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Subsector: Biblioteca
Profesora: Lorenza Romero
Nivel: 3° - 4°
. Lee los siguientes textos y luego contesta las preguntas de comprensión lectora de acuerdo con
el contenido de los fragmentos y de la información extraída a partir de esos contenidos.
Ejercicio 1
LA GENERACIÓN INDIGNADA
Artículo de Opinión de Carles Feixa
(En El País Semanal, 20 de septiembre de 2011)
Y finalmente la SpanishRevolution del 15-M, cuando el ágora virtual de las redes sociales se convirtió en una
acampada real. Aunque algunos la vieron al principio como una especie de macrobotellón, la acampada
despertó la simpatía ciudadana: la generación Ni-Ni se convertía súbitamente en generación Sí-Sí-Sí, pues
además de estudiar y trabajar, a los jóvenes indignados les quedaba tiempo para comprometerse en un
movimiento que atrajo la atención mundial y se diseminó por otros lugares donde no sobran motivos para la
indignación, como Israel (donde la carestía de la vivienda afecta a jóvenes judíos y palestinos) y México, desde
donde escribo estas líneas, en cuyos zócalos se han convocado estos días concentraciones de indignados contra
narcos y políticos corruptos.
Como epílogos, la revuelta de los suburbios ingleses del reciente verano, protagonizada por una coalición de
jóvenes yob (boy, al revés), hijos de inmigrantes caribeños, africanos, asiáticos o de la clase obrera blanca,
dependientes a su pesar del Estado de bienestar, que pusieron en práctica lo que el filme Haz lo que
debas había previsto: la revuelta del gueto multicultural, con una secuencia parecida a la de Francia (chispa
policial, saqueo hiperconsumista y desprecio institucional), pero con algunas particularidades (como la
participación de jóvenes de la clase media alta). Y finalmente, la revuelta estudiantil en Chile, donde una nueva
generación de pingüinos (el nombre que reciben los estudiantes de secundaria por su uniforme) ponen en
jaque al Gobierno neoliberal por excelencia, heredero a su pesar de Pinochet.
Más allá de las raíces y derivas de movimientos tan dispares, subyace un intento de regenerar una cultura
democrática que, tras dos siglos de existencia, muestra cierta obsolescencia. La evolución de esta cultura
democrática se corresponde de algún modo con los tres modelos de juventud señalados. La democracia
Tarzán, en primer lugar, prioriza la educación del ciudadano y se corresponde con el parlamentarismo
surgido de la Ilustración y del movimiento obrero: la toma de decisiones se produce mediante la elección de
representantes; por lo general, se trata de una gerontocracia en la que los mayores dirigen a los menores.
La democracia Peter Pan, en segundo lugar, prioriza la gestión de lo público y se corresponde con la
emergencia del Estado de bienestar tras la II Guerra Mundial, un país de Nunca Jamás en donde se instala una
casta política autorreferencial; se trata de una mesocracia liderada por políticos profesionales que a veces
parecen eternos adolescentes. La democracia Replicante, en tercer lugar, propone una política no solo
delegativa sino participativa, que empieza a ser viable gracias al ciberespacio: la wikidemocracia o democracia
4.0; se trata de una neocracia en la que las nuevas generaciones, por primera vez, están mejor preparadas para
imaginar la dirección del cambio, aunque raramente se les ofrezca la oportunidad de participar en el mismo. A
juzgar por la forma como se ha llevando a cabo la reforma constitucional, no parece que nuestros principales
partidos hayan aprendido la lección.
No deja de ser significativo que el movimiento de los indignados se inspire en el libro publicado por un anciano
activista: Stéphane Hessel. En la antropología clásica, el cambio social suele leerse en términos de oposición
entre generaciones consecutivas (padres e hijos) y de alianza entre generaciones alternas (abuelos y nietos). En
este caso, los jóvenes (la generación replicante) se inspiran en ancianos como Hessel (la generación
resistente) -o en abuelos republicanos en el caso del 15-M- y replican a adultos de la generación del 68 (o
pos-68), quienes al frente de las instituciones políticas, económicas y sociales dominantes, acostumbran a
hacer oídos sordos ante tales réplicas. Pues si la primavera indignada pudo desembocar en un verano irritado,
el otoño caliente que se avecina no debería conducir a la hibernación de todo un movimiento que, más allá de
sus dilemas estratégicos y de sus errores tácticos, se ha convertido en uno de aquellos "objetos culturales" que
Lévi-Strauss consideraba "buenos para pensar".
