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http://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492000000300009
Antropología teológica.
Un estudio a partir de las publicaciones realizadas
en la revista Teología y Vida hasta el año 1998
A mi hermano Tito
INTRODUCCION
Tal desafío no tarda en presentar sus primeras dificultades de fondo, las que tienen su
centro de convergencia en la ausencia de un espacio teológicamente definido donde
puedan ubicarse los contenidos propios del antiguo tratado de pecado y gracia. En
efecto, tales contenidos, transversalmente presentes a través de toda la reflexión
teológica sistemática han de ser, sin embargo, sistematizados —en virtud de lo
planteado por el Concilio Vaticano II— al interior de un ámbito disciplinar específico
dentro de la teología: la antropología teológica (1).
Por otra parte, si acogemos el diagnóstico que hace Juan Noemi respecto a la relación
existente entre Dios y el hombre, en términos que subsiste aún "una burda y estéril
contraposición entre Dios-hombre, iglesia-mundo, Evangelio-cultura" (2), la reflexión
en torno a la pregunta relativa a los retos que el mundo implica para la fe, y la fe para
el mundo, podría revestir una importancia especial para la antropología teológica,
porque esa reflexión podría arrojar como resultado la ubicación de los contenidos de
dicha antropología dentro de otro ámbito epistemológico de la teología —teología
fundamental, teología de la creación, escatología, por ejemplo— o bien plantearle el
desafío de su renovación.
Ahora bien, si la reflexión mencionada lleva a este último resultado, tal renovación
debería a su vez conducir —en relación a la teología de la creación— a superar la
contraposición negativa que subsiste entre Dios y hombre, en pos de una síntesis que,
para el caso específico de la antropología teológica, signifique —en orden a su
1
renovación— establecer criterios que favorezcan la unidad entre el teocentrismo y
antropocentrismo, superando con ello la contraposición Dios-hombre mencionada, lo
cual supone sacar provecho de la crisis que presentan los humanismos, en el sentido
que dicha crisis ha hecho resaltar la relevancia del sujeto (3).
Es precisamente en la interrelación propia que surge del nexo dialéctico positivo entre
Dios y el hombre donde está la posibilidad que este, a través de la conciencia —como
dimensión profunda de lo humano—, se abra a una experiencia con la realidad que la
lleve a descubrir la verdad en la dimensión profunda de dicha realidad. De este modo
no solo se podría superar una relación periférica con la realidad y su consecuente
posibilidad de reducirla a un ámbito puramente objetivado, sino que a través de la
retroalimentación que surge de la relación entre la dimensión profunda del sujeto —su
conciencia— y de la realidad, descubierta por el sujeto, este vislumbre su orientación
hacia la definitividad plena —y a través de él el mundo (4)— transformando el tiempo
en historia en virtud del ejercicio de la libertad.
Sin perjuicio de lo anterior, hemos ubicado en el primer capítulo, una especie de marco
teórico respecto a nuestro tema, a partir de publicaciones que asumen el tema
antropológico en general, de acuerdo a lo planteado por el Concilio Vaticano II.
I. LA REFLEXION ANTROPOLOGICA
A PROPOSITO DE LO SEÑALADO EN EL CONCILIO
Hemos querido dar inicio a este estudio, analizando tres artículos que asumen el tema
antropológico teniendo como referente directo lo planteado por el Concilio Vaticano II
en su inmanencia (7): "La Iglesia estuvo reunida en Concilio", de Egidio Viganó (8);
2
"Desafíos de la Constitución pastoral Gaudium et Spes a la Iglesia chilena y a la
Universidad Católica", de Anneliese Meis (9) y "La antropología en la Gaudium et
Spes", de Gonzalo Restrepo (10).
Con posterioridad, a veinticinco años del Concilio Vaticano II, A. Meis publica el
artículo señalado, donde "intenta esbozar un ‘encuadre’ teológico" (14) de la
Constitución Gaudium et Spes, superando las distinciones de fases que hace
Pottmeyer (15) y realiza, más bien, un esfuerzo por releer dicha constitución a
partir de "la totalidad de los documentos conciliares" (16), reconociendo el
carácter dialogal, intersubjetivo del proceso que constituye el sentido de este
texto, al tomar en consideración los efectos producidos por los 25 años que
mediaban entre tal relectura y el evento del concilio (17), y que —pensamos—
tendría presente la autora para plantear la tesis central de su artículo —La
Iglesia ofrece al mundo su sentido en Cristo, gozosa por el bien recibido, pero
temblorosa a causa de su propia flaqueza— la que estaría intentando encontrar
el equilibrio entre la exaltación y la decepción.
Es Gonzalo Restrepo quien —como se ha dicho— asume la temática en sí, motivo por
el cual, aun cuando es el más tardío de los tres autores que escriben en este ámbito,
sea más pertinente arrancar del análisis que él realiza.
3
Dicho análisis se basa en dos ejes nucleares, en torno a los cuales aglutina los
diferentes aspectos antropológicos: "la constitución ontológica del hombre" (19) y "la
constitución histórica del hombre" (20).
En torno a la constitución ontológica del hombre ubica aquellos elementos que dan
cuenta de una teología de la gracia: "el hombre imagen de Dios" (21); "el hombre,
síntesis del universo" (22), "la inteligencia y la voluntad" (23); "la conciencia humana
y la moralidad" (24) y "la grandeza de la libertad" (25). En torno a la constitución
histórica del hombre ubica los aspectos relativos al pecado (26), a la muerte (27) y al
ateísmo (28).
Ahora bien, en ambos casos, la interioridad como expresión del sujeto del hombre
constituye el centro convergente fundamental, en el sentido que tal interioridad es
consecuencia de una cualificación por la cual este queda constituido en creatura
suprema de la creación (29), y es además el lugar desde donde arranca el pecado —
está enraizado en el corazón humano (30)— y hacia donde convergen sus efectos: el
núcleo de la libertad queda afectado (31), y en la conciencia queda silenciada la voz de
Dios (32).
2. Antropología y eclesiología
Para los tres autores señalados —Viganó, Meis y Restrepo— el tema relativo a la
constitución antropológica de la iglesia se manifiesta como un punto capital en
la Gaudium et Spes.
4
Ahora bien, la dimensión histórica no solo se plantea como fundamento constitutivo de
su talante histórico desde dentro, sino que el dinamismo histórico de la iglesia tiene
sentido en cuanto actividad que se orienta al servicio del hombre, lo que supone de
parte del Concilio —según Viganó— "un especial aprecio por la dignidad de la persona
humana y un verdadero respeto por la autonomía de los valores temporales" (41), el
que se basaría —según nuestro entender— en el concepto de persona, como eje
nuclear (42).
Anneliese Meis —por su parte— plantea un análisis del tema relativo a la constitución
antropológica de la iglesia, a partir del concepto de compenetración entre mundo e
iglesia, que se expresa en la donación mutua, la cual hace referencia a presupuestos
comunes a ambos, no obstante abordables desde el hombre, y este entendido a partir
de la persona de Cristo (43), lo que en definitiva —para Meis— determina que el
acceso a la relación iglesia-mundo se realice desde Dios, en cuanto que la pregunta
por el sentido —propia del ser humano como ser en el mundo— postula una
racionalidad tomada "de la mano de Dios" (44), en virtud de la "autodonación divina
que comienza a hablar en los fenómenos humanos" (45). Esto —de acuerdo a la
autora— genera un pensar nuevo que gira alrededor de la búsqueda de sentido de
todo lo que al sujeto le viene al encuentro (46), estableciéndose así una manera
distinta de construir la verdad, la cual no parte solo desde el sujeto, sino
fundamentalmente desde la interpretación del lenguaje del Espíritu de Dios que se
manifiesta en la realidad superando los esquemas prefabricados, dando espacio a
la novedad (47). Tal novedad —de acuerdo al planteamiento de Gaudium et Spes—
no es el resultado de un mito, ni el fundamento metafísico de lo que existe, antes bien,
"se revela como Aquel que personalmente nos viene al encuentro cuando menos lo
esperamos" (48), lo que en consecuencia suscita, por una parte, una coincidencia
entre la pregunta por el sentido y la pregunta por Dios (49), que ha sido asumida por
el Concilio como pregunta vital y que como tal trata de responder tomando en
consideración el reconocimiento de la autonomía del mundo como realidad natural —
"orientada sin embargo, anticipadamente, por un fin último sobrenatural: la comunión
con Dios" (50)— y, por otra, la apertura de nuevos caminos de no fácil determinación,
en orden a comprender la relación naturaleza y gracia superando el referente estrecho
del esquema tradicional de tal relación, que el mismo Concilio soslaya (51).
5
presencia anticipada del misterio de Dios como base de dicha apertura y del carácter
creatural del hombre, y por él del mundo (59). Esto genera —a la vez— una
dependencia de la creatura respecto a Dios formulada en el amor que se "revela
peculiarmente como autodonación de Dios en la experiencia del Espíritu de Dios, el
Espíritu Creador" (60), que da lugar a "una racionalidad propia de la Palabra" (61),
distinta a la del espíritu del mundo.
Ahora bien, la encarnación da cuenta que tal Espíritu es, en definitiva, el Espíritu de
Cristo, a partir del cual —entonces— hay que entender la "in—existencia de cuerpo y
espíritu en el hombre" (62) que "tiene su modelo originario en la relación indisoluble
de Cristo y la Iglesia" (63); iglesia que es cuerpo de Cristo, cuyo principio vital el
Espíritu Santo, el cual, sin identificarse con ella —que por su corporeidad es
precisamente la casa del Espíritu— se constituye como su fuerza creadora,
originándose entre ambos "un verdadero consortium" (64).
En relación al fenómeno del coloquio, A. Meis plantea que es desde la dimensión social
del hombre —expresada en formas éticas, económicas y políticas— que hay que partir
para comprender la relación iglesia-mundo.
6
resultante del sentido nuevo que aparece entre los que se comunican a base de la
libertad y no de la "planificación tecnificada" (77). Esto da origen a la verdad (78), que
mantiene al hombre en "constante búsqueda como respuesta a una invitación velada o
explícita a dialogar con su condición trascendental, Dios" (79), lo que supone —en la
relación de dos libertades, yo-tu— la existencia de un tercero (80) como "mediación de
sentido" (81).
A nuestro parecer, los aportes más importantes en este ámbito lo realizan Antonio
Moreno, en lo que respecta al Antiguo Testamento —particularmente a partir del
Génesis— y Beltrán Villegas, cuya atención se centra particularmente en el
planteamiento de la teología paulina. En cualquier caso las publicaciones no son
abundantes, pertenecen a épocas distintas y están dirigidas a destinatarios también
distintos, lo que —consecuentemente— condiciona la reflexión.
