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LA UNIVERSITARIA

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LA UNIVERSITARIA

CAPITULO I

La lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la ventana de su pequeña

habitación de estudiante ; habitación que pertenecía a un piso de los

compartidos, de esos que suelen utilizar los universitarios, para que la

estancia en la ciudad, le resulte más barata, más ajustada a sus

posibilidades económicas, las de una hija de una familia de clase obrera.

Los temas que estaba estudiando, lejos de motivarla, de fomentar su

curiosidad, solo conseguían aburrirla; pero su fuerza de voluntad era

poderosa y conseguía mantener su atención en los apuntes; tenía que

prepararse aquellos temas, tan nuevos para ella, pero tan necesarios

para introducirla en la rutina de su curso.

Las noticias que le habían dado en su casa este último fin de semana,

sobre la situación económica familiar, no habían sido buenas; su padre,

sostén único de la economía familiar, se había quedado en el paro; la

empresa, en la que llevaba veinte años trabajando, había cerrado sin

perspectivas de volver a abrir; aquello suponía, que no podría continuar

sus estudios.

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Sin poder contar con los escasos medios que le proporcionaba su

padre, le resultaría imposible mantenerse en la ciudad, pagar la parte

que le correspondía del piso, ni poder comprar lo necesario para

alimentarse, ni para los transportes públicos; es decir, no podría

continuar sus estudios; la situación era desesperada.

Ante la imposibilidad de concentrarse en los estudios, decidió dar un

paseo, más tarde seguiría estudiando, ahora quizás tomara un café con

su amiga Paloma, una recién licenciada, que ya había solucionado sus

problemas económicos más inmediatos, trabajaba para un despacho de

abogados de cierto prestigio, lo que le permitía tener un nivel de vida

suficiente; sin duda, su amiga Paloma era la voz de la experiencia.

Estando ya en el portal del edificio, bajo la placa de cobre que

anunciaba el despacho de abogados al que pertenecía Paloma, todavía

dudó Cristina, si debía entrar a verla o si era razonable visitarla a

aquella hora, en pleno horario de trabajo; pero la gravedad de su

situación, la hizo decidirse .

La oficina, situada en el principal del enorme edificio, era muy

funcional, con muebles muy prácticos, nada lujosos ni recargados; a la

entrada, había una recepcionista, sentada a una mesa acristalada,

provista de un enorme teléfono que era la centralita del despacho;

desde ella, la muchacha distribuía las llamadas y los clientes a los

diferentes despachos; a ella se dirigió Cristina, ya la había visto en otras

ocasiones, pero no le resultaba demasiado simpática.

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Le dijo a la recepcionista que quería ver a Paloma, pero esta le

comunicó que en aquel momento estaba reunida con un cliente; que si

quería esperar, podía sentarse; así lo hizo, no tenía prisa y no le

importaba esperar, ya que había decidido ver a su amiga.

Unos minutos después, salió el cliente, la recepcionista llamó por el

teléfono interior a Paloma y le dijo que la esperaba Cristina; la

recepcionista le hizo una señal a la muchacha, indicándole que podía

pasar al despacho.

Paloma estaba de pie junto a la puerta, esperándola; la verdad es que

Paloma era una mujer de gran belleza, espectacular podría decirse, a sus

treinta años, estaba en pleno esplendor de su cuerpo y de su rostro; su

estatura, superior al metro setenta centímetros, su larga melena negra,

sus ojos del mismo color, grandes y rasgados hacia sus sienes, su rostro

redondo y armonioso; contribuían sin duda a su espectacular belleza.

Vestida con un suéter azul claro, muy ajustado a sus grandes pechos

erectos y amenazantes, ceñido a sus hombros fuertes, anchos,

insultantes por su rectitud sorprendente; en su cintura, se ceñía un

cinturón ancho, negro, rematado por una gran hebilla.

Cubriendo sus poderosos muslos, extraordinariamente cincelados,

unos pantalones negros que se ajustaban de forma agobiante a sus

caderas, resaltando su anchura y la prominencia de sus nalgas; sin duda

una mujer excepcional.

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Se besaron y Paloma, pasó su brazo derecho sobre los hombros de

Cristina, llevándola hasta la silla que había frente a la mesa; ella se

sentó al otro lado de la mesa, en su sillón giratorio.

- Cuéntame, Cristina, cariño ¿Qué te trae por aquí?

- Tengo que hablar contigo Paloma, necesito consejo y como sin

duda eres mi amiga con más experiencia, recurro a ti; tengo un

grave problema; mi padre se ha quedado en paro y ya no puede

ayudarme, así que necesito un trabajo y tu consejo.

- Lo siento Cristina, sabes que tus padres me caen muy bien; no te

quepa la menor duda de que haré lo que pueda; pero sabes que el

tema del trabajo está muy malo.

- Tengo que hacer algo Paloma, no me queda más remedio, haré lo

que sea necesario, quiero seguir estudiando.

- Te veo muy decidida Cristina; voy a contarte una historia, pero te

exijo dos condiciones, la primera, tu compromiso de que no se la

vas a contar a nadie y la segunda, que en el caso de no decidirte,

la olvidarás por completo; si acaso lo cuentas, perderás mi

amistad y yo siempre negaré habértelo contado ¿Estas de

acuerdo?

- Estoy de acuerdo, ya me conoces, tienes mi palabra.

- Hace algunos años, cuando yo empezaba en la facultad, me

sucedió algo parecido a lo que te ha pasado a ti; por razones

diferentes, en mi caso fue una separación; pero la consecuencia

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fue, que me quedé sin ingresos, en los comienzos de mis estudios

y sin medios; pero tuve la suerte de conocer a una persona que

me propuso algo, me sorprendió, incluso tardé en decidirme, pero

no me quedó otro remedio; gracias a aquella decisión, pude

terminar mis estudios.

- Cuéntame de lo que se trata, nunca lo contaré Paloma.

- Pues esta persona me propuso prostituirme, desde luego no en la

calle ni en lugares de mal gusto; ella dirige a un grupo de

muchachas, universitarias en su mayoría, ella las llama “sus

ángeles de Charly”, chicas de buena educación, discretas, a las

que ella les proporciona clientes que las requieren para fiestas,

cenas de negocios, asistencia a recepciones y para otras cosas de

las más pintorescas; pero siempre se trata de gente de muy buena

educación y que exigen discreción, todo está muy bien pagado.

- ¿Podías tú decidir si acudías a una cita o no?

- Por supuesto, yo siempre decidía; ella tiene unas fichas de clientes

en las que ves al interesado y sabes sus costumbres y apetencias,

los hay de los más variados, pero tú eliges.

- Me has sorprendido Paloma, tengo que pensarlo ¿Puedo?

- Claro que puedes, tú decides; si aceptas, te presentaré a esa

señora; lo que te pido es que te lo pienses bien; solo te la

presentaré si estas decidida.

- ¿Tendré que acostarme con mucha gente?

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- Solo con quien quieras; ten en cuenta que a mí me daba

trescientos euros por cada encuentro; depende de la necesidad de

dinero que tengas, puedes ser más o menos selectiva.

- Es decir, que ¿Podría elegir la persona y el momento?

- Siempre tienes la libertad de elegir, tanto el cuando, como con

quien y cuanto.

- ¿No sabes de otro trabajo?

- Quizás pudiera buscarte algo, pero ten en cuenta, el tiempo que

tendrías que dedicarle a ese trabajo, para obtener un dinero

similar; por lo tanto, el tiempo que te quedaría para ir a clase y

para estudiar.

Se marchó Cristina; se despidió de Paloma, prometiéndole que se lo

pensaría y que no diría nada a nadie ; tomó el camino del parque para

regresar a su casa; aquello no podía consultarlo con nadie, la decisión

era suya y solo suya.

Mientras caminaba por el parque, cruzando bajo los frondosos

álamos, le daba Cristina mil vueltas a su cabeza; si se decidiera por

aquello y sus padres se enteraran, esto podría matarlos; pero mientras

caminaba por el parque, recordó que su amiga Adela vivía allí cerca;

recordó que esta, el año pasado, también tuvo un grave problema

económico y que se puso a trabajar, creía recordar, que en un

supermercado o algo parecido.

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La verdad es que el bloque de pisos en el que vivía su amiga, dejaba

mucho que desear, bastante viejo y ajado, con escaso mantenimiento de

pintura y poca limpieza, unas escaleras que discurrían entre dos bloque s

y que no podía saberse bien si eran interiores o exteriores.

En el tercer piso, casi el último, una puerta pequeña y de la que no

podía saberse muy bien su color, le dio acceso al piso de su amiga, al

que compartía con varias compañeras.

Salió su amiga a abrirle la puerta, Adela traía puesta una bata y una

gastada toalla liada a la cabeza, su aspecto dejaba bastante que desear,

causó una devastadora impresión en el espíritu de Cristina; pero Adela

se alegró mucho de verla.

- ¡Que alegría tía! Estaba deseando verte Cristina ¿Qué te trae por

mi “chabolo”?

- Venía a consultarte sobre un problema, he recordado que el curso

pasado te pusiste a trabajar; me veo obligada a buscar trabajo, un

problema familiar, me obliga a currar; en mi casa, nos hemos

quedado sin ingresos; así que vengo a pedirte consejo.

- Pues mi consejo es muy sencillo, no intentes mezclar estudio y

trabajo, es imposible, no harás ni una cosa ni la otra; decide lo

que puedes o quieres hacer; te explico mi caso, para sostener esta

mísera vida que llevo, tengo que trabajar todos los días, nueve o

diez horas, en jornada partida, no hay tiempo para nada más, no

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es posible, la que te diga lo contrario, te está engañando; si lo

intentas no harás ni una cosa ni la otra y te agobiarás.

- ¡Pero Adela! ¿Tú lo has intentado de verdad?

- Con todas mis fuerzas, te lo digo Cristina, es imposible, no hay ni

tiempo ni dinero.

Continuaron las amigas hablando de este tema, le dieron mil vueltas,

buscaron distintas posibilidades, pero ninguna se adaptaba a la realidad

de un trabajo, las empresas no quieren saber nada de estudios ni de

zarandajas, solo trabajo.

Tras dejar a su amiga Adela, que tenía que arreglarse y retornar a su

trabajo, Cristina continuó su caminar hasta su casa, cabizbaja,

meditabunda, sumida en sus más profundos pensamientos; aunque

intentó, cuando llegó a su casa, concentrarse en los estudios, en sus

apuntes, no lo consiguió, así que decidió acostarse, irse a la cama, ya

que el día había vuelto a sus comienzos y volvía a llover.

Cuando decidió Cristina meterse en la cama, se acordó de su amiga

Paloma, de su cuerpo espectacular; era cierto que llevaba una ropa cara

y que ella sabía sacar partido a lo que la naturaleza le había dado, pero

¿Tenía ella un cuerpo como el de su amiga? ¿Un cuerpo que llamase la

atención de los hombres? Decidió desnudarse delante del espejo del

armario de su cuarto, hacerse un profundo examen.

Era evidente, que su rostro era agraciado, siempre se lo habían dicho,

era redondeado, de anchos pómulos, algo marcados; sus ojos de un

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verde intenso, muy rajados y expresivos, enmarcados en dos cejas finas

que resaltaban su expresión; era su boca un poco grande, pero de

labios muy carnosos y deseables; en cuanto a su nariz, era perfecta, ni

grande ni pequeña, recta.

La ropa que llevaba, solo tapaba, cubría, no resaltaba nada; más bien,

disimulaba todas sus formas; comenzó Cristina por desprenderse de la

amplia camisa, al dejarla caer, aparecieron dos tetas, apretadas y

disimuladas por un sujetador con muy poca gracia; enseguida se

desprendió del nefasto sujetador y aparecieron dos mamas grandes,

erectas, con dos pezones pequeños, rodeados de unas rojísimas

aureolas, ruborizadas por una continua excitación, propia de su

juventud aún incipiente e insultante.

Su estrecha y marcada cintura, cincelada por e l deporte, se abría y

daba paso a unas caderas anchas, pero no en exceso, que sostenían en

su lugar a unas nalgas apretadas y redondas, graciosamente levantadas

por la curva de su columna vertebral; que las alzaba, de forma que

parecía ofrecerlas.

Sus muslos, rectos y agraciados, largos y bien formados, de formas

fuertes y sensuales; el ver todo aquello la animó, le dio fuerza para

intentarlo; se puso un amplio pijama de franela y se fue a la cama.

La noche estuvo llena de sueños de todo tipo; primero, soñó en una

vida anodina como compañera de trabajo de Adela, trabajando con ella,

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como cajera de un supermercado; aquella pesadilla llegó a despertarla,

sobre saltada, angustiada.

Hubo otro sueño, este llegó cuando la mañana estaba ya cerca; quizás

traído por las primeras luces del día; en él, pudo verse estudiando en su

facultad, sin problemas económicos, vestida con ropa elegante y cara,

cosa que nunca había tenido, no se lo había podido permitir; en su

sueño, aparecía un hombre maduro, de unos cincuenta años, de aspecto

atlético y elegante que acababa metiéndose en su cama, el sueño

adquirió tal apariencia de realidad, que Cristina llegó a sentir sus

caricias y sus besos.

Las manos de aquel hombre era hábiles y expertas y sabían buscar los

lugares de su cuerpo que más placer le producían; se afanaron aquellas

manos fuertes y suaves al tacto, en palpar sus pechos, en llenarlos de

caricias, centrándolas en sus pezones y sus aureolas; también procuraba

agarrarlos en su totalidad; aunque para ello, necesitaba ambas manos;

por fin empleo sus labios y toda su boca, chupando y succionando como

si quisiera amamantarse, mientras sostenía la teta con ambas manos,

estrujándola con suavidad; ahí llegó el primer orgasmo de la muchacha.

Aquel hombre, robusto, grande, atlético, de manos grandes y suaves,

tomó las manos de Cristina y las llevó hasta su entrepierna; allí

descubrió la muchacha un pene grande, duro, de punta suave y blanda;

aquello le trajo a la memoria, la vez que vio a un muchacho, a un albañil

que trabajaba en su casa; que hacía un pequeño arreglo en su patio y

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que al terminar, fue a ducharse al cuarto de baño; ella subió a la

pequeña terraza, donde había una pequeñísima ventana, que servía de

respiradero; desde allí, sin ser vista; pudo ver al muchacho

completamente desnudo, que blandía entre sus piernas un enorme

miembro erecto por el agua templada.

Recordaba perfectamente, que aquella fue la primera vez que sintió un

orgasmo, que entonces no sabía lo que era, pero se lo explicó una

amiga más puesta en esos menesteres, que tenía un novio al que

masturbaba todas las tardes.

En el sueño, se aplicó Cristina en las caricias, de forma que sintió un

segundo orgasmo, tan fuerte, que cuando perecía que aquello se

culminaría de inmediato, se despertó.

Como siempre, tuvo que esperar turno para ducharse, luego regresó a

su dormitorio y se vistió, estaba decidida a ir a ver a su amiga Paloma y

darle la contestación, quería probar aquello, deseaba que su amiga le

presentara a la señora que se encargaba de las citas; no quería dejar de

estudiar por ninguna circunstancia, lo tenía que evitar.

Cuando Paloma la vio llegar a su despacho, sobretodo, cuando vi o la

sonrisa que adornaba su boca, estuvo segura de lo que le pediría, de la

decisión que había tomado; deseó Paloma no haberse equivocado,

esperaba que Cristina supiera enfocar con discreción el asunto.

Se trataba de una casa clásica en el centro de la ciudad, una casa de

apariencia señorial; provista de un enorme portón de madera, labrado

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con motivos florales y de plantas exóticas, puerta gruesa, remachada

con clavos de bronce, provista de dos aldabas doradas; al entrar, un

zaguán con zócalo de azulejos decorados a mano, de estilo sevillano,

que remataba una cancela de hierro forjado que daba acceso a la casa y

que enmarcaba unos preciosos cristales en vidriera.

Tiró Paloma de una fina cadena, que hizo sonar una campana en el

interior; no tardó en salir Remedios, una señora de unos cincuenta años,

que conservaba una buena presencia; sin duda rescoldo de lo que fue;

de lo que llegó a ser como mujer pública.

Una señora corpulenta, muy alta, pero bastante pasada de peso;

dueña de una gran melena negra recogida en un moño italiano, muy

bien peinado; mantenía, a pesar de su exceso de peso, unas formas muy

femeninas y agraciadas; su rostro se alegró con una amplia sonrisa al

ver a las jóvenes y reconocer a Paloma.

- ¡Dichosos los ojos que te ven Paloma! Cuanto tiempo sin vernos

¿Qué me traes?

- ¡Hola Remedios! Yo también me alegro de verte; te traigo un

diamante en bruto, para que lo talles a tu gusto.

- Pasemos a mi despacho, allí podremos hablar de negocios con

toda tranquilidad.

Las condujo Remedios por un largo pasillo, alicatado con azulejos de

cerámica sevillana, las llevó hasta un amplio cuarto, muy apartado de la

zona más social de la casa.

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Una mesa muy funcional ocupaba la zona central del despacho; tras

ella, una estantería igual de funcional, repleta de carpetas; a la izquierda

de la mesa un amplio sofá, tapizado en tonos muy claros, amplio,

cómodo; al lado contrario, una pantalla con el correspondiente

proyector y una pequeña mesa, con cámaras fotográficas de diferentes

tamaños y algunos otro útiles para la fotografía.

