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Hora Santa
Hora Santa
Año Nuevo
He aquí que se levanta con la aurora del Año Nuevo el verdadero Sol de
paz, de esperanza y de amor: el Corazón Divino de Jesús, sol de una nueva
vida para su gloria y nuestra dicha... ¡Gloria a Él en las alturas, gloria a Él y
sólo a Él aquí en la tierra!...
Es preciso que el año que comienza marque una nueva etapa de triunfo en el
avance victorioso, social e íntimo del Corazón de Jesús...
“Pax vobis!”. Sí, os la traigo Yo mismo para vuestros hogares enlutados por
el dolor, heridos por las desgracias, patrimonio obligado de este valle de
lágrimas...
Venid, amigos del alma, acercaos; no temáis como los apóstoles: acercaos
más, mucho más...: buscad la dichosa intimidad del Corazón de vuestro Rey,
de vuestro Hermano, de vuestro Amigo...: no temáis... Yo soy vuestro Jesús.
Sí, acercaos con tal intimidad que toquéis las llagas de mis pies y de mis
manos...; acercaos y penetrad en la llaga del Costado... ¡Oh!, poned en ella con
confianza la mano querida, y más: entrad profundamente en ella con el alma y
quedad ahí; abismaos para siempre en esta herida, morada vuestra en el
tiempo y en la eternidad... Yo no he cambiado, hijitos míos no: soy el mismo
dulce Jesús, bueno, misericordioso, nacido de la Virgen María, vuestra
Madre... Soy realmente hijo suyo...; somos, pues, hermanos muy queridos: no
me temáis.
Para recoger con fruto, consoladores míos, esta enseñanza que condensa
todo mi Evangelio, para que sea realmente provechosa para este año y para la
vida, vaciad ante todo el corazón, aligerad el alma de todo lo terreno y
saboread en seguida la lección que quiero daros, en un gran recogimiento de
espíritu... Oídme:
Sí, todo lo que no es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús.
(Breve pausa)
Con todo, no quiero veros amargados con exceso, hijos míos, y menos aún
no querría, ¡oh, no!, veros desanimados... Porque si es verdad que el mundo
no es sino vanidad, sabedlo, meditadlo: Yo he vencido al mundo con la
suprema y dichosa Realidad de mi Persona y de mi Amor.
No así vosotros, hijitos míos...; y puesto que para vosotros soy la Realidad,
que lo llena todo y que lo suple todo, quiero que me lo digáis aquí ante mi
altar con palabras del alma.
(Todos)
¡Oh, sí, Tú, Señor y sólo Tú, la dichosa, la inmutable y eterna Realidad!...
Con ella, es decir, contigo, la vida, ya de por sí tan vacía de toda paz, tan
pobre de verdadera belleza, nos será soportable, llevadera, no obstante las
tumbas, las ruinas y los abrojos sembrados a lo largo del camino... ¡Ah, pero
siempre contigo, Señor Jesús!
Este año que hoy comienza no nos inquieta, Maestro, a pesar de las mil
vicisitudes azarosas que trae consigo; ¡pero... teniéndote a nuestro lado a Ti,
Jesús!
Bien pueden, Jesús, los vanidosos, los sensuales, los mundanos y los
frívolos seguir soñando sobre las ruinas lamentables de sus quimeras
insensatas... Entre tanto, nosotros, pobrecitos y a la vez más ricos que ellos,
porque más favorecidos por tu gracia, tan gratuita como espléndida, queremos
protestarte que, dejando el mundo de lado, Tú sólo nos satisfaces y nos
bastas... Y alentados por el don de tu Corazón adorable, nos proponemos
resueltamente comenzar una vida nueva con este Año Nuevo, viviendo más y
más desengañados y desprendidos de los falsos bienes y de los placeres
engañosos de la tierra... Por esto, Jesús, desde esta alborada, al iniciar un año
que nos avecina a tu eternidad, nos arrojamos entre tus brazos y, con fe del
alma, te protestamos que, de aquí en adelante, no queremos otro bien que Tú
mismo Jesús...
(Todos)
(Tres veces)
(Todos)
Mas suponed que el mundo no ceje, que la lucha recrudezca y que por causa
de vuestra fidelidad tengáis que sufrir cruces y baldones... ¿con qué grito del
alma llamaríais entonces en socorro vuestro?...
¿Por qué esa tristeza, hijitos míos? ¡Qué! ¿Tal vez tenéis en el hogar algún
enfermo del alma a quien amáis mucho, pero que no me ama a Mí?...
¡Pobrecito! Yo quiero salvarlo, él no pide, pero vosotros pedís por él. ¿Qué
fortuna queréis para el hogar?...
I. Don de Luz. ¿Recordáis lo que decía el ciego? “¡Señor, haz que vea!”.
Mucho más ciego que este desdichado Nicodemo, ciego del alma, calla y
teme... ¡Oh, con qué fulgor victorioso debieron brillar los ojos de Jesús,
mirando con dulzura a Nicodemo en la primera entrevista misteriosa!
¿Imagináis la turbación que la proximidad estrecha y las palabras del Maestro
divino provocarían en el alma tímida de ese ciego, temeroso de sanar?... Pero,
¡cuán fuerte, cuán irresistible debió ser la atracción del imán, de los ojos y del
Corazón de Jesús! Cada palabra suya era una saeta de luz que lo traspasaba,
conquistándolo... Con infinita suavidad, el Sol divino avanza, penetra en los
abismos de esta alma recta... Pero a pesar de su rectitud, de su buena voluntad,
hubo ciertamente un primer momento de sorpresa, de resistencia secreta, de
lucha... ¡Era tan fuerte en ella el respeto humano!
Lenta, pero profundamente, traspasan esa alma del Rabino, derriten sus
hielos, calcinan la roca... ¡Ved: el Sol, Jesús, ha triunfado; Nicodemo,
vencido, le adora! ¡Qué enseñanza!... En la medida en que el famoso Rabbi,
Nicodemo, se olvida y se desprende de sus prejuicios, de sus propias ideas y
pasiones...; en la medida en que muere a sí mismo, una luz, una inmensa luz
invade todo su ser...
Cuando Nicodemo apaga sus luces, el Señor prende la suya. Esa será
también nuestra propia historia.
No seremos los verdaderos hijos de la luz sino en la medida en que sepamos
desprendernos, desasirnos de nosotros por una perfecta inmolación de espíritu.
La luz no llega al fondo de un alma sino por la cruz de Jesús. Pero, ¡gracias
también a nuestras propias cruces!... Se repite, pues, con ligeras variantes, la
historia de Saulo en el camino de Damasco: la misericordia del Señor nos
sorprende en el camino de tinieblas, nos asalta, nos echa por tierra, nos obliga
a morder el polvo... Sólo entonces, humillados y en la Cruz, somos capaces de
oír y de comprender en el fondo de nuestras almas estas palabras de luz
inefable: “¡Yo soy Jesús de Nazaret!”.
¡Oh, si entre estos amigos del Señor hubiera alguno que le tema demasiado,
que por esto vacila en acercarse, que se acerque sin recelos, que busque la
vecindad, ¿qué digo?, la intimidad del Maestro!... ¡Ah, sobre todo, que no
resista al llamamiento amoroso que le hace Jesús en esta Hora Santa... Que si
teniendo las dulces exigencias de su Amor, tomara la fuga, el camino
extraviado de Damasco, el Amor de los amores saldrá a su encuentro, lo herirá
en el corazón, y por esta herida de amor penetrará la luz!
¡Oh, mil veces felices aquellos a quienes fustiga e hiere Jesús; felices las
almas a quienes el Señor hace llorar! Por estas lágrimas les revelará un día el
esplendor de su Belleza soberana.
(Breve silencio)
(Tres veces)
(Con unción)
Pero he aquí que por fin alguien se detiene: ¿Quién será?... Una luz
suavísima parece irradiar de Él, y le precede... Ved: ya está junto al herido...
¡Qué belleza de majestad dulcísima, conquistadora, envuelve toda su
persona!... ¡Oh, qué compasión tan honda revela su mirada y qué bondad
indecible, arrobadora, relampaguea en su rostro, de hermosura más que
humana!... Al verle se diría que es un hombre que va a estallar en sollozos...
¡Oh, se diría más bien un Dios de una ternura, más que inmensa, infinita!...
¡Quién puede ser sino... Jesús!... ¡Oh, sí, es Él!... Se llama a Sí mismo el
Hombre-Dios de todos los dolores, y nosotros le llamamos el Hombre-Dios de
todas las misericordias... Aparece como Señor de la majestad en el camino de
sus ángeles..., y se presenta como el Señor de todas las ternuras en el camino
de los mortales, de los hombres, sus hermanos...
¿No es verdad que ésta es vuestra historia?... ¡Oh, cuán cierto es que no hay
sino un sólo Jesús, uno solo; pero Él nos basta! Por esto, cediendo al impulso
de nuestra inmensa gratitud, cantemos y alabemos la compasión y la
misericordia infinita del Corazón del Salvador...
(Poned el alma entera en cada palabra...)
Las almas. ¡Oh, Jesús adorable, Rey, Hermano y Amigo, creemos, ¡oh, sí!,
que Tú bajaste del cielo para traernos la vida y para dárnosla superabundante...
Creemos que viniste en busca de los enfermos gravísimos y sin remedio, de
aquellos que ya parecían como náufragos abandonados... Sí, viniste para ellos
sobre todo, para sanarlos, y, una vez curados y embellecidos por tu gracia,
para devolverlos al Padre que te los confió. ¡Ay, con sentimientos de humildad
y de arrepentimiento debemos y queremos reconocer, Maestro adorable, que
hemos sido nosotros las ovejas extraviadas, el hijo pródigo, la dracma perdida,
la caña rajada, la mecha humeante, el acreedor rebelde, el servidor culpable y
la roca empedernida que rechazó la simiente, regada con tu sangre!...
¡Perdón, Jesús, Salvador!... ¡Perdón, Jesús, oh, Buen Pastor! ¡Perdón, oh,
Padre de misericordia infinita por el sinnúmero de infidelidades de nuestra
vida pasada!... ¡Perdón!
(Todos)
¡Ten piedad, Señor, para tantos hogares infelices que luchan, cantan y
lloran, sin las luces ni los consuelos de la fe, sin la gracia y fortaleza de tu
santo amor!... ¡Por la reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!...
¡Corazón de Cristo-Amigo: sé Jesús para ellos todos!
III. El Don del Sagrado Corazón. Como si los inapreciables dones de luz
y de misericordia no bastaran para probarnos su liberalidad, he aquí que Jesús
se propone resumir todas sus larguezas en el don inefable, sublime de su
Sagrado Corazón. Para explicarnos tanta belleza, acudamos una vez más al
Evangelio, ya que la sabiduría como la elocuencia humana quedan cortas y en
extremo pobres para darnos una lección cumplida.
En realidad, éste es un misterio tal que nos abisma y confunde... ¡Es preciso
ser Jesús para amar de esta suerte, para ofrecer gratuitamente un don
semejante... y que sólo Él nos puede hacer!...
¡Jesús agoniza en el Calvario!... ¡A sus pies, cerca de Juan... más cerca aún
de la Reina Inmaculada, está... Magdalena!... ¡A un lado, la inocencia
conservada, y del otro, la inocencia recobrada!... ¡Y ambos, Juan y
Magdalena, por testigo la Reina Inmaculada, reciben igualmente, en
testamento supremo, el Corazón de Jesús!
¡Oh!, terminemos por esto la Hora Santa dando rienda suelta a nuestro
júbilo, a nuestra confianza y gratitud... ¡Que nuestra última plegaria tenga la
cadencia de un verdadero himno, cántico de alabanza, de acción de gracias y
de amor, al Corazón de Jesús Sacramentado!
¡Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás a tu paso las
flores de los campos y los lirios de los valles de tu Patria, y en pago hemos
sido nosotros las zarzas y las espinas de tu corona! Pero no te canses de
nosotros; acuérdate que eres Jesús para estos pobres desterrados.
¡Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses, las
viñas y los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos pagado siendo
tantas veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero... no te canses de nosotros:
acuérdate que eres Jesús para estos desterrados!
¡Oh!, en este día venturoso, déjanos porque hemos sido ingratos contigo,
Jesús Sacramentado, déjanos ofrecerte un himno de alabanza en el tono
inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre del Amor
Hermoso.
(Todos)
¡En reparación de tantos como le olvidan, amemos más, amemos con amor
más fuerte que la muerte!...
(Cinco veces)
Poned los ojos en mi pecho herido... ahí tenéis el Corazón que os ha amado
hasta los abatimientos de Belén... y más; hasta las humillaciones y oscuridades
de Nazaret... mucho más aún; hasta las agonías afrentosas del Calvario... Es
éste el mismo Corazón que dejó de latir en el Gólgota, sí, el mismo, que sigue
amando en la hoguera inextinguible del altar... de la santa Eucaristía.
¡Y vosotros no me amáis!
Por esto, me apena hasta la agonía que la viña de mis amores haya
producido las espinas que circundan mi divino Corazón... Arrancádmelas en
esta Hora Santa y amorosa, en esta hora feliz para vosotros, y también para
este Dios-Cautivo, que brinda amor, que espera amor, que pide amor en el
Sagrario.
Desfallezco de caridad... acercaos y sostenedme en esta agonía sacramental
de veinte siglos... ¡Sed mis ángeles consoladores!...
¡Estoy triste hasta la muerte..., venid, éste es el Corazón que jamás dejó de
amaros... venid, aceptadlo en prenda de resurrección! Hijos míos, venid y
dadme en cambio del mío vuestros corazones, vuestras almas, vuestras vidas,
vuestras penas y alegrías... ¡Oh, sed todo míos!... ¡Y todos!... Os perdono...
¡pero amadme!... ¡Decídmelo de una vez... decidme que soy vuestro Rey y que
aceptáis reconocidos el don incomparable de mi Sagrado Corazón!...
(Pausa)
Por amor a la Virgen María, dánoslo, Jesús, en las horas de fervor, cuando
sintamos los deseos vehementes de amar y de sufrir como los santos.
Danos para siempre tu Divino Corazón.
Por amor a San Juan, dánoslo, Jesús, en las horas tan contadas de paz, y
cuando disfrutemos de la dulce tranquilidad de una conciencia pura... o
perdonada...
Por amor a tus tres amigos de Betania, dánoslo. Jesús, en las horas del pesar
y la tristeza, cuando caigan sobre nuestras almas las tormentas del dolor...
¡Oh, sí!, entréganos tu Corazón como una vida, como un oasis, como un
cielo... Y, aunque no lo merezcamos, confíanos, Jesús, con él todos sus tesoros
de luz, de paz, de fortaleza, pues en este santuario divino queremos aprender a
amarte... y a darte gloria... ¡Jesús, nos diste ya tu Cruz..., nos diste tu Madre...
nos diste tu Sangre... danos ahora para siempre, Señor, danos, desde el
destierro, el paraíso de tu Corazón! Con él, no ambicionamos ya nada más en
el cielo ni en la tierra...
(Pausa)
(Pedidle gracia de fidelidad y gracia de generosidad para pagar al Señor el
don incomparable de su Corazón... Rogadle que esta Hora Santa os traiga
una nueva luz, una gran luz, para apreciar la amabilidad y largueza infinitas
de un Dios, que os ofrece la fuente de su propia vida; para daros nueva vida...
Humillémonos, confundámonos... y sobre todo, amemos a Aquel que nos ha
amado tanto... Oigamos su voz...)
Estoy fatigado... estoy herido y triste, no demoréis, venid con gran amor y
brindadme, con fe viva, un hospedaje de ternura, de ardorosa fe, de caridad
consoladora en vuestras almas... ¡Soy Jesús... tengo hambre de vosotros...
habladme... abridme... amadme!... ¡oh! ¡amadme sin medida!
Las almas. Al verte tan de cerca y tan benigno, lejos de exclamar como tu
apóstol: “Apártate, Señor, aléjate, porque somos miserables pecadores...”,
queremos, por el contrario, abalanzarnos a tu encuentro, acortar las distancias
y estrechar la dichosa intimidad entre tu Corazón y los nuestros...
(Lento y cortado)
¡Ven, Jesús... ven a descansar en nuestro amor, cuando gimas por los
vituperios y por las cadenas con que ultrajan a tu Iglesia santa los poderosos y
aquellos mentidos sabios cuyo orgullo condenaste con dulcísima firmeza...
acuérdate que somos tuyos... que estamos consagrados a la gloria de tu Divino
Corazón!...
Sobre el altar de nuestro sacrificio, por tu gloria, queremos que se cante esta
palabra: ¡viva tu Sagrado Corazón... venga a nos tu reino!
(Lento y cortado)
(Pausa)
(Pausa)
Las almas. Gracias, Señor Jesús, por la misericordiosa ternura con que,
previniendo nuestros males, nos ofreces el remedio prodigioso de tu
Corazón... Gracias por la preocupación incomprensible de nuestros intereses
que debieras olvidar, en castigo de nuestros propios olvidos y de tantas
ofensas... Gracias, Jesús benigno y manso del Sagrario... Mira, en retorno del
más íntimo reconocimiento, en desagravio de las ingratitudes ajenas y propias,
queremos en esta Hora Santa, nosotros los preferidos de tu grey pequeñita,
pensar con ansias de amor en tus sacrosantos intereses... Son tantos los
conjurados que traman el complot deicida de la blasfemia, de la negación
pública y social de tu realeza... Son tantos los culpables comprometidos, Jesús,
en guardar un silencio que te condena con la hipocresía de quien no se digna
siquiera nombrarte, o, lo que es más hiriente, de quien aparenta ni siquiera
conocerte... Y te azotan... y te despojan... y te escupen... y por razones que
llaman de justicia y de paz social, ¡piden tu destierro y decretan tu muerte!
¡No, Soberano del Amor, mil veces no! Aquí congregados como en un
cenáculo, vivificados por el fuego del Pentecostés de tu Divina Eucaristía,
protestamos de ese deicidio legal de nuestra época; e inflamados por el celo de
la gloria de tu causa, te aclamamos Vencedor y Rey, te exigimos el triunfo de
tu caridad, prometido a las huestes que combaten al grito de “viva el Sagrado
Corazón”... ¡No queremos que otro reine, sino sólo Tú!...
Los malos ricos, los altivos, los mundanos, hallarán que tu moral es de otro
tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la conciencia... pero, al
confundirse con las sombras de la tumba y del olvido, tus hijos seguiremos
exclamando:
¡Oh, sí!, que viva y, al huir de los hogares, de las escuelas, de los pueblos
Luzbel, el ángel de tinieblas, al hundirse eternamente encadenado a los
abismos, tus amigos seguiremos exclamando por los siglos de los siglos:
(Lento y cortado)
Eres tan dulce, Jesús-Eucaristía, da una victoriosa luz a tantos ciegos que no
quieren ver tus maravillas... ni reconocerte a ti como el Camino... hazlo por tu
Madre y por tu Corazón...
(Pausa)
Mucho en redimirme,
(Cinco veces)
(Lento y cortado)
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo consintiera...
Nos vamos llevando paz, mucha paz, consuelos divinos y nueva vida... ¡Ah!,
pero, sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a ti,
amadísimo Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor
que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende,
pues, los niños que comulgan... ¡sé su Amigo!... Señor Jesús, acoge manso y
bueno, nuestra última oración:
(Todos)
Acto de consagración
Dichosa soledad del Sagrario... ¡Qué bien descansa el alma así, entre las
sombras del santuario, a los pies de Jesucristo, que es la luz!
(Pausa)
(Pedidle que acepte esta Hora Santa, como la plegaria de todos nuestros
hogares).
(Lento)
(Lento y cortado)
Por las ternuras que prodigas a las almas doloridas que, sufriendo te
bendicen en sus penas y en la Cruz.
Por los singulares beneficios a tantos ingratos, mal nacidos, que abusan de
situación, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por tu Eucaristía sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía tuya
deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...
Las almas. ¡Oh, amabilísimo Cautivo!, encadena también estas almas, que
quieren compartir la soledad de tu prisión... te piden que su cautividad, como
la tuya, sea eterna... y te suplican para ello que les des por cárcel, en la vida y
en la muerte, el abismo insondable de tu Costado herido. ¡Sí, arrójanos en él a
todos, como rehenes por los grandes pecadores, por aquéllos que reniegan de
tu altar y blasfeman de tu Cruz!... Queremos que se salven para ti, y por la
gloria de tu nombre... ¡Redímelos, Jesús Sacramentado, cabalmente a ellos, los
verdugos de este Gólgota, en que vives perdonando sus ofensas!...
Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y los hijos.
(Pausa)
(Lento y cortado)
Dime: y tú ¿no has sido infiel, o no me has herido nunca?... ¿No me has
abandonado en mi Pasión?... Respóndeme yo quiero darte, en esta Hora Santa,
el ósculo de paz, y de perdón... ¡Respóndeme!
(Breve pausa)
Las almas. ¿Qué tengo yo, ¡oh, Divino prisionero!, que Tú no me hayas
dado?
Mucho en redimirme;
(Pausa)
(Cortado)
Jesús. “Hijos míos: estoy angustiado... estoy herido, vengo llorando una
inmensa desventura... de lejos llego con el Corazón atravesado, ¡aquí me
tenéis despedido del lecho de agonía de un desgraciado moribundo!... Me ha
rechazado porque dice que es justo y que no me necesita... ha dicho que muere
tranquilo, sin dejar que Yo le abrace y le perdone...; ha expirado sin mirar mi
Cruz, sin bendecir mis llagas...; ya murió sin aceptarme... ¡Y le había amado
tanto!... Le había redimido con mi sangre... ¡y no ha tenido para mí, ni el
último latido, ni su última mirada!
(Breve pausa)
¿Qué aguardáis? Pedid, ¡oh sí, pedid con fe! Pues este vuestro Dios quiere
vengar su cautiverio, haciendo la felicidad del mundo... Llamad a la herida de
mi pecho, y se abrirá de par en par mi Corazón... Pedid, pues. ¡Quiero ser
Jesús!... cumpliendo con vosotros mis promesas!
(Pausa)
Las almas. ¡Oh, buen Jesús, absorto en tus dolores..., confundido por tu
soledad y tus tristezas, he olvidado mis pedidos y las necesidades de mi alma
pobrecita!... Adivina Tú las flaquezas de tu siervo, y cura sus heridas más
secretas... Mi hogar también espera en esta Hora Santa la bendición de tu
Corazón, agonizante; no suprimas en él, si así es tu voluntad, no agotes el
manantial de lágrimas de mi familia atribulada: ¡pero acércate a los míos y
enséñales a padecer amando, puestos los ojos en tus ojos celestiales, y
cobijadas sus almas combatidas en tu alma divinamente acongojada!
Y mira, amabilísimo Maestro; bendice también desde esa Hostia los tesoros
del hogar, que nos robó la muerte; bendice a nuestros muertos, y dales pronto
el descanso eterno de tu cielo... Hemos padecido con esas ausencias
desgarradoras, pero, al verte agonizar también a Ti por nuestro amor, hemos
dicho, resignados: “¡Hágase tu voluntad!”. No te olvides de ellos, ¡oh!, y
acuérdate también, hermoso Nazareno, de aquellos que en el mundo viven
enteramente huérfanos de cariño... de los olvidados por los hombres en el
banquete de la vida..., de tantos que la tierra menosprecia en su soberbia, y
que padecen hambre de amor y de justicia. Tú sabes cómo hiere aquel desdén
de los hermanos... ¡Te ruego, pues, que te apiades de ellos, en tu gran
misericordia!
(Pausa)
(Todos)
1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida.
4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte.
6ª. Y tus predilectos, quiero decir los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor...
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo y por la
Comunión de los primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa
infalible... te lo pedimos en el trance decisivo de la muerte.
(Pausa)
(Cortado)
Cuando tu Iglesia ore y gima ante el altar, para rescatar contigo al mundo, y
yo me encuentre en la agonía... su sacrificio y su plegaria son los míos...,
acuérdate del fiel amigo de tu Divino Corazón.
(Pausa)
(Cinco veces)
Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que
en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como
bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura; otorga, a todos los
pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra
resuene esta sola aclamación:
Señor y Amigo, Jesús adorable: he aquí a tus hermanos, que te buscan...; tus
íntimos llaman esta tarde, con insistencia, a las puertas del Sagrario, deseosos
de hablarte sin testigos, lejos de la muchedumbre... Quieren conversar contigo
a solas...; tienen más de una confidencia que hacerte...