En el caso de A. Moreno, este escribe su artículo en los albores del Concilio —"Génesis
II, 4b-III, 24" (85), año 1964— para un destinatario no experto, de ahí su estilo que
pretende la difusión de los contenidos a través de una metodología de tipo escolar. No
obstante su fortaleza está precisamente en que su reflexión está ubicada en el inicio
del cambio provocado por el Concilio, y en tal sentido ofrecería una perspectiva
novedosa para esa época, la cual intentaremos rescatar desde el interior del
mencionado estilo y presentarla resumidamente de acuerdo al objetivo y perspectiva
de nuestro trabajo. Posteriormente, en 1978, el mismo autor publica —en relación al
mismo texto bíblico señalado— un artículo para un destinatario experto, donde centra
su atención en los temas de exégesis y método (86) y cuyo aporte, en relación a
nuestro tema aparece más difuso. Sin embargo, en 1982, retoma su análisis
acotándolo a los temas de la técnica, la ciencia y el futuro (87).
Tres años después, el mismo autor publica "Los dos Adanes y el hombre nuevo:
Avatares de un tema paulino" (91). Si bien el artículo pretende evidenciar "la
7
maleabilidad de los temas teológicos dentro de esa ‘tradición paulina’ que se nos
ofrece en los escritos protopaulinos y deuteropaulinos" (92), el tema relativo a "la
antropología del ‘hombre nuevo’ con raíz cristológica" (93), se presenta como
relevante para el presente estudio.
1.1. El enfoque antropológico desde el sujeto en el marco la reflexión del yahvista y del
sacerdotal
Por otro lado, el análisis que hace A. Moreno del relato sacerdotal de la creación,
destaca la inteligencia y la capacidad de decidir y producir cosas, como dimensiones
propias del sujeto, las que además de ser la base desde donde emerge la acción
responsable del hombre respecto a la creación (99), son fundamentalmente los puntos
de convergencia entre Dios y el hombre, donde este manifiesta su real parecido con
Dios (100).
8
Si bien, B. Villegas señala que el primer eje "sustenta y hace posible los otros dos"
(102), nos parece que son también estos dos los que —de acuerdo al desarrollo de la
temática de su artículo y al interés del presente estudio (103)— tendrían implícito el
primero, si bien el contenido cristológico de este, siendo considerado en los otros ejes,
merece ser tratado aparte, concretamente en el marco del paralelismo Adán-Cristo,
que lleva "a ahondar las relaciones justicia-pecado, justicia-vida y pecado-muerte"
(104).
Esta única actitud posible, posibilita —de acuerdo a lo señalado por B. Villegas— a la
reflexión paulina plantear la nueva relación que ha de existir entre hombre y ley. En
efecto, si dicha actitud consiste en aceptar la gracia como gratuita, es imposible que la
ley pueda ser considerada como medio de justificación, dada su onerosidad, la cual se
hace incompatible con la gratuidad (105). Por tal razón la ley no constituye ahora el
fundamento existencial del hombre ni el de su esperanza en la otra vida; antes bien,
dicho fundamento se encuentra precisamente en la aceptación por la fe de la
justificación gratuita que lo libera —en consecuencia— de la esclavitud de identificarlo
con la práctica de la ley (106). Para Pablo —según B. Villegas— "sobre aquel que ‘es
de la fe’, Dios pronuncia de inmediato su veredicto escatológico y lo ‘justifica’" (107).
Precisamente, el hecho que la ley no pueda verse como santa, justa y buena, como
espiritual y para la vida, se debe a la carnalidad del hombre adámico, cuyo núcleo se
encuentra en el pecado, el que —a su vez— está instalado en dicha carnalidad
ejerciendo sobre el hombre un dinamismo tiránico sobre sus miembros, generando una
especie de esquizofrenia, dado que al mismo tiempo —por causa de su condición de
hombre interior— a través de su mente aprueba la ley de Dios. De esta manera —
señala el autor— el hombre se encuentra en un estado de alienación (110).
Ahora bien, lo constitutivo del pecado consiste en buscar la vida en fuentes distintas a
la gracia de Dios, concretamente en el principio de retribución de la ley, cuya
observancia —consecuentemente— retribuiría con la vida eterna (111). Así, la ley, al
incitar —por un lado— a la violación de sí misma al dar a conocer el pecado, y —por
otro— a su mal uso al presentarse ella misma como posible principio o raíz de una
justificación apropiable, se manifiesta en su calidad de cómplice del pecado y no solo
de víctima (112).
9
obstante— por la ley, en cuanto esta lo atrapa al buscar mediante el principio de
retribución la justificación y la vida.
10
constituye el hombre viejo, y la segunda el hombre nuevo" (124), identificados como
Adán y Cristo en cuanto principios de vida carnal y espiritual, respectivamente,
presentes activamente en el hombre (125).
Sin perjuicio de lo señalado como panorámica general actual, que permite ver más las
debilidades del estado en que se halla la antropología teológica, los cuestionamientos
11
que de ahí emergen —entendidos como desafíos— le permiten a la autora mirar con
optimismo su futuro. En efecto, atendiendo más a la particularidad en los estudios
publicados a partir del año 1992, estarían apareciendo "facetas nuevas" (132) en las
propuestas de los autores que tratan el tema (133), pero que —paradójicamente—
hacen sentir más que nunca "la dificultad de acercarse realmente al rostro concreto, el
de Dios, y el del hombre tal como Puebla lo invoca, con una metafísica teológica capaz
de pensar también lo concreto, más allá de lo universal" (134).
En el marco del desafío que comporta una antropología teológica por realizar, A. Meis
centra su atención en el discurso jaritológico. Tal centralidad —pensamos— tendría su
origen en el hecho que para ella, el pecado original no hay que entenderlo como
alternativa a la realidad de la gracia, sino como su privación. Más aún, es —según
ella— desde el arquetipo trinitario —cuyo trasfondo es el amor eterno, desbordante y
cada vez mayor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que precisamente toma
rostro propio en el Espíritu Santo, al autodonarse al hombre a través de la historia
(135)— de la realidad de la gracia donde es posible iluminar y superar "el peso del
lado oscuro de la realidad humana, la del Pecado Original" (136), lo que estaría
manifestando un reflejo del peso significativo que tiene en la autora el desde
Dios como una opción metodológica para abordar su reflexión en estestatus
quaestionis, lo que —en consecuencia— hace de su aporte en este ámbito, más que
un status quaestionisuna manifestación de su toma de postura para abordar la
antropología teológica considerando el sujeto.
No obstante, a partir del año 1985 la autora ve una nueva tendencia que comienza a
cualificar la reflexión al asumir como principio estructurante del tratado acerca de la
gracia, la pneumatología —en los términos que hemos esbozado al final del punto
anterior— fundamentalmente gracias al aporte del Theologik de Hans Urs von
Balthasar (141). Con ello se acentúa la atención en el aspecto cualitativo de la crisis,
es decir, en el ámbito epistemológico.
En efecto, en 1990 y luego en 1998, A. Meis hace ver que la situación crítica en que se
halla el tratado De Gratiahace patente —en el marco del status quaestionis— un nexo
etimológico que existe entre la crisis —entendida como acción tendiente a clarificar y
discernir— y la gracia como "criterio de la verdad en un nivel epistemológico-teológico"
(142); nexo que mirado desde una dimensión sistemático-dogmática se radicaliza si se
12
toma en cuenta la íntima relación entre gracia y amor que surge de la crisis en cuanto
juicio de Dios, y que alcanza su punto más relevante en la cruz de Cristo. Ahora bien,
de la relación crisis, gracia y amor se puede comprender a su vez, en la teología
latinoamericana de la década de los ochenta, la relación entre gracia como justicia de
Dios y amor a los pobres (143).
Tal radicalidad, resaltada por el aporte de W. Kasper y que la autora señala en 1990
(147), es descrita con mayor acotación en su estudio de 1998 a partir de los atisbos
faciales como centro oscilante de la relación naturaleza-gracia (148), lo que le permite,
luego de mostrar los límites de los aportes relativos al tema por parte de Lubac (149),
de Rahner (150) y del desarrollo de dichos aportes por parte de los cristianos
anónimos y la teología de la liberación (151), acercarse a su planteamiento respecto a
la realidad de la gracia, basado en el trasfondo del amor desbordante a partir de su
arquetipo trinitario que la esclarece.
13
(153)— que hace referencia no solo al problema de la autonomía del hombre como ser
en el mundo y al de la interrelación entre la libertad finita y la infinita a partir del
hombre como ser creado a imagen y semejanza de Dios, sino a aquel —que no excluye
necesariamente a los anteriores— relacionado con la liberación de la libertad. En
efecto, según A. Meis, el problema adquiere un estado crítico al enfocarlo desde la
perspectiva de la verdad del pecado original, entendido este como la "dimensión más
radical" (154) que provoca la "ruptura y aversión de Dios en las raíces de la libertad
humana" (155), desde el mismo momento en que el individuo hace su ingreso al
género humano.
Tal enfoque —en consecuencia— permite descubrir la necesidad que tendría la libertad
humana "de un espacio interior liberado previamente por Dios para ser comprendido
teológicamente en toda su verdad, ya que ‘para la libertad nos liberó Cristo’, según
Gal. 5, 1, seguido por Agustín hasta Trento" (156).
14
Por otro lado, pero en torno al mismo eje y en relación al tema ecuménico, A. Meis
señala que a la luz de los estudios relativos a la justificación, provenientes tanto del
mundo católico como del protestante (166), "se cuestiona hoy su razón de ser como
modelo interpretativo con relevancia ecuménica" (167). En efecto, para la autora, el
punto principalmente conflictivo hoy es la relación que se establece entre el hombre
justificado y el mundo, ante el cual "sigue latente en el área protestante un dualismo,
mientras en la reflexión católica persisten ambigüedades respecto de la distinción poco
feliz entre gracia creada e increada, distinción proveniente de la Edad Media, pero
profundizada en los años inmediatamente previos al Concilio Vaticano II, hacia una
mejor comprensión del don increado que es Dios Mismo en cuanto Padre, Hijo, Espíritu
Santo. Esta profundización que inspira notoriamente al mismo Concilio se ha ido
desplazando en la recepción postconciliar nuevamente hacia la gracia creada, y esto en
su dimensión más bien sanante, lo que lleva a K. Lehmann a preguntarse si todo el
esfuerzo logrado por destacar la autodonación de Dios, no habrá sido en vano" (168).
