
la dicha de conocerte y amarte!

Sí, de hoy en adelante lo prometemos todos:

Por el olvido e ingratitud de los hombres.

(Todos, en voz alta)


Te consolaremos, Señor.

Por tu desamparo en el sagrado Tabernáculo.

Te consolaremos, Señor.

Por los crímenes de los pecadores.

Te consolaremos, Señor.

Por el odio de los impíos.

Te consolaremos, Señor.

Por las blasfemias que se profieren contra ti.

Te consolaremos, Señor.

Por las injurias hechas a tu Divinidad.

Te consolaremos, Señor.

Por las inmodestias e irreverencias cometidas en tu adorable presencia.

Te consolaremos, Señor.

Por las traiciones de que eres víctima adorable.

Te consolaremos, Señor.
Por la frialdad de la mayor parte de tus hijos.

Te consolaremos, Señor.

Por el abuso de tus gracias.

Te consolaremos, Señor.

Por nuestras propias infidelidades.

Te consolaremos, Señor.

Por la incomprensible dureza de nuestros corazones.

Te consolaremos, Señor.

Por nuestra tardanza en amarte.

Te consolaremos, Señor.

Por nuestra tibieza en tu santo servicio.

Te consolaremos, Señor.

Por la amarga tristeza que te causa la perdición de las almas.

Te consolaremos, Señor.
Por las largas esperas a las puertas de nuestros corazones.

Te consolaremos, Señor.

Por los amargos desprecios con que eres rechazado.

Te consolaremos, Señor.

Por tus quejas de amor.

Te consolaremos, Señor.

Por tus lágrimas de amor.

Te consolaremos, Señor.

Por tu cautiverio de amor.

Te consolaremos, Señor.

Por tu martirio de amor.

Te consolaremos, Señor.

¡Oh, Jesús! Divino Salvador nuestro, de cuyo Corazón se ha desprendido


esta dolorosa queja: “Consoladores busqué y no los he hallado”, dígnate
aceptar el modesto tributo de nuestros consuelos, y asístenos tan eficazmente
con el auxilio de tu divina gracia, que, huyendo cada vez más, en lo venidero,
de todo lo que pudiera desagradarte, nos mostremos en toda circunstancia,
tiempo y lugar, tus hijos más fieles y obsecuentes. Te lo pedimos por ti
mismo, que, siendo Dios, vives y reinas por los siglos de los siglos.

(Pedidle perdón por los ingratos, que son tantos...).

Voz del Maestro. No me preguntéis, almas reparadoras, por qué vivo


perpetuamente crucificado por manos de mis redimidos... El mundo ha llegado
a convencerse que merezco realmente la vergüenza y la muerte del patíbulo...
¡Ay!, son, en realidad, tantos los sabios, los honrados y los poderosos que
repiten con cruel tranquilidad estas palabras de mis acusadores a Pilatos: “¡Si
este Nazareno no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído
encadenado!”...

¡Ah, sí! Y porque soy un malhechor para la turba, desenfrenada en moral y


en pensamiento, me condena la autoridad...; porque soy un malhechor, se me
condena en los Tribunales...; porque soy un malhechor, se me flagela por la
prensa...; se me trata como villano y como loco, por decreto de mis jueces...
Ellos, ¡qué irrisión!, me entregan al populacho, en resguardo de los intereses
nacionales... Ellos, gobernantes y legisladores, se lavan las manos, y con pleno
derecho, dicen, y por razones de libertad..., de civilización y de justicia..., me
condenan al destierro y a la Cruz por vías de la más estricta legalidad... Este es
el gran delito de hoy, hijos míos: insultarme con razón y con derecho,
proscribirme por dignidad y por ley de las naciones... Sigo siendo Vermis Et
Non Homo, el gusano pisoteado de la tierra...

¡Oh, vosotros los fidelísimos, aclamadme, para acallar el grito de esa


muchedumbre que, desde las alturas, asalta mi trono y quiere sortear, burlona,
el manto de mi realeza..., bendecidme con amor.

El alma. Acércate, dulcísimo Maestro... y aquí, en medio de los tuyos,


estrechándote tus hijos, recibe de su mano la diadema que quisieran
arrebatarte los que, siendo polvo de la tierra, se llaman poderosos, porque, en
tu humildad, creen injuriarte de más alto...
Adelántate triunfante en esta ferviente congregación de hermanos... No
borres las heridas de tus pies ni de tus manos... No abrillantes, no hermosees,
deja ensangrentada tu cabeza... ¡Ah!, y no cierres, sobre todo, deja abierta la
profunda y celestial herida de tu pecho... Así, Rey de sangre, así..., cubierto
con esa púrpura de amor y con la túnica de todos los oprobios..., sin
transfigurarte... ¡Jesús, el mismo de la noche espantosa del Jueves Santo,
preséntate, desciende y recoge el hosanna de esta guardia de honor que vela
por la gloria del Corazón de Cristo-Jesús, su Rey!

(Todos, en voz alta)

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los reyes y gobernantes podrán conculcar las tablas de la Ley, pero, al caer
del sitial del mando en la tumba del olvido, tus súbditos seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los legisladores dirán que tu Evangelio es una ruina, y que es deber


eliminarlo en beneficio del progreso...; pero, al caer despeñados en la tumba
del olvido, tus adoradores seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los ricos, los altivos, los mundanos, encontrarán que tu moral es de otro
tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la conciencia...; pero, al
confundirse con las sombras de la tumba del olvido, tus hijos seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los interesados en ganar alturas y dinero, vendiendo falsa libertad y


grandeza a las naciones..., chocarán con la piedra del Calvario y de tu
Iglesia..., y al bajar aniquilados a la tumba del olvido, tus apóstoles
seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los heraldos de una civilización materialista, lejos de Dios y en oposición


al Evangelio..., morirán un día envenenados por sus maléficas doctrinas y al
caer a la tumba del olvido, maldecidos por sus propios hijos, tus consoladores
seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los fariseos, los soberbios y los impuros habrán envejecido estudiando la


ruina, mil veces decretada de tu Iglesia..., y al perderse, derrotados, en la
tumba de un eterno olvido..., tus redimidos seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

¡Oh, sí, que viva! Y al huir de los hogares, de las escuelas, de los pueblos,
Luzbel, el ángel de tinieblas, al hundirse eternamente encadenado a los
abismos, tus amigos seguiremos exclamando:
¡Viva tu Sagrado Corazón!

Voz del Maestro. Os he amado hasta el exceso de un Calvario... Llegado a


su cima, obedecí en silencio y me tendí en el patíbulo afrentoso... Y desde
entonces, ahí estoy a merced de todos mis verdugos, los sacrílegos.

Si tantos dicen que no estoy aquí en la Hostia, ¿por qué la insultan y me


hieren?... Y si creen, ¿por qué me ultrajan en este misterio en que amo con
locura, en que perdono con inagotable caridad?... ¡Oh!, sabedlo: mis lágrimas
han dejado huella de dolor en los caminos y en los muladares, donde he sido
arrastrado en millares de profanaciones, desde el Jueves Santo... He sido
pisoteado con furor...; se me ha arrojado, entre blasfemias, a las llamas...; se
me ha sepultado en el fango...; he sido atravesado con puñales deicidas en
antros donde se trama, con sigilo, en contra mía...

¡Ay!, se paga vil dinero y no faltan Judas que comulguen, para entregarme,
con el beso de esa comunión, en manos de mis mortales enemigos... El
incendio criminal ha abrasado mi Sagrario y convertido en pavesas la forma
consagrada... Esto, en pago de haber dejado mi Corazón entre vosotros, para
abrasar el mundo en el incendio de salvadora caridad. ¡Ah, y cuántas veces los
infelices, que codician el metal dorado del copón en que os aguardo, han
salteado la prisión de mis amores..., y he sido arrojado sobre el pavimento, sin
tener una piedra consagrada en qué reclinar mi cabeza ensangrentada...!

Fue esta visión de horror la que hirió mi Corazón en las angustias de


Getsemaní... ¡Los que pasáis, considerad y ved si hay dolor semejante a mi
dolor!...

El alma. ¡Hosanna, gloria a Dios en las alturas... gloria, bendición y amor a


ti, Señor Sacramentado, sólo a ti en el incomprensible aniquilamiento de tu
Santa Eucaristía!

¡Que te canten los cielos, porque Tú, el Dios del Tabernáculo, eres la
bienaventuranza del mismo Paraíso! ¡Que te canten, Jesús-Hostia, los campos,
los mares, las nieves y las flores, panorama de belleza creado para recrear tus
ojos, cansados de llorar soledad e ingratitudes!... ¡Que te canten, dulce
Prisionero, las aves y las brisas; que te canten las tempestades; que te ensalcen
los sollozos del corazón humano y sus palpitaciones de alegría, a ti, el Cautivo
del altar... Gloria a Dios en las alturas...; gloria, bendición y amor a ti, Jesús
Sacramentado, sólo a ti, en el incomprensible aniquilamiento de tu adorable
Eucaristía!

(Rendidle una completa reparación de amor por el horrendo crimen del


sacrilegio con que se le hiere en el altar. Si posible, cántese el “Magníficat”
con la Inmaculada en homenaje a la Divina Eucaristía).

Voz del Maestro. No os vayáis, hijos de mi Corazón, sin recoger en esta


Hora Santa un desahogo de dolor, que sólo vosotros, mis fidelísimos, sabéis
comprender en toda su amargura...

No es la profanación de este Tabernáculo el atentado más cruel en contra de


mi soberanía conculcada; hay otro sagrario más valioso y que es consciente en
el rechazo de su Salvador...: es el corazón humano... ¡Y decir que lo amo
tanto!... ¡Cómo lo profanan millares de cristianos con el veneno de un amor
pagano!... Ese corazón debiera ser el cáliz de todos mis consuelos..., el ara
redentora de un mundo, que es infeliz porque no ama con amor de espíritu...,
con el casto amor de mi Evangelio... En ese Corazón deposité mis lágrimas
para purificarlo..., y luego, sacando llamas de mi inflamado Corazón, le he
ofrecido mi amor para colmar sus ansias de amar y ser amado... Y no le basta
esta infinita dignación de caridad... Busca a las creaturas... y a Mí me olvida
en ese delirio de placer, que no es ni amor, ni paz ni vida... A Mí me deja..., y
por eso, ¡pobrecitos!, tantos sufren, desgarrada el alma..., el hambre insaciable
de pasiones vergonzosas... Los que tenéis sed de amar, venid..., venid a mí:
Yo soy el amor que guarda las espinas para sí, y os da sus flores...; los que
sentís ansias, necesidad de ser amados..., venid... y bebed hasta saciaros de la
fuente de mi pecho. Hijos míos, dadme vuestros corazones, ¡oh!; dádmelos en
cambio del mío Sacrosanto...

El alma. Jesús Sacramentado, ejercita en nosotros tus derechos, pues somos


tus reparadores... Ven. No pidas, no mendigues... Ven. Toma con amabilísima
violencia lo que es tuyo...: toma nuestros corazones... Sí, son pobres. Tú
sabrás enriquecerlos...; te los damos por manos de tu dulce Madre y de tu
sierva Margarita María... Te rogamos los aceptes en demanda urgente del
reinado de tu Corazón Divino... No quieras desecharlos porque un día se
marcharon, cuando Tú perdonas, olvidas para siempre...

La Iglesia perseguida, nuestro hogar necesitado, los pecadores, tu Vicario,


el Purgatorio de tortura purificadora, las almas de los justos, todos, todos
esperamos de tu omnipotencia torrentes de gracia, prometida al homenaje de
esta hora de consuelos para ti y de milagros de misericordia para el mundo...

¡Ah! Y en especial acuérdate de los que, como Gabriel Arcángel, hemos


venido a darte amable refrigerio en tu agonía... Acepta sus intereses, sus
penas, sus esperanzas, su vida; lo depositan todo en la llaga-paraíso que nos
descubrió Longinos... Recoge ahora, Señor, nuestra oración de despedida:

Corazón agonizante de Jesús, estas almas te confían sus espinas...

Corazón amable de Jesús, estas madres te confían sus esposos y el tesoro de


sus hijos...

Corazón amante de Jesús, estos peregrinos te confían su porvenir y todas


sus incertidumbres...

Corazón dulcísimo de Jesús, estos pródigos te confían su debilidad y su


arrepentimiento...

Corazón benigno de Jesús, estos tus amigos te confían la paz y redención de


sus familias...

Corazón compasivo de Jesús, estos enfermos te confían las dolencias


secretas e íntimas de la conciencia...

Corazón humilde de Jesús, estos adoradores te confían sus anhelos


vehementes por el triunfo de tu amor en la Santa Eucaristía...

Corazón Sacramentado de Jesús, en ti confía el mundo, que corre desolado


a refugiarse de la muerte ahí donde una lanza abrió las fuentes de la vida...

Ven, Jesús. Sé nuestro Hermano en las castas fruiciones del amor


cristiano...
Ven, Jesús. Sé nuestro Rey en las tentaciones y borrascas que azotan a las
sociedades y a las almas: domina el huracán desde el Sagrario... Serena el
cielo amenazante, con los fulgores de paz y las ternezas de tu omnipotente
Corazón.

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


Súplica final al Sagrado Corazón de Jesús

(De Margarita María)

Escóndenos, ¡oh dulce Salvador!, en el Sagrario de tu Costado, fragua


encendida del puro amor, y ahí estaremos seguros... Elegimos tu Corazón por
morada, en la firme confianza que él será nuestra fuerza en el combate, el
báculo de nuestra flaqueza, nuestra guía y luz en las tinieblas, el reparador de
todas nuestras faltas y el santificador de nuestras intenciones y obras. Las
unimos todas a las tuyas, y te las ofrecemos a fin de que nos sirvan de
preparación continua para recibirte en el Sacramento de tu amor.

Para honrar tu condición de Víctima en este misterio de la fe, venimos a


ofrecernos también nosotros en calidad de hostias, suplicándote que seas Tú
mismo el sacrificador y nos inmoles en el ara de tu Sagrado Corazón.

¡Ah! Pero como somos tan culpables, te rogamos, Señor Jesús, tengas a
bien purificarnos y consumirnos con las llamas de tu Sagrado Corazón, como
un holocausto perfecto de caridad y de gracia, para obtener una vida nueva y
poder entonces decir con verdad: “Nosotros nada tenemos que sea nuestro;
vivos o muertos, Jesús es nuestro todo; nuestra propiedad es ser nosotros
entera y eternamente de su Divino Corazón... ¡Venga a nos tu Reino!”.
XVIII
La Pasión de Nuestro Señor en Jerusalén, en el
altar y en las almas

(Todos, en voz alta)

¡Que tu sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos, Jesús!