A. Ascetismo
B. Austeridad
C. Placer
D. Acritud
E. Destemplanza
A. Fugaz
B. Eterno
C. Duradero
D. Perenne
E. Permanente
A. El actual ciclo de protestas juveniles, están protagonizadas por una generación educada en la ética hedonista
del consumo y de la Red.
B. El fantasma de la indignación posee múltiples caras, aunque la más visible tiene rostro juvenil.
C. En la antropología clásica, el cambio social suele leerse en términos de oposición entre generaciones
consecutivas (padres e hijos) y de alianza entre generaciones alternas (abuelos y nietos).
D. Más allá de las raíces y derivas de movimientos tan dispares, subyace un intento de regenerar una cultura
democrática que, tras dos siglos de existencia, muestra cierta obsolescencia.
E. La evolución de la cultura democrática se corresponde de algún modo con los tres modelos de juventud.
A. La democracia replicante.
B. El Estado de malestar.
C. La democracia nacida en Grecia y reinventada en Francia.
D. La ética puritana del ahorro.
E. La ética hedonista del ser humano.
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el contenido de los fragmentos y de la información extraída a partir de esos contenidos.
Ejercicio 1
ALGO VA MAL
Fragmento de ensayo de Tony Judt
Editorial Taurus Madrid 2010
La nueva generación siente una honda preocupación por el mundo que va a heredar. Pero esos temores van
acompañados de una sensación general de frustración: nosotros sabemos que algo está mal y hay muchas cosas
que no nos gustan. Pero ¿En qué podemos creer?; ¿Qué debemos hacer?.
Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante treinta años hemos hecho una
virtud de la búsqueda del beneficio material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido
de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos
preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo?, ¿es ecuánime?, ¿es justo?
¿es correcto?, ¿va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo?. Estos solían ser los interrogantes políticos,
incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos. El estilo materialista y
egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. Gran parte de lo que hoy nos parece
«natural» data de la década de 1980: la obsesión por la
creación de riqueza, el culto a la privatización y el sector
privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y,
sobre todo, la retórica que los acompaña: una
admiración acrítica por los mercados no regulados, el
desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento
infinito. No podemos seguir viviendo así. El pequeño
crac de 2008 fue un recordatorio de que el capitalismo
no regulado es el peor enemigo de sí mismo: más pronto
o más tarde está abocado a ser presa de sus propios
excesos y a volver a acudir al Estado para que lo rescate.
Pero si todo lo que hacemos es recoger los pedazos y
seguir como antes, nos aguardan crisis mayores durante
los años venideros. Sin embargo, parecemos incapaces
de imaginar alternativas. Esto también es algo nuevo. Hasta hace muy poco, la vida pública en las sociedades
liberales se desarrollaba a la sombra de un debate entre los defensores del «capitalismo» y sus críticos,
normalmente identificados con una u otra forma de «socialismo». En la década de 1970 este debate había
perdido buena parte de este significado por ambas partes, pero, en cualquier caso, la distinción «izquierda-
derecha» resultaba útil. Constituía un marco en el que situar los comentarios críticos sobre los asuntos
contemporáneos. En la izquierda, el marxismo fue atractivo para sucesivas generaciones de jóvenes, aunque
sólo fuera porque ofrecía una forma de distanciarse del statu quo. Prácticamente lo mismo se puede decir del
conservadurismo clásico: una fundada aversión al cambio precipitado constituyó el punto de encuentro para
los renuentes a abandonar los usos establecidos. Hoy, ni la izquierda ni la derecha tienen en qué apoyarse.
Llevo treinta años oyendo decir a los estudiantes: «Para ustedes fue fácil: su generación tenía ideales e ideas,
creía en algo, podía cambiar las cosas». Nosotros (los hijos de los ochenta, los noventa, del 2000) no tenemos
nada. En muchos sentidos mis alumnos están en lo cierto. Para nosotros fue fácil —lo mismo que fue fácil, al
menos en este sentido, para las generaciones anteriores a la nuestra—. La última vez que una cohorte de
jóvenes expresó una frustración comparable ante la vaciedad de sus vidas y la desalentadora falta de sentido de
su mundo fue en la década de 1920: no es casual que los historiadores hablen de la «generación perdida». Si los
jóvenes de hoy están desorientados no es por falta de objetivos. Una conversación con estudiantes o escolares
produce una asombrosa lista de ansiedades. De hecho, la nueva generación siente una honda preocupación por
el mundo que va a heredar. Pero esos temores van acompañados de una sensación general de frustración:
nosotros sabemos que algo está mal y hay muchas cosas que no nos gustan. Pero ¿en qué podemos creer? ¿Qué
debemos hacer?. Esta actitud es el irónico reverso de la de una era anterior. En la época del dogma radical, los
jóvenes estaban lejos de sentir incertidumbre. El tono característico de los años sesenta era el de una confianza
presuntuosa: nosotros sabíamos cómo arreglar el mundo. Es esta nota de arrogancia gratuita la que en parte
explica la posterior respuesta reaccionaria; si la izquierda quiere recuperarse, le vendrá bien algo de modestia.
