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MICHAEL AMALADOSS

LA MISIÓN EN LA DÉCADA DE LOS 90


El autor, eminente misionólogo del que en ST se han publicado recientemente varios
artículos (N° 108 [1988]243-258; N° 119 [1991]163-175) ve la especificidad de la
misión en la profecía y aplica este criterio en los ámbitos de la cultura, la religión y, la
justicia. La naturaleza global de los retos actuales, el plan salvífico de Dios y la
universalidad de la Iglesia implican que hoy la misión sea mutua e inter-cultural. El
epicentro de la misión es el consumismo y 'la cultura del «marketing» y su área
geográfica primaria es hoy el Primer Mundo, donde la interpretación evangélica
parece haber perdido su vigor.

Mission: From Vatican II into the Coming Decade, Vidyajyoti, 54 (1990) 269-280.
Misión: del Vaticano II hasta la próxima década, Misiones extranjeras, n°- 122 (1991)
133-144.

Cambio de concepción

Antes del Concilio se hablaba de las misiones como de regiones donde la Iglesia aún no
estaba firmemente establecida. La tarea de los misioneros era extender la Iglesia. El
Vaticano II inició un cambio profundo: el paso de "las misiones" a "la misión" y luego a
"la evangelización". Esto se fundamentó en la Trinidad: "La Iglesia es misionera por su
propia naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según
el designio del Padre" (Decreto Ad Gentes, 2). La Iglesia entera y en todas partes está
en misión. Sólo variarán las tareas concretas según las circunstancias de tiempo, lugar y
necesidad. Otras ideas contribuyeron al cambio. En la Declaración sobre las relaciones
de la Iglesia con las religiones no cristianas se habla de Dios como origen y fin de todos
los pueblos; en el Decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la iglesia se hace
referencia a las "semillas de la Palabra" que aparecen en otras religiones; en la
Constitución GS sobre la Iglesia en el mundo de hoy se dice que la acción salvífica de
Dios alcanza .a todos los pueblos por caminos desconocidos para nosotros y,
refiriéndose al mundo secular, añade que la Iglesia está llamada a dialogar; en la
Declaración sobre la libertad religiosa se sostiene la primacía de la conciencia y el
carácter visible y social de su búsqueda de la verdad, y en la Constitución LG sobre la
Iglesia se habla de ella como del sacramento de la unidad de todos los pueblos y
comienzo del Reino de Dios.

En los, veinticinco años de postconcilio, la experiencia de un mundo postcolonial, la


toma de conciencia de la universalidad de la Iglesia y la reflexión teológica han dado
lugar a nuevas perspectivas en la teología y en la praxis de la misión. Se consideran
dimensiones integrantes de la misma, la inculturación, el diálogo entre religiones y la
liberación. Se acentúala importancia de las iglesias locales en todo el proceso. La
inculturación ya no aparece como exclusiva de las iglesias jóvenes; alcanza también a
las antiguas que se enfrentan a la secularización y a la modernidad. Se habla de la
reevangelización de una sociedad descristianizada. Se reconoce cierta legitimidad a
otras religiones, especialmente a partir de octubre de 1986, cuando el Papa se reunió en
Asís con líderes de otras religiones para orar por la paz. El diálogo ecuménico no se
limita ya a la comprensión mutua sino que abarca la experiencia común de Dios y la
colaboración en la promoción y defensa de los valores humanos y espirituales comunes.
La liberación reclama una opción por los pobres, una llamada a la conversión de los
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individuos y de los grupos sociales, y el trabajo para cambiar las estructuras opresivas e
injustas. Crece la conciencia de la misión "en" y "hacia" todas partes. Cada Iglesia local
es responsable de su propia misión y corresponsable de la de las demás. La misión ad
extra ("misiones extranjeras") se entiende cada vez más como una colaboración en la
misión.