(Tres veces)

¡Oh, sí, que tu sangre caiga, Señor, como el maná milagroso, en nuestras
almas, como un rocío celestial sobre nuestros corazones..., como una
bendición de amor sobre nuestros hogares, como una redención suprema sobre
nuestra querida Patria!...

(Todos, en voz alta)

(Tres veces)

Por tu sangre preciosa, ¡venga a nos tu reino!...

(La Pasión del Salvador no terminó en el Gólgota...: se perpetúa en los


altares y en las almas... Pero de la misma manera que la misericordia del
Señor convirtió sus llagas en una fuente redentora, descubramos también
nosotros un nuevo manantial de gracias misteriosas en la herida que la
ingratitud humana ha vuelto a abrir y sigue abriendo... Ved..., ahí, en el altar,
se reproducen las agonías de Getsemaní y el sacrificio del Calvario... Hora
nefasta y de tinieblas fue en verdad, aquella en que se aherrojó al Señor en la
prisión...; que ésta sea en desagravio una hora de luz esplendorosa... Hora de
odio y de pecado la de la traición de Judas... ¡Que la Hora Santa sea una hora
de reparación y de alabanza amorosa!...).

(Salgamos al encuentro de Jesús Agonizante...; oremos y velemos una hora


en compañía suya... Nuestra presencia cubrirá la multitud de pecados que
prolongan su agonía... Oremos con fervor de inmensa fe).

Las almas. Señor Jesús, al despertarse los apóstoles, cuando se acercaba ya


el traidor, sus ojos pudieron contemplarte, bañado en un sudor de sangre que,
destilando de tu cuerpo, empapaba el suelo... Y a la Reina Inmaculada, a San
Juan y Magdalena, les fue dado también el ver, abiertos los manantiales de tus
llagas, de donde manaba a torrentes nuestra vida... ¿Por qué, Señor, no abrirías
esta tarde a tus amigos el cielo de tu pecho atravesado?... ¿Por qué no les
mostrarías, misericordioso, aquella honda herida de tu Corazón Sagrado, ya
que hemos venido para suavizarla con el bálsamo de ternuras y de amores?...
¡Oh, aumenta, Jesús, de tal modo nuestra fe que nos sea dado contemplar en
esta Hora Santa todo un cielo, en el incendio de llamas y dolores que en día
venturoso arrebató en éxtasis el alma de tu Confidente Margarita María!... No
quieras, Maestro, cerrarnos esa herida y guardar para Ti sólo los secretos de tu
angustia... Páganos así el haber correspondido esta tarde, con amor ardiente, al
llamamiento que hiciste desde Paray-le-Monial...

Habla, pues, Jesús adorable, exponnos tus peticiones y tus quejas...; pero,
sobre todo, habla para enseñarnos la ciencia de amarte, no de cualquier
manera; enséñanos la gran ciencia de amarte en el sufrimiento y en la cruz, en
unión con tu Corazón adorable... Háblanos, Jesús.

(Un instante de gran recogimiento)

Voz de Jesús. Bienaventurados mil veces aquellos que sienten sed de


conocerme de veras penetrando en las intimidades de mi Pasión..., secreto que
no revelo sino a los verdaderos amigos, a los apasionados de mi Sagrado
Corazón...
Escuchadme, hijitos: ¿Sabéis el porqué de aquel sudor de sangre que
empapa mis altares diariamente?... ¡Ah!, son las lágrimas que lloro, herido,
traicionado por el número de ingratos. ¡Oh dolor!... Amasé esas almas con mi
luz..., las embellecí con mi hermosura...

Las alimenté con mi sangre...

Las albergué en mi Corazón...

Las rodeé de mis ángeles...

Las enriquecí con mis tesoros...

Les revelé mis secretos...

Las senté en mi trono...

Las confié a mi Madre...

Les prometí un cielo eterno...

Y todo esto a costa de un amor y de un dolor infinitos... ¡Ah! ¿Dónde están


ahora tantos de esos hijos mimados?... ¿Dónde?... La cobardía comenzó a
arrebatármelos... luego, su propia debilidad les hizo resbalar por la pendiente
peligrosa...; la pasión ahondó el abismo de las distancias..., y, por fin, el olvido
y la ingratitud consumaron la obra de tinieblas y de muerte... Llorad, ¡oh!,
llorad conmigo, vosotros mis amigos fidelísimos, vosotros mis apóstoles...,
sobre el pecado de tantos y tantos ingratos... Vedlos a distancia ya... Se han
ido llevando en el alma, ciertamente, una saeta de fuego, un remordimiento,
pero, ¡ay!, ¡cuántos de ellos ríen y cantan para aturdirse en la bacanal de un
mundo corruptor!...

Ya no cuento Yo para ellos..., Yo, Jesús... Y no es esto sólo...; hay todavía


algo mucho más triste y doloroso. ¡Cuántos de esos ingratos son hoy día
verdaderos apóstatas renegados que me devuelven amor con odio!... Sí, me
odian... y esto... por una criatura..., por la vil moneda..., por una situación de
honor humano...; baladí... Han olvidado que apenas mañana tanta mentira y
vanidad no será sino un puñado de cenizas en una tumba solitaria...

Parecen olvidar que más allá de esa tumba comienza la obra de una justicia
fulminante y eterna... ¡Y ésos son hijos que Yo engendré en la omnipotencia
de mi brazo y en la omnipotencia de mi sangre!... Sí, y esos hijos se ruborizan
hoy de mi pobre cuna, de mi Cruz, de mis altares... Así me pagan el haberlos
amado con ternura infinita... ¡En pago de ella me enrostran la voluntaria
ignominia con que quise cubrirme para cubrirlos a ellos de gloria
inmarcesible!...

Llorad, ¡oh!, llorad conmigo tanta desventura, amigos y apóstoles míos...


Llorad, sobre todo, si en vuestro propio hogar hubiera alguno de esos
ingratos... Hay tal vez... aquí un hijo o un hermano..., más allá un padre o un
esposo que se encuentran hoy día a gran distancia del altar de su primera
Comunión... Confiad, reparadores míos... pues la Hora Santa es una gran
preparación por esos desdichados... Y sabedlo: este desagravio comienza aquí
su conversión... Valor, pues, almas queridas; salvemos, vosotros y Yo, a esos
seres queridos, salvémoslos tal vez a pesar de ellos mismos... Lloremos ya que
ellos no lloran..., oremos ya que ellos no oran.

(Silencio)

Las almas. Después de escucharte Jesús, queremos presentarte en


desagravio y en consuelo, más que lágrimas de los ojos, lágrimas y plegarias
del corazón... Y para que esta ofrenda sea preciosa en su pobreza, te la
ofrecemos, Corazón de Jesús, en el cáliz del Corazón Inmaculado de María, la
divina Reparadora... Escúchanos, Maestro:

Corazón de Jesús, triturado a causa de nuestros pecados: vuelve hacia


nosotros tus ojos, nublados por una mortal tristeza; y cuando tantos amigos
desleales te abandonen... ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

(Todos)
Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús; cuando so pretexto de prudencia mundana, culpable, se te


posponga en tus derechos soberanos; ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por razones inaceptables de sabiduría no cristiana


se te ofenda conculcando los deberes de conciencia, ven a nuestra casa en
busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por la imposición tiránica de supuestas


exigencias sociales se te ultraje atropellando las fundamentales exigencias de
tu santo Evangelio..., ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por seducciones de vanidad mundana y


pecaminosa se te hiera quebrantando desdeñosamente tus leyes sacrosantas...
ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.


Corazón de Jesús: cuando por imposición absurda y muy culpable de la
moda indecorosa se flagele tu carne y se la despedace cruelmente, ven a
nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por combinaciones de una política sanedrista y


sacrílega se te ultraje poniéndote en parangón con Barrabás... ven a nuestra
casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando bajo el título irrisorio de ciencia, es decir, de


refinado orgullo, se elimine tu nombre y se descarten tus derechos de Rey
divino con el pretexto injurioso de que lo exigen el progreso y las libertades de
la época..., ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

(Si tenemos una petición urgente en favor de alguno del hogar querido, que
ansiamos ver convertido, o cualquiera otra intención de orden moral,
aprovechemos estos instantes preciosos... Ahí a dos pasos, en esa Hostia
Divina, aguarda vuestra plegaria el Rey divino, cuyo cetro es de
misericordia).

(Pausa)
Y ahora sigamos al Salvador paso a paso en el camino de sus amarguras.
Apenas le ha besado Judas, helo cautivo de sus enemigos... Poco después se le
arroja en un calabozo..., y horas más tarde ya está en camino del Calvario...
¿Cómo explicaremos tanto crimen? ¡Ah, es que el mundo ha puesto en un
platillo de la balanza a Barrabás y en otra a... Jesús; y Barrabás, el asesino, ha
inclinado en su favor la balanza de la iniquidad! ¡Crimen de ayer, de hoy y de
todos los tiempos!

Jesús, porque es Dios, condena y despedaza los ídolos...

Jesús es la Vida..., y con la barrera de su ley y su doctrina, detuvo en su


camino victorioso y venció a la muerte...

Jesús es el Amor... Prohíbe y condena el odio y la pasión... Ved por qué las
tinieblas complotaron contra Él, lo asaltaron con furor, lo condenaron sin
piedad.

Jesús es la Belleza increada... y por esto debió condenar sin apelación toda
licencia y todo desenfreno...

Jesús es la Verdad substancial, suprema... Fulminó, pues, sentencia de


muerte contra toda libertad de pensamiento...

Jesús es la Justicia soberana..., y por esto reprobó la iniquidad que se titula


“libertad de conciencia”...

Jesús es el Verbo de luz indefectible; es Él la fuente infinita, única, de todo


amor humano, de toda vida...; por esto sometió a su Ley los sentidos rebeldes
y el espíritu orgulloso...

Lo que el mundo, pues, achaca a este Rey de reyes, lo que sirve de pretexto
para condenarle, no es sino su obra redentora... He ahí la venganza ruin de los
ídolos infames, hechos pedazos por el Evangelio... Son las puertas del
infierno, que pretenden en vano prevalecer en contra del Señor de señores...
De ahí que, en su furor, tan inútil como insano, vociferan: “¡Quítale!... No
queremos que este Rey de verdad y de amor reine sobre nosotros... ¡Quítale!”.
Así gritan los liberticidas de la conciencia y de las naciones... ¡Ah! Pero en
balde luchan; pues, mal que pese al infierno, Jesús es y quedará el único Juez,
el único Libertador y el único Señor de sociedades y de pueblos!...
(Aquí puede entonarse un himno apropiado a la Realeza del Corazón de
Jesús).

(Aclamaciones en voz alta)

(Tres veces)

Sólo Tú serás nuestro Rey ¡oh, Jesús!

Reclamamos tu reinado prometido, Jesús.

Convierte a tus enemigos, Jesús.

Herodes, como tantos cristianos de nuestra época, no conocía al Señor sino


de nombre... Representémonos un momento esta escena sublime y
conmovedora: Jesús encadenado delante de Herodes el villano...

Éste interroga, acosa a preguntas al Rey divino, que responde con un


silencio de majestad divina... ¿Por qué no habla Jesús y se defiende?... ¡Oh!...
Este Señor, que presta atentos los oídos y que abre de par en par el Corazón a
los débiles, a los leprosos morales de todas las categorías, no se digna
contestar a la canalla soberbia y corrompida... Sus labios divinos parecen
sellados... Enmudece delante del ruin, del villano, cuya impiedad, mezcla de
orgullo y de fango, profana con cinismo su Cuna y su Calvario...

Jesús adorable, tu silencio provoca entonces la cólera y la venganza..., y


Herodes te castiga vistiéndote de Loco... ¡Ah!... ¡Y en ese instante de suprema
ignominia callaste todavía..., como para confirmar ante el mundo que eras el
divino Insensato!...
Sí, ¡oh, sí, Jesús! Tu Encarnación incomprensible... tu Cruz y el santo
Tabernáculo, cantan a las claras la locura de un infinito amor... Y ahí, en esa
Hostia que adoramos de rodillas, conservas todavía las vestiduras blancas del
Insensato, como para predicar al mundo de los sabios la victoriosa y sublime
insensatez de tu infinita caridad.

Y así, vestido y encadenado en el Sagrario como el Insensato, reparas,


Señor, los daños, los inmensos males que provoca en la tierra la sabiduría
orgullosa, que te elimina y te condena a ti, pervirtiendo tantas almas...

Señor, mejor que nosotros Tú sabes que, después de veinte siglos, el mundo
persiste en reproducir contigo el ultraje del inicuo Herodes..., y, como él, la
sociedad actual sigue tratando tu Persona adorable, en tu doctrina y en tus
leyes..., de Insensato...

Cuéntanos Tú mismo, Jesús, esta angustia mortal... Rasga nuestras tinieblas


¡oh, Verbo increado y eterno!... Háblanos Tú mismo, Jesús...

(Sobrecogidos de santa emoción, recojamos en lo íntimo del alma el


reproche que el Señor va a hacernos; recojámoslo para nosotros, y
transmitámoslo a tantos cristianos cuyo criterio, por desgracia, no es ya el
criterio de la fe, y que, contagiados por el mundo, razonan como él y ceden
con lamentable condescendencia a sus imposiciones, con frecuencia
anticristianas).

Voz de Jesús. Yo soy la luz bajada del cielo para alumbraros, hijitos míos,
disipando todas vuestras tinieblas...; pero esas tinieblas rehusaron aceptarme,
no quisieron comprenderme... Vosotros, de tan buena voluntad, juzgad en esta
Hora Santa entre la verdadera locura del mundo y la real sabiduría de mi
Evangelio y de mi Cruz... Al hablaros con esta intimidad, ahogaré los sollozos
dentro de mi pecho, para que todas mis palabras resuenen con claridad en
vuestras almas... ¡Oídme!...