Te ruegan, pues, que les permitas hablar contigo, con la dulce intimidad de
Juan, con el abandono y la confianza de Lázaro, de Marta y de María, con la
sinceridad de Nicodemo...
Ábrenos, Jesús, ábrenos de par en par las puertas del cielo de tu Corazón...
Ábrenos, Jesús, ábrenos la herida del Costado... Mira que somos los hijos
de María; somos, pues, tus hermanos pequeñitos, los colmados de tus gracias.
¡Deseamos tanto desahogarnos contigo, hablándote en el idioma que Tú
mismo enseñaste a tus amigos íntimos, cuando los llamaste a grandes voces,
desde Belén y el Calvario, y, siglos más tarde, desde el altar de Paray-le-
Monial!...
No tardes en abrirnos, Jesús, no nos dejes por más tiempo en los dinteles del
Sagrario de tu dulce Corazón... Mira que se hace tarde y que anochece... Mira
cómo las creaturas se afanan por disiparnos..., y con qué empeño los dolores
pretenden abatirnos..., y el infierno turbar nuestra paz y arrebatarnos de tus
brazos.
Acuérdate, Jesús adorable, que Tú mismo nos invitaste a esta Hora Santa,
cuando la pediste a Margarita María... Recuerda, ¡oh Rey de amor!, que, según
tus propios designios, es ésta la hora de Gracia por excelencia, ya que en ella
ofreciste confiar tus secretos, en retorno de las confidencias de tus
consoladores y amigos...; confidencias recíprocas que labrarán la eterna
intimidad entre tu Corazón y los nuestros...
¡Oh!, mejor aún que ellos, te adoramos en unión con la Reina Inmaculada y
en su Corazón de Virgen-Madre... Y para suplir nuestra indigencia, nos
acercamos al Sagrario, con los divinos ardores de Magdalena, el día venturoso
en que la perdonaste..., con la fe de tus discípulos en el día de tu Ascensión
gloriosa, y con la caridad de tus apóstoles en la hora de Pentecostés... Con
todos ellos te adoramos, la frente en el polvo, ¡oh Rey Hermano, oh Salvador-
Amigo, oh Dios de misericordia!, en el Santo de los Santos del solitario
Tabernáculo...
Y ya que nuestros labios apenas saben balbucir una plegaria, y puesto que
nuestros corazones pobrecitos son tan incapaces de amar de veras y de
expresar su amor, encargamos con filial confianza a la Reina del Amor
Hermoso que Ella te hable por nosotros, sus hijos y tus amigos...
Sí, háblanos, Maestro, ya que sólo Tú tienes palabras de vida eterna... Jesús,
Amor de amores, habla a los amigos que te escuchan de rodillas anhelantes,
conmovidos...
(Y ahora escuchémoslo con un gran recogimiento... Oigámoslo como si lo
viéramos con nuestros propios ojos, ahí en esta Hostia Divina...
Presentémosle el homenaje de una adoración ferviente, en un acto de fe
ardorosa en su Presencia real, y al adorarlo así, ofrezcámosle, sobre todo, un
homenaje del corazón, es decir, todo nuestro amor, en espíritu de solemne
reparación).
(Pausa)
(Y ahora, para oír su voz divina, que todo calle, que todo desaparezca,
todo, menos Jesús... Bebed ansiosos sus palabras).
Voz de Jesús. Hace ya tanto tiempo, tanto, que vivo entre vosotros y
todavía no me conocéis... Sabed, amigos muy queridos, que una infinita
tristeza agobia mi alma y que una angustia de muerte oprime mi Divino
Corazón... Os lo confío a vosotros, tan fieles, oídme: La amargura de mis
amarguras la provoca aquella constante infidelidad, aquel desconocimiento tan
corriente, aquella inconcebible mezquindad de los que Yo elegí y amé como
amigos de mi Sagrado Corazón... ¿dónde están?... ¿Qué se han hecho mis
verdaderos e íntimos amigos?... Como en Getsemaní, cuando se acerca la hora
de las tinieblas y del combate, miro a mi alrededor... llamo... tiendo la mano...
y me encuentro casi siempre abandonado y solo... ¡Ay... cuán contados son en
todo tiempo aquéllos que se resuelven por amor a velar conmigo en la hora de
agonía!...
¿Será verdad entonces, hijos míos que el odio de mis adversarios es más
animoso y fuerte que la caridad de mis amigos?... ¡Qué tristeza para mi
corazón el ver constantemente que mientras los míos descansan tranquilos, los
sicarios preparan afanosos los azotes, los clavos, la diadema de espinas... la
Cruz!...
(Breve silencio)
Las almas. Ese lamento nos parte el alma... ¡Escúchanos, Jesús!... Sabemos
que lo que Tú afirmas es siempre la verdad y toda la verdad... Pero ya que los
que estamos ante este altar somos los amigos íntimos que venimos a
consolarte y a reparar, háblanos, Señor, con absoluta libertad... Te pedimos, te
rogamos que formules por entero tu justa acusación... No temas, Jesús, el
lastimarnos, dinos sin reticencias cuáles son las faltas que más te hieren de
parte de los tuyos..., explícanos aquella amargura que llena tu adorable
Corazón, pues queremos compartirla y endulzarla...
Al oírme, dulce y bueno, recordad que aquí, en este trono de gracia, soy el
Juez de verdad y mansedumbre, a fin de ser mañana, en los dinteles de vuestra
eternidad, un Salvador benigno y el Juez amigo... Oídme:
Falta de generosidad
y de gratitud
¡Cuánto tiempo hace, almas queridas, que aguardo el obsequio del don total
de vosotros mis amigos, don al cual tengo pleno derecho y sólo Yo!... Y
después de esperar largos meses, aun largos años, recibo con frecuencia, no
ese don total sino... la migaja pobrecita que cae de la mesa, lo que sobra de las
creaturas, siempre atendidas, agasajadas...
Los ángeles se asombran al ver que acepto esa migaja, porque me habla de
vosotros, pero... al llevarla a mis labios, estalla de pena el corazón, lloran mis
ojos... ¡Cuánto tiempo hace que pido y aguardo que se me dé un lugar, y el
primero, en vuestras almas y en vuestros hogares!... ¡Ay!... Las criaturas más
afortunadas que vuestro Dios ocupan ya ese puesto de honor... y Yo debo
resignarme a un puesto secundario... ¡Si supierais cómo siento que mi Persona
divina molesta, estorba..., que se me tolera por temor, a Mí, un Dios de
amor!...
¿No es, por ventura, una migaja de vuestra vida, por ejemplo, los breves
instantes, los contados momentos que distraéis de negocios y de creaturas para
dármelos a Mí?... ¡Y decir que, en canje de esos segundos, os estoy
preparando una eternidad de siglos, un sin fin de gloria!...
(Pausa)
¿Queríais una prueba manifiesta, consoladores míos, de esa falta de amor
generoso de parte de mis amigos?... Hela aquí: ¡su poca gratitud!... No se
paga, así, por cierto, con esa vil moneda a los bienhechores de la tierra... Para
éstos, por natural nobleza, por delicadeza de educación o de sentimientos, para
ellos, la efusión expresiva de vuestra acción de gracias... En cuanto a Mí, el
Bienhechor de vuestros bienhechores, no me cuento siempre en esa
categoría..., ¡y quedo eliminado!... ¡Cuántos leprosos del alma, sanos por
milagro, y que no agradecen, cuántos!...
Pero quiero perdonar aun ese pecado vuestro..., he aquí la hora propicia del
verdadero arrepentimiento, de la reparación cumplida y de la gran
misericordia... Protestadme, pues, ahora mismo que, de aquí en adelante, me
amaréis todos como amigos verdaderos; esto es, con nobleza de gratitud y con
generosidad a toda prueba...
Falta de confianza
¿Qué más podría hacer todavía para curar ese mal de desconfianza, que
hace estragos horrorosos en la viña rica y elegida, en el campo de mis amigos
predilectos?... ¡Cómo me duele el ver que no se atreven a considerarme ni,
menos, a tratarme como amigo!... ¡Ay! ¿Por qué?... En vano les repito la
afirmación del Evangelio cuando dije a mis apóstoles:
“No temáis, soy Yo... Vosotros sois de veras mis amigos...”. Todo en vano,
pues, dichas almas se empeñan en resistir a ese llamamiento de ternura, y con
un sentimiento de temor que Yo no acepto, no se atreven a tomar para sí ese
título que es gloria mía... no quieren, no se atreven a saborear el néctar
delicioso de una amistad que Yo mismo les ofrezco... ¿Falta algo, por ventura,
a la obra de mi amor para inspirar a dichas almas la confianza, que reclamo?...
Alma querida, pero desconfiada, óyeme:
He dejado por ti, hace siglos, el manto de majestad que hubiera podido
justamente aterrarte..., y con todo sigues temblando y temiendo...
Pon los ojos en mi cuna...; mírame en ella, pobre, manso y pequeñito, más
pequeño que tú mismo, para presentarme como Hermano tuyo y atraerte a mis
brazos... Y con todo sigues temblando y temiendo...
Mira, por el contrario, cómo al hablar, al tender los brazos, al llamar, las
turbas me siguen... Mira cómo los pequeñitos y los enfermos, los mendigos y
los pecadores y todos los desdeñados, todos los leprosos morales, acuden, se
precipitan hacia Mí y se disputan el honor y la dicha de estar a mi lado... ¿Y
tú, alma querida?...
Bien sabes que soy el mismo Jesús, ¡y con todo, sigues temblando y
temiendo!...
Dime, pues, ¡oh!; dime, alma muy amada, ¿qué más debo hacer para disipar
tus temores, para provocar y alentar la confianza inmensa que exijo de
aquéllos a quienes llamo mis amigos?... ¡Esta debe ser la prueba por
excelencia de tu amor! Piensa que la virtud que salva es esta Caridad...
(Todos)
Jesús amado, no sólo a pesar, sino a causa del abuso de tantas bondades.
Falta de intimidad
Voz de Jesús. Sí, amigos y hermanos; ¡oh!, sí, quiero más todavía..., no
sólo un amor grande, sino una amistad íntima y estrecha entre vosotros y Yo...
No temáis, pues no sois vosotros los que me elegís como el Amigo íntimo,
sino Yo, Jesús... No sois vosotros quienes, por pretensión inaceptable, pedís
un título de gloria inmerecida, no... Seréis mis íntimos por condescendencia
mía... Soy Yo quien se inclina hacia vosotros... Yo, quien os ruega que
aceptéis la dulce intimidad de mi Divino Corazón.
Desde esta Hora Santa las distancias que podrían separarnos, quedan, pues
suprimidas por voluntad mía... Pero ¿a qué asombraros, hijitos míos, como de
una novedad, con este lenguaje?... Meditad lo que mi Eucaristía os ha
predicado siempre... Considerad con qué abandono y con qué perfecta
intimidad, suprimidas todas las distancias, me entrego en la Hostia Santa a
vosotros... Penetrad en el misterio augusto del altar...; ved cómo mi Sabiduría,
en perfecto acuerdo con mi infinita misericordia, ha salvado para siempre y ha
colmado el abismo insondable que nos separaba...
(Cinco veces)
Falta de sacrificio
Voz de Jesús. Acudid amigos, venid vosotros los preferidos, los colmados
con mercedes singulares, venid y ved si hay un dolor semejante a mi dolor...
¡Hace siglos que subo por amor vuestro la cuesta del Calvario... ¡ay!, y cuán
rara vez encuentro en ese camino de amargura al Cireneo-amigo que me
aligere la pesadumbre de la Cruz!... ¿Dónde están?... ¿Qué se han hecho en la
hora de la tribulación los que me protestaban de su amor? Cuando multiplico
milagrosamente los panes es inmensa la muchedumbre que me sigue...
En la apoteosis del Domingo de Ramos se dan cita todos, ¡oh, sí!, todos mis
discípulos...
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos torturen las angustias, los
tedios y las grandes tristezas; te amaremos más todavía, Señor...
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos asedien penas y muy hondas,
penas secretas, y que entonces nos sintamos abandonados y solos; te
amaremos más todavía, Señor.
(Pausa)
Falta de celo
Voz de Jesús. “Sitio”, me abraso, amigos queridos, ¡oh!, me abraso en una
sed ardiente, devoradora, que podríais apagar vosotros con un celo ardiente e
inmenso por mi gloria...
Dadme almas, infinitas almas en retorno del amor inmenso y gratuito que
predestinó las vuestras... No penetráis, no meditáis bastante, los deseos
vehementes que tiene mi Corazón de servirse de vosotros los amigos para
distribuir sus tesoros... Prometedme en esta Hora Santa que seréis en adelante
los dóciles instrumentos de que Yo me valga para atraer, con fuerza
irresistible, las almas, las familias y la sociedad entera a mi Divino Corazón...
¡Sitio!... Tengo sed de ser amado... Tomad, pues, del horno encendido de mi
pecho, las centellas de apostolado, e id todos, id resueltos a conquistar el
mundo, incendiándolo en mi caridad... Sembrad, ¡oh!, sembrad la doctrina tan
poco comprendida de mi amor..., sembrad ese fuego...
¡Sitio!... Tengo sed de ser amado; amadme vosotros, mis amigos, con amor
apasionado, amadme con amor inmenso y conseguid que muchos otros me
amen también como Yo los he amado. Oídme, amigos, reparadores y
apóstoles; os confío mi Corazón, os lo doy con sus tesoros y su gloria; sabed
que quiero reinar por la omnipotencia de mi amor... “¡Sitio!”...
Bendice, Jesús, con especial ternura esta empresa, a fin de que ella realice
plenamente las peticiones que Tú mismo hiciste en Paray-le-Monial; bendícela
con tanta largueza, Jesús, que ella te fuerce dichosamente a cumplir con
nosotros, tus apóstoles, aquellas palabras tuyas tan consoladoras: “¡Yo quiero
reinar por mi Sagrado Corazón, y reinaré!”.
Bendice este apostolado con gracias de fecundidad, Jesús amado, y haz que
los depositarios de la autoridad en la Iglesia bendigan y alienten esta Cruzada,
ya que por ella bendecirás especialmente las almas consagradas que
promuevan el Reinado de tu amor.
(Cinco veces)
(Aclamaciones)
En unión con Ella, queremos en esta Hora Santa recorrer la Vía Dolorosa,
para convertirla, con las glorias de la Inmaculada y con nuestros consuelos, en
el camino de tus victorias, y para hacer de tu Calvario el Tabor de triunfo de tu
adorable Corazón.
Jesús-Hostia, amor de nuestros amores, vida de nuestra vida, aparta tus ojos
hermosísimos de nuestros culpables desvíos, de tantas tibiezas, de tantos
desmayos en nuestros propósitos de virtud, en nuestras promesas de santidad...
y perdona en obsequio a la Madre, cuyo Corazón Inmaculado te ofrecemos en
reparación de caridad y en homenaje de la más cumplida y fervorosa
adoración.
Jesús divino, en honor, pues, de la Inmaculada, en agradecimiento a los
cuidados de la Virgen, en obsequio a la encantadora Nazarena, te rogamos,
Señor, que olvides los incontables olvidos de tu ley en que han incurrido estos
hijos tuyos, que vienen a llorar sus faltas y las de tantos hermanos culpables
en el cáliz de oro del Corazón de María.
(Pausa)
Voz de María. Nadie más que Ella tiene ciertamente el derecho de hablar
de las intimidades del Corazón de Jesús y de sus propias angustias redentoras.
Escuchémosla con filial cariño:
“Yo soy, desde el día de la anunciación del ángel, la madre del Amor
Hermoso, y quiero que las almas se abrasen en las llamas de mi caridad... En
esta hora mil veces sublime y venturosa, desde el 25 de marzo, en que Jesús y
yo formamos una sola corriente de vida, pensé en vosotros, que me llamáis
vuestra Madre... y decís verdad, porque lo soy...
(Lento y cortado)
Como tal he gemido, he sollozado, hijos míos, quemando con mis lágrimas
ardientes las mejillas de Jesús Infante, en Belén inolvidable... Al arrullarlo
entonces, al contemplarlo Dios e Hijo mío entre mis brazos, al besarlo en su
frente divina, yo le ofrecía, previendo con entera certidumbre el deicidio de
siglos y más siglos, que destrozaría, con dardo de pecado, el Corazón de
vuestro Salvador. Yo, su Madre, lo levantaba en alto al Padre, rogándole, con
martirios del alma, lo aceptara por la redención de los hijos ingratos...
(Cortado)
Besé sus manos, que me acariciaban, y marqué sus llagas con mis besos.
Puse mis labios en sus pies, reparando de antemano con mis ósculos las
heridas de los hierros inclementes...
Ungí su frente con mis lloros y, sobre todo, puse mi cabeza, torturada con
pensamientos de agonía, y luego mi boca, abrasada de sed de más amor, en su
Costado ardiente, celestial... Y en ese Getsemaní de deliciosas amarguras, ahí
Jesús y yo, su Madre, resolvimos, amando y padeciendo, la resurrección de
tantos pródigos del hogar, de tantos renegados de la Cruz y del altar”...
(Pausa)
(Pausa)
Las almas. ¡Oh, sí, Jesús-Eucaristía, al lado del dorado copón que te
aprisiona está tu Madre; ella te nos regala en esta Hostia Sacrosanta!
Bendícela, Señor, en nuestro nombre, ya que Tú también le debes el haber
realizado tu anhelo de encontrar tus delicias entre los hijos de los hombres...
Cántale con los ángeles de tu Santuario, ensálzala con los ángeles de tu
Paraíso, glorifícala, con los hijos, con los desterrados que la llaman su Madre,
gimiendo en este valle de lágrimas. ¡Ah! En obsequio a ella, a quien no puedes
negarle nada, danos, Señor, el reinado de tu Corazón en tu Santa Eucaristía.
No quieras permitir que queden defraudadas tus esperanzas y las de tu Madre,
siempre omnipotente en la causa de tu gloria.
(Cortado y vehemente)
Jesús amabilísimo y adorable del Belén de los Sagrarios, paga los desvelos,
los ósculos de ternura, los abrazos, las lágrimas de tu Madre, sus deliquios de
amor junto a tu cuna pajiza, coronando a María Inmaculada, con las glorias y
los triunfos de tu Corazón Sacrosanto.
(Pausa)
La historia de Jesús de Nazaret no es historia antigua; es, hoy día, una triste
historia de dolores que cercan al hijo y a su Madre con el mismo vallado de
agudísimas espinas...
(Lento y cortado)
¿Qué haría el mundo sin Ti, que eres su paz; sin Ti, que eres su cielo? ¿Qué
haría, sino gemir entre cadenas por haberte desterrado siendo Tú su libertad?...
Los desgraciados que así pudieron ofenderte, no han sabido lo que han hecho,
perdónalos... Salvador benigno, retorna y queda encadenado, como Rey, entre
nosotros... ¡Ah! los mismos que, como los nazarenos ingratos, te arrojaron de
tu suelo y de tu casa, extrañarán un día el calor de tu Corazón, que salva y que
perdona; recordarán que Tú, que sólo Tú, has dicho la verdad, enseñado la
justicia y prodigado la misericordia... Y entonces, muchos de esos mismos te
llamarán y te rogarán con lágrimas que vuelvas... Retorna, Jesús, retorna
entonces perdonando, y queda para siempre encadenado, como Rey, entre
nosotros. Sí, para siempre; no te vayas, no nos dejes jamás... Maestro; por eso
venimos en nombre de todos los ingratos de la tierra, y para ellos y nosotros te
pedimos:
Aquí nos tienes, Señor, traídos por tu Madre; inspirados por Ella, venimos a
pedirte por las almas buenas, por tus Apóstoles, por el sacerdocio, por los
corazones que te están consagrados y que te hicieron promesa de vivir en
santidad...; para ellos y nosotros te pedimos:
(Pausa)
Hijitos míos; no queráis saber jamás cuán mortal es esa angustia. Jesús es
vuestro; yo, María, os le he entregado; es enteramente vuestro; no queráis
jamás, jamás, perderle por la culpa grave. Los que habéis conservado todavía
la pureza bautismal, la inocencia, ¡oh!, no le lastiméis con la cruel lanzada del
primer pecado mortal, que desgarra el Costado del amabilísimo Jesús.
Sí, que se quede, eternamente con el padre, con la madre, con los hijos del
hogar cristiano que lo adora; que se quede en los días de invierno y de pesar
en las horas de primavera y de alegría...).
(Breve pausa)
“Mis dolores son inenarrables, porque no son míos; son las agonías del
Corazón de mi Jesús que inundan, como un mar embravecido, mi corazón de
Madre... Es el dolor infinito de un Hijo-Dios, el que ha torturado mi alma con
aflicciones sin medida... ¡Y cómo no iba a ser así cuando he visto bañado en
sangre, cubierto de baldones, vejado con maldiciones, pisoteado por los
soberbios, escarnecido por el fango de los caminos a mi Señor, al Hijo de mis
entrañas, a mi Dios y mi todo!... Lo he visto a través de mis lágrimas; lo he
visto, por iluminación de lo alto, en la Vía, perpetuamente dolorosa de siglos y
más siglos, siempre jadeante, siempre desolado y triste, bajo el madero infame
de todas las perfidias... Lo he visto en lontananza, concluida su vida terrena y
la pasión de su Calvario; lo he visto arrastrado siempre por las turbas,
despojado de su realeza, coronado de espinas, burlado en su soberanía,
escupido en aquel rostro que es el encanto de todos los bienaventurados... Lo
he visto, hijos míos, en la cuesta de ese Gólgota perpetuo, seguido por los
hipócritas, por los impuros, por los sacrílegos, por los traidores, por los
blasfemos, y todos, con ira en el alma, con hiel en las palabras, lo insultaban, a
Él, que bendecía entre sollozos y que perdonaba agonizando... Lo he visto ¡oh
dolor!, buscando con la mirada, desde millares de Sagrarios empolvados,
desde la prisión del Tabernáculo, casi siempre solitario, buscando en la
distancia los ojos del amigo, del hermano, de la esposa, del consolador y del
apóstol; y ¡cuántas veces, cuántas, no ha encontrado sino el silencio, el olvido
y la soledad de un hielo, que ha renovado la profunda herida de su pecho
destrozado!... ¡Ah, y lo he visto morir, y morir inútilmente, estérilmente para
tantos infelices pecadores, para tantos hijos renegados de su Templo, de su
Cruz y de su Ley!...
Las almas. Señor, acuérdate que dijiste que habías venido a dar la vida y a
darla con superabundancia inagotable; te pedimos, por María Inmaculada y
por tu Corazón piadoso:
Señor, acuérdate que dijiste que habías venido en busca de las ovejillas
descarriadas de Israel; ¡ah!, no las desampares entre las espinas del camino
extraviado; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Señor, acuérdate que buscaste siempre con marcada preferencia a los más
caídos, y que Magdalena, la Samaritana, el Buen Ladrón y tantos culpables,
saborearon la suavidad infinita de tu Evangelio; te pedimos, pues, por María
Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
(Pausa)
Terminemos, pues, esta Hora Santa con una plegaria de alabanza y con un
hosanna de júbilo.
(Todos)
Di, Señor, ¿qué pides?... Habla sin tardanza, reclama con imperio, exige...,
pues ya ves cómo esperamos sedientos tu palabra... Somos tus consoladores...,
queremos ser el nido blando en que descanse tu cabeza destrozada; y
acéptanos, como a Gabriel, de aliento y de sostén en tu agonía redentora...
Míranos, Señor, como miraste a la Verónica, pues nuestras almas deben ser el
lienzo de pureza que recojan tus hermosas lágrimas... Aquí estamos los
fidelísimos, los resueltos, que hemos querido velar una hora con tu Corazón
agonizante... Habla, Jesús Sacramentado, ya que todos éstos que rodean el
Calvario del altar solicitan, como el Cireneo, el premio anticipado de llevar tu
Cruz.
(Pausa)
Las almas. Sí, Jesús, Tú reinarás entre los pobres, y el pueblo, vencido por
tu dulce Corazón, te aclamará su Rey... Cediendo, pues a tu reclamo, recoge la
plegaria que va a resonar ahora mismo en tu Sagrario.
(Pausa)
(Pausa)
Por el desdén de los Doctores de Israel, por las afrentas con que recibían la
predicación de tu Evangelio.
(Pausa)
Madres acongojadas..., que sufrís por vosotras y por vuestros hijos... madres
dolorosas, como mi dulce Madre..., ¿por qué no me invitáis a bendecir la
aurora y el crepúsculo, la paz y la tribulación, las risas y las lágrimas del hogar
querido?... Vosotros, testigos cariñosos de la mística agonía de mi Corazón en
el Sagrario, sabed que vuestra fe y que vuestro apostolado podrán abrirme las
puertas del hogar, que se me cierran culpablemente tantas veces. Velad por
mis derechos, y orad... pedid que reine en la familia cristiana y a pesar del
infierno, triunfará mi Corazón...
