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Acción y discurso…, por Alejandro

Oropeza G.
Alejandro Oropeza G. Publicado junio 30, 2018

@oropezag

“Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse

ni planear y prever para el futuro las necesidades de los que

llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir,

cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista, haya

existido o existirá, no necesitarían el discurso y la acción para entenderse”.

Hannah Arendt, 1958: La Condición Humana.

En este año 2018, se cumplen sesenta años de la publicación de “La Condición Humana” de la filósofa judío-
alemana Hannah Arendt. En nuestro país vale decir que tenemos a muy destacados “arendtiólogos”, entre
ellos destacan: Mariano Gürfinkel, Carlos Kohn y Miguel Ángel Martínez Meucci, por nombrar a solo tres de
ellos. Punto coincidente de la opinión de buena parte de los estudiosos de Arendt es que esta obra “La
Condición Humana” es quizás el más filosófico de sus trabajos, ya que atiende e identifica al hombre como
protagonista de muy diversos procesos a lo largo de la historia de la humanidad, desde perspectivas inherentes
a su acción, a su actuar en el mundo. Es realmente una apasionante aventura adentrarse (e involucrarse) en las
temáticas plurales que toca la autora en este magistral trabajo. Así, no pocos han sido los encuentros,
congresos, etc., que, realizados este año, se han dedicado a homenajear los sesenta años de la aparición de esta
capital obra. Uno de ellos tuvo lugar en Brasil, el XI Encontró Hannah Arendt, organizado en la Universidad
Federal de Piauí al cual estuve invitado pero que desafortunadamente no pude asistir.

Pero bien, uno de los puntos que permanentemente son discutidos y reconocidos en encuentros y congresos es
la vigencia del pensamiento de Hannah Arendt en general y, cuando nos referimos a realidades que
caracterizan a América Latina en particular, emerge clara y diáfana la pertinencia del análisis en atención a
los aportes, estudios y trabajos que Arendt desarrolló a lo largo de su obra. Y como muy sencillo homenaje
me quiero referir de manera muy general en esta entrega a uno de los más importantes temas desarrollados
por la autora en la obra que celebramos; se trata de la “teoría de la acción” y las posibilidades emergentes para
analizar nuestra realidad a la luz de algunos de sus planteamientos.

*Lea también: Cuando la política no es un acto de venganza, por Armando J. Pernía

La autora de marras, Arendt, define dos grandes esferas de acción del ser humano: la pública y la privada. A
la pública, como es lógico suponer, corresponde el ámbito de lo político y de las interacciones entre los
hombres. Por los momentos nos interesa atender dicha esfera pública pero, refiriéndonos específicamente a
dos de sus atributos inherentes: la acción (los actos) y el discurso (la palabra). De manera tal que en la
“arenas” diversas de la política (término que tomamos de Linz y Stepan) acción y discurso tienen una
presencia no solo imprescindible sino categórica en la definición, tratamiento y comportamiento de los
ciudadanos en dichos asuntos e intereses.

En este sentido, una de las expresiones estelares de la acción y del discurso en la esfera de lo público, es el
poder, por cuanto es resultado, consecuencia indiscutible de los actos y de los discursos que ocurren en tal
esfera. Pero, Arendt es determinante al afirmar que este poder se hace realidad solo cuando concurren cuatro
aspectos que lo expresan: a) Cuando discurso y acto no se han separado; b) Cuando las palabras tienen y no
pierden su contenido y los hechos no expresan la brutalidad de quien actúa; c) El poder es realidad donde el
discurso no oculta intenciones, sino que es un medio para revelar las realidades en que ocurre la vida; y,
finalmente, d) Cuando los actos no tienen la intención de violar y destruir, sino que persiguen establecer
relaciones y generar futuro, producto de nuevas realidades emergentes y permanentemente reveladas.

Finalmente, Arendt opone poder a fuerza entendiendo por esta una cualidad natural presente en el individuo
cuando actúa aisladamente; por el contrario, el poder emerge cuando los seres humanos actuamos juntos y
desaparece cuando nos separamos y dispersamos. En otra entrega me detendré en esta muy particular y útil
concepción de poder arendtiana.

Hagamos a la luz de estas formulaciones una aproximación crítica a nuestras realidades actuales en, como
siempre decimos, nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia. Así, reconocemos por los momentos dos “arenas”
o ámbitos políticos, claramente diferenciados: el oficialismo y la oposición, en general sin entrar a
subdivisiones más detalladas. La esfera pública, el ámbito de lo político lo es, en tanto es el espacio en el cual
los seres humanos nos reconocemos y diferenciamos. En este ámbito es donde aparecemos y manifestamos
nuestras ideas, intenciones, intereses y en donde reconocemos a otros como iguales y a otros también como
diferentes, pero todos integrantes y parte activa de un mismo espacio en donde se “dan” los hechos políticos y
se manifiestan los intereses.