- ¿Por qué quieres dedicarte a esto Cristina?

- Necesito dinero para poder seguir estudiando.

- Esa es una buena razón querida; pero esto es como todo, una

profesión, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

- Ya me lo imagino doña Remedios, lo que espero, es que me

proporcione algo de dinero y tiempo para estudiar.

- Eso es posible, pero depende de ti, en cuanto al dinero, puedes

ganar casi lo que quieras, depende del tiempo que le dediques y

de la voluntad que le pongas.

- Yo no necesito mucho dinero, pero sí necesito tiempo libre.

- Veamos tus posibilidades amiga Cristina ¡Desnúdate, qué date en

ropa interior!

Su rostro enrojeció, sus mejillas parecían arder; pero no lo dudó, se

quitó el jersey y la camisa; luego se desprendió de los pantalones; la

señora se le quedó mirando, la hizo girarse en varias ocasiones, en

distintos sentidos, luego, mientras abría uno de los cajones de la mesa,

del que sacó una cajita con un conjunto de braga y sujetador, le dijo:

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- Creo Cristina, que estas serán de tu talla, debes tirar con mucho

cuidado, el conjunto que llevas puesto, tíralo en la papelera y

ponte estas, te sentarán mucho mejor.

- Pero perecen muy pequeñas señora.

- No me llames señora, eso solo lo hace la criada y no siempre, tú

debes llamarme Remedios; lo de pequeñas, eso es relativo,

pruébatelas y ya decidiremos, no queremos tapar.

No sabía Cristina como ponerse, que ángulo ofrecer a sus

acompañantes, para taparse algo; pero finalmente, se desprendió de la

ropa vieja, que en nada la favorecía; luego se colocó la nueva muda que

le había dado Remedios; la diferencia resultó evidente; hasta ella, no

pudo evitar mirarse en el espejo; sin duda, aquellas prendas, de un tono

mucho más claro que las que ella llevaba, de color carne , conseguían

resaltar sus formas y sus encantos.

La braga, un tanga que desaparecía entre sus glúteos y apenas podía

verse en su cintura y en su pubis, sin conseguir tapar completamente su

exuberante mata de pelo.

En cuanto al sujetador, más que sujetar, resaltaba sus grandes tetas,

prietas y turgentes, queriéndose escapar del encierro impuesto.

- Está bien niña, vamos a sentarnos y hablar de esto ¡No te vistas

aún! Puede incluso que tenga por ahí algo que pueda servirte.

- Pero yo no sé como puedo pagarte esto Remedios.

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- No te preocupes de esto ahora; esto es como un uniforme de

trabajo, lo necesitas, no puedes trabajar para mí y vestir con esos

harapos, eso habrá que cambiarlo.

- Estoy dispuesta a trabajar para ti Remedios, pero cuéntame algo

más.

- Empezaremos por lo más sencillo, por el acompañamiento a

fiestas o a cenas de negocios; así romperemos el hielo y veremos

si sirves; se tratará de acompañar a señores maduros a una fiesta,

de ser su pareja, ser educada y cariñosa y terminar acostándose

con él en su hotel; puede ser que en vez de una fiesta, se trate de

una cena de negocios, pero el fin es el mismo; para ello debes

aprender a comer con corrección y sabiendo usar los cubiertos.

- Me interesa saber dos cosas ¿Podré elegir o rechazar a mi

acompañante? Y también ¿Cuánto cobraré por eso?

- Antes de asignarte a alguien, te lo mostraré en fotografía y te haré

una descripción de cómo e s; en ese momento, puedes decir sí o

no, luego ya no puedes rechazarlo; por este trabajo cobrarás

cuatrocientos euros por cada noche.

- Estoy de acuerdo ¿cuando empezamos?

- Empezaremos por hacerte unas fotografías, pasarás a tener una

carpeta en mi archivo; en las primeras fotografías que muestro al

cliente, no te ve el rostro, solo el cuerpo; una vez que elije,

entonces y solo entonces le muestro el rostro.

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- Eso me parece muy bien Remedios ¿Dónde tengo que hacerme las

fotografías?

- Las fotografías te las haré yo; nadie más debe intervenir en esto;

además, solo yo podré utilizarlas, siempre con tu permiso.

Comenzó Remedios a ordenar a Cristina, diferentes poses y a

realizarle fotografías con su cámara digital; sabía la señora exactamente

lo que debía resaltar de la niña, fotografió sus pechos, sus nalgas, sus

caderas, mostrando sus principales encantos; hizo mucho hincapié en

fotografiar su sexo, con el vello rebosante, lo hizo por delante,

obligándola a alzar las piernas y por detrás, mostrando su sexo

enmarcado entre sus grandes nalgas y sus muslos; para ello se ayudó

del practico sofá; para finalizar, fotografió su rostro.

Terminado el trabajo fotográfico, le entregó quinientos euros para que

se comprase alguna ropa; le aclaró que aquello era solo un adelanto

para ropa y por si tenía alguna necesidad inminente; También le entregó

un teléfono móvil, nuevo sin estrenar, y con el que se pondrían en

comunicación; le pidió que solo lo usara para comunicarse con ella.

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CAPITULO II

No habían pasado dos días desde la reunión con Remedios; Cristina,

no apagaba el teléfono ni de día ni de noche; a mediodía, sonó el

teléfono, su sonido sorprendió a la muchacha, cuando acababa de salir

de clase, vestida con sus nuevas ropas, que habían cambiado su

aspecto, aunque procuró que su indumentaria, no chocara con lo que

llevaban sus compañeras.

- ¡Dime Remedios!

- Ya sabemos como nos llamamos, no es necesario que digamos

nuestros nombres por teléfono; necesito verte esta tarde a

primera hora ¿Puedes estar en mi casa a las cuatro?

- Allí estaré.

El corazón de Cristina, golpeaba su pecho como un tambor dislocado,

parecía querer salirse de su encierro y buscar cualquier salida, tal era su

excitación, provocada sin duda por el aviso de Remedios y por lo que

eso significaba.

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A las cuatro en punto, llamaba Cristina a la puerta de la casa; tiraba de

la fina cadena que hacía sonar la campana en el interior; Remedios abrió

la cancela de hierro forjado y cristal profusamente colorido.

- Pasa Cristina; sin duda tu aspecto ha cambiado, vamos al

despacho, tengo que hablar contigo.

- Estoy a tus ordenes Remedios, aunque estoy muy nerviosa.

- Eso es normal, ya lo esperaba, pero solo sucede las primeras

veces, creo que te adaptarás pronto.

Delante caminaba Remedios, recorriendo con autoridad, el largo

pasillo alicatado con azulejos decorados a mano; caminaba seguida muy

de cerca por Cristina, que procuraba dominar sus nervios y mantener la

serenidad a pesar de las circunstancias.

Cuando entraron en el despacho, le indicó Remedios a Cristina, que

tomara asiento, mientras la señora, comenzó a buscar en sus carpetas

del archivo, extrayendo una; con la carpeta en la mano, fue a colocarse

al lado de Cristina; Remedios se mantenía de pie, pero inclinada sobre la

mesa, lo que le permitió abrir la carpeta y mostrársela a la muchacha.

En la primera página, había una fotografía de cuerpo entero, de un

hombre maduro; aparentaba unos cincuenta años; de muy buena

presencia, alto, atlético, elegante y con un rostro muy simpático, que

mostraba una sonrisa franca y distendida.

- Este es Manolo, don Manuel para sus empleados, un empresario

que es cliente nuestro desde hace mucho tiempo; cuando le

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mostré ayer, tus fotografías, se declaró muy interesado; tanto que

me ha pedido, que fueras tú quien lo acompañara esta tarde y

noche, a una reunión de empresa; que fueras su pareja para hoy

¿Te gusta?

- ¿Debe gustarme, es necesario?

- Lo es, sobre todo la primera vez que trabajas; también lo he

elegido muy bien; es un hombre atractivo y educado; sin

desviaciones ni manías raras; sin duda el ideal para comenzar tu

carrera profesional; no siempre encontraremos cosas como esta.

- Me parece bien Remedios, haré mi trabajo.

- Te aconsejo, que lo enfoques de otra forma; si consigues

interesarte por tu cliente, sin sentimiento, solo deseo; no solo

disfrutarás más de tu trabajo, si no que conseguirás sacar más

beneficio; el cliente, cuando se siente deseado, se vuelve muy

generoso y suele dejar muy buenas propinas.

- ¿Lo de las propinas es aparte de mis honorarios?

- Claro niña, las propinas me las dejan también a mí, pero son para

ti; además, si quedan contentos, requieren tus servicios con

mayor frecuencia; una buena profesional es un tesoro, para mí y

sobre todo para ellos.

- Creo que debes enseñarme muchas cosas, yo no se nada de esto;

tienes que ayudarme.

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- Por supuesto que te ayudaré, pero no tengas prisa; por eso elijo

con mucho cuidado los que van a ser tus primeros trabajos;

cuando los vayas haciendo, comentaremos cada cosa cada detalle,

yo te iré corrigiendo.

- ¿Cómo es este Paco, explícame? Yo acepto el trabajo.

- Ya te he dicho que es un hombre delicado, educado y respetuoso;

estará más pendiente de que tú sientas placer, que del suyo

propio; así debe ser, tú debes mostrarle estar sintiendo placer, sin

exagerar; incluso si puedes sentirlo, mucho mejor, pero sin

pasarte, sin alharacas.

- Lo procuraré Remedios ¿Como debo vestirme?

- Ahora, una vez que lo has aceptado, iremos a comprarte ropa; él

me hadado las instrucciones de cómo debes ir y me ha dado

dinero para que te compres ropa; también me ha dicho, que

espera de ti un servicio, aparte del sexual; él te lo explicará, si lo

haces bien, habrá propina, Has quedado con él a las nueve en la

cafetería de su hotel.

Después de todas estas explicaciones, ambas mujeres salieron del

despacho y de la casa; se dirigieron a la zona de tiendas; sabía ya

Remedios lo que buscaba; la ropa que necesitaba Cristina y donde podía

encontrarla, solo tenía que hacerse algunas pruebas.

Se lo había dejado muy claro Manolo, quería ropa de joven ejecutiva;

debía representar el papel de una joven abogada que hacía su trabajo

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para la empresa, a las órdenes de Manolo; pero este esperaba de ella

algo más, eso se lo explicaría él en su momento.

Entraron las dos mujeres en una elegante tienda, en la que tenían a

Remedios, por una cliente muy importante, que les traía a elegantes

señoritas a comprar sus vestidos más en la moda.

Tras algunas pruebas, media hora después, el aspecto de Cristina, era

verdaderamente impecable; seguro que si la veía alguna de sus antiguas

compañeras o amigas, no la reconocería; le resultaría imposible

relacionar a aquella joven ejecutiva, con la estudiante pueblerina,

despreocupada de su apariencia y atrapada en la falta de medios de su

familia, en la escasez.

Un traje de chaqueta azul claro, con una falda ajustada a sus amplias

caderas y una camisa, también azul, algo más oscura, cerrada en su

pecho por un lazo del mismo color que dejaban mostrarse bajo su tejido

fino, a dos enormes pechos que luchaban por salir; que conseguían

disimularse en cierta medida, al no llevar sujetador.

En la bolsa de papel, con la marca de la tienda, llevaban la ropa que

había traído puesta, que también era nueva, del día anterior; hasta la

ropa interior la llevaba nueva, a juego con la falda y con la blusa, unas

escuetas bragas, que apenas tapaban nada, más bien resaltaban cosas,

eso sabía hacerlo Remedios, tenía experiencia en la seducción; el tiempo

que faltaba hasta la hora de la cita, lo empleó Remedios en darle

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consejos e instrucciones, que le serían útiles, desde modales, hasta

formas de usar los cubiertos.

Algunos minutos antes de las nueve, entro Cristina en la cafetería del

hotel; provista con un gran bolso a juego con el resto de su

indumentaria y en el que llevaba, todo lo necesario, para pasar una

noche en el hotel, incluida una sugestiva y corta bata que le serviría de

pijama; no dudó en tomar asiento en una visible mesa.

Cuando entró en la cafetería Manolo, la reconoció enseguida, se

acercó a la mesa, tomó su mano y la besó; luego tomó asiento a su lado

y la observó con detenimiento; sin duda, estaba preciosa, impecable,

esta Remedios, era sin duda una profesional.

- Tenemos que irnos, hemos quedado en un restaurante cercano,

podemos ir andando; allí cenaremos con alguna gente con la que

comparto negocios y sobre la que tengo que explicarte algunas

cosas muy necesarias.

- Estoy a tus órdenes Manuel, dime lo que tengo que hacer y lo

haré, es como debe ser.

- Iremos hablando mientras caminamos; por cierto, estás preciosa,

los vas a impresionar.

Ambos salieron de la cafetería a la calle, el restaurante estaba a unos

cien metros de allí, así que irían dando un paseo; Manolo le ofreció su

brazo, para que lo agarrase mientras caminaban.

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- Vamos a ser ocho, al menos eso creo, si no hay sorpresas; debes

hacer algo de amistad con una tal Carmen, una señora de unos

cuarenta y cinco, morena y bastante llamativa; si no me equivoco,

será ella la que se aproxime a ti; que no te vea mucho interé s en

relacionarte con ella; será ella la que se aproxime a ti;

permíteselo, nos interesa que haga amistad contigo.

- ¿Quién se supone que soy?

- Eres una joven abogada que trabajas para mi empresa; pero

procura dar pocas explicaciones, deja que sea ella la que se

explique; me interesa saber algunas cosas de las que pretende la

empresa de su marido; que también estará en la cena.

- ¿Cómo sabré lo que debo averiguar, lo que nos interesa?

- Este asunto, no es para hacerlo en un día, tú hoy, permítele que

haga amistad contigo; no la fuerces, pero permite que se acerque

a ti; si quiere quedar contigo para tomar algo otro día, dale

facilidades, luego averiguaremos lo que pretende hacer su marido

en unos nuevos terrenos que ha adquirido en un polígono

industrial del extrarradio.

Así, cogidos del brazo, llegaron a la puerta del restaurante; los

recibieron a la puerta y los condujeron a la mesa que tenían reservada,

allí estaban ya algunos de los comensales, hombres de negocios,

algunos venían acompañados, otros no; se encargó Manuel de

presentárselos a todos; aún no estaba Carmen, ni su marido.

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Comenzaron a servir algunas copas y las conversaciones comenzaron

a animarse; a Cristina, le resultaba difícil entrar en ellas; pero eso estaba

a punto de solucionarse, pocos minutos después, llegaron Carme y su

marido; Manolo hizo hincapié en la presentación de estos, para que

Cristina se diera cuenta de que eran ambos, a los que debía prestar

especial atención.

Tras los saludos, nada tuvo Cristina que hacer, Carmen se hizo sitio

entre los invitados, para sentarse junto a la joven; el marido, por su

parte, buscó asiento en el lado contrario; no tardó Carmen en iniciar la

conversación con Cristina, en acapararla, sobre todo cuando se dio

cuenta de que era la pareja de Manolo.

Sin ningún preámbulo, la atosigó a preguntas; que Cristina supo

esquivar sin ser grosera, procurando caerle simpática, dejándose querer;

en definitiva, haciendo lo que le había ordenado Manolo; no tardó

Carmen en decirle por primera vez, que podían verse otro día.

- ¿Llevas mucho tiempo en la empresa, Cristina?

- No mucho, además, yo solo me ocupo del asesoramiento legal,

estudio cada contrato, cada asunto y luego doy mi informe, se lo

doy personalmente a Manolo.

- Ya veo que tienes mucha relación con él ¿No sé si se me nota,

pero a mí me gusta mucho?

- ¿Estás enamorada de él?

26
- No Cristina, enamorada no, eso no sé lo que es; solo te he dicho

que me gusta mucho ¿Te gusta a ti?

- Yo tengo mi novio, que es el único hombre que me interesa.

- No digas tonterías, eso no es verdad, confiesa que te gustan los

hombres, unos más que otros ¿O te gustan las mujeres?

- No, no me gustan las mujeres, por otro lado, tienes razón, no

puedo evitar que me gusten los hombres; unos más que otros.

- Ahora estás hablando con sinceridad ¿Te gusta Manolo?

- La verdad es que no está mal, es muy interesante.

- Pues a mí me vuelve loca, se lo comería todo, pero no encuentro

el momento ¿Crees que te acostarás con él esta noche?

- No creo Carmen, es mi jefe y es mayor que yo; aunque la verdad

es que me resulta interesante.

- Ya empiezas a caerme bien, te voy a contar un secreto; llevo

obsesionada con él desde hace unos meses, porque aunque lo

conozco desde hace mucho más tiempo; hace unos cuatro meses,

conocí a una mujer que se había acostado con él un par de veces y

me contó algunos pormenores que me obsesionaron.

- ¿Y piensas contarme esos pormenores?

- Claro que te lo contaré, me dijo que tiene un cuerpo espectacular,

grande, atlético, musculoso; pero eso se ve; en lo que no se ve, te

diré, que tiene un pene enorme; me contaba esta amiga, que lo

agarraba con una mano, luego con la otra y aún quedaba espacio

27
casi para otra; pero tan grueso, que con su dedo anular y pulgar,

no conseguía abarcarlo ¿Te lo imaginas?

- Realmente impresionante; aunque no tengo mucha experiencia,

me parece enorme, sorprendente.