(Breve pausa)
Por la simpatía que tuviste siempre por los pequeñitos del rebaño, por los
niños, tus amigos fidelísimos...
Por la fineza que gastaste con los esposos de Caná y por tu ternura con la
arrepentida Magdalena.
(Breve pausa)
Voz de Jesús. Puesto que habéis venido a consolarme, que no termine esta
Hora Santa sin recordar aquí, a mis plantas, a los preferidos de mi Corazón
piadoso: son los caídos, los pródigos, los extraviados del redil...
¡Ah, cómo pasan delante de esta Hostia, que me oculta a vuestros ojos,
cómo desfilan los soberbios que ultrajan mi humildad..., los blasfemos que me
escarnecen con el fango..., los apóstatas y los impíos que llegan hasta mí con
la hiel de su sarcasmo...! ¡Ay!, qué numerosa es la legión de los ingratos... e
infinito es el número de los que me atormentan con glacial indiferencia...
¡Quién lo diría!... los veo desde aquí; hay también amigos traidores,
desleales... Sí, y también hay niños..., oídme, madres, hay niños que maldicen
el Corazón de Jesús, su amigo.
Mi alma está triste hasta la muerte, por la muerte del alma de tantos
infelices pecadores... Escuchadme: en este momento mismo están agonizando
muchos de ellos... Caed de rodillas..., cerradles el infierno con una plegaria
fervorosa, y abridles el cielo de mi Corazón, que los aguarda con perdón y
misericordias infinitas... Salvadlos..., son almas que me pertenecen..., su
redención os la confío.
(Pausa)
Las almas. Gracias, buen Jesús, por el don precioso de esas almas
extraviadas...; las quiero como mías, las amo como lágrimas de tus divinos
ojos... No pueden condenarse, no, mientras no cierres esa herida hermosa de tu
pecho... ¡Ah!, esa llaga, que es el Paraíso ha de quedar eternamente abierta
como el Cielo... Acoge, pues, benigno y manso, la súplica que por el Corazón
Inmaculado de María te presentamos en favor de los desventurados
pecadores... ¡Ay, y no olvides, Jesús, que los hay también en mi propio
hogar!...
Por tus pies divinos traspasados, que dejaron en la tierra las huellas de la
paz y del amor.
Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tus labios, que hablaron sublime caridad, y sintieron sed de nuestras
almas pobrecitas.
Por tus ojos divinales, que prendieron la luz del Paraíso y que lloraron para
no ver las culpas, sino para lavarlas para siempre.
(Pausa)
Voz de Jesús. No quiero que os alejéis de este Sagrario, amigos de mi
Corazón, sin recordaros una queja, siempre viva como el llanto que me
arrancaron tantos, que se llaman y que son mis amigos; tantos justos..., que me
corresponden con tibieza... que me ofenden, midiéndome su amor. ¡Ay!..., si
supierais cómo llora, angustiado, el Corazón de vuestro Dios, mirado con
cortés indiferencia y con respetuosa frialdad por los hijos de la propia casa...
por aquellos que he sentado, día a día, al banquete de mis gracias... por
aquéllos que han vivido, hace años, al sol de mis favores... por millares de
almas que serían santas con sólo hundirse en el abismo de mi pecho, en que
nacieron, y en que han crecido, por predilección gratuita de mi amor, tan mal
correspondido... ¡Ah!, son almas que me pertenecen, pero a quienes la tibieza
abate..., son corazones buenos, pero sin celo por mi gloria; me ven llorar en mi
patíbulo y no lloran...; me encuentran solitario en esta cárcel..., y se cansan de
mi soledad...; no me hablan..., hay un hielo que las mata y que me hiere... Se
van y, como mis apóstoles, me dejan a solas con mis angustias y mis ángeles.
(Breve pausa)
Las almas. También yo, Señor Jesús, he sido de los tibios que se
mantuvieron a distancia de tu Corazón, por temor del sacrificio... He temido
las santas exigencias de tu caridad y de tu ternura...; he temido verme prendido
en las redes de tu hermosura...; he recelado de caer en tus brazos, y tener que
rendirme sin reserva y para siempre a tu Corazón, irresistible, vencedor...
Perdona, Jesús..., perdona también y olvida esa culpa de apatía, de pobreza en
el cariño, de irresolución en el sacrificio, de tantos amigos que Tú
predestinaste a mucha gloria y santidad... Perdónanos y triunfa...
Por las primeras palabras de ternura con que, cuando niño, hiciste sonreír a
tu dulce Madre.
(Todos)
Por tus palabras de infinita dulcedumbre con que te despediste de los tuyos
en la noche del incomparable Jueves Santo.
Por las siete últimas palabras con que nos legaste tu espíritu y tu Madre, al
expirar en la cima del Calvario.
(Pausa)
Por el ultraje de tu prisión del Huerto, y por el beso inicuo que te entregó.
(Todos)
Por la irrisión cruel y la sangrienta befa de que fuiste objeto toda la noche
angustiosa del Jueves Santo.
Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
(Breve pausa)
Señor, Tú reinarás por tu Divino Corazón, a pesar de Satán y sus secuaces;
¡sí, Tú reinarás!
Por esto:
Conviértenos a Ti, Jesús Sacramentado.
(Todos)
Y ahora, Maestro adorado, mira a través de las rejas de tu cárcel esta legión
de amigos fidelísimos...; son los que faltaron en Getsemaní y aquí reparan el
celo abominable de Judas y sus sicarios... ¡Ah!, reparan, sobre todo, la
ausencia de los que, en la hora de la agonía, dormían y que, en la hora de la
traición, huyeron...
(Todos)
(Escuchad la voz que parte de este calabozo divino; oídle con el amor y el
dolor con que le oyeron en la noche espantosa del Jueves Santo los ángeles).
Voz de Jesús. “Filioli”, hijitos... “amici mei”, amigos míos: Aquí tenéis el
Corazón que os ha amado más allá de los abatimientos de Belén y Nazaret...
Muy más allá de la crucifixión de cuerpo y de alma, del Calvario... Este es el
Corazón que os ha amado hasta el extremo límite, hasta la sublime locura que
me tiene encadenado para siempre en el calabozo del Sagrario; aquí, en la
Hostia, agoté mi inagotable caridad.... ¡Ay, y aquí ha agotado también el
hombre su inmensa ingratitud!...
Aquí se me olvida, como jamás olvidaron los más desleales de los amigos...
Aquí se me pospone y desdeña, como jamás fue desdeñado ni pospuesto el
último villano... Y yo soy Jesús, el Salvador del mundo. Mi alma, por esto,
está triste hasta la muerte...
(Lento)
Desde esta cárcel contemplo la caravana inmensa, los millares de redimidos
con mi sangre, que jamás, jamás, comulgarán... Vivieron a mi lado, nuestras
casas se tocaron; les di pan, hogar y bienestar...; pero jamás vinieron en busca
de este Pan divino que Yo soy... ¡Ay dolor! Esos hijos morirán de hambre,
vecinos a la casa de su Padre... ¡Oh, cuántas almas samaritanas que han
hablado alguna vez conmigo, almas que he llamado, que he buscado con
milagros de ternura, almas que han llegado hasta el brocal del pozo del
Sagrario; cuántas de esas almas no quisieron beber las aguas vivas que de mi
Costado abierto saltan hasta la vida eterna!
Y aquellas otras, tan numerosas, que saborearon alguna y muchas veces las
delicias de mi Corazón Sacramentado..., que pusieron los labios en la herida
de mi pecho, y que después..., ¡ay! me olvidaron para siempre... No han vuelto
hace ya largos años... Su desamor me mata...
¿Y será, tal vez, alguno de esta triple caravana de ingratos, una fibra querida
de vuestro hogar?...
(Unámonos en una gran plegaria que repare, que consuele al Señor y que
salve a tantos anémicos de alma, exangües de vida divina y cristiana, por
falta de Eucaristía...)
(Todos)
(Todos)
¿Qué lazo tan misterioso como inquebrantable, qué cadena y forjada dónde,
retiene a todo un Dios, prisionero del hombre, desleal e ingrato?... ¿Cuál es el
secreto divino de este misterio de misterios, cuál la razón determinante de este
milagro de milagros?
“Soy tu Dios... y tú, una creatura pecadora; para ti, pobrecita, polvo rebelde,
me quedé en la Hostia sólo para ti... ¡Oh, dame, pues, el corazón herido,
dámelo y toma el mío!...
¡Ah!... ¿Querías tu saber cuál era la fuerza que me arraiga en la tierra que
bebió mi sangre?... Ya lo sabes: ¡el Amor!... ¿Quieres saber ahora cuál es el
más amargo de mis dolores?... Óyeme, y solloza al oírme: ¡Amar y no ser
amado de los míos!... ¡Los míos!... ¡Los regalados y preferidos, sí; los muy
míos, los que se dicen mis seguidores fieles y mis amigos, no me aman!...
Amáis tanto, tanto a los vuestros del hogar..., pero, más que a ellos..., ni
siquiera como a ellos, no amáis, ¡oh, no!, a este Dios de amor, a Mí, a vuestro
Jesús...
Amáis tanto a los que os aman, os dais a ellos, os desvivís por probarles un
amor, a las veces extremado... Para ellos, ternura y delicadezas y
generosidad...; para ellos, atenciones y nobleza y gratitud... ¡Oh!, no es ése,
no, el amor que brindáis a este Dios encarcelado por amor... Así no me amáis
a Mí, vuestro Jesús...
Sois buenos con los pobres, con los huérfanos; tenéis amor para los
desatendidos y los desamparados...; tenéis ternura y piedad y lágrimas para
todos, propios y extraños... ¡ah!; pero así, con tanta nobleza y hondura; así,
con esa donación desinteresada del corazón, así no amáis a este Huérfano de
amor, a este Peregrino, desterrado voluntario de los cielos... Así no me amáis a
Mí, el Pobre divino de Belén, el mendigo y el Encarcelado del Sagrario... ¡Y
yo soy Jesús, el Dios de Amor!...
¡Sitio! Tengo sed de ser amado con amor más generoso, con amor de
sacrificio en la observancia de mi Ley...
(No dejéis que el texto mienta, ni siquiera que exagere; lo que digan las
palabras, comprobadlo con palpitaciones del corazón).
(Todos)
Hacia las once de la noche, hace veinte siglos, sufría Jesús el ultraje de
parte del primer tribunal, que lo recibió como recibe la hoguera encendida la
leña seca que cae en sus llamas... Momentos después, a media noche, arrojado
en un calabozo y entregado a la brutalidad de una soldadesca infame, se
desarrolla en la semioscuridad de esa mazmorra una de las escenas más
bochornosas y crueles de toda la Pasión... Ahí fue flagelado en el Corazón, y
más que sus vestiduras, rasgada en jirones su alma... Este dolor y esta
ignominia aterran y paralizan con pavor el espíritu del cristiano... Además,
hay en esta noche espantosa un misterio tal de dolor íntimo que nadie puede
revelar sino Él, el Divino Encarcelado... Pues entonces que nos cuente aquí, Él
mismo, la agonía de su Corazón en la misma noche en que, desencadenado el
poder de las tinieblas, quiso vengar en un calabozo de ignominia, las
maravillas que haría el Señor, a través de las edades, en este otro calabozo
sacrosanto.
Jesús. ¿Por qué me pedís, hijitos y amigos, que os refiera, como historia
antigua, una pasión y una agonía de afrentas que se renueva hoy y que perdura
en este calabozo del Altar?... El otro ha desaparecido hace siglos; en éste del
Sagrario, son los míos, los que me torturan el Corazón; en aquél fueron
mercenarios y enemigos que afrentaron mi rostro adorable...
Las almas. Pero, Señor Jesús, déjanos preguntarte con el ansia de tus
apóstoles en la última Cena: ¿Quiénes son aquellos desventurados amigos, que
convierten todavía tu Sagrario en mazmorra de tortura?... Porque, los que aquí
estamos te seguiríamos a la muerte... ¿Seremos, por ventura, nosotros, Señor?
Voz de Jesús. Todos estáis limpios hoy... pero ¡oh, dolor, no lo estáis
siempre!... ¡Hay quienes se sientan a mi Mesa..., sí, hay quienes comen de mi
plato y beben de mi cáliz... hay hijos y hermanos y discípulos, hay amigos que
he amado mucho, y que despedazan mi Divino Corazón!... No pongáis el
pensamiento al oírme esta queja, en los blasfemos de lengua en miserables
arrabales... ¡Ah, los hay más ensañados: la blasfemia social, que es el
escándalo social; ése es el látigo que abre surcos en mi carne y muestra al
descubierto mis huesos!...
¿A dónde y por qué caminos de fango me llevan ciertas almas cristianas que
comulgan por la mañana y que me flagelan por la tarde?... ¡Yo soy un Dios de
santidad!... ¿Quién ha dicho, quién, que es lícito el impudor, llamado artístico,
impudor pecaminoso siempre en la escena teatral?... ¡Yo maldigo lo
nefando!... ¡Es tristeza infinita para mi Corazón que almas creyentes desdeñen
como escrúpulos baladíes lo que es infracción mortal y grave de mi ley de
castidad!...
Tenedme piedad los que por situación y fortuna tenéis el camino sembrado
de halagos y seducciones..., los que podríais ser norma y lección viva del
ejemplo, o ser, por el contrario, pendiente que arrastre a muchas almas al
abismo... ¡Bañado en mi sangre... llorando..., Jesús flagelado os pide piedad!...
Tenedme piedad los que, gastando rango y boato; los que, influyendo de
muy arriba, aceptáis en hábitos, en modales y en modas, licencias de carne
descubierta, con que flageláis la mía divina...; los influyentes que patrocináis,
con sello de elegancia y de buen tono, las sensualidades sociales, refinadas,
los instintos menos castos, el hervor de sangre, que será mañana perdición de
muchas almas... ¡Bañado en mi sangre..., llorando..., Jesús flagelado os pide
piedad!...
Gozadores de la vida, almas débiles, seducidas por la sirena del placer, por
la diosa versátil de la vanidad... Almas sedientas de sensaciones, enfermas de
vértigo social...; corazones buenos, pero complacientes en exceso, sin
carácter...; conciencias fáciles y acomodaticias a todo viento de opinión, de
moda y de doctrina, deteneos al borde de un abismo... El vallado es mi
Evangelio...; el criterio seguro, el de mi ley y de mi Iglesia... ¡Deteneos!... No
paséis sobre mi Cruz ensangrentada... Sabed: sólo Yo os amo... Amadme
también con un corazón leal y entero... Os tiendo los brazos... para daros asilo;
rasgo la herida de mi Pecho...; entrad por ella, robadme, amigos, el Corazón
enamorado..., llevadle sin devolución..., que sea todo vuestro en el tiempo y en
la eternidad...; pero tenedme piedad... ¡Bañado en mi sangre..., llorando...,
Jesús flagelado os pide piedad!...
(Después de oír esta queja divina... tan tristemente fundada y por esto tan
amarga, no nos queda sino contestar con un gemido de arrepentimiento
humilde a ese Jesús que pide compasión desde el calabozo del Sagrario).
Voz del alma. ¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?...
¡Qué sé yo que Tú no me hayas enseñado?... ¿Qué valgo yo si no estoy a tu
lado?
¡Señor Jesús, no pidas piedad a tus hijos! Recuérdales tan sólo tus
derechos... refresca en nuestra mente la soberanía de tu ley, y manda, porque
eres Rey de la sociedad... Ésta te elimina y te proscribe poco a poco, con la
suavidad y la cautela peligrosa con que la pantalla del crepúsculo va cubriendo
el sol... Nosotros, sí, culpables, te pedimos piedad.
(Todos)
Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás, a tu paso, las
flores de los campos y los lirios de los valles de tu patria, y en pago, hemos
sido nosotros las zarzas y las espinas de tu corona. Pero no te canses de
nosotros; acuérdate que eres Jesús, para estos pobres desterrados...
Nos has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses, las
viñas y los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos pagado siendo
tantas veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero... no te canses de nosotros;
acuérdate que eres Jesús, para estos desterrados...
¡Oh!, en esta hora venturosa, déjanos, porque hemos sido ingratos contigo,
Jesús Sacramentado; déjanos ofrecerte un himno de alabanza en el tono
inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre del Amor
Hermoso; Espíritus angélicos y santos de la corte celestial, bendecid al Señor
en la misericordia infinita con que nos ha colmado: Hosanna al Creador,
convertido en creatura y en Hostia por amor.
(Todos)
¡Hosanna al Divino Prisionero del Amor!
(Todos)
Creación toda entera, ven, acude presurosa en nuestro auxilio; ven a suplir
nuestra impotencia; los humanos no sabemos cantar, bendecir ni agradecer;
ven, y con cantares de naturaleza, ahoga el grito de blasfemia, repara el sopor,
la indiferencia del hombre ingrato, colmado con la misericordia infinita de
Jesús Eucaristía: Hosanna al Creador, convertido en creatura y en Hostia por
amor.
(Todos)
(Cinco veces)
(De rodillas, y con gran recogimiento interior, pedidle luz para conocer su
Divino Corazón y gracia para amarle y darle gloria).
(Breve pausa)
(Lento y cortado)
Necesito desahogar mi alma con vosotros, pues en ella hay tristezas que los
ángeles no conocen, y lágrimas que no corren en el cielo... Siento ansias de
hablaros en confidencia dolorosa, la más íntima... Que si no podéis penetrar
todo el abismo de mis congojas, no importa; lleváis, como Yo, una fibra que
solloza, y que, herida por la tempestad, gime con angustia... Los espíritus
angélicos vienen a sostenerme en este huerto de la agonía...; pero vosotros
estáis mucho más cerca que ellos del mar de mis quebrantos...; vosotros
podéis beber mis lágrimas..., podéis endulzarlas, sufriendo mi pasión y mis
dolores... Desentendeos, pues, del mundo, dejad su mentira y el recuerdo de
sus devaneos, y aquí a mis plantas, condoleos con el Dios encarcelado, que
quiere participaros amor doliente, amor crucificado..., aquel amor que, entre
estremecimientos de agonía, dio la paz y dio la vida al mundo.
(Pausa)
El alma. Haz, Señor Jesús, que vea..., haz que saboree la hiel de tus tedios
infinitos...; concédeme el favor de penetrar con fe vivísima en tu alma
dolorida... Divino Agonizante, sé benigno y aunque soy un pecador, pon en
esta Hora Santa el cáliz de Getsemaní en mis labios: dadme de beber en tu
Corazón... ¡“Sitio”, tengo sed de Ti, Jesús-Eucaristía!
(Breve pausa)
Yo, sólo Yo, no existo para ellos... Mi nombre los perturba, mi yugo suave
los aterra, mi Calvario los irrita... ¡Me blasfeman!...
(Breve pausa)
¡Buscan la paz! ¿Qué paz puede sentir el que no adora, el que no espera, el
que no me ama a Mí que soy la Vida?... ¡Ah!, y con qué tranquilidad
prescinden de mi persona en todo, absolutamente en todo lo grande y lo
pequeño de su vida... Yo no tengo parte en la ternura de sus madres, en el
desvelo de sus padres, ni en el cariño de los hijos... Se me excluye en absoluto
de las alegrías del hogar... No se me llama ni por un recuerdo vago, en sus
duelos, al abrirse alguna tumba crudelísima... En sus empresas, en sus
proyectos, en tantas incertidumbres y desgracias, me tienen relegado al más
completo olvido... ¿Lo creeréis, amados míos? Yo, Creador y Redentor, no
tengo en millares de almas la parte que en su corazón y pensamiento tienen los
servidores, las avecillas y las flores de sus casas... ¡Así me paga el mundo el
haberme entregado por su amor a la muerte, más que de Cruz, de Eucaristía!...
(Pausa)
(Breve pausa)
Voz del alma. Beso tus manos atravesadas, Jesús, y por tu agonía del
Huerto, libra a los consoladores de tu Corazón de las llamas del infierno...
Beso tus pies despedazados, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los
amigos de tu Corazón de una reprobación eterna...
Beso tu Costado abierto, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los
apóstoles de tu Corazón del suplicio de maldecirte eternamente...
(Breve pausa)
Voz del Maestro. ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la reprobación
final?... Hiriendo mi Corazón con pecado de fea ingratitud..., abusando de la
misericordia de este Dios, que es todo caridad.... Soy Jesús, esto es, Salvador...
Vine para los que tenían necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre
todo, para los que necesitan perdón..., misericordia..., y mucho amor. A esos
enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo absuelve
todo... ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!... Jamás negué el perdón a
quien me lo pidió con humilde contrición, jamás... Por esto, porque mi bondad
es infinita..., porque espero con paciencia inalterable al pródigo..., porque, a su
regreso, olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega
ensangrentada al redil de mis amores..., por esto, tantos colman la medida y se
condenan en el abuso de la absolución que les otorgo... Deteneos, hijos míos,
en la pendiente de ese camino, y llorad el extravío fatal de tantos hermanos
vuestros que me hieren, porque soy Jesús dulcísimo con ellos...
Mucho en redimirme,
(Pausa)
(Pedid perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos
indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le rehúsan su
amor y que menosprecian o niegan la dignidad y prerrogativas de la Virgen
María).
(Breve pausa)
(Pausa)
El alma. Señor Jesús, en esta Hora Santa traemos a tus plantas una queja
amabilísima. Nos presentamos cargados los hombros con tus mercedes,
colmada el alma con tus favores, mientras Tú arrastras fatigado, agonizante, la
Cruz de nuestras iniquidades... ¡Ah!, no es posible, Maestro, que para el
culpable destines principalmente la deliciosa pesadumbre de tu largueza y el
cáliz de tus ternuras..., y que reserves para Ti la hez de la agonía... y la hiel de
los olvidos y de las perfidias incontables de la tierra... Comparte, pues, Jesús
Sacramentado; comparte con nosotros en la Hora Santa todas tus tristezas, y
aunque no lo merezcamos, acéptanos de Cireneos en la vía desolada, dolorosa,
que conduce a la cima del Calvario... Desde luego, te agradecemos los
sinsabores de la vida... No sólo los aceptamos resignados, en expiación
justísima de tantas culpas propias y ajenas, no, Jesús: te bendecimos por las
espinas que has hecho brotar en nuestro camino con fines de misericordia...
¡Ay!, no ignoras cómo se resiente nuestra naturaleza en los combates de la
enfermedad... de la pobreza..., de la calumnia..., de la ingratitud..., de los
olvidos..., del cansancio de la vida..., de la tristeza..., de las incertidumbres...
Estamos hablando con Jesús de Nazaret, Hermano nuestro, cuyo Corazón de
carne, ¡oh, encantadora y divina flaqueza!..., se resintió con las debilidades de
la miseria humana... Te bendecimos, Jesús, por aquellas decepciones que nos
desapegan de las criaturas. Permites que nos acerquemos a ellas, esperas
tantas veces que un afecto legítimo busque en ellas consuelo para el corazón...,
energía y paz para el espíritu... Y luego, Tú mismo rompes esas ligaduras y
desgarras esas almas..., exiges, con soberano imperio, un corazón entero...
¡Gracias, Jesús, por esas tus divinas y amables crueldades..., gracias! Y así
como juegas con el corazón del hombre para santificarle, así también juegas,
Dueño irresistible, con la salud de tus hijos..., y sacas de sus dolencias la
santidad del alma, así también sabes trocar los quebrantos de la fortuna en
manantial de fe; y, en ocasiones, del hambre y de la desgracia, sacas la
resurrección y la vida... Bendito seas, mil y mil veces, Corazón providente,
benigno, salvador, que, de nuestras grandes desolaciones, sabes producir
efluvios de paz, dulzuras inefables y delicias de cielo...
(Pausa)
A los que, con apariencia de luz y con delicadeza de formas pretenden, sin
violencia, eliminar, Señor, tu persona divina de todas las actividades de la
vida...
A los que por ignorancia lastimosa hacen caso omiso de tu palabra y viven
tranquilos lejos del ambiente de la fe y de las insinuaciones de tu gracia...
(Pausa)
(Pausa)
1ª. Promesa. Pronto, Jesús, sí, reina, presto, antes que Satán y el mundo te
arrebaten las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos los estados de la
vida...
2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable prometida a aquellos que te han recibido con Hosannas.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte.