En cualquier caso, hay que poder designar el problema que se quiere resolver.
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Profesora: Lorenza Romero
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Escribí este libro para los jóvenes a ambos lados del Atlántico. A los lectores estadounidenses quizá les
asombren las frecuentes referencias a la socialdemocracia. Aquí, en los Estados Unidos, estas referencias no
son habituales, cuando los periodistas y comentaristas defienden el gasto público en fines sociales, suelen
describirse —y ser descritos por sus críticos— como «liberales». Liberal es una etiqueta venerable y respetable,
y todos deberíamos estar orgullosos de ella. Pero, al igual que un abrigo bien diseñado, oculta más de lo que
deja ver. Un liberal es alguien que se opone a la intromisión en los asuntos ajenos: es tolerante con la
disconformidad y el comportamiento no convencional. Históricamente los liberales han sostenido que lo mejor
es mantener a los demás fuera de nuestras vidas, lo que deja a cada individuo el máximo espacio para vivir y
desarrollarse como prefiera. En su forma extrema, estas actitudes hoy están asociadas con los
autodenominados «libertarios», pero el término es en gran medida redundante.
La mayoría de los verdaderos libertarios prefieren dejar en paz a los demás. Por otra parte, los
socialdemócratas son una suerte de híbridos. Comparten con los liberales la defensa de la tolerancia religiosa y
cultural; pero en la política pública creen en la posibilidad y en las ventajas de la acción colectiva para el bien
común.
Como la mayoría de los liberales, los socialdemócratas propugnan la tributación progresiva a fin de financiar
los servicios públicos y otros bienes sociales que los individuos no pueden conseguir por sí solos. Sin embargo,
mientras que muchos liberales ven esa tributación o provisión pública como un mal necesario, una visión
socialdemócrata de la buena sociedad entraña desde el comienzo un papel mayor para el Estado y el sector
público.
Es comprensible que en Estados Unidos resulte difícil vender la socialdemocracia. Uno de mis objetivos es
sugerir que el gobierno puede desempeñar un papel mayor en nuestras vidas sin amenazar nuestras libertades
—y sostener que, como el Estado va a permanecer con nosotros durante un tiempo previsible, haríamos bien en
pensar qué tipo de Estado queremos—.
En cualquier caso, gran parte de lo mejor en la legislación y la política social estadounidenses del siglo XX —y
que ahora se nos pide que desmantelemos en nombre de la eficiencia y del «menos gobierno»— se corresponde
en la práctica con lo que los europeos han denominado «socialdemocracia». Nuestro problema no es qué hacer,
sino cómo hablar acerca de ello. El dilema europeo es un tanto diferente. Numerosos países europeos practican
desde hace mucho algo parecido a la socialdemocracia, pero han olvidado cómo defenderla. Hoy los
socialdemócratas están a la defensiva y tratan de excusarse. No se ha dado respuesta a los críticos que
sostienen que el modelo europeo es demasiado caro o ineficiente desde el punto de vista económico. Y, sin
embargo, el Estado del bienestar no ha perdido ni un ápice de popularidad entre sus beneficiarios: en ningún
país de Europa ha votado el electorado a favor de acabar con la salud pública y la educación gratuita o
subvencionada, o de reducir la provisión pública de transporte y otros servicios esenciales. Me propongo poner
en tela de juicio las ideas convencionales a ambos lados del Atlántico. Desde luego, este objetivo se ha
simplificado considerablemente. Durante los primeros años de este siglo, el «consenso de Washington» había
ganado la batalla. En todas partes había un economista o «experto» que exponía las virtudes de la
desregulación, el Estado mínimo y la baja tributación. Parecía que los individuos privados podían hacer mejor
todo lo que hacía el sector público. La doctrina de Washington era recibida en todas partes por un coro de
animadores ideológicos: desde los beneficiarios del «milagro irlandés» (el boom de la burbuja inmobiliaria del
«tigre celta») hasta los ultracapitalistas doctrinarios de la antigua Europa comunista. Incluso los «viejos
europeos» se vieron arrastrados por la marea. El proyecto de mercado de la Unión Europea —la llamada