En este sentido —para A. Meis— es Hans Urs von Balthasar quien ofrece un
tratamiento teológico de más criticidad relativo al problema de la predestinación, al
asumir seriamente la situación del hombre pecador sobre quien pende el juicio de Dios,
y al mismo tiempo creer "vivamente en el amor cada vez mayor de Dios Padre, quien
carga sobre Su Hijo la condena del hombre, de tal forma que la cruz está al otro lado
del infierno" (176).
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De esta manera —afirma la autora— el problema de la predestinación es el que
muestra en forma más profunda el estado de crisis en que la gracia como verdad
teológica se halla. En efecto, "como en ningún otro problema del tratado de la gracia,
se hace presente aquí la dimensión forense del juicio, origen propio de la crisis en su
sentido bíblico. Al mismo tiempo, resalta la dimensión más profunda de la gracia en
cuanto misterio del amor insondable de Dios, amor que quiere que todos los hombres
se salven por la libre acogida de este amor en sus vidas, al elegir libremente lo que
Dios desde toda la eternidad ha elegido en bien de ellos" (177).
Esta situación histórica original, que manifiesta dificultades para ser pensada —porque
"requiere detenerse ante un peculiar existir lo uno en lo otro, tanto a nivel existencial
como histórico, que hace del hombre un ser que no fue creado por Dios como pecador,
sino que se hace pecador, porque nace como tal" (181)— es objeto constante de
cuestionamientos provenientes del "avance de las ciencias bíblicas, los aportes de la
evolución y la imagen moderna trascendental del hombre" (182), los que a pesar de
sus críticas cada vez más agudas, no han podido —sin embargo— lograr despedirla
definitivamente, antes bien —según la autora— la realidad del pecado original aparece
cada vez más consolidada, toda vez que dichas críticas son —a su vez— objeto de
críticas, lo que se manifiesta —después de décadas— en el paso de un acercamiento al
tema desde un enfoque netamente antropológico, basado en el aporte de las ciencias
humanas, a uno más netamente teológico: desde Dios.
Desde esta perspectiva, la cruz en cuanto luz de dicha verdad oscura acentúa
la paradoja del origen en cuanto revela su polaridad, no solo la relativa a la misma
estructura paradójica del ser, sino también la relativa a la historia, en la medida que el
origen está compenetrado en el presente y lo proyecta hacia un fin. En virtud de ello,
16
pensar el pecado original, tendría que implicar establecer una ligazón interna con una
protología siempre abierta y camino hacia una escatología, lo que refuerza —para la
autora— una opción por una mirada más teológica respecto al tema, con una
colaboración de la filosofía (186).
Pensamos que a partir del desde Dios —a modo de marco teórico— y a la polaridad
mencionada como eje nuclear estructurante, la autora realiza la selección del material,
a base de los cuales realiza su reflexión (187) alrededor de los siguientes aspectos: "el
‘pecado propio de cada uno’; el carácter universal; la ‘privación del Espíritu Santo’; el
‘cuanto más’ del Segundo Adán, y la situación agónica" (188).
Ahora bien, tal como hemos señalado en las páginas precedentes de este trabajo en
relación a los aspectos particulares del tratado acerca de la gracia, en términos a que
dichos aspectos habría que entenderlos alrededor del binomio naturaleza y gracia, el
cual se radicaliza al objetivarlo en la relación libertad-gracia, en este caso, los aspectos
particulares relativos al pecado original tendrían el mismo eje acotado en la polaridad
(189), también radicalizada al relacionarla con la libertad.
1.2.1.1. Relación entre el carácter individual y universal del pecado con la libertad
Ahora bien, para la autora, tal punto de arranque plantea algunos cuestionamientos a
esta doctrina en cuanto —por un lado— está sujeta a una comprensión más filosófica
que teológica, y —por otro— existe un peligro de pervertir la fe en la creación si se
llegase a identificar la estructura de la libertad humana con su constitución
pecaminosa.
17
pasivamente sufrido, dado que la libertad está adelantada respecto a su realización,
imposibilitada para llevarla a cabo (197).
En su carácter universal, el pecado original da cuenta —por una parte— del hecho
fundamental relativo a la unidad y solidaridad del género humano —las cuales "son
irreductibles a la suma de elementos y comprensibles solo desde Dios en cuanto
totalidad, pues somos, a la vez, miembros del género humano y personas
subsistentes" (198)— y, por otra parte, que su comprensión es posible a partir de su
interrelación con el carácter individual, en cuanto el pecado de Adán aporta como
consecuencia la capacidad propia de cada hombre de pecar (naturaleza defectuosa), lo
que se manifiesta al constatar en la cotidianeidad la existencia de una situación
universal de malestar, una sensación de algo que no debiera darse, contrario a la
voluntad de Dios, lo cual supone una culpa como causa.
Finalmente, en 1998, A. Meis retoma la problemática del pecado original —ahora más
centrada en el status quaestionis— ubicándola al interior de un diagnóstico marco: la
"atención creciente a la persistencia de la verdad del pecado original" (209).
18
por la historia del pecado que remonta hasta los comienzos de la humanidad"
(213).
19
decisivo para la intelección de los temas antropológico-teológicos recientes, en cuanto
Metafísica del amor (226).
En relación a esto, en un segundo momento, nos parece pertinente ubicar los aportes
que hace Renato Hasche en su artículo "El hombre, un ser convocado" (234) y Juan
Noemi, especialmente a través de su artículo "La esperanza cristiana como fuerza de
libertad" (235), dado que si bien los autores profundizan en aspectos relativos a la
conciencia, libertad, responsabilidad, entre otros, estos son ubicados para su reflexión,
en el marco de la interpelación que suscita en el hombre —externa e internamente— el
evento inaugurado por Jesús en su irrupción histórica.
20
2.1. El hombre como un ser cristificado y cristiconformado
2.2. El ser personal del hombre como base de su capacidad de ser convocado en virtud
de su libertad, a partir del acontecimiento cristiano
Ahora bien, de ese hecho histórico —dice el autor— se desprende una afirmación
fundamental acerca del ser humano: su ser personal, el que le permite establecer
relaciones dialogales interpelativas, a partir de lo cual puede constituirse en un ser
capaz de establecer relaciones de alteridad con Dios y en virtud de ello ser convocado
por Él (243). Es precisamente en esa relación dialogal constitutiva, producto de la
irrupción de Dios en la historia, "donde debe insertarse la intelección originaria del
hombre, su antropología teológica" (244).
21
vocación está referido a un diálogo que —por una parte— es vocación, es decir un
llamado por medio de la palabra, pero —por otra— desde la perspectiva del hombre, la
palabra además de ser instrumento vehiculizador de significado, es "expresión de un
ser que se está traduciendo a sí mismo porque se conoce a sí mismo" (245). En este
sentido, se manifiesta la capacidad que tiene el hombre de separarse de su intimidad,
de su propio yo y objetivarse, mostrándose a sí mismo su propia presencia. De esta
manera, "si el hombre es capaz de conceptualizar una ‘convocación que viene de
allende los límites de lo espacio-temporal, que, aunque obscura, es perentoria, si es
capaz de abrirse a un otro Yo y en ese diálogo primario, prelógico, pre-objetivado,
tomar conciencia de su propia caducidad, está acusando que, si bien está anclado en la
materia inmediata, en esa materialidad no se agota su ser, ni en ella puede radicar el
último principio de existir" (246).
Desde este punto de vista, R. Hasche afirma que la libertad "no es primariamente
libertad para algo, sino libertad para Alguien; es libertad como un Sí al otro Yo
supremo, a quien me abro y en cuya apertura llego realmente a ser" (250). De ahí que
esta dinámica del ser humano en su tendencia hacia el Bien Absoluto
como encuentropersonal "lleva paradójicamente al olvido de sí, a la máxima gratuidad
y donación, comprensible solo para quien es capaz de un amor realmente gratuito.
Pero en ese olvido total, en esa ‘alienación’ grandiosa, es donde se logra la suprema
posesión de sí mismo. Si la convocación de Dios es la relación constitutiva del ser
humano, mientras con más libertad se establezca y realice esa relación, con mayor
fuerza se percibirá la instalación del hombre en sí mismo. Y a la inversa, mientras más
consolidado en sí se sienta el hombre, mayor libertad tendrá para la donación de sí
mismo" (251).
22
de aquel a quien llamó en su convocación suprema" (253). En este sentido, el aporte
de J. Noemi es un complemento que cualifica lo expuesto en cuanto este autor señala
que lo acaecido con Jesús, no solo se constituye en el evento objetivo que manifiesta
el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a Israel, inaugurando con ello una
relación personal convocatoria, sino que al mismo tiempo se constituye en el evento
personal —en virtud de su pascua y de la transformación entitativa que ha provocado
en el ser del cristiano como consecuencia (254)— futuro y objetivo que funda la
esperanza cristiana como posibilidad real (255) y de una manera crónica, es decir,
esperando en el tiempo y en todo tiempo, lo que —según Noemi— funda "la
responsabilidad activa de un futuro en un presente determinado" (256) y le permite
afirmar el talante radicalmente libertario de la esperanza cristiana. En efecto, para
Noemi, el carácter libre del hombre se basa en que Dios se manifiesta como su único
sentido y fin definitivo actualizado por Jesús, de manera que "esperar el reino de Dios
(...) significa afirmar al hombre como un ser, un sujeto para Dios. Ahora bien,
teológicamente esto es lo que define positivamente la libertad: el hombre es un ser
libre porque es para Dios" (257), y en este sentido el Reino de Dios, como único futuro
salvífico para el mundo, se establece como don que plenifica la libertad (258).
Si bien, de acuerdo a lo señalado por Restrepo en las páginas iniciales de este trabajo,
el Concilio no soslaya la dimensión de pecado, enraizado en el corazón humano como
causa de todos los desequilibrios del mundo y las miserias del hombre frente a Dios, la
reflexión de la teología sistemática a través de las publicaciones de la Revista Teología
y Vida ha asumido este tema preferentemente a través del aporte de A. Meis que
hemos expuesto anteriormente en el marco del status quaestionis. En este sentido —
salvo el aporte de José Aldunate a través del artículo "El pecado social, teoría y
alcances" (259)— llama la atención particularmente la ausencia de reflexión relativa al
pecado original.
Tal vez, dicha ausencia pueda deberse a las diferencias y contradicciones que se han
planteado respecto a este tema entre la exégesis dogmática y la exégesis crítica que
Juan Noemi señalaba en 1978 en el artículo "Exégesis y Dogma: A propósito del
‘Pecado Original’" (260), lo cual habría tenido resonancia —de acuerdo a nuestro modo
de entender el planteamiento de Noemi— en la realización de una elaboración
teológica respecto al pecado original, cerrada en sí, sin referencia a una perspectiva
histórico-salvífica (261), y con la necesidad de "reseñar la dependencia del concepto
con respecto a la experiencia que lo posibilita" (262).