(Muy lento y con gran unción)


El mundo aprueba plenamente que, por razones de diversión y de placer,
con frecuencia peligrosos y siempre pasajeros, sacrifiquéis en parte la salud...
Según él os es perfectamente lícito acortar la noche, el reposo necesario,
cuando así lo exigen lo que llamáis razones de sociedad... Por motivos
también de negocios y dineros, el mundo no reprocha a nadie el sacrificio, la
quietud de la vida normal, el descanso del cuerpo o del espíritu... Esto, si el
mundo así lo pide... ¡Ah!... Pero si Yo solicitara la cuarta parte, y menos aún,
de semejantes sacrificios, tributo obligado a la vanidad o al placer...; si Yo me
atreviera a pedir con timidez una hora más, de día o de noche, una sola hora,
en mi adoración o en mi servicio, y ésta con promesa de recompensa, de paz
acá y de cielo en la eternidad... ¡Oh!, la respuesta sería un cruel rechazo...
¿Ceder a mis deseos? ¡Qué imprudencia!... ¿Presentarme el pobre obsequio
que deseaba? ¡Exageración ridícula!... Por esto, ¡cuántas y cuántas veces,
después de haber tendido una mano suplicante a mis propias creaturas, debo
retirarla como un mendigo! ¡Yo, el Rey de los reyes soy siempre el Insensato,
y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

¿Quién os reprocharía, hijos míos, en el mundo, que empleéis a veces largas


horas, tardes enteras, en ciertos deberes de sociedad... en visitas molestas tal
vez, pero que consideráis necesarias para mantener vuestras relaciones
sociales?... Eso pide el mundo. Pero cuando Yo me atrevo a pedir la
Comunión más frecuente..., o que se me acompañe con más fidelidad en mi
Cárcel eucarística de amor...; cuando dulcemente insisto para que en el hogar
se me rinda el homenaje de un honor..., de una plegaria familiar..., ¡ay!, todo
ello, dice el mundo, es imposible...; son absurdos que conviene evitar...; todo
ello es ponerse en ridículo, ¡y eso jamás!... En silencio, pues debo retirarme y
callar, pues ¡Yo, el Rey de reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

Ved, amigos de mi Corazón, con qué afán todos en el mundo, aun los
mejores, se acomodan a los cambios frecuentes, caprichosos, tiránicos de la
moda...; con qué admirable docilidad ceden a una corriente nueva... y aceptan
hoy lo que reprochaban ayer... Que esas exigencias de novedades y de modas
sean costosas... o sean poco castas y anticristianas..., que traigan consigo
graves peligros para la paz de la conciencia o del hogar, aquello no se toma en
cuenta; cuando el mundo ha dicho una palabra, la sociedad obedece y se
doblega. Eso, si el mundo ordena algo. Pero cuando Yo me atrevo a predicar
una virtud un poco más austera, menos de artificio...; cuando reclamo
dulcemente más amor en más abnegación y sacrificio...; si por boca de mi
Iglesia impongo ciertas obras de mortificación sencilla y mitigada..., ¡ved con
qué prontitud y celo pretenden eximirse aun los que se dicen mis discípulos...,
ved cómo protestan muchos de ellos por razones de prudencia!... ¡Ah ! Y en
cambio, siguen caminando sobre las espinas envenenadas, dolorosas, que les
presente el mundo..., pero a Mí me vuelven las espaldas, porque ¡Yo, el Rey de
reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

(Dos veces)
Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

Más todavía: los hijos gozan en la familia de plena libertad para elegir una
situación y una carrera..., siempre que ésta los retenga entre los peligros
incontables de un mundo sembrado de abismos... En tal caso, los padres se
afanan en prepararles un puesto de brillo, un porvenir halagador, respetando el
deseo, las aspiraciones de sus hijos... Esto, si ellos se deciden por el mundo.
Pero cuando Yo me aventuro a golpear a la puerta de un hogar cristiano...,
cuando al abrirme llamo con ternura a una de las jóvenes, ofreciéndole el
título de Esposa mía...; cuando reclamo para mis altares a uno de los hijos...,
¡ay!... ¡qué protesta, a veces indignada, se levanta en esa casa en contra mía!...
Se tilda entonces mi elección de fantasía peligrosa, que es preciso contrariar y
disipar a toda costa... Y, cosa extraña, aquellos mismos padres, cuyas almas
sufren cruelmente de los horribles desengaños del mundo, de sus falsías,
parecen defenderse de un ladrón cuando Yo, un Dios, otorgando a esa familia
un honor inmerecido, reclamo se me devuelva uno de los hijos que les presté
para mi gloria... ¡Cuántos padres cristianos, ¡oh dolor!, olvidan entonces que
soy el Amo que se reserva el porvenir de las almas, y, una vez más, me dicen
con su rechazo que ¡Yo, el Rey de reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

(Silencio y plegaria secreta)


(Dolor muy grande, inmenso, es, ciertamente, el del Corazón de Jesús al
verse tratado como un extraño, como el gran Desconocido por excelencia, no
sólo entre enemigos, sino en plena sociedad que se tilda de cristiana. Para
ésta, con sobrada frecuencia la piedad es una locura...; la mortificación y el
alejamiento del mundo, una locura...; la vida profundamente piadosa del
hogar y la vocación religiosa o sacerdotal de los hijos, una locura... Es decir,
que el mundo pretende para sí todos, absolutamente todos, los derechos, aun
atropellando los del Rey de Reyes... ¡Ello es una grave ofensa a su Soberanía
social!... Reparemos, pues, este pecado tan corriente con una oración de
desagravio).

Las almas. Señor, porque eres infinitamente bueno..., pero también porque
eres Rey, levántate..., encadena la tempestad que osa amenazarte..., y restaura
Tú mismo tu soberanía, conculcada y desconocida... Extiende tu brazo
omnipotente, haz obrar tu Corazón, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

(Todos)

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey absoluto de tantos hogares donde las


conciencias dormitan con sueño letal, donde las almas desfallecen sin vida, y
reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey conquistador de tantos hogares


donde en tu puesto de honor se hallan entronizados los ídolos de iniquidad, y
reinarás por la sabiduría de tu Cruz.
Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey amantísimo de tantos hogares que te


sirven y adoran con mezquindad de amor, y reinarás por la sabiduría de tu
Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey amadísimo de tantos hogares que


temen tu yugo suave y las dulcísimas exigencias de tu amor, y reinarás por la
sabiduría de tu Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé Rey dominador en tantos hogares piadosos


donde temen con verdadero sobresalto que siembres una vocación sacerdotal o
religiosa, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé Rey de amor de tantos hogares que


consideran exageraciones y absurdos las naturales y obligadas expansiones de
una piedad sincera y generosa, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.
Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

(Pausa)

Y ahora, Maestro muy amado, ¿no tienes una respuesta que dar al grito de
fe y amor de tus amigos?... Di tan sólo una palabra, y nuestras almas no sólo
sanarán, sino que, robustecidas y animadas, sabrán también luchar por el
honor de tu nombre... Háblanos, Rey Divino.

(Escuchad la respuesta, que Jesús no hace nunca esperar; pongamos atento


el oído del corazón).

Voz de Jesús. Estaba triste hasta la muerte, hijitos míos, y vosotros me


acabáis de consolar... ¡Si supierais cómo os bendice por ello mi divino
Corazón!... Pero veo que en silencio aguardáis, y pedís algo más. ¿No es así?

Tenéis razón, amigos y consoladores; pues siendo vosotros los testigos de


mi Pasión y agonía, queríais ser también los testigos y aun los actores de la
victoria prometida de mi adorable Corazón. ¿Qué pediríais, pues, en esta Hora
Santa para apresurar mi triunfo, cuya gloria será a la vez vuestra y mía?...
llamad, ¡oh!, llamad con entera confianza a las puertas de mi Tabernáculo, y
exponedme vuestros anhelos... Hablad, decid: ¿qué gracia me pedís?

(Todos)

La llama ardiente de tu divino amor.


¡Oh, qué hermosa petición; amigos queridos!... Pero decidme: para curar o
preservaros de los numerosos y grandes males que os abruman..., ¿qué
remedio eficaz solicitáis de Mí esta tarde?...

La llama ardiente de tu divino amor.

Bien sé que lo necesitáis; y puesto que lo pedís, sabed que lo obtendréis...


Pero ya que vuestras almas sufren debilidad moral... y que con frecuencia
vuestros corazones desfallecen en la lucha..., ¿qué desearíais como aliento,
como fortaleza secreta e invencible?...

La llama ardiente de tu divino amor.

Ya sabéis por experiencia que mi poder es la omnipotencia... Tended, pues,


las manos..., pedid algo grande que os aliente en la obra capital de vuestra
propia santificación... Con este fin, decid: ¿qué gracia especial, qué alas me
pedís?...

La llama ardiente de tu divino amor.

Pero... ¿y vuestras penas, hijitos?... ¡Cómo! ¿Las olvidáis acaso, en


obsequio de amor a las mías?... Pues esto mismo me obliga a ser más benigno
y dadivoso con vosotros... Reclamad, ¡oh, sí!, el bálsamo que suavice y
cicatrice las heridas. ¿Qué lenitivo me pedís?...

La llama ardiente de tu divino amor.


¿Y vuestros hogares?... ¿No tenéis, por ventura, la preocupación de algo
grave que os apena en ellos con relación a los intereses temporales, y, sobre
todo, eternos, de los vuestros? ¿Qué tesoro me pedís para el hogar querido?...

La llama ardiente de tu divino amor.

Hablando así, me habéis robado el Corazón... Aprovechadlo en favor de


alguno que amáis mucho, y que es tal vez la ovejita extraviada del redil de la
familia y de mi altar... ¿Qué favor, qué secreto de resurrección imploráis en su
favor?...

La llama ardiente de tu divino amor.

Y ahora, antes que termine, consoladores míos, esta Hora Santa, poned el
pensamiento en vuestra hora de agonía... ¿Qué bendición, qué gracia de
misericordia reclamáis para aquella hora decisiva, cuando os encontréis en los
dinteles de mi eternidad?... Hablad: ¿qué favor supremo me pedís cuando os
hiera la implacable muerte?...

(Tres veces)

La llama ardiente de tu divino amor.

(Reiteramos en silencio y fervorosamente cada uno de nosotros esta misma


petición al Sagrado Corazón, pidiéndole la gracia de amarlo, si posible fuera,
como Él nos ha amado).
(Pausa)

El mundo actual no ha tenido ni siquiera el mérito de invención, al flagelar


como a un esclavo al divino Salvador. Al azotarle, nuestra sociedad moderna
no hace sino imitar el ejemplo del cobarde Pilatos... Éste declara
solemnemente que Jesús es inocente...; pero lo entrega a la soldadesca y lo
hace flagelar para saciar la sed de sangre que sofoca al pueblo enardecido...

No de otra suerte procede el mundo con el Redentor, desde hace siglos. No


se atreve siempre, por cierto, a negar quién es Jesús...; mas, cediendo
cobardemente al clamor pecaminoso de la carne y de la sangre..., vencido
vergonzosamente por el orgullo, por la ambición y por tantas y tantas bajezas
de nuestra sociedad, que se precia de culta y refinada..., hace lo que Pilatos:
entrega al Señor al furor de las pasiones desencadenadas, y ordena y aplaude
la flagelación... Y en este nuevo suplicio, los modernos verdugos, tan finos y
elegantes de maneras..., tan pulcros en la forma, están, por cierto, a la altura de
los soldados de Pilatos..., y aun los sobrepujan en maldad...

Tú los conoces, Jesús, y nosotros debemos también conocerlos, para evitar


más de un peligro en sociedad... Nómbralos aquí, Señor; señálanos esos
verdugos, a fin de que nuestra reparación sea más sentida y amorosa siendo
más consciente...

(Lento, con unción y entrecortado)

Jesús. “Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras


almas en peligro, vosotros que deliráis con los placeres..., que vivís del vértigo
y de la fiebre de un sensualismo mortífero y nefando... ¿Qué mal os he hecho
para que así me azotéis pisoteando los preceptos de mi ley divina...?

“Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en


peligro, vosotros los vividores que pasáis, en revista obligada, calles y plazas,
clubes y salones... los que os deleitáis entre las arenas candentes de aquellas
playas, más que mundanas, frívolas y matadoras... ¿Qué mal os he hecho para
que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina...?

“Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en


peligro, vosotros los idólatras de la diosa impura que fascina, que provoca con
modas licenciosas, de indecorosidad atrevida y peligrosa..., ¿qué mal os he
hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina”...?

“Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en


peligro, vosotros los dilapidadores insensatos de la salud, del dinero y de la
juventud..., ¿qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los
preceptos de mi ley divina...?

“Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en


peligro, vosotros los atolondrados gozadores de una hora, que se esfuma veloz
como el relámpago..., vosotros que vivís aturdidos por el vértigo de una pasión
desbocada y loca..., ¿qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando
los preceptos de mi ley divina...?

“Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en


peligro, vosotras madres, esposas y jóvenes cristianas, engañadas
frecuentemente por la sirena de aquella vanidad mundana que empaña,
siempre que la obedecéis, el brillo de vuestra belleza moral..., ¿qué mal os he
hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina?

“Miseremini mei”... Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en


peligro, vosotros los entusiastas inmoderados de los espectáculos teatrales;
vosotros, para quienes el sexto mandamiento es palabra vana y tal vez una
irrisión... ¡Oh, deteneos, hijos míos, deteneos!
A la luz de este Sagrario, que no miente y de la eternidad, que avanza
implacable hacia vosotros..., contemplad el oleaje de fango y de frivolidad, de
impudor y de sensualismo degradante...; ¡oleaje que viene a estrellarse a mis
plantas, que me insulta con coraje atrevido y que amenaza con la ruina del
hogar cristiano! ¿Qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los
preceptos de mi ley divina?

¿Me oís, hijitos míos?... ¡Es vuestro Señor y Rey quien os suplica que no lo
castiguéis como a un esclavo!... ¡Es vuestro Dios quien implora vuestra piedad
y compasión!...

(Recítese o cántese cinco veces en honor de las cinco llagas el “Parce


Domine”..., o algo equivalente, en espíritu de reparación).

Afirma hermosamente San Francisco de Sales, que, si se hubiera hecho en


el cadáver adorable de Jesús la autopsia que se hace al cadáver de un rey para
averiguar la causa cierta de la muerte, se hubiera descubierto que el Corazón
del Salvador había sido mortalmente herido, traspasado mucho antes que lo
partiera la lanzada de Longinos... ¡Oh, sí! El dardo del amor que atravesó el
Sagrado Corazón fue el principal causante de la Pasión y de la muerte de
Jesús...

Señor, porque quisiste amar con amor de santa locura a los pequeñitos, a los
pobres y a los desgraciados; porque quisiste amar, perdonando a tu pueblo, a
tus enemigos y verdugos..., porque quisiste amarnos a todos hasta el extremo
límite, por esto, tus jueces y tu Patria exclamaron: “¡Reo es de muerte!”.

¡Y ese mismo grito de blasfemia deicida atraviesa hoy todavía, como una
lanzada tu Corazón divino, como si quisiéramos castigar con un inmenso
desamor tu amor sin límites!

Señor, dinos: ¿no es ésta la razón de tu Pasión? ¡Dígnate contestarnos,


Jesús, por esas bocas sangrientas de tus llagas..., por esa herida preciosa del
Costado!
Jesús. ¡Oh, sí; decís verdad, amigos queridos!, me entregué a la muerte por
amor..., el gran culpable es, pues, mi Corazón... Pero, ¡ay!... Yo conozco
además otro culpable, y es preciso que lo conozcáis también vosotros: es
vuestro corazón ingrato... ¡Cómo quisiera que lo reconocierais, y que así como
lloráis fácilmente sobre infortunios y enfermedades, cuánto más querría veros
llorar sobre la falta de generosidad al amarme... Gemid..., llorad por Mí...,
porque no soy amado...!