Todo esto implica un verdadero cambio d paradigma: La misión no se centra en la


Iglesia sino en el Reino de Dios: hay que construir la Iglesia, por supuesto, pero como
sierva del Reino de Dios. La acción de Dios, en Cristo y en el espíritu, es un misterio
que alcanza a todos por caminos desconocidos y al cual la Iglesia debe colaborar junto
con toda la gente de buena voluntad. El cumplimiento del plan de Dios está por venir y
la Iglesia peregrina hacia él junto con los demás. El Reino de Dios no llegará a su
plenitud hasta el último día y será puro don de Dios, pero al mismo tiempo es cosa
nuestra: estamos llamados a ir construyéndolo en la historia, a través de un desarrollo
creativo y de la lucha por la liberación de las estructuras opresoras. La interacción entre
la libertad de Dios y la del hombre en el proceso de salvación es motivo de pluralismo
en la historia y en el mundo. De aquí que haya que discernir cuidadosamente en qué ha
de consistir la misión en cada situación concreta. Hoy, la misión sin este misterio es
opresora.

Un punto de vista diferente

Me pregunto- si no hay que dar todavía un paso más. Antes del Concilio, la teología de
la misión se hacia desde el punto de vista de los misioneros:se buscaba sentido a lo que
cada uno hacía a la luz de la concepción del mundo y de la tecnología de entonces. El
enfoque era del centro a la periferia. El Concilio y el postconcilio ofrecen perspectivas
más amplias y profundas, no tanto desde la realidad concreta, sino desde arriba, desde la
Trinidad. Cuando la misión se da en todas partes y todos estamos en misión, se corre el
peligro de perder en concentración lo que se gana en amplitud. La reflexión ha aportado
muchos elementos nuevos, llenos de riqueza. ¿No habrá llegado el momento de
observarlos desde un punto de vista diferente?

Propongo un enfoque desde la periferia y desde abajo. Desde la periferia, porque


procede de un observador del Tercer Mundo, de esas iglesias jóvenes que para muchos
son aún objeto de misión. Desde abajo, porque enfoca la misión no conceptualmente,
sino haciéndose preguntas a partir de la experiencia de la realidad contemporánea. En
realidad no hago más que destacar algunos elementos que ya están presentes en la
reflexión actual sobre la misión: Así, al considerar la misión como inculturación, como
diálogo entre religiones y como liberación, se me plantean muchos interrogantes.
Examinar algunos de ellos será una manera de presentar este punto de vista diferente.

Por inculturación se entiende la encarnación del Evangelio en una cultura concreta.


Cuando un grupo humano se encuentra con el Evangelio y cambia de actitudes y
comportamiento, este cambio acaba expresándose en sus símbolos y en su arte, en su
espiritualidad y en sus ritos, en sus relaciones sociales. La conversión del grupo es
verdadera misión, pero al subsiguiente expresión del Evangelio en formas culturales
propias no veo que sea propiamente misión. Una iglesia local no está en misión por el
hecho de esforzarse en ser ella misma. Los múltiples obstáculos que se oponen a su
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identidad no son problemas de la misión. Aprender la lengua, adaptarse a las


condiciones de vida del país, etc., serían problemas del misionero, pero no de la misión.

Cuando hay contestación de una cultura por parte del Evangelio, hay verdadera misión.
El Evangelio está en misión cuando levanta su voz profética contra las estructuras
injustas y limitadoras de una cultura.. Esta misión puede padecer por exceso de
inculturación. Así, S. Pablo hacía de misionero cuando proclamaba que en la Iglesia del
Resucitado todos eran iguales, que no había ya judíos o griegos, esclavos o libres,
hombres o mujeres. Pero cuando luego exhorta. a los esclavos a obedecer a sus amos y
prohíbe a las mujeres hablar en la Iglesia, actúa como un hombre práctico de su tiempo,
no como misionero.

En una sociedad pluri-religiosa, sólo se puede vivir en armonía si unos y otros se


comprenden, pero no parece que el rasero diálogo entre religiones para comprenderse y
quitar prejuicios sea propiamente misión. En cambio, sí que las religiones están en
misión cuando mutuamente se cuestionan sobre sus limitaciones y falta de respuesta a
Dios. También están en misión cuando juntas ejercen el papel profético en la sociedad,
promoviendo y defendiendo los valores humanos y espirituales comunes. Actúan,
entonces, como siervas de la misión propia de Dios en el mundo.