En el artículo recién aludido de Juan Noemi, es muy sugerente lo que el autor señala
en relación a la posibilidad que una insuficiente elaboración de la demonología
condicione las dificultades que presenta la doctrina del pecado original (263),
insuficiencia que —pensamos— suscita un artículo en esta línea a partir del
pensamiento de F. W. J. Schelling titulado "El demonio da que pensar" (264),
publicado por el mismo Noemi cinco años después.
En este último artículo, el autor hace una reseña a base de tres puntos que darían
cuenta de la parte positiva del planteamiento de Schelling relativo a la demonología.
23
El primer punto trata acerca del demonio como radical realidad de principio, que en
primera instancia es una mera posibilidad de realización —no es todavía principio
real— escondido dentro de los límites de la conciencia humana, y por tanto en
condición de creatura (265).
El segundo punto se refiere al rol que le cabe al hombre en el origen y actualización del
demonio como principio real supra-creatural, al levantar —mediante la caída del
pecado— los límites de la conciencia y permitir que el demonio deje de ser creatura y
se constituya en espíritu transgresor desvinculante y amenazador (266).
Lo anterior le permite al autor afirmar que si bien se constata la vigencia del tema del
pecado original en la reflexión teológica de hoy debido a los alcances que tiene para la
24
vida y para la praxis cristiana, se constata también su inadecuada formulación para el
hombre moderno. En efecto, el pecado original se llama así —dice el autor— por el
hecho que todos los hombres, sin excepción, nacen en situación de pecado y así como
son solidarios en el origen, lo son también respecto a la solidaridad compartida que
tienen en el desarrollo del mundo, desarrollo que se forja —muchas veces— en
oposición al proyecto de Dios. De ahí que Aldunate señale que el pecado está presente
en la obra humana como pecado del mundo, cristalizada en estructuras o situaciones
de pecado. Así, el pecado del mundo no es necesariamente la suma de pecados
personales, sino más bien el contexto situacional atmosférico en el que el hombre está
colocado, y en este sentido los pecados personales no son sino concretizaciones,
producto de esta atmósfera. De ahí que el autor vea una estrecha similitud —basado
en Jn. 1, 29 y 1 Jn 5, 29— entre pecado original y pecado del mundo (272) lo que le
permite hablar de una doble vertiente del pecado, reforzado a partir de la reflexión
teológica latinoamericana (273): la personal y la social.
En este sentido, coherente con su postura, Aldunate señala que el individuo "no es
anterior a la sociedad" (274) y apoyado en el concepto de analogía que introduce en
esta discusión Marciano Vidal (275), se opone a la relación que establece la visión
tradicional —incluido el aporte de la doctrina social de la iglesia— entre la opción
personal y la opción colectiva. Para esta —en efecto— el analogatum princeps es el
pecado individual, en el sentido que la persona trasciende la sociedad y es anterior a
ella. En este sentido, solo la persona sería libre y por tanto responsable. Toda
conciencia moral se resolvería en el individuo. Contrariamente —continúa el autor— en
la Biblia el pecado parece encontrar su fundamento en la solidaridad de todos los
hombres en el mal. De hecho, el pueblo es sujeto de la alianza y —por tanto— sujeto
principal del pecado de infidelidad. Por su parte el Nuevo Testamento, a través de Juan
y Pablo, introduce el concepto de pecado del mundo que representa lo que hoy se
denomina pecado estructural (276). Por su parte, para la misma tradición teológica —
continúa Aldunate— la constitución de la conciencia personal es precedida por un
pecado original equivalente a lo que hoy se entiende como pecado del mundo, más
concretamente como condicionamientos pecaminosos que están alrededor de dicha
conciencia aún antes de nacer; no obstante con el surgimiento de la autonomía del ser
humano, expresada en su actuar libre y consciente, este puede reaccionar sobre su
entorno y contribuir a cambiarlo como una tarea solidaria en su vida (277).
CONSIDERACIONES FINALES
25
solicitudes puntuales entre las cuales sobresale el aporte de A. Meis, en términos que
no solo manifiesta una preocupación por ir dando cuenta de la evolución de la
antropología teológica después de los desafíos planteados por el Concilio, sino también
por ver la ubicación que va teniendo en dicha evolución su propia perspectiva, el desde
Dios, que para ella constituye la postura más claramente teológica. Desde esa
perspectiva —pensamos— elstatus quaestionis de la antropología teológica que ella
realiza de manera erudita y constante podría entenderse como el status
quaestionis del desde Dios.
La riqueza de los contenidos que ofrece este aporte, nos motiva a comentar —a
continuación— algunos de sus aspectos, en el marco de estas consideraciones finales.
26
objetivable. Ahora bien, en este enfoque fenomenológico no es posible soslayar
las relaciones previas o posteriores que existirían con el aporte reflexivo de
otros pensadores como Sartre, Gadamer, Ricoeur, Ladriere, entre otros,
quienes —sin duda— han encontrado en las ciencias humanas referentes
importantes para sus reflexiones (279). En este sentido, la connaturalidad
existente entre la teología y la filosofía (280), que se hace patente hoy de
manera especial al manifestarse la convergencia existente entre ambas
disciplinas, si consideramos al sujeto como punto de arranque común para sus
respectivos discursos (281), tiene constitutivamente —según nuestro
entender— el imperativo de la interdisciplinariedad y de la transdisciplinariedad.
En efecto, las situaciones que se le plantean al hombre de hoy, de las cuales
emergen las condiciones en donde se originan lasexperiencias que suscitan la
pregunta por el sentido o por el sin sentido, y la búsqueda de sus abordajes,
implican la integración de enfoques y habilidades diferentes (282), lo que le
permitiría a la teología no solo colaborar en la resolución de problemáticas
emergentes, sino también tener la posibilidad —a través del diálogo crítico— de
encontrarse con sus fortalezas y debilidades, evitando con ello la tentación a la
autorreferencia, con el consiguiente riesgo de intervenciones
descontextualizadas en el medio cultural, que digan poco o nada al hombre de
hoy.
1.1. La antropología teológica, desde el polo teocéntrico —desde Dios— en relación con
el psicoanálisis
A la luz de este referente, pensamos que una antropología teológica que parte desde la
unidad entre el teocentrismo y el antropocentrismo que se da en el sujeto, y al interior
de esa unidad desde el polo teocéntrico —desde Dios— debería asumir un diálogo con
el psicoanálisis en virtud —a lo menos— de tres razones:
27
del sujeto que habla, que crea, que desea, y no en el de los enunciados, donde se
sitúa la cuestión cardinal que el psicoanálisis plantea a todo discurso humano, sea este
religioso o de cualquier otro orden" (285).
c) La tercera razón, brota del planteamiento que el psicoanálisis ha hecho a toda razón
teórica o práctica relativa a "mostrar las íntimas conexiones existentes entre reflexión
y pulsión, entre el desear y el pensar" (291). En efecto, tales conexiones muestran que
el pensamiento es movido por el deseo (292), al punto que en ocasiones —señala C.
Domínguez— los intereses de la afectividad son más potentes que los argumentos
28
lógicos, desatándose con ello la denominada ilusión, que no es otra cosa que una
construcción mental basada en la primacía del desear por sobre el pensar (293).
Esta sospecha que recae sobre toda razón teórica o práctica, incluido el mismo
psicoanálisis (294), tiene una resonancia interpelativa fundamental para la fe. En este
sentido, S. Torres Pinto, haciendo un análisis del pensamiento de Pohier, señala que
"la fe se encuentra interpelada por el psicoanálisis de una manera original, tal vez
como jamás lo había estado. La sospecha que se cierne sobre ella hay que reconocerla
como radical: aquella de no poder ser otra cosa que una radical ilusión del deseo"
(295).
Ahora bien, ¿no es sugerente para toda antropología teológica que parte desde el
sujeto, pero particularmente para aquellas que optan por el desde Dios —al interior del
sujeto— acoger esta interpelación y asumir el desafío que significa plantearse hasta
qué punto una reflexión acerca de la relación Dios-hombre que deja en un segundo
plano el recurso a las ciencias humanas corre el riesgo de caer en la omnipotencia de
las ideas?
Por nuestra parte, pensamos que una perspectiva antropológica que asuma
preferentemente el polo antropocéntrico facilitaría el diálogo con el psicoanálisis, toda
vez que dicha perspectiva significaría reconocer, en primer lugar, la condición de
fragmentación que vive el hombre en la historia. Esto querría decir, que el punto de
partida de la antropología teológica no podría ser "el absoluto, sino la acuciante y
dolorosa finitud del hombre, cuyo nacimiento y muerte remiten a la precariedad y al
sufrimiento" (297). En tal sentido, se manifiesta como relevante el
carácter dramático que comporta la privación de la gracia como consecuencia del
pecado, el que se hace simultáneamente patente —por un lado— endógenamente a
través de la posibilidad del acoso del absurdo —acoso de la nada— a que se ve
enfrentada la existencia humana en sus coordenadas de muerte, vida y convivencia
(298) y —por otro— exógenamente a través de las condiciones y estructuras
generadoras de situaciones de injusticia en las que vive un porcentaje importante de la
población latinoamericana. Es precisamente en estas situaciones donde se genera la
experiencia —no solo la vivencia— de no salvado, de creaturalidad, de carencia radical,
de necesidad de sentido, donde la razón tomada de la mano de Dios encuentra la
ocasión de descubrir la apariencia del absurdo, a partir de la cual es
posible experienciar la sobreabundancia de la gracia y actuar en consecuencia.
La perspectiva del sujeto que estamos tratando ubica como objeto de discusión
insoslayable el tema de la razón, que implica además, las relaciones existentes entre
ella con otros aspectos antropológicos que —en el marco de la mencionada
29
perspectiva— se manifiestan con especial relevancia: se trata de la conciencia, la
libertad y la responsabilidad.
Tal pregunta, enfocada desde la perspectiva del sujeto, además de abrir un espacio
para una mejor comprensión del tema relativo a la revelación natural (300), abre
también un espacio para una comprensión más cualitativa de la relación entre Dios y el
hombre, basada en la categoría de persona o —como preferiría A. Meis—
de rostro(301), donde —a nuestro entender— adquiere especial relevancia el
término compenetración.
