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La decadencia de las

columnas jónicas
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Una teoría de reordenamiento constitucional


para las democracias del siglo XXI

J.A
Fortea

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Editorial Dos Latidos
Zaragoza, España, año 2012
Copyright José Antonio Fortea Cucurull
versión 2
www.fortea.ws

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La decadencia de las
columnas jónicas

Una ensayo de Derecho Constitucional que ofrece una


reforma de las democracias del siglo XXI

J.A.
Fortea

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Índice
Primera parte: Los problemas de la democracia
Introducción
El Senado o la ilusión de la división de poderes
El bipartidismo o el Poder Único con dos caras
Cuando la democracia es esencialmente espectáculo.
Nuestros sistemas parlamentarios funcionan, pero son mejorables

Segunda parte: Reinventemos la democracia.


Una propuesta de reordenamiento de los elementos
Las elecciones
El Congreso representa la voluntad de una nación
El Senado
El Tribunal Supremo
Hipótesis de lucha abierta entre los poderes constitucionales
Algunas clausulas menores
Conclusión

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Primera parte

Los problemas de la democracia

Introducción
…………………………….

Dado que alguien nos debe gobernar, ¿cómo elegir a aquél que va a tener poder
sobre nosotros? Nada es más peligroso que el Poder, pero la sociedad no puede subsistir
sin entregarlo a alguien. ¿Qué método sería el mejor para designar a ese alguien que
siendo uno de nosotros, estará por encima de nosotros? La humanidad ha tenido grandes
mentes entre sus filas, se le ha dado muchas vueltas a este tema, al final se ha llegado a
la conclusión de que lo mejor es que decida la mayoría quien quiere que le gobierne. La
fórmula puede parecer simple, pero hasta llegar aquí, hemos probado todo tipo de
formas y modos de ejercer el gobierno y de acceder a ese puesto; y esto sin excluir el
método biológico. Acceder al Poder incluso por vía de herencia genética ha sido un
sistema óptimo para ofrecer estabilidad y posibilidad de planes a largo plazo.
Desafortunadamente este método no está exento de… inconvenientes.

Efectivamente, la Historia ha sido generosa en todo tipo de experimentos. Pero a


estas alturas, estamos en condiciones de afirmar que la experiencia y la razón nos
indican que el mejor modo de elegir a ese sujeto que ostentará el Poder, es la
democracia. La democracia es una de las más grandes consecuciones de la historia
humana. En cierto modo, nuestras democracias son el resultado de miles de años de
evolución humana. La cultura, la técnica, la medicina, el arte, todo, ha ido
perfeccionándose siglo tras siglo, también el sistema de gobernarnos a nosotros mismos.

Sin embargo, es evidente que aunque el sistema funciona, no lo hace de un modo


perfecto e inmejorable. Gozamos de más libertad que nunca, controlamos a nuestros
gobernantes, nuestros sistemas parlamentarios mantienen una correcta estabilidad sin
permitir que nadie se afinque de un modo tiránico, no obstante el sistema admite
mejoras. Aunque las poblaciones de los países están seguros de que las democracias
funcionan, observados esos sistemas parlamentarios con lupa nos daremos cuenta de
que existen pequeños fallos que hay que solventar. Las reglas del juego (las
constituciones) suelen estar bien ideadas, pero como conjunto de normas es capaz de

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mayor perfeccionamiento. Me dispongo ahora a analizar algunos de esos problemas.
Pero entienda el lector que en este ensayo cuando hablo no me fijo en ningún país en
concreto, sino en todas las democracias consolidadas y que funcionan bien, tomadas en
su conjunto. Razón por la cual me fijo sobre todo en los problemas de los sistemas
parlamentarios de Europa Occidental y Estados Unidos. Después de considerar los
problemas de las democracias actuales, en la segunda parte propongo una solución a
esos problemas. Pero primero examinemos los defectos.

El senado o la ilusión de la división de poderes

Hace ya siglos que la razón humana entendió que no era bueno que una misma
persona (o grupo) tuviera en sus manos tanto el Poder como la capacidad de dictar
leyes. Es de sentido común que el Poder debe someterse a la Ley. Pero si uno mismo
goza de ambas capacidades, los ciudadanos se hayan mucho más indefensos y el
gobernante posee muchas menos cortapisas en su actuación. Lamentablemente el
senado no suele funcionar como cámara independiente en casi ningún país del mundo,

En todas partes, el senado suele ser un calco del reparto de escaños existente en
el parlamento. El partido que domina en el parlamento, también domina en el senado.
La apariencia de división de poderes no funciona en casi ningún país. Estados Unidos
en esto es una excepción. Allí los senadores suelen ser lo suficientemente
independientes como para poder oponerse a un presidente de su propio partido. Pero
esto no es así en casi ningún otro lugar del mundo. Basta un mandato del partido para
que los señores senadores voten como se les haya mandado. Obsérvese que uso el verbo
mandar, aunque nunca es necesario ordenar nada, basta una indicación y el senador hará
lo que se le diga, aunque aprobar esa ley sea contrario a su honesto pensar. Esta
situación, evidentemente, no supone, en absoluto, ningún tipo de división de poderes.
De iure todas las constituciones consagran la división de poderes, de facto muy pocos
países gozan de esa división.

El mismo problema, aunque atenuado, nos lo encontramos en el poder judicial.


Los integrantes del máximo órgano del Tribunal Supremo suelen ser elegidos en mayor
o menor medida por la cámara de diputados. Sólo la introducción de algunos jueces por
otras vías, evita que en el Tribunal Supremo ocurra lo que en el Senado.

Respecto al poder judicial hay un eterno dilema, si dejamos que el máximo


órgano del poder judicial elija a todos sus miembros de forma autónoma, tendremos una
plena independencia con respecto al ejecutivo. Pero si se corrompe ese máximo órgano
judicial no habrá manera de sanearlo y la corrupción se perpetuará. Tampoco es
concebible el que estos jueces sean elegidos por la voluntad popular, pues su tarea es
sumamente técnica. ¿Qué hacer entonces?

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O crear una cámara totalmente estanca o que los partidos (y por tanto el Poder
Ejecutivo) intervengan. Es evidente que en el momento en que los partidos intervienen
en la elección de estos jueces, la independencia de este órgano no es perfecta. Desde
luego en no pocos países, los integrantes del Tribunal Supremo son un reflejo del
Parlamento. No deja de ser una triste ironía que en el siglo XXI, todavía no se haya
logrado algo tan simple y beneficioso como la división de poderes.