6ª. Y tus predilectos, quiero decir; los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo, y por la
Comunión de los Primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa infalible;
te pedimos que en la hora decisiva de la muerte.
(Pausa)
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo consintiera...
Nos vamos, llevando paz, consuelos, nueva vida... ¡Ah! Pero, sobre todo, nos
despedimos con la satisfacción de haberte dado a ti, Maestro, alivio de
caridad, desagravio de fe y reparación de amor, que reclamaste, entre sollozos,
a tu confidente Margarita María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge manso y
bueno nuestra última oración:
(Lento y cortado)
(Pausa)
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
¡Oh, qué cuadro embelesador aquél; en una cuna pajiza tirita de frío el Rey
de los cielos..., sostenido en los brazos de María, el más rico de sus tronos,
sonríe dulcísimo y bendice amabilísimo, Aquél, cuyos dominios comprenden
el Universo!
Se acercan ya los Reyes Magos... Han hecho una larga travesía, han salvado
enormes distancias, pues vienen a cumplir con un deber imperioso: quieren
reconocer de rodillas al gran Libertador, al Rey de reyes, al Conquistador,
tanto tiempo esperado, de las almas, de las sociedades y de los pueblos, en la
persona del Divino Infante...
Antes que los Magos del Oriente, ya el cielo mismo había aclamado con
cantares de victoria la realeza de victoria de ese Niño envuelto en pañales y
reclinado en un pesebre... Y después de los ángeles, los dichosos pastores
habían acudido a su vez para presentarle el homenaje por excelencia, el de su
amor, besando con ternura sus pies divinos y estrechándolo sobre sus pechos
con sencillo abandono....
No falta, pues, sino un trono, más regio por cierto que esa cuna miserable...,
y también una púrpura, más espléndida aún que el manto de la Virgen-
Madre...
¡Oh, qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los ámbitos
de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y plegaria de esperanza que
dice: “Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!”.
Ya viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor... Mirad cómo ostenta
sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino como un Sol que
siembra incendios en su carrera... Ved cómo avanza bendiciendo con
dulzura... Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto de ternura imperiosa,
irresistible...
(Dos veces)
(Todos)
(Dos veces)
(Con vehemencia)
“No así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!... El agasajo de esta
Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos...
Tú, Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con qué
lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que queremos a nuestra
vez verte amado, extendiendo tu reinado en las almas y en la sociedad... Te lo
decimos, Jesús, con el corazón en los labios.
Con este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto nos
hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia... Venimos,
pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como estamos a darlo
todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte victorioso, preparando y
precipitando la hora de tu reinado de amor...
Voz de Jesús. “Quid dicunt de me?” “¿Qué dicen de mí?”... ¿Qué opinan
los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?...
Vuestro interior, ese debe ser mi Reino por excelencia... Reino todo él de
luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la tierra..., a fin de
que todo aquél que cree en Mí no ande en tinieblas...
(Lento y marcado)
¡Ah, qué proceder tan distinto observa el hombre conmigo, su Señor!... Yo,
que me dejé herir para evitaros tantas heridas mortales... Yo, que soy el único
amigo fiel y fidelísimo... Yo, que soy la verdad que no miente y la sabiduría
que no engaña... Yo, el amor infinito de un Dios que jamás olvida... sí, Yo,
que consentí en ser clavado a un patíbulo para aguardar en los umbrales de un
Paraíso al verdugo arrepentido..., ¡sólo Yo no encuentro aquella gran fe que
debiera reconocerme como al Señor de las inteligencias y como al único
Legislador de las conciencias!
¡Aumentad la luz del alma; creced en fe, amigos míos!... Si supierais quién
es Aquel que os aguarda en este altar... Quien Aquel que os llama a grandes
voces desde el Sagrario... ¡Oh, qué de secretos íntimos os revelaría, con qué
fuerza de caridad abrasaría y transfiguraría vuestras almas pobrecitas, si os
dejarais iluminar, arrastrar y penetrar por las claridades de una fe ardiente!...
¿Queréis embriagaros de mi hermosura?... ¿Deseáis embelesaros en las
magnificiencias de mi amor y de mi misericordia?
Dejadme, entonces, saturar de luz divina vuestras almas... Creed, ¡oh!,
creed en Mí... Sí, creed en Mí, vosotros los hijos de mi Sagrado Corazón; pero
no con una fe cualquiera; creed con una fe ardorosa... Creed, sobre todo, en el
amor de mi adorable Corazón...
Las almas. Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: coloca tus manos
creadoras sobre nuestros ojos nublados, y reanima nuestra fe. Manda como
Rey de luz, Señor, y caerán deshechas las escamas que enfermaban nuestra
vista sobrenatural... ¡Oh, haz que te veamos claramente, Jesús, y reina
aumentando en Ti nuestra fe!
(Todos)
Señor, confesamos que Tú, y sólo Tú, eres el Camino, la Verdad y la Vida...
¿A quién acudiremos, cuando sólo Tú tienes palabras de vida eterna?...
Habiéndose encontrado, pues, Jesús en nuestro camino azaroso, te detenemos
y nos abalanzamos a Ti exclamando: “¡Hijo de David, ten piedad de
nosotros..., abre nuestros ojos..., haz en ellos la luz, una gran luz, para poder
ver siempre y verte en todas las cosas, y reina aumentando en Ti nuestra fe!”.
(Pausa)
Bajó un día el ángel del Señor a Nazaret, y anunció a María, la Reina de las
vírgenes, que si consentía en ser la Madre del Mesías, éste reinaría, salvando a
Israel y al mundo...
Pero, como en Nazaret, el Rey del Paraíso exige siempre un arca, la misma;
un trono vivo, el mismo. Quiere avasallar el mundo, reinando ante todo en el
hogar, manantial y santuario de la vida.
Esta petición del Señor no es nueva... Sus designios no han cambiado desde
que Él mismo construyó con mano creadora, la familia, con el fin de perpetuar
la victoria del Calvario... Sí, los hogares son su creación, y constituyen su
dominio... Pero, !ay!..., en cuántos de ellos es Jesús un desconocido... de
cuántos de ellos se le ha desterrado... ¿Es de veras el Rey, o es de hecho un
mendigo en millares de familias?
¡Ah, si esas almas, si esos hogares supieran quién es Aquel que en hora de
misericordia y de ventura llama a sus puertas... si conocieran a Aquel que al
entrar les traería el tesoro, tan deseado y jamás encontrado, de la paz!...
Cosa extraña... Desde que ha entrado, una brisa de paz inefable embalsama
ese hogar que se siente sobrecogido a la vez que mil veces dichoso... Y a
medida que el Peregrino dulcísimo habla..., se olvidan y desvanecen, o, más
bien, se suavizan todas las penas...; no se siente ya el frío glacial que soplaba
cuando, hace un instante, pedía hospedaje... Toda su persona despide un
suavísimo calor celestial..., y, por esto, en santo abandono, todos le cercan,
pues, sin darse cuenta de ello, llevaban un hielo mortal en el alma...
¡Oh, confianza deliciosa! Sin que lo haya dicho, todos presienten, adivinan
que ese Peregrino es un Rey... ¡Qué, lo saben..., y ni pequeños ni grandes
temen su majestad! ¡Ah, no!... Los grandes no temen porque han sufrido, y
este personaje atrae y consuela...; y los pequeños tampoco..., porque se sienten
amados, porque son almas de lirio...
Arroja entonces sobre ellos una mirada de inefable compasión, y dice: “¡No
lloréis sin esperanza..., llorad, sí, pero llorad amando; llorad conmigo, pues Yo
os conozco y os amo tanto!... Vuestros pesares y vuestras lágrimas me han
traído a vuestro hogar!”.
El rocío de esas palabras, que son al mismo tiempo luz y fuerza, enternecen
y provocan un torrente de dichosas lágrimas, como no las lloró jamás ese
sencillo hogar... ¡Oh, más que llanto es un himno de esperanza, un cántico de
júbilo y de amor!... Corren todavía esas dichosas lágrimas y ya están todos a
los pies del Peregrino; besándoselos conmovidos... Y alentados por esa mano
que acaricia blandamente a los pequeñitos, éstos, y luego los padres, exclaman
con vehemencia: “¡Danos tu nombre, oh, Rey de amor!... ¡Dinos quién
eres!...” “Yo soy Jesús, el Hijo de María..., –les contesta con la voz, y con los
brazos extendidos– venid, Yo soy vuestro Rey...”.
¡Oh, sí! –responde con un grito de alegría Betania toda entera–: eres nuestro
Rey; pero... ¡quédate, convive con nosotros..., vive nuestra vida de hogar!...
¡Quédate, sé nuestro amigo!
(Pausa)
Si supierais cuánto desea el Señor que éste, más que un cuadro o una
parábola, sea una dichosa y divina realidad en nuestros hogares... Durante esta
Hora Santa está llamando a las puertas de vuestras casas..., golpea con
insistencia de caridad, pues quiere entrar como Rey y os pide quedarse entre
vosotros como amigo fiel.
Sí; más que nunca quiere reinar en los hogares con un reinado total y
vivido, reinado íntimo y práctico... Antes de terminar este ejercicio quiere Él
mismo haceros esta petición... Contestadle con una promesa tan solemne
como leal y sincera...
Voz de Jesús. Heme aquí; me presento a vosotros como el Rey de
mansedumbre que os trae en su corazón un tesoro de paz, y que viene a
ofreceros su gloriosa amistad... Pero recordad que no podéis servir a la vez a
dos amos opuestos... Yo, vuestro Señor, y el mundo no podemos sentarnos al
banquete de vuestro amor... Decidme, pues, ¿cuál de los dos elegís como Rey
de amor de la familia?
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo íntimo a quien contéis las penas
secretas y los sinsabores de familia?
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Me reconocéis, por tanto, el derecho pleno de reclamar,
según mi beneplácito, personas y bienes en vuestro hogar?... Y más aún,
¿aceptáis con amor que Yo mismo trace el derrotero en el porvenir de la
familia?... Responded, pues: ¿seré Yo de veras el amo de la Casa?
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. Pero si me reconocéis como Rey, será preciso que ejerza mi
Soberanía en vuestra casa... Y como todo en ella me interesa, ¿aceptáis que
tome parte y que ordene como el Amo indiscutible, aun los detalles vulgares y
menudos de vuestra vida cotidiana?...
Voz de Jesús. Pero no sólo porque, Rey y Señor, tengo ese derecho
absoluto... Yo soy vuestro Jesús... ¿Queréis, pues que como amigo de ternura
me interese en aquella vida fatigosa, ordinaria de cada día? ¿Seré Yo
realmente el Amigo en la labor, en la alegría y en las penas del camino trillado
de la vida de familia?...
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno, sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Quedo, pues, entonces aceptado libremente como el Señor y
el Consejero divino en las decisiones graves de familia, en aquellas horas
negras en que las criaturas ingratas se desentiendan de vosotros?... ¿Me pedís
que desde ahora reine e impere en vuestra casa con la misma libertad con que
mando en las alturas de mi cielo?...
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel amigo de Betania.
(Pausa)
Para que la victoria social del Corazón de Jesús sea en realidad espléndida y
dé todos los resultados de gracia prometidos, es preciso que no se reduzca
únicamente a una victoria parcial en la familia... Ello es mucho, pero no es
todo... Procuremos que en día no lejano se le aclame Rey Divino de los
pueblos... Trabajemos con denuedo en obtener para su bandera una victoria
nacional...
¡Qué de veces durante la guerra europea oyó Jesús esta súplica!: “Dadnos
pronto, Señor, la victoria que nos es debida en justicia, y confirma, Señor, con
ella nuestros derechos...”.
Por esto, no terminaremos la Hora Santa sin llamar en nuestro socorro a este
Rey-Salvador... Le llamaremos a grandes voces, pues urge el que establezca
su Reinado...
Pero ya que este Ejercicio es, ante todo, una plegaria de reparación
solemne, acerquémonos con entero abandono al Rey de amor. Entronizado
como Rey de dolor y de ignominia en el banquillo de los criminales por la
obra sacrílega de la sociedad moderna... Postrémonos con un corazón dolorido
ante ese Rey Crucificado, rindámosle el homenaje de adoración y de amor que
le niegan tantos pueblos apóstatas... ¡Oremos con fervor!
Las almas. No quieras guardar para Ti solo, ¡oh, Rey de amor! el inmenso
caudal de tus dolores... Dígnate mostrar a éstos, tus amigos, las cinco llagas de
tu cuerpo lacerado...
El patíbulo no fue ayer, Señor, sigue siendo hoy día el trono sangriento y
permanente en que te ha clavado la ingratitud de aquéllos a quienes
prometiste, y para quienes conquistaste un Paraíso...
¡Oh, acércate, Jesús!, pues queremos, esta tarde, convertir en fuente de vida
y en soles de gloria tus cinco llagas... Queremos convertir en sitial de honor,
en trono de misericordia, tu Cruz... Queremos y pedimos que desde ella
atraigas irresistiblemente a tu Sagrado Corazón la multitud de pueblos
renegados...
¡Oh, sí! Permite que, llevados de la mano por María, Reina Dolorosa, nos
acerquemos dolientes; y que aplicando nuestros labios a tus heridas deliciosas,
pongamos en ellas el refrigerio de reparación generosa y de amor ardiente que
Tú mismo pediste a tu Confidente Margarita María.
(Todos)
Adoremos la llaga del pie derecho, abierta por el crimen que destruye el
hogar cristiano y lo profana, y, besándola con amor, digamos tres veces:
(Todos)
Bien sabes, Señor, que son muchos los sanedristas, doctores y legisladores
modernos que se han empeñado con tesón infernal en borrar tu nombre, en
eliminar tu espíritu y en descartar tu persona divina de las instituciones
sociales y públicas... ¡Ah, levántate victorioso, León de Judá, sal de tu
Sagrario, Rey de Amor! Y para calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús,
extiende y afianza tu reinado social!
Animosos siempre los traidores de la raza de Judas, hace tiempo ya que han
resuelto y que trabajan con rabia de infierno en destruir Nazaret, en arrasar,
después de haberla profanado, en arrasar hasta los cimientos la ciudadela de la
familia cristiana... ¡Oh, dulce y adorable Nazareno!, te pedimos por María, por
Ella, tu Madre y la nuestra, que avances más victorioso que nunca en medio de
la tormenta... Ven, Rey de amor, y cerniéndote triunfante sobre un mundo
trastornado, avienta como un polvo despreciable los Judas y los sanedristas
modernos; y para calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús, extiende y afianza
tu reinado social!
(Todos)
(Tres veces)
Oración final
(Cinco veces)
(Pausa)
(Breve pausa)
Son muchos, Maestro amado, los que yacen en el lecho del dolor, esperando
la visita del Médico divino...
Hay niños enfermos y sin madre...; hay ancianos sin hogar, que morirán sin
más amparo que el de tu gran misericordia...
Sostén sobre tu Corazón a todos los que sufren.
Con la suave luz que brota de tu pecho lastimado, alumbra aquellos hogares
que vivieron de abundancia, y que hoy día, en silencio, sufren la miseria.
Sé bueno, especialmente con aquéllos, Jesús, que han sido azotados por los
hombres..., con tantos que vieron desvanecerse sus proyectos de bienestar y de
riqueza.
(Breve pausa)
(Pausa)
(Cortado)
(Siempre cortado)
Jesús, ten piedad también de los que sufren el mal mortal de soledad y de
aislamiento... ¡Con cuánta frecuencia, Maestro querido, después de predicar
tus maravillas de amor, después de hacer prodigios ante la asombrada
multitud, ésta se alejaba recelosa..., se iba indiferente de tu lado... y quedabas
entonces, como aquí en el santo Tabernáculo, en la quietud de aquel vacío que
te hacen las almas de tus hijos!... Sólo tu Padre y los ángeles penetraron en la
intensidad de ese doloroso abandono... Y no ignoras, Jesús, que son muchos...
muchos, esos desheredados de todo amor delicado, esos huérfanos de la vida,
sin afecciones..., errantes del desierto... sin calor de hogar... Getsemaní y tu
Calvario te recuerdan, Nazareno amabilísimo, las angustias de la soledad...
¡Oh qué horrendo es clamar y que la voz se pierda en un silencio!... ¡Llorar...,
sufrir... querer... amar..., y encontrarse solo, siempre solo!... Nadie, como Tú,
conoció esa congoja horrenda... Surge, entonces, en el fondo de esas almas,
algo espantable que Tú sentiste, Salvador bendito, en tu agonía del Jueves
Santo: el tedio..., la repugnancia, la fatiga del vivir... ¡Ay!, se siente, entonces,
desfallecido el corazón... Esos huérfanos te necesitan a ti en ese instante de
suprema congoja...; te necesitan sólo a ti, ¡oh, Corazón agonizante de Jesús! Si
Tú no vinieras, llamarían, desesperados, a la muerte... Mas, no: Tú vendrás,
así como hemos venido a saborear contigo tu hora de agonía solitaria... ¡Ah,
sí! Y a todos los que padezcamos algún día soledad y abandono de los
hermanos:
Si alguna vez nos pruebas, permitiendo que los nuestros nos olviden...
Danos refugio y compañía en tu amable Corazón.
Cuando la edad y las enfermedades nos aíslen, cortando lazos que creíamos
imperecederos...
Puede que algún día nos visite la pobreza...; para entonces, los amigos se
habrán ido: sólo en ti confiamos, no nos dejes también Tú...
¡Ah, si los que nos pidieron amor y sacrificio..., nos odiaran después, como
fuiste odiado Tú..., perdónalos en ese instante y acércate a nosotros, buen
Jesús...
(Breve pausa)
Voz del Maestro. Nunca en vuestras horas de soledad y de tormenta, jamás
os encontraréis lejos de mi Corazón, que os ama... Sí, que os ama
infinitamente, porque lo amáis vosotros, y también porque sufrís... Si estando
solo y olvidado, me acompañasteis...; si estando amargado por tantos que se
llaman míos, me consolasteis...; si, una y mil veces, deshicisteis el hielo de
indiferencia que rodea mi cárcel solitaria... ¡oh! ¿cómo podría quedarme con
los ángeles del cielo, mientras en la tierra vosotros necesitáis descansar sobre
mi compasivo Corazón?... Aquí le tenéis, abierto y henchido de ternura que
suavice vuestras llagas..., tomadle; es todo vuestro... Yo sé, sólo Yo sé pagar
con divina largueza, ¡no temáis!... Yo sé cicatrizar las más crueles heridas...
¡no trepidéis!... Venid, ¡oh, sí!, venid..., que sólo Yo comprendo cómo mata la
soledad, la ingratitud de los hermanos... Venid... llorad conmigo, y
encontraréis seguro alivio.
(Pausa)
Voz de las almas. Llevas, Jesús, en tus altares un título que nos alienta en
nuestros desfallecimientos: ¡eres Víctima!
(Breve pausa)
¡Gracias, Maestro muy amado, cuando nos has hecho participar de una gota
de ese cáliz..., gracias!... ¡Cómo duele, Jesús, que, con buena voluntad, los
mismos buenos, seres muy queridos, nos hieran... y que, a las veces, en tu
nombre y por razones de celo y de conciencia, nos veamos condenados!... ¡Es
tan humano equivocarse!... Tú, con gran sabiduría, lo permites, para que
pongamos en Ti, sólo en Ti, nuestra confianza... Y también para sacar de ese
dolor intenso un desagravio de lo mucho que nosotros, los consagrados a tu
gloria, hemos entristecido, con falta de fineza, tu Sagrado Corazón... ¡Gracias,
pues, por la herida que una mano querida, delicada, ha abierto cruelmente en
nuestras almas!...
¡Gracias también por otra prueba inevitable y que desgarra sin piedad a los
mortales: la muerte, fría, inclemente, que nos arrebata lo que Tú mismo nos
diste para amarlos!... ¿Recuerdas, dulcísimo Nazareno, la tristeza con que
penetraste a la casa de Betania, donde ya no estaba el amigo Lázaro?... Jesús,
no está agotado todavía el manantial de aquellas lágrimas, lloradas al saber la
muerte del amigo de tu Corazón... ¡Ah, sí!, tus ojos hermosísimos están
humedecidos aún con ese llanto del Hombre-Dios, que amaba con las
emociones y también con las flaquezas de nuestro corazón de carne... Y ese
Jesús eres Tú, sí, Tú mismo, el que estás en esta Hostia que adoramos de
rodillas... Míranos, pues, desde ella a los que hemos ido dejando en el camino
aquellos seres, que eran fibras de nuestro propio corazón... Se fueron... nos
dejaron... ¡Qué despedida tan cruel es la despedida de la muerte! Tú lloraste
sobre la tumba de Lázaro, aunque sabías que ibas a resucitarlo... Así también
permites que, a pesar de la fe vivísima con que aceptamos los duelos que Tú
mismo nos envías, sintamos desgarrada el alma al ver morir alguno del
hogar... Y esa herida, ¡qué bien lo sabes Tú!, se venda, pero no se cierra... Ven
a llenar, Jesús, en nuestro espíritu, ven a colmar en la familia, los vacíos que la
muerte despiadada ha abierto con licencia tuya... Ven, da calma, da
resignación a los que sobrevivimos para orar sobre esas tumbas... Ven,
Maestro, oremos juntos por nuestros muertos tan amados... y que tu luz, tu
resplandor eterno, luzca eternamente para ellos... ¡Descansen en paz... sobre tu
Dulce Corazón!...
(Pausa)
Antes de terminar esta Hora Santa, queremos pedirte que nos hagas una
visita a lo más íntimo del alma... queremos que penetres en todas sus
profundidades de dolor y de miseria... ¡Sólo Tú nos conoces, sólo Tú!... Como
rayo de luz, penetra, pues, Señor, con tu mirada suavísima, ya que ello no
quebrará seguramente el cristal trizado de mi desdichado corazón..., penetra,
Jesús..., más adentro todavía..., ¡más!... Llega hasta ahí, donde germinan los
dolores secretos, reservados para ti... Pon tu mano creadora en aquellas llagas,
que nadie conoce y que manan sangre hace tiempo... Nadie las ha visto, Jesús,
y es mejor que queden en secreto, porque nadie las comprendería... Por esto,
Salvador adorable, en ciertas angustias no lloramos para que el mundo no sea
testigo de lágrimas que no comprende... y que tal vez censuraría... ¡Oh!, qué
bien me siento al hablarte así, gimiendo..., a ti, que pasas tu vida sacramental
saboreando amarguras infinitas, y que tampoco nadie puede penetrar... Sólo
Tú, Maestro, puedes saberlo todo, todo... Mira hasta el fondo y compadécete...
En Getsemaní se abrió esa herida, la fuente de esos llantos, que no brotan por
los ojos..., que corren a raudales por las venas, y que al fin estallan en un
sudor de sangre...
(Cortado)
Sí, Jesús, santifica las contradicciones que sufrimos de los buenos..., las
injusticias tan frecuentes de los hombres.
Te ofrecemos, Señor, las flores del recuerdo de los nuestros que murieron...,
que se fueron porque los llamaste en pos de ti...
Recibe el llanto resignado con que hemos regado esas tumbas tan
queridas..., acuérdate de las familias enlutadas y, en especial, de tantos
huérfanos...
Acepta las zozobras de las madres..., los desvelos de los padres..., los afanes
estériles, ingratos, de tantos sacerdotes..., nuestras almas doloridas, tómalas,
Jesús.
(Pausa)
Voz del Maestro. ¡Qué santa y qué consoladora para vosotros y para mí ha
sido, hijitos míos, esta hora en que me habéis mostrado la profunda llaga que
os torturaba el corazón!... Yo, a mi vez, os he descubierto la herida siempre
ensangrentada de mi pecho. ¡Oh, cómo nos parecemos al gemir, al padecer, en
la tierra, las aflicciones de la tierra... Getsemaní es vuestro templo de plegaria,
de agonía y de incesante redención... Amémonos en el dolor, amémonos
hermanos..., amigos..., hijos míos, en la Cruz!...
(Lento y cortado)
Venid a mí, todos los que sufrís contradicciones de las criaturas..., los que
habéis chocado contra la injusticia de los hombres, los que habéis
experimentado reveses de fortuna y penosísimos trastornos de familia...,
acudid a mí..., que yo os aliviaré en el santuario de mi Sagrado Corazón.
Venid a mí, los que lloráis la ingratitud de los amigos, y tal vez de los de
vuestra propia sangre... ¡Oh! no tardéis, porque ese desamor os mata el
alma...; venid, que Yo os aliviaré en los incendios de mi Sagrado Corazón.
