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Inflaciones eran las de antes

Ante la pregunta de inflación, el ex


ministro Lorenzino dijo: "Por favor,
sáquenme de acá".
Alejandro Borensztein

Como todo el mundo sabe y se ha dicho


infinidad de veces, este gobierno tiene el
mejor equipo en 50 años. No entiendo que
espera el Presidente para poner a los titulares.
No digo que los suplentes no sirvan, pero
cuando abren la boca son livianitos y cuando
van a trabar no ponen la piernita lo
suficientemente fuerte.

Deberían aprender del Tolo Gallego que esta


semana contó en el programa de Macaya y
Benedetto, que en el Mundial 78 cuando venía
un delantero contrario, entre él, Pasarella y
Tarantini se miraban y uno gritaba
“¡amortigualo!”. Eso era lo último que
escuchaba el tipo antes de perder el
conocimiento y ser retirado por los camilleros.

Hay muchos ejemplos futboleros para


entender como se defienden ciertas
situaciones, pero la única verdad es que llegó
el momento de que el gobierno se ponga
firme y explique las cosas como son: no
podemos seguir gastando la que no tenemos.

Y lo más importante de todo: si los argentinos


vamos a seguir gastando la que no tenemos,
por lo menos tengamos la viveza de no andar
gritándolo a los cuatro vientos porque si no
los de afuera se van a avivar y se van a volver
a llevar los dólares que trajeron, que es
exactamente lo que pasó en estos días.

Si bien el gobierno intenta tibiamente explicar


el problema, evidentemente lo hace con
escrúpulos.

Aprovechando que la Rosada explica poco y


nada, los peronistas se reagrupan y
empiezan a pedir a los gritos que se
mantengan los subsidios para ver si pueden
congraciarse con los votantes que perdieron.

Lo más grave no es que sean tan demagogos


sino que sean tan buchones. Los gritos
opositores también llegan a los oídos del
granjero de Ohio, a quien el banco de su
barrio lo convenció de invertir sus ahorros en
bonos argentinos porque rinden una bocha.

Pero cuando el tipo escucha a Graciela


Camaño pidiendo a los gritos que las tarifas
solo se actualicen por la inflación, o sea que
se mantengan los subsidios, o al kirchnerismo
pidiendo directamente que se congelen, deja
el tractor y piensa: “o sea que yo soy el
boludo que le está subsidiando la luz y el gas
al banana de Caballito que usa mis dólares
para irse a veranear a Florianópolis”.

Al toque, el granjero llama al banco, rescata


sus dólares y sale a comprar bonos uruguayos
que rinden menos pero son más seguros por
el simple hecho de que Uruguay no tiene el
nivel de déficit que tenemos nosotros. Entre
otras razones, porque los uruguayos se pagan
la luz ellos solitos, mi alma.

El gobierno disimula el bolonqui todo lo que


puede. Ante el periodismo, Dujovne dice que
mantiene la meta de inflación del 15% y te
mira fijo sin parpadear. Y no te miente. La
meta y el porcentaje se mantienen. Lo que
cambia es el plazo. Sigue siendo el 15%, pero
a julio. Así, al menos, esta vez se aseguran de
cumplirla. Después, con lo que vaya a pasar
de agosto a diciembre, vemos.

Ojo, seamos justos: en ese mismo cargo de


Ministro de Economía y ante la misma
pregunta sobre la inflación hecha por una
periodista extranjera, alguna vez el entonces
ministro Lorenzino dijo: “Por favor saquenmé
de acá”. No olvidar.

Volviendo al punto. ¿Es grave la inflación?


Sólo si sos pobre. En el fondo, al Estado le
sirve porque le va licuando los gastos que
tiene que pagar. A los ricos también, por la
misma razón. Y la clase media se la banca
porque después de 70 años ya aprendió a
surfearla.

¿Es mucho 25% al año? Nada, una pichincha.

Cuando la dictadura terminó en 1983, la


inflación era del 433%. Los militares le habían
dejado a Alfonsín una bomba y se escaparon
por la ventana. ¿Le suena amigo lector? El
déficit del Estado era insostenible y los
intereses de la deuda eran asfixiantes.
Durante el primer año de Alfonsín la inflación
se disparó aún más: 688% anual.

Don Raúl, que representa todo lo que está


bien, creyó ingenuamente que con la llegada
de un gobierno democrático y republicano, el
mundo nos iba a tratar de manera diferente
ayudándonos con la deuda y las inversiones.
¿Le suena amigo lector? Pero ni el mundo en
general, ni Ronald Reagan en particular,
funcionaban así.