El bipartidismo o el Poder Único con dos caras

El siguiente problema que quiero analizar es que, en teoría, la cámara de


representantes de cualquier país debería ser una cámara que representara las muy
distintas formas de pensar de los habitantes de esa nación y sus distintos intereses. La
experiencia demuestra que en todas partes del mundo, al final, todo acaba reduciéndose
a un evidente bipartidismo. Pueden existir más grupos en el hemiciclo, más ideologías,
pero de modo efectivo todo se reduce al juego y relaciones entre dos partidos. De por sí
esto es un defecto de la democracia, no una virtud.

Si la sociedad es tan variada, tan plural, y hay tantos modos de pensar, ¿por qué
los países acaban reduciendo sus opciones a dos? La razón está en algo tan sencillo
como el hecho indudable de que el poder tiende a concentrarse. Cuando toda
democracia comienza, aparecen muchos partidos. Pero poco a poco, como si de
empresas se tratara, se van fusionando. El proceso continúa hasta quedar esencialmente
dos fuerzas políticas.

Entienda el votante que cuando digo que los partidos actúan como empresas, es
la pura realidad. Los partidos son empresas, es decir grupos que buscan beneficios. En
ellos no hay nada altruista, muy pocas veces existe una verdadera carga ideológica. La
ideología se usa para bien del partido, es como su marca, como su sello distintivo. Pero
los integrantes del partido están dispuestos a cambiar la ideología en cuanto deje de
producir réditos electorales. Los partidos constituyen grandes estructuras cuyo fin es el
bien de las personas que viven de eso. Ser político es un trabajo, y un trabajo que
proporciona una empresa llamada partido. Las democracias comienzan su andadura
llenas de idealismo y buenas intenciones, pero con el correr de los decenios los partidos
se convierten en estructuras al servicio de los profesionales de la política. Por eso, los
partidos acaban fusionándose. Porque lo que importa no es representar las distintas
opciones de los ciudadanos, sino ser fuertes.

La limitación que supone el bipartidismo trae consigo otro peligro. Los dos
grandes grupos políticos se atacan en su búsqueda del poder, pero con el pasar de los
decenios llegan fácilmente a la conclusión de que es mejor ponerse de acuerdo en
aquellos temas en que ambos partidos quedarían mal ante los votantes.

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Se dan cuenta de que es preferible pactar qué campos es mejor no tocar ante la
opinión pública. Pueden ser aspectos de la financiación de los partidos, pueden ser
determinadas prebendas de los gobernantes, pueden ser asuntos turbios en que los dos
partidos estén involucrados. Aquellos campos en los que ambos pudieran resultar
perjudicados serán pactados y no saldrán a la arena política. Así es la política. Se
apelará al Pueblo en aquello que interese par bien de un partido, pero en aquello que no
interese a ninguno de los dos, el Pueblo no se enterará. Los gobernados deben entender
que jamás será discutido en serio y de verdad aquello que no interese a los dos grandes
partidos que se discuta. Si los dos grandes grupos políticos se ponen de acuerdo, el
monopolio del poder funciona de forma absoluta.

Esto, lo conozcan o no los votantes, sucede en todas partes donde existe el


bipartidismo. La lucha transparente e ideal ante la opinión pública se va enturbiando por
los pactos de los temas que no hay que tocar. Pero son pactos que se hacen no por el
bien del pueblo, sino pactos por el bien de los partidos en perjuicio del pueblo. Una vez
iniciada esa buena armonía entre partidos, los partidos van descubriendo los beneficios
que para ellos conlleva una lucha cada vez más pactada. Se puede discutir de todo a
plena luz pública pero es mejor pactar unas reglas del juego en aquello que si se
divulgara los dejaría a ambos en mal lugar. El resultado óptimo para los partidos (y
pésimo para la democracia) es la ordenada alternancia en el poder. Si los partidos nos
hemos de alternar ¿por qué no hacerlo con el mínimo coste para nosotros y nuestros
intereses? De manera que los partidos van alcanzando cada vez más una negociada
consolidación de sus poderes. Poderes en el mundo económico, privilegios legales,
exenciones.

Sé que estoy hablando en abstracto así que voy a poner un ejemplo pequeño y
concreto de este mecanismo de buena concordia contra el bien común. Los diputados de
la Unión Europea con el pasar de los años fueron aprobándose aumento tras aumento de
sueldo. El sueldo era formidable, en realidad un verdadero escándalo. Pero todos los
grupos aprobaron el asunto sin darle ninguna publicidad, porque si se sabía por parte de
los ciudadanos a todos iba a perjudicar por igual. Se dieron cuenta de que si el asunto
saltaba a la opinión pública se iba a producir una conmoción periodística de gran
repercusión. Así que todos aprobaron que el sueldo base fuera razonable y que a esa
cantidad de dinero se le fueran añadiendo pagos en concepto de dietas, viajes, etc. El
sueldo de un eurodiputado deliberadamente se volvió opaco a cualquiera que quisiera
indagar. Los representantes del pueblo actuando contra el pueblo.

Cuando la prensa viendo el tren de vida de algunos eurodiputados, pidió que les
dijeran cuanto cobrara un miembro de esa cámara, se les contestó dándoles la
información sobre el sueldo base. Cada vez que los periodistas querían saber cuánto
cobraba un diputado con gastos de viajes y dietas, la secretaría de la Cámara de
eurodiputados respondía que esos eran datos privados de cada cual y que no podían
suministrarlos. De forma que no hubo manera de saber cuánto cobraba un eurodiputado
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concreto, más allá del sueldo base todo eran datos genéricos. No había manera de saber
cuánto ganaba un eurodiputado. Por más que los periodistas se empeñaron, no hubo
manera de saber cuánto cobraba como media, dietas incluidas, un eurodiputado. Con el
tiempo la polémica periodística se fue olvidando y ellos siguieron disfrutando de su
escandaloso sueldo.

El mecanismo que los representantes del pueblo se aplicaron contra los intereses
del pueblo funcionaron y siguen funcionando de maravilla. Aquí una vez más, como en
tantas otras cosas, el pacto común es más beneficioso para todos que la confrontación. Y
si es posible el acuerdo entre varios partidos, nada favorece tanto este tipo de pactos
contrarios al bien común que un parlamento bipartidista.

El ejemplo puesto no tiene importancia, pero otro tipo de pactos sí que tienen
importancia. Pactar funciona. Confrontémonos si eso nos interesa, pongámonos de
acuerdo cuando nos perjudique a los dos. Si los partidos funcionan como empresas, este
método va minimizando los perjuicios de la confrontación y va estabilizando el sistema.
De forma que al final, las democracias tienen un Poder Único con dos caras, un solo
poder dividido en dos partidos de cara a la opinión pública. Por supuesto que la mayoría
de las democracias no han llegado a la consumación de este sistema de fusiones. Pero
todo parlamentarismo tiende a este punto, porque el Poder tiende a concentrarse. Ese
proceso de concentración es una tendencia ínsita en el mismo ser de las cosas. No es la
malicia de los gobernantes, no se trata de una gran conspiración, se trata de que siempre,
en todas las épocas, en todas las culturas, el Poder tiende a concentrarse.