- Pero eso, no es lo más sorprendente; por lo visto, es un artista al

utilizar su lengua, sus labios y dientes, de forma muy cariñosa

sobre tu sexo; decía ella que nunca le habían hecho nada igual

¿Te imaginas un “Sesenta y nueve” con él?

- La verdad es que tiene que ser algo muy especial Carmen.

- Yo creo que debe ser algo irreverente, pecaminoso, una gozada.

La cena fue extraordinaria y mientras duró, no paró Carmen de hablar

con Cristina y no se dio por satisfecha, hasta que no intercambió con

ella los números de teléfono, en ese momento, consideró que su misión

había terminado por el momento.

Al finalizar la cena, Carmen se despidió de forma muy cariñosa de

Cristina y le dejó encomendado, que la llamara al día siguiente, para

contarle lo que había sucedido esa noche, fuera lo que fuera, aunque no

sucediera nada especial.

La tomó Manolo del brazo y la llevaba de nuevo por la acera, con

dirección al hotel; a esas horas, el paseo resultaba muy agradable, era

ya noche cerrada y comenzaba a refrescar, así que se decidió Manolo a

pasar su brazo sobre los hombros de Cristina.

28
Resultó agradable entrar en el hotel, el calor de su vestíbulo,

proporcionó un ambiente muy confortador; Cristina se dejaba llevar y

Manolo sabía donde tenía que llevarla.

- Creo Cristina, que debemos tomar una copa antes de subir a la

habitación ¿Te apetece?

- Me parece bien, aunque yo no tomaré más alcohol.

- No es necesario que lo tomes; tomarás lo que tú quieras, eso es

cosa tuya, tu decisión.

Bajaron al sótano y entraron en un salón que estaba en penumbra, en

el que sonaba una música suave y empalagosa; a la derecha una

pequeña barra en la que se pedían y se pagaban las consumiciones, que

luego se llevaba a la mesa.

- Te apetece una botella de cava, o prefieres otra cosa; yo, de todas

formas, voy a pedir cava para mí.

- Entonces, yo me tomaré una copita, solo una copa Manolo, no

estoy acostumbrada.

Fueron a sentarse en una pequeña mesa, que estaba situada en la

zona de penumbra; desde la barra, no podía verse; la mesa estaba

rodeada por dos sillas y un pequeño sofá, que daba su espalda a la

barra; frente a la mesa, muy cerca, una pequeña pista de baile llena de

sombras, a la que tan solo iluminaban las lámparas de la lejana barra.

El camarero, los siguió con la bandeja, en la que llevaba una cubitera

con la botella sumergida en agua helada con hielo y dos copas de fino

29
cristal labrado; colocó la cubitera y sirvió dos copas, tras esto se marchó

a ocupar de nuevo su puesto en la barra.

- ¡Brindemos Cristina! Te felicito por tu buen quehacer con Carmen;

pero ahora olvidémonos de eso, la noche es para nosotros.

- Tienes razón Manolo, ahora ocupémonos de nosotros; estoy muy

interesada en comprobar algunas cosas que me contó Carmen.

- ¿Te contó algo sobre mí?

- Eso son secretos de mujer, no insistas, no te diré nada.

Dieron un sorbo a las copas; por su parte, Manolo, apuró la copa de

un solo sorbo, Cristina fue mucho más parca y devolvió la copa sobre la

mesa; se incorporó Manolo, que tomó la mano de cristina y la sacó a

bailar sobre la pequeña pista.

Cristina se dejó llevar y Manolo la abrazó con fuerza; estaba deseando

hacerlo; aplastar contra el suyo, el magnifico cuerpo de la muchacha,

que desprovista de la chaqueta, ofrecía sus enormes pechos, libres bajo

su fina camisa y que se aplastaron contra el pecho de Manolo.

Continuaron bailando durante unos minutos, las manos de Manolo se

afanaban en palparlo todo, llegando incluso, a palpar sus pechos, a

comprobar su turgencia y calibre con sus manos; por su parte, Cristina

acariciaba su espalda, mientras mantenía su cara pegada a la de Manolo.

Tomó Manolo, mientras la besaba en la boca por primera vez, la mano

de Cristina con la suya, la dejó caer al lado de su cuerpo y cuando

30
estuvo relajada, la llevó hasta su pierna, donde comenzaba a marcarse,

en plena erección su miembro viril.

Inducida por la mano de Manolo, la mano de Cristina, comenzó a

palpar sobre los pantalones, el enorme bulto que se marcaba en ellos; lo

palpó con delicadeza, mientras seguían fundidos en un beso largo y

profundo; la excitación de Cristina subía por momentos y cuando las

manos de Manolo, se afanaron de nuevo en palpar las grandes tetas de

Cristina, esta estuvo a punto de caer, se le aflojaron las piernas y todo el

cuerpo, tuvo que ser Manolo el que la sujetara con fuerza, para evitar su

caída; la muchacha había tenido un primer orgasmo.

La llevó hasta el pequeño sofá, frente a la mesa en la que estaba la

cubitera y las copas; Manolo, tras ayudar a Cristina a tomar asiento,

rellenó de nuevo unas copas y le entregó la suya a Cristina, brindaron,

bebieron y dejaron las copas sobre la mesa, tras lo que Manolo se

empleó de nuevo a fondo en masajear las tetas de la chica, esta vez,

abriendo algún botón de la camisa, para que le permitiera a sus manos

tocar la piel, acariciar sus pezones y sus aureolas.

La excitación de la niña subía de nuevo, mientras la besaba, Manolo

desabrochó su bragueta y guió la mano de Cristina, hasta su interior;

ella se ocupo de buscar hasta encontrar el miembro en erección;

entonces comenzó a acariciarlo, primero con mucha suavidad, palpando

con sus dedos las partes más blandas.

31
De nuevo la mano de Cristina se puso en tensión y agarró con tanta

fuerza el miembro de Manolo, que parecía querer estrujarlo; su garganta

emitía sonidos guturales y otro orgasmo se apoderó de su cuerpo.

Quiso que ella se desahogara, hasta que una vez terminado un largo

orgasmo, quedó de nuevo relajada y tranquila, casi tumbada en el

pequeño sillón.

Decidió Manolo, que debían tomar otra copa y subir luego a la

habitación, ya era hora de hacerlo, de lo contrario, sería él mismo el que

tendría un orgasmo y sería una lastima no aprovecharlo en la muchacha;

así que tras tomar otra copa de cava y colocarse bien las ropas,

abandonaron el bar y fueron hasta el ascensor, para subir a su

habitación, haciéndolo directamente, sin pasar por recepción.

Tanto en el ascensor como en el pasillo, mantuvieron la compostura;

no era bueno llamar la atención ante las cámaras de los pasillos; así que

una vez ante la puerta de la habitación, sacó Manolo la tarjeta que abría

la puerta y que también encendía las luces del interior.

Tomó Manolo asiento en la cama y le dijo a Cristina, que comenzara a

desnudarse lentamente y colocando las prendas que se quitaba en el

armario, colgándolas cuidadosamente; de esa forma Cristina hizo un

desnudo lento y artístico, mientras Manolo le indicaba algunas posturas

y movimientos con mucha plasticidad erótica; también se ocupó de

palpar sus nalgas y de introducir su mano entre las piernas de la

muchacha.

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Hizo Manolo, que, una vez desnuda, pusiera sus codos sobre la cama,

mientras colocaba las rodillas en el suelo, sobre la alfombra; Manolo

acarició sus nalgas desnudas y luego introdujo su mano, grande, de

dedos largos y fuertes, entre sus piernas, acariciando su sexo, tocando

con sus dedos el clítoris de Cristina, que estaba en erección.

Se arrodilló Manolo tras Cristina, puso sus manos en sus caderas y

llevó su boca y su lengua hasta el sexo de la muchacha, comenzando a

acariciar sus labios y su clítoris; no tardó en obtener otro orgasmo de la

muchacha, que dejó caer sobre la cama, su cabeza y su pecho.

Dejó Manolo descansar a Cristina, mientras él mismo se desnudaba y

colgaba su ropa en el armario, lo hizo con parsimonia, dando tiempo al

tiempo; como lo hace el matador de toros, dando tiempo al animal a

que se recupere; ahora lo hacía, para que Cristina recuperara el resuello;

cuando estuvo totalmente desnudo, llamó la atención de la muchacha,

quería que lo viera al completo; que pudiera disfrutar de la enorme

erección que presentaba.

Hizo que Cristina se tendiera en la cama; él se tendió en sentido

contrario, para practicarle un sesenta y nueve en toda regla, así lo hizo,

permitiendo a Cristina gozar de algo que no conocía; todas las

experiencias sexuales de Cristina, las había tenido con un primo suyo,

cuando ambos se ocultaban en el pajar, durante las siestas de verano;

era su primo un par de años mayor que ella, fue el que la enseñó a

disfrutar del sexo cuando ella tenía trece años; en las calurosas siestas

33
de los veranos que pasaban juntos, en casa de sus abuelos; pero estas

experiencias fueron siempre incompletas y llenas de inexperiencia,

aunque tuvieron también mucho encanto y emoción.

La noche fue larga y placentera, Manolo la penetró en numerosas

ocasiones y ella sintió innumerables orgasmos, hasta quedar rendida en

la cama; ambos durmieron hasta que los despertó el sol, que penetraba

a raudales por el gran ventanal de la habitación.

Tras ducharse, desayunaron y se despidieron, dándoles Manolo las

últimas instrucciones sobre lo que debía hacer con Carmen.

Por la tarde, ya casi de noche, tras salir de clase, fue Cristina a ver a

Remedios, estaba deseosa de ver el resultado de su primer encuentro,

quería ver el dinero que le había producido, pero también quería

conocer la opinión de Manolo y la de Remedios, aquello era muy

importante para su futuro universitario.

- La verdad hija, es que lo has dejado maravillado; te ha dejado una

buena propina y te pide que atiendas la llamada de Carmen; dice

que es muy importante.

- No sé si hice bien dejándole el número del teléfono, el que tú me

distes para uso exclusivo nuestro.

- No tiene importancia; ese teléfono lo dejarás ya para esas cosas,

yo te voy a dar ahora otro teléfono nuevo, para que sea solo entre

nosotras, privado nuestro.

- ¿Hasta que punto ha sido agradecido Manolo?

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- A parte de tu paga, te ha dado quinientos de propina y ha

quedado en volverte a llamar dentro de dos o tres días, para ver si

tienes información de Carmen; llegó a afirmar, que todos tus

orgasmos le parecieron reales.

- Fueron reales Remedios, no he disfrutado tanto en mi vida, creo

que llegué a perder el conocimiento.

- Ten cuidado con eso niña; debes mantener el dominio de la

situación en todo memento.

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CAPITULO III

Al día siguiente; tras una sola noche, no esperó mucho doña Carmen,

telefoneó a Cristina; se le notaba la agitación, el enorme interés, el

desasosiego que tenía su espíritu; posiblemente, esa noche, su mente

había estado ocupada con pensamientos impuros hacia Manolo.

- ¡Buenos días Cristina!

- Me alegro de escucharte Carmen, dime lo que quieres.

- Me gustaría tomar una copa contigo este mediodía ¿Puedes?

- Podría a las dos, antes no puedo, tengo trabajo.

- Está bien, las dos es buena hora, podemos vernos en la cafetería

que hay junto al restaurante en el que cenamos la otra noche ¿Te

parece bien?

- De acuerdo Carmen, allí estaré , a las dos en punto.

El resto de la mañana, la utilizó Cristina para sus clases en la facultad;

sus compañeras, veían en ella un fantástico cambio, parecía otra

persona, mucho más elegante y refinada, mas mundana, incluso parecía

más culta y sus compañeras la tomaban más en cuenta.

36
A las dos en punto, entró Cristina en la cafetería; allí, sentada en una

mesa, estaba Carmen; la ropa que traía hoy era mucho más llamativa

que el otro día, a pesar de su madurez, intentaba parecer una jovencita,

llegando a rozar el ridículo; marcando demasiado sus abundantes

carnes, ya algo flácidas en algunos lugares.

Además de cuarentona, sin duda Carmen se había abandonado algo

en el cuido de su cuerpo; aunque había sido una mujer guapa, ahora ya

no lo era, las carnes se habían acumulado en su cintura y en su trasero,

también se había acumulado la grasa en sus tetas, haciéndolas enormes,

pero Carmen parecía estar orgullosa de ellas.

- ¡Gracias por venir Cristina! Siéntate y pide algo – Le hizo Carmen

una señal al camarero para que viniera.

- Quisiera una copa de vino blanco, frío – Le dijo Cristina al

camarero, que fue a buscarla.

- ¡Cuéntame Cristina! ¿Qué pasó con Manolo?

- Pues tuviste tú razón, pasé toda la noche con él; también tenías

razón en todo lo demás ¡Que barbaridad!

- ¿Lo pasaste bien, no Cristina?

- Cierto lo pasé muy bien.

- Pues yo necesito que me ayudes ¿No te habrás enamorado?

- Nada de amor, solo sexo; eso me lo has enseñado tú; se disfruta

mucho más del sexo sin mezclarlo con sentimientos absurdos.

37
- Apenas he dormido esta noche, la verdad es que estoy

obsesionada con Manolo y con lo que tú me has contado, ahora

mucho más; así que tienes que ayudarme, haré lo que haga falta;

puedo ofrecerle información muy importante para él.

- ¿Qué clase de información Carmen?

- Una información que salvaría su empresa de plásticos; mi marido

tiene en proyecto construir una empresa que competiría con ella;

pero con nuevas técnicas, que reducirían un veinticinco por ciento

los costos; esto le impediría competir.

- ¿Estarías dispuesta a dar información sobre esa técnica, a cambio

de pasar un par de noches con Manolo?

- Estaría dispuesta a eso y a mucho más, díselo a Manolo.

Quedaron calladas por un momento, mientras el camarero traía unas

copas; Carmen le pidió que trajera un plato de gambas blancas de

Huelva; allí eran extraordinarias.

- Me rompes el corazón Carmen, no creo que ningún hombre se

merezca tanto sacrificio por parte de una mujer; me está dando

vueltas en la cabeza una idea.

- Pues cuéntame esa idea, no me tengas en ascuas.

- ¿Podrías tú conseguir una copia de ese proyecto, sin

comprometerte mucho? No me gusta que hagas algo tan

importante por tampoco.

- Podría, sin que me comprometiera en nada.

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- Pues escucha bien cual es mi idea; me traerías una copia completa

del proyecto; metida en un sobre cerrado y lacrado, que yo

guardaré en mi caja fuerte; pondremos entonces en marcha un

plan que tengo; utilizaría una bruja para que Manolo, se

enamorara o se sintiera muy atraído por ti, irresistiblemente

atraído; siempre yo tendría el proyecto, cerrado y lacrado en mi

caja fuerte; solo lo utilizaría si fuera imprescindible, pero si la

bruja consigue su objetivo, tras haber conseguido a Manolo, yo te

devolvería tu proyecto, ya no sería necesario un mayor precio.

- ¿Sería ese encantamiento de Manolo para siempre?

- ¿Acaso quieres tú que sea para siempre?

- No, siempre es mucho tiempo, solo unos días.

- Así será Carmen, dos o tres días, no más.

- No sabes cuanto te agradezco tu colaboración, estoy obsesionada

con Manolo, sueño con él.

- Pues en cuanto me traigas el proyecto, en sobre cerrado y lacrado,

iniciaré el asunto de la bruja, esa misma tarde; pero ten en cuenta

Carmen, que la bruja cobra por estas cosas; creo que son mil

euros, o algo así.

- Eso no será ningún problema Cristina; nos vemos mañana aquí

mismo, a esta misma hora, traeré una copia del proyecto y los mil

euros ¿Te parece bien?

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- Mañana a las dos, dalo por hecho, ahora disfrutemos del vino y de

las gambas.

La conversación continuó de una forma más distendida que hasta ese

momento, ambas mujeres disfrutaron del vino y de las gambas; era el

vino, un afrutado de la zona del condado, que le estaban sirviendo muy

frío, como corresponde a un vino blanco y joven.

Cuando terminó Cristina sus clases de la tarde en la facultad, fue a

buscar a Remedios; tras la acristalada puerta de la señorial y cé ntrica

casa; un minuto después de tirar de la cadena, apareció Remedios, que

la besó y la hizo pasar hasta su despacho.

- Tengo nuevas noticias; me he reunido con Carmen y ha quedado

en entregarme mañana una importante información; esto me

gustaría hablarlo con Manolo.

- Me pondré en contacto con él mañana por la mañana; así

podremos reunirnos todos aquí, mañana por la tarde.

- Es buena idea; ella me entregará los documentos a medio día;

pero hay un inconveniente; los documentos me los entregará en

sobre cerrado y lacrado; no debemos de romper el sello,

sacaremos los documentos, los fotocopiaremos y los

regresaremos al sobre, sin que se note nada.

- No te preocupes de eso, tengo la persona adecuada, es un

experto en esas cosas; el abrirá el sobre y volverá a cerrarlo tras

las fotocopias.

40
- Esta persona, no debe ver los documentos, no debe saber lo que

contiene el sobre.

- No te preocupes, no sabrá nada, ni nada le interesa; el que sin

duda estará muy interesado, será Manolo.

Se marchó Cristina, tenía cosas que estudiar y apuntes que pasar a

limpio; quería adaptar su nueva vida, a la vida universitaria; se trataba

de compaginar los estudios con su nuevo trabajo; así que debía saber

separar unas cosas de las otras.