Para los pobres, el Evangelio es la buena noticia de la liberación. La Iglesia ha de luchar


por la justicia en el mundo, poniéndose de parte de los pobres. Cabe, ciertamente, dar
testimonio del amor cristiano proveyendo a las necesidades de la gente y ofreciéndoles
ayuda para su desarrollo; pero me parece que el verdadero objeto de la misión habrían
de ser las personas responsables de las estructuras injustas de orden socioeconómico,
político, cultural y hasta religioso, para que a través de su conversión, se transformasen
dichas estructuras opresivas.

¿Qué es misión?

Al tratar globalmente de la misión como inculturación, diálogo interreligioso y


liberación, temo que desenfoquemos la cuestión. Cierto que todo lo que hagamos puede
contribuir a la edificación del Reino de Dios, pero ¿qué hemos ganado llamando misión
a todo? Hay que redescubrir que ésta antes que nada es profecía El Congreso Misionero
del Consejo Mundial de las Iglesias celebrado en Melbourne afirmó: "La predicación va
siempre unida a una situación y a un momento específico de la historia. Es el contraste
entre la buena noticia de Dios y las malas noticias de aquella situación". Me parece un
buen criterio de evaluación para ver qué es misión en una situación determinada. La
misión es una llamada a la conversión. "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Di os
está cerca; convertíos y creed en la Buena Noticia", decía Jesús (Mc 1,15). Su
enseñanza y sus parábolas ponían en trance de decisión a sus oyentes. Sus milagros,
más que actos de compasión, eran actos simbólicos que hacían reflexionar sobre su
persona y su mensaje. Predicaba el Evangelio a los pobres, pero al mismo tiempo
desafiaba a los ricos, sabios y poderosos. Por eso acabó en cruz. ¿No tendríamos que
recuperar ese dinamismo profético de la misión?
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Retos actuales a la misión

¿Qué situaciones de pecado exigen hoy la proclamación profética del Evangelio? Me


fijaré sólo en unas cuantas, siguiendo el esquema cultura-religiones-justicia.

En el aspecto cultural, me inquietan la desigualdad, el consumismo y la violencia: Pablo


proclamaba la igualdad en Cristo Resucitado, pero ¡cuánta discriminación hay aún hoy -
en el mundo y también en la Iglesia-, por razón de raza, casta, sexo, religión,
nacionalidad, color, etnia, etc. !A veces adopta formas muy sutiles. Al proclamar hoy la
mayoría de los grupos humanos el ideal de una sociedad basada en los derechos del
hombre y en su dignidad, eso resulta aún más doloroso.

Y a la secularización que parece inherente a la cultura moderna, se le atribuyen aspectos


positivos, como la diferenciación entre las instituciones sociales -religión, política,
economía, cultura- y otros negativos, como la desaparición de la religión y la difusión
de la increencia. , No es que la ge nte sea menos religiosa, pero tiene menos tiempo y
pocas ganas de practicar la religión. Es una crisis más moral que intelectual. Siempre a
la caza del placer y de la abundancia, se llega a abusar de la ciencia y la tecnología. Se
aspira a más y más. Este egoísmo comporta el individualismo y la competitividad, y
cuando se hace colectivo, oprime al pobre. Las actitudes materialistas conllevan el
desgaste de los valores humanos y espirituales e incluso la alienación y la pérdida del
sentido de la vida.

La competencia desenfrenada y la alienación llevan a la violencia, tanto contra uno


mismo -drogas-, como contra los demás, para satisfacer los placeres y necesidades
propias. A nivel colectivo, se traduce en las guerras. La floreciente industria bélica es
una manifestación del clima de violencia, el cual, a su vez, es fruto de la pérdida de la
esperanza y de la vida sin amor. Esta violencia se extiende hasta la naturaleza. La
explotación desenfrenada y el saqueo de la naturaleza llevarán a la destrucción de la
misma y del hombre.