Venid a mí, los que arrastráis una existencia muerta..., los que vivís de tedio
y soledad...; acudid a mí los olvidados..., los que en la aurora de la vida, sentís
ya la fatiga del destierro..., arrojaos en mis brazos, que Yo os aliviaré con las
ternuras... y en el jardín de mi Sagrado Corazón.
Venid a mí, buscad mi pecho los desatendidos..., los desdeñados y los mal
comprendidos de los mismos buenos..., los censurados en el afán de darme
gloria...; acudid, amigos, que yo os aliviaré, brindándoos el cáliz de mi
Sagrado Corazón.
Venid a mí, arrastrando vuestros duelos..., venid los que lloráis la ausencia
de un hijo, de una madre, de un esposo, de un hermano...; volad sin más
demora a mi Sagrario los que tenéis el umbral de vuestras casas marcado por
la muerte con cruz de lágrimas...; venid, que Yo os aliviaré con la inefable paz
de mi Sagrado Corazón.
Venid, que el tiempo es una sombra... y eterno el cielo; venid, los que sentís
sed de amor y de justicia...; tened ánimo valiente... que Yo soy Dios, y
también he agonizado... Tomad, comed mi Pan, mi Eucaristía... ¡Ea, levantaos
y, para seguir luchando, venid, que Yo os confortaré en el paraíso terrenal de
mi Sagrado Corazón!...
(Pausa)
Voz de las almas. ¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado...,
incluso el tesoro de mis lágrimas?...
Perdóname, por tu Cruz y por mis cruces, los yerros que contra ti he
cometido...
Mucho en redimirme,
(Cinco veces)
Consagración final
(Lento.)
¡Mil veces felices los desgraciados que, al torcer de una senda estrecha, se
encontraron a solas con Jesús!... ¡Qué bien pudieron, esos dichosos afligidos
de Jerusalén, de Naím o de Betania, desahogar el alma en ese celestial
instante, con libertad de súplica y de llanto, en el corazón de Jesús!...
“¡Así nos hemos encontrado contigo en esta Hora Santa venturosa, Jesús de
Nazaret y del Sagrario, así!... Míranos: los que aquí estamos somos
cabalmente esos dichosos desdichados que venimos en busca tuya, para
olvidarnos, por un momento, de nosotros, acá a tus plantas, a tu sombra
deliciosa. Sólo por ti venimos, llegamos en defensa tuya, porque un clamor de
rabia y de blasfemia nos ha advertido que tus verdugos no se dan tregua con el
propósito de desterrarte de la sociedad y de las almas. Y si has de sufrir, si has
de agonizar, si has de morir, Jesús, he aquí el rebaño que quiere ser herido al
lado y por la causa del pastor! Tú lo dijiste con amargura del alma a tu sierva
Margarita...: «¡Quiero compartir mi agonía, tengo necesidad de corazones
víctimas!» Dispón, pues, de todos éstos, Señor, te amamos mucho, te amamos
todos”...
(Breve pausa)
(Pausa)
(Pausa)
(Pausa)
Estoy llagado... Mis manos, que llaman y bendicen, están atravesadas...; mis
pies, heridos...; mi frente, destrozada; lívidos, mis labios; sin luz, mis ojos...;
ensangrentado el cuerpo...; abierto, con ancha herida, el pecho enamorado...
¡Ah, cómo tiemblan los mortales al ver a este Dios perpetuamente
ensangrentado!... Ellos quisieran las delicias de un edén anticipado en el
desierto... ¿Quién me ha puesto así?... El amor que os tengo, y también el
ansia del placer y la fiebre del gozar del mundo... Así estoy, así vivo en el
Sagrario, ofreciendo paz y cielo, pero entre espinas y en la Cruz... Y ¿dónde
están los amigos, los creyentes, los discípulos?... ¿Dónde?... Se han ido..., me
han dejado, en busca de placeres; me han pospuesto al fango de la culpa...
Barrabás, el villano, va triunfando por el mundo, y tras él, los soberbios
engreídos, los livianos en costumbres; tras de Barrabás, aclamándolo en su
libertad y en su delito, los licenciosos, los corruptores de la infancia, los que
mienten a los pueblos, los que envenenan por la Prensa... Victorioso Barrabás,
lo vitorean todos aquellos que me reniegan y maldicen en las leyes, los
políticos que suben, escupiéndome en el rostro su blasfemia... Todos éstos van
ufanos, libres; el mundo les arroja flores...; para ellos palmas de victoria... Y
aquí, en mi solitario Tabernáculo, Yo, Jesús, atado por amor, abandonado de
los buenos, negado de los débiles, olvidado de los más..., condenado por los
gobernantes, flagelado por las turbas desencadenadas en mi contra... Yo amé a
los míos, sobre todas las cosas del cielo y de la tierra..., y los de mi propio
hogar me han pospuesto al polvo..., ¡ay!, al fango de los caminos... ¡Decid
vosotros, mis amigos, si hay afrenta más quemante que la mía!... ¡Considerad
y ved si hay dolor semejante a este dolor!...
(Pausa)
(Cortado y lento)
¡Oh, sí!... Te suplicamos nos des la parte que de derecho nos corresponde
en los vilipendios y agonías de tu Corazón Sacramentado... Consuélate,
Maestro... cada uno de éstos, poniendo en tu Costado abierto una palabra de
humildad y confidencia, te protesta, que Tú eres la única fortuna y su solo
paraíso...
(Breve pausa)
Mucho en redimirme,
Porque es más muerte que vida la que no está empleada en tu santo servicio.
(Pausa)
Jesús. Puesto que los que estáis aquí conmigo sois mis íntimos, dejad que
en vosotros desahogue mi Corazón, tan amargado...; oídme. Hay en Él una
pena honda, una herida que llega hasta la división de mi alma; ved por qué.
Letanías
Jesucristo, óyenos.
Jesucristo, escúchanos.
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del Cielo, ten piedad de nosotros.
Corazón de Jesús, rico para con todos aquellos que te invocan, ten piedad
de nosotros.
Corazón de Jesús, que te has hecho obediente hasta la muerte, ten piedad de
nosotros.
Cordero de Dios, que borras los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que borras los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
Oración
(Pausa)
Jesús. Todo, en mi amor por los humanos, está consumado ya por la Santa
Eucaristía, todo. ¡Oh! pero la ingratitud humana ha consumado también
conmigo, en este maravilloso Sacramento, la obra del dolor supremo...
Bien lo sabéis: ésa no es, por desgracia, una historia de hace siglos;
contempladme en esta Hostia, y decid si la ingratitud no es pan amargo y
cotidiano de este Dios hecho Pan por los mortales... ¿Cuánto y en qué os he
contristado en esta cárcel voluntaria, para que selléis sus puertas con el
abandono en que se deja un sepulcro destruido y vacío?
¡Oh!, venid, rodeadme, estrechaos a mis plantas; quiero sentiros cerca, muy
cerca, en la mística agonía de mi Corazón Sacramentado...
¡Hora ansiada, Hora venturosa la Hora Santa, en la que este Dios recobra su
heredad, el precio de su sangre!...
Descansad sobre él, como yo descanso ahora entre vosotros, los hijitos
preferidos de mi amor.
(Pausa)
(Pausa)
Las almas. Al verte tan de cerca y tan benigno, lejos de exclamar como tu
apóstol: “Apártate, Señor; aléjate, porque somos miserables pecadores...”
queremos por el contrario, abalanzarnos a tu encuentro, acortar las distancias y
estrechar la dichosa intimidad entre tu Corazón y los nuestros...
(Lento y cortado)
Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor...; cuando gimas por los
vituperios y por las cadenas con que ultrajan a tu Iglesia santa, los poderosos y
aquellos mentidos sabios, cuyo orgullo condenaste con dulcísima firmeza...,
acuérdate que somos tuyos..., que estamos consagrados a la gloria de tu
Divino Corazón...
(Cinco veces)
(Lento)
¡Gracias, Jesús!
Sin merecerlo nosotros, lejos de ello, Señor, nos has elegido a fin de que,
íntimamente y sólo a tu vista, seamos en secreto, sin parecerlo exteriormente,
pescadores de almas y conquistadores de familias para el Rey de amor que Tú
eres...
¡Gracias, Jesús!
A eso venimos esta tarde, Maestro de luz, para aprender de tus labios
divinales la lección magnífica, suprema de apostolado... A través de las rejas
de la prisión de tu Sagrario, contempla, pues, y bendice esta falange de
oración y sacrificio... Mira complacido esta legión de Cireneos-apóstoles...
Consagra, Tú mismo, para tu gloria, Jesús-Hostia, estas partículas de hostia...
No calles, Señor, pues se trata de tu gloria, comprometida en esta gran
empresa de amor... Habla, Maestro de caridad, y derrama sobre nosotros, las
luces y las llamas prometidas a los apóstoles de tu Divino Corazón... Habla,
Maestro adorable.
Jesús. Levantad los ojos, amigos del alma, y contemplad la cosecha que os
espera, madura ya y dorada... Esos campos os aguardan... Sí, sabedlo vosotros,
ya que tantos lo ignoran, por desgracia: el apostolado no es el privilegio
exclusivo, ¡oh no!, de sembradores y de obreros activos... ¿Sabéis quiénes son
los que de veras trabajan en los campos de mi Padre celestial?... Aquellas
almas cálidas que, llenas hasta los bordes de mi sangre y de mi vida, rebasan y
derraman a raudales la superabundancia de sus corazones hechos ascuas...
No creáis, hijitos míos, que lo que falta principalmente para hacer el bien,
sean hombres de ingenio y de palabra fácil y elocuente, no... Me faltan
apóstoles en cuyos corazones, en cuya vida interior más intensa, resuene
victoriosa la Palabra eterna, el Verbo Divino que soy Yo mismo... Más que
lenguas de brillo, quiero, pido, necesito, almas de fuego...
pecadores.
Oídme con amor, hijitos... ¿Quiénes creéis que son los esforzados obreros
de mi viña que abren el surco y preparan el terreno que debe ser sembrado?
¿Lo sabéis?... ¡Ah, son aquéllos, sobre todo, que poseen la ciencia de saber
orar en unión muy íntima con mi Sagrado Corazón!... ¡Oh, qué obreros
aquéllos! ¡Qué bien hacen la difícil labor de despejar y de abonar el terreno...,
de agrandarlo y extenderlo, comprando, con el tesoro de sus fervientes
oraciones, nuevos y magníficos campos para mi gloria!... Mis ángeles son,
invisiblemente, los instrumentos de esta labor espléndida... de verdadero
prodigio... ¡Ah, pero son las almas interiores, las almas de oración, las que en
realidad han obrado ese prodigio!
Por desgracia son muchos más, en general, los que trabajan en el afán
exterior de las obras, que los que las fecundizan con la oración... Por esto
acudo esta tarde a vosotros mis predilectos, a vosotros, que por gracia de
misericordia tenéis luz divina para comprender estas cosas, para apreciar y
utilizar la lección de apostolado sublime que os di en Nazaret...
¡Ah!... Si supieseis qué deseo siento que esta gran idea sea el alimento
cotidiano y sólido de las casas de oración y de retiro... el pan de cada día de
las almas que me estáis especialmente consagradas.
¡Cuánto anhelo que se alimenten con este pan substancial mis amigos de
Betania, aquellos hogares que son el santuario de mi Divino Corazón!... ¡Sí,
Yo quiero y pido que en esas Betanias de mi amor se comprenda y se ejerza, a
imitación mía, el Apostolado de Nazaret!...
Orad..., orad con una confianza a toda prueba, inmensa, pues vuestras
plegarias se convertirán, no lo dudéis, en un Pentecostés de fuego que
inflamará a muchos tibios... que despertará a un sinnúmero de apáticos e
indiferentes... Y más todavía, mucho más; vuestra oración fervorosa y
sostenida romperá el granito, el corazón endurecido de grandes pecadores...
No siempre veréis o palparéis sensiblemente este milagro..., pero Yo lo haré,
os lo prometo... Os ocultaré con frecuencia esta maravilla para aumentar con
el mérito de vuestra fe, la gracia, la fuerza sobrenatural mediante la cual
redimiréis un gran número de extraviados..., de pródigos desventurados...
(Pausa)
(Todos)
(Pausa)
y fecundiza la simiente.
de predicadores y misioneros.
Nadie, por cierto, mejor que Margarita María podrá revelarnos tanto la
belleza como la fecundidad divina del apostolado doliente; esto es el de
inmolación y sufrimiento por el reinado del Corazón de Jesús... El Salvador en
persona enseñó a su confidente y apóstol esta ciencia altísima; Él mismo la
instruyó acerca de la aplicación misteriosa y del mérito inmenso de este
apostolado de sacrificio y de cruz, apostolado característico y propio de la
devoción a su Sagrado Corazón.
Escuchemos, pues, a Margarita María con la santa emoción con que ella a
su vez escuchó las enseñanzas de Jesús mismo; las palabras de la confidente
mil veces venturosa, serán por cierto, el eco fiel de la voz del Maestro muy
amado.
¿Queréis saber ahora, hermanos muy amados, lo que hizo Jesús conmigo
para adaptarme a la misión que había de confiarme?... Me inspiró, al mismo
tiempo que una sed abrasadora de inmolarme, la capacidad divina de sufrir...,
de vivir muriendo de amor para hacer conocer y amar al Amor que no es
amado.
Por ese mismo camino, sobre todo por ese camino, vosotros también, no lo
dudéis, labraréis a pesar de Satán y sus secuaces, el pedestal de victoria del
Rey de amor... Apóstoles del Corazón de Jesús, bendecidlo, pues Él mismo os
ha elegido para que coronéis, en forma espléndida, la misión inicial que me
fue confiada a mí...
¡Oh, aprended, pues, ante todo, la ciencia sublime de sufrir..., sí, de sufrir
amando y de cantar sufriendo para gloria del Divino Corazón!... ¿Recordáis
cuánto deseaba Él ser bautizado con bautismo de sangre..., y ser levantado en
el patíbulo de una Cruz para atraerlo irresistiblemente todo desde ese trono de
sangre a su Sagrado Corazón?
(Todos)
(Pausa)
Escuchad todavía una palabra de vuestra hermana en el apostolado del
Divino Corazón.... Os ama tanto para su gloria...
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas afligidas, vosotros
que sufrís la amargura de tribulaciones inesperadas... sembrad el fuego del
amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la
cruz.
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, los azotados por reveses de fortuna y
los que habéis sufrido quebrantos materiales..., sembrad el fuego del amor
divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz.
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros todos, grandes y pequeños,
que libráis el combate secreto, inevitable, asaltados por las creaturas o el
infierno..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan
fecundo de la inmolación y de la cruz.
Sí, mal que pese al mundo y al infierno, el Corazón de Jesús triunfará por el
Calvario..., reinará por el amor de sus apóstoles dolientes y crucificados.
(Tres veces)
multiplicarán, acrecentarán
Las almas. Mucho antes de verte bajar, Jesús, con gloria y majestad sobre
las nubes del cielo como Juez tremendo de vivos y muertos en el último día
del mundo...; mucho antes de contemplarte esplendoroso, amenazando con tu
cruz a los que fueron tus hijos rebeldes y culpables..., queremos nosotros tus
apóstoles, gozarnos en otra majestad y en otra gloria; la de tu misericordia
infinita.
¡Oh, sí! Queremos verte tal como te contempló un primer viernes nuestra
hermana Margarita María... Como a ella, preséntate a nosotros ostentando
sobre tu pecho anhelante y envuelto en llamas el Sol de vida: tu Divino
Corazón... Y así, en esa actitud dulcísima de amor... deja por un instante tu
trono, inclínate..., confíate a nosotros; muéstrate Rey conquistador, Rey
irresistible y victorioso en la omnipotencia de tu sacrosanta Eucaristía...
(Todos)
ya cosechados.
Las almas. Escrito está, Maestro amabilísimo: “¡Qué hermosos son los pies
de aquellos que evangelizan la paz y el bien!”. Ello es verdad, Jesús; pero en
toda confianza nos atrevemos a pensar, Señor, que mucho más hermosos, por
cierto, son los corazones de aquellos que, no pudiendo recorrer el mundo
antorcha en mano, han resuelto confiar a María, la Reina de los apóstoles, la
antorcha viva de sus propias almas, para incendiar la tierra en los ardores de tu
caridad.
Sí, nadie, ¡oh!, nadie puede, ni Tú mismo, Dios de amor; nadie puede
impedirme el amar con delirio tu Corazón, todo amor... Las alegrías y las
amarguras siguen el camino que Tú les trazas, Jesús...: no vienen y
desaparecen según nuestros deseos... Y aun, Señor, aquellas manifestaciones
obligadas de nuestra adoración y fe, como son retiros y confesiones, oraciones
y obras, bien sabes Tú que muchas veces no dependen de nosotros, de
nuestros deseos más sinceros y ardorosos... Porque eres el Amo, y sólo Tú
juegas con tu bien, que somos nosotros...; dispones de él como te place... Pero,
Dios y todo, no podrías, Jesús-Amor, prohibirnos el amarte en las luchas de la
vida ni en las luchas de la muerte...
¡Oh! Aún, y sobre todo entonces, Jesús, nuestro morir puede y debe ser el
acto supremo del amor que te debemos, dándote todo, absolutamente todo, al
devolverte con caridad perfecta, el don prestado de la vida.
Y ahora, Maestro adorable, dinos al terminar esta Hora Santa una palabra
todavía... Instruye con una última lección de vida a esta legión de apóstoles de
acción amorosa e íntima... ¿Quién sino Tú, Rey de amor, puede enseñarnos a
predicar y a trabajar con las irra-diaciones maravillosas y fecundas del
amor?... Habla, pues, Jesús, y confíanos no fuera sino una palabra de aquel
diálogo dulcísimo entre tu Corazón y el de Juan en la última Cena...
¡Queremos tanto ser como él los amigos leales y los sembradores de fuego!
¡Oh..., sin estas almas redentoras porque amantes..., sin esos sagrarios vivos
y escogidos, sin esas almas de fuego que han comprendido, tanto la hermosura
como el poder sobrenatural, expansivo, de María de Nazaret y de María de
Betania..., sin ellas, el mundo, ya tan pervertido, estaría vecino a su
sepulcro!... Será siempre, pues, verdad que María ha elegido la óptima parte
para mi gloria y para la suya..., y también la óptima parte para tantas almas
que ella redime con su apostolado secreto de caridad...
¡Ah..., pero no olvidéis que así como mi Divino Corazón os fue dado a
todos por amor..., así espero y exijo de vosotros todos, cualquiera que sea
vuestra vocación, un amor sin límites: éste debe ser el más sencillo y el más
fecundo de los apostolados..., éste será siempre el apostolado por
excelencia!... Pedidle a la Reina del Amor Hermoso, a mi Madre, que os
comente esta enseñanza: amar es sembrar, es predicar, es redimir.
“¡Sitio!” Apagad, pues, mi sed devoradora, dándome el amor que reclamo
de vosotros todos, quienquiera que seáis: pequeños y pobres..., enfermos,
inválidos y tristes..., combatidos por la tentación, atribulados o favorecidos
por mi gracia... Sí, dadme amor vosotros, los que habéis penetrado en mi
Evangelio..., los mimados por mi ternura..., los colmados por mi amable
Corazón, todos.
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre si tu amor lo consintiera...
Nos vamos, llevando paz, mucha paz, consuelos divinos y nueva vida... ¡Ah!,
pero sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a Ti,
amadísimo Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor,
que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende,
pues, Señor Jesús, acoge, manso y bueno, nuestra última oración.
(Cinco veces)
(Breve pausa)
¡Ay! ¡Cuán cierta fue la palabra del Profeta: “De la cabeza a la planta de los
pies no hay parte sana en su Cuerpo sacrosanto”! Su frente, ungida por los
besos de María, destrozada por espinas...; abrasados por la sed de aquellos
labios que, al sonreír, evocaron una aurora de paz divina en las almas
afligidas...; lívida su boca, que tuvo néctar de dulzura para todas las heridas...;
sus ojos, en los que brotó para el culpable el fulgor de la esperanza, velados
por la nube roja de su sangre... En sus manos perforadas y en sus pies
atravesados están escritas la historia de los pródigos, a quienes persiguió, sin
tregua, el Corazón del Buen Pastor... ¡Ahí está seguramente nuestra historia de
culpa y de perdón!... ¡Oh, qué gracia tan inmensa y tan poco meditada la de
ese perdón de su ternura! Oídle: quiere renovar ahora esa absolución de
caridad... Su cuerpo, convertido en una sola llaga, se estremece; gimiendo
levanta su cabeza..., contempla, con mirada de infinita luz y de amor infinito,
este mundo que lo mata y, dejando hablar su Corazón en aquella Hostia que
adoramos, exclama sollozando:
(Lento)
“No mires, Padre, las espinas de mi corona. Yo las he buscado, son los
abrojos naturales de esta tierra desgraciada... Perdona la soberbia humana y la
ignorancia de la misión que me confiaste... Perdona a mis verdugos y a mis
amigos cobardes... Perdona las culpas de los grandes, de los pequeños y de los
pobres... No castigues..., que las criaturas son polvo y son tinieblas... Perdona
a los padres y a los hijos...: ¡son tantos los abismos del camino!... Olvida las
flaquezas, perdona las perfidias, pues todos son ovejas mías. ¡Pobrecitas...! No
las hieras, Padre, pues no saben lo que hacen...
(Pausa)
Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y de los hijos...
Y, en fin, Jesús, por los justos que vacilan y por los pecadores obstinados
que resisten a tu gracia...
(Pausa)
(Lento y cortado)
Corazón de Jesús, amigo fidelísimo del hombre, un amigo ingrato está aquí,
y te llora.
(Pausa larga)
(Pausa)
Las almas. ¿Qué podré obsequiarte, buen Jesús, en retorno del don sagrado
de tu Madre?... La recibo con amor del alma, y le doy asilo, bajo el mismo
techo pobre que Tú no desdeñaste... Y, en retorno de agradecimiento, te
ofrezco por sus manos virginales los dolores de estas almas que Tú tanto
quieres...
Por las ternuras que prodigas a las almas doloridas, que, sufriendo, te
bendicen en sus penas y en la Cruz...
Por los singulares beneficios de tantos ingratos, mal nacidos, que olvidan y
que abusan de salud, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben...
Por tu Eucaristía Sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía tuya
deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...
(Pausa)
(Pausa)
Las almas. Buen Pastor, yo adivino cuál es el dolor que te arranca ese
clamor de amargura indecible: es la muerte eterna del impío, que se pierde por
abandonarte a ti. ¡Ah, y son tantos los que viven sumidos en el abismo de las
sombras, sin fe, sin amor, sin esperanza!... Acuérdate, Jesús, de ellos. Por el
abandono de tu Padre, no quieras, Redentor bendito, no quieras
abandonarlos... Por ellos, por los descreídos del hogar; por ellos, por los
negadores de la enseñanza y de la Prensa; por ellos, por los aborrecedores de
tu nombre y los verdugos que maldicen tu Cruz y tus altares, te ruego, con
todo el ardor de mi alma... suplícote, Jesús, que los atraigas, que los perdones,
por la mansedumbre y la agonía de tu adorable Corazón.
(Pausa)
¿Por qué, hoy día, ese inusitado movimiento de odio contra Jesucristo, el
manso ajusticiado del Calvario? ¿Por qué esa cólera del pueblo y la blasfemia
oficial de las alturas, y el encarnizamiento de los sabios en borrar tu nombre
de sobre la faz de la tierra? ¡Ay! ¡gemid, almas fervientes!... Sus implacables
enemigos están acumulando todas las hieles de la ingratitud y de la perfidia,
para aplicársela a aquellos labios, que después de veinte siglos de ignominia,
no se cansan de repetir, desde esa Hostia una palabra en que nos lega toda su
alma dolorida... Recogedla con cariño: “¡Sitio!... Tengo sed...”. Sed
abrasadora de sentirme amado, sed ardiente de vivir vuestra vida trabajada,
sed incontenible de daros paz, felicidad... y después un cielo eterno... Tengo
sed de vuestras almas, sed quemante de vuestras lágrimas; lloradlas en mi
pecho... Almas consoladoras, ¡oh!, dadme de beber, y en pago os abriré en mi
Costado, las fuentes de la vida... ¡Amadme! Tengo sed!...
(Pausa)
1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón.
2ª. Adelántate, Jesús y triunfa en los hogares. Reina en ellos por la paz
inalterable prometida a las familias que te han recibido con hosannas.
4ª. Ven..., porque eres fuerte, Tú, el Dios de las batallas de la vida; ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial, en el trance de la
muerte...
7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!...