Finalmente una democracia puede cumplir con todos los ritos (campañas,
votaciones, etc) para que todo siga exactamente igual. En México, la situación que hubo
con el PRI fue un ejemplo de consumación de este proceso, no ya bipartidismo sino
partido único refrendado siempre por las urnas. Su poder hegemónico duró desde 1929
hasta el año 2000. Se trata de un ejemplo de manual de caso de un solo partido que
había invadido todos los espacios de Poder. El PRI logró el monopolio del Poder sin
necesidad de renunciar a todos los rituales de la democracia. En otros lugares este
monopolio del Poder a efectos públicos, de cara al electorado, presenta una cara
bifronte, pero el resultado es similar.

En estas situaciones, la cámara de diputados no es ya el lugar de discusión entre


todos los representantes de un pueblo, sino el estrado privilegiado para dar un discurso
televisado y para aplicar las leyes de la rutinaria aritmética de los escaños. Hay que
entender que todo sistema parlamentario tiende a este punto de máximo beneficio para
los que viven de la política. En unos países este proceso está más adelantado, en otros
menos. Pero la tendencia de todo ser humano es pasar por encima de todos los
obstáculos para lograr el beneficio propio. Eso sucede así con independencia de la
mentalidad del país, de su historia o tradiciones. Los políticos son profesionales en este
arte de pactar y buscar la conveniencia. También hay buenos políticos, pero por cada

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uno bueno y honesto, hay una docena que ante todo buscarán su propio beneficio. No
voy a decir que esa docena sean malos y corruptos, no. Pero indudablemente usarán el
acuerdo para bien del país sí, pero ante todo para su propio bien. En este escenario, el
Poder se va concentrando.

Sin una real división de poderes, con un poder cada vez más unificado, la
democracia continúa con sus rituales, creyendo que esos rituales suponen la garantía de
sus libertades, cuando en realidad son sólo un procedimiento para entregar un poder
monárquico a una persona durante un número limitado de años. En cierto modo, hemos
pasado de una monarquía vitalicia hereditaria, a una monarquía temporal pactada. En
esta situación el Pueblo es sólo el cliente al que se le vende un producto por parte de una
empresa llamada partido. El pacto entre los partidos hace que ese poder monárquico sea
disfrutado de un modo alternado entre una empresa (la estructura de un partido) y otra
(la estructura de otro partido). Como se ve, lo que piense el Pueblo no tiene mucha
importancia. Los gobernantes no van a actuar según lo que piensa el Pueblo, sino que
son los partidos los que encauzan el modo de pensar el Pueblo. Cosa que no es una
monstruosidad, ya que a veces el Pueblo no piensa más que insensateces. Pero la idea
cándida de que el querer del Pueblo es el que elige a sus representantes, es un cuento de
hadas. Los partidos son empresas especializadas en encauzar ese querer popular según
sus propios intereses, los de la formación política.

Por eso los gobernados deben ser realistas, dejar de pensar ingenuidades, y
aceptar el hecho indudable de que el Poder está en manos de un monopolio bipartidista.
Y ese monopolio, fruto de su dinamismo interno, fruto de la misma fuerza que va
acumulando, tiende a concentrar más poder extendiendo sus ramas a todos los
mecanismos de influencia de un país.

Cuando la democracia se ha convertido esencialmente en un espectáculo.

Otro vicio en el que puede caer un sistema electoral es que todo lo accidental
que rodea a una campaña se convierta en sustancial. Este proceso morboso de
hiperinflacción del espectáculo que tiende a crecer año tras año en todas la democracias
occidentales, es claramente un mal camino que hemos tomado. En las convenciones, en
los mítines, cada gesto está ensayado, la espontaneidad de lo que realmente se piensa se
sacrifica a la política de imagen. El decorado, los efectos especiales, los detalles
estéticos pasan a ser algo esencial. Ningún presidente escribe sus propios discursos.
Cuando parece que improvisan, en un debate o en una pregunta de una rueda de prensa,
se limitan a escoger la mejor opción de lo que ya está deliberado por los asesores de
imagen. Todo está estudiado, el marketing para la venta del producto (un candidato) ha
de estar por encima de cualquier otra consideración. La verdad, lo que es justo, lo que es
honesto, se sacrifica sin vacilación en pro de la imagen. Que lo que se prometa no se
vaya a cumplir nunca, no importa para nada. Tampoco los electores castigan este tipo de

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infidelidades. La imagen, el espectáculo, la estrategia del marketing sí que da votos o
los quita.

La política ha caído en el espectáculo, la forma cada vez pesa más frente al


contenido. No digo que actualmente ahogue el contenido, desde luego que no, pero es
un proceso que sigue creciendo que sin que se le vea fin. Y ciertamente se trata de una
nada deseable evolución de nuestras democracias. Todo el mundo se da cuenta, pero no
se ve qué otro camino se pueda tomar. A los grandes partidos no les importa. Mientras
obtengan la presidencia de los Estados, les da lo mismo si se obtiene por un medio o por
otro. Lo importante es el objetivo, no la moralidad del medio para alcanzarlo: estos son
los que nos gobiernan. Concedemos el Poder sobre nuestras naciones a los profesionales
de la simulación y la manipulación. Cada vez es más difícil que alguien sencillo y veraz
se mantenga así en el proceso hacia un alto cargo. Las directivas de los partidos priman
a los zorros frente a las ovejas. La experiencia demuestra que en esta guerra sucia, las
ovejas suelen acabar despedazadas. Además las deliberaciones en el seno de las cúpulas
de los partidos muestran toda la suciedad y desviación del sistema político, así que los
zorros suelen preferir a los zorros, una oveja podría dar un susto al mismo partido. Por
el contrario, un político profesional de toda la vida sabe cómo son las cosas y no hace
dará ningún susto. Cuando hay que hacer teatro, se hace teatro, que la consigna de arriba
es decir esto, se dice esto. Saben que su trabajo es la imagen y no hacen ningún
problema de ello.

Lo cierto es que cada gobernante ha de perder más y más tiempo en lo que


podríamos llamar actividades inútiles de carácter exclusivamente propagandístico. Es
verdad que todo hombre situado en puestos de alta responsabilidad ha de emplear parte
de su tiempo en este tipo de actividades no útiles para el país que gobierna. Pero el
problema es cuando el volumen de ese tiempo va creciendo y creciendo de un modo tal
que ya no es que el gobernante tenga que dedicar parte de su tiempo a ello, sino que esto
es buena parte de su trabajo.