Al salir de la facultad, al día siguiente, acudió de nuevo Cristina a la

cafetería; allí la esperaba Carmen, que traía el enorme sobre, cerrado y

lacrado, lo traía doblado y dentro de una gran carpeta; al tomar asiento

Cristina, frente a la mesa que ocupaba la señora, esta le entregó la

carpeta; también le entregó un pequeño sobre, que sin duda contenía

dinero, en billetes grandes, a juzgar por su poco volumen.

- ¡Gracias por venir Cristina! Aquí tienes la carpeta con el sobre que

contiene el proyecto, también este pequeño sobre con los mil

euros para la bruja.

- Muy bien Carmen, desde ahora mismo, está en marcha tu

encargo; nos volveremos a ver mañana aquí mismo y te daré las

instrucciones necesarias; yo he quedado con la bruja esta tarde;

mañana te contaré como ha ido todo.

- Confío en ti Cristina, mañana nos veremos, ahora tomemos un

vino y unas gambas ¿Te apetece?

41
- Me apetece Carmen, es una hora muy adecuada para tomar una

copa y una tapa, para disfrutar de la buena vida.

Guardó el pequeño sobre en su bolso, pero no prestó demasiada

atención a la carpeta que contenía el gran sobre con el proye cto; no

quería Cristina conceder importancia a aquello, como si para ella no

fuera importante.

Tras un par de copas, y algunas gambas más, ambas mujeres se

marcharon; cada una por su sitio, con la promesa de verse allí mismo al

día siguiente, a la misma hora.

Dedicó Cristina la tarde a sus clases y a sus compañeros, antes de

acudir con la carpeta a ver a Remedios y a Manolo; esto lo hizo después

de su última clase, cuando estaba la tarde en sus últimos momentos de

luz; sobre las siete y media; en la casa, la esperaban ansiosos,

expectantes, Remedios y Manolo; ambos se precipitaron sobre la

cancela cuando tintineó la campana.

Los tres fueron al despacho, caminaron con rapidez por el pasillo, en

silencio; podía palparse la tensión, la expectación, la ansiedad; una vez

en el despachó, casi le arrancaron a Cristina la carpeta; al ver el sobre

lacrado, todos se contuvieron y esperaron las palabras de la muchacha;

que se hicieron esperar unos instantes que parecieron eternos.

- No debemos romper el sobre, eso forma parte del trato; dentro de

dos días debo devolvérselo integro, impoluto.

42
- No tendremos que esperar mucho, estoy esperando a un amigo

que lo abrirá sin problema.

- Espero que llegue pronto, estoy impaciente por ver el contenido y

poder comprobar su alcance – Dijo Manolo.

- Mientras tanto, os explicaré el resto del trato al que he llegado

con ella; se supone que tengo amistad con una bruja, que te hará

un hechizo, por el que te volverás loco de pasión por ella; esta

pasión, durará al menos dos días; el sobre con el proyecto, es solo

una garantía; durante esos dos días, te entregarás

apasionadamente a ella y luego le devolveré el sobre ¿Lo has

entendido Manolo?

- Lo he entendido, espero que lo que haya dentro del sobre, tenga

la suficiente importancia; de todas formas, veremos si soy capaz

de interpretar con ella escenas de amor.

- Nadie ha hablado de amor Manolo; solo pasión, nada de

sentimientos amorosos, eso ha quedado muy claro; ella no está

enamorada de ti, solo te desea.

Mientras hablaban, llegó el amigo de Remedios, que lo había

conducido la criada hasta el despacho; al entrar, solo dedicó un escueto

saludo a los presentes; luego, cogió el sobre y se dirigió a la cocina, él

conocía a la perfección la casa; lo seguían todos los demás, hasta los

poyetes; allí tomó una gran cacerola puso agua y añadió una serie de

43
productos que traía en unos frascos; fueron al menos tres frascos los

que vertió en la cacerola, que puso sobre el fuego.

Esperaron pacientemente hasta que comenzó a hervir, el olor era casi

insoportable, esto obligó a conectar el extractor de humos, entonces

colocó el sobre muy próximo al útil de cocina, hasta que el vapor lo

impregnó y lo ablandó hasta ponerlo absolutamente flácido; entonces

sacó un fino cuchillo, de doble filo, con el que abri ó el sobre sin

provocar en él daño alguno, con una habilidad de profesional.

Sacaron el contenido del sobre, pero el propio sobre, lo devolvieron al

despacho, colocándolo en un lugar protegido de la estantería; no debía

sufrir ningún daño ni alteración; advirtió el manipulador, que volvería

cuando lo llamara Remedios, para volver a colocarlo todo como estaba.

Se empleó a fondo Manolo en el examen del proyecto, leyendo la

memoria; minutos después, tuvo claro la importancia del contenido, lo

que podía significar para él.

- Me llevo este proyecto, de esta forma, lo estudiaré y copiaré todo

lo que me interese; mañana lo traeré, pera introducirlo de nuevo

en el sobre, para que todo quede igual.

- Ten en cuenta Manolo, que mañana, debes presentarte a las dos y

cuarto, en la cafetería, junto al restaurante en el que cenamos la

otra noche, allí estaré yo con Carmen; a partir de ese momento,

debes ocuparte de ella durante al menos dos días, con sus

44
respectivas noches; debes tener en cuenta, que la bruja ya te

habrá hechizado.

- Lo tendré en cuenta, no lo olvidaré, tu trabajo ha sido fantástico

Cristina; antes de esa hora, me pasaré por aquí para dejar todo el

proyecto en su sitio y que el manipulador, pueda terminar su

trabajo.

Al día siguiente, tras sus clases, a las dos en punto, entró Cristina en

la cafetería; allí estaba Carmen, esperando, expectante, impaciente;

estaba sentada en una mesa y frente a ella, una copa de vino blanco,

muy frío; tan frío, que la escarcha se depositaba como una capa

blanquecina, sobre el fino y estilizado cristal.

La muchacha se dirigió a la mesa, permitiendo que se dibujara una

sonrisa en su juvenil rostro, sonrisa que pretendía mostrar su triunfo, su

éxito en todos los terrenos; todo esto, mientras se acercaba a la mesa

que ocupaba Carmen; después tomó asiento frente a la señora.

- Me da una gran alegría verte, mi querida Cristina ¿Qué noticias me

traes?

- Buenas noticias, la bruja hizo su trabajo anoche y ahora, de un

momento a otro, aparecerá Manolo por esa puerta; he quedado

aquí con él.

- No me pongas nerviosa mujer, esto es muy emocionante ¿Hay

alguna cosa que deba hacer?

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- No tienes que hacer nada especial, deja que sea Manolo el que

tome la iniciativa, deja que sea él el que haga.

Los ojos de Carmen, mostraron con claridad, que había entrado

Manolo en la cafetería; los ojos de la señora, mantuvieron fija su mirada

en un solo punto; además de su mirada, también quedó fija su atención,

su boca entreabierta y el rubor subió a sus mejillas, cuando se acercó a

la mesa y tomó asiento.

- Me alegro de veros; imagino, que me permitiréis invitaros a unas

copas y a algo más, luego os invitaré a comer ¿Qué os parece?

- Yo te lo agradezco Manolo, pero no me puedo quedar, tengo un

trabajo muy importante; pero me imagino que Carmen podrá

acompañarte ¿No es así Carmen?

- Está bien Manolo, comeré contigo; me imagino que lo haremos

aquí al lado ¿No es así?

- Como tú quieras Carmen, estoy a tu disposición.

- Que cosas me dices Manolo, no me las tomaré al pie de la letra.

Aprovechando la conversación entre Carmen y Manolo, Cristina se

levantó, se despidió y se marchó, con la excusa de que tenía trabajo;

por su parte, Manolo y Carmen continuaron con sus arrumacos,

aderezados por alguna copa de vino y alguna tapa.

La comida, no fue muy abundante; parecía que ambos tuvieran prisa;

aunque la que más prisas tenía era sin duda Carmen, que deseaba

comprobar en lo que terminaba todo aquel preámbulo.

46
- No has comido mucho ¿Quieres algún postre, dime Carmen?

- No tengo mucho interés en el postre, un café solo, italiano.

- Lo que a mí me apetecería Carmen, de verdad, sería una buena y

larga siesta.

- Que maravilla ¿Quien pudiera?

- Pues mi hotel, está aquí al lado y tengo dos camas en mi

habitación; podemos darnos una siesta; yo creo que tenemos la

suficiente confianza y ya somos adultos.

- Creo Manuel, que lo que tú quieres es que seamos adúlteros, no

adultos; pero está bien, iremos a tu hotel.

Tras la comida y los cafés, dieron un corto paseo hasta el hotel; por el

camino, se dedicaron alguna sonrisa de complicidad, aunque procuraron

evitar los contactos físicos, ya no eran unos niños y la calle no era el

lugar más apropiado.

Una vez en el hotel, procuraron pasar desapercibidos, como si no

fueran juntos; así llegaron hasta el ascensor; por el pasillo, Carmen

caminaba un par de pasos por detrás de Manolo; lo que no pudo evitar,

fue alguna risita nerviosa; quizás disfrutaba ya, adivinando lo que se le

venía encima esa siesta.

Entró primero Manolo, que dejó la puerta abierta, ella lo hizo

inmediatamente después, cerrando la pue rta tras ella, luego fue

directamente hasta Manolo, abrazándolo y besándolo.

47
- Me apetece darme una ducha antes de ir a la cama; si quieres,

puedes ayudarme; desnudémonos y mientras me ducho, tú

Carmen, enjabona y frota mi espalda.

- Tienes razón Manolo, nos ducharemos los dos juntos.

Después de quedar completamente desnudos, Carmen no podía

apartar sus ojos del miembro de Manolo, que presentaba una erección

superlativa; ayudado probablemente por la pastilla roja que se había

tomado con el café, sin que Carmen pudiera apreciarlo; como sabía que

no se sentiría especialmente excitado por Carmen, había decidido tomar

aquella importante ayuda.

Cuando entraron en la ducha, las manos de Carmen, untadas con

abundante gel, frotaban y palpaban todo su cuerpo, aunque no podía

evitar Carmen, acabar siempre su trayectoria, en los genitales de

Manolo; hasta que terminó por arrodillarse frente a él, mientras los

mojaba el agua tibia de la ducha, afanándose en una felación, sus

manos, acariciaban sus testículos con la punta de sus dedos.

Tuvo Manolo que levantarla y cerrar el agua de la ducha; ya que

Carmen, que sentía un orgasmo tras otro, parecía incapaz de reaccionar;

fue entonces cuando se afanaron en secarse el uno al otro.

Sabía manolo, que no tardaría mucho en tener una primera

eyaculación, así que la llevó a la cama; le indicó que pusiera sus manos

sobre ella y que mientras estaba de pie, le ofreciera sus grandes nalgas;

entreabiertas sus piernas, para facilitar que Manolo, comenzara a hacer

48
caricias en su sexo con su mano izquierda; cuando comprobó que

estaba suficientemente lubricado, la penetró por detrás, mientras con

sus manos sujetaba sus caderas.

Tras algunos rítmicos movimientos, empujones, que procuraba paliar

con la sujeción de sus manos; podía verse desde atrás, como Manolo

empujaba, mientras entre sus piernas, los testículos que colgaban, se

balanceaban, golpeando en las piernas de Carmen; cosa que sobre

excitaba a la señora, que tuvo un largo y ruidoso orgasmo, tan largo y

ruidoso, que pudo escucharse en todas las habitaciones limítrofes.

Manolo abrazó con fuerza, con sus brazos, las caderas de Carmen,

mientras eyaculaba abundantemente; luego quedaba sobre ella en la

cama, ambos derrumbados por el agotamiento y el placer.

Tras unos minutos de reposo, Manolo se apartó de Carmen,

extrayendo su miembro del interior; pero la mayor sorpresa de la

señora, fue ver que el miembro de Manolo, continuaba en erección, sin

duda por causa de la pastilla, pero a ella le daba igual, ignoraba esa

circunstancia, así que se arrodilló de nuevo y se afanó en una nueva

felación; gustándose con los restos de su eyaculación.

Viendo que aquello continuaba grande y duro, empujó a Manolo, hasta

dejarlo caer de espaldas sobre la cama; allí se subió ella a horcajadas

sobre las caderas de Manolo, siendo ella la que lo poseyó con

movimientos de sus caderas arriba y abajo, a un lado y a otro; apoyada

49
sobre sus pies que se mantenían sobre la cama, al lado de las caderas

del hombre.

Esta vez, el orgasmo de Carmen, fue aún más ruidoso; agarrada a las

manos de Manolo, que las usaba como bridas, para sujetarse y

conseguir una máxima penetración; hasta sentir que llegaba a tocar el

fondo de su vagina; lanzaba Carmen desgarradores gritos de placer,

luego suspiraba y de nuevo gritaba.

Tuvo Manolo, que aprovechar un momento de relajación de Carmen,

para salir de debajo, buscar una bata con la que cubrir su continuada

erección y llamar al bar, para que le subieran una botella de cava con

dos copas y una cubitera.

A las ocho de la noche, seguía Carmen, poseyendo a Manolo de todas

las formas imaginables; pero entonces “sonó la campana”, Carmen

reconoció que debía pasar la noche en su casa, no le quedaba otro

remedio; en el caso de pasar la noche fuera, debía haberlo planeado de

otra forma.

- Estaría encantada de pasar la noche contigo, pero es imposible

Manolo, tendremos que vernos mañana por la mañana.

- Está bien, nos veremos mañana, de esa forma también damos

descanso a nuestros cuerpos, ya que nuestro deseo no decae

¡Mira Carmen como la tengo!

50
Seguía Manolo presentando una enorme erección, pero estaba

realmente agotado, al borde del colapso, así que aquello le venía a la

perfección.

- Nos veremos mañana para desayunar ¿Te parece bien Manolo?

- Tenemos que vernos un poco más tarde, nos veremos a la una, así

habré yo resuelto mis asuntos en la oficina y tendremos toda la

tarde para nosotros, ahora nos damos una ducha y nos vamos.

Ambos entraron en la ducha, el agua tibia no contribuía a bajar la

erección de Manolo, así que Carmen, mientras lo enjabonaba y lo

enjuagaba, seguía agarrada al miembro que tanto placer le había

proporcionado; acabó haciéndole una felación, hasta que Manolo cerró

el agua de la ducha, solo entonces se secaron, se vistieron y salieron de

la habitación; ya en el vestíbulo, tomaron direcciones diferentes.

A esa misma hora, Cristina visitaba a Remedios en su casa; cuando

ambas mujeres estuvieron sentadas en el despacho, hablando en la

intimidad, pudieron contarse lo sucedido durante el día, comenzó

explicándose Remedios.

- Esta mañana, después de las doce, estuvo aquí Manolo, está

verdaderamente muy impresionado contigo; dice que con esta

documentación ha salvado su empresa; me la ha devuelto y ya ha

venido mi amigo y ha cerrado el sobre; ya lo tienes dispuesto para

cuando quieras devolverlo.

51
- Por mi parte, he dejado juntos, acaramelados, a Manolo y a

Carmen; creo que todo va bien.

- Te ha dejado Manolo, otra propina, esta es importante, son tres

mil euros ¿Estás contenta?

- Muy contenta Remedios; pero ese dinero deberíamos compartirlo

¿No te parece?

- No te preocupes niña, ya me ha dejado a mi otra importante

propina, tú a lo tuyo; por cierto, tengo otro trabajo para ti, no

debes dedicarte a Manolo en exclusiva, aunque sea un cliente

importante, solo debes darle su lugar, pero no la exclusiva.

- De acuerdo Remedios, tú mandas, dime quien es el siguiente.

- Lo primero que debes hacer, ahora que tienes dinero suficiente,

es salirte del piso compartido y tomar un apartamento pequeño,

para ti sola; sin tener que dar explicaciones; tengo aquí una

tarjeta, ve a ver el apartamento, esa es decisión tuya.

52
CAPITULO IV

Por la mañana, recibió Cristina un recado de Remedios; ya había

aprendido la señora, que era preferible mandarle un mensaje, mejor que

llamarla, ya que existía la posibilidad de encontrarla en clase y entonces,

lo más probable, es que no pudiera contestar al teléfono; ya le había

explicado Cristina, que cuando entraba en clase, lo ponía en modo de

silencio y vibración, solo para saber que la habían llamado.

El mensaje era escueto, solo decía: “Trabajo interesante, ven a comer

conmigo”; así que al terminar la última clase de la mañana, Cristina se

presentó en la casa de Remedios.

- Te estaba esperando niña, iremos a comer fuera, a un restaurante

que hay muy cerca de aquí; te gustará.

- Como tú digas, sabes que tú mandas y yo obedezco.

- ¡Menos guasa niña! Por cierto estás preciosa, tu gusto ha ganado

mucho últimamente.

- Mi gusto y mi buen criterio, ha subido al mismo ritmo que mi

cartera, es curioso, pero así ha sido ¡Cosas que pasan!

53
- También ha subido tu sentido del humor niña; me alegro de eso;

pero ahora hablaremos mientras comemos; he reservado una

mesa; es un restaurante pequeño, familiar y muy acogedor, te

gustará, ya lo verás.

