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El bordado de Dios

Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de


ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba
bordando. Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá desde abajo,
por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos. Ella me sonreía,
miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y
cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo
desde arriba”. Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores
oscuros y porqué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Mas
tarde escuchaba la voz de mamá diciéndome: “Hijo, ven y siéntate en mi
regazo.” Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la
hermosa flor o el bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo
solo veía hilos enredados. Entonces mi mamá me decía: “Hijo mío, desde abajo
se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan
arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, que bello.

Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho: “Padre, ¿qué
estás haciendo?”. Él responde: “Estoy bordando tu vida.” Entonces yo le replico:
“Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿porqué
no son más brillantes?” El Padre parecía decirme: “Mi niño, ocúpate de tu trabajo
confiando en Mi y un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás
el plan desde mi posición. Entonces entenderás…”

El sembrador de dátiles

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se


encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas
palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a
abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía
cavar en la arena.

-Que tal anciano? La paz sea contigo.


– Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aqui, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-Qué siembras aqui, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el
palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien
escucha la mayor estupidez.

-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea
y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
– No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso,
¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y
recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar
frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los
ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a
cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco
soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan
comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en
honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una
bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto,
Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tu me
pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía
cierto y sin embargo, mira, todavia no termino de sembrar y ya
coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

Los tres árboles

Había una vez tres árboles en una colina de un bosque. Hablaban acerca de sus sueños y esperanzas.

El primero dijo:- “Algún día seré un cofre de tesoros. Estaré lleno de oro, plata y piedras preciosas. Estaré
decorado con labrados artísticos y tallados finos; todos verán mi belleza”.

El segundo árbol dijo: – “Algún día seré una poderosa embarcación. Llevaré a los más grandes reyes y
reinas a través de los océanos, e iré a todos los rincones del mundo. Todos se sentirán seguros por mí
fortaleza, destreza sobre las aguas y mi poderoso casco”.

Finalmente el tercer árbol dijo: “Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles en el
bosque. La gente me verá en la cima de la colina, mirará mis poderosas ramas y pensarán en el Dios de
los cielos, y en cuán cerca estoy de alcanzarlo. Seré el más grande árbol de todos los tiempos y la gente
siempre me recordará.”

Después de unos años de que los árboles oraran para que sus sueños se convirtieran en realidad, un grupo
de leñadores vino donde ellos estaban.

Cuando uno vio al primer árbol dijo: – “Este parece un árbol fuerte, creo que podré vender su madera a un
carpintero”, y comenzó a cortarlo. El árbol estaba muy feliz debido a que sabía que el carpintero podría
convertirlo en un cofre para tesoros. El otro leñador dijo mientras observaba al segundo árbol: – “Parece un
árbol fuerte, creo que lo podré vender al carpintero del puerto”. El segundo árbol se puso muy feliz porque
sabía que estaba en camino a convertirse en una poderosa embarcación. El último leñador se acercó al
tercer árbol; éste estaba muy asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería realidad.
El leñador dijo entonces: – “No necesito que el árbol que corte tenga alguna característica especial, así que
tomaré este”. Y cortó al tercer árbol.

Cuando el primer árbol llegó donde el carpintero, fue convertido en un cajón de comida para animales, y
fue puesto en un pesebre y llenado con paja. Se sintió muy mal pues eso no era por lo que tanto había
orado. El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña balsa de pesca, ni siquiera lo
suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en un lago. Y vio como sus sueños de ser una
gran embarcación cargando reyes había llegado a su final. El tercer árbol fue cortado en largas y pesadas
tablas y dejado en la oscuridad de una bodega.

Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños y esperanzas por las que tanto habían orado. Entonces
un día un hombre y una mujer llegaron al pesebre. Ella dio a luz un niño, y lo colocó en la paja que había
dentro del cajón en que fue transformado el primer árbol. El hombre deseaba haber podido tener una cuna
para su bebe, pero esta cumplía su labor y protegió al bebé. El árbol sintió la importancia de este
acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la historia.

Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían convertido al segundo árbol.
Uno de ellos estaba cansado y se durmió en la barca. Mientras ellos estaban en el agua una gran tormenta
se desató y el árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte para salvar a los hombres. Los hombres
despertaron al que dormía, este se levantó y dijo: – “¡Calma! ¡Quédate quieto!”, y la tormenta y las olas se
detuvieron. En ese momento El segundo árbol se dio cuenta de que llevaba al Rey de reyes y Señor de
señores navegando sobre él.

Finalmente, un tiempo después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en tablas. Fue llevado un
viernes por las calles al mismo tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba.
Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue clavado al árbol y levantado para morir crucificado
allí. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta de que él fue lo suficientemente fuerte para
permanecer erguido en la cima de la colina, y estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido
crucificado en él.

Cuando parece que las cosas no van de acuerdo a tus planes, debes saber que siempre Dios tiene un plan
para ti. Si pones tu confianza en él, te dará grandes regalos a su tiempo. Recuerda que cada árbol obtuvo
lo que pidió, sólo que no en la forma en que pensaban. No siempre sabemos lo que Dios planea para
nosotros, sólo sabemos que sus caminos no son nuestros caminos pero… siempre son los mejores.

El saco de plumas

Cuentan que una vez hubo un hombre, que roído por la envidia ante los éxitos de su amigo, le calumnió
grandemente. Tiempo después se arrepintió de la ruina que había ocasionado a su amigo con sus
calumnias, y fue a confesarse. Ya una vez en el confesionario y después de haber confesado su pecado, -
pecado grave contra el séptimo Mandamiento, como le dijo el confesor, pues Usted le ha robado a su amigo,
el valor más grande que una persona tiene ante la Sociedad, como son su dignidad, su reputación, su
derecho a la buena fama, y contra el octavo Mandamiento, pues lo que Usted dijo de él son solo calumnias-
, le preguntó al sacerdote: “¿Como puedo reparar todo el mal que he hecho a mi amigo?. ¿Que puedo
hacer?”. A lo que el sacerdote le respondió: “Tome un saco llena de plumas y suéltelas por donde quiera
que vaya. Y una vez que lo haya hecho, vuelva que Dios le acompañe.

El hombre, muy contento ante aquel mandato tan fácil, salió rápido fuera de la Ciudad en busca de una
granja, y una vez que hubo conseguido el saco lleno de plumas, regresó a ella, y sin esperar ni un minuto
más, empezó a pasearse por las calles lanzando al aire, en todas direcciones las plumas que llevaba en el
saco. Y una vez que lo hubo vaciado del todo, volvió a la Iglesia en busca del sacerdote con el que se había
confesado y lleno de satisfacción le dijo: “Padre: ya he hecho lo que me mandó esta mañana”. Pero cual no
fue su sorpresa, cuando el sacerdote le dijo: “No hijo, esa es la parte más fácil. Ahora debe volver a las
mismas calles en las que las soltó, e ir recogiéndolas una por una, hasta que vuelva a tener el saco lleno,
y luego vuelva a verme”. Y que Dios le acompañe.
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba. Y por más empeño que puso no pudo
juntar casi ninguna. Al volver a la Iglesia al día siguiente, se lo explicó al sacerdote con una profunda pena
y un verdadero arrepentimiento, pero éste le dijo: “Así como no pudo juntar las plumas que Usted soltó
porque se las llevó el viento, así mismo la calumnia que Usted lanzo contra su amigo, voló de boca en boca
y su amigo jamás podrá recuperar del todo la fama, la reputación que Usted le quitó″.

Lo único que Usted puede hacer es pedirle perdón a su amigo, y hablar de nuevo con todas aquellas
personas ante las que lo calumnió, diciéndoles las verdad, para reparar así en la medida de lo posible el
daño que le ha causado a su amigo y para tratar de restituirle en la medida que pueda su fama , su
reputación”.

La tienda del cielo

Hace mucho tiempo, caminaba por el sendero de la vida y encontré un letrero que decía: “La Tienda del
Cielo”. Me acerqué y la puerta se abrió lentamente. Cuando me di cuenta; yo, ya estaba dentro. Vi muchos
ángeles parados en todas partes. Uno de ellos me entregó una canasta, y me dijo: Ten… compra con
cuidado, todo lo que un cristiano necesita de la tienda.

Primero compré Paciencia, el Amor estaba en la misma fila. Más abajo había Comprensión que se necesita
por donde yo vaya. Compré dos cajas de Sabiduría y dos bolsas de Fe. Me encantó el paquete del Perdón.
Me detuve a comprar Fuerza y Coraje para ayudarme en esta carrera que es la vida. Ya tenía casi lista la
canasta cuando recordé que necesitaba Gracia y que no podía olvidar la Salvación, que la ofrecían gratis.
Entonces tomé bastante para salvarme y salvarte a ti.

Caminé hacia el cajero para pagar la cuenta; pues creí que tenía todo lo que el cristiano necesita. Pero
cuando iba a llegar a la caja, vi la Oración y la puse en mi canasta repleta porque sabía que cuando saliera,
la iba a usar… La Paz y la Felicidad estaban en los estantes pequeños, al lado de la caja y aproveché, para
tomarlas.

La Alegría colgaba del techo y, arranqué una para mí. Al fin llegué al cajero y le pregunté:
¿Cuánto le debo? El sonrió y me contestó: Lleva tu canasta a donde vayas.
¿Si, pero cuánto le debo?, – le repliqué. Él otra vez me sonrió y me dijo: No te preocupes JESUS pagó tu
deuda hace mucho tiempo.
JESUS dice:
“he aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y
él conmigo”. Apocalipsis 3:2

“TODO LO QUE PIDAS EN ORACIÓN CON FÉ LO RECIBIRÁS”. MT. 21:22

El plato de madera

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista
se nublaba y sus pasos flaqueaban.

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano
hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar
el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. Hijo y su esposa se cansaron de la situación. “Tenemos que
hacer algo con el abuelo”, dijo el hijo. “Ya he tenido suficiente”. “Derrama la leche hace ruido al comer y tira
la comida al suelo”.
Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo
comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos
platos su comida se la servían en un plato de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el
abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas
palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la
comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo
estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le pregunto dulcemente: “¿Que estás haciendo?” Con
la misma dulzura el niño le contestó: “Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando
yo crezca, ustedes coman en ellos.” Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a
sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna
palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomo gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el
resto de sus días ocupo un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían
molestarse mas, cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

El cofre de vidrios rotos

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como
sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no
podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado
demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían
casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una
vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.
— No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego
fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el
vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la
mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.

— ¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa.


— Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo.

— Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y
así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó
y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así
siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna
los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó
la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron
lleno de vidrios rotos.

— ¿Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos!
— Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por
el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.
— Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al
engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los
vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había
dejado en el fondo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.

La otra mujer

Después de 21 años de matrimonio, descubrí una nueva manera de mantener viva la chispa del amor.
Desde hace poco había comenzado a salir con otra mujer, en realidad había sido idea de mi esposa.

-Tú sabes que las amas- me dijo un día, tomándome por sorpresa-. La vida es demasiado corta debes
dedicarle tiempo.

- Pero yo te amo a ti- protesté. Lo sé. Pero también la amas a ella.

La otra mujer, a quien mi esposa quería que yo visitara, era mi madre, quien era viuda desde hacía 19 años,
pero las exigencias de mi trabajo y mis 3 hijos hacían que solo la visitara ocasionalmente. Esa noche la
llamé para invitarla a cenar y al cine.

-¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? me preguntó. Mi madre es el tipo de mujer para quien una llamada tarde en
la noche, o una invitación sorpresiva es indicio de malas noticias.
– Creí que sería agradable pasar algún tiempo contigo –les respondí- Los dos solos. Reflexionó sobre ello
un momento. – Me agradaría muchísimo.-dijo.

Ese viernes mientras conducía para recogerla después del trabajo, me encontraba algo nervioso, era el
nerviosismo que antecede a una cita… y ¡por Dios, cuando llegué a su casa, advertí que ella también estaba
muy emocionada con nuestra cita. Me esperaba en la puerta con su abrigo puesto, se había rizado el cabello
y usaba el vestido con que celebró su último aniversario de boda Su rostro sonreía e irradiaba luz como un
ángel.

- Les dije a mis amigas que iba a salir con mi hijo, y se mostraron muy impresionadas -me comentó mientras
subía a mi auto-. No pueden esperar a mañana para escuchar acerca de nuestra velada.

Fuimos a un restaurante no muy elegante pero sí acogedor, mi madre se aferró a mi brazo como si fuera
“La primera dama”. Cuando nos sentamos, tuve que leerle el menú. Sus ojos solo veían grandes figuras.
Cuando iba por la mitad de las entradas, levanté la vista; mamá estaba sentada al otro lado de la mesa, y
me miraba. Una sonrisa nostálgica se le delineaba en los labios. – Era yo quien leía el menú cuando eras
pequeño – me dijo. – Entonces es hora de que te relajes y me permitas devolver el favor. Respondí.

Durante la cena tuvimos una agradable conversación; nada extraordinario, sólo ponernos al día con la vida
del otro. Hablamos tanto que nos perdimos el cine.- Saldré contigo otra vez, pero sólo si me dejas invitar –
dijo mi madre cuando la llevé a casa. Asentí.

-¿Cómo estuvo tu cita? – quiso saber mi esposa cuando llegué aquella noche.
– Muy agradable…mucho más de lo que imaginé.. -Contesté.

Días más tarde mi madre murió de un infarto masivo, todo fue tan rápido, no pude hacer nada.

Al poco tiempo recibí un sobre con copia de un cheque del restaurante donde habíamos cenado mi madre
y yo, y una nota que decía: ” La cena la pagué por anticipado, estaba casi segura, de que no podría estar
allí, pero igual pagué 2 platos uno para ti y el otro para tu esposa, jamás podrás entender lo que aquella
noche significó para mí. Te amo”.

En ese momento comprendí la importancia de decir a tiempo: “TE AMO” y de darles a nuestros seres
queridos el espacio que se merecen; nada en la vida será más importante que Dios y tu familia. Dadles
tiempo, porque ellos no pueden esperar.

¿Tú qué harías?

El 14 de Octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea aérea British Airways tuvo lugar el siguiente
suceso.

A una dama la sentaron en el avión al lado de un hombre de raza negra. La mujer pidió a la azafata que la
cambiara de sitio, porque no podía sentarse al lado de una persona tan desagradable. La azafata argumentó
que el vuelo estaba muy lleno, pero que iría a revisar a primera clase a ver por si acaso podría encontrar
algún lugar libre. Todos los demás pasajeros observaron la escena con disgusto, no solo por el hecho en
sí, sino por la posibilidad de que hubiera un sitio para la mujer en primera clase. La señora se sentía feliz y
hasta triunfadora porque la iban a quitar de ese sitio y ya no estaría cerca de aquella persona.

Minutos más tarde regresó la azafata y le informó a la señora: “Discúlpeme señora, efectivamente todo el
vuelo está lleno…. pero afortunadamente encontré un lugar vacío en primera clase. Sin embargo, para
poder hacer este tipo de cambios le tuve que pedir autorización al capitán. Él me indicó que no se podía
obligar a nadie a viajar al lado de una persona tan desagradable.”

La señora con cara de triunfo, intentó salir de su asiento, pero la azafata en ese momento de voltea y le
dice al hombre de raza negra: “¿Señor, sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?”.
Todos los pasajeros del avión se pararon y ovacionaron la acción de la azafata. Ese año, la azafata y el
capitán fueron premiados y gracias a esa actitud, la empresa British Airways se dio cuenta que no le había
dado demasiada importancia a la capacitación de su personal en el área de atención al cliente, la empresa
hizo cambios de inmediato; desde ese momento en todas las oficinas de British Airways se lee el siguiente
mensaje: “Las personas pueden olvidar lo que les dijiste, las personas pueden olvidar lo que les hiciste,
pero nunca olvidarán como los hiciste sentir.”

Depende de la forma
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un Sabio para
que interpretase su sueño.

-¡Qué desgracia Mi Señor!, exclamó el Sabio. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de
Vuestra Majestad.
-¡Qué insolencia!, gritó el Sultán enfurecido.
¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado.

Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

-¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros
parientes.

Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.
Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

-¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No
entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
-Recuerda bien amigo mío, respondió el segundo Sabio, que todo depende de la forma en el decir uno de
los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.

De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad
debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada
es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas.

La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede
herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada
con agrado.

Comé la fruta

El maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre
entendían el sentido de la misma…

- Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su
significado…
– Pido perdón por eso. – se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te convide con un
rico durazno.
– Gracias maestro. – respondió halagado el discípulo.
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
– Si. Muchas gracias – dijo el alumno.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más
cómodo?…
– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte… Permíteme también que te lo mastique
antes de dártelo…
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:


– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.

El Traje Nuevo del Emperador

Antiguamente vivía un rey que se preocupaba mucho por si vestuario, un día dos charlatanes le dijeron que
podían fabricar la tela mas suave y delicada que existía, añadiéndole a la tela la capacidad de ser invisible
a los estúpidos o incapaces de ejercer su cargo. Por supuesto que tal prenda no existía, ellos pretendían
quedarse con los materiales y el dinero que solicitaban para su confección.

El emperador que se sentía inseguro de su capacidad mandó a dos hombres de confianza para que la
valoraran primeramente, inmediatamente ambos comenzaron a alabar a la misma porque no querían
demostrar la supuesta incapacidad para ejercer su cargo, así toda la ciudad estaba ansiosa por ver la
prenda para demostrar cuales eran los verdaderos estúpidos.

El emperador se vistió con la inventada prenda con ayuda de los estafadores y salio a mostrarla a los
pobladores de la ciudad, no admitiendo que no la veía pues tenia miedo admitir que era un estúpido y un
inepto.

Todas las personas, a pesar de no ver nada, alabaron el traje, para demostrar su capacidad e inteligencia,
hasta que un niño gritó !El emperador va desnudo!, las personas empezaron a murmurar lo que decía el
niño, el emperador escucho y se dio cuenta que era verdad, avergonzado terminó el desfile.

Martín, el zapatero

Cuenta la historia que Martín era un hombre ya entrado en años, que se ganaba la vida como zapatero.
Vivía solo, en una pequeña casa. Su mujer había muerto muy joven y el hijito que ambos habían tenido,
también enfermó y falleció. Por todo esto, Martín estaba muy enojado con Dios, o lo que es peor, Dios le
era indiferente.

Cierto día, llegó a casa de Martín un sacerdote, que le encargó, como trabajo, hacer una funda de cuero
para su Biblia. Le dejó el libro, a fin de que tomara las medidas exactas y así la funda quedara perfecta.
Esa noche, después de cenar, Martín sintió curiosidad por hojear la Biblia: la abrió al azar, y comenzó a
leer: “Venid, benditos de mi Padre…” (Mt 25,31-46). Notó que poco a poco desaparecía su enojo contra
Dios. Recordó a su mujer, a su hijito… Largo rato estuvo leyendo. Cansado al fin de la lectura y del trabajo
del día, se quedó dormido sobre la mesa. Tan dormido, que hasta soñó… ¡Y qué sueño!

Oyó la voz de Dios que le decía: “Martín, mañana iré a visitarte”.

Al día siguiente Martín se despertó sobresaltado, nervioso, pero contento. Dios vendría a visitarlo a su casa.
Desayunó y se puso a limpiar y ordenar todo.

Mientras estaba en plena tarea, golpeó a su puerta un anciano, exhausto de tanto caminar. Martín le hizo
pasar, le ofreció un mullido sillón para descansar y le sirvió una taza de té muy caliente. Cuando el anciano
hubo descansado, agradeció el favor y se fue.

Martín siguió con los preparativos para recibir a su visitante.

Poco rato después, golpearon nuevamente a la puerta. ¡Es el Señor!, pensó Martín; pero al abrir la puerta
sólo vio a una mujer, con un bebé en brazos, que venía a pedirle: “Señor, estoy sola con mi niño, y no
tenemos qué comer desde hace días. Podría usted ayudarme con algo?” Martín la hizo pasar, le dio de
comer, y calentó leche para el bebé. Cuando los dos se hubieron saciado, la mujer se levantó, besó
agradecida las manos de Martín, y se marchó.

Martín estaba cada vez más impaciente. Su invitado no acababa de llegar. Miró por la ventana de su casa,
y vio a un niño de la calle, con su ropa toda rota y sucia. Martín abrió un cajón en el que guardaba la ropita
que había sido de su pequeño, tomó las prendas más bonitas, salió y se las dio al niño de la calle, que las
aceptó con una sonrisa de felicidad. Martín entró nuevamente en su casa y siguió preparándolo todo.

Así pasó todo el día. Al llegar la noche, cansado y decepcionado, se sentó y se durmió. Y nuevamente
soñó…

Vio a Jesús, y se le quejó: “¡Señor, he pasado todo el día esperándote! Limpié, ordené, preparé todo… y
¡Me fallaste!”

Entonces volvió a escuchar la voz del Señor que le decía:

— ¡¿Cómo que te fallé?! ¿No fui a tu casa? Y no una, sino ¡tres veces! Martín, ¿no me reconoces?

— ¿Quién eres? —musitó el zapatero.

— Soy yo —dijo la voz. Y del oscuro rincón surgió la figura del anciano exhausto del camino; sonrió y, como
una nube, se desvaneció.

— Soy yo —volvió a decir la voz. Y de las sombras salió la mujer con el bebé en brazos. Sonrió la madre,
rió el niño; y poco a poco también se esfumaron.

— Soy yo —dijo la voz, por tercera vez. El niño harapiento emergió de las sombras, sonrió y se diluyó
igualmente en la penumbra.

La voz siguió hablándole:

— ¿No recuerdas: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber; fui peregrino y me
hospedaste?”. Siempre que lo hiciste con uno de mis hermanos más pequeños, lo hiciste conmigo.

Entonces Martín se despertó, alegre y feliz como nunca.

Parabolas:

El buen samaritano (Lucas 10:30 – 37)

Respondiendo Jesús dijo: –Cierto hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones,
quienes le despojaron de su ropa, le hirieron y se fueron, dejándole medio muerto. Por casualidad,
descendía cierto sacerdote por aquel camino; y al verle, pasó de largo. De igual manera, un levita también
llegó al lugar; y al ir y verle, pasó de largo. Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó cerca de él; y al
verle, fue movido a misericordia. Acercándose a él, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino. Y
poniéndole sobre su propia cabalgadura, le llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos
denarios y los dio al mesonero diciéndole: “Cuídamelo, y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando
vuelva.” ¿Cuál de estos tres te parece haber sido el prójimo de aquel que cayó en manos de ladrones? El
dijo: –El que hizo misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: –Vé y haz tú lo mismo.

Parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24 – 30)

“El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras
dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y
produjo fruto, entonces apareció también la cizaña. Se acercaron los siervos al dueño del campo y le
preguntaron: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?’ Y él les
dijo: ‘Un hombre enemigo ha hecho esto.’ Los siervos le dijeron: ‘Entonces, ¿quieres que vayamos y la
recojamos?’ Pero él dijo: ‘No; no sea que al recoger la cizaña arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer a
ambos hasta la siega. Cuando llegue el tiempo de la siega, yo diré a los segadores: Recoged primero la
cizaña y atadla en manojos para quemarla. Pero reunid el trigo en mi granero.’”

¿Qué clase de tierra eres tú?

Un sembrador salio a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayo en el camino, y llegaron las aves
y se la comieron. Otra parte cayo entre las piedras, donde no había mucha tierra; esa semilla broto pronto,
por que la tierra no era muy honda; pero el sol, al salir, la quemo, y como no tenia raíz, se seco. Otra parte
de la semilla cayo entre espinos , y los espinos crecieron y la ahogaron. Pero otra parte cayo en buena
tierra, y dio buena cosecha; algunas espinas dieron cien granos por semilla, otras sesenta granos, y otras
treinta. Los que tienen oídos, oigan. Jesús enseño a menudo empleando parábolas. Que es una parábola,
es un relato, ejemplos o comparaciones sencillas, tomadas de la vida diaria, empleadas para impartir una
enseñanza y que revela la verdad sobre el reino de Dios. Jesús usa esta parábola para ilustrar como será
recibido el evangelio en el mundo. Cuando tu escuches la palabra de Dios, cual será tu reacción?. Que
clase de tierra eres tu?.

El prudente y el insensato (Mateo 7:24 – 27)

Cualquiera, pues, que oye estas mis palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó
su casa sobre la roca. Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella
casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Y todo el que oye estas mis palabras y no las hace,
será comparado al hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos,
y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó; y fue grande su ruina.

La parábola de los talentos

“Es también como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes.
A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó. El
que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros
cinco. Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno fue, cavó
en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo, regresó el amo de dichos servidores
e hizo cuentas con ellos. Llegado el que había recibido los cinco talentos, presentó otros cinco diciendo:
Señor, cinco talentos me entregaste, he aquí otros cinco que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien,
siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho; entra en el gozo de tu señor.
Llegado también el que había recibido los dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste, he aquí
otros dos que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo
poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor. Llegado por fin el que había recibido un talento,
dijo: Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;
por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo. Le respondió su amo, diciendo:
Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo de donde no he esparcido;
por eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera recibido lo mío junto
con los intereses. Por lo tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez.

Porque a todo el que tenga se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. En
cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes”

La parábola del hijo pródigo


“Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que
me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo,
se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo
una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de
aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las
algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi
padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré:
padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno
de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre. Cuando aun estaba lejos,
lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo
tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano
y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque
este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a
celebrarlo.

El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno
de los criados, le preguntó qué pasaba. Este le dijo: Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero
cebado por haberle recobrado sano. Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerlo. El
replicó a su padre: Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me
has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido este hijo tuyo que devoró
tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado. Pero él respondió: Hijo, tú siempre
estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”

La parábola del sembrador

“Escuchad, pues, la parábola del sembrador. Todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el
maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre
terreno rocoso es el que oye la palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que
es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae.
Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción
de las riquezas sofocan la palabra y queda estéril. Por el contrario, lo sembrado en buena tierra es el que
oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta”

La parábola de la oveja perdida

“Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban
diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola: ¿Quién de
vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la
que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a
casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se
me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría por un pecador que hace
penitencia que por noventa y nueve justos que no la necesitan”

La parábola del tesoro escondido

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo
oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo”

La parábola de la red barredera


“El Reino de los Cielos es semejante a una red que, echada en el mar, recoge todo clase de cosas. Y
cuando está llena la arrastran a la orilla, y sentándose echan lo bueno en cestos, mientras lo malo lo tiran
fuera. Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los
arrojarán al horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes”

La parábola de los dos hijos

“¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: Hijo, ve hoy a trabajar en
la viña. Pero él le contestó: No quiero. Sin embargo se arrepintió después y fue. Dirigiéndose entonces al
segundo, le dijo lo mismo. Este le respondió: Voy, señor; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del
padre? El primero, dijeron ellos. Jesús prosiguió: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os
van a preceder en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia y no le creísteis;
en cambio, los publicanos y las meretrices le creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto os movisteis
después a penitencia para poder creerle”

La parábola del fariseo y el publicano

Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, quedándose de
pie, oraba para sus adentros: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones,
injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que
poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que éste bajó
justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla
será ensalzado”

Parábola del grano de mostaza

“El Reino de los Cielos es semejante al grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo;
es ciertamente la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas,
y llega a ser como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas”

Parábola de la levadura

“El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que toma una mujer y mezcla con tres medidas de harina,
hasta que todo fermenta”

Parábola de la dracma perdida

“¿Qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca
cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas diciéndoles:
Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió. Así, os digo, hay alegría entre los
ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”

Parábola de los obreros de la hora undécima

“El Reino de los Cielos es semejante a un amo que salió al amanecer a contratar obreros para su viña.
Después de haber convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió también hacia
la hora de tercia y vio a otros que estaban en la plaza parados, y les dijo: Id también vosotros a mi viña y
os daré lo que sea justo. Ellos marcharon. De nuevo salió hacia la hora de sexta y de nona e hizo lo mismo.
Hacia la hora undécima volvió a salir y todavía encontró a otros parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis
aquí todo el día ociosos? Le contestaron: Porque nadie nos ha contratado. Les dijo: Id también vosotros a
mi viña. A la caída de la tarde dijo el amo de la viña a su administrador: Llama a los obreros y dale el jornal,
empezando por los últimos hasta llegar a los primeros. Vinieron los de la hora undécima y percibieron un
denario cada uno. Al venir los primeros pensaban que cobrarían más, pero también ellos recibieron un
denario cada uno. Cuando lo tomaron murmuraban contra el amo, diciendo: A estos últimos que han
trabajado sólo una hora los has equiparado a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor. El
respondió a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conveniste conmigo en un
denario? Toma la tuyo y vete; quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No puedo hacer yo con lo mío lo
que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán primeros y los
primeros últimos”

Parábola de los invitados a las bodas

“El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo, y envió a sus criados a
llamar a los invitados a las bodas; pero éstos no querían acudir. Nuevamente envió a otros criados
ordenándoles: Decid a los invitados: mirad que tengo preparado ya mi banquete, se ha hecho la matanza
de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas. Pero ellos sin hacer caso, se
marcharon uno a sus campos, otro a sus negocios; los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron
y dieron muerte. El rey se encolerizó y, enviando a sus tropas, acabó con aquellos homicidas y prendió
fuego a su ciudad. Luego dijo a sus criados: las bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos.
Id, pues, a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis. Los criados, saliendo a los
caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de comensales la sala de bodas.
Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo: Amigo,
¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda? Pero el se calló. Entonces dijo el rey a sus servidores:
Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque
muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”

La cuestión de la herencia

“uno de entre la multitud le dijo: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Pero Él le
respondió: Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y añadió: Estad alerta y
guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello
que posee””las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros: ¿qué haré,
pues no tengo donde guardar mi cosecha? Y dijo: Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros
mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes
almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien. Pero Dios le dijo: Insensato, esta
misma noche te reclaman el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? Así ocurre al que atesora para
sí y no es rico ante Dios”

La parábola del administrador

El que ama debe cuidar ese amor para que no se pierda y para que aumente el calor y el fuego. “Tened
ceñidas vuestras cinturas y las lámparas encendidas, y estad como quienes aguardan a su amo cando
vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que
al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la
mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así,
dichosos ellos. Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría
que se horadase su casa. Vosotros, pues, estad preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el
Hijo del Hombre” (Lc). Si la espera es corta, es fácil estar atento a la llegada de Dios. Si se alarga, se puede
debilitar la vigilancia; entonces entran las tentaciones y las componendas con el maligno. Es más fácil luchar
una hora que mil, pero si se lucha cada hora como si fuese la última parece más fácil.Los discípulos se
inquietan por los peligros. “Y le preguntó Pedro: Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos? El
Señor respondió: ¿Quién piensas que es el administrador fiel y prudente, a quien el amo pondrá al frente
de su casa, para dar a tiempo la ración adecuada? Dichoso aquel siervo, al que encuentre obrando así su
amo cuando vuelva. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel siervo
dijera en sus adentros: mi amo tarda en venir, y se pusiera a golpear a los criados y criadas, a comer, a
beber y a emborracharse, llegará el amor de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo
castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. El siervo que, conociendo la voluntad de su
amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, será muy azotado; en cambio, el que sin
saberlo hizo algo digno de castigo, será poco azotado. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le
exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán” (Lc). Ellos han recibido mucho y grande es su
responsabilidad. El hecho de que Dios respete la libertad de las personas y a veces parezca ausente,
precisamente para no coartar esa libertad, no significa que no lo sepa todo; al final Él va a pedir cuenta de
las acciones de cada uno. Los discípulos, además de su vida personal son administradores de las cosas
de Dios y, al tener gran responsabilidad, también tendrán gran exigencia.

Parábola de la higuera estéril

“Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato
con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo: ¿Pensáis que estos galileos fueron más pecadores que
todos los galileos, porque han padecido tales cosas? ¡No!, os lo aseguro; pero si no hacéis penitencia, todos
pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que
fueron más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo aseguro; pero si no hacéis
penitencia, todos pereceréis igualmente”.

La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro

“Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes.
Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de
lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que
murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro
en su seno; y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de
su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Contestó Abrahán: Hijo,
acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es
consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran
abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a
nosotros. Y dijo: Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos,
para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero replicó Abrahán: Tienen a Moisés
y a los Profetas. ¡Que los oigan! El dijo: No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos,
se convertirán. Y les dijo: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno
de los muertos resucite”

Parábola de las vírgenes necias y prudentes

“Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas salieron a
recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no
llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas.
Como tardase en venir el esposo les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó vocear: ¡Ya
está aquí el esposo! ¡Salid a su encuentro! Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron
sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: dadnos de vuestro aceite porque nuestras lámparas se
apagan. Pero las prudentes les respondieron: Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea
que no alcance para vosotras y nosotras. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban
preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras vírgenes diciendo:
¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les respondió: En verdad os digo que no os conozco. Vigilad, pues, porque
no sabéis el día ni la hora”

Parábola del juicio final


“Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces
en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como
el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su
izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión
del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer;
tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y
me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te
acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte? Y el Rey
en respuesta les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños,
a mí me lo hicisteis. Entonces dirá a los que estén a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me
disteis de beber; era peregrino y no acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel
y no me visitasteis. Entonces le replicarán también ellos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento,
peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Entonces les responderá: En verdad os digo
que cuando dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y
éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna”

Parábola del juez injusto

“Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: En cierta ciudad
había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda,
que acudía a él diciendo: Hazme justicia ante mi adversario. Y durante mucho tiempo no quería. Sin
embargo al final se dijo a sí mismo: aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, ya que esta viuda
está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme. Concluyó el Señor: Prestad
atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a El día y
noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. ¿Pero cuando venga el Hijo del
Hombre, acaso encontrará fe sobre la tierra?”

Parábola de los viñadores homicidas

“Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar, edificó
una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de allí. Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió
a sus criados a los labradores para percibir sus frutos. Pero los labradores, agarrando a los criados, a uno
lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. De nuevo envió a otros criados en mayor número que
los primeros, pero hicieron con ellos lo mismo. Por último les envió a su hijo, diciéndose: A mi hijo lo
respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero. Vamos, matémoslo y
nos quedaremos con su heredad. Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga
el duelo de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: A esos malvados les dará una mala
muerte, y arrendará la viña a otros labradores que les entreguen los frutos a su tiempo. Jesús les dijo:
¿Acaso no habéis leído en las Escrituras: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser
la piedra angular. Es el Señor quien ha hecho esto y es admirable a nuestros ojos? Por esto os digo que os
será quitado el Reino de Dios y será dado a un pueblo que rinda sus frutos. Y quien caiga sobre esta piedra
quedará destrozado, y sobre quien ella caiga, lo aplastará. Al oír los príncipes de los sacerdotes y los
fariseos sus parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Y aunque querían prenderle, tuvieron miedo
a la multitud, porque lo tenían como profeta”

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