El año con menos inflación fue 1986 con 87%


anual. En 1989 la cosa reventó y terminamos
con 3.079% de inflación anualizada.

Luego vino Menem con toda la polenta


peronista y en su primer año sólo tuvimos
2.314% de inflación. Un alivio para todos.

Cuando ya no sabían que inventar para frenar


la crisis, apareció Cavallo con una fórmula
mágica: la ley de convertibilidad. De aquí en
más y para siempre, un dólar iba a valer un
peso y chau. Por ley, terminábamos con la
inflación. Único en el mundo. Cavallo, un
genio incomprendido que ahora emputece al
país deambulando por los canales de
televisión para tratar de vender su libro.
Detalle: los Kirchner lo adoraban. Pero no
fueron los únicos. Para las elecciones de
1999 todos los candidatos se
comprometieron a mantener la
convertibilidad. No fuera cosa que la clase
media se enojara y no los votara.

Sin embargo, la deuda y el déficit no paraban


de crecer. Y cuando todo estaba por explotar,
hubo un clamor unánime para que el mismo
Cavallo fuera convocado por De la Rúa para
resolver el problema.

El hecho de que aún hoy nadie se haya hecho


cargo de aquel clamor no debería
sorprendernos. Todavía la sociedad argentina
no se hizo cargo de la dictadura. Fueron
marcianos que nos invadieron.

Después vinieron el 2001, Duhalde, Remes


Lenicov y finalmente Lavagna. La
megadevaluación y el aumento del precio de
los comodities nos sacaron del pozo.

Luego llegó el kirchnerismo e inventó una


fórmula genial: no hay inflación porque
Moreno, su pistola y sus matones así lo
dicen. Punto. Como mucho, un 7 u 8% anual.
Un éxito. El hecho de que la nafta haya
arrancado en 2003 costando 0,90 centavos y
terminado en 2015 costando casi 15 pesos es
simplemente porque en la Argentina los
surtidores andan como el orto.

Lo mismo pasó con la yerba La Tranquera en


COTO (de $0,99 a $22,25 o sea 2.147% de
aumento), la Coca Cola en DISCO ($2,49 a
$29,95 o sea 1.103% de aumento) o el filet de
merluza en JUMBO ($5,75 a $75,99 o sea
1.222% de inflación). Todos errores de la
cajeras que tocan cualquier tecla y se pasaron
la década ganada llamando a la supervisora
para que venga con la llavecita.

La mejor prueba de que durante el


kirchnerismo no hubo inflación es que nunca
aumentaron ni el agua ni el gas ni la luz ni el
transporte ni nada que el Estado pudiera
subsidiarle a la clase media y a los ricos.

Ahora la pregunta del millón no es si este


gobierno sabe como salir del problema o no.
Ponéle que no.

En realidad, la verdadera y única pregunta es:


¿estamos los argentinos dispuestos a
hacer lo que hay que hacer para realmente
cambiar o preferimos seguir así y que no
nos rompan las pelotas? To be or not to be.
Esa es la cuestión.

No es tan difícil. El mundo pudo. Pero sin


docencia nunca se va a entender y sin
acuerdos políticos nunca se va a resolver,
incluyendo sindicalistas y, ni hablar,
empresarios.

Al fin y al cabo, ¿por qué cuando sube el dólar


sube la lata de tomate? Muy fácil. El tomate es
el componente nacional del producto por lo
tanto tiene un costo en pesos. Pero hay dos
componentes que tienen costo en dólares: el
aluminio que se usa en la aleación de la lata
de tomate y el amortiguador del BMW del
dueño de la fábrica de latas de tomate.

¿Por qué las cosas han sido así? Por que esto
es Argentina, amigo lector. Hoy tenemos una
nueva oportunidad para enfrentar la realidad y
terminar con esta joda.

Alguien tiene que salir a explicar que nadie


tiene derecho a pedir más nada. Salvo el
30% de pobres. No es que ellos sean la
prioridad. Son la única prioridad.

A los demás sólo les cabe poner. Empresarios,


sindicalistas, industriales, legisladores,
gobernadores, jueces, ministros,
constructores, agroganaderos, empleados,
profesionales, monotributistas, exportadores,
importadores, banqueros, periodistas,
artesanos, textiles, y funcionarios de todo
tipo. Nadie más pide más nada. Todos
ponen, en la medida de cada uno. Salvo el
30% al que hay que ir a rescatar.

Ya lo dijo JFKennedy antes de convertirse en


aeropuerto: “No pregunten más que puede
hacer EEUU por ustedes, pregúntense que
pueden hacer ustedes por EE.UU”. Donde
dice EE.UU. tachar y poner Argentina. No hay
otra. Ahora o nunca.

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