Muy cerca de la casa de la señora, estaba el pequeño restaurante, no

más de veinte mesas, quizás menos, todo muy limpio y atendido por

una muchacha de “muy buen ver”, joven, inteligente y espabilada, que

enseguida reconoció a Remedios y las condujo a una mesa apartada.

La comida que allí se servía, era de las que suele comerse en las casas

andaluzas, guisos populares hechos con mucho esmero y con

ingredientes de primera calidad; nada preguntó la muchacha de lo que

querían comer; simplemente se ocupó de componer la mesa y de traer

el vino el pan y acto seguido, el primer plato; unos garbanzos con

coliflor, que solo con su olor, despertaban los más íntimos apetitos de

cualquiera; tenía su olor, algo de afrodisíaco.

Sin duda alguna, Remedios había ya convenido cual sería la comida,

todo estaba decidido, así era la señora.

- Ten en cuenta que esto es como si comieras en casa; no hay nada

que elegir, te gustará.

- Estoy segura de que sí, cuando como en mi casa, no me

preguntan lo que quiero comer; simplemente me ponen la comida

por delante.

54
- Me alegro de que te lo tomes así; tengo un cliente muy especial

para ti, es algo diferente; solo puede servirme alguien como tú, ya

veremos si te decides.

- Me estas intrigando; explícame algo más.

- “Con la iglesia hemos topado Sancho”; se trata de un cura o

sacerdote o clérigo o como quieras llamarle; tengo que explicarte

varias cosas de él; sinceramente es algo especial; requiere a

alguien inteligente y con sentido del humor.

- ¿Se trata de un cura viejo o joven o como?

- En realidad, se trata de dos curas, uno tiene setenta años y el

otro, poco más de cuarenta; pero para satisfacerlos, hay que tener

dotes de actriz; intentaré explicártelo.

- ¿Los dos a la vez?

- Sí, pero el viejo, solo mira, todo lo más una furtiva caricia, el que

actúa es el más joven.

- Eso tiene mejor cariz, cuéntame más cosas Remedios, no me voy a

asustar ya de nada.

En ese momento, la señora tuvo que callarse, la camarera retiraba los

platos, mientras les preguntaba si querían repetir, las dos dijeron que

no, por lo que la camarera les puso unos flanes de huevo como postre ;

enseguida retomó la palabra Remedios.

- Te explicaré algunas cosas más; como el viejo, fue capellán en un

colegio de monjas, parece que necesita excitar su imaginación,

55
con las niñas vestidas de uniforme; muy posiblemente abusó de

algunas, y esto lo motiva; tendrías tú, que vestirte con un

uniforme que nos proporcionará el cura más joven; que

adaptaremos a tus medidas y con el que montarás un teatro, con

confesión incluida, en el que el viejo, será espectador.

- ¿Cuánto nos pagaran por eso?

- Serán quinientos fijos; dependerá de tu actuación y de hasta que

punto consigas excitar al viejo, la cuantía de la propina.

- Está bien, nos pondremos en marcha.

- Por cierto ¿Cómo va lo de tu mudanza?

- Me mudaré hoy mismo, tenías razón Remedios, mis compañeras,

comenzaban a hacerse muchas preguntas; lo que les he dicho, es

que la cuestión económica de mi casa se ha resuelto gracias a una

herencia y que ya no hay problemas.

- Muy bien planteado Cristina, “ojos que no ven, corazón que no

siente”; por cierto, esta tarde, tendré el uniforme en casa y vendrá

una modista que nos echará una mano; te espero a las siete.

Las dos mujeres, acabaron su comida con un café; luego, cada una se

marchó a su casa; Cristina pasó por su casa a recoger unos apuntes y

luego se fue a la facultad; quería asistir a sus clases hasta que llegara la

hora de ir a casa de Remedios.

Diez minutos después de las siete, tiraba Cristina de la cadenita e

inmediatamente sonaba el tintineo de la campanita de llamada;

56
enseguida apareció frente a la cancela la señora, que venía acompañada

por una señora ataviada con un delantal a rallas; se la presentó a

Cristina como Petra, la costurera.

Sobre la mesa del despacho, estaba el colegial uniforme, compuesto

por una falda a cuadros grandes, rojos, azules y otros mezcla de ambos

tonos, la falda estaba provista de tirantes del mismo tejido, que se

cruzaban en el pecho y luego buscaban su espalda; también formaba

parte del uniforme, una camisa de color crudo, cerrada con botones.

Se desnudó Cristina, quedando tan solo con sus bragas en forma de

tanga, que resaltaban sus redondas y abundantes nalgas; ahora, Cristina

no solía llevar sujetador; sus grandes tetas, no necesitaban sujeción

ninguna, ellas solas se mantenían erectas.

Se puso primero la camisa, que le quedaba ajustada, tanto que no

podía abrochar todos sus botones; pero eso no era ningún problema, ya

que le quedaba un gracioso y amplio escote; que dejaba ver con

generosidad sus pechos; en cuanto a su longitud, la camisa cubría hasta

la mitad de sus nalgas, dándole un aspecto muy sexy.

La costurera, Petra, estaba estupefacta, embobada con la muchacha;

aunque pasaba de los cincuenta, le seguían gustando las muchachas

jovencitas; pero Cristina la había impactado, tanto que mantenía su

boca abierta y parecía paralizada por la impresión.

Cuando le pusieron la falda, fue evidente, que esta necesitaba algunos

arreglos, ya que era tan corta, que no llegaba a tapar sus nalgas; pero

57
rápidamente se inclinó la costurera, comprobando que en el bajo de la

falda había tela suficiente, lo descosió con la tijera, mientras

aprovechaba para mirar y tocar todo lo que pudo; luego, con alfileres,

fue probando distintos largos, que Remedios se encargaba de

supervisar.

Por fin llegaron a un acuerdo sobre el largo de la plisada falda,

llevándolo hasta el lugar justo, hasta donde tapaba toda la nalga; eso

mientras se mantuviera derecha Cristina, por que en cuanto se

inclinaba, dejaba al descubierto las dos re dondas y prominentes masas

de sus nalgas.

Cogido con alfileres el bajo de la falda, se desprendió de ella Cristina,

también de la camisa; provocando que la costurera trabara su lengua

cuando explicó, que pensaba tenerlo todo, para el medio día siguiente ;

lo metió todo en una bolsa y se marchó Petra.

Cuando quedaron solas, no pudieron contener sus risas; reían

sobretodo de las caras que había puesto la costurera y de su desazón al

ver desnuda a Cristina.

- Mañana te espero para comer, tendré dispuesto que venga el cura

a las cinco de la tarde, él te recogerá y te llevará al lugar que han

elegido; al parecer, lo que pretenden, es que te confieses con el

viejo, vestida de colegiala; el viejo te irá sonsacando y procurando

calentarte, como hacía él con sus alumnas; será el más joven, el

encargado de conseguir otras cosas, para que lo vea el viejo.

58
- A las dos y media, estaré en tu casa, comeremos y estaré contigo.

Era esa la primera noche, en que Cristina dormiría en su nuevo

apartamento, pequeño pero muy coqueto; la cocina estaba separada del

salón por una barra de madera, como un pequeño bar; solo un pequeño

dormitorio y un cuarto de baño, muy completo, con bañera, pero con

solo un lavabo, todo muy pequeño, nuevo y moderno, funcional.

El apartamento tenía un gran armario empotrado en la pared, con

puerta por el dormitorio y por el salón; esto le permitía colocar

adecuadamente su ya amplio vestuario y una intimidad que no tenía en

el otro piso, en el compartido.

Lo que más la gustaba era la mesa de metacrilato, que había en el

salón, que podía replegarse sobre la pared, pero que le permitía

estudiar a solas, mientras escuchaba música o veía la televisión en un

aparato de plasma, cosa que ella no había tenido hasta ese momento.

Minutos antes de las dos y media, llegó Cristina a la puerta de la casa;

no le hizo falta tirar de la cadena para que sonara la campana; tras la

cancela estaba Remedios, dando las últimas instrucciones a la criada y

pendiente de la llegada de la niña; así que en cuanto la vio en el zaguán,

abrió la cancela y se dispuso a salir a la calle.

Se dirigieron al pequeño y cercano restaurante, instalado en una vieja

casa habilitada para tal fin; la camarera, las condujo a la misma mesa

que ocuparon el día anterior y siguió un proceso similar; solo varió el

menú; hoy le sirvieron una ensalada con aguacates, tomate cherry y

59
lechuga silvestre, también rúcula y rábanos; de segundo plato un

entrecot de ternera no muy hecho; les pusieron de postre una

macedonia de fruta del tiempo y un café solo.

Procuró Remedios que la comida no fuera demasiado pesada; había

que tener en cuenta que la niña tenía trabajo fuerte esa tarde; sabía la

señora, lo pesados que podían llegar a ser los curas, sobretodo cuando

de temas de sexo se trataba; así que tras el café, ambas se levantaron

de la mesa y fueron a la casa; de allí debía salir vestida.

Una vez en el despacho, comenzaron a probar el uniforme a Cristina;

empezó por desnudarse y quedarse con unas bragas tanga; esto no le

gustó a Remedios, que le dijo a Cristina que se las quitara; la muchacha

quedó completamente desnuda; la señora buscó y encontró, en uno de

los cajones de la mesa de su despacho, unas bragas muy elásticas, casi

transparentes, que se ajustaban al cuerpo de Cristina como un guante

de cirujano, eran del color de la carne.

Cuando Cristina se enfundó aquellas bragas, había que fijarse mucho

para ver que llevaba algo, solo podían verse sus poderosas nalgas y su

vello púbico, que se trasparentaba con claridad, tras el leve tejido de las

bragas; encima, se puso la camisa, que ahora, tras los retoques de la

costurera, le quedaba mucho mejor; muy ajustada, pero mejor.

En camisa, con las bragas transparentes como única ropa y con tres

botones de su pechera desabrochados, estaba encantadora; más aún,

cuando se puso la falda del uniforme, la cortísima falda, que apenas

60
conseguía disimular las exuberantes nalgas, que parecían querer salir

por todas partes; tuvo que ocuparse Remedios, de graduar la altura que

los tirantes, imprimían al bajo de la escueta falda plisada.

Comprobó Remedios la altura de los bajos, desde todos los ángulos,

miró estando ella de pie, sentada, sentada en el suelo, quería

comprobar lo que los demás podían ver; sabía que en el arte de la

seducción, es más importante, lo que se insinúa que lo que se enseña y

en ese arte, ella era una artista; una vez estuvo conforme con la altura

de la falda, con el ajuste de los tirantes y de la camisa, decidió Remedios

pasar al capitulo del peinado.

Utilizó la corta melena negra de Cristina, para hacerle dos pequeñas

trenzas, muy infantiles, que le dieron el toque definitivo, le imprimieron

un aspecto de niña, que le costó trabajo admitir hasta a Remedios, que

tomó siento y la miraba extasiada, mientras le pedía que girara a uno y

a otro lado, que se inclinara adelante y detrás, para comprobar hasta

donde se le veía.

Todo estaba conforme, ambas estaban de acuerdo en el aspecto que

había adquirido Cristina; ahora sí parecía una colegiala; una niña muy

desarrollada, exuberante podía decirse, pero ese era su aspecto; fue en

ese momento, cuando sonó la campanilla de la puerta; tras la cancela

estaba el cura, vestido con un traje gris, sin alzacuello.

Los ojos del cura se abrieron como platos, al ver a Cristina ataviada

con el uniforme, su sorpresa fue tanta, que no podía creerlo; por una

61
parte, si él hubiera visto esta niña en un colegio, no le hubiera calculado

más de trece años, al observar sus formas femeninas, le hubiera

parecido increíble para esa edad; pero sin duda, era el aspe cto que

deseaba para presentar la muchacha a su eminencia.

- ¿Qué le parece Padre? ¿Le gusta así?

- Verdaderamente impresionante Remedios; no he visto nunca nada

igual, ni podía imaginármelo; a su eminencia, le va a encantar;

pero tendremos que ponerle algo por encima, para poder

llevármela y entrar en el palacio.

- No se preocupe padre, ya lo tengo pensado; tengo una capa que

vendrá a la perfección para la ocasión, “una buena capa, todo lo

tapa” ¿Está de acuerdo Padre?

- Seguro que sabes hacerlo Remedios; sin duda la niña está

inmejorable.

Trajo Remedios una fina capa de seda de un azul oscuro, con un

cuello de encaje blanco, que todo lo tapaba y daba a Cristina el aspecto

de una niña que viniese a una catequesis.

La entrada en el palacio, la hicieron por una pequeña puerta lateral,

subieron por unas estrechas escaleras, hasta el primer piso; allí

recorrieron un buen tramo por fastuosos pasillos, llenos de obras de

arte, pinturas del renacimiento, esculturas e imágenes del barroco,

tapices del siglo trece y otras, que no consiguió apreciar Cristina; que

62
mantenía erguida su cabeza, con la dignidad que da la inteligencia y la

nobleza, aunque estuviera recién adquirida.

Cristina, ya había asumido su papel; ella se imaginaba ser una niña de

una importante familia, con problemas de dirección espiritual, que la

habían llevado a un extraordinario y experimentado director espiritual,

para que la confesara y aconsejara.

Si la habían impresionado los pasillos, más la impresionó el despacho

del confesor; el oropel era tremendo, creyó entrar en un mundo aparte,

en otra realidad; evidentemente no había entrado en el cielo; ni siquiera

estaba cerca de él.

Al entrar en la extraordinaria estancia, el cura, que le había jurado que

se llamaba Pedro, la despojó de su capa y fue a colgarla en una percha;

luego desapareció tras una puerta y pasados menos de dos minutos,

regresó ataviado con una sotana.

Miró y remiró Pedro, llamémosle Pedro, a la muchacha; realmente

estaba esplendida; incluso había tomado la pose de niña buena; o tal

vez mala, pero sin duda una niña; en ese momento entró su eminencia,

ataviado con su sotana negra; con unos ribetes en rojo, en los puños y

en la abotonadura de su pecho; también era púrpura su birrete.

Ofreció el prelado la mano, armada con su anillo, a la muchacha;

luego fue a sentarse en un pequeño sillón y le pidió que tomase el

reclinatorio y se arrodillase a su lado; sin duda con la intención de

confesarla; con premura, aproximó Cristina el reclinatorio.

63
- Quiero confesar padre; he pecado y solicito su perdón.

- Pero tú eres una niña, no puedes tener muchos pecados hija,

cuéntame tus dudas ¿qué edad tienes, quizás trece años?

- Casi padre, casi; pero mis apetencias por los hombres, son tan

grandes, que no se si son normales.

- ¿Te gustan mucho los hombres? ¿te gustan los de tu edad o

mayores?

- Me gustan todos padre, de todas las edades, cada cual tiene lo

suyo; hace ya dos años, un vecino con cuatro años más que yo,

me enseñó a disfrutar del sexo; durante las siestas de las

vacaciones del verano, me llevaba a unas dependencias de la

enorme casa de pueblo de mis abuelos; el muchacho, era el hijo

del pastor, por lo que conocía a la perfección, todas las

dependencias de la casa; también sabía mucho sobre las

apetencias de las mujeres; me llevaba allí y comenzaba por

acariciar mi cuerpo; acariciaba con sus jóvenes manos, mis

pechos juveniles, que ya iniciaban tendencia a crecer; acariciaba

mis muslos, luego mis nalgas y entre ellas, acariciaba mi sexo con

sus dedos.

La respiración del viejo sacerdote, se agitaba, al tiempo que se

excitaba por lo que contaba Cristina; tal era su agitación, que tuvo que

acudir en su ayuda el padre Pedro.

64
- No te preocupes Pedro, estoy bien, deja a la niña que siga

contándome sus preocupaciones.

- El muchacho, terminaba por sacar de su bragueta, su miembro en

erección y me enseñó a acariciarlo con mi mano, hasta conseguir

que eyaculara.

- ¿Te producía eso satisfacción hija?

- Mucha satisfacción padre, aunque también me producía cierta

intranquilidad, como si algo me faltara, como si necesitara algo

más; eso me lo enseñó un empleado de la casa; este era bastante

mayor, quizás tuviera dieciocho años, tal vez más, trabajaba este

muchacho, en las naves de los cerdos de mis abuelos y un buen

día; nos vio entrar en la dependencias apartadas, donde nos

solazábamos; luego, aprovechó que me vio sola en el patio y se

me acercó; me explicó entonces, que nos había visto y que

también había visto todos nuestros juegos, con los que yo tanto

disfrutaba; me explicó entonces, que mi amigo era muy joven y

que su experiencia era escasa; me prometió que si me veía con él

a solas, me proporcionaría mucho más placer; me juró que su

miembro era mucho mayor y que sabía como utilizarlo; todo ello

me inquietó y luego resultó cierto, nos vimos un día en una de las

chozas que rodeaban el patio del ganado y allí, introdujo su

enorme miembro entre mis piernas y en mi vagina; el placer que

65
me proporcionó, fue indescriptible padre; tardé mas de media

hora en recuperar mi respiración normal.

Cristina, arrodillada en el reclinatorio, algo volcada sobre el hombro

del clérigo, sus codos en el respaldo del reclinatorio y su cabeza

reclinada sobre el hombro del prelado; permitía al padre Pedro, que se

mantenía sentado tras la muchacha; desde su posición, tuviera una

magnífica perspectiva de las nalgas de Cristina; estaba el cura

obsesionado con la magnífica visión que podía observar, bajo las cortas

faldas de la supuesta colegiala y la magnificencia de sus nalgas

cubiertas por las finas y ajustadas bragas del color de la carne; que

permitían que se trasparentara, la oscuridad del canal que transcurría

entre sus glúteos; apreciar como se oscurecía este canal, al introducirse

entre sus magníficos muslos, que se mantenían algo separados entre sí.