En el aspecto religioso, topamos con un doble reto: el "fundamentalismo" y el


"comunalismo". El primero no es más que la reacción de quienes ven amenazadas sus
seguridades religiosas. Es una forma de luchar contra la alienación y el sin sentido.
Cuando se cuestionan ciertas verdades, uno se agarra fanáticamente a ellas, porque teme
quedarse sin ellas y sin rumbo en el mundo moral. Grupos fundamentalistas proliferan
hoy en todas las religiones. Tienden a ser proselitistas, agresivos e intolerantes, incluso
con sus mismos correligionarios.

Los "comunalistas" creen que por tener las mismas creencias religiosas tienen los
mismos intereses económicos y políticos. Usan los sentimientos religiosos para fines
políticos y económicos. Una pequeña élite, en busca del poder, arrastra a las multitudes.
En cierto sentido, el "fundamentalismo" y el "comunalismo" no son verdaderos
problemas religiosos. Pueden ser resueltos a nivel social y político. Pero cabe también
luchar contra ellos mediante la promoción de una religión auténtica, abierta al mundo y
a la historia, en diálogo con los demás creyentes y consciente de su papel profético en la
sociedad, así como el fomento de la autonomía de lo secular en su propia esfera.

La promoción de la justicia implica un desafío especial para la misma identidad .y


autoconciencia de la Iglesia, que ha de comprometerse en lo social y en lo político, pero,
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al mismo tiempo, ha de guardar las distancias que le permitan interpelar proféticamente


al mundo. Convertir la Iglesia en un feudo del clero y legar el mundo a los laicos no
resolverá el problema. A diferencia del hinduismo o el budismo, la Iglesia, como
institución que es, goza de presencia y voz pública Pero esto mismo puede llevarla a
tomar actitudes defensivas y a entrar en compromisos que la priven de su voz profética.
Otra causa de inhibición profética puede ser el predominio extranjero en una iglesia
local.

Nuestra opción por los pobres puede centrarnos demasiado en lo económico. Muchos
pobres, si no están en la extrema miseria, dan menos importancia a su pobreza que a la
falta de libertad y dignidad. Entre las diversas maneras de negar la libertad, la que hoy
llama más la atención es la propia de los regímenes totalitarios, tanto de derechas como
de izquierdas. Pero también cabe la esclavitud en las sociedades democráticas:
esclavitud de la máquina, de la burocracia, del prejuicio, de la ideología, de la
desinformación de los "media". La promoción interna y externa de la libertad, de tal
manera que todos pueden ser agentes de su propia transformación y crecimiento,
constituye hoy un verdadero desafió.

La Iglesia pretende ser sacramento del Reino de Dios. La Iglesia primitiva pretendía
crear comunidades ideales, aunque hubiese sus problemas, como en Corinto. Luego,
monjes y religiosos quisieron edificar comunidades- modelo. No lo eran en todos
sentidos, porque tenían que separarse de algún modo del mundo, sobre todo por el voto
de castidad. Hoy se habla de las comunidades eclesiales de base. Pero mientras la
Iglesia no acierte a proponer, un modelo alternativo de comunidad, no sólo a nivel de
base, sino también a nivel nacional e internacional, su testimonio carecerá de
credibilidad. Estamos llamados a ser no sólo profetas, sino sacramento y comienzo del
Reino de Dios.

Interconexión y universalidad de los retos actuales

Es claro que no podremos transformar una cultura sin dialogar con las religiones que la
inspiran y sin cambiar el contexto socioeconómico y político que condiciona la vida y
actitudes de la gente. Del diálogo inter-religioso ha de salir una voz profética común en
pro del desarrollo de la cultura y del mundo. Difícilmente se dará una verdadera
liberación de las estructuras opresoras, si la gente no cambia su visión del mundo y sus
actitudes buscando su inspiración y motivación en una religiosidad auténtica. Hay que
enfrentarse a todos estos retos.