Llevado al extremo este proceso podría llegarse a una situación hipotética en la


que el presidente de la nación, los ministros, los diputados, fueran cargos dedicados
exclusivamente a cultivar su imagen: asistencia a actos públicos, reuniones, mítines,
homenajes, inauguraciones, discursos, recepción de interlocutores sociales, etc.
Mientras que el gobierno efectivo de la nación estuviera delegado en equipos de
consejeros de Estado, subsecretarios y asesores. La democracia habría caído en una
desviación en la que existiría una clase política, mediática y dedicada al espectáculo de
masas, mientras una tecnocracia inamovible y atrincherada detentara el poder real.

Un efecto colateral de esta situación es que todos los gobernantes se ocupan cada
vez más en hacer cosas que contenten a la opinión pública, en detrimento de políticas
más efectivas pero menos populares. La empresa de la política entiende que no puede

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embarcarse en proyectos que puedan resultar impopulares, por más que sean
beneficiosos a largo plazo.

Nuestros sistemas parlamentarios funcionan, pero son mejorables

Si echamos una hojeada a las democracias occidentales concluiremos que nunca


como hoy en día la masa social ha estado tan involucrada en los procesos de elección y
supervisión de sus gobernantes. Cualquiera de nosotros puede a través de la televisión
estar junto a ellos horas y horas. Cualquier persona les interpela, les discute, cualquier
ciudadano puede gritar en la vía pública al presidente de su nación, puede insultarle y
recriminarle lo que quiera mientras el presidente más o menos azorado no puede
ordenar a sus escoltas que hagan callar a ese ciudadano. Este tipo de situaciones
indudablemente desagradables son una muestra de la salud de nuestros regímenes. El
poder de cada ciudadano de gritar a su gobernante y que este no pueda hacer otra cosa
que aguantarse, es signo de salud. Todos cuando contemplan escenas como esa en la
televisión piensan que no se debería permitir y que habría que hacer algo. Pero no se
debe hacer nada.

Pero no sólo en cuanto a la libertad de expresión, si examinamos los


mecanismos de vigilancia que tiene el pueblo respecto a sus gobernantes, podremos
concluir que nuestra situación es mejor que cualquier tiempo pasado. Y lo mismo
podemos decir respecto al respeto y salvaguarda de los derechos individuales y
colectivos.

Sin duda alguna, el panorama que presentan nuestras actuales democracias es


mejor que en cualquier otra época. No obstante, la democracia es un sistema de
correlación de fuerzas, un armazón de equilibrio de poderes. La democracia no puede
existir de modo efectivo si esos poderes no garantizan el funcionamiento de la
maquinaria constitucional. Y esa maquinaria presenta puntos de roce, puntos de
fricción. El Poder tiende a extender sus ramas y raíces, eso es una ley universal, es algo
que se haya inserto en la naturaleza humana. Los elementos de esta maquinaria tienden
a controlar a los elementos colindantes. Ello se debe a que al final las leyes
constitucionales, se ejecutan a través de los gobernantes, y por tanto a través de sus
virtudes y defectos. De momento, no poseemos ningún sistema que aplique la ley de
modo automático. Toda ejecución, dilación o excepción en la aplicación de una ley o de
un mecanismo constitucional sigue estando en manos de hombres dotados de libre
albedrío.

El problema de todo sistema constitucional es que hacer excepción a las leyes


desde el mismo Poder a veces es más provechoso que seguirlas. Por eso la maquinaria
requiere de una continua vigilancia y puesta a punto. De lo contrario es cuando pueden

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sobrevenir las averías, unas más graves otras menos. Lo que aquí se ha expuesto antes,
son peligros, tendencias, procesos. No significa que toda democracia tenga su
maquinaria tan deteriorada.

Pero todo ciudadano ha de tener muy claro que el hecho de vivir en país
democrático no le asegura que ya para siempre en ese lugar habrá libertad. La gente
suele tender a pensar en términos simples: hay democracia, no hay democracia. Las
cosas suelen ser un poco más complicadas. Pero hay otros muchos países en los que la
alternancia en la presidencia de la nación, sólo asegura cambio de personas, pero no una
verdadera capacidad de los ciudadanos para poder escoger una alternativa.

Es deber de los ciudadanos velar por sus democracias. El propósito de los


teóricos que en siglos pasados forjaron los ordenamientos constitucionales, era que los
ciudadanos pudieran tener realmente el poder de elegir en sus manos. No el que los
partidos tuvieran a los ciudadanos dominados por sus campañas. El poder del Pueblo ha
sido sustituido por el poder de los bipartidismos alternándose en las instituciones. Las
elecciones se han convertido en trámites de reparto de escaños entre las empresas de la
política. La maquinaria que rige nuestras libertades funciona, pero el deterioro avanza
porque los profesionales de este mundo cerrado van encontrando los caminos para
evadir los obstáculos constitucionales a sus propios intereses.

Hay que preguntarse una y otra vez si el ideal de democracia que los teóricos
constitucionales imaginaron hace siglos, no ha sido traicionado en parte. Las
democracias funcionan, pero no ha sido el sistema para que los mejores nos gobiernen.
Tampoco el Pueblo se siente representado. La gente vota con la resignación de que no
hay otros a quién votar. No es cierto que cualquiera pueda presentarse a cualquier
elección. Presentarse sólo está al alcance de grandes grupos que se mueven por intereses
propios. Sí, hay libertad, pero el sistema de representación popular no es ni mucho
menos perfecto. Pero la opinión general es de resignación. ¿Es que puede mejorarse el
mecanismo que hasta ahora nos ha regido? Los partidos no quieren ni oír hablar de ello.
El sistema bipartidista es el máximo interesado, el único interesado, en que nada
cambie. Y harán todo lo posible para que este debate no se suscite en la sociedad.

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Segunda parte

Reinventemos la democracia

Una propuesta de reordenamiento de los elementos

Si hasta ahora me he dedicado a examinar los puntos en que la maquinaria


constitucional presenta funcionamientos inconvenientes, en este momento desearía
exponer un modelo teórico sobre como reordenar los elementos que conforman una
democracia para que no se produjeran esos puntos de fricción. Parto del hecho de que si
en la exposición de los fallos, más o menos todo el mundo habrá estado de acuerdo con
más o menos matices, en la exposición de un nuevo modelo teórico constitucional, ya
no obtendré un asentimiento tan unánime. Pues los desaciertos son objetivos, mientras
que los remedios son más opinables.