Ante las confesiones de la niña, el prelado, cada vez estaba más

excitado, tanto que se le acercó el cura, para comprobar sus constantes

vitales; lo que aprovechó el confesor para darle un recado; le pidió al

cura que acercara su oído a su boca y le dijo:

- Alza las nalgas de la niña, baja sus bragas y poséela aquí mismo,

en el reclinatorio, mientras sigue confesando.

El cura, que estaba deseando, le hizo caso; alzó las nalgas de Cristina,

mientras ella mantenía sus codos en el reclinatorio y su cabeza en el

hombro del prelado; bajó sus bragas y levantó su sotana, que no

escondía nada debajo, solo su miembro en erección; en esa postura

66
comenzó a penetrarla, muy suavemente, con parsimonia y leves

movimientos oscilantes y rítmicos.

Cristina, comenzó a pronunciar suaves jadeos al oído del prelado,

seguidos de leves y contenidos gritos de placer.

- Cuéntame lo que sientes en cada momento niña ¿Qué te parece?

- Me gusta mucho padre, tanto me gusta que creo que es pecado.

- No te preocupes niña, estas en el confesionario; voy a comprobar

lo que te están haciendo.

El prelado introdujo su mano entre las piernas de Cristina; al buscar,

encontró los testículos del cura, que colgaban libres entre las piernas de

la muchacha; se balanceaban adelante y atrás.

La mano del confesor siguió buscando, y encontró el tronco principal,

grueso y duro, que penetraba en el sexo de la niña, entre su vello,

espeso y rizado; el prelado lo palpó todo con deleite.

- No puedo aguantar más tiempo este placer ¡Toque padre con su

dedo en mi clítoris, por favor; espero no morir de placer!

El viejo confesor, supero la línea roja de lo soportable y cayó de

bruces sobre el suelo, destrozando su nariz, que sonó como una nuez al

cascarse; ese incidente, hizo que el cura interrumpiera abruptamente su

coito con Cristina y se abalanzara sobre el prelado.

Tras una breve inspección, que incluyó una comprobación del pulso y

de la respiración; la cara del cura quedó blanca como la pared; sin duda

el prelado había muerto, su corazón no lo había podido soportar.

67
- ¡Está muerto! ¡Vaya un problema! No toques nada Cristina, tienes

que irte; debes salir por donde hemos venido, te pones la capa y

te vas.

- ¡Ni hablar! No pienso irme, yo no he hecho nada y esperaré a la

policía; si me voy, luego las culpas caerán sobre mí; yo no tengo

nada que ocultar.

- Te daré un buen dinero si te vas sin que nadie te vea.

Por un momento, los dos quedaron en un absoluto silencio; esto les

permitió pensarlo durante unos segundos.

- ¿Y si te doy mil euros, te irías?

- Ni hablar padre, no lo haré.

- ¿Y si te diera dos mil?

- Si me da tres mil, me voy ahora mismo y no diré nada; me comerá

el gato la lengua.

- Está bien, pero no debes contar esto ni a Remedios, a nadie.

- Si me das tres mil, mi boca será una tumba; pero debes ir mañana

a pagar a Remedios lo habitual, con una propina para mí, que

parezca como siempre.

Fue el padre Pedro hasta un cajón de la mesa del despacho, extrajo

tres mil euros y se los entregó a Cristina; esta lo cogió, se los introdujo

en sus bragas, se puso su capa y salió del despacho, caminó con

autoridad y elegancia a lo largo de los pasillos; no le costó trabajo

68
encontrar la salida, ni la pequeña puerta por la que entraron; luego

tomó un taxi y se fue a su apartamento.

Al día siguiente, a medio día, fue Cristina a la casa de Remedios, que

la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja; la hizo pasar a su

despacho y la sentó frente a la enorme mesa.

- Ha estado aquí el padre Pedro; está muy satisfecho de tu

comportamiento y de tu actuación; ha dejado una propina; por

cierto, muy generosa; además de tus honorarios y los míos, ha

dejado mil euros de propina para ti.

- ¿Te parece que está bien, lo crees suficiente?

- ¿Te parece poco a ti?

- No, te pregunto, por que tú sabes lo que suele dar ¿Te ha dicho

algo más?

- Me ha dicho que te felicite por tu profesionalidad y discreción; no

sé con exactitud, lo quiere decir con eso.

Se marchó Cristina, sin estar segura de si su actuación había sido la

adecuada, por lo de no decir nada de lo sucedido a Remedios; había

dado su palabra y no sabía las consecuencias que traería todo aquello;

pero esa noche durmió a pierna suelta.

69
CAPITULO V

Al salir de clase, eran casi las dos, la avisó su teléfono de que tenía un

mensaje; cuando pudo comprobarlo, vio que era de Remedios, que de

nuevo la invitaba a comer; decía tener cosas que tratar con ella; así que

puso rumbo a la casa.

La señora, la estaba esperando, al verla tras la cancela, fue la señora la

que salió de la casa; estaba vestida como para ir a la calle, para ir a

comer al pequeño restaurante al que solían ir; Remedios, se agarró con

fuerza del brazo de Cristina; ambas caminaban por la acera,

fuertemente unidas.

- Ha sucedido algo sorprendente ¿Sabes niña, que ha muerto el

obispo, con el que estuviste antesdeayer en el palacio?

- La verdad es que lo sabía, pero le prometí al cura que no te

contaría nada; ahora ya lo sabes y mi promesa ya se ha cumplido.

- Cierto, así que espero que me des más detalles; ahora comprendo

la buena propina que te dio; los curas suelen ser muy tacaños y

esa propina me sorprendió.

- Me imagino, que también te daría propina a ti ¿No es así?

70
- Así es niña; ahora espero que me des más detalles de lo sucedido.

- Claro que te los daré, pero tienes que prometerme que no le dirás

al cura, que te he contado nada; ante él, solo sabrás lo que has

leído en el periódico; nada habrás sabido por mí.

- De acuerdo Cristina, nada diré de lo que me cuentes; nosotras

debemos tener nuestros secretos.

Todo se lo contó con detalle Cristina; todo menos lo del dinero, eso

suponía, que era cosa suya y solo ella debía conocerlo; en ese momento,

llegaban al pequeño restaurante y fueron a sentarse en la mesa de

siempre.

- Fuiste muy hábil desapareciendo de la escena sin que nadie te

viera en el palacio; eres inteligente, hábil y tienes sangre fría;

tengo un nuevo trabajo para ti niña; se trata esta vez de un

importante político, que seguro que habrás visto en televisión con

cierta frecuencia.

- ¿Se trata de un famoso?

- Cierto Cristina, se trata de un famoso; pero exige absoluta

discreción; está obsesionado con eso; de echo, tendrás que llegar

sola hasta la habitación del hotel; lo mejor que puedes hacer allí,

es fingir que no lo conoces, que no lo has visto en tu vida ; por

otra parte es un hombre débil y cobarde; tampoco su potencia

sexual es importante; es más, creo que es impotente; algo sencillo

para ti, lo manejarás con facilidad.

71
- ¿Qué es lo que quiere exactamente de mí?

- Quiere hablar y que le hagas caricias, que lo masturbes; todo con

delicadeza y con sensualidad.

- ¿Cuánto pagará?

- Pagará tus honorarios, como siempre, la propina dependerá de ti;

me sorprendería que este diera una propina muy grande; pero

después de lo que has conseguido con los curas, nada me

sorprenderá de ti.

- ¿Cuándo y donde será?

- Tendrás que estar esta noche a las diez en su habitación del hotel;

en esta tarjeta, llevas el nombre y la dirección completa; sé

discreta, es lo fundamental para él.

- Es necesaria alguna vestimenta especial.

- Nada especial en cuanto a la indumentaria, tiene que ser elegante,

pero discreta.

Tras la tradicional comida, compuesta por un potaje y alguna fruta,

más un café, ambas mujeres volvieron a la casa; pero Cristina, ni

siquiera entró; se fue a la facultad, donde tenía clase esa tarde.

A las diez en punto, entró Cristina en el hotel; entró a través de la

cafetería; su indumentaria, un sobrio traje de chaqueta, eso sí, ceñido

con fuerza a sus caderas, le daba un aspecto de ejecutiva impecable, a

lo que ayudaba una cartera de ejecutivo, en la que llevaba algunas

72
mudas de ropa interior y sus útiles de aseo personal; lo suficiente y

necesario para pasar una noche, ni más ni menos.

Llamó a la puerta de la habitación, no podía evitar sentir cierto

nerviosismo; había olvidado preguntar a Remedios sobre el aspecto de

su cliente; sin duda, cada vez era más profesional; cada vez le

importaba menos el aspecto físico del cliente.

Incluidos los tacones, su interlocutor, no llegaba al hombro de

Cristina, debía haberla avisado Remedios y se hubiera puesto zapato

plano; aquel hombre bajito, gordezuelo y con escaso pelo en toda la

parte superior de su cráneo; que podía ver la muchacha desde arriba, le

dedicó una amplia sonrisa y la hizo pasar con premura, luego asomó su

cabeza, para poder ver el pasillo, miró a izquierda y a derecha, para

comprobar que nadie había visto la llegada de la muchacha.

Sin duda ese acto demostraba su paranoia, ya que el aspecto de

Cristina era el de una secretaria de dirección, que no hubiera llamado la

atención de nadie; pero si alguien hubiera visto su actitud inexplicable,

esto lo hubiera delatado; lo hubiera puesto en evidencia; era su forma

de ser, tan insegura y paranoica.

Dejó cristina su portafolio en uno de los laterales del sofá y se

desprendió de sus zapatos, que colocó junto a la cama y caminó

descalza sobre la alfombra; a pesar de ir descalza, seguía siendo más

alta que Trino, llamémosle Trino al político, que seguía nervioso y que

no fijaba su atención en nada; hasta que consiguió poner sus ojos en el

73
cuerpo de Cristina; este atrajo su atención como atrae la muleta al toro;

sin duda no fue una atracción sexual, solamente lo sorprendió.

Poco a poco, fue ganando confianza Trino, que se atrevió a hacer una

atrevida proposición a Cristina.

- Quizás quiera usted señorita, ponerse más cómoda, sin un

atuendo tan estricto.

- Mi nombre es Cristina y yo quería pedirle permiso, para ponerme

un camisón que traigo en mi maletín o portafolios, como quiera

llamarle, algo más informal; también le pediría que pida algo de

beber; para mí algo suave.

- Puede ponerse Cristina lo que de see, en cuanto a la bebida,

pediré, además de un cava, algo para picar, algo suave ; esto lo

paga todo, mi tarjeta oficial, no hay problema.

- Me parece muy bien, la noche es larga y es bueno tener algo para

picar, sobretodo, si lo paga el estado.

Entró Cristina en el cuarto de baño, acompañada de su diminuto

maletín, su portafolio; tomó una leve ducha y colocó sus útiles de baño

en su lugar, ella misma se puso sobre su piel, unas bragas y su

transparente y corto camisón, que podíamos llamar “picardías”; bajo él,

todo podía transparentarse, podían verse con claridad sus grandes

tetas, desafiantes y altivas; en sus caderas, se intuían más que se veían,

las bragas trasparentes y del color de la carne, que dejaban ver bajo su

74
tenue tejido, su frondoso vello púbico, casi insultante, bajo el

transparente camisón, cortísimo y ceñido a sus caderas.

La observaba Trino, mientras se peinaba la muchacha ante el espejo,

calzada con unas zapatillas de fieltro; sobretodo, cuando alzaba los

talones, con sus muslos apoyados en el lavabo, frente al espejo, el

cortísimo camisón, que dejaba al descubierto gran parte de sus nalgas,

que se quedaban al aire, bajo el corto camisón, apenas cubiertas por las

transparentes bragas que sabían marcar el oscuro canal que resaltaba

entre sus glúteos.

Andaba el político, extasiado en su admiración de las oscuras formas

que descubría bajo las bragas transparentes de la muchacha, cuando

sonaron unos golpes en la puerta de entrada; sin duda se trataba del

camarero, provisto con las bebidas y viandas que había pedido; las que

le servirían para pasar la noche.

Se acercó Trino a cerrar la puerta del cuarto de baño; cuando se giró

Cristina, le hizo señas con su mano, de que permaneciera en silencio;

abrió al camarero y le indicó el lugar donde debía dejar el carrito con la

cena fría y el cava; también avivó su marcha, mientras le daba una corta

propina y le decía que cargara la cuenta a la habitación; asegurándose

de que no viera ni pudiera intuir a la muchacha.

Fue de nuevo a buscar a cristina, para invitarla a que tomara asiento

frente a la pequeña mesa, en la que se irían sirviendo la cena fría y las

copas, durante la sosegada cena que ambos se prometían.

75
No perdió detalle el político, del corto y espectacular desfile de

lencería que le brindó Cristina en su caminar desde el aseo, hasta la silla

que le brindaba Trino frente a la pequeña mesa; al sentarse, al inclinarse

hacia delante, mostró sus nalgas en toda su espectacularidad, tanto que

estuvo tentado Trino de acariciar la parte más oscura, que destacaba

entre sus piernas; el final del oscuro canal, que llegaba desde el final de

su columna vertebral, hasta la unión de sus poderosos muslos.

Al quedar sentada la muchacha, mostraba sus dos hermosas y erectas

tetas, que el tenue picardías, no conseguía disimular, más bien todo lo

contrario; las realzaba, las enmarcaba en un espectacular entorno, lleno

de tenues sutilezas, que procuraban resaltar sus rotundas formas,

prietas, redondas, erectas y turgentes, marcadas por aureolas rojas,

provocativas, hechizantes.

Ambos se servían directamente en sus pequeños platos y Trino se

encargaba de mantener llenas las copas de cava; en ese entorno,

comenzaron su conversación sobre los temas que el político

consideraba transcendentes.

- ¿Tienes opinión sobre temas políticos Cristina?

- Claro que tengo opinión sobre política; lo que sucede , es que a lo

mejor no te gusta escucharla.

- ¿Eres de una tendencia política muy diferente a la mía?

- No se cual es tu tendencia política; pero tengo mala opinión de las

personas que se dedican a la política; no de las ideas, ni de las

76
tendencias; si no de las personas que viven de las ideas e

ilusiones de los demás.

Unas copas de cava, les hicieron cambiar de conversación, alejarse de

la política y regresar al asunto que se traían entre manos en este

momento; tras alguna copa de cava y algunas tapas de queso, de jamón

y de paté; la conversación fue tomando mayor intimidad y

profundizando en el tema que los había traído hasta aquí.

- Tengo que sincerarme contigo Cristina, a pesar de tu

extraordinaria belleza, de tu espectacular cuerpo, te resultará muy

difícil obtener de mí un orgasmo, verdaderamente difícil.

- Me imagino, que si lo consigo, tendré algún premio.

- Sin duda que lo tendrás; cuando le pague a doña Remedios, te

dejaré una sabrosa propina; eso en el hipotético e improbable

caso de que lo consigas; de todas formas, como le pago con la

tarjeta oficial, no me importa dejar propina; ella sabe hacer la

factura especificando temas muy diferentes de los que nos

traemos entre manos.

- Veo, que te resulta fácil pagar con la tarjeta; eso es bueno para

mí, me imagino que será legal; intentaré por todos los medios,

que tengas un orgasmo.

Retiró su silla y se puso en pie, de nuevo resultó evidente el

espectacular cuerpo de Cristina, que se trasparentaba bajo el escueto y

tenue camisón; podían verse con claridad sus grandes y turgentes tetas,

77
sus amplias caderas, ceñidas por unas bragas también trasparentes, que

permitían ver bajo ellas, el oscuro y denso bello de su sexo.

Todo esto, llamaba la atención de Trino, llamémosle Trino; pero

apenas despertaba su libido, que resultaba bastante más complicada de

excitar; así que decidió Cristina, que lo mejor era desnudarlo y llevarlo

al baño, lleno con agua algo más que templada.

Aquella petición de Cristina para que se desnudase, mientras ella

llenaba la bañera; lo puso algo nervioso, dubitativo, lo que lo llevó a

hacer algunas confesiones.

- Tengo que advertirte Cristina, que la tengo muy pequeña; espero

que no te haga demasiada gracia ¡No te rías, por favor!

- Te aseguro que no lo haré; yo las he visto de muchos calibres y

tamaños, siempre he preferido que no sean grandes; las más

pequeñas, son más manejables ¡Me gustan pequeñas!

Esto le dio confianza a Trino, así que comenzó a desnudarse; en el

cuarto de baño, tras las piernas de Cristina, que estaba arrodillada en la

pequeña alfombra, frente a la bañera; mientras la llenaba y comprobaba

la temperatura del agua, mientras mezclaba algo de gel y sales.

Colocó Trino su ropa muy ordenada en la percha, a la vez que miraba

el soberbio espectáculo que ofrecía Cristina, con sus nalgas al aire,

volcada sobre el borde de la bañera, con sus piernas entreabiertas,

mostrando nítidamente sus glúteos, separados por un oscuro canal

78
central, que se introducía entre sus muslos, haciéndose más ancho, más

grande; permitiendo ver su sexo, cubierto por las trasparentes bragas.