(Pausa)
“¡Que mi paz sea con vosotros!”, almas amigas de mi Corazón, pues tuve
sed y me disteis de beber. Ahora sí, confiado el honor de mi nombre en
vuestro celo, puedo exclamar: “Todo está consumado”. Y si algo faltare a mi
obra redentora, completo ¡oh, Padre! Lo que falta a mi pasión con la
misericordia de mi Corazón inagotable... Te devuelvo, Padre, a los que me
confiaste...; si alguno se ha perdido, no fue por falta de misericordia... Te pido,
por mi cruz y mi ternura, que incrementes el número de los elegidos, de los
santos en mi Iglesia... Consuma, Padre, la obra de este tu Unigénito
Crucificado, glorificándome en la tierra que bebió mi sangre... Te devuelvo mi
alma y las almas redimidas, pero déjales mi Corazón, herencia de los caídos,
de los pobres y de cuantos sienten ansias de crecer en intimidad de amor
conmigo...
(Pausa)
(Pausa)
Las almas. ¡Oh, Jesús, amor de mis amores, acepta por manos de María
Dolorosa la ofrenda de mi ser todo entero, de mi vida... Yo no me pertenezco,
Señor, soy todo tuyo! Y en esta donación me olvido de mí mismo y me
consagro por el triunfo de tu Divino Corazón... Acéptame, Jesús, y escucha
ahora mi última plegaria:
(Cortado)
Cuando tus sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles te aclamen
Soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos... y yo me
encuentre en la agonía..., sus ardores y su celo son los míos... acuérdate del
apóstol de tu Divino Corazón...
(Pausa)
(Pausa)
(Cinco veces)
Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que
en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como
bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura, otorga a todos los
pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra
resuene esta sola aclamación:
Caía la tarde del Jueves Santo... Junto con las primeras sombras, los
horrores de una agonía espantable inundaban ya el Corazón desgarrado de
Jesús... El Nazareno Salvador era el Hijo del Hombre..., tenía una madre,
¡única en su ternura, divina en su hermosura! Su cariño y mirada eran para
Jesús más que el cantar de los ángeles, más que el aura perfumada de los
cielos... Era Ella la bendición del Padre... ¡Y debía dejarla, por amor de los
humanos! ¡Oh, Jueves Santo, día de las despedidas supremas del Maestro!...
Había llegado su hora: postrado en tierra, de rodillas ante la Virgen María, el
Hijo-Dios le pide licencia para morir, en redención de sus verdugos... Y
entrecortada la voz por los sollozos, descansando su cabeza soberana sobre el
pecho de su Madre, le confía Jesús a las ovejitas recobradas del rebaño...
María le tiene estrechado entre los brazos, puesto el recuerdo en la cuna de
Belén, y los ojos, milagrosamente iluminados, en el Calvario del mañana... Y
esa Reina llora, ungiendo la cabeza del redentor con sus preciosas lágrimas...;
llora, ofreciendo al Eterno Padre esa Víctima, el Cordero Inmaculado...; llora,
bendiciendo al mundo, cuyo rescate comenzó en la casita dichosa de Nazaret,
y que terminará al siguiente día en un cadalso de horror, de sangre y de
vergüenza... Abraza, delirante de amor, al Hijo, y antes que las espinas
profanen su frente, la besa en nombre del cielo, porque es su Dios...; vuelve a
besarlo en nombre de la tierra, porque es su Rey..., y pronuncia un ¡fiat!
desgarrador, omnipotente... Era ya la noche; Jesús ha confiado su madre
desolada a los amigos de Betania y a los ángeles, y se aleja, llevando el alma
anegada en una agonía más amarga que la muerte...
(Pausa)
Las almas. Que bien sienta, Jesús sacramentado, recordarte a esta hora, y
en este día incomparable, esa tu primera angustia crudelísima: el sacrificio de
tu Madre, por amor del mundo desdichado... ¡Señor!, no sólo como Dios que
eres, sino como Jesús, el Hijo de María, Tú penetras y comprendes la crueldad
mortal de las separaciones de la tierra... y el dolor que provocan las ausencias,
las despedidas y la muerte... ¡Ah!, precisamente porque eres Jesús, venimos,
pues, a desahogarnos en aquella primera herida de tu Corazón, abierta al
despedirte de María, dolorosa como ninguna Madre, desde ese instante... Mira
en Ella, Jesús, a tantas madres, a tantas esposas, a tantas almas que lloran hoy
ante el Sagrario, la ausencia de seres muy queridos... Cuántas llegarán
mañana, solas, ante la Cruz ensangrentada... Sí, vendrán solas, porque la
desgracia, ¡ay!, y tal vez la falta de fe, tienen alejados del hogar o de tus
templos a un hermano, al esposo, o algún hijo... alejados, pero no despedidos,
mil veces no, del sagrario de tu Corazón, que es la resurrección de los caídos...
En él, como en un cáliz, vienen a llorar contigo, en este Getsemaní, las
angustias de la ausencia, muchas madres atribuladas, tantos padres cristianos,
muchos hermanos desolados, que reclamen de tu Corazón la paz, en el triunfo
de tu amor en sus hogares..., la paz en el regreso de los pródigos..., la paz en la
resignación por las crueldades de la muerte...
No importa que suframos nosotros, Maestro, aquí a tu lado; pero que los
nuestros sean también tuyos, que te adoren, que te amen todos, como el día,
sin nubes de la Primera Comunión... ¡Oh, dulce Nazareno, recuerda las
congojas de María, al despedirte Tú de ella, el Jueves Santo..., no olvides el
postrer abrazo de tu Madre, y el encargo que te hizo de velar, con especial
ternura, en la Eucaristía sacrosanta, por las madres doloridas... y por todos los
ausentes del hogar!...
(Pausa)
(Pausa)
Las almas. Con el íntimo fervor con que comulgó San Juan, de tu mano
benditísima, y con la fe ardorosa de San Pablo, suplicámoste, Jesús
Sacramentado, que despiertes en las almas incontenibles ansias, hambre divina
de comulgar. Te conjuramos, pues, que nos escuches:
Por la primera Comunión, distribuida a tus apóstoles en al Cena misteriosa
del Jueves Santo...
(Pausa)
(Pedid con especial fervor en esta tarde el triunfo del Sagrado Corazón en
la Comunión diaria).
(Pausa)
Las almas. Están decepcionados de ti, Jesús, que eres la única verdad, el
solo camino y la vida que nunca desfallece... ¡Oh, en esta Hora Santa, sepulta
en el olvido el ultraje sangriento de tantos que se han sentado a tu banquete,
que participaron de tus confidencias, que fueron tus amigos y después te
pospusieron a la escoria de la tierra!...
Por el llanto que arrancó a tus ojos la maldición de aquellas madres, cuyos
hijos bendijiste; por el lodo que esos niños arrojaron a tu rostro...
(Pausa)
“¿A quién buscáis?” –dice Jesús a los soldados, dominando con majestad
divina un dolor inmenso...–. “¡A Jesús de Nazaret!”–contestan a una voz los
que venían sedientos de su sangre–. Un momento más, y el dulcísimo Maestro
se adelanta, ofrece las manos, doblega su cuello, bajo una soga de criminal... y
cautivo de los hombres, les entrega nuevamente el enamorado Corazón...
Y vosotros, ¿a quién buscáis, almas fervientes, en esta noche, aquí en este
Getsemaní de su Sagrario?...
Las almas. Venimos en busca tuya, Jesús de Nazaret... En esta hora del
poder de las tinieblas, de la soledad y del pecado... Por esto hemos elegido el
momento supremo de tu desamparo, ¡oh Divino Agonizante del altar!... para
sorprenderte a solas y ocupar en esta Hora Santa el puesto de San Juan y de
los ángeles... Sí, yo soy tu dueño. Prisionero de ese tabernáculo..., y de mi
alma pobrecita...; yo soy tu dueño, como he sido tantas veces tu verdugo...
Déjanos, pues, acercarnos a tu cárcel voluntaria y permite que besemos tus
cadenas, que bendigamos los dichosos muros de tu calabozo; consiente que
lloremos de amor al meditar en la sublime e incomparable cautividad del Hijo
de Dios vivo... Aquí no fue ya un pecador quien te entregó: fue tu propio
Corazón, el dichoso, el amabilísimo, culpable de esta prisión de amor...
En los labios del que te recibe como Judas en su corazón manchado por la
culpa...
(Pausa)
No ha habido noche más horrenda, en sus dolores, que la noche del primer
Jueves Santo de la tierra... No tenéis para qué reconstituir la escena de hace
veinte siglos, almas fervorosas, cuando ahí tenéis a Jesús sentado siempre en
el banquillo de los criminales... reo de un amor infinito. Ahí lo tenéis, desde
entonces, vendados los divinos ojos por el llanto que le arranca la tibieza de
los buenos, de los suyos...; ahí está, objeto incesante de la befa de los sabios y
de los honrados de la tierra...: ahí sigue siendo el ludibrio sangriento de los
que le temen en su misma inercia, en su silencio sacramental... “Tú, que
resucitas los muertos –le dice la incredulidad–, sal, si puedes, de esa tumba...;
si eres Rey, le dicen los gobernantes, si es verdad que palpitas, Dios, en esa
Hostia, adivina quién te hirió”. Y lo golpean con sacrílega legalidad, y
profanan sus templos... e insultan la mansedumbre de su Corazón, que calla y
que espera siempre perdonar...
Pero es, sobre todo, el pecado de altivez y de soberbia el que más le ultraja
en la dulcísima humildad de su Sagrario... Es la rebeldía de Luzbel, el orgullo
humano, la hez más amarga de su cáliz...
¡Oh!, en este día, espera de nosotros, con derecho, un consuelo de
humildad. ¡Ah!, sí, recíbelo mil veces, Jesús Sacramentado, en pago de amor,
por aquella eterna noche de sacrílega profanación de tu persona, sufrida el
Jueves Santo.
(Lento y cortado)
(Breve pausa)
¡Ah!, pero ese Sol de amor, el Corazón oculto en el pecho de Jesús y en esa
Hostia, no ha permanecido siempre velado a nuestros ojos, no... Incontenible
en sus ardores de caridad y en los fulgores de luz misericordiosa, por la ancha
herida del Costado, nos habla de ese Corazón Sagrado, con gemidos de
paloma... y, por fin, se revela, un día venturoso, en toda la magnificencia de su
amor. Y es Él, el Nazareno divino, es el Maestro de Judea, apasionado de las
almas... es el mismo Agonizante adorable, el mismo cautivo triunfador de
Getsemaní... el que aparece ante los ojos extasiados de Margarita María, y el
que, mostrándole su Corazón envuelto en llamas, dice: “He aquí el Corazón
que ha amado tanto a los hombres...; no he podido contener por más tiempo el
amor que por ellos me devora... Ved aquí que vengo, pues, a pedir amor por
amor, corazón por corazón...; quiero trocar mi vida por vuestra vida... ¡Estoy
triste...: se me olvida..., se me ultraja! ¡Quiero consuelo, tengo ansias de un
solemne desagravio en una gran festividad a mi Corazón!... ¡Vengo a exigir
para él un homenaje, un culto victorioso; pues por él he de reinar!... Venid a
acompañarme en la adoración reparadora...; venid a convertir al mundo en la
Hora Santa... ¡Ah, venid a comulgar..., venid, tengo sed de ser adorado en el
sacramento del altar!... Traedme almas..., muchas almas... y luego, llevadme al
seno del hogar, al corazón del que padece, al lecho del pecador empedernido...
y veréis la gloria y los prodigios de mi amor... ¡Tomad y recibid, en esta
Eucaristía, mi Divino Corazón...; todo él os pertenece...; amadlo...; amadlo... y
hacedlo reinar!”.
(Pausa)
Señor, Jesús, Tú lo has dicho, Tú eres Rey...; a eso viniste al mundo; para
reinar estableciste el sacrificio perpetuo del altar; para reinar nos revelaste los
tesoros y los anhelos de tu Divino Corazón... No en vano nos aseguraste,
Jesús, que por él incendiarías en tu amor al mundo desdichado...
Cumple pues tus promesas; establece ya, nos urge, el reinado de tu amante
Corazón.
2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable prometida a los que te han recibido con Hosannas...
4ª. Ven..., porque eres fuerte, Tú, el Dios de las batallas de la vida; ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte...
6ª. Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste la ternura incansable de tu amor.
7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes, a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón y a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa, por esta hora de consuelo y por la
Comunión de los primeros Viernes: cumple con nosotros tu promesa infalible;
te pedimos que, en la hora decisiva de la muerte,
(Breve pausa)
(Cinco veces)
Jesús. Venid a Mí todos los que sufrís, los que gemís agobiados bajo la
pesadumbre de la Cruz... ¡Oh, mucho antes que sucumbáis abrumados bajo la
carga..., venid! ¡Apresuraos..., aceptad los brazos que os ofrezco, pues quiero
ser para vosotros, los afligidos, el Cireneo del amor!... ¡Venid!...
Primer dolor
Las almas. Es mucha gloria, Rey Divino del Calvario, que nos encontremos
siempre contigo en la misma calle de amarguras... Y esto, porque nuestras
lágrimas no son sino unas cuantas gotas rebasadas del océano de penas que
llevas dentro de tu pecho sacrosanto... De ahí, Señor, que no habiendo sido
comprendido Tú, que no siéndolo todavía, después de siglos, permitas con
sabiduría que las creaturas a su vez no nos comprendan a nosotros... Gracias,
¡oh! gracias, por la amargura saludable que padecen los pequeños y los
poderosos, los ricos y los pobres, los mundanos y los santos, al sentirse
fustigados por el látigo de fuego, que es el juicio injusto de los hombres...
látigo cruel sobremanera cuando viene de la mano de aquellos que hubieran
debido hacernos justicia y brindarnos amor... ¡Oh!, ten piedad, dulcísimo
Jesús, de los desdeñados..., de los heridos por la desconfianza..., de los
desalentados por la crítica acerba..., de los condenados por ligereza o por
maldad... Haz con ellos todos obra de ternura y de piedad, Señor, porque el
mundo es tanto más cruel con sus innumerables víctimas, cuanto más culpable
él mismo... Apresúrate, Maestro, el único de veras Bueno, apresúrate a
socorrerlos con el bálsamo secreto de tus ternuras... No tardes, Jesús, en acudir
en socorro de esos heridos del alma, tal vez culpables, mucho más por
fragilidad que por malicia..., almas débiles, vacilantes, enfermizas... Señor
Jesús, ¡cómo quejarnos que las creaturas nos juzguen con severidad, cuando
ante dicho tribunal te encontramos también a Ti!... No sólo hace siglos, ¡oh,
no!..., todavía y todos los días, a cada instante, tus creaturas te interrogan con
altanería sobre tus leyes y derechos... y, lo que es más triste, ¡ellas..., te
condenan sin apelación!... Venimos por esto a aprender de Ti, Jesús, una
lección de humildad, lección divina que nos aliente en esta Hora Santa, que
fortifique nuestro valor abatido, que nos enseñe con tu palabra, y sobre todo
con tu ejemplo, aquel espíritu de fe, propio de los que se llaman hijos tuyos...
Háblales, pues, Maestro muy amado.
(Pausa)
Jesús. ¿Habéis olvidado, hijitos míos, que vosotros los discípulos, no sois
más que Yo, vuestro Maestro?... Si pues el mundo injusto me desconoce a Mí,
su Luz y Salvador, qué de extraño que haga otro tanto con vosotros?... ¡Qué!
¿No veis con qué tesón las tinieblas pretenden descartarme con una victoria
insolente?... Me condenaron en el Pretorio y sufro todavía las consecuencias
de dicha sentencia tenebrosa... ¡Ah, y si no fuera sino el ataque de los que
abiertamente profesan la maldad!..., ¿qué decís del desdén, de la persecución
oculta y crudelísima de aquellos que se precian de honrados, de aquellos a
quienes se aprecia como buenos, que se admira como virtuosos, sabios y
prudentes?... No lo olvidéis: mi Evangelio y mi Corazón son el blanco de sus
ataques, hábiles y arteros... ¿Y seréis vosotros, por ventura, más justos, más
santos y fuertes que Yo?... Mi pueblo no ha cambiado; fue ayer, y sigue siendo
hoy día, refractario a mi predicación..., rechaza mi doctrina y desdeña las
invitaciones amorosas de mi Corazón... ¡Qué bien os sienta, ya veis, a
vosotros, ofendidos por el desconocimiento de las creaturas, el meditar ante
mi altar, el desconocimiento con que ellas ultrajan a su Dios y Señor, mal
comprendido de los suyos..., desconocido con frecuencia de sus preferidos..., y
aun de sus apóstoles!... Esa fue la triste realidad de ayer y sigue siendo la
penosa realidad de hoy día... Ved, si no: ¿quiénes se interesan de veras en
acercarse a Mí..., en estudiar hipócritamente mi Persona adorable?... ¿Quiénes
se afanan en hablar de Mí?... ¡Ay! cabalmente aquellos que niegan mi
doctrina..., aquellos que, a ciencia cierta, quieren censurar mi Iglesia Santa...,
aquellos enemigos que tienen verdadero empeño en cavar mi tumba para
sepultarme en el eterno olvido de los hijos que rescaté con mi sangre... Esos
son, con frecuencia, los que más se afanan, como los sanedristas, en
escudriñar de mala fe mi Evangelio y mi Ley... Pero si así soy tratado, Yo, la
leña verde, ¿qué no hará el mundo con vosotros, la leña seca, dispuesta ya
para ser pasto de las llamas?... ¿Por qué extrañaros tanto que si los hombres
desprecian y desconocen al Sol increado de Justicia y de Verdad, que soy Yo,
desconozcan y desdeñen también el chispazo pobre de luz, que sois
vosotros?...
Por esto, hijitos, pensad en reparar, ante todo, el gran pecado actual, el
desconocimiento de vuestro Dios y Señor..., y Yo, que soy tan suave y
compasivo, sabré reparar oportunamente, la injusticia cometida con vosotros...
Y qué, ¿no me habéis desconocido vosotros a Mí?... Reparad, ¡oh!, reparad,
consoladores míos, ese vuestro propio pecado... Puesto que venías a confiarme
las injusticias que los hombres han cometido con vosotros, dejadme
recordaros las injusticias que, más de una vez, habéis cometido contra Mí,
vuestro Rey y Señor... Animados, pues, de verdaderos sentimientos de
humildad, de arrepentimiento y de gran confianza, acercaos en esta Hora
Santa a mi Sagrado Corazón... Venid a Mí todos los que sufrís del
desconocimiento de las creaturas, venid..., que Yo soy el gran Desconocido de
la tierra...
(Todos)
(Pausa)
Segundo dolor
(Pausa)
Jesús. ¡Ay, a quién venís a confiar la pena que provoca en vosotros la falta
de amor!... Bien sabéis que si hay alguno en la tierra que llore esta amargura,
soy Yo, Jesús... Contemplad, si no, a este gran Herido...; poned los ojos en mi
Corazón atravesado... Pero, sabedlo desde luego, si las creaturas no os aman
como debieran, ello se debe, sobre todo, a que son ingratas, antes que con
vosotros, conmigo, el Dios de caridad... ¡Qué experiencia tengo Yo, amigos
del alma; qué experiencia amarguísima de la pena que venís a llorar sobre mi
pecho!... Hijitos queridos, vuestro dolor lo comparto, y nadie, nadie más que
yo, toma parte íntima y sincera en esa vuestra angustia crudelísima, no lo
dudéis... Pero ya que así me habláis, dejadme instruiros con luz de cielo en
materia tan importante y delicada... Que mis palabras, partiendo de mi
Corazón herido, reconforten e iluminen los vuestros apenados... Decidme: al
quejaros con tanta amargura de la ingratitud de las creaturas, ¿no sentís el
remordimiento de haberlo sido vosotros conmigo..., y tal vez con más
responsabilidad?... ¡Os quejáis a Mí de que se os olvida!...; ¡pobrecitos!...
Pero..., y vosotros ¿no me habéis olvidado también, y con frecuencia, por las
creaturas?... Me afirmáis que éstas os arrebatan injustamente el cariño que
decís os deben... No lo apruebo, hijitos; pero... ¿no me habéis robado también
vosotros vuestro afecto?... Y, más aún, ¿no recordáis que a veces habéis
arrebatado en favor vuestro el cariño que esas mismas creaturas me decían...
¡Ya veis el principal porqué de tantas de esas penas!...
Y ahora oídme: no penséis que el remedio al mal de desamor consista en
que Yo os devuelva todo el cariño que reclamáis de las creaturas... ¡Oh!, no,
ello os haría mayor daño... El remedio es otro: consiste en buscar ese amor no
en las creaturas, sino en el Creador... Por esto os digo a todos: ¡Venid a Mí
todos los que sentís un hambre devoradora de afecto; acudid a Mí, pues las
creaturas no podrán jamás hartaros!... ¡Oh, venid!...
(Pausa)
Y ahora, acentuemos una idea que puede parecer extraña aun a los mismos
cristianos, y es que: el único que tiene un derecho pleno y absoluto a ser
amado, el único, es Nuestro Señor... ¡Dichosa frialdad la de las creaturas, si
con ellas nos desapegamos de la tierra y si con ella compensamos también y
reparamos la ingratitud y el desamor con que tantos ofendemos al Maestro
adorable!
(Todos)
Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan.., y para reparar la tibieza de tantos cristianos ¡aumenta, Corazón de
Jesús, nuestro amor!
Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.
Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar el culpable olvido de tantos, ¡aumenta, Corazón de
Jesús, nuestro amor!
Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar la falta de generosidad en tu servicio, ¡aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor!
Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar la estéril y árida religiosidad superficial de tantos
católicos, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor!
(Pausa)
Tercer dolor
Las almas. ¡Con qué gran sabiduría has dispuesto, Señor, que el cuerpo que
nos diste para servicio tuyo, y que la tierra, con todos los demás bienes
temporales, creados para nuestro bien moral y eterno, conspirasen en contra
nuestra, Jesús, por haber conspirado con pecado de rebeldía contra Ti, nuestro
Bienhechor divino!... “Peccavimus”... ¡Hemos pecado abusando de esos
bienes, Señor!... “Miserere”... ¡Tennos piedad!... ¡Ah, sí!, tennos piedad,
Jesús, en tantos y tantos sufrimientos temporales y materiales que no son sino
el fruto amargo de nuestro propio delito... Retorna, Maestro de misericordia,
por los mismos caminos que hace siglos recorriste...; retorna presto, Jesús;
vuelve a recorrer nuestros caminos polvorientos, donde aguardan, postrados,
que Tú pases bendiciendo nuestros queridos enfermos... Bien sabes Jesús, que
los amamos en Ti y para Ti... Consérvalos todavía si fuere para tu gloria.
(Todos)
(Tres veces)
Que no se cansen, Jesús, tus ojos; mira alrededor tuyo todavía...; contempla
los escombros humeantes de tantos hogares deshechos, desmembrados; de
tantas fortunas desaparecidas, esfumadas... ¡Ay! Y bajo el hacinamiento de
tantas ruinas yacen amigos tuyos, heridos..., que lloran. Pon en ellos tus ojos
de cielo; mira compasivo, Señor, y recompensa con un latido amoroso y tierno
de tu Corazón dulcísimo a tantos que sólo ayer daban a manos llenas a tus
pobres...; ¡ah, pero hoy, ellos acuden a Ti en su pobreza e imploran tu caridad,
te ruegan que remedies un desastre material que amenaza sepultarlo todo!...
(Todos)
(Tres veces)
Samaritano incomparable y único, bien sabemos tus hijos que todo cuanto
permites y ordenas contribuye sabiamente a asegurarnos una felicidad
eterna...: ¡todo!...
(Todos)
Señor: Tú que riges las leyes morales, óyenos benigno; te prometemos que
en la prosperidad y en la pobreza te diremos siempre con entera sumisión y
por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
Señor: Tú que diriges las leyes que rigen a las sociedades, óyenos benigno;
te prometemos que en la situación de honor o de humildad entre los hombres,
te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase
tu santa voluntad!
Cuarto dolor
Las almas. Mejor que nosotros, Tú bien sabes, Buen Jesús, que ni la
enfermedad ni las preocupaciones materiales de bienestar material y de dinero,
son las preocupaciones más angustiosas de la vida, ¡ah, no! Hay otro torcedor:
la angustia del espíritu... Esto es, la inquietud constante, provocada por la
caducidad y el fracaso ineludible de todo lo de acá abajo... ¡Oh, qué penosa es
la incertidumbre de un porvenir, siempre obscuro..., qué abrumadora aquella
falta de reposo interior y de paz en el alma!...