Veamos esto con mayor atención: Para abordar este tema es preciso distinguir dos
tipos de relaciones que la razón establece, respectivamente, con dos dimensiones o
niveles diferentes —si bien no necesariamente excluyentes entre sí— de la realidad:
a) El nivel lógico: ante este nivel, la razón está orientada a relacionarse con la realidad
en términosdemostrativos, es decir a dar cuenta de su funcionamiento con la mayor
certeza posible. El conocimiento generado en este ámbito se mueve en el plano de
la información y supone un sujeto separado del objeto, en aras de la objetividad de tal
conocimiento. Aplicado a la teología, y con apoyo de la metafísica, surgirá una
disciplina basada en un modelo hermenéutico especulativo formal que centrará la
atención en un discurso tendiente a garantizar la objetividad de los contenidos
doctrinales (positivismo teológico). Este modelo, además de estar enfrentado al
constante riesgo de decantar en un "totalitarismo del lenguaje, con la pretensión de
obtener unos fundamentos inmutables y de ofrecer unas respuestas totales y
definitivas" (302), permite demostrar —inductivamente, por ejemplo— que existe un
primer motor inmóvil, que es la causa de los efectos positivos y de los bienes de la
creación, pero no puede mostrar el rostro personal interno de Dios en su calidad
paterna y materna. En este nivel, la razón no dependería de la gracia (303) y en este
sentido, la posibilidad que el quehacer teológico pierda su rumbo es alta, al enfrentar
el constante peligro de no considerar suficientemente la realidad mistérica de Dios y
reducirla a problema.
30
el sentido —y/o desde donde arranca también la angustia como expresión del sin
sentido y de la atracción que ejerce la presencia del no ser al interior del sujeto
humano, provocándole la paradoja de una existencia "atraída por el infinito y
perseguida por la nada" (304)— y muestra el talante eminentemente histórico del
hombre —si entendemos la historia como el tiempo vivido en libertad— con sus
referentes protológicos y escatológicos. En efecto, según J. Alfaro el ser personal, que
estaría dado por la conciencia y la libertad, impondría la pregunta relativa a su origen
y a su orientación futura (305). De hecho, dada la índole exclusivamente interior de la
conciencia y admitida como muy probable la tesis evolucionista, el aparecimiento de la
conciencia no puede ser explicado —solo y en última instancia— como el mero
resultado del proceso de la materia, puesto que este proceso supone la verificalidad
empírica, mas la conciencia no pertenece a este ámbito (306).
Por su parte, siendo la libertad apertura apriórica, su origen tendría que estar en
aquella misma que suscita y sostiene dicha apertura. De ahí que, el origen de y
el término hacia de la libertad sean idénticos (307). Ahora bien, supuesta la
responsabilidad como constitutivo esencial de la libertad, el tema puede ser enfocado
también desde la siguiente perspectiva: "¿De dónde proviene (en última instancia) la
responsabilidad del hombre; ante quién (en último término es responsable)?" (308).
Tales preguntas permiten validar y acotar aún más la identidad mencionada dado que
el de dónde y el ante quién tienen que ser la misma realidad porque en definitiva "la
realidad última que hace al hombre ser responsable, es la misma ante la cual el
hombre es responsable" (309), puesto que la responsabilidad solo se entiende en
relación a un ser personal. Por eso "el hombre es responsable de la transformación de
la naturaleza, pero no es responsable ante la naturaleza. No se puede ser responsable
ante una realidad impersonal como es la naturaleza, sino solamente ante un ser
personal" (310), que en última instancia remite a Dios (311) como Aquel que se ha
autodonado previamente en libertad, generando en el devenir del tiempo la posibilidad
de construir junto al hombre en la historia —historia de Dios e historia de los
hombres— a base de un diálogo de persona a persona que se origina en la mutua —
pero desbordante— compenetración, que comporta para el hombre una
responsabilidad que implica una relación comprometida y solidaria con el hombre y con
el mundo. De esta manera, en todo el ejercicio de su libertad, el hombre está
condicionado por su situación presente en el mundo, y ante los demás hombres, de
modo que su responsabilidad trascendente ante Dios, siempre incluirá —como
fundamento de su actuar ético— una responsabilidad concreta en y por el mundo y
ante la humanidad.
Nos hemos explayado respecto a este tema porque si bien pueden estar presentes al
interior de los artículos estudiados, queda pendiente el desafío de ver la forma de
relación establecida entre los distintos componentes de lo humano; por ejemplo, entre
conciencia y libertad —como expresiones de la dimensión subjetiva— con la razón e
instinto, como expresiones de la dimensión objetiva. El tema no deja de ser relevante
de cara a una teología de la historia, si se considera que una historia desprendida del
sujeto puede constituirse en un devenir de relaciones de conveniencia usufructuantes y
racionalmente —en el ámbito lógico— violentas. El retorno del sujeto podría significar
para nuestro país y para nuestra América Latina, tan fuertemente violentada, repensar
el tema del perdón a la luz de la conciencia. En efecto, frente a tanto dolor
injustificado, el instinto exige venganza, la razón exige justicia, la conciencia en tanto
—sin soslayar la justicia— otorga la posibilidad de encontrarle sentido al perdón.
RESUMEN
31
El presente artículo es un estudio de las publicaciones realizadas en la revista Teología
y Vida en el marco de la Antropología Teológica.
Este estudio aborda la temática desde la dimensión subjetiva del hombre, en cuanto
pretende como objetivo visualizar en qué medida tales publicaciones superan la
reflexión jurídico-dogmática relativa al tema, en favor de la incorporación del sujeto.
Con este enfoque se pretende asumir el reto que supone el giro que comporta la ley de
la encarnación como modo de hacer teología, establecido por el Concilio Vaticano II, y
ver en qué medida dicho reto es asumido por la reflexión antropoteológica publicada
en Teología y Vida.
ABSTRACT
This article presents a study of the articles regarding the Anthropological Theology,
published in the JournalTeología y Vida. This study looks into the subjective dimension
of the human being and pursues to visualise to what extent such publications go
beyond the juridical-dogmatic reflection concerning this issue, favouring the
integration of the subject. This approach attempts to undertake the challenge that the
law of incarnation comprises as a way to make theology, established by the Vatican
Council II, and see to what extent such endeavour is taken by the anthropotheology
reflection published in the Teología y Vida.
(1) Esta dificultad es notoria, por ejemplo, en el esfuerzo que realiza Juan Luis Ruiz de
la Peña para otorgarle coherencia a la reflexión relativa a la antropología teológica a
base de la distinción entre Don de Dios —antropología teológica especial, donde ubica
el tema del pecado original en la primera parte, y el de la justificación, en la segunda—
e Imagen de Dios —antropología teológica fundamental— donde el autor ubica el
problema alma-cuerpo; la dignidad de la imagen; la actividad humana en el mundo; la
cuestión del origen, temas donde se manifiesta más claramente la transversalidad
mencionada, lo que genera un problema de delimitaciones entre los contenidos propios
de la antropología teológica y los relativos a otros ámbitos de la disciplina teológica
sistemática. Cf. J.L Ruiz de la Peña, "El don de Dios. Antropología teológica especial",
Santander (1991), [ Links ] e "Imagen de Dios. Antropología teológica
fundamental", Santander (1988), [ Links ]respectivamente.
Pero, por otra parte, la misma distinción realizada por Ruiz de la Peña, a primera vista
parece representar al interior de la antropología teológica la misma dificultad: ¿es
posible plantear tal desagregación de contenidos si en definitiva la imagen de Dios en
el hombre es simultáneamente el gran don de Dios en el hombre?
(3) Cf. Ibíd. 62-63. En efecto, Noemi, citando a Pannemberg, señala que "tomar en
serio al hombre en su subjetividad (…) es condición de posibilidad de un discurso
teológico razonable dado que ‘la filosofía moderna (...) ha pensado cada vez más
resueltamente a Dios como supuesto de la subjetividad humana’" (ibíd. 63), y por otro
lado, desde una óptica estrictamente teológica —continúa Noemi— se puede
argumentar que "Dios es Otro del sí mismo que es el hombre como Creador, que el
hombre es otro de Dios como creatura, que entre ambos se establece un nexo
32
dialéctico positivo que, desde el punto de vista de la teología católica al menos, no ha
sido destruido por el pecado". Ibíd.
Nos encontramos —por tanto— ante una reflexión antropológica patrística sin cuerpo,
y en consecuencia inorgánica, que se constituyó en una dificultad mayor para nuestro
afán.
(7) Si bien no desconocemos que en los autores exista una legítima y necesaria
apreciación personal, debido a sus particulares opciones de enfoques y principalmente
a las posibilidades de perspectivas que otorga el transcurso del tiempo —en relación al
evento conciliar— y la ocasión en que escriben.
Con inmanencia solo queremos señalar los estudios —relativos a nuestro tema—
publicados en la revista Teología y Vida que surgen a partir del análisis explícito del
Concilio Vaticano II, particularmente en este caso de laGaudium et Spes.
33
(11) E. Viganó, a.c. 3.
(13) H.J. Pottmeyer, "Hacia una nueva fase de recepción del Vaticano II", en G.
Alberigo y J. Jossua, "La recepción del Vaticano II", Madrid (1987), 56. [ Links ]
(29) Tal interioridad —según el autor— se identifica con el corazón, con la conciencia y
con el espíritu, y constituye junto a la inmortalidad "la verdad más profunda de la
realidad humana" (ibíd. 284), la que además de ser el fundamento de su grandeza que
lo hace semejante a Dios, es el fundamento de su inteligencia —por la cual puede
acceder a la pregunta fundamental por el ser y elaborar una respuesta— y de la fe, en
cuanto sabiduría que le permite acceder a la verdad de Dios. (Cf. Ibíd).
(30) Cf. Gaudium et Spes, 10,1, citada por el autor. Ibíd. 287.
(31) Cf. Gaudium et Spes, 13,1, citada por el autor. Ibíd. 287.
34
(32) Cf. Ibíd.
(34) Ibíd.
(35) "La dignidad humana supone que el hombre actúe de acuerdo a su conciencia y
su libertad, que no se deje presionar por los impulsos internos y coacciones externas".
Ibíd. 286.
(37) Verdadera libertad se entiende en relación a la falsa libertad cuyo ejercicio tiende
a elegir "buscando no el bien sino el simple querer del hombre" Ibíd. 286.
(40) "La Iglesia en la Tierra está sumergida en el tiempo humano; está hecha de
‘historia’ y de ‘historicidad’ con todo lo que implica de concreto". Ibíd. 18.
"Así es, por lo demás, el mismo hombre en la historia: no una estatua ya esculpida y
colocada en el nicho, sino una vida en gestación y perenne conquista". Ibíd. 19.