«agenda de Lisboa»—, los entusiastas planes de privatización de los gobiernos francés y alemán: todos
atestiguaban lo que sus críticos franceses han denominado el nuevo «pensamiento único». Pero al menos en
parte ya se ha producido un despertar. Para evitar las bancarrotas nacionales y el derrumbamiento del sistema
bancario, los gobiernos y los bancos centrales han dado giros considerables a sus políticas, diseminando
generosamente dinero público en pro de la estabilidad económica y poniendo las compañías arruinadas bajo
control público sin pensarlo dos veces. Un asombroso número de economistas partidarios del libre mercado, de
los que se prosternaban a los pies de Milton Friedman y sus colegas de Chicago, hacen acto de contricción y
juran lealtad a la memoria de John Maynard Keynes. Todo esto es muy gratificante. Pero no se puede decir que
constituya una revolución intelectual. Por el contrario, como sugiere la respuesta de la administración Obama,
la vuelta a la economía keynesiana no es más que una retirada táctica. Prácticamente lo mismo se puede decir
del Nuevo Laborismo, tan leal como siempre al sector privado en general y a los mercados financieros
londinenses en particular. Desde luego, un efecto de la crisis ha sido amortiguar el ardor de los europeos
continentales por el «modelo angloestadounidense»; pero los principales beneficiarios han sido esos mismos
partidos de centroderecha que antes ponían tanto empeño en emular a Washington. En suma, la necesidad
práctica de Estados fuertes y gobiernos intervencionistas está fuera de discusión. Pero nadie está
«repensando» el Estado. Sigue habiendo una marcada renuencia a defender el sector público en nombre del
interés colectivo o por principio. Es asombroso que en una serie de elecciones que se ha celebrado en Europa
después de la crisis financiera, los partidos socialdemócratas hayan obtenido malos resultados; a pesar del
derrumbamiento del mercado, han sido a todas luces incapaces de estar a la altura de las circunstancias. Para
que se le vuelva a tomar en serio, la izquierda debe hallar su propia voz.
Hay mucho sobre lo que indignarse: las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades; las injusticias de
clase y casta; la explotación económica dentro y fuera de cada país; la corrupción, el dinero y los privilegios que
ocluyen las arterias de la democracia. Pero ya no basta con identificar las deficiencias del «sistema» y lavarse
las manos como Pilatos: indiferente a las consecuencias. La irresponsable pose retórica de las décadas pasadas
no ayudó en nada a la izquierda.
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Hemos entrado en una era de inseguridad: económica, física, política. El hecho de que apenas seamos
conscientes de ello no es un consuelo: en 1914 pocos predijeron el completo colapso de su mundo y las
catástrofes económicas y políticas que lo siguieron. La inseguridad engendra miedo. Y el miedo —miedo al
cambio, a la decadencia, a los extraños y a un mundo ajeno— está corroyendo la confianza y la
interdependencia en que se basan las sociedades civiles. Todo cambio es convulso. Hemos visto que el espectro
del terrorismo basta para crear conmoción en democracias estables. El cambio climático tendrá consecuencias
aún más dramáticas. Hombres y mujeres se verán obligados a depender de los recursos del Estado. Recurrirán
a sus líderes y representantes políticos para que les defiendan: de nuevo habrá quienes apremien a las
sociedades abiertas a que se cierren y sacrifiquen la libertad en aras de la «seguridad». La elección ya no será
entre el Estado y el mercado, sino entre dos tipos de Estado. Nos corresponde a nosotros volver a concebir el
papel del gobierno. Si no lo hacemos, otros lo harán. Presenté por primera vez los argumentos de las páginas
siguientes en un ensayo publicado en The New York Review of Books en diciembre de 2009.
Tras su aparición recibí muchos comentarios y sugerencias interesantes, entre ellos, una reflexiva crítica de una
joven colega. «Lo más asombroso —decía— de lo que escribe no es tanto el contenido como la forma: afirma
que le indigna nuestro conformismo político; defiende la necesidad de disentir de nuestra forma de pensar
guiada por la economía, la urgencia de una vuelta a la conversación pública imbuida de ética.