Es en este ámbito es que ocurren los acuerdos sociales entre los partícipes, los actores y tales acuerdos son los
que dan legitimidad al ejercicio de la autoridad, ya que el acuerdo es expresión directa del poder. En este
sentido, en este ámbito público es que se revisan tales acuerdos y en donde estos, tienen la posibilidad de
renovarse sucesivamente y evolucionar. De donde se concluye que jamás un acuerdo y por tanto un poder,
puede ser pétreo y estático, ello disuelve el espacio de lo político a través de la violencia de quien detenta un
dominio ilegítimo: el autócrata

Pero, volvamos a nuestra arenas definidas y veamos la actual situación de la esfera de lo público – político en
nuestra sociedad. Todo indica que este ámbito de lo público ha sido dramáticamente y paulatinamente
abandonado por quienes están llamados a ocuparlo: los ciudadanos. Estos se han refugiado en el espacio
privado, en tanto ámbito que llama a la satisfacción de las necesidades primarias del ser humano.

Entonces, el ámbito de los acuerdos y de su renovación sucesiva no está operativo, lo cual es terrible para la
democracia e ideal para la tiranía. Ello es claro y evidente pero, cabe preguntarse ¿Por qué? Y más aún ¿Es
esto aplicable a los dos ámbitos o arenas de lo político que hemos identificado? Pues bien, dicho espacio
supone un problema ya que el ejercicio de lo público está polarizado o bien no existen encuentros entre los
ciudadanos: acudimos al espacio enemigos políticos no adversarios; no buscamos la convivencia en la
diferencia sino la destrucción del otro.

Esto es válido para quienes permanecen en las arenas correspondientes pero, podemos afirmar que hoy la
mayor cantidad de personas de nuestra sociedad, de nuestra ciudadanía, ha abandonado dichos espacios. Por
lo que el ámbito de lo público luce solitario y abandonado. Y nuevamente es preciso preguntarnos ¿Por qué?
Veamos.

Hemos identificado los tres atributos que califican al poder como realidad, de donde se afirma que lo que
erosiona y mata a las comunidades políticas es la pérdida del poder (de la posibilidad de acuerdo y renovación
sucesiva de los mismos) y la impotencia final ¿Qué pasa en la arena del oficialismo? Palabra y acto están
separadas; más aún, aparecen como contradictorias. Encontramos un discurso soportado en una ideología
dogmática que primero, promete un paraíso siempre cada vez más y más lejano; y que, en segundo lugar,
encuentra las justificaciones a su fracasado logro, siempre en enemigos internos o externos y jamás en el
comportamiento errático de los actores políticos que discurren. Encontramos un gran abismo entre discurso y
acción.

Ella no se corresponde a la palabra, se contraponen y contradicen. Lo vemos en el día a día del procerato
revolucionario que pareciera vivir en la realidad de otro mundo ideal que solo existe, quizás, en el ámbito
privado de dicho procerato. Así, la segunda consecuencia no espera, las palabras y el discurso entonces se
vacían de contenido racional y los hechos expresan la brutalidad y la impotencia del día a día, de la catástrofe
que padecemos

Entonces, surge un discurso que lo que busca es ocultar la realidad y velar las ciertas intenciones de quienes
detentan el dominio, que no son otras que mantenerlo a toda costa como botín; de esta manera los actos
subsecuentes no persiguen establecer encuentros y/o relaciones ni viabilizar la aparición de nuevas
posibilidades que permitan una evolución en positivo; no, el acto es para violar, perseguir y destruir lo poco
que queda ¿La reacción de buena parte de los seguidores? Unos, abandonan dicha arena y van a ocupar un
espacio intermedio, digamos neutro (la tercera arena). Otros, permanecen en una relación utilitaria,
convertidos en populacho, en un esquema de “yo te doy, tú me das”. Caen los apoyos, los aplausos y quedan
los integrantes de un clientelismo merodeando en los restos de la prosperidad exhausta y acabada.

Pero, ¿Qué sucede en la otra arena, la de la oposición? Algo muy similar, más si en la primera el discurso no
se corresponde con la acción; en esta, la acción no se corresponde con el discurso. Los actores de esta arena
lucen y aparecen impotentes ante el cataclismo de la acción política efectiva del régimen orientada (como
deber ser) a atender la abultada Agenda Social, sus acciones no encuentran asidero alguno con la realidad
expresada en un discurso en oportunidades divorciado de la dramática realidad que padece la sociedad.

Su acción entonces, no es expresión de un discurso propositivo crítico, de donde es evidente el vacío de


contenido de las palabras que no logran articular una propuesta ni generar un acuerdo para avanzar en
dirección alguna. La acción es errática, confusa, en oportunidades contradictoria entre los diversos actores.
Así que el liderazgo (los actores políticos), llamado a actuar, se silencia o bien, sus acciones no expresan los
anhelos de la sociedad, porque se refugian en el hecho político competitivo y abandonan el acompañamiento
de la sociedad en sus carencias.