(42) "El aprecio por la dignidad de la persona humana ha estado en el centro de las
preocupaciones conciliares. Entre las muchas pruebas que se podrían dar recordemos
algunas:
— los ministerios, las funciones, las vocaciones y los carismas son entregados por el
Espíritu Santo a diferentes individuos pero en vista del bien común del conjunto de las
personas que viven en la comunión de la Iglesia;
— la armonía entre estos individuos con diferentes funciones exige el diálogo que es
siempre una intercomunicación ‘personal’;
35
— la especial valoración del Laicado es otra expresión del aprecio de la dignidad de la
persona; la Iglesia es comunión no solo de provecho, sino también de responsabilidad:
todos los bautizados tienen la misma dignidad personal y la misma responsabilidad
vocacional para la salvación del mundo, aunque con diferentes tareas; la Declaración
sobre la libertad religiosa pone especialmente en vista el sentido que de la persona
humana ha tenido el Concilio y como toda la pastoral de la Iglesia deberá revestirse de
las características propias de la persona, que se mueve específicamente en la
atmósfera de conciencia y de libertad, de convicciones auténticas y de decisiones
queridas". Ibíd.
(45) Ibíd.
(48) Ibíd. 14. Cf. E. Viganó, a.c. 13: "El Cristianismo es acontecimiento de vida, y no
simplemente ‘libro’; es una realidad compleja y vivificadora de la existencia, que lleva
a la historia hacia una meta".
(50) Ibíd. 15. En virtud de lo cual, "resalta aquí un arriesgado esbozo de la relación
‘naturaleza’ y ‘gracia’". Ibíd.
(51) En este sentido Viganó señalaría que entre "otros resultados y comprobaciones de
interés" (a.c. 14) que habría tenido el Concilio estaría la "abdicación de un
esencialismo poco histórico de la teología neoescolástica que no ha sabido concurrir en
el Concilio a la solución de los grandes problemas eclesiales de hoy". Ibíd. 15.
(53) Ibíd.
(55) Ibíd.
(56) Ibíd.
(57) Ibíd.
36
(58) Ibíd.
(59) "El mundo es, pues, creación, lo cual no solo se reduce al hecho inicial de que su
existencia se debe a un acto libre, soberano, en un comienzo cronológico. El ser
creación designa también el carácter peculiar, dialogal, gratuito y abierto que conserva
el mundo con su origen absoluto, como condición trascendental". Ibíd. 18.
(60) Ibíd.
(61) Ibíd.
(62) Ibíd. 19. Cristo "no se encuentra con el hombre desde fuera meramente, sino allí
donde el ser humano es propiamente hombre en su corazón. Siendo Él verdadero Dios,
institucionaliza, por consiguiente, los deseos más profundos del corazón humano, ya
que su cuerpo se debe plenamente al Espíritu". Ibíd.
(63) Ibíd.
(64) Ibíd.
(65) "La Iglesia, ofreciendo al mundo el sentido, lo libera. Esto significa recordar que el
hombre, en su corporeidad, se materializa en la sucesión de momentos cronológicos".
Ibíd. 21.
(66) Ibíd.
(72) Ibíd.
(73) Ibíd.
(74) Ibíd.
(76) Ibíd.
37
(77) Ibíd.
(78) "El coloquio se instituye así en torno a lo que surge entre las palabras: la verdad".
Ibíd. 31.
(79) Ibíd.
(80) Este tercero —de acuerdo a lo planteado por la autora— se deduciría del concepto
de persona usado —aun cuando no explicitado mayormente— por el Concilio.
(83) Ibíd.
(87) Cf. A. Moreno, "Tarea y destino del hombre", en TyV, vol. XXIII (1982), 87-
104. [ Links ]
(94) En relación a esto, basado en el concepto de pairi-daeza usado por los persas, A.
Moreno señala que el jardín —en cuanto se constituye en fuente de las aguas y del
árbol de la vida— se presenta, de alguna manera, como la posibilidad que tendría el
hombre de vivir como Dios (cf. "La exégesis de Génesis 2, 4b-3,24. Problemas de
método", 273. Cf. nota 40). En efecto, para el yahvista el jardín no es el lugar donde
Dios puede llevar una vida divina; más bien habría sido plantado para el hombre y una
vez que este hubo sido creado. En este sentido, para el yahvista "el hombre ha sido
creado para poseer esa vida perfecta". (Ibíd. 273).
(95) Cf. "Tarea y destino del hombre", 95; ver nota 36. "Génesis II, 4b-III, 24", 211.
38
(96) Cf. "Génesis II, 4b-III, 24", 214. "La exégesis de Génesis 2, 4b-3, 24. Problemas
de método", 274. El tema de la vergüenza constituye una especie de bisagra entre el
estado paradisíaco y la caída, en el sentido que la mención de la desnudez y de la
vergüenza al final del capítulo 2 "nos anuncian lo que vendrá" ("Génesis II, 4b-III, 24",
214). En efecto, tal sentimiento es presentado por el yahvista como "la expresión del
desequilibrio interior de este hombre que antes era perfecto. Ahora está mal, ha
perdido su armonía interior y no está satisfecho" (ibíd. 215), lo que demuestra que el
orden de la creación se ha deteriorado. (Cf. Ibíd).
Para A. Moreno esta sería la mayor forma para expresar que el absurdo de la
existencia humana, su sin sentido, la pérdida de paz, deben su origen al pecado, lo
cual alcanza una relevancia mayor si se tiene en cuenta que en el Oriente, la desnudez
es señal de abandono, miseria, vergüenza, indigencia. (Ibíd).
(100) Esto le servirá a A. Moreno para concluir que en la biblia existe "una actitud
fundamentalmente positiva respecto a las capacidades de que está dotado el hombre
para existir en este mundo, ya sea actuando sobre la naturaleza, ya sea organizando y
proyectando su existencia en sociedad". ("Tarea y destino del hombre", 101).
39
(104) Ibíd. 291.
(106) Cf. Ibíd. Para B. Villegas, a partir del pensamiento de Pablo en Romanos "se
desprende que la fe es la actitud por la cual el hombre, reconociendo y aceptando su
total insuficiencia para alcanzar por sí mismo la plenitud de su vida, se fía
decididamente en la plena suficiencia de Dios". Ibíd. 290.
(111) Tal principio "hace concebir las cosas de la siguiente manera: si el pecado como
transgresión de la ley tiene como retribución la muerte, la justicia como observancia
de la ley tiene como retribución la Vida eterna (concepción de los fariseos)". Ibíd . 293.
(112) Cf. Ibíd. Los efectos en el hombre de tal complicidad los trata Jaime Moreno en
un análisis que realiza respecto a Rm. 1-3. En efecto, partiendo de la tesis paulina que
afirma que todos estamos bajo pecado, y de la constatación que el conocimiento de la
ley —por parte del hombre— "se ha transformado en conocimiento experimental y
profundamente vivido del pecado (Rm. 3, 20)" (Jaime Moreno, "Pecado e historia de la
salvación", en TyV, vol XIII, 1972, 42), [ Links ] J. Moreno realiza una proyección
de tal situación en la vida del hombre, basada —según él— en los aspectos más
radicales del pecado: la idolatría y la jactancia. Cf. Ibíd. 39-45.
(115) Ibíd.
(117) Véase los ejemplos que cita el autor en la página 301 del artículo que estamos
tratando,
(118) Cf, 1 Cor. 15, 45; 2 Cor. 3, 17; Rom. 1, 14, citados por el autor (ibíd. 302); pero
especialmente Rom. 6, 2-11, donde existen "repetidas alusiones a la existencia de los
justificados como participantes de la vida nueva de Cristo resucitado en cuanto que es
una ‘vida para Dios’". Ibíd. 301.
40
(121) B. Villegas, "Los dos Adanes y un hombre nuevo: Avatares de un tema paulino",
en TyV, vol XXXI (1990), 48. [ Links ]
(125) Cf. Ibíd. "El revestirse de Cristo aparece en Gal. 3, 27-28, no ya como un evento
escatológico futuro, sino como una realidad a la que los cristianos han tenido acceso
en el bautismo". Ibíd. 49.
(131) Cf. "El rostro del otro: Acercamientos recientes a la antropología teológica", 13.
(135) Cf. "La Gracia, ¿una verdad teológica en crisis?", 231; "El rostro del otro:
Acercamientos recientes a la antropología teológica", 34.
(136) "El rostro del otro: Acercamientos recientes a la Antropología Teológica", 24.
41
(137) Cf. J. Pottmeyer, a.c. 49-67, citado por A. Meis, "La Gracia, ¿verdad teológica en
crisis?", 228.
(142) Ibíd. 227; "El rostro del otro: Acercamientos recientes a la Antropología
Teológica", 34.
(146) Cf. Ibíd. "Es (...) el contexto cultural, con proyección hacia la cultura adveniente,
el que radicaliza la pregunta por la relación, naturaleza y gracia hacia su máxima
profundidad". Ibíd. 236.
(150) Más que una carencia pneumatológica "llama la atención (...) una notoria
ausencia del rostro concreto en el enfoque rahneriano de la realidad humana. Persiste
la pregunta ¿no serán los presupuestos filosóficos, de los cuales se sirve Rahner, los
que bloquean el encuentro con la extrañeza del otro, sobre todo de la mujer, como
diría Karl Barth, en cuanto proyectan con facilidad aquel horizonte que supera la
separación tajante entre lo categorial y lo trascendental a nivel noético? Sea como sea,
estudios nuevos inspirados kantianamente como los de Rahner, logran revelar facetas
concretas y faciales del encuentro entre lo natural y lo sobrenatural, hasta en su
proyección mística". Ibíd. 20.
42
teología de la liberación, Kasper se permite plantearles a estos intentos de reformular
la relación naturaleza y gracia una pregunta decisiva ¿podrán conservar la absoluta
unicidad de la novedad de Jesucristo?" Ibíd. 18.
(160) Ibíd. Cf. H. Urs von Balthasar, "Theologik III", 217-223; [ Links ] J.
Werbick, "Zur Freiheit befreit? Fundamentaltheologische Und Kontroverstheologische
Überlegungen zur Rechtfertigungslebre". Cath. 32 (1978), 212-214,
[ Links ] ambos citados por la autora. Ibíd.
No obstante "es, en definitiva, H. Urs von Balthasar quien saca a la luz hoy la
profundidad real de la crisis a la cual conduce un replanteamiento de la justificación. El
43
autor muestra a la luz del Dios que es Amor y que como tal conserva su prioridad
innovadora: el amante se recibe desde el tú y llega a ser nuevo ‘dando como tal la
razón a Dios’. Con esto se rescata de modo novedoso la distinción entre Dios y el
mundo". Ibíd. H. Urs von Balthasar, "Klarstellungen. Zur Prüfung der Geister", 4, ed.
