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¿Por qué debemos desarrollar el razonamiento verbal?

Cada mañana, muy temprano, al despertar, debes oír el canto de las aves
madrugadoras saludando a la vida. Si te levantas con la aurora, eres uno de los
pocos privilegiados para los que ha sido reservado el placer de ver el nacimiento
de un nuevo día: nada tan puro como el fresco de las horas matinales, nada tan
majestuoso como apreciar al enseñoreado sol abrirse paso entre los tules
tornasolados de la cansada noche. ¡Cuán hermoso es constatar la maravillosa
armonía que la Naturaleza ha impuesto en la existencia de sus súbditos! Ninguna
criatura, ni siquiera el orgulloso homo sapiens sapiens, ha conseguido apartarse
de sus sabios ordenamientos, de tal modo que, así como las aves deben cantar
para regocijo de los espíritus sensibles, así como se suceden los días y las
noches, cada cual con su encanto particular, así como todo sobre la faz de la tierra
debe cumplir su papel de pequeño engranaje en la arquitectura universal, el
hombre tiene también una misión suprema: el hombre debe pensar y debe actuar
para hacer que la vida sea mejor.

Observa cualquier cosa hecha por el hombre, la que esté más a tu alcance. ¿Te
imaginas cuántas generaciones han tenido que pasar para que puedas disfrutar
del uso de ese insignificante objeto? Nada es gratuito, todo ha tenido un costo, a
veces en vidas humanas. No solo se trata del progreso material; por ejemplo, hoy
puedes besar a tu pareja en la calle sin que nadie pretenda excomulgarte o
someterte a la Santa Inquisición porque a través de los años el hombre aprendió
también a aceptarse en sus grandezas y debilidades, y a ser tolerante con las de
los demás.

Todo ello es posible porque el hombre cumple – a veces, es cierto, guiado por
egoísmos – con su rol fundamental, con su responsabilidad frente al equilibrio
natural: el hombre piensa, el hombre hace y deshace, aunque no siempre
cualquier actividad intelectual significa que lo esté haciendo correctamente. El
pensamiento puede ser instrumento de progreso a condición de que sea empleado
en función del mayor beneficio posible de la mayor cantidad posible de individuos;
será herramienta del mal si está en manos de intereses particulares cuya
prosperidad se basa en el perjuicio de otros.

Hay muchas formas de actuar inteligentemente. Una de ellas les corresponde a


los individuos que entienden al razonamiento como disciplina utilitaria, y lo
emplean en encontrar soluciones para toda clase de problemas. Son personas
dotadas de espíritu inquisitivo agudo, son los permanentes inconformes que
buscan pacientemente un camino, una luz que los guíe, aunque no siempre
tengan éxito. A ellos les debemos la comodidad y seguridad relativas de nuestra
vida contemporánea, los científicos son útiles para nuestro progreso.

Existen también individuos que huyen de los fríos parámetros dentro de los cuales
están confinados los científicos, sin que por ello se hayan resignado a no pensar.
Son los artistas, filósofos, místicos y políticos en cuyas especulaciones no han
tallado mezquinos intereses pasajeros, a los que se unen también un nutrido
conglomerado de felices huéspedes de diversos centros de atención psiquiátrica.
Les encanta llegar a los límites entre la realidad y la fantasía, y los transgreden
sin ningún remordimiento. A ellos les debemos la creación de formar de pensar y
actuar que podrían conducirnos a algo así como a un bienestar espiritual, a un
equilibrio y armonía de nuestro ser como parte de una gran obra universal que
todavía no podemos entender cabalmente.

Los demás individuos, lamentablemente, han desarrollado muy poco sus


facultades intelectuales y se han conformado con llevar un tren de vida harto
gregario, cuya filosofía conformista se resume en la frase: lo que hago está bien
mientras lo haga también la mayoría. No generan el progreso de la humanidad, se
sirven de él, y aunque tampoco son una completa nulidad pues constituyen el
receptáculo indispensable sin el cual la cultura no tendría asidero, en términos
macrohistóricos su participación en el desarrollo social no es muy relevante. La
mayoría de nosotros pertenecemos a este aborregado grupo, somos seres
parasitarios cuyos pensamientos, si merecen tal distintivo nuestras adocenadas
lucubraciones, se remiten a lo inmediato únicamente.

Este libro es altamente pretencioso. Ha sido concebido por la fusión de las


experiencias recogidas por el autor en muchos años de labor en centros
preuniversitarios de la ciudad del Cusco, años que muchos de sus amigos y
familiares han tenido la indelicadeza de calificar de perdidos, y una incurable
propensión a la fantasía y la esperanza que han hecho del mismo blanco
predilecto de las ironías de majaderos que no tenían nada mejor qué hacer,
cuando no de las malas artes de alguna descorazonada fémina. Pero no es
pretencioso por ello, sino porque aspira sobretodo a convertirse en un motivador
infatigable y decidido del cambio de actitud en su gente que reclama desde su
nacimiento la desdichada patria latinoamericana, que haga de sus individuos seres
capaces no de guardar rencores atávicos contra sociedades triunfantes, ni de
inventarse excusas para no actuar, sino entes creadores y competitivos, que
saluden a rabiar la competencia y el intercambio con individuos de otras latitudes,
que no le teman al reto del progreso del cual nos escudamos tras nuestras
mediocridades como del conde transilvano tras un crucifijo.

El razonamiento nos abre las puertas del fascinante mundo del intelecto humano.
¡Cuánto nos falta aún por aprender! Algunos temen el progreso, porque temen que
el hombre juegue a ser Dios. Son espíritus sumisos que no comprenden que ese
camino es irreversible, que el hombre liberado de prejuicios les lleva siglos de
ventaja en evolución. Recuérdalo bien, ésa es nuestra naturaleza, actuamos y
pensamos con el mismo derecho que tiene el agua a fluir por el cauce de un río,
porque ése es su destino natural. ¿Cuán evolucionado estás ahora que lees este
libro? ¿No serás una oveja más de la grey? Si compartes estas ideas, entonces
eres de la gente aprovechable. De lo contrario, es preferible que cierres el libro y
nunca más lo vuelvas a abrir.

El hombre, pues, como debe ser, razona. El efecto directo del razonamiento es el
progreso, si es que está encauzado por los justos linderos. Ahora bien, para que el
razonamiento de una persona influya en otros es necesario echar mano de algún
vehículo, algún puente a través del cual sea posible que un portentoso cerebro
alimente a otros, incluso a los que por falta de riego se han tornado eriazos. La
comunicación lingüística, para muchos la obra cumbre de la humanidad, es ese
medio por el que podemos dar a conocer el contenido de nuestros pensamientos.

Si llegamos a ser capaces de reflexionar sobre cualquier asunto de la realidad


física o psíquica, y transmitimos el contenido de esta reflexión a nuestros
semejantes, guiados por principios humanistas y alentando el bienestar general,
habremos cumplido con lo que nos corresponde hacer en la vida: pensar y
transformar el mundo para hacer de él un lugar más hermoso para vivir.

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