Soy plenamente consciente de que el modelo que voy a exponer no se puede


implantar en ninguna democracia ya existente. Ningún grupo que ostente el poder va a
permitir una reordenación del sistema, en la cual pasaría a perder todas sus situaciones
de privilegio, para conseguir las cuales han tenido que invertir grandes cantidades de
dinero. Los partidos están donde están después de mucho trabajo y mucho dinero, y no
van a acceder a una reorganización de las reglas del juego que permitieran una absoluta
igualdad de todos a la hora de poder acceder al Poder. Sería irreal pensar otra cosa.
Aunque los políticos personalmente supieran que este nuevo modelo sería mejor,
públicamente sólo podrían atacarlo.

La reforma que planteo no tiene otra aspiración que servir de modelo teórico. El
sistema que voy a plantear supone una reorganización constitucional que manteniendo
los mismos elementos que constituyen las democracias actuales, estimo que producirían
muchos menos fallos en su funcionamiento. Indudablemente la mayor parte de los
sistemas parlamentarios heredados del siglo XIX han logrado mantenerse funcionando
hasta nuestros días a base de ir añadiendo un corpus jurídico cada vez más intrincado
para la salvaguarda del equilibrio de poderes. La maquinaria se mantiene en
funcionamiento a base de añadir suplementos.

Paso a exponer la reforma que cambiaría íntegramente el modo de ejercer la


democracia.

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Las elecciones

Cualquier ciudadano perteneciente a la república puede ser elegido. Deja de


haber listas de candidatos, porque la Constitución autoriza a que se pueda votar por
cualquiera. Aunque los partidos seguirán existiendo, los partidos dejan de ser los
receptores directos de la voluntad popular. Uno deposita su voto eligiendo a una
persona. Seguirá habiendo políticos profesionales agrupados en partidos que
continuarán recibiendo la mayor parte de los votos, pero se puede votar a un intelectual,
a un escritor, a un artista, a un actor, a un deportista, a quien se quiera. En la votación
para la cámara de representantes se elegirá a cien congresistas. Para obtener un escaño
se necesita haber obtenido, al menos, el 1% de los votos.

El que haya recibido votos de otros ciudadanos, puede entregar los votos
recibidos a otra persona. Por ejemplo, un afamado intelectual ha recibido 1000 votos, y
un señor en un pueblo 50, un escritor 10.500, pues bien, cada una de estas personas
puede entregar ese número de votos al que consideren que es mejor. De forma que los
votos se irían agrupando hasta alcanzar, al menos, ese 1% necesario para sentarse en el
hemiciclo.

Puede haber 10.000 personas que han recibido más o menos votos, en las
semanas siguientes a las elecciones pueden intentar concentrar esos votos en otras
personas. Cada una de esas 10.000 personas que, por ejemplo, han obtenido votos son
depositarias de una porción de la voluntad popular. Y esa porción pueden administrarla
como crean conveniente. Pueden entregarla a un político profesional perteneciente a un
partido, pueden entregarla a una persona independiente, pueden no entregarla a nadie.
Entre esas 10.000 personas, muchas de ellas pueden no querer tener que ver nada con la
política. Pero eso no importa, ha habido ciudadanos que les consideran los mejores
destinatarios de sus votos, y pueden usarlos como su prudencia les dicte.

Al final, en el hemiciclo habrá un máximo de cien congresistas. Un número que


no es muy grande para poder hablar, conocerse y ponerse de acuerdo en los grandes
asuntos. Digo que habrá un máximo de cien congresistas, porque normalmente habrá
menos, ya que si un político obtiene el 20% de los votos del país, entonces habrá 19
congresistas menos, aunque él al votar lo hará como quien representa al 20% de la
voluntad popular. De este modo, aunque seguiría habiendo grandes líderes en los
partidos, se vería quien es quien en cada partido. En el hemiciclo sin duda habría tres
grandes grupos de congresistas: un primer grupo formado por los grandes líderes que
concentrarían muchos votos en sus personas, después un segundo grupo formado por
políticos profesionales que gozarían de muchos votos, y un tercer grupo de gente
independiente que nunca pensó que acabaría sentándose allí. En este sistema, cuando se
vote en el congreso, cada congresista no tendría el mismo número de votos. Pero cada

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uno de los que están allí sentados representan al menos un 1% de la voluntad del
Pueblo.

Como es lógico este sistema no suprime los partidos políticos. Muchos de esos
candidatos se agruparán en partidos. Serán igualmente partidos los que les
proporcionarán la propaganda durante la campaña, así como el apoyo del aparato a lo
largo de la legislatura. Sin embargo, al elegir a personas, la oferta ante el electorado
aumentaría para que cada cual pueda sentirse representado en la persona a la que votó.
Cada uno votaría realmente al que quiere, ya que las listas de candidatos dejarían de
existir. Esto provocaría una revitalización de la democracia verdaderamente
impresionante. Todo el mundo se sentiría implicado en el proceso de elegir a su
representante.

Cada diputado sería libre de seguir sus convicciones sin estar obligado a ninguna
disciplina de partido. Cada voto sería en conciencia. No es lo mismo que el partido te de
tus votos, que tú tengas tus votos y puedas obrar con completa independencia. Con el
nuevo sistema pasaríamos de la actual disciplina de partido, a una situación en la que el
partido intentaría convencer de las excelencias o desventajas de votar en una u otra
dirección. Cada votación del congreso sería claro reflejo de lo que piensan cien personas
independientes. Dejaría de ser la eterna confrontación entre los que dicen blanco y los
que dicen negro. Dejaría de ser un campo de batalla en el que uno está en contra del otro
por sistema. Las propuestas por fin se decidirían con objetividad. La situación actual en
las que los del grupo A siempre dicen que los del grupo B están equivocados y lo hacen
todo mal, llegaría a su fin. Un congreso formado de esta manera sería, por fin, el triunfo
de lo razonable frente a la mentalidad de competición. Ciertamente que, al final, se
formarían banderías, grupos enfrentados y estrategias para denostar y humillar al
contrario. Pero en este sistema eso iba a ser mucho más difícil que con el actual.

En estas circunstancias, el Congreso se convertiría en un verdadero lugar de


discusión. En este sistema no sólo se facilita el consenso, sino que además irrumpirían
en la política continuamente personas que serían outsiders. Es decir, en cada legislatura
entrarían ciudadanos con una mirada fresca y que no estarían atados a nada. La política
dejaría de ser un grupo cerrado sobre sí mismo. El político profesional siempre tiende a
pensar más en sí mismo, está más maleado. En un grupo de congresistas elegidos de
esta manera sería más fácil comenzar la legislatura con la idea en la mente de “vamos a
trabajar juntos”, y no con la idea “comienza la batalla”.