(Tres veces)
Sí, Tú mismo y sólo Tú, has de ser nuestra quietud y nuestra paz..., sólo Tú,
Maestro adorable... Porque Tú jamás engañas... Porque Tú jamás cambias...
Porque Tú jamás mueres...
(Todos)
(Tres veces)
(Todos)
¡Ay! En vano pretendemos que las creaturas nos procuren una dicha, que
ellas mismas no poseen, no... El secreto de felicidad lo tienes Tú, Jesús, y sólo
Tú. Por esto te decimos, en nombre de la herida de tu Sagrado Corazón: ¡sé
nuestra dicha, Jesús!
(Pausa)
Jesús. Sí, hijos muy amados de mi Divino Corazón, Yo quisiera ser vuestra
paz... vuestro amor..., vuestra gloria..., vuestra única felicidad... Yo, vuestro
Jesús!... ¡ah!, pero, a vuestra vez, sed vosotros también: gloria mía, dicha mía,
y la jubilación de mi Corazón adorable. Acabáis de hablarme de las congojas
que torturan vuestro espíritu y de las penas que amargan vuestras almas, en la
desaparición y ruina de todos los bienes perecederos de la tierra... Pero no es
esto, sobre todo, amigos queridos, lo que labra vuestra desgracia... ¡ah, no!...
Es un cielo, todo un cielo, el que os hace falta..., el cielo de mi amor. Y
entonces, cuando sufrís de ese mal, cuando Yo os falto, siento Yo, a mi vez,
que a Mí me falta algo... el bien tan mío, que sois vosotros. Decís muy bien al
afirmar que vuestras cruces materiales son pequeñas en comparación con las
penas del espíritu...
Conozco, ¡oh, sí!, aquel abismo profundo y secreto en que se traban las
luchas del espíritu cuando se desencadena la violenta tempestad moral... Pero
cabalmente porque Yo lo sé todo, heme aquí, he venido para recoger la
confidencia que sólo a Mí podéis hacer... Acercaos, pues, y desahogad el
alma, contádmelo todo: zozobras crueles..., preocupaciones de familia..., las
alternativas de vuestros intereses y negocios..., el porvenir incierto del
hogar..., los temores y el sobresalto por una desgracia que parece
amenazaros...
(Silencio, pausa)
Jesús. Y ahora, hijitos míos, después de haber desahogado en Mí vuestros
dolores, pensad también en los míos..., en mi Getsemaní, ya que sobre todo
para ello es la Hora Santa... Vuestras penas preparan el espíritu para meditar, a
la luz de una claridad divina, la infinita amargura con que los humanos sacian
mi Divino Corazón... ¡Oh, que vuestras penas no os hagan olvidar las mías!...
En vuestras tristezas, pues, e incertidumbres..., en las decepciones y en las
sorpresas de dolor, poned los ojos y el alma en otra Cruz, la mía, pensad en
aquel Dios de amor cuyo Getsemaní es este Tabernáculo... Y recordad, al
sufrir, que vosotros no sois sino creaturas, y creaturas culpables que os habéis
desviado del camino recto..., que padecéis por haber huido, a veces, lejos del
redil..., por haber trocado desgraciadamente el cielo por los abrojos y los
frutos envenenados de la tierra... Pensad y meditad que vuestra amargura no es
sino la cosecha de la cizaña sembrada por el pecado... ¿Qué sería de vosotros
si yo no endulzara, con misericordia, las lágrimas y dolores que vosotros
mismos provocásteis?... ¿Qué sería vuestra vida si Yo no hubiera plantado,
entre las espinas del pecado, mi Cruz divina, cuya bendición, amorosa y
tierna, perdona y rescata, alienta, fortifica y consuela?... Más que nunca, pues,
amadme con ese vuestro corazón herido, amadme con la fuerza de vuestras
propias angustias. Y puesto que habéis acudido a esta Hora Santa para
considerar ante todo mis dolores, midiéndolos, en lo posible, por los
vuestros..., venid ahora, venid y ved si todas vuestras agonías juntas pueden
compararse con la de mi Divino Corazón, desconocido..., traicionado...,
cruelmente herido... Mas no olvidéis: vosotros sois las criaturas culpables..., y
Yo soy vuestro Dios y Señor... Venid y ved, ponderad y medid, hijitos míos, si
os es posible, según la medida de mis dolores, la medida de mi amor, que,
olvidando sus propias angustias, se afana, se desvive, por suavizar y cicatrizar
todas las heridas, todas... ¡Ah, todas no!... Mi amor deja siempre abierta la
llaga de mi Costado..., ésta no cicatrizará jamás..., quedará siempre abierta
para recibir a mis hijos y amigos dolientes...
Quinto dolor
Fugacidad de la vida –todo pasa–, separaciones crueles, inevitables: la muerte
Primer cuadro
(Acentuado)
(Breve pausa)
Segundo cuadro
(Acentuado)
¡Corazón de Jesús de Nazaret, ten piedad de los padres y de los hijos que
han debido saborear las heces de este cáliz!
(Breve pausa)
Tercer cuadro
(Breve pausa)
Cuarto cuadro
La escena pasa en el Calvario... El Señor Crucificado va a dar su último
adiós a la Reina de los Dolores, Reina de su adorable Corazón... La muerte se
cierne ya sobre el Divino Ajusticiado... ha recibido licencia del Padre y del
Hijo de acercarse cruel... para apagar el soplo de la vida en el cuerpo
sacrosanto del Salvador..., en aquel cuerpo divino que María había calentado
entre sus brazos de Virgen Madre en las noches de Navidad... Todavía una
mirada..., la última, y en ella otorga a la Reina Inmaculada, en testamento,
Juan, la Iglesia, las almas y su propio Corazón... Un último estertor..., y Jesús,
inclinando la cabeza ensangrentada..., expira.
(Acentuado)
¡Corazón de Jesús, ten piedad de las madres y de los hogares que sufren
hoy o sufrirán mañana el golpe tan temido, pero implacable, de la muerte!
(Cinco veces)
(Lento:)
Es ésta una hora tres veces santa, por la proximidad de Jesucristo a nuestras
almas pobrecitas... La herida siempre abierta de su pecho, le habla de la tierra
y lo fuerza dulcemente a atender, al mismo tiempo que los cánticos del cielo,
las súplicas y los gemidos que suben del destierro...
(Breve pausa)
(Pausa)
(Declaradle en dulce intimidad que lo amáis con toda el alma, con amor de
desagravio).
¡Solos con Jesús!... ¡Qué delicia!... ¡Solos con Él, compartiendo su soledad
y su agonía!... Pero escuchad; allá fuera ruge una tormenta de odio contra el
perseguido Jesucristo... El eco de los siglos va gritando ante las rejas de su
cárcel la blasfemia horrenda del pueblo deicida: “¡Quítale!... Reo es de
muerte... ¡Crucifícale!” ¿Qué mal nos ha hecho ese Dios ensangrentado?...
Almas piadosas que deséais consolarlo, vedlo llegar en esta Hora Santa
agobiado bajo la pesadumbre de su Cruz... Viene herido en el alma,
recorriendo una Vía Dolorosa que parece no tiene término... Viene, pero
abrazado siempre a su patíbulo. ¡Nos ama tanto! Vedlo. Llega angustiado,
perdida la hermosura de sus ojos en la hermosura de sus lágrimas. Viene
exhausto de sangre y desbordante en misericordia su dulce Corazón... Ya está
aquí... ¡Oh, misterio inefable!... Si comprendiéramos el don de este
acercamiento de Jesús, la gracia incomparable de su vecindad consoladora en
el Sagrario... Está ahí... a un paso... Al bendecirnos, la sombra de su mano nos
alcanza...
(Breve pausa)
¿Y qué es lo que busca? Una tregua a sus dolores... Quiere el amor de sus
amados... Que venga entonces. ¡Ah, sí!... Que venga a reposar en esta Hora
Santa al calor de afecto de nuestras almas compasivas.
Desde el fondo del Sagrario, sus labios, empapados en la hiel de todas las
ingratitudes, nos nombran con bendición de amor a todos los que en esta Hora
Santa hemos venido a llorar con Él la desventura de su amor menospreciado.
Es grande, ¡qué inmenso es el dolor que le atormenta... pero es mayor aún, es
infinito, el amor que lo tortura!...
(Solicita con fervor y humildad la gracia de escuchar la voz del Señor, que
pide y que se queja).
(Lento)
Voz del Maestro. Hacía tanto tiempo, alma querida, que te aguardaba aquí
en la Hostia para contarte el amor que me devora... Te bendigo, porque has
tenido compasión de tu Dios encarcelado, sumido en amarga soledad... Tenía
sed de ti... Por fin te he vencido... Dímelo tú mismo, sí, repíteme que mi
Corazón te ha vencido...
“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y de los cuales es
tan mal correspondido...”.
Cuando repartías cariño a todos, pedí para mí una centella de ese afecto...
Todas las criaturas llegan siempre a tiempo, todas... y Yo, alma querida, ¿por
qué sólo Yo llego siempre tarde?... ¿Por qué me hieres?... ¿Cuándo y en qué te
he contristado?... ¡Respóndeme!
(Breve pausa)
(Cortado)
(Pausa larga)
(Pausa)
Voz del alma. ¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?
Mucho en redimirme.
(Breve pausa)
(Lento)
Corazón de Jesús, amigo fidelísimo del hombre, un amigo ingrato está aquí
y te llora...
(Pausa)
Tu tierna Madre y tu Cruz son testigos de esta tu amabilísima palabra: “He
venido en busca de los enfermos, de los extraviados..., de las ovejitas perdidas
de Israel”.
Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y de los hijos.
Y, por fin, Jesús, por los buenos que vacilan... por los pecadores obstinados,
que resisten a tu gracia...
(Pausa)
Por eso te pedimos con tu santa Iglesia, te suplicamos por la Virgen Madre,
te exigimos por el honor inviolable de tu nombre, que establezcas ya, que
apresures el reinado de tu amante Corazón.
1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten
las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida...
2ª. Adelante, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable prometida a los que te han recibido con hosannas...
4ª. Ven..., porque eres fuerte..., Tú, el Dios de las batallas de la vida... Ven,
mostrándonos tu pecho herido como esperanza celestial en el trance de la
muerte...
6ª. Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para ellos,
sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.
7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes
debes inflamar con esta admirable devoción!
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa, por esta hora de consuelo y por la
Comunión de los primeros viernes; cumple con nosotros tu promesa
infalible... Te pedimos que en la hora decisiva de la muerte...
(Pedidle que cumpla sus promesas de victoria, que reine en las almas y en
la sociedad).
(Pausa)
En el seno de mi hogar hay, buen Jesús, penas muy hondas y secretas... ¡Si
Tú reinaras entre los míos con toda la intensidad de amor que Tú mereces,
¡ah!, no habría en mi casa tantos y tan amargos pesares!... Ven, ¡oh!, ven,
Amigo de Betania, pues en mi familia hay alguien que está enfermo y Tú le
amas... Cuando Tú estás, las mismas penas son suaves, y a tu lado, las espinas
tienen bálsamo de paz... Ven, pues, y no tardes, amigo de Betania...
Apresúrate, porque mi hogar está herido con la ausencia de seres queridos que
faltan en él: padre, madre y hermanos, todos crecimos junto al pie de la Cruz...
¡Ah! Y después esa misma Cruz, por voluntad del Cielo, nos ha ido separando
del nido santo del hogar... Ten piedad de esos amados ausentes, que trabajan y
luchan lejos de la familia, y tal vez también lejos de tu altar... ¡Oh, sé dulce, y
ven pronto a nuestro lado, Jesús, Amigo dulce de Betania!
(Nombradle los seres queridos del hogar, los pródigos por quienes os
interesáis).
(Breve pausa)
(Cortado y lento)
Cuando tus sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles te aclamen
Soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos... y yo me
encuentre en la agonía..., su celo y sus ardores son los míos..., acuérdate del
apóstol de tu Divino Corazón.
Cuando la Iglesia ore y gima ante el altar, para redimir contigo el mundo...,
y yo me encuentre en la agonía..., su sacrificio y su plegaria son los míos...,
acuérdate del amigo de tu Sagrado Corazón.
(Pausa)
(Cortado)
Úneme, pues, a ti, con vínculo que sea eterno... Renuncio a todas las
delicias de tu amor, con tal de poseer perfectamente este otro Paraíso, el de tu
tierno Corazón... Y en Él sepulta, ¡oh, sí!, los yerros que contra ti he
cometido..., y castiga, y véngate de todos ellos hiriendo con dardo de
encendida caridad al que tanto te ha ofendido.
(Cinco veces)
Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que
en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como
bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura, otorga a todos los
pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra
resuene esta sola aclamación.
“¡Oh, buen Jesús: al comenzar esta Hora Santa, déjanos besar con deliquios
de amor, con pasión del alma, con embriaguez de cielo, la herida encantadora
del Costado, y permítenos llegar, por medio de ese ósculo dichoso, hasta lo
más recóndito de tu divino y agonizante Corazón!”.
(Pausa)
El alma. Jesús, Rey de los altares y Soberano de las almas: ven y asienta
tus reales de dominio en estos corazones... No serás entre nosotros el huésped,
sino el Padre y el Monarca..., no el peregrino, sino el Redentor desagraviado y
el Señor mil veces bendecido... Ven... Y si es constante la ofensa de la culpa...,
más constante aún ha de ser el homenaje de nuestro humilde desagravio...
Abre tu prisión, señor Sacramentado, y que los ángeles que rodean tu pobre
tabernáculo se unan a los amigos leales de tu Eucaristía, para decirte:
A pesar de los ataques con que la razón y las sabidurías vanas de la tierra se
alzan para derrocarte del altar...
(Pausa)
No fue por los ángeles que te alaban, sino por mí y por tantos tibios e
indolentes en el ejercicio de tu amor, que te desoyen y te ofenden...
Voz del Maestro. ¿Cuántos sois los que veláis conmigo en esta Hora
Santa?... Es cierto que es grande vuestro amor... ¡Ah, sí!, pero inmenso,
insondable es el amargo océano de delitos y de orgías, que a esta misma hora,
está saturando de tristeza mortal mi Corazón... ¡Qué frenesí de pecado..., qué
desenfreno en el torbellino humano que va pasando ahora mismo ante mis
ojos!...
El alma. ¡Oh, sí, Maestro!: baje de una vez fuego del cielo, que purifique,
que perdone y salve a millares de infieles, que viven sin amor, amando
locamente la materia y lo nefando...
Para aquellos que luchan, tolerando los pecados públicos, que trafican en la
profanación de la conciencia y de los sentidos...
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Por la frialdad de la mayor parte de tus hijos.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Por las largas esperas a las puertas de nuestros corazones.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Te consolaremos, Señor.
Los reyes y gobernantes podrán conculcar las tablas de la Ley, pero, al caer
del sitial del mando en la tumba del olvido, tus súbditos seguiremos
exclamando:
Los ricos, los altivos, los mundanos, encontrarán que tu moral es de otro
tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la conciencia...; pero, al
confundirse con las sombras de la tumba del olvido, tus hijos seguiremos
exclamando:
¡Oh, sí, que viva! Y al huir de los hogares, de las escuelas, de los pueblos,
Luzbel, el ángel de tinieblas, al hundirse eternamente encadenado a los
abismos, tus amigos seguiremos exclamando:
¡Viva tu Sagrado Corazón!
¡Ay!, se paga vil dinero y no faltan Judas que comulguen, para entregarme,
con el beso de esa comunión, en manos de mis mortales enemigos... El
incendio criminal ha abrasado mi Sagrario y convertido en pavesas la forma
consagrada... Esto, en pago de haber dejado mi Corazón entre vosotros, para
abrasar el mundo en el incendio de salvadora caridad. ¡Ah, y cuántas veces los
infelices, que codician el metal dorado del copón en que os aguardo, han
salteado la prisión de mis amores..., y he sido arrojado sobre el pavimento, sin
tener una piedra consagrada en qué reclinar mi cabeza ensangrentada...!
¡Que te canten los cielos, porque Tú, el Dios del Tabernáculo, eres la
bienaventuranza del mismo Paraíso! ¡Que te canten, Jesús-Hostia, los campos,
los mares, las nieves y las flores, panorama de belleza creado para recrear tus
ojos, cansados de llorar soledad e ingratitudes!... ¡Que te canten, dulce
Prisionero, las aves y las brisas; que te canten las tempestades; que te ensalcen
los sollozos del corazón humano y sus palpitaciones de alegría, a ti, el Cautivo
del altar... Gloria a Dios en las alturas...; gloria, bendición y amor a ti, Jesús
Sacramentado, sólo a ti, en el incomprensible aniquilamiento de tu adorable
Eucaristía!
(Cinco veces)
¡Ah! Pero como somos tan culpables, te rogamos, Señor Jesús, tengas a
bien purificarnos y consumirnos con las llamas de tu Sagrado Corazón, como
un holocausto perfecto de caridad y de gracia, para obtener una vida nueva y
poder entonces decir con verdad: “Nosotros nada tenemos que sea nuestro;
vivos o muertos, Jesús es nuestro todo; nuestra propiedad es ser nosotros
entera y eternamente de su Divino Corazón... ¡Venga a nos tu Reino!”.
XVIII
La Pasión de Nuestro Señor en Jerusalén, en el
altar y en las almas
(Tres veces)
¡Oh, sí, que tu sangre caiga, Señor, como el maná milagroso, en nuestras
almas, como un rocío celestial sobre nuestros corazones..., como una
bendición de amor sobre nuestros hogares, como una redención suprema sobre
nuestra querida Patria!...
(Tres veces)
Habla, pues, Jesús adorable, exponnos tus peticiones y tus quejas...; pero,
sobre todo, habla para enseñarnos la ciencia de amarte, no de cualquier
manera; enséñanos la gran ciencia de amarte en el sufrimiento y en la cruz, en
unión con tu Corazón adorable... Háblanos, Jesús.
Parecen olvidar que más allá de esa tumba comienza la obra de una justicia
fulminante y eterna... ¡Y ésos son hijos que Yo engendré en la omnipotencia
de mi brazo y en la omnipotencia de mi sangre!... Sí, y esos hijos se ruborizan
hoy de mi pobre cuna, de mi Cruz, de mis altares... Así me pagan el haberlos
amado con ternura infinita... ¡En pago de ella me enrostran la voluntaria
ignominia con que quise cubrirme para cubrirlos a ellos de gloria
inmarcesible!...
(Silencio)
(Todos)
Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.
(Si tenemos una petición urgente en favor de alguno del hogar querido, que
ansiamos ver convertido, o cualquiera otra intención de orden moral,
aprovechemos estos instantes preciosos... Ahí a dos pasos, en esa Hostia
Divina, aguarda vuestra plegaria el Rey divino, cuyo cetro es de
misericordia).
(Pausa)
Y ahora sigamos al Salvador paso a paso en el camino de sus amarguras.
Apenas le ha besado Judas, helo cautivo de sus enemigos... Poco después se le
arroja en un calabozo..., y horas más tarde ya está en camino del Calvario...
¿Cómo explicaremos tanto crimen? ¡Ah, es que el mundo ha puesto en un
platillo de la balanza a Barrabás y en otra a... Jesús; y Barrabás, el asesino, ha
inclinado en su favor la balanza de la iniquidad! ¡Crimen de ayer, de hoy y de
todos los tiempos!
Jesús es el Amor... Prohíbe y condena el odio y la pasión... Ved por qué las
tinieblas complotaron contra Él, lo asaltaron con furor, lo condenaron sin
piedad.
Jesús es la Belleza increada... y por esto debió condenar sin apelación toda
licencia y todo desenfreno...
Lo que el mundo, pues, achaca a este Rey de reyes, lo que sirve de pretexto
para condenarle, no es sino su obra redentora... He ahí la venganza ruin de los
ídolos infames, hechos pedazos por el Evangelio... Son las puertas del
infierno, que pretenden en vano prevalecer en contra del Señor de señores...
De ahí que, en su furor, tan inútil como insano, vociferan: “¡Quítale!... No
queremos que este Rey de verdad y de amor reine sobre nosotros... ¡Quítale!”.
Así gritan los liberticidas de la conciencia y de las naciones... ¡Ah! Pero en
balde luchan; pues, mal que pese al infierno, Jesús es y quedará el único Juez,
el único Libertador y el único Señor de sociedades y de pueblos!...
(Aquí puede entonarse un himno apropiado a la Realeza del Corazón de
Jesús).
(Tres veces)
Señor, mejor que nosotros Tú sabes que, después de veinte siglos, el mundo
persiste en reproducir contigo el ultraje del inicuo Herodes..., y, como él, la
sociedad actual sigue tratando tu Persona adorable, en tu doctrina y en tus
leyes..., de Insensato...
Voz de Jesús. Yo soy la luz bajada del cielo para alumbraros, hijitos míos,
disipando todas vuestras tinieblas...; pero esas tinieblas rehusaron aceptarme,
no quisieron comprenderme... Vosotros, de tan buena voluntad, juzgad en esta
Hora Santa entre la verdadera locura del mundo y la real sabiduría de mi
Evangelio y de mi Cruz... Al hablaros con esta intimidad, ahogaré los sollozos
dentro de mi pecho, para que todas mis palabras resuenen con claridad en
vuestras almas... ¡Oídme!...
(Dos veces)
(Dos veces)
Ved, amigos de mi Corazón, con qué afán todos en el mundo, aun los
mejores, se acomodan a los cambios frecuentes, caprichosos, tiránicos de la
moda...; con qué admirable docilidad ceden a una corriente nueva... y aceptan
hoy lo que reprochaban ayer... Que esas exigencias de novedades y de modas
sean costosas... o sean poco castas y anticristianas..., que traigan consigo
graves peligros para la paz de la conciencia o del hogar, aquello no se toma en
cuenta; cuando el mundo ha dicho una palabra, la sociedad obedece y se
doblega. Eso, si el mundo ordena algo. Pero cuando Yo me atrevo a predicar
una virtud un poco más austera, menos de artificio...; cuando reclamo
dulcemente más amor en más abnegación y sacrificio...; si por boca de mi
Iglesia impongo ciertas obras de mortificación sencilla y mitigada..., ¡ved con
qué prontitud y celo pretenden eximirse aun los que se dicen mis discípulos...,
ved cómo protestan muchos de ellos por razones de prudencia!... ¡Ah ! Y en
cambio, siguen caminando sobre las espinas envenenadas, dolorosas, que les
presente el mundo..., pero a Mí me vuelven las espaldas, porque ¡Yo, el Rey de
reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!
(Dos veces)
Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.
Más todavía: los hijos gozan en la familia de plena libertad para elegir una
situación y una carrera..., siempre que ésta los retenga entre los peligros
incontables de un mundo sembrado de abismos... En tal caso, los padres se
afanan en prepararles un puesto de brillo, un porvenir halagador, respetando el
deseo, las aspiraciones de sus hijos... Esto, si ellos se deciden por el mundo.
Pero cuando Yo me aventuro a golpear a la puerta de un hogar cristiano...,
cuando al abrirme llamo con ternura a una de las jóvenes, ofreciéndole el
título de Esposa mía...; cuando reclamo para mis altares a uno de los hijos...,
¡ay!... ¡qué protesta, a veces indignada, se levanta en esa casa en contra mía!...
Se tilda entonces mi elección de fantasía peligrosa, que es preciso contrariar y
disipar a toda costa... Y, cosa extraña, aquellos mismos padres, cuyas almas
sufren cruelmente de los horribles desengaños del mundo, de sus falsías,
parecen defenderse de un ladrón cuando Yo, un Dios, otorgando a esa familia
un honor inmerecido, reclamo se me devuelva uno de los hijos que les presté
para mi gloria... ¡Cuántos padres cristianos, ¡oh dolor!, olvidan entonces que
soy el Amo que se reserva el porvenir de las almas, y, una vez más, me dicen
con su rechazo que ¡Yo, el Rey de reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!
(Dos veces)
Las almas. Señor, porque eres infinitamente bueno..., pero también porque
eres Rey, levántate..., encadena la tempestad que osa amenazarte..., y restaura
Tú mismo tu soberanía, conculcada y desconocida... Extiende tu brazo
omnipotente, haz obrar tu Corazón, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.
(Todos)
(Pausa)
Y ahora, Maestro muy amado, ¿no tienes una respuesta que dar al grito de
fe y amor de tus amigos?... Di tan sólo una palabra, y nuestras almas no sólo
sanarán, sino que, robustecidas y animadas, sabrán también luchar por el
honor de tu nombre... Háblanos, Rey Divino.