Reclamáis ante Mí en pro de vuestros derechos, en la paz y en la guerra...


¿Y qué hacéis de mi derecho sacrosanto, de ser amado?

Mas no imaginéis al oírme este reproche que me arrepiento de haberos


amado tanto: ¡oh, no!... Y en prueba de ello, os reitero en esta Hora Santa el
don total, irrevocable, de mi Sagrado Corazón.

Pero, en cambio, os pido que no terminéis esta plegaria sin haberme hecho
antes, en testimonio de agradecimiento, el don total también de vuestros
corazones, encendidos en aquella llama de caridad que consume el mío...
Dadme, ¡oh!, dadme vuestros corazones...

Las almas. Aunque no lo pidieras Tú mismo, Jesús, este Calvario ardoroso


de amigos fieles te hubiera aclamado en esta hora de solemne desagravio su
Rey de amor... Escúchanos benigno y complacido, Jesús-Rey, Jesús-Amigo...
En nombre de todos cuantos te bendicen y te aman, y en reparación ardorosa
por tantos desgraciados que te desconocen, que te olvidan y maldicen,
queremos repetirte a saciedad que:

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

(Todos)

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.


En nombre de tus grandes amigos, los pequeñitos y los niños: ¡te amamos,
Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los desvalidos y los pobres: ¡te amamos, Jesús,
porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los infortunados y dolientes: ¡te amamos, Jesús,


porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los olvidados, los desechados y los huérfanos: ¡te
amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los justos y los fervorosos: ¡te amamos, Jesús,
porque eres Jesús!
Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los resucitados, esto es, los arrepentidos, los
perdonados: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los maltrechos, los tristes y atribulados: ¡te


amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los sacerdotes, los apóstoles y las almas


consagradas: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En desagravio por la traición de Judas el ingrato: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por el ultraje del infame Herodes: ¡venga a nos tu reino!


Venga a nos tu reino.

En desagravio por la sentencia inicua del cobarde Pilatos: ¡venga a nos tu


reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por las afrentas de la Vía Dolorosa: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por la ignominia de tu Cruz redentora: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por toda aquella Pasión de dolores y de crímenes, de


apostasías y de vergüenza con la que, hace siglos, te seguimos amargando:
¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.


(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Oración final

En presencia, ¡oh, Jesús!, de la Reina Inmaculada y de los ángeles que te


adoran en esta Hostia Sacrosanta, a la faz del cielo y también de la tierra
rebelde y mal agradecida te reconocemos, Señor, como el único Soberano y
Maestro y como la fuente única de toda autoridad, de toda belleza, de toda
virtud y de toda verdad...

Por esto, de rodillas, y en espíritu de reparación social, te decimos: No


reconocemos un orden social sin Dios ni contra Dios: ¡la base de todo orden
social es tu Evangelio, Jesús!

(Todos)

La base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús.


No reconocemos ninguna ley de verdadero progreso sin Dios ni contra
Dios: ¡la ley de todo progreso es la tuya, Jesús!

La ley de todo progreso es la tuya, Jesús.

No reconocemos las utopías de una civilización sin Dios ni contra Dios: ¡el
principio de la civilización es tu espíritu, Jesús!

El principio de toda civilización es tu espíritu, Jesús.

No reconocemos una justicia sin Dios ni contra Dios: ¡la justicia integral
eres Tú mismo, Jesús!

La justicia integral eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos noción alguna de Derecho sin Dios ni contra Dios: ¡la


fuente del Derecho es tu código, Jesús!

La fuente del Derecho es tu código, Jesús.

No reconocemos una libertad sin Dios ni contra Dios: ¡el único Libertador
eres Tú mismo, Jesús!

El único Libertador eres Tú mismo, Jesús.


No reconocemos una fraternidad sin Dios ni contra Dios: ¡la única
fraternidad es la tuya, Jesús!

La única fraternidad es la tuya, Jesús.

No reconocemos ninguna verdad sin Dios ni contra Dios: ¡la Verdad


substancial eres Tú mismo, Jesús!

La verdad substancial eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos un amor verdadero sin Dios ni contra Dios: ¡el Amor


increado eres Tú mismo, Jesús!

El amor increado eres Tú mismo, Jesús.

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!


XIX
Diciembre
Las cinco peticiones del Corazón de Jesús

Ahí lo tenéis; miradlo con fe viva: ese es Jesús... En esa Hostia divina lo vio
su sierva Margarita María...; desde ella oyó su voz arrobadora, sus lamentos,
los sollozos de su Corazón, despedazado por los tormentos del amor y de la
ingratitud humana... Ahí le tenéis; miradle: ese es Jesús, el Dios tierno, dulce y
misericordioso de Paray-le-Monial. Transportémonos en espíritu a esa
capillita humilde y misteriosa, y, en compañía de la predestinada Margarita
María, con la frente en el polvo y con el alma henchida en fervores de cielo,
adoremos a Jesucristo, que nos quiere hablar, en esta Hora Santa, de los
anhelos, de las tristezas, de las victorias y de las divinas promesas de su
Sagrado Corazón... ¡Ahí lo tenéis, miradlo con fe viva: ese es Jesús!

(Pausa)

(En este primer Viernes, el último del año, pedidle que perdone muchas
faltas, muchas infidelidades, mucha tibieza; pero agradecedle, al mismo
tiempo, en unión con María, el sinnúmero de gracias y mercedes con que os
ha colmado su amable Corazón).

Voz de Jesús. (Primera petición: la Comunión reparadora). Levantad los


ojos, hijitos míos, y aunque confundidos porque sois culpables, miradme sin
recelo; no temáis, pues soy Jesús, que os ama perdonando...

Venid, quiero sentir el calor de vuestro abrazo; comulgad, en nombre, ¡ay!,


de tantos que jamás comulgan... ¡Si supierais qué desolación inmensa siente
mi alma cuando recorro los caminos frecuentados por los hombres, y, con la
mano extendida como un mendigo, voy reclamando un corazón que se me
niega!...
¡Y vuelvo entonces solo con mi angustia a mi Sagrario..., y me oculto en él,
saboreando mil rechazos!...

¡Ah!, pero mi Corazón de Buen Pastor, jamás se desencanta de los


hombres... Salgo nuevamente y ruego y suplico que se me brinde un
hospedaje... A veces, al caer el día, destrozados ya mis pies, encuentro un
niño, un pobre, que acepta un asiento en el banquete eucarístico... Almas
queridas, es este desamor el que me hiere mortalmente... ¡Cuántos son los que
viven una larga vida sin haber jamás saboreado las delicias de una
Comunión!... La Hostia es, sin embargo, la herencia, el cielo anticipado y
exclusivo de los hombres...

Tengo sed de amor.

Tengo sed abrasadora de ser amado en este Sacramento de amor.

Tengo sed infinita de entregarme día a día a millares de almas en mi


sacrosanta Eucaristía.

Venid, mis preferidos, y compensad la ausencia de tantos que menosprecian


este don supremo; comulgad vosotros con comunión reparadora; dadme
vosotros el amor que se me niega; estrechadme en nombre de los que huyen de
mis brazos; aprisionadme, hacedme todo vuestro, en desagravio de la culpable
ausencia de innumerables hijos que, aturdidos por el mundo, olvidan que en
este Tabernáculo está su Padre y está su Dios, bajo las apariencias del Maná
sacramentado.

Más que vuestro aliento, más que vuestra sangre, mucho más que vuestra
alma, Yo, Jesús-Eucaristía, quiero ser eternamente vuestro...

¡Oh!, venid sin más demora..., volad ante mi altar y prometedme siempre el
gran consuelo de la Comunión reparadora, muy frecuente.

¿Seréis insensibles a mi amor y a mis lamentos?... Hijos míos,


contestadme...

(Pausa)
(Un Dios está pendiente de nuestros labios; respondámosle con pasión del
alma).

Las almas. Como el ciervo sediento busca la fuente de las aguas, así,
apasionados de tu Corazón, nos abalanzamos a ti, ¡oh, Fuente!, ¡oh, Vida!,
¡oh, Paraíso, Jesús-Eucaristía!... No es una mera palabra, Señor, no: es una
solemne promesa la que hacemos en esta Hora Santa la de vivir de Eucaristía
en desagravio de la ausencia dolorosa de tantos hijos tuyos, que jamás
comulgan...

Recoge, pues, nuestra plegaria y, desde ese altar, sonríe, consolado, ¡oh,
amable Prisionero del Sagrario!

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento querido.

(Todos, en voz alta)

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de amor.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de dulzura.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.


Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento santificador.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de fortaleza.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de consuelo.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de divina esperanza.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de vida eterna.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de suavidad infinita.


Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de paz inefable.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de luz indeficiente.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento de celestiales delicias.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

Ven... te adoramos, Jesús, en este Sacramento, prenda de gloria


inmarcesible.

Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.

(Pausa)

(No olvidéis: lo que acabamos de decirle no es una palabra que se


desvanece como el entusiasmo de un momento: es una resolución, es una gran
promesa de comulgar con suma frecuencia en espíritu de desagravio).
Jesús. (Segunda petición: la celebración de todos los Primeros Viernes).
Vuestro amor ardoroso me alienta... Me siento reconfortado con vuestra
promesa, y ya que ella es tan fervorosa y sincera, atended todavía, hijos de mi
Corazón, un segundo pedido de vuestro Dios y Maestro... Quiero que me
dediquéis un día de especial consuelo...; quiero sentiros en él más cerca de mi
Corazón Divino; en beneficio vuestro, quiero colmaros en ese día privilegiado
de aquellas gracias que reservo a los muy fieles, a los muy míos... Que ese día
de amor y de celo, de reparación y de consuelo, sea el Primer Viernes...
Dedicádmelo con especial cariño, celebradlo en alabanza mía con particular
fervor... Sí, vosotros todos, que me comprendéis mejor que el mundo, venid
cada Primer Viernes al comulgatorio, venid a visitarme, con el amor de los
serafines, en mi Santa Eucaristía, y tomad ahí el asiento de Juan, mi
predilecto, y habladme ahí el idioma de Margarita María, mi venturosa
confidente... Y luego, en silencio, recogidos ante el altar, buscando el calor de
mi pecho, puestos el alma y los labios en la herida de mi Costado, habladme
de todo lo que os aflige e interesa, nombradme a los que amáis y que no me
aman, contadme vuestras ambiciones de santidad y vuestras miserias,
confiadme vuestras amarguras, decídmelo todo, todo... El Primer Viernes será
día de gracia hasta la consumación de los tiempos; día de gran misericordia...
Recogedla superabundante para el hogar querido, para los pecadores; ¡ah!, y
en este día pedidme especialmente por mis sacerdotes y apóstoles, rogad por
ellos, que sean santos y que santifiquen las almas que les he confiado... Y
ahora, escuchad: voy a daros mi palabra en garantía de una infinita
recompensa: “En el exceso de mi misericordia, os prometo, a todos los que
comulguéis nueve Primeros Viernes consecutivos, la gracia de la penitencia
final; si esto hacéis, no moriréis en mi desgracia, ni sin recibir los
Sacramentos, y, en vuestra última hora, encontraréis asilo seguro en mi Divino
Corazón”. ¿Qué respondéis amados míos a esta palabra que agota mi
omnipotencia, entregándoos, para el tiempo y la eternidad, mi Corazón?...

(Pausa)

(Aunque ni en el cielo podremos pagar tantas larguezas, comencemos


desde aquí ante el altar, nuestra eterna acción de gracias... Hablemos a Jesús
con palabras de fuego).
Las almas. ¡Oh, Jesús, por cumplir con el deber de amarte, Tú nos puedes
ofrecer un cielo, porque eres Dios... Pero nosotros, pobrecitos, ¿qué podremos
darte en pago de habernos amado gratuitamente..., y hasta el exceso de la Cruz
y de la Eucaristía?.... ¿Qué diéramos, Jesús, por tener en este instante los
incendios de San Juan, de Magdalena y de San Pedro; los heroísmos de
holocausto de Margarita María, y la caridad incomparable de tu Madre, para
saciarnos de amor, para enloquecer de amor, para morir de amor entre las
llamas de tu dulce y adorable Corazón?... Nos pides, Señor, la celebración de
un día... Quieres que te consagremos en especial los Primeros Viernes... Sí,
Jesús, ¡oh, sí!, todo él será tuyo: de la alborada hasta el anochecer, en cada
latido de nuestros corazones habrá para ti una palabra, un afecto, un suspiro de
gratitud y de consuelo... En cambio, no te pedimos, Maestro muy amado, sino
una gracia, y es que sigas siendo benigno y paciente en soportarnos, no
obstante las muchas y constantes miserias de nuestra voluntad, tan tornadiza y
frágil... ¡Tennos piedad, Señor!... No te canses de nosotros, ¡oh, Divino
Corazón!

(Todos, en voz alta)

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, en los desmayos del corazón, al sentir que nos
enfriamos en tu amor...

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, en las inevitables tentaciones en que desfallece


y vacila nuestra fe...
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, en las fatigas que acarrea una vida de lucha y
de incesante sacrificio...

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, en la exasperación que producen los grandes y


crueles dolores de la vida.

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, en los desalientos que provocan ciertos


desengaños dolorosos y enteramente inesperados...

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, en las horas de perplejidad, en la angustia de


una penosa incertidumbre...

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuanto te llamemos, Jesús, a nuestra casa para suavizar congojas íntimas y


desgracias que nadie puede remediar...
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando te llamemos, Jesús, como el Buen Samaritano, al lecho de un


enfermo del alma, que necesita de tu gran misericordia...

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

Cuando, en fin, te llamemos, Jesús, en nuestra hora postrera para darte, en


la Hostia Divina, nuestro último abrazo en la tierra, ven sin demora,
trayéndonos la vida eterna.

No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!

(Breve pausa)

Y como nos lo has pedido, Señor, queremos rogar por tus sacerdotes, por
los ministros de tu altar y tus apóstoles... Dales, amado Salvador, la luz de una
fe muy viva... Dales el don de una caridad sin límites... Dales el tesoro de una
humildad a toda prueba... ¡oh!, dales, Jesús, resolución de santidad y pasión,
celo ardiente por tu gloria... Y puesto que la mies es mucha, aumenta, Jesús,
los segadores realmente santos del campo de tu Iglesia, y envía a tu viña
obreros según tu Corazón...

(Pedid por el Soberano Pontífice y ofreced las buenas obras del Primer
Viernes de mañana, en especial por la verdadera santificación de los
sacerdotes... Y que siga Jesús revelándonos sus deseos; su voz, que extasía a
los ángeles del Santuario, nos señala un camino hacia su Corazón...
Oigámoslo).