A. Conformidad
B. Avenencia
C. Convenio
D. Aversión
E. Coalición
A. Salida
B. Obstinación
C. Obstrucción
D. Escape
E. Perforación
I. Cuando el capitalismo entra en crisis debe recurrir al Estado para que lo rescate.
II. Hoy, la izquierda y la derecha tienen proponen sistemas político-económicos alternativos.
III. Las actuales generaciones sienten miedo del mundo que van a heredar.
A. Obtiene menos apoyo debido al derrumbamiento del mercado después de la crisis financiera.
B. Responde de manera efectiva frente a los intereses de la comunidad europea.
C. No es efectiva, pues sus impulsores no han repensado el rol que debe tener el Estado en la economía.
D. Ha gestionado positivamente el rol del Estado en la economía.
E. Rechaza la economía de mercado por considerarla causante de las crisis financieras.
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A. Siente preocupación por la condición humana actual materialista y egoísta, proponiendo la reconstrucción
del papel del Estado.
B. Siente una admiración por la economía de mercado por su autorregulación.
C. Tanto izquierda como derecha coexisten complementándose.
D. Es necesaria la reconstrucción de gobiernos fuertes e intervencionistas en el proceso económico.
E. Hoy en día la distinción entre izquierda y derecha resulta útil.
I. La socialdemocracia clásica atraviesa una profunda crisis que refiere a su propia identidad ideológico-
política.
II. La elección ya no será entre el Estado y el mercado, sino entre dos tipos de Estado.
III. Es necesario repensar “lo público” con un sentido ético.
A. Sólo I
B. Sólo II
C. Sólo I y II
D. Sólo II y III
E. I, II y III
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Ejercicio 1
EL CATACLISMO DE DAMOCLES
Conferencia de Gabriel García Marquez
Discurso pronunciado el 6 de agosto de 1986 en al aniversario de la bomba de Iroshima en la
Conferencia de Ixtapa, México.
Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda externa de todo el Tercer Mundo y su recuperación
económica durante diez años, costaría poco más de la sexta parte de los gastos militares del mundo en ese
mismo tiempo. Con todo, frente a este despilfarro económico descomunal, es todavía más inquietante y
doloroso el despilfarro humano: la industria de la guerra mantiene en cautiverio al más grande continente de
sabios jamás reunido para empresa alguna en la historia de la humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio neutral no
es allá sino aquí en esta mesa, y cuya liberación es indispensable para que nos ayuden a crear, en el ámbito de
la educación y la justicia, lo único que puede salvarnos de la barbarie: una cultura de paz.
A pesar de estas certidumbres dramáticas, la carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora,
mientras almorzamos, se construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana, cuando despertemos, habrá nueve más
en los guadarneses de muerte del hemisferio de los ricos. Con lo que costaría una sola alcanzaría —aunque sólo
fuera por un domingo de otoño— para perfumar de sándalo las cataratas de Niágara.
Una gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros planetas.
Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de los dioses en el último suburbio de la
gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del Sistema Solar donde se ha dado la
prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las
armas va en sentido contrario a la inteligencia.
Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa
inclusive a la claridad de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la tierra debieron transcurrir
trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones
de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los
seres humanos, a diferencia del bisabuelo pitecantropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de
morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en cambio, haber concebido el modo en que un
proceso multimilenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de
oprimir un botón.
Para tratar de impedir que eso ocurra estamos aquí, sumando nuestras voces a las innumerables que claman
por un mundo sin armas y una paz con justicia. Pero aun si ocurre —y más aún si ocurre— no será del todo
inútil que estemos aquí. Dentro de millones de millones de milenios después de la explosión, una salamandra
triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies, será quizás coronada como la mujer más
hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de
inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su
fiesta con nuestros mismos temores de hoy. Con toda modestia, pero también con toda la determinación del
espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria,
capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo,
para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí
existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el
amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos
quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que
ésta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la
borraron del Universo.
A. Acertado
B. Beneficiado
C. Nefasto
D. Propicio
E. Oportuno
A. Insignificante
B. Extremo
C. Grande
D. Cósmico
E. Menor
A. En la salud los Estados Unidos podrá realizar un programa preventivo que proteja a más de mil millones de
personas contra enfermedades mortales.
B. La FAO se podrá hacer cargo de la alimentación de la población pobre de África gracias a la industria
nuclear.
C. Visión anticipada de un desastre cósmico que sucedería por la explosión de sólo una parte del arsenal
nuclear que tienen las grandes potencias.
D. La Unión Soviética como potencia asiática ha conseguido superar los bajos índices de alfabetización
mundial.
E. La industria nuclear es tan colosal, que ha promovido acciones de superación de la pobreza, sobre todo en
África.
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A. Japón y EE.UU
B. La Unicef
C. Unión Soviética
D. Las potencias económicas mundiales
E. La Fao
7. En la expresión “cada ser humano está sentado en un barril con unas cuatro toneladas
de dinamita”, el autor pretende: