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RAPHAEL SAMUEL, ed. HISTORIA POPULAR Y TEORIA SOCIALISTA RAPHAEL SAMUEL, PETER BURKE, STUART HALL, KEN WORPOLE, JERRY WHITE, STEPHEN YEO, PERRY ANDERSON, PETER WORSLEY, HANS MEDICK, MICHAEL IGNATIEFF, GARETH STEDMAN JONES, ALESSANDRO TRIULZI, BARBARA TAYLOR, SHEILA ROWBOTHAM, SALLY ALEXANDER, ANNA DAVIN, RICHARD JOHNSON, EDWARD P. THOMPSON Presentaci6n de JOSEP FONTANA EDITORIAL CRITICA Grupo editorial] Grijalbo BARCELONA Titulo original: PEOPLE'S HISTORY AND SOCIALIST THEORY Routledge and Kegan Paul, Londres Traduccién castellana de JORDI BELTRAN Cubierta: Enric Satué © 1981: History Workshop Journal, Londres © 1984 de la traduccién castellana para Espaiia y América: Editorial Critica, S. A., calle Pedrd de la Creu, 58, 08034 Barcelona ISBN: 84-7423-242-2 Depésito legal: B, 31.91.1984 Impreso en Espafia. 1984. — HUROPE, S, A., Recatedo, 2, 08005 Barcelona EL GRUPO DE HISTORY WORKSHOP Y LA «HISTORIA POPULAR» El grupo de History Workshop —o «taller de historia»x— sur- gid en 1966 en Ruskin College, en Oxford, en torno a Raphael Sa- muel, «tutor» en historia social y sociologia de aquella institucién universitaria, y con la participacién activa de un tipo peculiar de estudiantes del Ruskin College: hombres y mujeres procedentes de los sindicatos y del movimiento obrero, que no estaban, en princi- pio, destinados a completar unos estudios universitarios formales como los de la mayor parte de los estudiantes de Oxford. El grupo, constituido inicialmente como un seminario de trabajo —mal visto por las autoridades académicas— se proponia luchar contra el sis- tema tradicional de exdmenes y dar una participacién activa en el estudio de la historia a estos estudiantes de la clase obrera, rom- piendo con la idea de que la investigacién era una actividad supe- rior, reservada a quienes se bubiesen graduado regularmente, y con Ja pasividad que la préctica académica imponta para estudios de «ni- vel inferior» como eran éstos. Aftos después, en la introduccién a Village life and labour (1975. ), Samuel recordaria estos dificiles inicios: “El Workshop comenzé como un ataque contra el sistema de exémenes y contra las bumi- Haciones que imponia a los estudiantes adultos. Fue un intento de animar a los trabajadores y trabajadoras a escribir su propia histo- ria, en lugar de dejar que se perdiera o de aprenderla de segunda o de tercera mano; de ser productores, més que consumidores; y de utilizar su experiencia y su conocimiento en la interpretacién del pasado. Para muchos fue simplemente un ejercicio —el retorno-a las fuentes primarias—, pero para unos pocos se convirtid en una pasién, incluso en el inicio de una dedicacién para toda la vida, No 8 HISTORIA POPULAR Y TEOR{A SOCIALISTA habia becas que les facilitasen el trabajo: un estudiante se pagd su investigacion limpiando en los talleres de la Leyland en Cowley; otro, vendiendo su coche; un tercero, viviendo a base de comer ba- bichuelas cocidas; la mayor parte de ellos, pasando estrecbeces. En los primeros aftos, cuando esta actividad de investigacién no estaba autorizada —era incluso clandestina, desde el punto de vista de sus expedientes— no tentan ni el reconocimiento ni el apoyo de su pro- pio college. Lo unico que les sostenia era la seriedad de su empeiio, y el orgullo que nace del hecho de aprender un oficio por st mismo». De esa actividad surgieron en primer lugar, entre 1970 y 1974, una serie de panfletos, y después, desde 1976, la revista Histoty Workshop Journal, que comenzé con et subtitulo de «una revista de historiadores socialistas», modificado desde 1982 como «una re- vista de historiadores socialistas y feministas». En el editorial se es- pecificaban los propésitos de la nueva publicacién: «Pretendemos evar las fronteras de la historia mds cerca de las vidas de la gen- te». Sefidlaban la pérdida de influencia social de la historia y su re- tirada de la «batalla de las ideas». Ello no se debia a que en Ia so- ciedad faltase interés por lo bistérico, como lo probaba la existen- cia de una demanda que solia ser atendida por vulgarizadores 0 por los programas de televisién, mientras la «historia serian quedaba sélo para el especialista. Para obviar este problema habia que rom- per la compartimentacién del saber académico y acabar con el es- trechamiento de sus enfoques. Habia que incitar a los historiadores a que trabajaran en los temas y problemas que preocupan a los hombres de hoy, y habia que llevar el resultado de su labor a la gen- te comin, de una manera abierta, estimulando su critica. Clarificaban también el término «socialista» utilizedo en el sub- titulo. Los redactores definian su socialismo como «ni profético, ni exclusive y, por desconiado, nada dogmético». Era lo que determi- naba su preocupacién «por la gente comin del pasado, su vida y su trabajo, su pensamiento y su individualidad, ala vez que por el con- texto y las causas que conformaron su experiencia de clase». Enten- dian también como propios de esta actitud la exigencia de que se discutiesen cuestiones tedricas en relacién con la historia y su re- chazo de «aquellos tipos de investigacién bistérica y sociolégica que tienden a reforzar las estructuras de poder y la desigualdad en nues- tra sociedad». EL GRUPO DE «HISTORY WORKSHOP» 9 No era la primera experiencia de una «historia socialistas en Gran Bretatia. El mindsculo Partido Comunista briténico habia con- tado con un valioso grupo de historiadores que publicéd una colec- cién de panfletos, «Our history», pero su difusién era muy limi- tada. Por otra parte, Past and Present, aparecida en 1952, quiso ser un punto de encuentro entre bistoriadores marxistas y no near- xistas y ha Uegado a alcanzar un elevadisimo nivel de calidad, aun- que con los afios se haya convertido cada vez mds en una excelente revista académica, mas abierta y preocupada por los problemas ted- ricos que la mayoria, pero alejada de posiciones de combate en te- mas que no sean estrictamente «cientificos». History Workshop que- ria ser algo mas que una buena revista de izquierdas destinada a un péblico especializado, sin caer tampoco en la trampa de convertirse en una revista de divulgacién, 0, lo que es peor, de adoctrinamien- to politico. Querta ser un lugar donde colaborasen historiadores preocupados por los problemas de la sociedad actual —«politiza- dos», para decirlo con la palabra que el historiador académico suele emplear para condenarlos, como si no fuera politizacién la defensa del orden establecido— y sectores del movimiento obrero y de otros movimientos populares, como el feminismo, deseosos de enriquecer su contprensién del presente con los resultados de una investigacién histérica en euya elaboracién participarian activamente. No es ne- cesario, sin embargo, que me extienda en los postulados defendidos por el grupo ni en el significado de lo que ellos entendian como una «historia popular», porque los trabajos de Rapbael Samuel reu- nidos en este mismo volumen la expresan claramente. Como ha recordado el propio Samuel: «La revista se fundd en una época de reflujo del movimiento obrero, de recortes en los pre- supuestos para educacién y bibliotecas, y en momentos en gue, como hoy puede verse, muchos jévenes marxistas comenzaban @ encerrar- se en st mismos y a dedicarse a discusiones cada vez més esotérices. Se resistid a estas tendencias, y mantuvo una actitud de esperanza, cuando tantos se retiraban al pesimismo o a la abstraccién. No qui- simos admitir que lo académico y lo no académico, lo marxista y lo no marxista, lo cientifico y lo politico, fuesen alternativas entre las que bubiese que escoger». Al propio tiempo comenzaron a publicar una serie de volime- nes, en su mayorta colectivos, dedicados a estudios sobre la vida y iv HISTORIA POPULAR Y TEORIA SOCIALISTA el trabajo de los obreros —en el campo, en las minas, en las ciu- dades— 0 a cuestiones tedricas relacionadas con la historia. De uno de ellos se han tomado los trabajos traducidos en este volumen, Ha- bia mds de un motivo para efectuar esta version espafiola, El pri- mero es el interés y la calidad de todos y cada uno de los textos incluidos aqut. La publicacién de escritos de Raphael Samuel sobre historia popular, de Barbara Taylor y Sheila Rowbotham sobre fe- minismo e historia de la mujer, de Peter Burke sobre cultura popu- lor, de Hans Medick y Michael Ignatieff sobre la transicién del feu- dalismo al capitalismzo, o del debate en torno a Miseria de Sa teorfa, con la brillante defensa de E. P. Thompson, para poner tan sélo unos ejemplos, estd sin duda mas que justificada por st misma. Pero ha habido mas: el deseo de dar a conocer a los lectores de lengua es- paftola las ovientaciones y el trabajo del grupo, demasiado ignora- dos entre nosotros, y de aprender de su experiencia lo que pueda resultar util en nuestro contexto. Entre nosotros, donde las aventuras intelectuales de izquierdas no fueron demasiado serias y donde muchos de sus protagonistas no han ido @ parar, como en Gran Bretafta, al desencanto y a la abs- traccién, sino al acomodamiento en el orden establecido —y uno se siente tentado a pensar que buena parte de los «renuncio-a-Sata- nds» con que ahora justifican su defeccién de viejas posiciones de- ben verse sobre todo como muestra de la precarieded del arraigo de unas ideas que eran mis invocadas que comprendidas— tal vez re- sulte especialmente util recordar que una «historia socialista» no es sélo una moda para el uso de jévenes intelectuales inguietos, sino una herramienta para la accién y la supervivencia de las clases ex- plotadas; que el trabajo del historiador puede ser algo més que ma- teria de libros y programas académicos, o tema de discusién en en- sayos filoséficos, cuando se entreteje con la experiencia y los pro- blemas de amplios sectores de la sociedad. Por eso el empefio de History Workshop puede ser legitimamen- te definido como «historia popular», y no simplemente «populista», que es lo més que hemos alcanzado por estos pagos. Por ello, con fodas sus posibles limitaciones y pese al nzenosprecio de ciertos sec- tores académicos cuyas revistas no leen mds que lectores «profesio- nales», History Workshop se ba ido definiendo como uno de estos lugares nuevos de trabajo para los historiadores socialistas cuya crea- EL GRUPO DE «HISTORY WORKSHOP» 11 cién reclamaba E. P. Thopson: «Lugares donde nadie trabaje para que le concedan titulos o cdtedras, sino para la transformacién de la sociedad; donde la critica y la autocritica sean duras, pero donde haya también ayuda mutua e intercambio de conocimientos tedricos y précticos: lugares que prefiguren, en cierto modo, la sociedad del futuro». Josep FonTaNa Barcelona, agosto de 1984 HISTORIA POPULAR, CULTURA POPULAR RAPHAEL SAMUEL * HISTORIA POPULAR, HISTORIA DEL PUEBLO La expresién «historia popular» que viene uséndose desde hace mucho tiempo, abarca diversos tipos de escritos. A algunos los infor- ma la idea del progreso; a otros, el pesimismo cultural o el humanis- mo tecnoldgico, como en aquellas historias de «cosas cotidianas» que tan populares eran en la Inglaterra del decenio de 1930. La materia de que se ocupa la «historia popular» también es variable, aunque Jo que se pretende es siempre «acercar los limites de la historia a los de la vida de las personas». A veces la atencién se centra princi- palmente en las herramientas y !a tecnologia; otras veces en los mo- vimientos sociales o en la vida familiar. La «historia popular» ha tenido distintos nombres: «historia industrial» en el decenio de 1900 y en los afios de Ja Plebs League: «historia natural» en las et- nologias compatativas que surgieron como consecuencia de Darwin (al primer volumen de E/ capital Marx lo Ilamé «una “historia natu- tal” de la produccién capitalista»); Kulturgeschichte (historia cul- tural) en los estudios de las costumbres tradicionales que se hicieron en las postrimetias del siglo xmx y a cuyos temas ha vuelto reciente- mente Ja «nueva» historia social. Hoy en dia la «historia popular» suele subordinar lo polftico a lo cultural y Io social. Pero en una de sus primeras versiones, representada en este pafs por la New and impartial history of England (1796), de John Baxter —la esplén- dida obra de 830 p4ginas esctita por un artesano radical de Shore- * Raphael Samuel es uno de los directores de History Workshop Journal y ha sido tutor en el Ruskin College de Oxford desde 1964. 16 HISTORIA POPULAR ¥ TEORfA SOCIALISTA ditch y dedicada a sus amigos en la cércel—, cl tema principal era la lucha por los derechos constitucionales. En I actualidad la expresién «historia popular» podrfa aplicarse a toda una serie de iniciativas culturales que son principalmente, aunque no de modo exclusivo, ajenas a las instituciones de la ense- jianza superior o estén en las mdrgenes de las mistas, La han adop- tado con entusiasmo proyectos editoriales basados en la comunidad como el denominado «People’s autobiography of Hackney», cuya labor comentan en estas p4ginas Ken Worpole, Jerry White y Ste- phen Yeo. En este caso se hace hincapié —como en el History Workshop— en democratizar la produccién de historia, ampliando Ja lista de los que la esctiben y aplicando la experiencia presente a la interpretacién del pasado. Buena parte de la historia oral entra en el mismo 4mbito. «Historia popular» es también una expresién que cabria aplicar retrospectivamente a los diversos intentos de escribir una «historia desde abajo», basada en los archivos, intentos que han desempefiado un papel muy importante en el reciente despertar de la historia social inglesa. El movimiento empezé fuera de Jas univer- sidades, Uno de los textos clave —La formacidén histérica de la clase obrera (1963)— tuvo su origen en las clases de la WEA! en el West Riding. «Historia sobre el terreno», el movimiento que pre- cedié de manera inmediata a la «historia desde abajo» —representa- do por libros tan excelentes como Lost villages of England (1954), de Maurice Beresford, y Making of the English landscape (1955), de Hoskin— hallé su dmbito natural de reclutamiento entre los «his- toriadores aficionados» del decenio de 1950; lo mismo cabe decir del reciente y andlogo entusiasmo por la denominada «arqueologia industrial». Sin embargo, la «historia desde abajo» ha encontrado una resonancia cada vez mayor en los seminarios de investigacién y se advierte un desplazamiento gravitatorio del interés, puesto que del estudio a escala nacional se esté pasando al local, del de las ins- tituciones publicas, al de la vida doméstica; del estudio del arte de gobernar, al de la cultura popular. Al parecer, se estén produciendo desplazamientos paralelos en otros pafses de Europa, como se des- prende de varios de los trabajos incluidos en el presente volumen. En Francia, donde la vie privée y la vie quotidienne (esto es, Ja his- 1. Workers’ Educational Association: Asociacién de Ensefianza Obrera. (N. del t.) ELISTORIA POPULAR, HISTORIA DEL PUEBLO. 17 toria"de las cosas cotidianas) cuentan desde hace mucho con nume- tosos léctores, y donde la historia social goza desde hace tiempo de un prestigio intelectual muy superior al que ha edquirido en Ingia- terra, el cambio es menos evidente. Pese a ello, desde Ja revuelta estudiantil de 1968, se nota en la escuela de los Avnales un aleja- gmiento de la «historia sin personas» —una historia edificada sobre Jos factores determinantes impersoneles: el clima, el suelo y los ci clos de cambio seculares— para acercarse al tipo de etnohistoria que sé ocupa de la experiencia individual en un momento y un lugar de- terminados y que est4 representada por Montaillou y Carnival, de Le Roy Ladurie; por una atencién insélita a los grupos excluides de la sociedad (los «marginados» y los «desviados»); y dltimamente (como ha sefialado Paul Thompson)? por un reconocimiento since- to, aunque un poco tardio, de las pretensiones de Ia historia oral. La historia popular representa siempte un intento de ensanchar la base de Ja historia, de aumentar su materia de estudio, de utilizar nuevas materias primas y ofrecer nuevos mapas de conocimiento. De modo implicito o explicito, es oposicional,"na alternativa a la eru- dicién «phimbea» y a Ja historia tal como se ensefia en las escuelas, Pero los términos de esta oposicién son necesatiamente distintos se- gin las épocas y las maneras de trabajar. Para J. R. Green, escri- biendo en el decenio de 1870, el principal enemigo era lo que é! Ile- maba la historia «de tambor y trompeta»: esto es, la que prestaba Ja mdxima atencién a guerras y conquistas. Contra este tipo de his- totia su Short history of the English people (1877) oponia la histo- tia de la civilizacién inglesa, una historia de la sociedad més que del estado, Como escribi6 en su famoso prefacio: El objetivo de Ja obta siguiente lo define su titulo; no es una historia de los reyes ingleses y las conquistas inglesas, sino del pueblo inglés... He preferido tratar muy por encima los detalles de Jas guetras y la diplomacia extetior, las aventuras personales de reyes y nobles, la pompa de las cortes y las intrigas de los fa voritos, para explicar por extenso Jos incidentes de ese avance constitucional, intelectual y social, en el cual leemos la historia de la nacién misma. Es con este propésito que he dedicado més 2. «The new oral history in France», en R. Samuel, ed., People’s History and Socialist Theory, History Workshop Series, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1981. 2— SAMUEL 18 HISTORIA POPULAR ¥ TEORIA SOCIALISTA espacio a Chaucer que a Cressy, a Caxton que a las mezquinas querellas entre los York y los Lancaster, a la Ley de Pobres de Isabel que a su victoria en Cédiz, al renacer metodista que a la huida del Joven Pretendiente. Para Paul Lacombe (1839-1919), uno de los antepasados intelectua- les de Ia escuela de los Annales, los mayores enemigos eran !a idea de la contingencia histérica y la atencién que los historiadores pres- taban a personalidades y acontecimientos individuales. En contra de esta histoire événementielle, como darian en Mamarla los historiado- tes de la escuela de los Annales, Lacombe queria que la historia tu- viese una base cientifica y se ocupara de uniformidades causales; in- cluso al estudiar un tema concteto —-como en su propia obra sobre la familia en Ja Roma antigua—, el historiador tenia que dedicar sus principales esfuerzos a demostrar qué lugar ocupaba el tema en un esquema global del desarrollo. Thierry, esctibiendo en el decenio de 1820, se mostré no menos opuesto a las ortodoxias histéricas impe- rantes en sus tiempos, pero lo que les reprochaba era su razonamien- to abstracto, la «aridez calculada» de su filosoffa. La alternativa que él buscaba (bajo la fuerte influencia de las novelas y los poemas de sir Walter Scott) consistia en sumergirse en las baladas medieva- Jes y registrar minuciosamente los documentos en busca de detalles concretos, graficos. De hecho, fue uno de Jos primeros en cultivar lo que un autor reciente, en otro contexto, ha tachado desdeficsamente de «resurreccionismo»: esto es, tratar de resucitar el pasado escu- chando las voces de los muertos. Caracterfsticamente, la expresién «historia popular» se emplea hoy en dia para denotar una historia cuya escala es local, cuyo tema es la regién, el municipio o la parroquia: en el caso de Ia ciudad, la motfologia de un barrio o subutbio conctetos, o incluso de determi- nada casa o calle. Sin embargo, en el pasado se ocupaba més de las grandes lineas de Ja evolucién nacional. «El valor que puede tener este libro —escribe A. L. Morton en el prefacio de The people’s bis- tory of England, obra marxista que publicé por primera vez el Left Book Club en 1938— reside seguramente mds en Ia interpretacién que en la novedad de los hechos que presenta. ... Se propone dar al lector una idea general de las lineas principales del movimiento de nuestra historia.» Cabria decir m4s 0 menos lo mismo de la Short History de J. R. Green, que parte de las colectividades campesinas HISTORIA POPULAR, HISTORIA DEL PUEBLO 19 de la época anglosajona y avanza con movimientos mesurados a tra- vés de los siglos. De modo parecido, Michelet, en las historias po- pulistas como en los perfiles que escribié de su tiempo (Tableau de France y Le peuple) se ocupé de las grandes fuerzas colectivas que daban forma al destino de la nacién francesa. Los acontecimientos Je interesaban como ilustraciones de procesos sociales subyacentes; los individuos, como representantes de movimientos y grupos. Su concepto total de Ja sociedad era el de una unidad orgdnica resultante de la historia, y consideraba que la tarea de la historia popular era abarcar todas las facetas de la actividad humana, siguiendo (segtin escribi6) la industria y la religién, el derecho y el arte, como hilos interrelacionados. Los cultivadores de lo que en Alemania se llamé Kulturgeschich- te (historia cultural) y en otros paises recibié el nombre de «antro- pologia histérica», «sociologia cultural» o * mientras el significado retrocede hacia el crepisculo. Una cosa es sefialar Jos desplazamientos que tienen Iugar en todo proceso de pensamiento y hacer hincapié en las mediaciones que separan fa representacién y la realidad. Otra cosa muy distinta es resolver el problema abolien- do por completo uno de sus términos, echando por Ja borda el con- cepto de Io real. Puede decirse, de hecho, que con ello el estructura- 1. En Ja mitologfa griega, los gigantes, en su guerra con Jos dioses, colo- caton el monte Pelién, situado en Tesalia, sobre el monte Ossa pata escalar las altutas del cielo. (N. del t.) HISTORIA Y¥ TEORIA 3D lismo subvierte su propia empresa —la exploracién del inconsciente cognoscitive y cultural— al abolir la tensidn dialéctica sobre la que en Ultima instancia reposa cualquier idea del orden simbédlico. Tampoco es posible aceptar la sugerencia de que los histotiado- res sencillamente constituyen el pasado de acuerdo con sus propias preconcepciones, Puede ser, como arguyen Barbara Taylor y Sally Alexander en este volumen, que «la historia sélo responda a las pteguntas que se le formulen». Pero en modo alguno quiere decir esto que recibamos las respuestas que esperemos. Cuando acudes a los datos no encuentras una tinica cosa —el ejemplo o ilustracién que andabas buscando—, sino que hallas también media docena de cosas que te cogen desprevenido. Tal vez un texto demuestre —o parezca demostrat— Io que ti quieres que demuestre, pero, des- concertantemente, puede que al mismo tiempo sugiera lecturas al- ternativas que discrepen sutilmente de la que ti hayas elegido, y necesitards tener una confianza acorazada en Ia suficiencia de tus conceptos si las dejas sin explorar. Tampoco los datos sencillamen- te los constituye el historiador. Poseen uma realidad preexistente, determinada por la forma literaria o el protocolo de archivo, de tal manera que Ja mayoria de las veces tenemos que‘extraer el sig- nificado a contrapelo de la documentacién, por mucho que ésta pa- rezca obedecer a nuestra voluntad. ~~ Es cierto que nuestro conocimiento del pasado Io configuran de ° manera crucial las preocupaciones que le apliquemos y que solamen- te podemos intetpretar los datos dentro de los limites de una visién imaginativa que también estd histéricamente condicionada. Pero de ninguna manera hay que pensar que esto sea tan unilateralmente in- capacitante como puede parecer. Nuestra propia experiencia puede embotar nuestras percepciones en ciertos sentidos; pero no hay duda de que las agudizaré en otros, dandonos acceso a significados que no estaban a Ia disposicién de los actores histéricos en aquel mo- mento y permitiéndonos contradecit sus «representaciones» con las axestras propas, También iluminard series enters de fenémenos que ne supieron ver ni siquiera nuestros predecesores inmediatos. Un ejemplo obvic de ello es lescubrimiento (0 redescubrimiento) de Ja historia femenina durante los diez dltimos afios. No sélo ha abier- to nuevos e inmensos campos pata la investigactén —en el derecho, la medicina y la economfa polftica, no menos que en temas recién constituidos como el matrimonio, la infancia y Ia vida familiar—, 56 HISTORIA POPULAR ¥ TEORfA SOCIALISTA sino que también ha puesto en duda algunas de las principales ca- tegorfas conceptuales con que contaban los historiadores. Hace sdélo veinte afios un excelente historiador social podia escribir que «la clase sucede, cuando algunos hombres, como resultado de Ja expe- tiencia comin (heredada o compartida), sienten y articulan Ja iden- tidad de intereses entre ellos mismos y contra otros hombres cuyos inteteses son diferentes (y generalmente contrarios) de los suyos». Semejante afirmacién seria dificil de defender a la luz del nuevo co- nocimiento del pasado que nos ha trafdo el movimiento feminista y Jas nuevas cuestiones que plantea. Un_ejemplo anterior seria el des- cubrimiento de la historia econémica en los decenios de 1880 y_ 1890, descubrimiento que alteré de forma permanente el mapa del conocimiento y las bréjulas que se empleaban para leerlo. El signi- Heady slo se face wanilesto retrospectivamente, yesto no consste sdlo en saber qué ocurti6 —la peculiar, aunque a veces ambigua, ventaja de la percepcién retrospectiva con que cuenta el historia dor—, sino también en ser capaz de ofrecer_nuevas interrogaciones del pasado baséndose en preocupaciones eriencias del presente. “Decir esto no equivale a suscribir una visién wbhig del conocimiento como algo que se desartolla progresivamente. La comprensién es posible perderla ademds de adquirirla, como le ocurrié, por ejemplo, “a la primera historia femenina y a la centralidad que se daba a la familia en el pensamiento social europeo de finales del siglo xix, ‘ambién es posible que el campo del conocimiento se estreche, que haya més y mds que aprender sobre menos y menos cosas, lo cual, podria argttirse, fue el destino de las generaciones segunda y terce- ta de la historia econémica en Inglaterra, un destino contra el que ciertamente debe protegerse la «nueva» historia social. Sin embar- go, aunque el conocimiento no sea cumulativo en el sentido sencillo de la palabra (el presente subvierte continuamente nuestra compren- sién_del pasado), es indudable que lo que ganaton las genetaciones anteriores nos proporciona Jas premisas invisibles de las que parte Ja investigacién actual, asf como el «hinterland» del pensamiento en el _que nos movemos. eQué decir de esa otra mediacidn crucial sobre Ja que centra su atencién el estructuralismo: la imperfeccién radical de nuestros do- cumentos? Al poner en duda la lectuta «ingenua» de textos y argu- mentar que el lenguaje camufla mds de lo que revela, el estructura- lismo también pone necesariamente en duda Ja categoria que asig- wom eg fot pier doy se a es HISTORIA ¥ meodta Fats, 57 namos a nuestros documentos como teflexiones, 0 gufas, de los he- chos: no hay ningin mundo «real» del pasado, sélo un retroceso infinito de disfraces. Es verdad que lo que tenemos en los documen: = cocumen tos no es el pasado, “Gino sblo sus 1estoe fapTWOS que, como el marxista aleman Walter Benjamin, nos mandan destellos «en-ain momento dé peligron. Nada puede compensar los largos silenclos y las enormes ausencias y es cierto que la tealidad palpablé de los documentos que Ilegan a nosotros puede hipnotizarnos hasta el punto de confundirlos con la realidad misma. Pero el historiador no a necesatiamente deslumbrado pot la apatiencia superficial de __ s textos y, de hecho, a menudo la yuxtaposicién de unos con otros es lo gue permite averiguar algo acerca de los intersticios en los cuales” existfan” Tampoco se halla el historiador forzosamente a ‘merced de Ia tepresentacién que el pasado hace de sf mismo. Los histotiadores no trabajan sdlo partiendo de lo que los es-7 i tructuralistas denominan «textos». Buena parte de su trabajo tiene / que ver con artefactos y restos materiales. La numismética puede » ptoporcionat datos criticos para el historiador de rutas comerciales tomanas; los tesoros enterrados, para el histotiador de la coloniza- cién vikinga. Caballones y surcos, mostrando su forma original tras siglos de labranza, han proporcionado datos de vital importancia a los historiadores de la agricultura medieval, mientras que los po- blados perdidos de aquella época se identificaton, en muchos casos, gracias a la investigacién de campo y la fotografia aérea. A nues- tros textos escritos sélo se les puede tratar como «representaciones» si este término se emplea en sentido metaférico, y es totalmente reduccionista tratarlos como si fueran todos de una misma clase. El setmén de un obispo tiene una categoria testimonial distinta de, por ejemplo, los apuntamientos en un registro bautismal y permite una gama interpretativa muy diferente. A cada una de las dos cosas se le puede permitir que tenga sus «condiciones de existencia» ideo- Iégicas, pese a lo cual ocupan esferas totalmente sepatadas aun cuando, formalmente, ambas podrian ser asignadas al «discurso» del gobierno de la Iglesia. La primeta puede interpretarse en términos de sus cddigos retdricos: la segunda petmite que el demdgrafo his- tético elabore proyecciones a largo plazo de Ia fertilidad. Las fan- tasmagéricas tepresentaciones que hizo Doré del Londres del dece- nio de 1870 puede que nos digan més cosas sobre Ja mentalidad del artista, 0 la ideologfa pictérica de 1a época, qup-acerca de los barrios we 38 HISTORIA POPULAR ¥ TEOR{A SOCIALISTA miserables del este de Londres, peto no podria decirse lo mismo de aquellos mapas contemporéneos del Ordnance Survey? que dan el maximo detalle de la topografia fisica de las calles y del empla- zamiento estratégico de tabernas, depésitos de maderas y escuelas. Es cierto, ‘como afirma el estructuralismo, que no existen textos inocentes y estd bicn que se nos pida que consideremos el contexto ideolégico en el cual se producen nuestros documentos: los concep- tos de Ia familia que hay debajo de, pongamos por caso, una lista de hogares; los cédigos visuales a los que obedecen les litografias como las de Doré. Pero esto no quiere decir que toda la temética del historiador pueda disolverse en «interpelaciones» del «discutso». Aprender el cédigo —las categorfas del pensamiento dentro de las cuales se producen los documentos— puede ser esencial si hemos de situarlos e identificar sus selectividades y silencios. Pero no hay motivo pata que eso usutpe toda nuestra atencidn. Un_testamento, or ejemplo, puede revestir_gran interés para el «discurso» sobre muerte, y asi es cémo Michel Vovelle ha utilizado los testamentos en su trabajo sobre Ja descristianizacién de Provenza en el siglo xviII. Pero hay otros tipos de informacién muy distintos que pueden ob tenerse de un estudio de los testamentos: en los testamentos cam- ‘pesinos, por ejemplo, la importancia relativa de Jos bienes y el ga- nado de una familia, la «trama (grid) de la herencia» (como la ha llamado Edward ThompsonJ, los mecanismos y Ia incidencia de Ja leuda. Para poner otro ejemplo, es posible demostrar que los datos del censo manusctito de Ja Inglaterra decimonénica falsifican ciertas clases de informacién al mismo tiempo que son ciegos ante otras (el trabajo de las mujeres, por ejemplo), pero seria absurdo pensar, ba- sdndose en esto, que el tinico uso legitimo que podrfamos hacer de ellos setfa reconstituir el «discurso» de los enumeradores. Gran parte de Ia tarea del historiador consiste en subvestir —o escapar de— las categorias del pensamiento en las cuales se conci- ben Jos documentos. Asi, los casos de difamacién, tal como apare- cen ante los consistory courts? de los siglos xvi y xvul, pueden de- citnos mucho sobre el Lenguaje de los insultos y el «discurso» del honor y la vergtienza. Pero —al igual que los casos juzgados por Jos tribunales correccionales en el siglo xrx— también nos propor- 2. Mapa oficial topografico de Gran Bretaiia ¢ Irlanda. (N. del +.) 3. Tribunates del consejo. (N. del 1.) HISTORIA Y TEOR{A 59 cionan muchisima informacién incidental (lo cual en modo alguno es efecto de dicho discurso ni intencién de quienes redactaron el texto) acerca de la economfa de la vida familiar: quién estd y quién no esté en casa en determinados momentos del dia o en tales 0 cua- les dias de la semana o estaciones del aiio; quién se sienta a la mesa a comer, cudndo y dénde; cémo se resuelve el cuidado de los nifios; las estrategias para la recoleccién o ahorro de combustible; las pautas de vecindaje y visitas; las divisiones sexuales en el traba- jo y el esparcimiento. Asimismo, un caso de asesinato puede utili- zarse —como ha hecho Foucault en Yo, Pierre Rividre, habiendo degollado a mi hermana y a mi bermano— para reconstituir los con- ceptos de sensatez y culpabilidad, y para distinguir los cédigos mo- tales de jueces, doctores y feligreses, Pero, como en el caso de la tragedia de Euston Square de 1877, puede ser mds valiosa por cuanto nos diga acerca de las vicisitudes del servicio doméstico en un cuartucho o acerca de los niveles de comodidad doméstica de los «quiero y no puedo». Més dificil es el caso de las autobiograffas, ya que los historiadores ciertamente acostumbran a utilizarlas como si constituyeran un testimonio esponténeo, no mediado. Est4 bien que nos pidan que las consideremos como ejetcicios de memoria y que investiguemos los convencionalismos invisibles a que obedecen. Pero ello no quiere decit —como a veces se arguye— que sea ésta Ja nica aplicaci6n que pueda détseles y que los historiadotes no deberian tener acceso a ellos para usarlos en otros contextos: la reconstruccién de una secuencia narrativa, pongamos por caso, o la corroboracién, en la experiencia subjetiva, de alguna afirmacién ge- netalizada sobre las relaciones de clase, la vida familiar o Ja econo- mia doméstica. Algunos tipos de documento proporcionan un encuentro con el pasado més ditecto que otros, ya sea porque son mds improvisados —no mediados por ocurrencias posteriores o formalidades— o a causa del orden de fenémenos con los que se telacionan. Los inven- tarios domésticos, como los que usé el profesor Hoskins para estu- diar las cambiantes peripecias del yeoman 4 del siglo xv1, son prue- bas indisputables del nivel de cultura material; Jas actas de los consistory courts del mismo perfodo, lo son de las peleas entte ve- cinos. Ninguno de estos documentos bastard por si mismo pata dat 4, Pequefio propietario. (N. del t.) 60 HISTORIA POPULAR Y TEOR{A SOCIALISTA una idea del nacimiento de la agricultura capitalista, y menos atin para explicarlo, pero una crénica de Ja formacién de Jas clases en la Inglaterra del siglo xv1 que hiciera caso omiso de ellos se verfa innecesatiamente empobrecida. Por otra parte, hay ciertos documen- tos que nos permiten entrar —o al menos acetcarnos— en el paisa- je mental del pasado porque nos dan acceso a Ja palabra hablada. Un ejemplo notable de ello es el uso de los registros de la Inqui cién por Carlo Ginzburgen en I Benandanti o (més recientemente) por Le Roy Ladurie en Montaillou. Uno més antiguo es el descubri- miento por sir Charles Firth de las transcripciones tomadas durante los debates de Putney, cuando Cromwell e Ireton trataron de «pu- ritanismo y libertad» con los agitadores del ejército. En un campo més oscuro podrfamos poner como ejemplos los poemas de Francois Villon, que reproducen Ja jerga de las calles de Paris y devuelven la identidad a aquellas bandas del hampa, como los Coquillards, que, de no ser por ello, quedarian en simples nombres en los ficheros de la policia. El punto de partida de Ja critica estructuralista —a saber: que de Ios datos empiricos no pueden obtenerse proposiciones tedéricas— es correcto. Pero no hay que pensar por ello que lo contrario tam- bién sea cierto, es decir, que la construccién de nuevos conceptos tedricos pueda realizarse mediante un proceso de razonamiento pu- ramente deductivo sin consultar Ja labor empirica. Para los marxis- tas la Jabor tedrica siempre ha generado proposiciones destinadas a explicar y comprender el mundo real y a interpretar situaciones con- cretas aunque éstas no puedan verificarse consultando exclusivamen- te la investigacién empfrica. La construccién de teorfas no puede set una alternativa al intento de explicar fenémenos reales, sino que es més bien una manera de definir lticidamente el campo de investi- gacidn, clarificando y exponiendo a la autocritica los conceptos ex- plicativos que se utilicen y sefialando los limites de la investigacién empitica. Justo es que se nos prevenga para que no confundamos Ja ejemplificacién de las representaciones del pasado por parte del historiador con Ja realidad del pasado mismo. Pero serfa absurdo, por los mismos motivos, instat al abandono del estudio de la histo- tia. Si la teorfa persuadiese a los historiadores socialistas a aban- donar Ja ambicién de comprender el mundo real, alegando que es un esfuerzo vetgonzoso desde el punto de vista epistemoldgico, sdlo conseguirfa que se abandonase el terreno a Ja posesién indisputada HISTORIA ¥ TEOR{A 61 de quienes no tuvieran semejantes escripulos y la «historia buena y corriente, nada mds» recupetase su anterior predominio. La construccién de teorfas no puede aspirar al privilegio de ser inmune a las ctiticas basadas en el empirismo. Si elige un punto de referencia histérico y social, como forzosamente hard en el caso de Ja teorfa marxista, no puede constituir sencillamente sus propios da- tos declarando que su objeto real consiste en refinar conceptos teé- ticos. En toda investigacién histérica las formas de leer Jos datos son tan importantes como Jas de construir Ja teorfa y ambas son forzosamente interdependientes, aunque ocupan distintos planos de abstraccién. Los historiadores se ocupan necesatiamente de casos particulares, no sélo, pongamos por caso, del modo capitalista de ptoduccién, sino de formas y épocas especificas de su evolucién: la trata de esclavos y la economia basada en las plantaciones en el Sur de antes de la guerra de Secesién, por ejemplo; la enclosure y la oferta de mano de obra en la revolucién industrial; el fascismo y la economia de guerra en el Tercer Reich. De modo parecido, al estu- diar la historia del movimiento obtero, los historiadores no se ocu- pan sélo de algtin «movimiento obrero» hipostatizado, ni siquiera de generalidades como «laborismo» o «socialdemocracia», sino de manifestaciones muy especificas del mismo como, por ejemplo, el so- cialismo de la Segunda Internacional 0 la Iucha por Ja consecucién de la jornada de ocho horas. Por lo que nos dice semejante trabajo, tendremos que rehacer continuamente nuestras categorias tedricas, dado que es precisamente Ja realidad desde Ja que tienen que cons- truirse y a Ja que tienen que responder. En la historia hay unos limites que sefialan hasta dénde puedes ir basandote en la sintesis o el razonamiento abstracto. Los aconte- cimientos hay que situarlos en su contexto original; el lenguaje de las fuentes debe descodificarse; Jas lineas de asociacién hay que vol- ver a trazarlas. El historiador debe ocuparse continuamente de sig- nificados ambiguos o de fenémenos que son demasiado efimeros para estar sujetos a las tegularidades de Ja hipétesis que puede pro- barse o de la construccién de tipos ideales. La narrativa y la des- cripcién —por muy humilde que sea su rango en una teorfa del co- nocimiento— son una patte ineludible del repertorio del historia- dor. Puede que por si mismas no constituyan una explicacién, pero son un componente necesatio de Ja prucba; y también cumplirdn la crucial funcién negativa de hacer que ciertas clases de hipétesis (por 62 HISTORIA POPULAR ¥ TEOR{A SOCIALISTA ejemplo, que el cartismo era fruto de «trastornos» familiares) re- sulten insostenibles. Criticar las fuentes —esto es, sopesar el valor de distintas clases de datos— también es una parte inevitable del repertorio del historiador si éste no desea ser victima precisamente de las ilusiones de «realismo» de las que se ocupa el estructuralis- mo. En resumen, los problemas del método histérico son insepata- bles de las complejidades de la recoleccién de datos y aunque se asignen a dominios diferentes, habr4 un tréfico continuo entre ellos. Decir esto no significa negar la necesidad de conocimiento con- ceptual de uno mismo, ni dar a entender que las cuestiones de méto- do puedan resolverse haciendo referencia a problemas de la técnica investigadora, Tampoco significa suscribir el imperio de la «teali- dad», segiin la sensata idea del profesor Hexter, en Ja que el histo- tiador opta por la historia més probable de Jas que hallen sostén en los datos pertinentes. Ni equivale a apoyar la idea, por tentadora que sea, de que los historiadores cuentan con Ja proteccién de al- guna técnica inmanente de procedimiento —lo que E. P. Thompson lama «la Idgica de la disciplina»— procedente de fuera de la criti- ca filoséfica. Cuando estdés inmerso en determinado tipo de indaga- cién, es de lo més facil hinchar Ja significancia relativa de la mis- ma; confundir la parte con el conjunto; e incluso, debido a tu pro- pio éxito al penetrar en Ja reticencia de los documentos, sucumbir a la ilusi6n de que el pasado ha vuelto a la vida. Los historiadores, incluso los historiadozes marxistas, que estén més expuestos a las criticas que la mayoria, propenden en exceso a tener sus premisas por seguras y a considerar que sus procedimientos no son problemé- ticos y que les han sido dados de antemano. Esté bien que se quie- ra tomper semejante teticencia y que nos pregunten qué hacemos y nos pidan que expliquemos —o pongamos en duda— cémo lo ha- cemos. Una historia socialista no es —o no deberia ser— una sen- cilla cuestién de temdéica distinta, sino mds bien una manera dife- rente de examinar el conjunto de la sociedad. Necesita estar teéri- camente informada si quiere resistir la fragmentacidn escoldstica de la tematica, y libratse de las subdivisiones territoriales que aco- rralan a la indagacién histérica dentro de feudos definidos profesio- nalmente. Necesita teorfa si ha de contribuir a llevar a cabo la teu- nificacién de ta historia con otras formas del conocimiento; si ha de dedicarse a la indagacién comparativa; y si ha de fomentar el did- logo entre la interpretacién del pasado y la comprensién del presen- HISTORIA Y TEORIA 63 te. También necesita teorfa para los estudios en profundidad. La Ia- bor teérica puede emprendetse a fin de juntar cosas y conectar dr- denes de fenémenos histéricos aparentemente fragmentados: por ejemplo, la cultura y la politica o la delincuencia y el orden fami- liar. Puede emplearse igualmente para «desconstruir» la realidad y enfocar sus determinantes subterréneos. Es necesariamente central en todo intento de lograt una sintesis general, pero puede resultar no menos util para fragmentar las simetrias del historiador y exponer- las a Ja mirada critica. Pero la teorfa no es algo prefabticado que espera que lo adopte- mos bajo Ja forma de

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