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LA FE EN LA FILOSOFÍA*

Se piensa que la filosofía, por ser una actividad de carácter racional, no puede sino oponerse
al irracionalismo propio de la fe religiosa. Sin embargo, durante muchos siglos la filosofía y la
religión han recorrido caminos similares. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo se relacionan la razón
y la fe?

LA NOCiÓN DE CREENCIA
Cuando hablamos de creencias entendemos el término en dos sentidos: algo que no nos
ofrece total confianza y aquellas convicciones personales, que si bien puede ser de carácter
netamente subjetivo, se asientan firmemente en la mente. También, bajo otra óptica, cuando
la gente piensa en las creencias, en unas circunstancias las considera de manera despectiva,
como si fueran indignas de ser valoradas y en otras circunstancias son objeto de respeto y
reverencia profunda.

Ahora la cuestión que nos atañe es esta: ¿cuál es el sentido de creencia que hay que aplicar
cuando hablamos de tener creencias religiosas? Es corriente que cuando una persona quiere
poner en aprietos a un filósofo le pregunte a quema ropa "¿Crees en Dios?" Sin duda, la
respuesta que dé será comprometedora. Pues si dice sí, el filósofo ya no lo parecerá tanto
porque tendrá que aceptar como propias un conjunto de creencias que quizás vayan en
contravía de su espíritu racional. Pero si dice no, se esperará de él una serie de argumentos
de carácter escéptico que den cuenta de su posición "naturalmente racional y crítica", que
después de todo puede ofrecer contradicciones o dificultades teóricas y prácticas. Discutir
sobre este tipo de cosas es pues difícil, en razón de la complejidad de la noción de creencia y
en razón de la complejidad de la noción misma de "Dios". Poca gente del común se da cuenta
de que una creencia religiosa no necesariamente implica la creencia en un dios personal, y
son menos los que logran distinguir una creencia religiosa de una actitud religiosa, de un
pensamiento religioso y de una vida religiosa, etc. Un individuo puede ser alguna de esas
cosas sin tener las otras, y hasta un filósofo puede tenerlas todas y no tener que creer en un
dios de ningún tipo. Si todo esto ocurre con la simple 'noción de creencia es fácil imaginarse
lo que sucedería con todas las demás cosas relativas a los asuntos religiosos y filosóficos.

¿Existe alguna salida? La mejor de todas, en principio, es esforzarse por aclarar las nociones
de racionalidad y religiosidad. Si el afán es imponer una opinión, es prácticamente imposible
llegar a algún acuerdo. Pero si el afán es la comprensión y se dispone de las herramientas,
hay que lanzarse en la empresa de filosofar yeso no se opone para nada a ciertas formas de
religiosidad. Es más, muchas actitudes honestamente religiosas y muchos modelos de vida
religiosa exigen esa disposición y actitud filosóficas, pues la razón, no tiene por qué
abandonarse, y hasta sería contraproducente para el hombre de fe, no pensar lo espiritual.

CREER EN DIOS
"No es lo mismo decir: "Creo en Dios", a decir: "Creo que tengo las llaves en el bolsillo". La
diferencia es intuitivamente evidente, pero hay que analizarla para hacerla más clara a un ojo
agudo. En ninguno de los dos casos se trata de una opinión. Una opinión tendría la forma de
algo así como "Creo que los grupos extremistas son la peor opción" o "Creo que es mejor
pintar el cuarto de azul". El límite, por supuesto, no es del todo diáfano desde el punto de vista
lógico, más sin embargo es posible establecerlo. Cuando digo: "Creo que tengo las llaves en
el bolsillo", expreso una creencia que seña- la un hecho, no una idea sobre un hecho, como
en "Creo que es mejor pintar el cuarto de azul". La segunda opinión es una cuestión que no
puede ni ser refutada, ni ser demostrada. Puede que el individuo que la enuncie haga que otros
la compartan o que sea persuadido de cambiar de opinión, pero no hay ningún hecho con el
cual sea confrontable. Eso no quiere decir que esas opiniones no puedan ser argumentables
y que no puedan adquirir un aspecto racional. Incluso, estamos acostumbrados a
argumentarlas y eso está bien. Pero una creencia como "Creo que tengo las llaves en el
bolsillo" sólo debe ser confrontada con los hechos; basta con buscar las llaves en el susodicho
bolsillo y ya está. ¿Y qué pasa cuando pensamos en la expresión: Creo en Dios"? Pareciera
que no se trata de una creencia que deba ser confrontada con ningún hecho, y en ese sentido
es absurdo mostrar pruebas o buscar algo, como en el caso de las llaves. ¿Pero basta con
argumentarla como en el caso de las otras creencias? La respuesta aquí podría ser sí, pero
no es tan fácil, pues generalmente cuando creemos en algo hay grados posibles de fuerza en
nuestras creencias. A veces creemos con más fuerza algo y otras veces lo creemos con
debilidad. Y es usual que usemos la palabra "creencia" para hacer referencia a convicciones
débiles. Pero, al mismo tiempo, todos sabemos que cuando alguien dice: "Creo en Dios", si
bien lo puede decir con diferentes grados de fuerza, al fin y al cabo se tratará de una
convicción, de una expresión comprometedora. Nótese que si bien es fácil cambiar el "Creo
que las llaves están en mi bolsillo" por un "Sé que las llaves están en mi bolsillo", prácticamente
nadie dice "Sé que Dios existe" o "Conozco a Dios". Todo eso suena muy pedante, aún más
entre hombres de fe. Esto nos hace pensar que cuando hablamos de creencia, en el caso de
la creencia en un Dios o en cualquier caso de creencia religiosa, estamos hablando de una
profesión de fe.