Einsiedeln 1978, 49. [ Links ] Cf. E. Jungel, "Gott als geheimnis der Welt. Zur
Begründung der Theologie des Gekreuzigten im Streit zwischen Theismus und
Atheismus", 2ª ed. Tübingen 1977, 445. [ Links ] Cf. H. Doring, "Rechtfertigung
heute", Cath 37 (1983), 61, [ Links ] citados por la autora. Ibíd.
(164) Donde A. Meis destaca el trabajo de B. Villegas a través del artículo "Una visión
de la gracia: La justificación en Romanos" —tratado en el presente trabajo en las
páginas anteriores— en el cual el autor presenta "la justificación paulina en medio de
las interrogantes del contexto latinoamericano, siempre orientada por conceder el
lugar de preeminencia a Dios, quien desborda su amor hacia el hombre en cuanto
sujeto libre, para someterse a la acción salvadora de Dios en Jesucristo". Ibíd. 244.
(168) Ibíd. 243. Cf. K. Lehmann, Heiliger Geist, Befreiung zumo Menschsein-Teilhabe
am göttlichen Leben. Tendenzen gegenwärtiger Gnadenlehre, en W. Kasper, u.d.,
Gegenwart des Geistes. Aspekte der Pneumatologie (QD, 85) Freiburg-Basel-Wien
1979, 181-204, [ Links ] citado por la autora. Ibíd.
(170) Es a partir de la ilustración que "dicha experiencia, de hecho, queda anulada por
la razón crítica o por lo menos reducida a lo irracional, lo cual implica una marginación
del núcleo personal, el corazón del hombre, donde tiene su sede originaria y se
encuentra sometida a las reglas delimitantes de las ciencias exactas, bajo cuyo
dominio el concepto de experiencia se ha ido transformando en ‘experimento’, realidad
manipulable y manipuladora que como tal llegó a ser criterio decisivo de todo saber
científico moderno". Ibíd. 247.
(172) "El rostro del otro: Acercamientos recientes a la Antropología Teológica", 35.
(175) Ibíd.
44
(176) Ibíd. 253.
(178) A. Meis, "La paradoja del origen: Hacia una consolidación teológica del pecado
original", en TyV, vol XXXIV (1993), 262. [ Links ]
(179) Ibíd.
(181) Ibíd.
(182) Ibíd.
(183) Cf. Ibíd. 262-263. "Pero, ¿cómo pensar esta verdad teológicamente si se
pregunta, más allá de la experiencia del mal, de algún modo, siempre actual y fuera de
discusión, por la razón teo-lógica del pecado original? ¿Cómo aproximarse a esta
‘situación universal, que determina a cada uno interiormente, contradice de hecho a la
originaria voluntad de salvación por parte de Dios, que todo lo creó con vistas a Cristo
y quiere colmarlo todo en él’? ¿Quiere decir que la salvación, que Dios ha pensado para
el hombre como hombre, no se le da de hecho por su origen, de manera que existe
una contradicción entre su ordenación a Cristo y su determinación por la
pecaminosidad general? Aquí radica la razón más profunda de la ruptura entre el
hombre y el mundo; ruptura, en la cual el hombre se encuentra comprometido tanto
como ‘actor’ cuanto como ‘víctima’". Ibíd. 263.
(185) Cf. Ibíd. "No hay otra posibilidad de comprender a fondo el dogma del pecado
original: JESUCRISTO, Dios hecho hombre y muerto en la cruz. ‘La cruz es ante todo el
cumplimiento del juicio de Dios sobre el pecador, recapitulado, desenmascarado y
sufrido en el Hijo’. El Hijo fue enviado a la ‘carne pecadora’, para poder condenar el
pecado con su Carne". Ibíd.
(186) La "‘polaridad’ no solo emerge de la misma estructura ‘paradójica’ del ser, sino
también de la historia en cuanto compenetración del presente por un origen, que se
proyecta hacia el fin. Por lo cual la intelección del pecado original se encontrará ligada
desde dentro a una Protología siempre abierta y en camino hacia la Escatología.
Dilucidar tal proceso solo es posible a la Teología, y a ninguna otra ciencia aunque
aquella por su parte, debe contar con una colaboración connatural de otras, sobre todo
de la Filosofía". Ibíd.
(188) Ibíd.
(189) "Cabe recordar que en toda estructura polar confluyen dos hechos:
45
1. El ser, que existe como totalidad de los entes, y que puede revelarse expresando,
de modo oportuno, la significación que implica el ente que se encuentra en la luz
absoluta y puede ser leído e interpretado y
(190) "El teólogo puede pensar esta libertad ‘culpable’ como ‘libertad creada’". Ibíd. "El
rostro del otro: acercamientos recientes a la Antropología Teológica", 29.
(191) Cf. A. Meis, "La paradoja del origen: Hacia una consolidación teológica del
pecado original", 265-266. "Ya Agustín considera la ‘disociación de la libertad’ como
signo, indicio del pecado original". Ibíd. 266.
(193) "La fe exige al hombre realizar su libertad como una libertad liberada gracias a
Cristo. La economía salvífica es un acontecimiento histórico, no empírico, sino
trascendental y por eso también histórico fáctico, en el cual el hombre fue creado para
la comunión con Dios, redimido y liberado. En el reconocimiento y la aceptación de la
gracia, el hombre realiza su propio ser, transformando el ‘deber ser’ en
un eucharistein. Ibíd.
(194) Ibíd.
(195) Ibíd.
(196) Ibíd.
(197) Cf. Ibíd. "La ‘privación de la gracia’ no proviene de un pecado actual, del sujeto
que lo contrae, pero sí desemboca en el pecado actual inevitablemente y a través de
ellos se ratifica el pecado original en la muerte" Ibíd. 266-267.
46
(201) K. Rahner, "Sobre el concepto teológico de concupiscencia", ETI, 379-416, citado
por la autora. Ibíd. 270.
(202) Cf. Ibíd. "La índole pecaminosa del estado de ‘privación’ se va a poner en
evidencia, luego, cuando llegue el momento de hacer una opción personal. Pues si no
interviene la gracia, esta opción será el pecado personal, es decir, una apropiación
responsable de la nativa privación de gracia: el hombre, por sí solo, es incapaz de
hacer el bien". Ibíd. 270-271.
(204) Cf. Ibíd. 271-276. "La obra de la justicia es la causa que abre la salvación para
todos los hombre; es decir, Cristo, su obediencia en la cruz, que se opone a la
desobediencia de Adán. Se contraponen los dos representantes de la humanidad, pero:
vale que de la realidad adamítica son responsables los hombres, pero en la obra de
Cristo el Dios misericordioso se pone de su parte: Jesús en sí no es nada, se vacía,
pero es el Dios que actúa (...): la obra de justicia de Jesús abre de hecho la
justificación, que conduce a la vida; abre la salvación plena. Frente a la desgracia, que
se piensa como universal y que no se puede pensar más radicalmente, se manifiesta la
certeza de la gracia victoriosa, que abre para todos la vida". Ibíd. 275.
"La gracia no actúa solo en analogía al pecado, sino en el ámbito más propio del
pecado, en la humanidad poseída por el pecado, allí interviene y actúa. Los dos lados
no se comportan como ‘comparativo y superlativo’. El pecado alcanza su máxima
medida y no puede acrecentarse más. Si Pablo usa el ‘sobreabundando’ entonces,
indica que el ‘poder de la gracia’ no puede compararse con el poder del pecado, porque
los dos pertenecen a un orden distinto: contra la tiranía del pecado se opone la
gratuidad de la plenitud de la gracia". Ibíd. 276.
(205) "La verdad dogmática del pecado original saca a la luz una situación
eminentemente dramática del hombre con respecto a su fin. El ser humano, quien por
su vocación está llamado a una meta sobrenatural de existencia y a un trascender
continuo de tal naturaleza hacia dicha meta, de hecho, inclina a un poseerse para sí, a
causa de un impulso natural, no pecaminoso por esencia, pero que sí puede llegar a
serlo en cuanto a ‘concupiscencia’. Tal situación se agudiza al verse afectado cada cual
por las consecuencias del pecado original, a causa de que en cada uno se debilita el
deseo natural de Dios y se impone un querer más negativo, un querer ser-solo-para-sí.
47
(208) Ibíd. 279.
(209) "El rostro del otro: Acercamientos recientes a la Antropología Teológica", 25-31.
(211) Ibíd. Cf. R. Schwager, "Evolution Erbsünde und Erlösung", en LTK 3, 1995, 743-
749, [ Links ] citado por la autora. Ibíd.
(213) Ibíd. Cf. Th. Pröpper, "Das Factum Der Sünde und die Konstitution menschlicher
Identidad Eine Beitrag zur Kritischen Aneignumg der Antropologie Wolfhart
Pannembergs", y las réplicas de Pannemberg, en TQ 170 (1990), 267-298;
[ Links ] J. M. Maldamé, "Que peut-on dire du Péché originel à la lumiere des
connaissances actuales sur l’origene de l’humanité? Péché originel, péché d’Adam et
péché de monde", en BLE 97 (1996), 3-27, [ Links ] citados por la autora. Ibíd.
26-27.
(217) Ibíd. Cf. R. Schwager, "Neves und Altes sur Lehre von der Erbsünde", ZKT 116,
1-29; [ Links ] E. Drewermann, "Strukturn des Bosen", 3 vol. 6 ed. Paderborn,
München, Wien, Zurich, 1987, [ Links ] citados por la autora. Ibíd.
(219) Ibíd. Cf. P. Hünermann "Erlöste Freiheit Dogmatische Reflexion im Ausgang von
den Menschenrechten", TQ 165 (1985), 1-14; [ Links ] H. Hoping, Freiheit im
Widerspruch. Eine Untersuchung zur Erbsündenlehre im Ausgang von Immanuel Kant
(Insbrucker Theologische Studien, 30) Innsbruck - wien 1990; [ Links ] idem,
Freiheitsdenken und Erbsünde. Der trasnzendentale Ursprung der Sünde, Th Gl 84
(1994), 299-317; [ Links ]Bpottier, Le Péché Originel selon Hegel. Commentaire
et synthese critique, Namur 1990; Interpréter le Péché Originel sur les traces de G.
Fessard, NRT 111 (1989), 801-823, citados por la autora. Ibíd. 30.
48
(222) Ibíd. 30-31. Cf. M. Neusch, "Le Péché Originel, son irréductible vérité", NRT 118
(1996), 237-257, [ Links ] citado por la autora (ibíd), que presenta un desarrollo
significativo de esta perspectiva.
(225) Ibíd.
(226) Ibíd.
(227) Ibíd.
(228) Ibíd.