El Congreso representa la voluntad de una nación

Esta cámara de cien congresistas, elegiría a un presidente que tendría el poder


ejecutivo. Porque el congreso representa la voluntad de una nación, pero el congreso no

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es el que gobierna, sino que es la cámara que elige al Poder Ejecutivo. Este presidente
habría de ser elegido por consenso de 2/3 partes de la cámara. Si la cámara tarda en
lograr el consenso continuaría el presidente anterior, aunque tal situación se prolongue
durante meses o años. El presidente después de unas elecciones de la cámara de
representantes no está en funciones, sino que sigue en su puesto mientras la cámara no
le retire la confianza y ponga en su lugar a otro.

Para nombrar al Presidente del Gobierno, la cámara tendrá que lograr el acuerdo
de 2/3 partes de la cámara. Cuanto peor lo haga el presidente en ejercicio más prisa se
darán en ponerse de acuerdo los diputados. Una cosa que favorecerá el acuerdo de la
cámara de representantes es que el presidente no tiene por qué ser un diputado, ni
siquiera un político profesional. El Congreso puede elegir a cualquiera para gobernar el
país. El acuerdo en una persona para presidir el Gobierno no sería tan difícil como
ahora, puesto que no se trataría de elegir a alguien de nuestro partido o de vuestro
partido.

Todas las votaciones del Congreso, y también las votaciones para elegir
presidente, para proponer una ley al senado, etc, serán secretas, y las discusiones serán a
puerta cerrada, sin cámaras, ni periodistas. Esta medida tiene como fin lograr que se
pueda hablar con total franqueza.

En siglos pasados, el senado del pueblo romano, la Cámara de los Comunes en


Inglaterra, y los parlamentos hasta el siglo XX, habían sido siempre lugares de
discusión, de búsqueda de vías medias, lugares donde de verdad se discutía sobre el
tema de hacia dónde dirigir la nación. Sin embargo la televisión ha convertido a los
parlamentos en una mera tribuna para lanzar discursos no dirigidos a sus señorías sino a
los televidentes.

Hoy día ningún diputado se dirige a la tribuna de oradores para intentar


convencer a los otros grupos, se habla sólo para la audiencia y los periódicos. Lo que se
debería hacer en esos hemiciclos entre todos los diputados hay ahora que hacerlo fuera
del ámbito público en pequeñas comisiones entre partidos, y esas sí que son totalmente
a puerta cerrada. Por eso hay que reconquistar el que las cámaras de diputados sean lo
que fueron, pero la franqueza no se puede lograr con el objetivo de televisión
enfocándole a uno.

En este nuevo sistema los diputados se reunirían las veces que quisieran, y al
final saldrían afuera y comunicarían que han elegido tal o cual presidente o que van a
proponer ésta o la otra ley al senado. No importa que comuniquen a la nación que su
presidente es hasta ahora un desconocido. La tarea de gobierno de una nación, de dirigir
todos los Ministerios, la elaboración de unos presupuestos billonarios, es una tarea muy
técnica. El más adecuado para ello puede ser una persona que tenga una imagen ante las
cámaras de los periodistas tan desaliñada y patosa que nunca pudiera ni soñar en optar a

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unas elecciones. El hombre feo, el hombre que no sabe hablar en público puede ser el
mejor gobernante. Como los diputados elegirían al presidente de la nación en votación
secreta podrán elegir al que en conciencia crean que es el más adecuado, por impopular
que puedan ser las políticas que sepan que vaya a llevar a cabo el elegido.

El Presidente del Gobierno podría dedicarse a gobernar, sin preocuparse tanto de


perder tiempo en cuestiones de imagen. Podría tomar las medidas que crea que son las
mejores, fueran éstas populares o no. Ya que serían cien congresistas los que juzgarían
su labor, no la veleidad de las encuestas. Suena increíble pensar que con este sistema el
gobernante de una democracia por fin podría dedicarse a eso, a gobernar.

El Senado

La experiencia demuestra que si los miembros del senado son elegidos por
votación popular, esta cámara deja de ser un contrapeso de la cámara de representantes.
¿Por qué? Pues porque la mayoría ideológica que rige una cámara es la que rige la otra
cámara. Es lógico que sea así. Ambas, en la práctica, son dos cámaras de representantes.
Todos los teóricos constitucionales advierten sobre las ventajas de un senado
independiente. Pero cuanto más aplastante sea la mayoría de un grupo en la cámara de
diputados, mayor será el poder en el senado. Para esto es evidente que no necesitamos
una segunda cámara. Para esto nos podríamos ahorrar los sueldos de los senadores. La
función del senado se limita a hacer una segunda votación. Con la primera del congreso
hubiera sido suficiente.

Si queremos que el Poder Ejecutivo tenga un contrapeso, es necesario que el


senado sea independiente. Aumentar la independencia del poder legislativo, supone
aumentar la libertad de todos los ciudadanos frente a los excesos del Poder. Querer o no
un senado independiente es, en definitiva, si queremos un Poder Ejecutivo desatado o
un Poder sujeto a un cuerpo jurídico.

Por eso la solución que propongo es constituir una cámara de cincuenta


senadores. Cada senador es investido de su magistratura de forma vitalicia. Cuando un
senador muera o desee retirarse, el congreso deberá elegir para el puesto a alguien por
consenso de ¾ partes de los votos de los congresistas. De forma que cada senador que
ocupara su puesto lo haría porque realmente hay un acuerdo de que es la persona
adecuada para juzgar con honestidad e imparcialidad acerca de la conveniencia de la
aprobación o no de las nuevas leyes.

Está claro que no haría falta ser alguien dedicado profesionalmente a la política.
Podrían ser prestigiosos juristas, pero también notables intelectuales, catedráticos o
también gente honrada y con sentido común. Serían personas que atraerían el acuerdo

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sobre su nombre porque un gran consenso sería preciso en el Congreso para la
designación.

Estos senadores continuarían legislatura tras legislatura, de forma que se trataría


de hallar para el cargo a gente dotada de honradez e independencia fuera de toda duda.
No oculto que este sistema presenta un total paralelismo con el sistema por el que se
nutre de miembros el Tribunal Supremo de Estados Unidos, sistema que ha funcionado
a la perfección. El Senado debería convertirse en una cámara de hombres
independientes, ajenos a la lucha política. Cincuenta hombres expertos y honestos que
con su voto determinarán cuando una ley es conveniente o no. Esto sería el triunfo de la
razón frente al sistema actual basado en maquinaciones dentro de los partidos para que
éste o el otro aparezca en la lista de candidatos al Senado.