Estos retos tienen, además, un carácter mundial, dada la revolución de las


comunicaciones y la creciente interdependencia económica y política. Los potentes
"media" fomentan el pluralismo religioso y la influencia intercultural. Nadie escapa al
impacto y a los problemas planteados por la ciencia y la tecnología. La pobreza del
Tercer Mundo tiene sus raíces en el primero. Para luchar contra ella, demás de procurar
su autodependencia, hay que influir sobre quienes toman las decisiones en el Primer
Mundo.

La misión tiene hoy, pues, dimensiones internacionales con raíces teológicas más
profundas que las geográficas: la universalidad del plan de Dios sobre el mundo y la
catolicidad de la Iglesia. Hablando del misterio revelado en Jesús, Pablo habla del
MICHAEL AMALADOSS

Cristo cósmico, principio y fin de todas las cosas, y Juan se refiere a la Palabra por la
que todo se hizo y que une a todos los pueblos. en la misma vida trinitaria. Ambos
destacan el papel unificador del Espíritu. En el Concilio y después de él, la Iglesia se
presenta como el sacramento y la sierva de la unidad, y en documentos recientes apela a
la colaboración de todas las gentes de buena voluntad.

La catolicidad de la Iglesia no se limita a la voluntad de encarnarse en todas las culturas


mediante auténticas iglesias locales. La internacionalidad de la misión no es una táctica
para mejor distribuir los recursos y el personal, sino la expresión y la exigencia de la
catolicidad, que adopta la forma de mutua participación. La misión ad extra pasará a ser
una misión inter-cultural llevada a cabo por personas con especial vocación, que
deberán cumplir ciertas condiciones: ser no sólo enviadas, sino también solicitadas y
aceptadas; tener por función una tarea específica que requiera especiales talentos;
adaptarse a la lengua, forma de vida, clima, etc. Llevarán a la iglesia local que los recibe
las riquezas de la expresión cultural del Evangelio de su iglesia de origen y aportarán a
ésta las riquezas que hayan adquirido en la iglesia en la que hayan trabajado. Con esta
visión, cabe preguntarse por el sentido de una comunidad completamente extranjera, a
no ser en circunstancias especiales. Los misioneros deberían ir tanto del Norte al Sur
como viceversa.

Prioridades

Con un enfoque universalista, el Evangelio es necesario en todas partes, ya como


primera evangelización ya como desafío constante. Dios puede inspirar tareas diversas:
desarrollo humano, lucha por la justicia, misión inter-cultural, diálogo ínter-religioso,
etc. Pero si nos ponemos a buscar prioridades, creo que el problema más urgente es el
del consumismo y sus consiguientes estructuras de opresión y explotación. Religión,
política, cultura, todo queda supeditado al comercio. Se pierde el sentido de la
trascendencia. No se tiene tiempo para la religión. Se es esclavo de la máquina. Se
abusa egoísticamente de la ciencia y la tecnología. Los pobres se vuelven más pobres.
Las comunicaciones agravan el control y la explotación. Crece el individualismo y la
competitividad en detrimento de las relaciones humanas. Más y más violencia en todas
sus formas. Pueblos enteros a merced de las fuerzas del mercado.

Un humanismo espiritual es hoy de primera necesidad: Como humanismo, ha de hacer


libres a los hombres y amos de su propio destino. Como espiritual, ha de abrir este
destino a la trascendencia y lo ha de insertar en el plan de Dios sobre el mundo.

Entiendo que esta necesidad es particularmente aguda en el Primer Mundo postcristiano


donde la interpelación evangélica se ha embotado. La llave para la solución de la
mayoría de los problemas está en dicho Primer Mundo. Sus élites inspiran y controlan,
por no decir corrompen, los poderes económicos y políticos del Tercer Mundo. Leyendo
los signos de los tiempos y procurando discernir entre prioridades, me atrevería a decir
que el lugar privilegiado y más acuciante para la misión actual es el Primer Mundo. Me
pregunto si la reevangelización del mundo "cristiano" no seria el testimonió más
fidedigno para el resto de la humanidad.

Tradujo y condensó: JOSE MESSA

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