(230) "Desde siempre el concepto ‘persona’ ha prestado sus servicios innegables tanto
a la Antropología Teológica, en general, como a la Charitología y Hamartología, en
particular. Pero sucede que esta categoría de persona (...), hoy se ha puesto una de
las más complejas e interpretada de múltiples maneras". Ibíd. 36.
(231) Ibíd.
(236) Cf. "Cristo al centro de nuestra vida moral", 119; 121. "La ley de Cristo no se
impone a manera de una ley externa, sino que nos ilumina y mueve interiormente. No
nos mueve a cumplir solo con la letra los meros preceptos externos, sino que
personalmente impulsa a sobrepasar los límites con su generosidad de quien busca lo
más perfecto según Dios. Por eso la Nueva Ley nos libera verdaderamente de toda
coacción externa". Ibíd. 124.
(237) Para Juan Ochagavía s.j., este conformarse al Cristo glorioso "implica ante todo
despojarse del pecado (Col. 3, 9) y adueñarse y hacer mejor el modo de Cristo de ver,
querer y juzgar las cosas, personas y situaciones. En palabras de Pablo, consiste
primeramente en ‘renovarse mediante una transformación espiritual de nuestro modo
de pensar y revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y la
santidad de la verdad’ (Ef. 4, 23-24). Esta transformación no es fruto de nuestro
propio esfuerzo y tesón, sino don gratuito del Espíritu de Cristo que habita en el
corazón de los que creen en Cristo". J. Ochagavía, "Teología y belleza", en TyV, vol. VI,
(1965), 10-11. [ Links ]
49
(239) Cf. Ibíd. En este sentido es interesante ver el aporte de Fernando Retamal en
relación al tema del llamado universal a la santidad, el cual —de acuerdo a su
planteo— emerge al interior de la realidad bautismal como floración del germen que la
regeneración en Cristo ha obrado en el fiel cristiano, y en virtud de lo cual el hombre
es hecho verdaderamente hijo de Dios y partícipe de la naturaleza divina. Cf. F.
Retamal, "Llamada universal a la santidad en el Concilio Vaticano II", en TyV, vol
XXVIII, (1987), 307-324. [ Links ]
(243) De ahí que "cuando la Iglesia se dirige a un pueblo, no es un simple vacío al que
esta se dirige para colmarlo; sino que más bien, es atraída por un llamado de Dios".
Nelson Soucy, O.M.I., "Religión natural frente a la revelación", en TyV, vol. VI, 1965,
311. [ Links ]
(250) Ibíd. "La voluntad y la libertad constituyen un dinamismo hacia algo y hacia
Alguien, no un mero funcionar vacío. Eso objetivo a que gravita la voluntad y que
tematiza su opción es una realidad vivenciada como calor y como algo que, fuera de mí
me complementa y realiza (...).
50
La libertad concebida a partir de la relación constitutiva con Dios, es en síntesis,
principio de realización personal, satisfacción de la apetencia radical del hombre". Ibíd
74.
(252) "En la cultura, el hombre no solo se valora éticamente, sino que se construye a
sí mismo. Él crea su expresión y mediante ella se va al mismo tiempo
autoimprontando. Crea su mundo, pero ese mundo también lo sostiene y afianza, lo
vincula y lo agranda". Ibíd 79.
(253) Ibíd. "En el fondo de su ser mismo está puesta la inquietud radical que no cesa
en su temblor hasta acudir a la cita de la convocaión suprema de Dios". Ibíd. 80.
(254) Cf. J. Noemi, "La esperanza cristiana como fuerza de libertad", 215.
(255) "Lo que se quiere decir al hablar de dimensión personal de la esperanza cristiana
es simplemente que lo esperado es una persona, la acción de una persona, la venida
del Señor Jesús. Se da, pues, una ruptura con toda concepción meramente subjetivada
de la esperanza. La esperanza cristiana no se establece como fruto de un determinado
esperar, sino que se funda en la acción futura de la persona de Jesús el Cristo. Lo
anterior no quiere decir que la esperanza cristiana no tenga una dimensión subjetiva.
Solo se afirma que tal dimensión se entiende como consecuente a una acción objetiva,
independiente de la conciencia del sujeto". Ibíd 212.
(257) Ibíd. 218. "La libertad es la precontención de Dios en el hombre". Ibíd 219.
(258) Cf. J. Noemi, "El futuro como don de la libertad", en TYV, vol XXIII, (1982), 139-
147. [ Links ]
(260) En TyV, vol. XIX (1978), 299-304. " [ Links ]Entre la exégesis dogmática y
la crítica se da actualmente no solo diferenciación sino que en lo que respecta al
pecado original se establecen —muchas veces— ambas en contradicción.
La exégesis crítica piensa que el mensaje de Gn 3, es harto más escueto: ‘el bien
procede de Dios, el mal del hombre’ (...), y que la idea de un pecado heredado es
absolutamente ajena a los primeros capítulos del Gn". Ibíd. 299-300.
(262) Ibíd.
51
(264) En TyV, vol. XXIV (1983), 181-200. [ Links ]
(271) Ibíd.
(273) Ver a propósito de esto el análisis que hace Aldunate del documento de Puebla;
de los aportes de R. Muñoz y de J. Sobrino. Ibíd. 102-103.
(278) Enfoque que estaría reflejando la resonancia transversal que tendría Husserl en
la reflexión teológica de A. Meis, y en consecuencia la de Heidegger, en cuanto
representante destacado de la corriente fenomenológica para el análisis de la
existencia humana y discípulo de Husserl. Tal enfoque no está ausente en la reflexión
de los autores que en este trabajo hemos tratado, toda vez que nuestro código
hermenéutico para entrar al interior de sus reflexiones ha sido también
fenomenológico.
(279) A. Meis hace una distinción entre el aporte de la filosofía y el de otras ciencias —
entendemos que se refiere a las ciencias humanas, de acuerdo a lo señalado por ella
en "El problema del mal según Orígenes (Peri Archon III, 1, 1-24)", 176 y en "La
paradoja del origen: Hacia una consolidación teológica del pecado original", 264— en la
relación con el quehacer teológico. La dificultad que vemos en tal distinción radica en
el hecho que no aparecen claros los límites entre ambas, y en consecuencia los
criterios que se estarían considerando para desagregar a la filosofía de las ciencias
humanas.
52
(280) CF. A. Meis, "La paradoja del origen: Hacia una consolidación teológica del
pecado original", 264.
(282) Veamos como ejemplo el caso de la reforma educacional chilena que está en
marcha, que de un modelo de escuela enciclopedista, informador de contenidos, quiere
dar el paso a un modelo de escuela donde el alumno —cuyo acceso a la información ya
no está solo en el colegio ni en las bibliotecas— aprenda no solamente a aprender, sino
también a relacionarse responsablemente con ese conocimiento, a qué hacer con él. En
tal sentido, entre otras cosas, dicha reforma coloca el acento en el
aprendizaje significativo, en el constructivismo. Ahora bien ¿cómo se ubica la clase de
religión en este contexto?, ¿colocando el acento de su quehacer en la información
objetiva del dato doctrinal o en la interpelación que de este se desprende?; ¿qué
desafíos le comporta a la disciplina teológica la formación de este nuevo perfil de
profesor? Abordar seriamente estas preguntas implica necesariamente establecer un
diálogo con las ciencias de la educación en pos de propuestas curriculares basadas en
la convergencia y no meramente en la yuxtaposición de contenidos. Es más, la reforma
mencionada, al tener como uno de sus centros de atención el aprendizaje significativo,
proporciona a la teología una situación privilegiada para hacer sus aportes relativos al
tema del significado. En esta línea valoramos el esfuerzo realizado por A. Bentué a
través de su obra "Educación valórica y teología" (Santiago de Chile, 1998), la cual —
estimamos— hundiría sus raíces en la época (mediados de los años ochenta) en que
fue jefe de la carrera de Pedagogía en Religión del antiguo Instituto Profesional de
Estudios Superiores Blas Cañas, hoy Universidad Católica Cardenal Raúl Silva
Henríquez.
(287) En el caso de A. Meis, véase en relación al tema del coloquio; cf. supra 484-485,
y al de la experiencia; cf. supra 498.
53
(288) A. M. Rizzuto, a.c. 36.
(292) Cf. Ibíd. "Tan solo un deseo puede incitar al trabajo a nuestro aparato anímico".
Ibíd.
(293) Cf. Ibíd. 15. "Una ilusión (...) no es lo mismo que un error. No se define, pues,
desde el polo del objeto, sino desde el de la subjetividad. La ilusión, en efecto, es el
resultado del privilegio que (...) concedemos al deseo frente y contra las condiciones y
limitaciones de la realidad". Ibíd.
(295) S. Torres Pinto, "La fe religiosa interpelada por el psicoanálisis: el caso del
teólogo J. Pohier", en TyV, vol XXXVII (1996), 41. [ Links ] Cf. C. Domínguez,
a.c. 15-16.
(298) Cf. A. Bentué, "La opción creyente", Santiago de Chile, (1995), 33-
38. [ Links ]
54
(303) Es lo que a nuestro entender querría señalar Santo Tomás al distinguir
entre sabiduría y virtud intelectual adquirida: "La sabiduría, don del Espíritu Santo,
difiere de la virtud intelectual adquirida. Pues esta se adquiere con esfuerzo humano, y
aquella viene de arriba, como Santiago dice. De la misma manera difiere también de la
fe, porque la fe asiente a la verdad divina por sí misma; mas el juicio conforme con la
verdad divina pertenece al don de la sabiduría". S.th, II, II, 45,1 ad 2, cf. II,II, 45, 2,
citado por Juan Pablo II, Fides et Ratio, 44.
(305) Para el desarrollo de este tema usaremos como referente nuestra tesis recién
citada en las páginas 32-51.
(308) Ibíd.
(309) Ibíd.
(310) Ibíd. Cf. "De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios", 215.
(311) La libertad humana tendría su fundamento en una realidad —al mismo tiempo—
trascendente y personal: "trascendente respecto de toda la realidad del mundo y del
hombre, que no pueden explicar el ‘de dónde’ de la libertad; personal, porque
solamente ante un ser personal puede tener sentido la responsabilidad (libertad) del
hombre. Más aún trascendente precisamente en cuanto personal, pues solamente en
cuanto persona puede trascender absolutamente la naturaleza (en su impersonalidad)
y al hombre (en su libertad). En síntesis: la libertad responsabilidad, estructura
ontológica del hombre, revela con una luz nueva que el ser cuestionado, interpelado,
es constitutivo del hombre, y así revela su contingencia radical, a saber, el no estar
fundado (en última instancia) ni en sí mismo, ni en la naturaleza, sino en la Realidad
Fundante Trascendente Personal". J. Alfaro, "El hombre abierto a la revelación de
Dios", 30.
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