La fe no puede concebirse como una creencia débil en el sentido habitual del término. Tampoco
es necesario confundirla con la superstición y mucho menos implica una carencia absoluta de
disposición y actitud filosófica. Según lo que nos enseñan las religiones tradicionales de más
amplia influencia en Occidente, cuando hablamos de fe hablamos de amor. Es más fácil
traducir "Creo en Dios" en, "Amo a Dios", que en "Sé de Dios", aunque la última traducción no
se niega, sólo que es incompleta. La profesión de fe revela una actitud ante la vida y ante los
hombres, una manera de ver las cosas, un deseo de actuar y un anhelo que no está presente
en las otras formas de creencia. El hombre de fe no es un sujeto con creencias débiles, sino
que es, por el contrario, un hombre enamorado.

EL APARENTE CONFLICTO ENTRE RAZÓN Y FE


Obviamente lo que hemos dicho no es fácil de comprender por la mayoría de las personas,
incluyendo aquellas que hacen profesión de fe. Y tampoco lo ha sido en el pasado. En la Edad
Media el conflicto entre razón y fe estaba presente y no de una forma superficial como suele
pensarse. Fue tan fundamental este problema filosófico que hasta se puede decir que fue el
motor de la mayor parte de las discusiones y reflexiones filosóficas de ese tiempo. Los
pensadores medie- vales, en su ambiente intelectual, tuvieron que enfrentarse con esta
dificultad y ofrecieron, desde diversas ópticas, opciones muy sugerentes.

¿En qué consistía el aparente conflicto? Muy simple. Por vía racional se puede llegar
naturalmente a muchas conclusiones que tienen el apoyo sustancial de la lógica y los hechos.
Pero el hombre de fe medieval creía con fervor en la palabra revelada, aquella que está
consignada en los textos sagrados, y consideraba que de ella emanaba una serie
incuestionable de verdades que en muchos asuntos importantes parecía contradecir las
conclusiones de la razón filosófica.
Esta situación conflictiva apareció tanto entre judíos como entre cristianos y musulmanes.
¿Qué opción tomar? Rechazar la doctrina revelada para estos hombres era imposible, pues la
fuente de verdades que constituían las sagradas escrituras hacía parte de su suelo común, era
su piedra de toque y su punto de partida. La otra opción, que era la fácil, era la de abandonar
la reflexión y especulación filosóficas como si fuese una segura fuente de confusiones y de
errores. Pero esta opción facilista implicaba dejar a un lado el arma más poderosa que el
género humano puede compartir para aproximarse a la comprensión de la realidad como un
todo. La tercera opción era pues, la de conciliar la oposición disolviendo el conflicto y
mostrando que era aparente.

Esto último fue lo que hicieron muchos pensadores de gran relevancia en Occidente. Uno de
ellos fue Averroes, quien en sus variados tratados se esforzó por desarrollar una compleja y
elaborada visión filosófica del mundo que se apropiara de los avances de los pensadores
griegos antiguos sin necesidad de abandonar los preceptos y verdades espirituales
fundamentales del Islam. Fue particularmente en su obra titulada Doctrina Decisiva acerca de
la concordancia entre la revelación y la sabiduría donde se empeñó en demostrar que para el
hombre de fe no sólo es útil y beneficioso el recurso a la reflexión filosófica sino, además,
estrictamente necesario, pues sin la filosofía el hombre de fe puede hallarse abandonado sin
la luz que la divinidad misma, en su infinita misericordia, le ha concedido a los limitados
mortales para que se acerquen a la verdad. Es un absurdo, para Averroes, pretender que se
niegue el valor de la argumentación y el raciocinio, cuando es éste el que permite que la ley
divina se haga accesible a las mentes de los hombres, y sobre todo, se haga aplicable. Las
verdades reveladas son una suerte de principios generales que orientan la vida práctica pero
que tienen que ser interpretados para que obtengan una aplicación efectiva; interpretación que
sólo es factible con el uso de la razón. Los hombres tampoco podemos desconocer las
enseñanzas de la razón filosófica, pues lo que ésta nos enseña también nos lo está enseñando
Dios mismo, sólo que por otro medio, no tan inmediato como el de la belleza poética e intuitiva
de los versos sagrados, pero sí claro y comunicable como el de cualquier argumentación. Con
ello Averroes se opuso a otros pensadores musulmanes que como Algazel -autor de la
Destrucción de los filósofos- pretendían refutar el uso de la razón filosófica utilizando
paradójicamente argumentos filosóficos. La razón misma, al ser autocrítica, nos señala sus
limitaciones y nos hace entender que puede tratarse de un camino de indagación y de
búsqueda espiritual de sentido distinto pero, al fin y al cabo, compatible con el del
enamoramiento propio del hombre religioso. Tan es así, que no es una exageración decir que
la filosofía misma, con todo lo que representa, se nos manifiesta como un indudable camino
espiritual que comparte con la vía religiosa ese afán de totalidad, sentido y compresión que la
ha definido desde sus orígenes. Averroes es sólo un ejemplo. Pero nosotros podemos
entender su intención a nuestro estilo. Cuando discutimos filosóficamente sobre la existencia
de Dios, por ejemplo, estamos tratando de conocerlo, pero de una manera que no tiene por
qué desvirtuar la disposición y la actitud del hombre de fe. La fe no se pone en peligro con
pensar, y pensar no es carecer de fe. Hay fe en la filosofía, pues ella misma es amor de saber,
ella misma es fe y podemos, como muchos grandes espíritus, tener fe en ella.

*Werner Jaeger
En “Religión y filosofía”
Editorial Ariel. 1995

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