(Pausa)

Jesús. (Tercera petición: la Hora Santa). Todos los que estáis aquí, todos
me sois particularmente queridos... Vuestras almas enamoradas y compasivas
me supieron a miel y néctar en la hora más horrenda y angustiosa de mi
Pasión: ¡en mi agonía de Getsemaní! Yo os vi entonces, entre las sombras del
Huerto... Vosotros me amáis, ¡oh, sí!, me amáis, ciertamente, mucho más que
tantos otros hermanos vuestros... Y por esto tenéis un derecho mayor a mi
confianza: ¡sois tan míos al compartir los tedios, abandonos y las torturas de
mi Corazón agonizante en la Hora Santa!... ¡Qué consuelo inmenso siento al
ver que no se ha perdido en el vacío la súplica que hice a mi Esposa Margarita
María, cuando le pedí esta hora de intimidad amorosa, en petición de mi
reinado y por la conversión de los desdichados pecadores!... Hacedme siempre
esta guardia de honor y de desagravio... Amadme, orad, velad conmigo, labrad
mi triunfo en la Hora Santa... Hacedla siempre, hacedla con fervor de caridad,
hacedla con amor de sacrificio... ¿Querríais abandonarme en la hora de las
traiciones, en el momento de saborear lo más acerbo de mi cáliz?... No he de
llamar a la legión de los ángeles, no: quiero llorar la sangre de mis venas,
rodeado por mis redimidos, sostenido entre los brazos de mis amigos
fidelísimos... Mi Corazón herido, mi Corazón que llora, el Corazón agonizante
de vuestro Hermano Primogénito, es herencia vuestra, que no os será jamás
arrebatada, ¡jamás!... Hacedme, pues, Cautivo vuestro en la Hora Santa;
encadenadme a vuestras almas, y llevadme prisionero a vuestras casas... Para
eso os he llamado, amados míos; con ese objeto habéis llegado ante este
altar... ¡Ea, avanzad! Yo soy Jesús de Nazaret...; aquí tenéis mis manos..., mis
pies...: encadenadme con grillos de amor... Aquí tenéis, tomad mi Corazón:
encerradlo para siempre en los vuestros...

Y ahora, consoladores míos, ¿qué más queréis..., qué más pedís?...

(En voz alta)


Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!

Jesús. ¿Olvidáis entonces vuestros intereses terrenales?... ¿Qué queréis que


os dé, como suprema recompensa?

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!

Jesús. Pero, ¡qué!, ¿no quisierais bienes temporales de fortuna o de salud?


Habladme, ¿qué pedís en pago de esta Hora Santa?

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!

Jesús. Hijitos míos tan amados, vuestra generosidad me conmueve


hondamente... No temáis; decid, ¿qué puedo daros, qué tesoro pedís en
galardón por vuestro generoso olvido?

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!


Jesús. Ese es, almas queridas, el lenguaje de los santos... Con él me habéis
vencido... Hablad, pues; decid lo que solicitáis sin más demora...

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!

Jesús. Al contestarme así os abandonáis sin reserva en mis brazos... Aquí


tenéis mi Corazón; disponed de él... Expresadle cuál es vuestro íntimo deseo...

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!

Jesús. Pero en tantas penas y sinsabores de la tierra..., en el desengaño del


amor de las creaturas, ¿no tenéis alivio y consuelo qué pedirme?... ¿Qué
lenitivo, qué bálsamo queréis que os dé?

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!


Jesús. Y por ese gran deseo de amarme, por ese afán de darme inmensa
gloria, ¿qué pago anticipado de justicia me reclamáis aquí en la tierra?...

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!

Jesús. Consoladores busqué y los he encontrado en espíritu y en verdad...


Pero en la hora de vuestra agonía, cuando estéis ya por despediros de la tierra,
¿qué me pedís por haber consolado en la Hora Santa a vuestro Dios en su
agonía?

(En voz alta)

Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!

(Ofreced al Sagrado Corazón hacer durante toda vuestra vida el bellísimo


ejercicio de la Hora Santa, y prometedle propagar esta práctica salvadora).

(Pausa)

Jesús. (Cuarta petición: el culto a su Corazón Divino). Los enemigos os


cercan..., la tempestad arrecia y os azota con furor, hijitos míos, la tempestad
de aquel abismo en que se me maldice a Mí y en que se condenan, con
desdicha eterna, los que quisieron luchar sin los auxilios de mi gracia... Ruge
violento y crece ese huracán, hirviente en cólera satánica, que busca la muerte
de las almas... Pero no temáis, pues Yo he vencido al mundo y al infierno...;
quedad en paz... He aquí que os traigo ahora un signo seguro de bonanza...,
una enseña de victoria: ¡mi Corazón Divino!... Caed de rodillas y temblando
de amor inmenso, aceptadle primero..., y luego adoradle, sí, adoradle como
que es el Corazón de vuestro Dios y Salvador, que os ha amado hasta la locura
del Calvario y de la Hostia... Sus palpitaciones de misericordia y de perdón
son las palabras..., son los gemidos con que os suplica que le améis por
encima de todas las cosas del cielo y de la tierra... ¡Oh!... y por sus espinas,
por la Cruz que lo corona, y sobre todo, por la ancha y sangrienta herida que
lo tiene lacerado, os conjura que le deis inmensa gloria..., que lo hagáis
conocer y amar de tantos infortunados, que necesitan de esta fuente milagrosa
de resurrección...

(Lento y cortado)

Venid, pues, los desterrados de un paraíso terrenal...; no me temáis y entrad


por mi Costado, donde hallaréis la paz del alma que anheláis...

Venid los engañados por los espejismos de un desierto, siempre


traicionero...; no me temáis y entrad por mi Costado, donde hallaréis las santas
realidades de mi amor, que apaga toda sed...

Venid los peregrinos de un camino, bordeado de abismos de error y de


desdicha..., no me temáis y entrad por mi Costado, donde hallaréis consuelos y
esperanzas, que os reserva un Dios, que es todo caridad...

Venid los infortunados de la vida, que sois tantos, los decepcionados del
dinero y del aprecio de los hombres...; no me temáis y entrad por mi Costado,
donde hallaréis luz, calma y delicias ignoradas, en medio de todos los
quebrantos...

Venid, venid pronto los que tenéis amargada el alma en los placeres
envenenados de la tierra...; no tardéis; entrad en mi Costado en plena
juventud; entrad en él, en el atardecer de la existencia; entrad, no fuera, sino
en la postrera hora de la vida... y encontraréis ahí, recobrando para siempre, un
paraíso de eterna paz y de amor eterno...
Venid... Longinos abrió las puertas de mi Corazón... Yo he rasgado más aún
esa herida redentora... y llamo a los justos, a los pecadores, a los ingratos, a
los afligidos y les ofrezco, en esa llaga, a todos, una mansión de dicha eterna...
¡Quien se consagre al amor de mi Corazón..., tendrá la vida!

(Pausa)

Las almas. ¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste la victoria a las huestes
que combatieran con el lábaro de tu Sagrado Corazón...

(Todos, en voz alta)

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!

¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste la paz a los hogares que


entronizaran con amor la imagen de tu Sagrado Corazón...

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!

¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste convertir a los más empedernidos


pecadores con la misteriosa fuerza de tu Sagrado Corazón...

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!


¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste santificar las almas de los buenos
que se consagraron con fe viva a tu Sagrado Corazón...

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!

¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste endulzar las penas de las almas
afligidas que reclamaran los consuelos de tu Sagrado Corazón...

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!

¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste deshacer el hielo de la indiferencia


religiosa, inflamando el mundo en los ardores de tu Sagrado Corazón...

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!

¡Piedad, Jesús!... Recuerda, sobre todo, que ofreciste hacer dormir entre tus
brazos, en sueño de apacible y santa muerte, a los amigos, a los consoladores
y a los apóstoles de tu Sagrado Corazón...

Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!

(Si tuvierais alguna intención particular apremiante y grave, hacédsela


presente).
Jesús. (Quinta petición: el establecimiento de una fiesta solemnísima en
honor de su Sagrado Corazón). ¿Sabéis, hijos de Mi Corazón, por qué os amo
tanto y por qué me inclino, con maravilloso desbordamiento de ternura hacia
vosotros?... ¡Ah!, oídmelo: ¡porque a vuestra pequeñez y miseria, porque a
vuestra orfandad, pobreza e infortunio debo el ser Hermano vuestro..., el ser
Jesús!... El abismo de vuestra nada y de vuestra culpa atrajo el de mi
misericordia, y para él y por él fue creado así, de carne, como el vuestro, este
Corazón que es todo ternura e infinita piedad... Era preciso, pues, que los
niños, los pobres, los tristes, los desamparados, los desechados de la tierra y
este vuestro Salvador tuviéramos un día propio, un día grande y único, un día
de regocijos celestiales, en que celebraríamos nuestra eterna unión por nuestro
desposorio eterno. Ese día incomparable será el Viernes siguiente a la Octava
del Corpus, y será llamado el día de mi Sagrado Corazón... Es mi voluntad
que sea ésta la gran fiesta de la tierra, la fiesta genuina de los mortales, de los
que sufren, de los que vivís conmigo bajo tienda en el desierto: ¡vuestra fiesta,
hijitos míos!... Celebrad en ese Viernes la gran Pascua de mis misericordias;
celebrad la conquista de una tierra ingrata con las lágrimas y el perdón de
vuestro Dios... Cantadme en ese día... Regocijaos con alegría no enturbiada...
Cantadme Rey amable de vuestros hogares... ¡Ah, sí: cantadme triunfador de
paz y de humildad por las inagotables ternuras de mi benigno Corazón!...

(Pausa)

(Prometedle celebrar con íntimo regocijo, ante el altar y en vuestros


hogares, como fiesta de familia, la gran fiesta del Sagrado Corazón).

Las almas. ¡Oh, sí!, Jesús, queremos cantar ahora en Sión, aquí en la tierra,
un himno de acción de gracias, un cantar de Eucaristía, que los ángeles no
sabrían entonarle, porque ni han pecado, ni han sufrido..., ni jamás han
comulgado... Nosotros, los perdonados, anegados en llanto de amargura y de
reconocimiento, queremos decirte con los discípulos de Emaús, al terminar
esta Hora Santa y feliz: ¡Quédate con nosotros, Corazón de Jesús!
(Todos, en voz alta)

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, en nombre de tantos pecadores rescatados... Y cuando


nuestra flaqueza y las tentaciones quieran arrojarte de la conciencia de estos
hijos tuyos..., ¡no te vayas, Maestro!

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, en nombre de tantos tristes consolados... Y cuando el


torcedor de inevitables penas venga a herirnos cruelmente, con licencia tuya...,
¡no te vayas, Maestro!

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, en nombre de tantos pobres fortificados en tu esperanza... Y


cuando las asperezas de la vida nos la hagan cansada y muy penosa... ¡no te
vayas, Maestro!

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, en nombre de tantos desvalidos, alentados por tus promesas.


Y cuando la tierra nos brinde sus frutos naturales de abrojos y de espinas...,
¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, en nombre de tantos decepcionados, felizmente iluminados


por tu gracia... Y cuando la ingratitud nos despedace el alma y nos desengañe
de las criaturas... ¡no te vayas, Maestro!

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, en nombre de tantos caídos y enfermos, regenerados por tu


caridad... Y cuando nuestras fragilidades quieran arrastrarnos a la muerte...,
¡no te vayas, Maestro!

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Gracias, Señor, por tantos moribundos redimidos a la hora undécima... Y


cuando la agonía nos advierta que se acerca la hora de la justicia inexorable...,
¡oh, no te vayas, Redentor y Maestro!

Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.

Sí, quédate en ese instante de suprema congoja, cuando desaparezcan todas


las ilusiones mentirosas de la tierra, al resplandor pavoroso de un Tribunal
infalible e inapelable... ¡Ah, para esa hora te damos cita, Jesús..., te
recordamos, desde ahora, tus promesas, y te suplicamos que leas nuestra
sentencia decisiva en aquel libro de amor en que escribiste, según tu palabra,
nuestros nombres; senténcianos con la benignidad y la ternura de tu dulce
Corazón!...
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón


mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Invocación para la agonía

Amado y divino Agonizante de Getsemaní, Jesús Sacramentado, he aquí a


los testigos fidelísimos de tu congoja mortal del Huerto, que vienen en
demanda de una gracia suprema, prometida a los consoladores y apóstoles de
tu entristecido Corazón...

Señor, no te pedimos salud, tesoros, ni una larga vida; te suplicamos que en


el trance mortal de la agonía, nos tiendas los brazos, nos muestres la llaga
encendida del Costado, y, al morir, nos dejes exhalar, Jesús, el último suspiro
de amor, de adoración y de desagravio en la herida celestial de tu Sagrado
Corazón... Cuando en esa hora de recuerdos se presente a nuestra mente la
niñez, la juventud, la vida entera con todas sus flaquezas, Jesús amado,
recuérdanos tus promesas, señálanos la herida abrasadora del Costado,
revélanos tu Corazón para aquietar los nuestros agonizantes... Cuando en ese
momento decisivo queramos asirnos de un áncora segura y deseemos
abrazarnos de tu Cruz, pedirte perdón entre gemidos, llamar a María en
nuestro socorro y balbucear tu nombre..., ¡ay!, si nuestros labios no pudieran
pronunciarle, Tú, Jesús, que trocaste tu vida por nuestras vidas, Tú, que nos
abrazaste en el comulgatorio, Tú, que nos sonreíste consolado en la Hora
Santa, acércate dulcísimo, señalándonos la herida abrasadora del Costado,
revélanos tu Corazón para aquietar los nuestros agonizantes...

Acuérdate, Jesús, de cuánto quisimos amarte y no de nuestras tibiezas...;


acuérdate de cuánto oramos por redimirte almas, y no de nuestros pecados...;
acuérdate de nuestros desvelos por entronizarte, como Rey de amor, y no de
nuestras ingratitudes. ¡Oh!... acuérdate que nuestros nombres los escribiste ahí
donde nadie jamás podrá borrarlos...

No te pedimos goces de la tierra, ni halagos de gloria fementida, ni amor


humano... Te suplicamos que, en el trance mortal de la agonía, nos muestres la
llaga encendida del Costado y nos dejes, Jesús, exhalar el último suspiro de
amor, de adoración y de desagravio en la herida celestial de tu Sagrado
Corazón... Ahora y en la hora de nuestra muerte: ¡Venga a nos tu reino!...
Fiesta de la Realeza de Cristo

¡Qué reparación providencial, sublime, es la nueva fiesta de la Realeza


divina de Jesús!