El discurso no es creíble porque también es demagógico y divorciado de la acción posible ¿La reacción? La
misma, el abandono del espacio público de buena parte de los seguidores y solo se mantiene leal una pequeña
parte de ellos agarrados con las uñas a una esperanza que esperan podría venir de cualquier lado, menos de la
propia esfera que no desean abandonar. Caen los apoyos y los aplausos y se van a ese espacio privado de la
satisfacción sobreviviente de las necesidades primarias, engrosando aquel espacio neutro (la tercera arena).

Si alguna frase puede caracterizar tal realidad es que estamos frente al abandono de la condición de ciudadano
de buena parte de nuestra sociedad. Si una palabra puede explicar esta dramática situación es:
DESCONFIANZA. La energía de la esfera pública de la cual los ciudadanos entran y salen, hacen sus
apariciones, se construyen acuerdos y evolucionan los futuros y se concretan propuestas efectivas es la
confianza en el otro, es lógico pensarlo, sí; pero también debe estar presente la correspondencia y la
pertinencia de la acción y el discurso de los actores políticos, de los liderazgos.

Es necesario que una verdad aparezca en la plaza pública y sea reconocida por buena parte de los asistentes;
que una propuesta sea recibida con posibilidades ciertas de su realización y alcance; que exista un espejo
donde la sociedad pueda ver reflejada sin manchas su condición de ciudadanía; que el ejercicio democrático, a
cualquier nivel, no sea tenido como una dádiva de nadie, sino como un derecho conquistado e inalienable de
todos; que el poder no sea entendido en la simpleza del dominio y en la tragedia de la violencia instrumental
de un régimen extraviado de la posibilidad de construir eficiencia y eficacia a sus políticas públicas, pero que
la evolución del mismo, del poder, sea acompañado de propuestas confiables de opositores y gobierno, no de
espejos ciegos y mudos que no representan más allá de escasos días de acción responsable de uno que otro
liderazgo momentáneo e inmediato.

*Lea también: ¿Qué está pasando con los secuestros?, por Javier Ignacio Mayorca

En esta dramática situación la acción y el discurso deben dirigirse. Los ciudadanos debemos asumir la
responsabilidad y dirigirlo hacia la construcción de un tejido institucional alternativo que permita el ejercicio
democrático de nosotros y entre nosotros mismos. ¿Pero, solo los ciudadanos? ¡Jamás!

El accionar del liderazgo político tiene que acompañar y retejer la confianza perdida desde la cuadra, la
comunidad y los grupos mínimos de interés, sin partidos políticos no puede haber ni democracia ni libertad. Y
ese trabajo de rescate y regeneración de la confianza extraviada y perdida debe darse fundamentalmente en
aquel ámbito neutro en donde se hallan la mayoría de los miembros de la sociedad, en la tercera arena.

Es hora de que aprendamos esa lección o ¿quedan todavía dudas al respecto? El catastrófico derrumbe de la
calidad y las posibilidades de vida de la sociedad nacional fue y está acompañado por la pérdida de la
confianza en uno de los mecanismos de intermediación naturales y estelares entre Sociedad y Estado: los
partidos políticos.

Pero entendidos estos no como fantasmas de sí mismos que pululan hoy por ahí dando tumbos sin destino ni
objetivo; de ellos bien puede surgir la adecuación de acción y discurso, y la retoma de los espacios públicos,
pero hay que revisar, depurar, identificar y estimular el surgimiento de los liderazgos honestos y capaces que
los hay, que existen; ¿o es que tenemos que traerlos de otro país? Nadie amará nuestro país como la mayoría
de nosotros mismos, y ya sabemos y tenemos experiencia de lo que hacen y buscan “otros” en nuestro suelo.

Es el momento de la innovación atrevida, como bien casi se ha quedado muda Beatriz Cisneros de proclamar
y trabajar por la originalidad responsable o Benigno Alarcón desde el CEP de la UCAB, también Pedro
González Marín y Juan González pateando al país de arriba abajo. Por esos mundos anda infatigable Tomás
Páez, hablando y reencontrando a la diáspora; no se permite el cansancio Luis Corona ni Chipilo; desde las
universidades, infatigable Cecilia García, Benjamín Scharifker, el padre Virtuoso y Carlos Walter entre otros;
cuánta entrega y reflexión en el padre Luis Ugalde o en Fe y Alegría, el Foro Penal y Paz Activa, y en
nuestros comunicadores responsables y en esa masa entusiasta de jóvenes que nos estimulan a seguir y no
cansarnos, y en cuántos miles y cientos de miles de venezolanos preocupados por hacer, construir y crear
nuevas realidades que nos acerquen a un futuro que pareciera estar y correr muy lejos de nosotros mismos.

La historia espera ahí, para que acción y discurso permitan reconstruir la confianza perdida y trabajar por el
rescate de los contenidos institucionales y democráticos que nos han definido como pueblo y sociedad. Es el
trabajo arduo que todos tenemos por delante.

M.FL

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