El Senado será el único poder de la nación con capacidad para aprobar leyes. El
gobernante no puede emitir leyes, ni siquiera de modo extraordinario. La experiencia
demuestra que cualquier puerta de atrás que dejemos abierta se convertirá en puerta
habitual. Si el gobernante en caso de guerra o de excepción, aspira a poderes
excepcionales le tendrán que ser dados por el Senado, en el modo y tiempo que el
Senado decida.

Si en el Congreso no se logra consenso en una persona para ocupar un escaño


senatorial, entonces el puesto queda vacante hasta que se logre ese número de votos. No
habría que tener ninguna prisa en reemplazar al senador fallecido o retirado. Lo único
que importaría sería lograr al final un nombre que suscite el acuerdo de todos.

Aunque si al cabo de cinco años de haber quedado vacante un puesto no se


reemplaza por la cámara de diputados, será el mismo senado el que por 2\3 partes de los
votos de los senadores lo reemplace. Se evitaría así que el bloqueo del Congreso dejara
sin senadores al poder legislativo. Si el Senado tampoco lograra acuerdo en ningún
nombre, la vacante continuaría hasta que el Congreso o el Senado llegaran a alcanzar el
número requerido de votos para un candidato. Aunque esta situación de vacantes
prolongadas solo se produciría en caso de tensiones muy serias entre poderes.

El Tribunal Supremo

Un Tribunal de veinticinco jueces serán los garantes últimos de la imparcialidad


de la Justicia de la nación. El Senado elegirá a los magistrados del Tribunal Supremo
cuando uno de ellos muera o se retire, pues el cargo será también vitalicio.

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Cada puesto será cubierto cuando alguien reciba el respaldo de 2/3 partes de los
votos del senado. Si los senadores no se pusieran de acuerdo en cinco años, serán los
mismos jueces los que votarán para ocupar la vacante. Obteniendo las 2/3 partes de los
de los votos de los magistrados, la vacante quedará cubierta.

Hasta ahora, para iniciar una causa judicial contra un senador, un congresista, un
presidente del Gobierno, o un ministro, es necesario un suplicatorio al Congreso. Esto
es así en todos los países. En este sistema, los suplicatorios dejarían de existir. El
Tribunal Supremo tendría pleno poder para iniciar un proceso contra cualquier miembro
de cualquier rama legislativa, ejecutiva o de la cámara de los diputados. Veinticinco
hombres justos que podrían juzgar a cualquier ciudadano sin ningún tipo de limitación.

Como se ve en este nuevo sistema tanto el poder legislativo, como el judicial,


como el ejecutivo son elegidos por la voluntad popular mediada por sus diputados. En
este sistema ningún gobernante podrá ni soñar con llegar a gobernar algún día ni al
Senado, ni al Poder Judicial. Un dictador tendría verdaderamente difícil apoderarse de
todos los poderes de la nación.

Cuando hablo de un dictador, no me refiero a un general que saca los tanques a


la calle, pone marchas militares en la radio y sale con uniforme en la pantalla de
televisión. No. El dictador de las democracias del siglo XXI será aquel señor de
americana y corbata, sonrisa y buenas palabras, que logre el poder sobre su propio
partido, logre tras una elecciones la mayoría absoluta en las dos cámaras, y consiga que
la mayor parte de la prensa sea una mera extensión de su voluntad. Dado que el
Tribunal Supremo se convierte en una réplica de las mayorías de las cámaras, una
persona así tendrá el poder absoluto, aunque los ciudadanos depositen obedientemente
su voto cada cuatro años en algún tipo de recipiente.

A pesar del rito electoral, quien tiene a la prensa, al Tribunal Supremo y a las
dos cámaras con mayoría absoluta, posee un poder sin límites. El único límite que
conoce ese tipo de poder total, es el miedo a perder ese poder. Los acuerdos secretos
con el gran partido de la oposición son el medio para eliminar ese último temor de que
la revancha se materialice en una venganza de características judiciales. Esos acuerdos
secretos, que en toda nación existen, pueden tener por cierto los ciudadanos que van
contra sus propios intereses. Son acuerdos que benefician a los políticos, a la clase
política, es decir, a los únicos ciudadanos que están por encima de todo poder del
estado, los únicos ciudadanos que no son iguales al resto de los ciudadanos, los únicos
ciudadanos que no están sujetos a los deberes del resto de sus compatriotas.

Estos acuerdos, por supuesto, no son incompatibles con que caigan figuras
políticas de segundo plano. No sólo no es incompatible, sino que es bueno que caigan.
El monopolio del poder será tanto más fuerte, cuanto menos visible sea.

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El nuevo sistema que aquí se propone cambia toda esta maquinaria
constitucional, cuyas triquiñuelas tan bien se conocen los que ahora gobiernan en cada
país. La nueva maquinaria es mucho más simple, dando lugar a menos recovecos por
donde escabullirse. El esquema de este nuevo sistema constitucional sería el siguiente:

Poder Ejecutivo

Congreso Senado Tribunal Supremo

100 congresistas 50 senadores 25 jueces

Pueblo

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Hipótesis de lucha abierta entre los poderes constitucionales

¿Pero qué sucedería en el hipotético caso de que se acusara a una cámara de


bloquear a otra, de usar su poder para obstruir la labor de la otra? ¿Qué sucedería en
caso de guerra abierta entre poderes, de forma que una cámara obstruyera al máximo a
la otra? Podría suceder, por ejemplo, que el Senado no aprobara ninguna ley por justa
que fuera, o que el Tribunal Supremo encausara a casi todos los políticos, o que el
Congreso no enviara ningún fondo para pagar el funcionamiento del Senado, o del
Tribunal Supremo. Para el hipotético caso de que una cámara bloquee a otra de un modo
manifiesto y haga imposible el funcionamiento constitucional de la nación, habría que
introducir la siguiente cláusula: dos cámaras (por una mayoría de 4/5 partes, en cada
cámara) podría suspender los poderes de una tercera cámara por un tiempo. Así el
Congreso y el Senado podrían suspender temporalmente de sus poderes al Tribunal
Supremo. O el Congreso y el Tribunal Supremo podrían suspender los poderes del
Senado. Esta cláusula es necesaria porque a lo largo de los siglos puede darse el caso de
que una Cámara decida presionar a otra de un modo completamente ilegítimo. Por
ejemplo, podría el Tribunal supremo tratar de encarcelar a todos los políticos que se le
antoje, o el Senado podría provocar su propio hundimiento emanando leyes que
disolvieran la democracia. Para los casos excepcionales, existiría esa cláusula: dos
cámaras suspenden los poderes de la tercera.