Hace veinte siglos que un gobernante cobarde, con miedo en el alma, con la
burla en el gesto y con la ironía en los labios, dice “Ecce Rex vester!”,
presentando a la befa y a la cólera del pueblo a Cristo-Rey.

Veinte siglos más tarde, el Supremo Pontífice del Nuevo Israel, hablando al
mundo católico, repetirá con entonación de victoria, de adoración y de amor:
“¡He aquí a vuestro Rey!”.

“Y nosotros, Jesús, tus vasallos y tus hijos, sobrecogidos de emoción y de


dicha, unidos a doscientos millones y más de creyentes, respondemos con un
grito del alma:

¡Salve, Tú eres el Rey de la gloria!, ¡oh Cristo-Jesús!

(Dos veces todos, en voz alta)

¡Salve, Tú eres nuestro único libertador!, ¡oh Cristo-Jesús!

¡Salve, Tú eres el ungido del Padre!, ¡oh Cristo-Jesús!

¡Salve, Tú recibiste en herencia la tierra!, ¡oh Cristo-Jesús!

¡Salve, tu trono son los cielos!, ¡oh Cristo-Jesús!

¡Salve, tu corona son las almas!, ¡oh Cristo-Jesús!

¡Salve, tu cetro es la misericordia!, ¡oh Cristo-Jesús!

¡Salve, tu púrpura es tu sangre!, ¡oh Cristo-Jesús!


¡Salve, Tú reinarás por siglos infinitos!, ¡oh Cristo-Rey!

¡Sí, por Ti, oh Cristo-Rey, reinan los reyes y los gobernantes administran
justicia!

¡Por Ti, oh Cristo Rey, la autoridad legítima tiene fuerza de mando y dicta
las leyes!

¡Por Ti, oh Cristo-Rey, y sólo por Ti es noble y es santo el obedecer en


obsequio a Ti, Rey de amor!

Te aclamamos con el Pontífice de Roma, ¡oh Rey de Reyes!, te


bendecimos, te adoramos, te amamos, rogándote, Jesús, que desde esta nueva
Festividad nos hagas sentir en las almas, en las familias, en la Sociedad y en
nuestra Patria que Tú eres el Monarca absoluto, que Tú eres el Señor “ante
quien doblan la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos...”.

(Todos en voz alta, cinco veces)

¡Cristo venza, Cristo reine, Cristo impere por su amor!

Esta fiesta es indispensable, así como son oportunísimas y hermosas


nuestras aclamaciones, porque la sociedad actual con encarnizamiento, y con
habilidad diplomática y legal, digna de mejor causa, se esforzaba como nunca
en destronar a Cristo-Rey... Por un lado las huestes compactas de conjurados,
aquellos enemigos que darían gustosos la vida por arrebatarle el cetro y la
corona si pudieran, y por otro la turbamulta de católicos tímidos, de los
amigos en los que predomina la prudencia humana, las consideraciones de
etiqueta social, la transigencia imposible sobre los derechos de un Dios,
amenazaban seriamente agraviar el cataclismo social que nos azota en castigo
del pecado moderno de lesa Majestad divina...

El fenómeno físico, pavoroso, ocurrido el Viernes Santo al morir el Señor,


parece, en efecto, renovarse en el sentido moral en muchas de las grandes
naciones que, para civilizarse y engrandecerse laicamente y a lo pagano,
decretaron destronar y desterrar a este Rey Divino... Ved el nublado de
densísimas tinieblas, esto es, de errores y mentiras fatídicas que las envuelve
ya como con un sudario... Ved cómo tiembla la tierra, digo, cómo se
estremecen los pueblos soliviantados y las multitudes desenfrenadas, roto el
yugo suave del Amo Divino... Ved las catástrofes sociales, las iras y los odios
en actividad como un volcán... Ved el sol de sus ideales terrenos, el sol de sus
ambiciones mezquinas, el sol de sus dichas sensibles, de su paz falsificada y
mentirosa; ved el sol de sus grandezas materiales cubrirse con un velo de
sangre fratricida, primer fruto de la apostasía nacional... “Toda paz verdadera,
toda dicha pura, toda grandeza real se ha eclipsado, Señor, ahí donde te
coronaron de espinas a Ti, Rey de justicia, Rey de paz y Rey de amor... Con
razón, pues, tu Vicario de Roma, al decretar la celebración de esta fiesta, ha
querido, dice él mismo, asentar un golpe mortal a la herejía tan corriente de
los que, por malicia o culpable debilidad, querían relegarte, Señor Jesús, a los
dominios privadísimos de la conciencia, o a lo sumo a la cámara privada de
tus audiencias secretas, la iglesia y la sacristía, desligando así de tus derechos
de Realeza la vida familiar y social y cercenando y eliminando en absoluto de
tu ingerencia divina las cuestiones nacionales y políticas”.

Anatema, pues, a quien crea que se puede tener autoridad y paz en una
familia, autoridad, paz y moralidad en una sociedad o nación que elimina
sistemáticamente la Soberanía, el Código y el Evangelio de Aquél a quien ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra... “¡Ese Rey, por derecho propio,
no es otro sino Tú, Jesús!”.

Por esto, con la Iglesia santa, y en espíritu amoroso y solemne desagravio


social, te decimos:

(Todos)

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!

Muchos, Jesús, son los príncipes, reyes y presidentes que se han coaligado,
Rey Divino, en contra tuya; muchos los gobernantes que han desechado y
removido del edificio nacional, la piedra angular, que eres Tú... Rey adorable,
detén tu mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu Corazón,
por los Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y véngate, extendiendo
sobre todos ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina, impera, Cristo-
Rey!

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!

Qué triste historia, Señor, la de los pueblos que redimiste con tu sangre...;
sus representantes legales, sus Parlamentos han hecho ¡ay! tantas veces tabla
rasa de tu Código y burla de tu Evangelio, que es la Carta Magna del mundo
cristiano... En cuántos Parlamentos y Congresos se te ha blasfemado, se te ha
desconocido, se te ha suprimido con sacrílega legalidad... Rey adorable, detén
tu mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu Corazón y los
Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y véngate, extendiendo sobre todos
ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina, impera, Cristo-Rey!

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!

El único Legislador eres Tú, Jesús..., pero aquel poder que delegaste a los
hombres de comentar tu Ley con leyes justas, santas, cristianas, ese poder lo
han convertido tantos legisladores sin conciencia en arma contra Ti y han
legislado, Jesús, declarando oficialmente que tu Iglesia es una irritante tiranía,
que tu Evangelio es un absurdo, que tu Vicario, tu Sacerdocio y tu espíritu
están en oposición con libertades y progresos... Y por esto, en nombre del bien
nacional, ¡oh mentira blasfema!, te han proscrito... Rey adorable, detén tu
mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu Corazón y por los
Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia, véngate, extendiendo sobre todos
ellos los beneficios de tu Reinado: ¡vence, reina, impera, Cristo-Rey!
Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!

Aquella casta de orgullosos que te condenó, Jesús, desde tu primera


aparición en la tierra, andando los siglos se ha parapetado tras el nombre de
filosofía, de derecho y ciencia, y con altivez de soberbia, te desecha en
nombre de la razón libre y te condena al destierro en nombre de la ciencia
emancipada de tu Ley sacrosanta... Esa casta de soberbios pervierte con saña a
la juventud y la organiza y lanza intelectualmente en contra tuya y de tu
Evangelio... Rey adorable, detén tu mano, retarda el fallo de tu justicia, y por
los amigos de tu Corazón y los Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y
véngate, extendiendo sobre todos ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence,
reina, impera, Cristo-Rey!

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!

La sociedad moderna, Jesús, sobre todo aquella que por el dinero y la


situación ejerce una influencia e imprime rumbos, se ha apartado mucho de Ti
en su fiebre de goces y de frivolidades, en sus locos devaneos de espectáculos
y modas, en sus rebeldías de licencias culpables, con frecuencia
escandalosas... Quiere gozar pecando y querría que Tú callases, que Tú
toleraras mil y mil flaquezas sociales, funestísimas en la vida de familia,
porque contrarían, Señor, a tus derechos soberanos. Es ¡ay! toda una apostasía
social en el orden moral, aun entre los mismos que se dicen buenos... Rey
adorable, detén tu mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu
Corazón y por los Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y véngate,
extendiendo sobre todos ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina,
impera, Cristo-Rey!

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!


El Sanedrín que te condenó con odio mortal, Jesús, no ha desaparecido, por
desgracia...; existe hoy, y sigue complotando en aquellos antros de masonería
y revolución anticristiana, que preparan leyes inicuas, decretos infames,
movimientos de opinión mediante una propaganda envenenada de prensa
sectaria, y todo en odio a tu corona y a tu Persona divina... ¡Ay, y no les falta
aquí y allá apoyo oficial, dinero y traidores pagados para herirte, Señor, para
insultarte, para crucificarte en la realización criminal de sus planes deicidas...
Rey adorable, detén tu mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos
de tu Corazón y los Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y véngate,
extendiendo sobre todos ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina,
impera, Cristo-Rey!

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!

Y esas muchedumbres de gente sencilla y en el fondo buena, esas


multitudes que te rodearon en el Sermón de la Montaña y para las cuales
multiplicaste los panes; ese ejército de humildes y trabajadores que Tú tanto y
tanto amaste, casi todo él se ha levantado en armas para destronarte... Y
pervertido por infelices desalmados, ese pueblo se dice desengañado de tus
promesas, y con cólera en el alma, te arroja de sus casitas, de la educación de
sus pequeñuelos, y con piedras en la mano y con la blasfemia en los labios,
vocifera como un mar embravecido en contra tuya, pide tu sangre y grita que
no quiere que Tú reines sobre él... Rey adorable, detén tu mano, retarda el
fallo de tu justicia, y por los amigos de tu Corazón y los Apóstoles de tu
Realeza, haz misericordia y véngate, extendiendo sobre todos ellos los
beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina, impera, Cristo-Rey!

Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!


(Breve pausa; pedid por los perseguidores y los perseguidos).

Si la tierra ingrata, del uno al otro polo, pudiera oírnos y quisiera hacer el
eco ferviente, clamorosa a estas aclamaciones nuestras... Mas, no..., nos basta
que las escuchen complacidos, el Padre que nos envía a este Rey-Divino, y el
Espíritu Santo que lo ungió desde todos los siglos..., nos basta que Cristo-Rey
acepte el Hosanna de estos los muy suyos, los que forman la escolta de amigos
y apóstoles, de los que gustosos darían la vida por añadir al esplendor de su
diadema el florón de una sola alma, conquistada para sus dominios eternos...
Pero Él que nos ha oído y que nos ha bendecido, quiere hablarnos un instante;
escuchémoslo de rodillas: que hable el Rey a su guardia de honor...

Voz de Jesús. Bien sabéis, hijitos míos, que Yo soy Rey, para esto nací y
vine al mundo..., para dar testimonio de esta verdad, hoy en día tan oscurecida
porque tan combatida por la rabia de los malos, por el silencio de los tímidos...
Sin vuestras aclamaciones soy y quedaría Rey, porque soy vuestro Dios y
Señor, pero el clamor de vuestras almas en consonancia de amor con la de mi
Vicario en Roma, es para mí un consuelo grande y una gloria inmensa...

¡Heme aquí, pues, reconocido en mis derechos absolutos de Soberano


divino, os bendigo!... Pero, decidme: después de esta gran fiesta y después de
este bellísimo homenaje, ¿seré más Rey que antes, y vosotros seréis también
mucho más los vasallos fieles y los hijos sumisos? ¡Respondedme!

¿Reconoceréis mi Realeza divina cuando la conciencia y la Iglesia os


prohíban en mi nombre los espectáculos escabrosos y profanos, los teatros y
las escenas paganizantes?

(Todos)

Renunciamos al mundo y a sus vanidades, Tú reinarás, ¡oh Cristo-Rey!


¿Reconoceréis mi Realeza divina cuando la conciencia y la Iglesia en mi
nombre condenen modas sin pudor, inmodestas, y os someteréis, despreciando
el parecer del mundo mundano, porque el único Juez soy Yo?

Renunciamos al mundo y a sus vanidades, Tú reinarás, ¡oh Cristo-Rey!

¿Reconoceréis mi Realeza divina cuando la conciencia y la Iglesia en mi


nombre condenen ciertas diversiones sociales, en boga tal vez, pero contrarias
a la ley de pureza, ley gravísima que he establecido Yo, en resguardo de la
dignidad cristiana?

Renunciamos al mundo y a sus vanidades, Tú reinarás, ¡oh Cristo-Rey!

¿Reconoceréis mi Realeza divina cuando la conciencia y la Iglesia en mi


nombre condenen boatos y lujos de soberbia social, con los cuales se fomenta
la sensualidad y se provocan las iras populares?...

Renunciamos al mundo y a sus vanidades, Tú reinarás, ¡oh Cristo-Rey!

Sí, Jesús adorable, poniendo nuestra mano sobre el ara de tu altar, hacemos
la promesa solemne de observar tus leyes... No querríamos hoy aclamar tu
Realeza y burlarnos de ella mañana con el escándalo en nuestra conducta
social..., no querríamos llamarte, a voces en la Iglesia nuestro Rey y después
vestir en la calle y gozar en el salón y razonar en nuestro hogar como gente
traidora a tus preceptos, y peor, como aquéllos que tejieron para tu cabeza
divina una diadema de espinas...

(Haced íntima y sinceramente una promesa: ni lecturas... ni teatros... ni


modas que ofendan a este Rey de santidad, el único Rey, como aquí en la
Iglesia, así en la calle y en la vida social...).

Los cielos se unen a la tierra en todas nuestras hermosísimas festividades.


Como en pocas, en esta de la Realeza, los habitantes de la Jerusalén celestial
deben formar con nosotros un solo coro de alabanzas. Que se rasguen, pues,
las nubes, que den paso a los nueve coros angélicos, que bajen y se postren
ante el Rey Sacramentado las legiones de Santos, de Mártires, de Confesores y
de Vírgenes..., que venga, que se acerque a este trono eucarístico la Reina del
Amor Hermoso, María, que fue el primer Sagrario y el primer trono de Cristo-
Rey.

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Ángeles del


Paraíso, cantad su Realeza!

(Todos)

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Arcángeles del


Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Principados del


Paraíso, cantad su Realeza!
¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Virtudes del


Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Potestades del


Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Dominaciones del


Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Tronos del


Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Querubines del


Paraíso, cantad su Realeza!
¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Serafines del


Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Apóstoles y


Evangelistas del Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Confesores,


Vírgenes y Mártires del Paraíso, cantad su Realeza!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!

¡Cielos, inclinaos en homenaje de adoración a Cristo-Rey; Virgen


Inmaculada, María Madre del Amor Hermoso y Reina del empíreo... José, el
padre adoptivo y Juan Bautista el Precursor, cantad a Cristo-Rey!

¡Cantad a vuestro Dios y nuestro Dios, cantad a Cristo-Rey!


Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir virtud y dominación y
sabiduría y fortaleza y honor. ¡A Él la gloria y el imperio por los siglos de los
siglos!

¡Amen! ¡Hosanna! ¡Adveniat!

¡A Él, sólo a Él, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos!

¡Amen! ¡Hosanna! ¡Adveniat!

¡A Él, sólo a Él, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos!

¡Amen! ¡Hosanna! ¡Adveniat!

(Pedidle en un breve momento de silencio la gracia del desprendimiento


total de la tierra, de sus vanidades, de sus afectos caducos, para merecer
renovar en el Paraíso estas alabanzas y aclamaciones al Rey de la Gloria).

(Breve pausa)

Sin que lo pudiéramos merecer, y más aún, después del desmerecimiento y


rebeldía del pecado, abrióse el cielo hace veinte siglos y dio paso al Rey de la
Gloria, al Verbo, que venía a tomar posesión de la tierra, a establecer en ella
su trono, a publicar, desde el Calvario, el bando de su divina Realeza, pero
Realeza de misericordia.
Voz de las almas. Rey de amor, Jesús Crucificado, venimos a tus pies,
trayéndote en nuestro beso de amor el tributo de adoración rendida y el
vasallaje que te ofrecen los cielos y la Iglesia en este día hermoso. Mejor que
los espíritus angélicos, debiéramos alabarte y cantarte nosotros, los rescatados
al precio de tu sangre, los que hiciste libres e inmortales desde el trono de
dolores y agonías del Calvario sacrosanto... ¡Ah!, te llamamos Rey de amor
porque venciste por tu Corazón..., por tu amor, por tu amor, por tu
misericordia, pero hasta la fecha no has sido todavía en nuestra vida el Rey de
amor que hubieras debido y que hubieras querido ser, porque no has sido
amado en la medida en que Tú lo esperabas... ¡Perdona, Rey de amor, ¡oh,
perdona!, tanto, tanto desamor contigo!

¡Perdona, Rey de amor, ¡oh, perdona!, tanto derroche de amor con las
creaturas!

¡Olvida, Rey Crucificado, nuestros innumerables olvidos!

Y olvida, Rey Crucificado, nuestros apegos a las criaturas.

¡Ay..., tan medidos, tanto contigo, Rey Divino... y tan exuberantes, tan
generosos y fieles en demasía con las creaturas!

Como lo pide tu Vicario, el Papa, sé Rey, Jesús Crucificado, no sólo de los


fieles que jamás se separaron de Ti, sino también de los hijos pródigos que te
abandonaron... Pon los ojos, nublados por tu sangre, en aquellos pródigos que
nos son particularmente amados..., seres del hogar querido, fibras de nuestro
corazón, pero que, siendo buenos con nosotros, desconocen tu cetro, rechazan
la práctica positiva de la ley divina, dicen que no eres Tú quien manda cuando
la Iglesia legisla, y se hallan así, Jesús amado, bordeando un precipicio
eterno...; haz que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de
miseria y de hambre. ¡Prueba que eres Rey de amor, véncelos con el cetro de
tu gran misericordia!

(Por ellos tres veces en voz alta)


¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Sé Rey de aquéllos, Jesús, a quienes engañaron opiniones erróneas y


desunió la discordia ... Pobrecitos, son ahora ovejas sin pastor, son navecillas
sin brújula ni estrella, ten de ellos piedad... Tantos de esos espíritus son tal vez
honrados en el fondo, pero bogan desde hace tiempo al garete, a merced de
mil vientos de doctrinas deletéreas... Tráelos al puerto de la verdad y a la
unidad de la fe, para que luego no quede ya más que un solo rebaño y un solo
pastor. ¡Prueba que eres Rey de amor, véncelos con el cetro de tu gran
misericordia!

(Todos)

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría y del
islamismo... Son estos desdichados tan numerosos como las arenas del
desierto ¡ay! y son hijos y son súbditos tuyos. A todos, pues, dígnate atraerlos
a la luz de tu Reino... ¡Prueba que eres Rey de amor, véncelos con el cetro de
tu gran misericordia!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Sé Rey, Jesús Nazareno, sé Rey de aquel pueblo que, en otro tiempo, fue tu
predilecto, haz que descienda sobre ellos como bautismo de redención y vida
la sangre que reclamó un día contra sí... ¡Ah!, pero junto con ellos que Tú
perdonaste en el Gólgota, diciendo a tu Padre que no sabían lo que hacían,
atrae, convierte y luego perdona también a tantos otros verdugos de tu
Corazón y de tu Iglesia, mucho más culpables, que saben de memoria el
Catecismo, recibieron ejemplo y educación cristiana, hicieron su primera
Comunión. Tú los colmaste de gracias en su infancia y juventud y después,
Señor, te traicionaron por interés, por una creatura, por una situación... Mira,
¡oh Jesús!, a esos infelices renegados con la mirada penetrante de ternura con
que miraste a Pedro... ¡Prueba que eres Rey de amor, véncelos con el cetro de
tu gran misericordia!

¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Desde el trono de tu cruz repite, Rey Crucificado, en favor de todas estas


diversas categorías de culpables y de tantos otros, repite: ¡Perdónalos, Padre,
que no saben lo que hacen!

“¡Perdónalos, Padre, que no saben lo que hacen!”

Salve, Rey Crucificado por amor; besamos el trono de tu Cruz, desde donde
estás atrayéndolo todo a tu Corazón. ¡Salve, Rey de amor!

Salve, Rey Crucificado por amor; besamos con emoción y lágrimas tu


diadema sangrienta y crudelísima, quisiéramos con todo celo colocar en cada
espina como joyas que atestigüen tu victoria y tu reinado, millares de almas
convertidas por tu Corazón. ¡Salve, Rey de amor!

Salve, Rey Crucificado por amor; besamos de rodillas la púrpura de tu


realeza, tu sangre, ese manto escarlata que envuelve tus espaldas destrozadas y
tu cuerpo todo hecho una llaga viva para curar la lepra de nuestros pecados,
para borrarlos en la piscina de tu Corazón. ¡Salve, Rey de amor!
Ni los ángeles vestidos de luz de gloria ni Salomón en toda su majestad
terrena, fueron, ¡oh jamás!, tan hermosos, tan grandes, tan conquistadores en
gracia y en belleza soberanas como Tú, Rey Crucificado, como Tú, Jesús,
Dominador de las naciones con el resplandor suavísimo de tus cinco llagas,
que más que soles son y quedarán cinco cielos en que nos embriagaremos tus
súbditos, tus hijos y tus apóstoles en aquel reinado que no tendrá fin. ¡Salve,
Rey de amor!

(Encomendad en un momento de plegaria silenciosa a este Rey Crucificado


la conversión de aquellos seres muy amados y que están en peligro de
perderse).

(Todos)

Jesús se proclamó Rey de las almas, y tomando posesión de la tierra con tu


sangre, la declaró peana de su trono el Viernes Santo... Pero su Resurrección y
después su Ascensión a los cielos no nos arrebató a este Rey Divino... Antes
de morir había edificado ya su Palacio de Gobierno y éste es indestructible...
¡el Sagrario! Desde él dirige y gobierna el mundo de las almas y de la Iglesia,
nuestro Rey Sacramentado... Más amor, más amor, más amor, pide Él en su
silencio sacramental; y la Iglesia, sobre todo desde Pío X, pide más Eucaristía
en el comulgatorio... más Eucaristía en la predicación y en la escuela... más
Eucaristía en la familia... y en la vida... La audiencia diaria está concedida... el
Palacio del Sagrario abierto de par en par y el Rey en su trono aguarda con
anhelos divinos a los numerosísimos invitados al banquete... ¡Pero, ay,
muchos son los llamados y pocos los hambrientos de Jesús-Eucaristía!

Voz de Jesús. “Mi diadema real y mi gloria sois vosotros, ‘filioli’, hijitos
míos; más que los soles y las estrellas... mi trono amadísimo sois vosotros,
amigos queridos; más que las alas de los ángeles... mi palacio no es tanto la
inmensidad de los espacios, cuanto vuestro pecho cuando me brindáis
ardiente, sencillo, apasionado el corazón ante el altar...
¡Y no venís!... Si supierais cómo me duele el alma contar los amigos fieles
tan escasos en el comulgatorio, y tornar luego los ojos tristes y encontrar la
inmensa mayoría de los hijos en la preocupación legítima o pecaminosa de
tantas cosas, de tantas personas, que no son ni mi Persona Divina, ni mi
gloria... Tanto afán y tanto tiempo para todo y para todos, menos para Mí, el
Rey solitario por excelencia... ¡Os llamo, os ruego, os suplico y más os
conjuro por vuestro bien eterno que comáis, que devoréis mi Corazón, que
bebáis de mi cáliz y no venís!... ¡Os prometo paz y fortaleza y luz y torrentes
de gracias y de consuelos y, además, por añadidura, un cielo seguro si sois los
comensales asiduos de mi Mesa eucarística... y ni así venís!... Decid, ¿qué más
podría hacer, de qué ardides y promesas, de qué halagos valerme para
conseguir que seáis más, mucho más míos en el Sacramento de mi amor?

Yo he agotado mis recursos, para conquistaros, he agotado mis lágrimas y


mis ternuras, he agotado mis tesoros y mis promesas para atraerlos y debo
confesar que mi locura de amor no ha prendido sino en muy pocas almas...
¡Cuántos cuerdos en mi servicio ¡ay! y cuántos locos de desvarío mundano, de
amor terreno en el servicio de las creaturas!... ¡Después de esta festividad,
habiéndome aclamado tan solemnemente como Rey, probadme en el
comulgatorio que en realidad lo soy para vosotros y Rey Sacramentado, esto
es, Rey de amor!... Habéis invitado a los ángeles para ayudaros a celebrar y
ensalzar mi divina Realeza, bien está... pero creedme, una sola Comunión
más, hecha con fervor, me glorificaría mejor... Venid, tengo hambre que me
devoréis, ¡oh, venid, y dejadme reinar, devorándoos Yo en el comulgatorio!

Si no ha de aumentar el fervor eucarístico, la festividad de la Realeza no


será sino un Hosanna, muy hermoso, una ovación conmovedora, pero sin fruto
de vida cristiana o, si queréis mejor, dicha fiesta sería como el aclamar a un
Rey, para despojarlo al día siguiente de sus atributos reales: corona, cetro y
púrpura... No será así con Cristo-Rey, ¡oh, no!... Digámoselo con un lenguaje
tan sentido como sincero.

Voz de las almas. Te llaman corrientemente, Jesús, ¡qué tristeza! Rey


solitario, Rey desconocido y abandonado en el Sagrario, pero desde esta fecha
ya no será así... Rey de amor porque muy amante, serás también Rey de amor
porque muy amado. ¡Óyenos benigno!

Rey solitario de grandes y bellísimas iglesias, artísticas, con qué tristeza ves
desfilar tantas veces los curiosos que entran para admirar los mármoles, las
esculturas de tus templos, maravillas de arte y de historia... y Tú quedas
relegado a tu Sagrario y de Ti no se acuerdan y esa gente pasa y no te saluda,
o apenas...

¡Ay!, qué solo estás, Jesús, qué frío hace en aquellos monumentos de arte...
Te aclamamos, Rey de amor, en ellos, te adoramos, te amamos, Rey solitario,
en desagravio por ese abandono...

(Todos)

¡Perdón, Jesús, y venga a nos tu reino!

Rey solitario en tantas iglesias de grandes ciudades, donde hierve una


multitud en las calles y en las tiendas de lujo y en los centros de placer...
Iglesias de grandes capitales, donde la vida es vértigo de negocios por la
mañana y de placer por la noche... ¡Ay!, qué solo estás, Jesús, qué frío hace en
tantas de aquellas iglesias, casi vacías durante la semana... ¡Te aclamamos,
Rey de amor, en ellas te adoramos, te amamos, Rey solitario, en desagravio
por ese abandono!...

¡Perdón, Jesús, y venga a nos tu reino!

Rey solitario en tantas iglesias de ciudades materializadas, tomadas por


asalto por la fiebre del lucro, embriagadas con el éxito creciente de nuevos
negocios... Iglesia de grandes centros industriales, donde es una ínfima
minoría la que acude a rendirte vasallaje de fe y adoración... ¡Ay!, qué solo
estás, Jesús, qué frío hace en tales iglesias..., donde no hacen falta ni un gran
Sagrario, ni un gran copón, porque son contados los que comulgan... ¡Te
aclamamos, Rey de amor, en ellas, te adoramos, te amamos, Rey solitario, en
desagravio por ese abandono!...

¡Perdón, Jesús, y venga a nos tu reino!

Rey solitario en tantas iglesias de pueblos apartados, de poblaciones


reducidas y sumidas en gran ignorancia religiosa...; poblaciones que vegetan
en la vida puramente material, alrededor de una iglesia que no les dice nada,
iglesia sobrado grande aun en días festivos... ¡Ay!, qué solo estás, Jesús, qué
frío hace en tales iglesias, donde la lámpara, en su luz mortecina, parece el
triste símbolo de una fe que se va y de un amor que se ha ido... ¡Te
aclamamos, Rey de amor, en ellas, te adoramos, te amamos, Rey solitario, en
desagravio por ese abandono!...

¡Perdón, Jesús, y venga a nos tu reino!

Rey solitario en tantas iglesias de poblaciones desmoralizadas, pervertidas,


donde es moda el burlarse de lo sagrado, donde sería ignominioso para un
hombre el decir de él que ha puesto los pies, Señor, en tu casa..., donde hace
tiempo no se conoce la piedad, donde se vive lejos de la Iglesia y se muere
tranquilo sin sacerdote ni sacramentos... ¡Ay! qué solo estás, Jesús, qué frío
hace en tales iglesias, pero no te vayas en tu gran misericordia... ¡Te
aclamamos, Rey de amor, en ellas, te adoramos, te amamos, en desagravio por
ese abandono!...

¡Perdón, Jesús, y venga a nos tu reino!


Y para resarcirte, Señor Jesús, por esas soledades, que nos acusan de un
desamor tan cruel; para reparar más cumplidamente ese pecado de los vasallos
que, llamándote su Rey con los labios, te desconocen y ofenden con las obras
y el corazón, queremos decirte, interpretando la voluntad del Pontífice: ¡Rey
Divino, aclamado en los solemnes Congresos Eucarísticos, llevado en triunfo
bajo arcos de victoria y paseado entre vítores de millares y millares de tus
hijos enardecidos en su fe con esas espléndidas manifestaciones de tu
Soberanía social, alienta, Jesús, la llama de dichos Congresos y, al
clausurarlos, recorre las avenidas y las plazas de las grandes capitales
conquistando, bendiciendo y repitiendo que ¡Tú eres Rey, que lo eres desde
esa Hostia!