Ese espectáculo por sí mismo, hubiera bastado para excitar a

cualquier hombre, pero no a Trino, que procuraba tapar con sus manos

su sexo desnudo; tuvo que ser Cristina, que puesta de pie frente al

político, apartó sus manos para poder ver su sexo al natural.

Se arrodilló Cristina, frente al sexo de Trino, sobre la alfombrilla de la

bañera, y comenzó a examinarlo con detenimiento, con dulzura y

empeño, también le sirvió para ocultar una sarcástica sonrisa que sin

duda se le hubiera escapado; una vez dominado su primer impulso le

dijo al político:

- Es preciosa, pequeña, pero preciosa ¡ahora, métete en la bañera y

déjame trabajar!

- Eso me lo dices para conformarme, para darme coba.

- Nada de eso, métete en el agua; está a la temperatura ideal.

Cuando estuvo Trino sentado en la bañera, Cristina se desnudó por

completo y se sentó tras él, pegada a sus espaldas, abrazándolo con sus

brazos, apretando sus tetas contra su espalda y colocando sus piernas

en paralelo con las del político.

Al ser tan pequeño su compañero, tan pequeño y tan orondo; daba la

impresión de que Cristina tuviese un muñeco entre sus brazos; muñeco

al que comenzó a acariciar y después; también comenzó a hablarle, si

no conseguía excitarlo con su cuerpo, lo haría con su palabra.

79
- Te contaré alguna historia de pasión, que no apasionante,

mientras te acaricio; de esa forma procurare excitarte, mediante el

tacto y el oído; tú debes cerrar los ojos y concentrarte en mi relato

y en mis caricias.

- Eso me gusta; detrás de ti, sobre tu cabeza, tienes el interruptor,

apaga la luz del cuarto de baño; con la luz del dormitorio

tendremos suficiente.

- Cuando era yo muy jovencita, una niña, no tenía más de trece

años, tuve mis primeras experiencias con un muchacho dos años

mayor que yo y que a mí, me parecía muy mayor, muy hombre.

- ¿Te poseía el muchacho?

- Tanto como eso no, comenzamos por escondernos en unas

apartadas dependencias de la casa de mi abuelo, a las horas de la

siesta, cuando todo el mundo dormía; allí, jugábamos y

explorábamos nuestros cuerpos; acariciaba él mis pechos, mis

pequeñas tetas, muy sensibles a cualquier contacto de sus manos,

que hacían entrar en erección mis tiernos e inmaduros pezones,

que parecían querer reventar y en los que yo, sentía un enorme

calor; en ellos y en mi entrepierna, que también se excitaba

sobremanera, produciéndome en la zona, picores, erecciones y

calor, muchísimo calor.

- ¿Y tú, que le tocabas a él?

80
- Después de acariciar mis pequeñas tetas, mis pezones, mis

muslos y mi sexo, siempre sobre mis bragas, comenzaba el

muchacho a excitarse, entonces dejaba caer sus pantalones y sus

calzoncillos; me mostraba su sexo en erección, tomaba asiento

entre mis piernas, de espaldas a mí; como tú estás ahora;

entonces conducía mis manos hasta su miembro en erección y me

inducía a acariciarlo; como hago ahora contigo.

- ¿Era muy grade su pene?

- Demasiado grande, enorme, tenía que agarrarlo con ambas manos

y darle masajes arriba y abajo; estos masajes, lo ponían aún más

grande, más grueso y duro.

Entonces, se dio cuenta Cristina de algo; al explicar las características

del miembro masculino, pudo notar una cierta excitación en el

inmaduro gordito; ella y su espe ctacular cuerpo desnudo, no eran

capaces de producir en Trino, la más mínima excitación; pero por el

contrario, la sola descripción de un gran pene en erección, había

conseguido excitarlo; su pequeño pene, había experimentado una

incipiente e insuficiente erección.

Aquella circunstancia, hizo cambiar la estrategia de Cristina; ya sabía

lo que le gustaba y por ahí insistiría; sin duda a Trino le gustaban los

hombres y pasaba olímpicamente de las mujeres, aunque estas fueran

tan espectaculares como Cristina; pero esa realidad no la admitía el

político, no quería reconocerla.

81
- Cuando el muchacho estaba más excitado, tanto que acariciaba

mis piernas y gemía de placer, mientras yo continuaba dando

masajes con mis manos a su miembro, que se ponía duro como

una piedra, pero de suave piel y de mullida y suave cabeza, roja

como una fresa.

- ¿Tenías que darle masajes durante mucho tiempo?

- No demasiado, en un par de minutos, su órgano erecto, escupía

con fuerza un líquido espeso y pegajoso, calido; que casi siempre

caía sobre unas pacas de paja que había a casi un metro.

Notaba Cristina, que la excitación de Trino, subía por momentos, cosa

que notaba de forma incipiente, casi insignificante, en su minúsculo

pene; incluso en sus pequeñísimos testículos; así que decidió seguir por

ese terreno, mientras no paraba de acariciar su pequeño pene.

- ¿Solo tenías que hacerle masturbaciones?

- Eso cambió, cuando un buen día, nunca mejor dicho lo de buen

día, apareció en casa de mi abuelo un muchacho mayor que

nosotros; tenía al menos dieciséis años, tal vez diecisiete y

observando nuestras argucias, esperó el momento para

abordarme; recuerdo que me dijo algo que me impresionó; me

dijo: “tengo que enseñarte algo”, me llevó a un lugar apartado del

patio de la gran casa de mi abuelo; allí sacó su miembro y me lo

enseñó, sin mediar palabra, me lo dejó ver y luego, tomó mi mano

y la llevó hasta que se lo acaricié.

82
- ¿Era grande?

- Verdaderamente imponente; yo quedé impresionada, era una

niña; fue entonces, cuando alzó mi falda, colocó mis manos sobre

un poyete de azulejos, bajó mis bragas, abrió un poco mis piernas

y comenzó a restregar aquel enorme miembro por mis genitales;

poco a poco comencé a notar que penetraba, cada vez más; hasta

que llegó al fondo; ya no podía entrar más; entonces, eyaculó en

el fondo de mi vagina aquel liquido espeso y caliente, que calentó

todo mi sexo.

Notó en ese momento Cristina, que se estremecía y que la punta de su

diminuto pene, se humedecía; incluso se le escapó algún suspiro que

podía ser de placer, el político había eyaculado, o algo parecido.

Quedó extasiado Trino, se dejó lavar por Cristina, estaba

completamente entregado; luego se dejó secar y por fin, se dejó caer

sobre la cama y durmió hasta el amanecer.

Al día siguiente, después de las clases en la facultad, acudió Cristina a

la casa de Remedios, a la casa del centro de la ciudad; cuando tiró

cristina de la cadena, la esperaba Remedios, que la hizo pasar a su

despacho; sin duda estaba impresionada, esta niña, obtenía de los

hombres lo que quería.

- Vuelves a dejarme de una pieza Cristina; tu habilidad es

providencial, el político, además de pagar, te ha dejado quinientos

83
de propina; eso, para alguien como él es inconcebible ¿Cómo lo

haces?

- Con tiempo y meditación ¿Estas satisfecha?

- Muy satisfecha Cristina; como no voy a estarlo, me proporcionas

clientes satisfechos y dinero ¿Qué más puedo pedir?

- Cuando puedas me proporcionas clientes más apetecibles.

- Para obtener dinero, debemos olvidarnos de nuestro propio

disfrute; hay cosas más importantes.

84
CAPITULO VI

No habían pasado más de dos días, desde la última vez que se vieron;

desde la cita con el político; cuando al salir de clase, cerca ya del

mediodía, recibió un mensaje de Remedios en su teléfono, diciéndole

que necesitaba verla a la hora de comer.

Aquello se había convertido ya en una norma, cada vez que tenía

Remedios que comunicar a Cristina algún tema de trabajo, la citaba para

comer en aquel restaurante de comida realizada a la forma casera;

basada en recetas muy tradicionales y populares.

Como siempre, unos minutos después de las dos, estaba Cristina ante

la cancela de hierro forjado y colorido cristal; no necesitó tirar de la

dorada cadenita, que hacía sonar la campana, avisadora de la presencia

de alguien en el zaguán.

Agarradas del brazo, cruzaron la calle en dirección al restaurante;

donde ese día, le tenían preparado un plato muy especial; era la época

de ello y les habían dispuesto un guiso de carne con “Gurumelos”, una

seta de extraordinario sabor y de nombre científico Amanita ponderosa.

85
Nunca había probado Cristina aquella exquisitez, de sencilla y

popular preparación; un plato tradicional de la zona, que solo es posible

degustar en épocas muy concretas como es el otoño; también disuade

de su consumo, su elevado precio; ya que es un producto escaso y que

solo lo pueden recoger los entendidos.

- Tengo para ti un nuevo cliente; igual de raro que los demás, ni

más ni menos; pero como eres la mejor en manejar estos asuntos

y además sacas producto de ellos; siempre te aviso a ti la primera;

la decisión de aceptarlos o no, es tuya.

- En el fondo, me gusta, es un desafío a mi inteligencia y a mi mano

izquierda; también resulta rentable.

- Cierto Cristina, te resulta rentable; pues este caso también puede

ser rentable; hay que tener en cuenta que este oficio, como todos

los oficios, es para trabajar; para gozar, te buscas un novio.

- Está bien Remedios, cuéntame de lo que se trata esta vez, a ver si

consigues sorprenderme.

- Está bien niña; esta vez es una mujer, además, una gran mujer, te

llamará la atención.

Aquella afirmación, dejó muda a Cristina por unos instantes, que

fueron breves pero intensos; también consiguió que el vino que sorbía

en ese momento la muchacha, se fuese por el otro lado, obligándole a

toser y a esperar un momento, antes de retomar su conversación.

- ¿Qué es lo que quiere de mí esa mujer?

86
- Esa mujer, piensa como un hombre , es un hombre en todos sus

deseos y apetencias, pero con un cuerpo de mujer; asimila eso y

utilízalo a tu favor; además de ser lesbiana, es terriblemente rica y

poderosa; no se si tú sabrás, que cuando una mujer así es rica,

culta y poderosa, entonces es lesbiana; por el contrario si es

pobre e inculta, entonces, solo es una “tortillera”.

- ¿Qué más me puedes decir?

- Solo quiero preguntarte si aceptas el trabajo; tienes que

confirmármelo, tendrías que verla esta tarde.

- ¡Que bien me conoces! Está bien acepto ¿Dónde tengo que verme

con ella?

- Aquí tienes la dirección; ten en cuenta que es su casa, no es

ningún hotel ¡Compórtate!

- Oriéntame sobre la ropa; dime algo Remedios.

- Tienes que ir discreta y muy femenina; ella es un hombre, más

hombre que otros ¡Te darás cuenta!

Antes de marcharse del restaurante, Cristina echó un último vistazo a

la tarjeta que le había entregado Remedios; besó a la señora y se

marchó; debía estar en la casa a las seis y media; solo tenía tiempo para

ir a una clase y para cambiarse de ropa; parece que a la señora le

gustaba iniciar sus sesiones temprano, sin duda era una mujer de

costumbres algo diferentes.

87
La casa de su nueva cliente, estaba en un viejo y clásico barrio de la

ciudad, solo necesitó cinco minutos, para llegar caminando desde su

facultad, hasta la casa de Rufina; ese era el nombre de la señora, de su

interlocutora para esa tarde.

Aprovechó Cristina, que las tardes eran algo frescas, para colocarse

una fina gabardina sobre su vestimenta; un útil “cúbrelo todo” sobre su

indumentaria, que podría resultar llamativa para caminar por la calle; ya

que aunque no era estridente, quizás motivaba demasiado a sus

posibles admiradores, con los que sin duda, se hubiera cruzado por la

calle, siempre imposibles de evitar.

Protegida con la gabardina, pasó Cristina mucho más desapercibida;

aunque nunca pasaba desapercibida del todo, a pesar de ir cubierta por

la gabardina, desde el cuello hasta su pantorrilla; simplemente los

movimientos que sus caderas imprimían a la gabardina, que permanecía

desabrochada en toda su longitud, atraían la atención de los más

intuitivos, de los de mayor imaginación, que no dudaban en volverse a

mirarla, a admirar el balanceo de su cuerpo.

Frente a la enorme fachada, impresionada por la magnitud del enorme

portón de madera labrada, vieja, algo rajada por el paso del tiempo y el

impecable ataque de la intemperie; en la que solo el barniz, parecía

nuevo e impecable, recién aplicado, muy cuidado; Cristina, tuvo la

necesidad de comprobar en su tarjeta, que aquella era la dirección

correcta.

88
Solo entonces, se atrevió Cristina a entrar en el amplio, desmesurado

Zaguán, alicatado con artísticas cerámicas y decorado con bajorrelieves

de piedra y de azulejos en cada resquicio de sus paredes; iluminadas

por candelabros de hierro forjado.

Una enorme y desmesurada cancela, cerrada por cristal opaco, parecía

ser el único acceso al palacio; a su izquierda, poco más arriba de su

cabeza, una campana de bronce , dorada, ejercía de llamador; el tañer de

la campaña, rompió el sobrecogedor silencio que parecía manar de la

casa, como si pretendiera dejarlo todo quieto, inerme.

Un viejo mayordomo, uniformado con un chaleco de rayas amarillas y

blancas, bajo el que destacaba una blanquísima, impecable camisa,

cerrada por una cinta anudada en pajarita a su cuello, le daban un

aspecto siniestro, fuera de su tiempo; que sin duda ya había pasado;

ahora, solo se ocupaba de mantener el orden y el concierto entre el

resto del numeroso servicio, todo uniformado.

Con enorme y calculado esfuerzo, abrió el mayordomo la pesada

cancela, lo suficiente para permitir entrar a Cristina; un leve saludo con

su cabeza, fue todo el saludo que le dedicó el mayordomo; tras cerrar,

no sin esfuerzo, la monumental cancela; condujo a la muchacha hasta

una apartada salita de color verde; allí le dijo que esperara.

Los ojos de Cristina, recorrían las paredes repletas de cuadros, unos

más grandes y otros muy pequeños; también había tres vitrinas,

repletas de figuras de porcelana y de otros elementos decorativos.

89
Andaba Cristina interesadísima en la observación de obras de arte,

cuando en la pequeña sala verde, entró Rufina; una señora de gran

porte, casi tan alta como cristina, aunque más corpulenta, sin llegar a la

obesidad; tendría la señora cincuenta años y conservaba un rostro

agraciado, terso, redondo, rematado por un trabajado moño italiano tras

su negrísimo pelo.

Sus anchas espaldas, su estilizada cintura y sus proporcionadas

caderas, le imprimían un porte señorial y armonioso; vestía un traje

verde, algo ceñido en sus caderas, remarcándolas, sin exageraciones;

que cubría sus piernas hasta unos centímetros por debajo de sus

rodillas y que tapaba sus grosezuelos brazos, hasta por debajo de sus

codos; sus manos, rematadas por largos y ágiles dedos, agarraron por

los hombros a cristina, aproximándola y besándola.

- ¡Buenas tardes Cristina! Me alegro de conocerte ¡Dame tu

gabardina, la colgaré en la percha!

- Gracias doña Rufina.

- Llámame Rufina, si vamos a ser íntimas amigas, es mejor que nos

tuteemos; por cierto vienes guapísima, te sienta muy bien este

traje; empezaremos por enseñarte la casa.

Tras esto, recorrieron la mayor parte del palacio, haciendo hincapié en

las obras de arte que andaban esparcidas por doquier; en aquella casa

era fácil perderse, pensó Cristina; siempre que no te acompañara

alguien que la conociera, como sucedía con la señora.

90
Cuando entraron en el dormitorio principal, le pareció a Cristina, que

habían cambiado de mundo; allí era todo modernísimo, dominado por

una inmensa cama con colchón de agua que se mantenía templada, con

la posibilidad de regular la temperatura; había espejos por doquier,

también una pantalla para proyecciones y un gran televisor de plasma

colgado del techo, sobre los pies de la cama.

Tanto el proyector como la pantalla, el televisor y el sistema de

iluminación, además de la cama, podía manejarse desde los mandos que

había en la mesilla de noche.

Tras el superficial reconocimiento de la casa, regresaron ambas a la

salita verde; allí, una encofiada criada, les había servido el té,

acompañado por unas pastas; Rufina despidió a la chica del servicio,

quería quedarse a solas con Cristina.

- Por fin estamos solas, quiero hablar contigo de muchos temas, de

cosas indefinidas, para que nos permita conocernos mejor.

- Podemos hablar de lo que tú quieras, estoy a tu disposición.

- ¿Sabes algo de arte, de pintura, de literatura, de escultura etc.?

- Me interesa el arte Rufina; evidentemente no me considero

experta en nada, lo que más me gusta es la literatura, pero

también la pintura.

- Se ve que eres una muchacha cultivada y con inquietudes

artísticas; háblame de algún escritor que te interese.

91
- En poesía, el que más consigue tocar mi fibra, ponerme los vellos

de punta, es Miguel Hernández, también Machado.

- Estoy muy de acuerdo contigo; aunque no era representante del

pueblo inculto, como quieren hacernos creer; tenía mucha más

cultura de la que nos cuentan; pero eso no resta importancia a su

poesía; a lo que en Andalucía llamamos el pellizco.