En teoría, parecería que la única cámara que no podría nunca ser suspendida de
sus funciones, sería el Congreso. Pero pensando en circunstancias gravísimas que ahora
no podemos suponer, las otras dos cámaras podrían forzar unas nuevas elecciones.

Algunas clausulas menores

Añado ahora algunas clausulas de menor importancia que acaban de completar


el ordenamiento constitucional aquí pergeñado.

El Poder Ejecutivo nunca queda vacante

El Presidente del Poder Ejecutivo al ser investido de su autoridad, no sólo


elegirá a sus ministros y colaboradores. Sino que también designará una lista de
sucesores en el cargo, en caso de muerte o dimisión del Presidente. Esa lista de diez
personas evitaría que la cúspide del Poder Ejecutivo quedara alguna vez vacante.
Aunque hubiera un atentado que matara al presidente y todos sus ministros, la lista
permitiría saber con certeza y si dunda quién es el siguiente que ha de ocupar la vacante.

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El país nunca se encontraría en situación de no tener una dirección clara en caso de
emergencia.

Cambios orgánicos legislativos

Cualquier cambio orgánico de este sistema constitucional aquí propuesto


requeriría las 4/5 partes del senado, así como de la ratificación del Congreso con la
misma mayoría.

Situación de emergencia

En casos de verdadera emergencia nacional podrán las tres cámaras elegir un


dictador, al estilo del derecho romano. Se necesitarán 2/3 de cada una de las tres
cámaras. Logrado ese consenso esa persona tendrá pleno poder, sin límite constitucional
alguno. Las tres Cámaras elegirían por esos votos la persona y el tiempo por el que
ejercerá ese poder, pasado ese tiempo el poder vuelve a las Cámaras que mantendrán el
mismo sistema constitucional y sus prerrogativas, sin que el dictador tenga poder para
cambiarlo. Esta cláusula es útil para tiempos de guerra, revolución u otros casos
similares. Es cierto que la estabilidad constitucional es un bien, pero es mejor es que el
sistema regule la salida del mismo sistema, que no que la situación se escape por sus
fueros.

Conclusión

El sistema propuesto se parece en algunos puntos al sistema constitucional de


Estados Unidos. Sistema el de ese país que constitucionalmente ha resultado el más
exitoso de cuantos se han puesto en práctica hasta el día de hoy. Exitoso tanto en dar un
inmenso poder presidencial, como en limitarlo por el Congreso. Exitoso tanto en dar
independencia a los tres poderes, como en no combatirse hasta el bloqueo de la nación.
Pero hay sustanciales diferencias entre el sistema constitucional de esa nación y el
propuesto en estas páginas, diferencias que no me voy a detener en ir analizando una a
una. Sin embargo, yo diría tan solo que las dos cosas que más han favorecido el éxito de
las instituciones de los Estados Unidos ha sido la votación a personas individuales y no
a partidos. La otra gran consecución de ese país, ha sido el éxito de la independencia
efectiva del Tribunal Supremo frente al Poder Ejecutivo o al Congreso bicameral. En
todo lo demás su democracia ha tenido un funcionamiento en todo similar al resto de
democracias, pero en esos dos puntos mencionados el engranaje ha funcionado de un
modo ostensiblemente superior al de otros lugares.

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El rejuvenecimiento de la democracia, la confianza de los ciudadanos en esa
realidad que es el Estado radica sobre todo en la capacidad de un sistema político de
permitir la irrupción de personas independientes en los círculos de poder existentes. Los
políticos nunca dejarán por gusto entrar en su círculo de poder, círculo bastante cerrado,
a forasteros. Los políticos profesionales nos contestarán que no es un sistema cerrado,
que cualquiera puede optar a una elección. Pero lograr ser elegido con las reglas del
juego actuales, supone haber pasado por un proceso de selección a cargo del partido,
además de la dedicación exclusiva. En un país hay mucha más riqueza de ideas y de
personas, hay muchos más puntos intermedios que los límites ideológicos que nos
marcan los partidos. Con un sistema como el propuesto habría mucha menos crispación
política, pues la crispación la crea el sistema. Los partidos no reflejan la división de un
país, sino que son los partidos los que crean esa crispación.

Alguien puede albergar sus razonables miedos por convertir nuestras


democracias directas en democracias indirectas. Pero me gustaría llamar la atención
sobre el hecho de que nuestras democracias son indirectas desde hace ya mucho tiempo.
Son las directivas de los partidos quienes eligen a todos nuestros candidatos. Son esas
directivas las que eligen quién sí y quién no entra en esas listas. Usted, querido elector,
sólo deposita su voto. Pero las cúpulas del bipartidismo saben que, en la práctica, sólo
hay opción A u opción B. Y que si las cosas les salen mal esta vez, es sólo cuestión de
esperar. De forma que el sistema seguiría siendo, en la práctica, tan indirecto como
ahora. Sólo que cambiaríamos una directiva, por un grupo de hombres mejores.

La democracia funciona, pero podría funcionar mejor. El mismo sistema que


propongo si se pusiera en práctica tendría fallos que a su vez deberían ser subsanados en
futuras reformas. La ciencia política busca ofrecer soluciones. Cuando ofrece no un
retoque, sino algo nuevo, sabe que no se aplicará mañana. Con ofrecer una perspectiva
nueva a las mentes es suficiente. De todas formas las reformas primero conquistan las
mentes, después, a veces varias generaciones después, configuran una parte de nuestro
mundo. Mi única expectativa con mi escrito ha sido ofrecer nuevas perspectivas, nuevos
horizontes, para que funcione cada vez mejor esa república de hombres libres e iguales.

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26
www.fortea.ws

27
José Antonio Fortea Cucurull, nacido en Barbastro,
España, en 1968, es sacerdote y teólogo especializado en
demonología.

Cursó sus estudios de Teología para el sacerdocio en la


Universidad de Navarra. Se licenció en la especialidad de
Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de
Comillas.

Pertenece al presbiterio de la diócesis de Alcalá de


Henares (Madrid). En 1998 defendió su tesis de
licenciatura El exorcismo en la época actual, dirigida por
el secretario de la Comisión para la Doctrina de la Fe de
la Conferencia Episcopal Española.

Actualmente vive en Roma, donde realiza su doctorado


en Teología, dedicado a su tesis sobre el tema de los
problemas teológico-eclesiológicos de la práctica del
exorcismo.

Ha escrito distintos títulos sobre el tema del demonio, la


posesión y el exorcismo. Su obra abarca otros campos de
la Teología, así como la Historia y la literatura. Sus
títulos han sido publicados en cinco lenguas y más de
nueve países.

www.fortea.ws
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