¡Salve, Rey Sacramentado, Hosanna al Hijo de David!

Rey Divino, muchas son ya, gracias a tu largueza, las Obras Eucarísticas
que en variadas formas y por diversos modos trabajan en darte a conocer y en
hacerte amar en el don de tu Sagrario... Multiplica todavía más dichas
empresas redentoras... y, sobre todo, Jesús, dales luz de fe muy viva y una
llama de caridad ardiente, para que realicen, a pesar de dificultades, sus
ideales de victoria; en dichas obras, como en otros tantos carros de fuego,
recorre como Conquistador de la tierra, repitiendo que ¡Tú eres Rey, que lo
eres desde esa Hostia!

¡Salve, Rey Sacramentado, Hosanna al Hijo de David!

Rey Divino, de un siglo a esta parte incontables son las Congregaciones e


Institutos religiosos fundados para reparar ante el Tabernáculo, para adorarte,
para servirte y hacerte amar sobre todo en el Sacramento de tu amor. Gracias
te damos, Jesús, por ese inmenso beneficio, pues esa legión de Comunidades
Eucarísticas son la roca fiel en que se apoya acá abajo tu trono, Rey de amor...
Ahora te pedimos que esas Congregaciones sean por su fervor cada vez más
dignas de tu predilección, y también más fecundas, más fuertes en la misión
sublime de adorarte y hacerte amar en tu sacrosanta Eucaristía. Por su
influencia, sus trabajos apostólicos y su vida de santidad, recorre victorioso
esta tierra ingrata, repitiendo que ¡Tú eres Rey y que lo eres desde esa Hostia!

¡Salve, Rey Sacramentado, Hosanna al Hijo de David!

Rey Divino, es preciso que tu amor llegue a ser una sangre nueva, un alma
divina de la Sociedad que queremos formar y refundir en la fragua de tu
Corazón... Para conseguirlo es indispensable, Jesús, que las familias cristianas
sean familias profundamente eucarísticas... Querríamos, pues, compenetrarlas
de este amor de amores, querríamos que las almas de los niños de esos
hogares Betanias estuviesen amasadas con tu Carne y con tu Sangre, a fin de
que Tú llegares a ser una vida y una tradición en la familia... Éste sería el
secreto infalible de tu Reinado Social... Existen ya esos hogares dichosos;
recorre, pues, la tierra multiplicándolos, Jesús, y por ellos repite de un polo a
otro que ¡Tú eres Rey y que lo eres desde esa Hostia!

(Todos, tres veces)

¡Salve, Rey Sacramentado, Hosanna al Hijo de David!

(Prometed no perder jamás por culpa vuestra, ni una sola Comunión... y


también el hacer esta campaña Eucarística, sobre todo en las familias del
Corazón de Jesús).

Lo acabamos de decir; la familia amante, generosa, eucarística, debe ser el


baluarte y la ciudadela inexpugnable de Cristo-Rey... El plebiscito de las
familias en estos últimos doce años ha preparado el mundo a esta Fiesta de la
Realeza, pues millares y millones aún de hogares, entronizándolo, es decir,
colocando en trono de gloria y honor al Señor Jesús, lo habían ya aclamado su
Rey... Después de la familia, la Sociedad y la Patria, conjunto ordenado de
hogares cristianos... Antes de terminar, pues, la Hora Santa, pidamos con
clamor de inmensa fe que los hogares-Betania sigan siendo los tronos vivos
del Rey Divino...

Voz de las almas. Rey Creador, Rey Salvador en Nazaret, Rey Amigo, en
Betania, es preciso, es urgentísimo para que Tú reines, para que la Sociedad
cristiana se afirme y se refine en su fe, que la familia sea realmente el
Tabernáculo vivo y la Tienda sacrosanta en que Tú seas glorificado... Bien
sabes el empeño con que tus pobrecitos apóstoles hemos trabajado para
entronizarte triunfante de veras, esto es, conocido y muy amado en hogares
que blasonan de Betanias de tu Corazón Divino.

Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares
mundanos, tan llenos de frivolidad y de mentira como de amargura mortal,
secreta... Cuántas familias, Señor, que de cristianas no tienen sino el bautismo
y un poco más, una fórmula de etiqueta, hogares donde el dinero, los placeres
y las vanidades ocupan ¡ay! el puesto que estaba destinado a Ti, Monarca
adorable... ¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

(Todos)

¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares buenos,
sí, pero tan poco amantes, donde Tú eres un Señor exigente a quien se sirve
servilmente por temor y sin grande amor... Hogares en que se observa en
general tu ley, pero con cierta amargura; donde se arrastra tu yugo, y, sobre
todo, donde la piedad, la vida eucarística, la amistad contigo se consideran
exageraciones indebidas... Ahí no se goza en tu servicio, ahí no calienta el sol
de tu amor... ¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares donde
hay un pecador obstinado, un alma de grandes cualidades naturales, pero
cadáver en el orden sobrenatural; un Lázaro, pero que no quiere resucitar,
tiene miedo, Jesús, que Tú lo saques de su tumba... Dice que está tranquilo,
dice que en el más allá se entenderá contigo, sin necesidad de haberse
confesado acá abajo con tus Ministros... Dice que basta el ser honrado, pero
desecha tu Iglesia, tu Cruz, tu Sangre y tus Sacramentos... ¡Oh!, se necesita,
Rey de Betania, un gran milagro, pero Tú lo harás porque eres Jesús... ¡Por
María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares tan
probados por la cruz de pesares morales... de duelos dolorosísimos, de torturas
de familia que no se nombran, pero que Tú conoces... de penas ciertamente
más amargas que la muerte... ¡Ah!; y esa cruz suele agravarla a veces la
enfermedad y la situación material muy penosa de una familia buena y
numerosa... Endulza, fortifica, consuela, alienta, como sólo Tú puedes hacerlo,
derrocha como Rey de amor tu Corazón en esa casa atribulada... ¡Por María
Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!
¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares del todo
tuyos, donde si no faltan dolores y cruces, éstas son recibidas como un don de
tu misericordia, porque Tú eres ahí el Rey y el Amigo íntimo, porque tu
Corazón es en esa Betania el centro y el todo de esos hogares dichosos... Cada
uno de ellos es un oasis en el desierto, ahí descansas entre amigos del alma,
ahí los padres y los hijos son tu diadema, ahí mandas con imperio absoluto,
ahí no hay más que una ley: la de amarte, la de hacer tu voluntad, la de darte
inmensa gloria. Bendice y colma esas familias, multiplícalas en esta hora
solemne, Rey de amor... ¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable
Corazón!

¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!

Y puesto que nuestras familias al entronizarte votaron solemnemente, Rey


de reyes, en favor de esta fiesta de tu divina Realeza, déjanos sin más
transición, Jesús, aclamarte en nombre de nuestra Patria con entonación de
patriotismo cristiano... Pon atento el oído, Cristo-Rey, te hablamos en nombre
de nuestros hogares y de la nación de tu Corazón. En presencia, ¡oh Jesús!, de
la Reina Inmaculada y de los ángeles que te adoran en esta Hostia Sacrosanta,
a la faz del cielo, y también de la tierra rebelde y mal agradecida, te
reconocemos, Señor, como el único Soberano y Maestro, y como la fuente
única de toda Autoridad, de toda Belleza, de toda Virtud y de toda Verdad...

Por esto, de rodillas y en espíritu de reparación social, te decimos: No


reconocemos un orden social sin Dios: ¡La base de todo orden social es tu
Evangelio, Jesús!

¡La base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús!


No reconocemos ninguna ley de verdadero progreso sin Dios: ¡La ley de
todo progreso es la tuya, Jesús!

¡La ley de todo progreso es la tuya, Jesús!

No reconocemos las utopías de una civilización sin Dios: ¡El principio de


toda civilización es tu espíritu, Jesús!

¡El principio de toda civilización es tu espíritu, Jesús!

No reconocemos una justicia sin Dios: ¡La justicia integral eres Tú mismo,
Jesús!

¡La justicia integral eres Tú mismo, Jesús!

No reconocemos la noción de Derecho sin Dios: ¡La fuente del Derecho es


tu Código inmutable, Jesús!

¡La fuente del Derecho es tu Código inmutable, Jesús!

No reconocemos una libertad sin Dios: ¡El único Libertador eres Tú mismo,
Jesús!
¡El único Libertador eres Tú mismo, Jesús!

No reconocemos una fraternidad sin Dios: ¡La única fraternidad es la tuya,


Jesús!

¡La única fraternidad es la tuya, Jesús!

No reconocemos ninguna verdad sin Dios: ¡La Verdad substancial eres Tú


mismo, Jesús!

¡La verdad substancial eres Tú mismo, Jesús!

No reconocemos un amor verdadero sin Dios: ¡El Amor Increado eres Tú


mismo, Jesús!

¡El Amor Increado eres Tú mismo, Jesús!

Reinado del Corazón de Jesús, reinado no sólo íntimo, sino Social y


Nacional, tal es la gran afirmación doctrinal de la nueva fiesta de la Realeza...
¡Oh!, qué urgente y oportuno es poner muy de relieve este principio católico
para combatir y reparar el horrendo delito de lesa Majestad Divina cometido
por tantos pueblos y Gobiernos laicos y apóstatas del Evangelio... Pero
desahoguemos mejor el corazón en una plegaria.

Voz de las almas. Señor Jesús, al terminar esta Hora Santa queremos
evocar en torno de este trono eucarístico, aquellos soles de santidad, aquellos
Reyes santos, cuyo heroísmo de amor en plena corte y sobre el trono preparó
ciertamente, Rey Divino, la apoteosis de esta gran festividad en tributo de
vasallaje a tu sacrosanta Realeza...

Bajad, pues, del Paraíso, Reyes santos, acudid prestos con vuestros loores,
adoraciones y cantares.

¡San Eduardo, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Casimiro, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Canuto, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Enrique, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Esteban, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Wenceslao, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Luis, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Hermenegildo, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡San Fernando, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!


¡Santa Isabel, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡Santa Margarita, Cristo, Rey de Reyes, salvad a nuestra Patria!

¡María Inmaculada, Emperatriz del Cielo, reina muy amada de la tierra,


Virgen Madre, precursora de luz y de esperanza del Rey de amor, preparadle
el trono en nuestra Patria, que Jesús reine en nuestro pueblo, que inspire Él,
Sol de justicia y de verdad, nuestras instituciones y leyes, que nuestra nación
sea, oh María, la peana del trono de Cristo-Rey!

Y ahora, acércate, Monarca adorable ya aquí en medio de los tuyos,


estrechándote tus hijos recibe de su mano la diadema que quisieron arrebatarte
los que, siendo polvo de la tierra, se llaman poderosos, porque en tu humildad,
creen injuriarte de más alto...

Adelántate triunfante en esta ferviente congregación de hermanos... No


borres las heridas de tus pies ni de tus manos... No abrillantes, no hermosees,
deja ensangrentada tu cabeza... ¡Ah!, y no cierres, sobre todo; deja abierta la
profunda y celestial herida de tu pecho... Así, Rey de sangre así..., cubierto
con esa púrpura de amor y con la túnica de todos los oprobios..., sin
transfigurarte..., Jesús, el mismo de la noche espantosa del Jueves Santo,
preséntate, desciende y recoge el hosanna de esta guardia de honor que vela
por la gloria del Corazón de Cristo Jesús, su Rey!

(Todos, en voz alta)

¡Viva tu Sagrado Corazón!


Los Reyes y gobernantes podrán conculcar las tablas de tu Ley; pero, al
caer del sitial de mando en la tumba del olvido, tus súbditos seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los legisladores dirán que tu Evangelio es una ruina y que es deber


eliminarlo en beneficio del progreso...; ¡pero, al caer despeñados en la tumba
del olvido, tus adoradores seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los ricos, los altivos, los mundanos, encontrarán que tu moral es de otro
tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la conciencia...; pero, al
confundirse con las sombras de la tumba del olvido, tus hijos seguiremos
exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los interesados en ganar alturas y dinero vendiendo falsa libertad y


grandeza a las naciones..., chocarán con la piedra del Calvario y de la
Iglesia..., y al bajar aniquilados a la tumba del olvido, tus apóstoles
seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!


Los heraldos de una civilización materialista, lejos de Dios y en oposición
al Evangelio..., morirán un día envenenados por sus maléficas doctrinas, y al
caer a la tumba del olvido, maldecidos por sus propios hijos, tus consoladores
seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Los fariseos, los soberbios y los impuros habrán envejecido estudiando la


ruina, mil veces decretada, de tu Iglesia..., y al perderse, derrotados, en la
tumba de un eterno olvido... tus redimidos seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

¡Oh, sí, que viva! Y al huir de los hogares, de las escuelas, de los pueblos,
Luzbel, el ángel de las tinieblas, al hundirse eternamente encadenado a los
abismos, tus amigos seguiremos exclamando:

¡Viva tu Sagrado Corazón!

Y al despedirnos, Rey de gloria, en esta tarde más hermosa que alborada,


recibe con nuestros vítores las ovaciones de nuestras almas:

¡Salve, Corona de espinas de mi Rey y mi Dios!


(Todos)

¡Cristo venza, Cristo reine, Cristo impere: viva su Sagrado Corazón!

¡Salve, cetro de caña de mi Rey y mi Dios!

¡Cristo venza, Cristo reine, Cristo impere: viva su Sagrado Corazón!

¡Salve, manto de escarlata, púrpura real de mi Rey y mi Dios!

¡Cristo venza, Cristo reine, Cristo impere: viva su Sagrado Corazón!

¡Salve, Cruz bendita, trono de mi Rey y mi Dios!

¡Cristo venza, Cristo reine, Cristo impere: viva su Sagrado Corazón!

¡Oh!, repite ahora, Rey de amor, murmura al corazón de cada uno de tus
hijos, lo que prometiste a tu sierva Margarita María: “Reino por mi Divino
Corazón”.
Acto de consagración del género humano al Sagrado Corazón de
Jesús

Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente


postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser: y
a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno
espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando


vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh, Jesús benignísimo!
Compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos todos a vuestro Corazón
Sacratísimo.

¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de
Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan
pronto a la casa paterna, porque no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey
de aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven
separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de fe, para
que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que
permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del Islamismo:
dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino. Mirad, finalmente, con ojos
de misericordia, a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro
predilecto: descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de
vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh, Señor,
incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la
tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no
resuene sino esta voz: Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud;
a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así
sea.

Cinco veces en honor de las Cinco Llagas, por la Patria:

Corazón divino de Jesús: ¡Venga a nos tu reino en nuestra Patria!

También podría gustarte