(Todos)
Y ahora, antes que termine, consoladores míos, esta Hora Santa, poned el
pensamiento en vuestra hora de agonía... ¿Qué bendición, qué gracia de
misericordia reclamáis para aquella hora decisiva, cuando os encontréis en los
dinteles de mi eternidad?... Hablad: ¿qué favor supremo me pedís cuando os
hiera la implacable muerte?...
(Tres veces)
¿Me oís, hijitos míos?... ¡Es vuestro Señor y Rey quien os suplica que no lo
castiguéis como a un esclavo!... ¡Es vuestro Dios quien implora vuestra piedad
y compasión!...
Señor, porque quisiste amar con amor de santa locura a los pequeñitos, a los
pobres y a los desgraciados; porque quisiste amar, perdonando a tu pueblo, a
tus enemigos y verdugos..., porque quisiste amarnos a todos hasta el extremo
límite, por esto, tus jueces y tu Patria exclamaron: “¡Reo es de muerte!”.
¡Y ese mismo grito de blasfemia deicida atraviesa hoy todavía, como una
lanzada tu Corazón divino, como si quisiéramos castigar con un inmenso
desamor tu amor sin límites!
Pero, en cambio, os pido que no terminéis esta plegaria sin haberme hecho
antes, en testimonio de agradecimiento, el don total también de vuestros
corazones, encendidos en aquella llama de caridad que consume el mío...
Dadme, ¡oh!, dadme vuestros corazones...
(Todos)
En nombre de tus amigos los desvalidos y los pobres: ¡te amamos, Jesús,
porque eres Jesús!
En nombre de tus amigos los olvidados, los desechados y los huérfanos: ¡te
amamos, Jesús, porque eres Jesús!
En nombre de tus amigos los justos y los fervorosos: ¡te amamos, Jesús,
porque eres Jesús!
Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.
En nombre de tus amigos los resucitados, esto es, los arrepentidos, los
perdonados: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
(Cinco veces)
Oración final
(Todos)
No reconocemos las utopías de una civilización sin Dios ni contra Dios: ¡el
principio de la civilización es tu espíritu, Jesús!
No reconocemos una justicia sin Dios ni contra Dios: ¡la justicia integral
eres Tú mismo, Jesús!
No reconocemos una libertad sin Dios ni contra Dios: ¡el único Libertador
eres Tú mismo, Jesús!
(Cinco veces)
Ahí lo tenéis; miradlo con fe viva: ese es Jesús... En esa Hostia divina lo vio
su sierva Margarita María...; desde ella oyó su voz arrobadora, sus lamentos,
los sollozos de su Corazón, despedazado por los tormentos del amor y de la
ingratitud humana... Ahí le tenéis; miradle: ese es Jesús, el Dios tierno, dulce y
misericordioso de Paray-le-Monial. Transportémonos en espíritu a esa
capillita humilde y misteriosa, y, en compañía de la predestinada Margarita
María, con la frente en el polvo y con el alma henchida en fervores de cielo,
adoremos a Jesucristo, que nos quiere hablar, en esta Hora Santa, de los
anhelos, de las tristezas, de las victorias y de las divinas promesas de su
Sagrado Corazón... ¡Ahí lo tenéis, miradlo con fe viva: ese es Jesús!
(Pausa)
(En este primer Viernes, el último del año, pedidle que perdone muchas
faltas, muchas infidelidades, mucha tibieza; pero agradecedle, al mismo
tiempo, en unión con María, el sinnúmero de gracias y mercedes con que os
ha colmado su amable Corazón).
Más que vuestro aliento, más que vuestra sangre, mucho más que vuestra
alma, Yo, Jesús-Eucaristía, quiero ser eternamente vuestro...
¡Oh!, venid sin más demora..., volad ante mi altar y prometedme siempre el
gran consuelo de la Comunión reparadora, muy frecuente.
(Pausa)
(Un Dios está pendiente de nuestros labios; respondámosle con pasión del
alma).
Las almas. Como el ciervo sediento busca la fuente de las aguas, así,
apasionados de tu Corazón, nos abalanzamos a ti, ¡oh, Fuente!, ¡oh, Vida!,
¡oh, Paraíso, Jesús-Eucaristía!... No es una mera palabra, Señor, no: es una
solemne promesa la que hacemos en esta Hora Santa la de vivir de Eucaristía
en desagravio de la ausencia dolorosa de tantos hijos tuyos, que jamás
comulgan...
Recoge, pues, nuestra plegaria y, desde ese altar, sonríe, consolado, ¡oh,
amable Prisionero del Sagrario!
(Pausa)
(Pausa)
Cuando te llamemos, Jesús, en los desmayos del corazón, al sentir que nos
enfriamos en tu amor...
Cuando te llamemos, Jesús, en las fatigas que acarrea una vida de lucha y
de incesante sacrificio...
(Breve pausa)
Y como nos lo has pedido, Señor, queremos rogar por tus sacerdotes, por
los ministros de tu altar y tus apóstoles... Dales, amado Salvador, la luz de una
fe muy viva... Dales el don de una caridad sin límites... Dales el tesoro de una
humildad a toda prueba... ¡oh!, dales, Jesús, resolución de santidad y pasión,
celo ardiente por tu gloria... Y puesto que la mies es mucha, aumenta, Jesús,
los segadores realmente santos del campo de tu Iglesia, y envía a tu viña
obreros según tu Corazón...
(Pedid por el Soberano Pontífice y ofreced las buenas obras del Primer
Viernes de mañana, en especial por la verdadera santificación de los
sacerdotes... Y que siga Jesús revelándonos sus deseos; su voz, que extasía a
los ángeles del Santuario, nos señala un camino hacia su Corazón...
Oigámoslo).
(Pausa)
Jesús. (Tercera petición: la Hora Santa). Todos los que estáis aquí, todos
me sois particularmente queridos... Vuestras almas enamoradas y compasivas
me supieron a miel y néctar en la hora más horrenda y angustiosa de mi
Pasión: ¡en mi agonía de Getsemaní! Yo os vi entonces, entre las sombras del
Huerto... Vosotros me amáis, ¡oh, sí!, me amáis, ciertamente, mucho más que
tantos otros hermanos vuestros... Y por esto tenéis un derecho mayor a mi
confianza: ¡sois tan míos al compartir los tedios, abandonos y las torturas de
mi Corazón agonizante en la Hora Santa!... ¡Qué consuelo inmenso siento al
ver que no se ha perdido en el vacío la súplica que hice a mi Esposa Margarita
María, cuando le pedí esta hora de intimidad amorosa, en petición de mi
reinado y por la conversión de los desdichados pecadores!... Hacedme siempre
esta guardia de honor y de desagravio... Amadme, orad, velad conmigo, labrad
mi triunfo en la Hora Santa... Hacedla siempre, hacedla con fervor de caridad,
hacedla con amor de sacrificio... ¿Querríais abandonarme en la hora de las
traiciones, en el momento de saborear lo más acerbo de mi cáliz?... No he de
llamar a la legión de los ángeles, no: quiero llorar la sangre de mis venas,
rodeado por mis redimidos, sostenido entre los brazos de mis amigos
fidelísimos... Mi Corazón herido, mi Corazón que llora, el Corazón agonizante
de vuestro Hermano Primogénito, es herencia vuestra, que no os será jamás
arrebatada, ¡jamás!... Hacedme, pues, Cautivo vuestro en la Hora Santa;
encadenadme a vuestras almas, y llevadme prisionero a vuestras casas... Para
eso os he llamado, amados míos; con ese objeto habéis llegado ante este
altar... ¡Ea, avanzad! Yo soy Jesús de Nazaret...; aquí tenéis mis manos..., mis
pies...: encadenadme con grillos de amor... Aquí tenéis, tomad mi Corazón:
encerradlo para siempre en los vuestros...
(Pausa)
(Lento y cortado)
Venid los infortunados de la vida, que sois tantos, los decepcionados del
dinero y del aprecio de los hombres...; no me temáis y entrad por mi Costado,
donde hallaréis luz, calma y delicias ignoradas, en medio de todos los
quebrantos...
Venid, venid pronto los que tenéis amargada el alma en los placeres
envenenados de la tierra...; no tardéis; entrad en mi Costado en plena
juventud; entrad en él, en el atardecer de la existencia; entrad, no fuera, sino
en la postrera hora de la vida... y encontraréis ahí, recobrando para siempre, un
paraíso de eterna paz y de amor eterno...
Venid... Longinos abrió las puertas de mi Corazón... Yo he rasgado más aún
esa herida redentora... y llamo a los justos, a los pecadores, a los ingratos, a
los afligidos y les ofrezco, en esa llaga, a todos, una mansión de dicha eterna...
¡Quien se consagre al amor de mi Corazón..., tendrá la vida!
(Pausa)
Las almas. ¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste la victoria a las huestes
que combatieran con el lábaro de tu Sagrado Corazón...
¡Piedad, Jesús!... Recuerda que ofreciste endulzar las penas de las almas
afligidas que reclamaran los consuelos de tu Sagrado Corazón...
¡Piedad, Jesús!... Recuerda, sobre todo, que ofreciste hacer dormir entre tus
brazos, en sueño de apacible y santa muerte, a los amigos, a los consoladores
y a los apóstoles de tu Sagrado Corazón...
(Pausa)
Las almas. ¡Oh, sí!, Jesús, queremos cantar ahora en Sión, aquí en la tierra,
un himno de acción de gracias, un cantar de Eucaristía, que los ángeles no
sabrían entonarle, porque ni han pecado, ni han sufrido..., ni jamás han
comulgado... Nosotros, los perdonados, anegados en llanto de amargura y de
reconocimiento, queremos decirte con los discípulos de Emaús, al terminar
esta Hora Santa y feliz: ¡Quédate con nosotros, Corazón de Jesús!
(Todos, en voz alta)
(Cinco veces)
Hace veinte siglos que un gobernante cobarde, con miedo en el alma, con la
burla en el gesto y con la ironía en los labios, dice “Ecce Rex vester!”,
presentando a la befa y a la cólera del pueblo a Cristo-Rey.
Veinte siglos más tarde, el Supremo Pontífice del Nuevo Israel, hablando al
mundo católico, repetirá con entonación de victoria, de adoración y de amor:
“¡He aquí a vuestro Rey!”.
¡Sí, por Ti, oh Cristo-Rey, reinan los reyes y los gobernantes administran
justicia!
¡Por Ti, oh Cristo Rey, la autoridad legítima tiene fuerza de mando y dicta
las leyes!
Anatema, pues, a quien crea que se puede tener autoridad y paz en una
familia, autoridad, paz y moralidad en una sociedad o nación que elimina
sistemáticamente la Soberanía, el Código y el Evangelio de Aquél a quien ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra... “¡Ese Rey, por derecho propio,
no es otro sino Tú, Jesús!”.
(Todos)
Muchos, Jesús, son los príncipes, reyes y presidentes que se han coaligado,
Rey Divino, en contra tuya; muchos los gobernantes que han desechado y
removido del edificio nacional, la piedra angular, que eres Tú... Rey adorable,
detén tu mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu Corazón,
por los Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y véngate, extendiendo
sobre todos ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina, impera, Cristo-
Rey!
Qué triste historia, Señor, la de los pueblos que redimiste con tu sangre...;
sus representantes legales, sus Parlamentos han hecho ¡ay! tantas veces tabla
rasa de tu Código y burla de tu Evangelio, que es la Carta Magna del mundo
cristiano... En cuántos Parlamentos y Congresos se te ha blasfemado, se te ha
desconocido, se te ha suprimido con sacrílega legalidad... Rey adorable, detén
tu mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu Corazón y los
Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia y véngate, extendiendo sobre todos
ellos los beneficios de tu Reinado: ¡Vence, reina, impera, Cristo-Rey!
El único Legislador eres Tú, Jesús..., pero aquel poder que delegaste a los
hombres de comentar tu Ley con leyes justas, santas, cristianas, ese poder lo
han convertido tantos legisladores sin conciencia en arma contra Ti y han
legislado, Jesús, declarando oficialmente que tu Iglesia es una irritante tiranía,
que tu Evangelio es un absurdo, que tu Vicario, tu Sacerdocio y tu espíritu
están en oposición con libertades y progresos... Y por esto, en nombre del bien
nacional, ¡oh mentira blasfema!, te han proscrito... Rey adorable, detén tu
mano, retarda el fallo de tu justicia... y por los amigos de tu Corazón y por los
Apóstoles de tu Realeza, haz misericordia, véngate, extendiendo sobre todos
ellos los beneficios de tu Reinado: ¡vence, reina, impera, Cristo-Rey!
Es urgente, queremos que Tú reines, ¡oh Jesús!
Si la tierra ingrata, del uno al otro polo, pudiera oírnos y quisiera hacer el
eco ferviente, clamorosa a estas aclamaciones nuestras... Mas, no..., nos basta
que las escuchen complacidos, el Padre que nos envía a este Rey-Divino, y el
Espíritu Santo que lo ungió desde todos los siglos..., nos basta que Cristo-Rey
acepte el Hosanna de estos los muy suyos, los que forman la escolta de amigos
y apóstoles, de los que gustosos darían la vida por añadir al esplendor de su
diadema el florón de una sola alma, conquistada para sus dominios eternos...
Pero Él que nos ha oído y que nos ha bendecido, quiere hablarnos un instante;
escuchémoslo de rodillas: que hable el Rey a su guardia de honor...
Voz de Jesús. Bien sabéis, hijitos míos, que Yo soy Rey, para esto nací y
vine al mundo..., para dar testimonio de esta verdad, hoy en día tan oscurecida
porque tan combatida por la rabia de los malos, por el silencio de los tímidos...
Sin vuestras aclamaciones soy y quedaría Rey, porque soy vuestro Dios y
Señor, pero el clamor de vuestras almas en consonancia de amor con la de mi
Vicario en Roma, es para mí un consuelo grande y una gloria inmensa...
(Todos)
Sí, Jesús adorable, poniendo nuestra mano sobre el ara de tu altar, hacemos
la promesa solemne de observar tus leyes... No querríamos hoy aclamar tu
Realeza y burlarnos de ella mañana con el escándalo en nuestra conducta
social..., no querríamos llamarte, a voces en la Iglesia nuestro Rey y después
vestir en la calle y gozar en el salón y razonar en nuestro hogar como gente
traidora a tus preceptos, y peor, como aquéllos que tejieron para tu cabeza
divina una diadema de espinas...
(Todos)
¡A Él, sólo a Él, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos!
¡A Él, sólo a Él, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos!
(Breve pausa)
¡Perdona, Rey de amor, ¡oh, perdona!, tanto derroche de amor con las
creaturas!
¡Ay..., tan medidos, tanto contigo, Rey Divino... y tan exuberantes, tan
generosos y fieles en demasía con las creaturas!
(Todos)
Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría y del
islamismo... Son estos desdichados tan numerosos como las arenas del
desierto ¡ay! y son hijos y son súbditos tuyos. A todos, pues, dígnate atraerlos
a la luz de tu Reino... ¡Prueba que eres Rey de amor, véncelos con el cetro de
tu gran misericordia!
Sé Rey, Jesús Nazareno, sé Rey de aquel pueblo que, en otro tiempo, fue tu
predilecto, haz que descienda sobre ellos como bautismo de redención y vida
la sangre que reclamó un día contra sí... ¡Ah!, pero junto con ellos que Tú
perdonaste en el Gólgota, diciendo a tu Padre que no sabían lo que hacían,
atrae, convierte y luego perdona también a tantos otros verdugos de tu
Corazón y de tu Iglesia, mucho más culpables, que saben de memoria el
Catecismo, recibieron ejemplo y educación cristiana, hicieron su primera
Comunión. Tú los colmaste de gracias en su infancia y juventud y después,
Señor, te traicionaron por interés, por una creatura, por una situación... Mira,
¡oh Jesús!, a esos infelices renegados con la mirada penetrante de ternura con
que miraste a Pedro... ¡Prueba que eres Rey de amor, véncelos con el cetro de
tu gran misericordia!
Salve, Rey Crucificado por amor; besamos el trono de tu Cruz, desde donde
estás atrayéndolo todo a tu Corazón. ¡Salve, Rey de amor!
(Todos)
Voz de Jesús. “Mi diadema real y mi gloria sois vosotros, ‘filioli’, hijitos
míos; más que los soles y las estrellas... mi trono amadísimo sois vosotros,
amigos queridos; más que las alas de los ángeles... mi palacio no es tanto la
inmensidad de los espacios, cuanto vuestro pecho cuando me brindáis
ardiente, sencillo, apasionado el corazón ante el altar...
¡Y no venís!... Si supierais cómo me duele el alma contar los amigos fieles
tan escasos en el comulgatorio, y tornar luego los ojos tristes y encontrar la
inmensa mayoría de los hijos en la preocupación legítima o pecaminosa de
tantas cosas, de tantas personas, que no son ni mi Persona Divina, ni mi
gloria... Tanto afán y tanto tiempo para todo y para todos, menos para Mí, el
Rey solitario por excelencia... ¡Os llamo, os ruego, os suplico y más os
conjuro por vuestro bien eterno que comáis, que devoréis mi Corazón, que
bebáis de mi cáliz y no venís!... ¡Os prometo paz y fortaleza y luz y torrentes
de gracias y de consuelos y, además, por añadidura, un cielo seguro si sois los
comensales asiduos de mi Mesa eucarística... y ni así venís!... Decid, ¿qué más
podría hacer, de qué ardides y promesas, de qué halagos valerme para
conseguir que seáis más, mucho más míos en el Sacramento de mi amor?
Rey solitario de grandes y bellísimas iglesias, artísticas, con qué tristeza ves
desfilar tantas veces los curiosos que entran para admirar los mármoles, las
esculturas de tus templos, maravillas de arte y de historia... y Tú quedas
relegado a tu Sagrario y de Ti no se acuerdan y esa gente pasa y no te saluda,
o apenas...
¡Ay!, qué solo estás, Jesús, qué frío hace en aquellos monumentos de arte...
Te aclamamos, Rey de amor, en ellos, te adoramos, te amamos, Rey solitario,
en desagravio por ese abandono...
(Todos)
Rey Divino, muchas son ya, gracias a tu largueza, las Obras Eucarísticas
que en variadas formas y por diversos modos trabajan en darte a conocer y en
hacerte amar en el don de tu Sagrario... Multiplica todavía más dichas
empresas redentoras... y, sobre todo, Jesús, dales luz de fe muy viva y una
llama de caridad ardiente, para que realicen, a pesar de dificultades, sus
ideales de victoria; en dichas obras, como en otros tantos carros de fuego,
recorre como Conquistador de la tierra, repitiendo que ¡Tú eres Rey, que lo
eres desde esa Hostia!
Rey Divino, es preciso que tu amor llegue a ser una sangre nueva, un alma
divina de la Sociedad que queremos formar y refundir en la fragua de tu
Corazón... Para conseguirlo es indispensable, Jesús, que las familias cristianas
sean familias profundamente eucarísticas... Querríamos, pues, compenetrarlas
de este amor de amores, querríamos que las almas de los niños de esos
hogares Betanias estuviesen amasadas con tu Carne y con tu Sangre, a fin de
que Tú llegares a ser una vida y una tradición en la familia... Éste sería el
secreto infalible de tu Reinado Social... Existen ya esos hogares dichosos;
recorre, pues, la tierra multiplicándolos, Jesús, y por ellos repite de un polo a
otro que ¡Tú eres Rey y que lo eres desde esa Hostia!
Voz de las almas. Rey Creador, Rey Salvador en Nazaret, Rey Amigo, en
Betania, es preciso, es urgentísimo para que Tú reines, para que la Sociedad
cristiana se afirme y se refine en su fe, que la familia sea realmente el
Tabernáculo vivo y la Tienda sacrosanta en que Tú seas glorificado... Bien
sabes el empeño con que tus pobrecitos apóstoles hemos trabajado para
entronizarte triunfante de veras, esto es, conocido y muy amado en hogares
que blasonan de Betanias de tu Corazón Divino.
Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares
mundanos, tan llenos de frivolidad y de mentira como de amargura mortal,
secreta... Cuántas familias, Señor, que de cristianas no tienen sino el bautismo
y un poco más, una fórmula de etiqueta, hogares donde el dinero, los placeres
y las vanidades ocupan ¡ay! el puesto que estaba destinado a Ti, Monarca
adorable... ¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!
(Todos)
Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares buenos,
sí, pero tan poco amantes, donde Tú eres un Señor exigente a quien se sirve
servilmente por temor y sin grande amor... Hogares en que se observa en
general tu ley, pero con cierta amargura; donde se arrastra tu yugo, y, sobre
todo, donde la piedad, la vida eucarística, la amistad contigo se consideran
exageraciones indebidas... Ahí no se goza en tu servicio, ahí no calienta el sol
de tu amor... ¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!
Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares donde
hay un pecador obstinado, un alma de grandes cualidades naturales, pero
cadáver en el orden sobrenatural; un Lázaro, pero que no quiere resucitar,
tiene miedo, Jesús, que Tú lo saques de su tumba... Dice que está tranquilo,
dice que en el más allá se entenderá contigo, sin necesidad de haberse
confesado acá abajo con tus Ministros... Dice que basta el ser honrado, pero
desecha tu Iglesia, tu Cruz, tu Sangre y tus Sacramentos... ¡Oh!, se necesita,
Rey de Betania, un gran milagro, pero Tú lo harás porque eres Jesús... ¡Por
María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!
Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares tan
probados por la cruz de pesares morales... de duelos dolorosísimos, de torturas
de familia que no se nombran, pero que Tú conoces... de penas ciertamente
más amargas que la muerte... ¡Ah!; y esa cruz suele agravarla a veces la
enfermedad y la situación material muy penosa de una familia buena y
numerosa... Endulza, fortifica, consuela, alienta, como sólo Tú puedes hacerlo,
derrocha como Rey de amor tu Corazón en esa casa atribulada... ¡Por María
Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!
¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable Corazón!
Por las lágrimas de María, por las mortales angustias de esa Madre
Dolorosa, reina, Jesús, amor de nuestros amores, en aquellos hogares del todo
tuyos, donde si no faltan dolores y cruces, éstas son recibidas como un don de
tu misericordia, porque Tú eres ahí el Rey y el Amigo íntimo, porque tu
Corazón es en esa Betania el centro y el todo de esos hogares dichosos... Cada
uno de ellos es un oasis en el desierto, ahí descansas entre amigos del alma,
ahí los padres y los hijos son tu diadema, ahí mandas con imperio absoluto,
ahí no hay más que una ley: la de amarte, la de hacer tu voluntad, la de darte
inmensa gloria. Bendice y colma esas familias, multiplícalas en esta hora
solemne, Rey de amor... ¡Por María Inmaculada, sálvanos en tu adorable
Corazón!
No reconocemos una justicia sin Dios: ¡La justicia integral eres Tú mismo,
Jesús!
No reconocemos una libertad sin Dios: ¡El único Libertador eres Tú mismo,
Jesús!
¡El único Libertador eres Tú mismo, Jesús!
Voz de las almas. Señor Jesús, al terminar esta Hora Santa queremos
evocar en torno de este trono eucarístico, aquellos soles de santidad, aquellos
Reyes santos, cuyo heroísmo de amor en plena corte y sobre el trono preparó
ciertamente, Rey Divino, la apoteosis de esta gran festividad en tributo de
vasallaje a tu sacrosanta Realeza...
Bajad, pues, del Paraíso, Reyes santos, acudid prestos con vuestros loores,
adoraciones y cantares.
Los ricos, los altivos, los mundanos, encontrarán que tu moral es de otro
tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la conciencia...; pero, al
confundirse con las sombras de la tumba del olvido, tus hijos seguiremos
exclamando:
¡Oh, sí, que viva! Y al huir de los hogares, de las escuelas, de los pueblos,
Luzbel, el ángel de las tinieblas, al hundirse eternamente encadenado a los
abismos, tus amigos seguiremos exclamando:
¡Oh!, repite ahora, Rey de amor, murmura al corazón de cada uno de tus
hijos, lo que prometiste a tu sierva Margarita María: “Reino por mi Divino
Corazón”.
Acto de consagración del género humano al Sagrado Corazón de
Jesús
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de
Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan
pronto a la casa paterna, porque no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey
de aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven
separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de fe, para
que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que
permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del Islamismo:
dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino. Mirad, finalmente, con ojos
de misericordia, a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro
predilecto: descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de
vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh, Señor,
incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la
tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no
resuene sino esta voz: Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud;
a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así
sea.