- Sabía eso que me dices, pero eso no influye en mi gusto por él,

simplemente, consigue hacerme sentir los más diversos

sentimientos; en cuanto a la novela, son muchos los autores que

me gustan; como don Benito Pérez Galdós, y sobretodo Cervantes

con su Quijote y sus novelas ejemplares.

- Eres muy clásica; poco revolucionaria; cambiemos de tema ¿Qué

opinas de la homosexualidad?

- La verdad es que no tengo una opinión demasiado formada sobre

el tema; sé que cada uno, tiene derecho a tener sus propias

apetencias y tendencias; sin que los demás, pretendan imponerle

las suyas; pero sé poco de los pensamientos, de los sentimientos

de un homosexual.

- ¡Muy equilibrado tu juicio! Eso es imprescindible para entender al

homosexual, además de que cada persona es diferente y tiene sus

propios sentimientos y apetencias.

- Explícamelo tú, me gustaría aprender, de lo contrario, caemos en

el juicio fácil de meter a todos en el mismo saco.

92
- El principio general, es bastante sencillo, mis sentimientos y

apetencias, son los de un hombre, con mis particulares gustos; a

mí por ejemplo, me gustan las mujeres estilizadas pero atléticas,

con grandes pechos y amplias caderas; con fuertes muslos y

glúteos prominentes y respingones; en definitiva, una mujer como

tú; cuando vi tus fotografías en casa de Remedios, que dé

impresionada, me hechizaste.

- Te pregunto Rufina algo muy personal ¿Qué pretendes de mí?

- Esa es una buena pregunta Cristina, Pretendo poseerte,

acariciarte, gozar de tu cuerpo.

- ¿Cómo puedes poseerme? Entiendo lo de acariciarme y lo de

gozar de mi propio gozo, pero lo de poseerme, lo veo más

complicado.

- Te enseñaré algo, un artilugio, un apero, pero eso será cuando

subamos al dormitorio, cada cosa en su tiempo; ahora

disfrutemos del té, luego disfrutaremos de la cena y por fin

subiremos al dormitorio ¿Quieres algo especial de cena?

- Tengo buena boca, ya lo verás, así que dejo que me sorprendas;

lo único de lo que te informo, es de que prefiero cenas ligeras.

- Tienes razón Cristina, no te preocupes, será muy ligera;

fundamentalmente verduras y frutas; las cantidades, las decidirás

tú, nadie te forzará a comer.

- Te lo agradezco Rufina, de esa forma me siento más cómoda.

93
Cambió en ese momento Rufina el tema de la conversación,

procurando la señora, llevarlo hacia el comprometido asunto de las

creencias, tanto religiosas como hacia otro tipo de misterios sociales.

- ¿Eres muy creyente amiga Cristina?

- No participo demasiado en temas religiosos; en mi casa, como es

natural, son todos muy creyentes, rayando en el fanatismo; pero

yo a raíz de mi pubertad, quizás de mi entrada en conciencia,

cuando cumplí los quince años; me hicieron profundizar en mis

pensamientos; algunos sucesos que vi en televisión, algunas

desgracias que pude ver en los noticiarios; me llevaron a pensar:

¿Cómo alguien tan bueno y poderoso, puede permitir estas cosas?

- Tienes razón niña, puede uno entrar en mayores profundidades

filosóficas, sobre doctrinas estrictas contra todo lo que no sea la

ortodoxia, que marca la cúpula de la iglesia; pero eso es más

enrevesado y difícil de entender por el pueblo; pero lo que acabas

de decir, es mucho más esclarecedor y sencillo de entender.

- Cierto Rufina, o bien ese ser no es tan bueno como ellos dicen, o

quizás no es tan poderoso ¿Para qué lo necesitamos entonces?

- Es mejor Cristina, basarse en la ley natural y en la propia

conciencia; alejarse de profetas y visionarios; alejarse de los

autonombrados hijos de Dios, aunque la sociedad, te exige

siempre, renunciar a parte de estas creencias.

94
Disfrutaron ambas mujeres de la conversación durante un buen rato;

repartieron su tiempo entre la conversación sosegada y el anisete, que

complementó al té, con el propósito de abrir el apetito para la cena;

aunque el apetito de Rufina, llevaba un buen rato desbocado; con la

relajación provocada por la distendida conversación, las piernas de

Cristina se habían distendido y sentada en el cómodo sillón, con sus

rodillas separadas, le permitían a Rufina ver con claridad sus bragas,

esto la tenía completamente alterada.

A las ocho en punto, entró en la salita verde una de las sirvientas,

provista de uniforme y de cofia, que les comunicó que la cena estaba

lista, ambas mujeres, se levantaron de sus asientos, Cristina seguía a

Rufina un paso por detrás, hasta que esta la cogió por la cintura y la

llevó hasta el comedor.

Sorprendida con las obras de arte , que poblaban las paredes de los

enormes corredores, tapizando cada metro de pared; hasta que llegaron

ante una puerta de madera y cristal que daba acceso al inmenso

comedor, quizás más de ciento cincuenta metros cuadrados de

comedor; con una gran mesa central a la que la rodeaban veintidós

grandes sillas de madera labrada y con asiento de cuero.

Se encargaba del servicio, un estirado camarero, uniformado con levita

oscura, camisa blanca y pajarita negra; que comenzó por servirles el

vino, un tinto de la rivera del Duero, reserva del noventa y cinco; sirvió

95
primero solo un poco en la gran copa de Rufina, que lo probó y dio

permiso para que acabara de servir las copas.

Mientras degustaban el exquisito vino, comenzaron a servirles un

aliño de espárragos trigueros a la plancha, con ajitos picados, rúcula,

rábanos y otras verduras picadas; realmente, algo extraordinario que

Cristina consiguió disfrutar; tras los espárragos, vinieron unas “Tanas” a

la plancha; estas son setas, “Amanita cesárea” para concretar más.

De postre, sirvieron un exquisito arroz con leche, que acompañaron

con un suavísimo licor; tras esto, ambas mujeres abandonaron la mesa y

subieron al dormitorio; allí, en la inmensa estancia, en cuyo lateral

derecho, había un gran cuarto de baño, provisto de una gran bañera.

Le pidió Rufina a la muchacha, ser ella la que la desnudase; mientras

se llenaba la bañera con agua a la temperatura adecuada, que se

regulaba en el mando; la señora la desnudaba con mucha parsimonia;

de una en una le quitaba las prendas y las colgaba en el armario, luego

la observaba con detenimiento, la examinaba y la palpaba; después le

quitaba otra prenda y repetía la misma operación.

Cuando retiró su camisa y aparecieron sus dos grandes y erectas

tetas, Rufina dedicó unos minutos a examinarlas, a palparlas, tanto en

todo su volumen, como zona por zona; se detuvo e specialmente en sus

pezones; primero los palpó con sus dedos y luego los besó, los chupó,

los lamió; dejando que su lengua jugase unos minutos con ellos,

96
mientras observaba, de vez en cuando, la expresión de relajante placer y

satisfacción de la muchacha.

Cuando se arrodilló Rufina, para retirar las pequeñas bragas, lo hizo

con parsimonia, lentamente, permitiendo que Cristina, levantase

primero un pie y luego el otro; cogió la pequeña prenda y la apretó con

fuerza entre sus manos; luego la llevó hasta su boca y la olió, aspirando

su aire con fuerza, profundamente.

Las manos de la señora, mientras permanecía arrodillada, comenzaron

a acariciar las nalgas de Cristina, besaba sus caderas y por fin se decidió

a besar su vello púbico, disfrutando al mismo tiempo, de su olor a

hembra, a mujer.

Tras algún minuto, en el que estuvo extasiada con los olores y sabores

del pubis de Cristina, la señora introdujo los dedos de su mano

izquierda, entre los muslos de Cristina, obligándola a entreabrir sus

piernas, para permitir que los dedos de la señora, pudieran acariciar sus

genitales, sin dejar de acariciar sus nalgas con la otra mano.

Fue Cristina la que tomó la decisión de ir hasta la bañera, que tenía ya

el nivel de agua adecuado, Rufina se desnudó rápidamente, dejó su ropa

sobre una silla y fue a meterse en la bañera, sentándose a las espaldas

de la muchacha; cruzó sus piernas, abrazando sus caderas y

colocándolas sobre las de Cristina.

Sentada en esta posición, comenzó a enjabonar la espalda y el pecho

de la muchacha; empleándose a fondo en masajear las tetas y los

97
hombros; todo con mucha suavidad y deleitándose en ello; luego se

deleitó con la misma intensidad en enjuagar las mismas zonas.

Se puso en pie Cristina animada por la señora; permaneciendo esta

sentada, de esa forma enjabonó sus caderas, sus nalgas, sus piernas e

insistió en su pubis, luego lo enjuagó todo con esmero y delicadeza.

Al salir de la bañera, puso Rufina el mismo esmero en el delicado y

minucioso secado del cuerpo de la muchacha; realmente estaba

disfrutando la señora del cuerpo de Cristina.

Tras secarse con una gran toalla, Rufina fue has el armario y sacó un

traje de un tejido muy elástico, finísimo, podríamos llamarle tenue, una

especie de culote.

También sacó un braguero; un arnés, que sostenía un enorme pene de

silicona; se ajustó este arnés a su cintura y a sus piernas con cintas

elásticas, que lo hacían firme, como si fuera un autentico pene.

Sobre este braguero se colocó el culote, que se ajustaba a todo su

cuerpo, cubriendo desde su cuello hasta la mitad de sus piernas, hasta

la zona próxima a sus rodillas; todo él de un color carne, mejor

podíamos decir de color piel, dando la sensación de que no llevara nada,

de que estaba completamente desnuda y portando un potentísimo falo.

Sentada sobre la cama, observaba Cristina a Rufina, en todos sus

quehaceres, estaba muy impresionada; todo aquello salía fuera de su

comprensión; pero ella estaba dispuesta a aprender, a comprenderlo

todo y de todas formas, aquella mujer le caía muy bien.

98
Mientras Cristina continuaba desnuda, tumbada sobre la cama, a

modo de maja desnuda, Rufina disminuyó la luz y puso en marcha el

proyector, que comenzó a proyectar sobre la blanca pantalla, una

película, en la que podía verse una playa y sobre la arena dorada, casi

blanca, podían verse unos muchachos que jugaban al voleibol; atléticos,

estilizados, de cuerpos musculosos y elásticos, que realizaban

movimientos imposibles y dejaban que se le marcaran sus

espectaculares formas y unos genitales que difícilmente ocultaban sus

ajustados y elásticos bañadores.

La atención de Cristina, se centró en aquellos cuerpos dorados por el

viento y el sol; sus ojos no podían despegarse de ellos, incluso fijó su

atención en uno que le gustaba más que los demás; mientras, Rufina, se

tendió en la cama tras ella y comenzó a acariciar sus hombros primero y

sus pechos luego, mientras no dejaba de llamar la atención de la

muchacha, sobre detalles del aspecto físico del atlético muchacho.

Las caricias de la señora, fueron extendiéndose a otras partes del

cuerpo de Cristina, mientras no paraba de hablarle de las excelencias

del atlético cuerpo del muchacho; los dedos de Rufina, mientras

acariciaban las nalgas de Cristina, fueron poco a poco colándose entre

ellas, alcanzando por detrás el sexo y el clítoris de la muchacha ,

acariciándolo con su dedo índice.

Notó primero la señora, como Cristina abría sus piernas, permitiendo

un mejor acceso de su mano a la plenitud de su sexo; l uego pudo

99
escuchar algún ruido gutural en la garganta de la muchacha, mientras

su mirada parecía atrapada por las imágenes de la película, que subía de

tono por momentos; mientras todos los jugadores se dirigían a las

duchas y el agua comenzaba a resbalar sobre sus cuerpos bruñidos por

le viento y el sol; cincelados por el deporte, Cristina se colocó sobre sus

rodillas, manteniendo sus codos en la cama y ofreciendo con libertad

sus nalgas a Rufina, que comenzó a poseerla con su pene de silicona; en

le mismo momento en que los muchachos se desprendían de sus

bañadores y mostraban, sus miembros en erección, provocada por la

calidez del agua y la cámara; se centraba en mostrar detalles cada vez

más concretos, de los penes en erección.

Rufina la poseía con fuerza y acariciaba con sus manos las desnudas

tetas de Cristina, mientras, sentía un largo y sonoro orgasmo, que la

señora disfrutó tanto como ella.

Las películas fueron sucediéndose; cambiando los temas y el lugar

donde se exhibían los atléticos muchachos, en la playa, en campos de

fútbol, en otros de rugby y así sucesivamente; cada vez que Cristina se

excitaba con las imágenes, Rufina aprovechaba para poseerla.

Una de las veces en que más se excitó Cristina, fue con una corta

película sobre animales; en ella se mostraba a varios animales

poseyendo a sus hembras; una de estas imágenes, fue la de un gran

macho de elefante poseyendo a una joven hembra mucho más pequeña

que él; el macho, pesaría cuatro o cinco veces más que la joven hembra

100
y el miembro del macho era tan grande como un tronco de árbol, pero

en contra de lo que pudiera parecer, la hembra, aullaba de placer.

Aquella escena excitó muchísimo a Cristina y consiguió arrancar de

ella un último orgasmo, tras el que ambas mujeres quedaron dormidas

sobre la cama y no despertaron hasta la mañana siguiente.

Como siempre, tras una noche de trabajo, a mediodía del día

siguiente, Cristina apareció en casa de Remedios; esta la recibió con una

gran sonrisa y la condujo hasta el despacho.

- No esperaba menos de ti; pero siempre consigues superar mis

expectativas amiga Cristina; la señora ha quedado contentísima y

querría reservarte un día en la semana para ella.

- ¿Cómo se ha portado con la propina?

- Esta vez ha superado lo que yo esperaba de ella; ha dejado mil de

propina para ti, a parte de lo mío y de tus honorarios,

verdaderamente impensable.

- ¿Me dejarás que te invite hoy yo a comer?

- Hoy no puede ser Cristina; en este sobre llevas lo tuyo y ya te

llamaré, hoy tengo otro trabajo que requiere toda mi atención.

Salió de la casa Cristina, con el sobre en el bolsillo de su gabardina;

esa tarde la dedicaría a estudiar; el tiempo estaba algo revuelto y no

tenía ganas de ir a ningún sitio, la pasaría en su apartamento.

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CAPITULO VII

El viento y la lluvia, conseguían convertir el final de la mañana, en un

momento desagradable; procuraba Cristina, refugiarse bajo su colorido

y pequeño paraguas plegable; cosa que no resultaba fácil, con aquel

viento de poniente y aquella fina lluvia que castigaba sus piernas, por

debajo de su falda, que no llegaba a tapar sus rodillas.

Decidió Cristina, cruzar la pequeña plaza, para refugiarse en una

cafetería que había en la esquina contraria; pensaba tomar allí una copa

de vino y una tapa de tortilla; tenía el estómago vacío, no había tomado

nada desde las ocho de la mañana, hora a la que tomó un café con leche

y media tostada con aceite; a esas horas, no le apetecía comer nada

más; pero ahora, su estómago reclamaba algo con urgencia.

Una vez sentada en el pequeño salón de la cafetería, frente a una

pequeña mesa, se despojó de la gabardina y guardó el pequeño

paraguas, ya plegado, en su gran bolso, que también le servía para

llevar sus apuntes y otros aparejos de utilidad; una vez acomodada,

102
comprobó su teléfono, que lo había tenido en silencio hasta ese

momento.

En su teléfono, había un mensaje no leído, era de Remedios, en ese

teléfono, no podía ser de nadie más: “Te espero para comer, tenemos un

negocio pendiente”; esto alteró los planes de Cristina, así que se tomó

con rapidez la copa de vino tinto y la tapa de tortilla; ya más repuesta en

su necesidad alimenticia, tomó la decisión de ir a la casa de Remedios,

que no estaba muy lejos de allí.

Al ponerse en pie Cristina, no pudo evitar atraer la atención de los

clientes de la cafetería; con su vestido de punto, de múltiples colores, a

rayas oblicuas, que se ceñía a su cuerpo como un guante; por un

momento, hasta que se puso la gabardina de color hueso, atrajo toda la

atención de la concurrencia.

Tuvo que pelear con el paraguas, hasta llegar a la casa de la señora y

protegerse en el zaguán; hasta que no entró y cerró el pequeño

paraguas, no cesó su pelea con el viento y el agua.

Le abrió Remedios la cancela, la estaba esperando y desde la cocina,

pudo verla llegar; la hizo pasar, no tenía intención Remedios de salir de

la casa, viendo el mal tiempo de ese día, el viento y la lluvia; que

amenazaba con no cesar en toda la tarde; había decidido comer en la

casa y por ello, en ese momento, tenía toda su atención en la cocina,

donde se estaba cocinando un oloroso guiso; unas lentejas con todos

sus avíos y andaba Remedios preocupada de que todo se hiciera

103
correctamente, de que la cocinera, una vieja sirvienta de gran confianza,

hiciera las cosas a su gusto.

- Pasa al despacho Cristina, hablaremos del asunto que nos ocupa.

- Algún día, tendrás que enseñarme a cocinar; estoy dispuesta a ser

tu sirvienta durante un tiempo.

- No digas tonterías Cristina; tu profesión, no dura para siempre,

eres como un deportista de elite, aprovecha tu momento, ahora

solo tienes que ocuparte de ella y de tus estudios, tiempo tendrás

para otras cosas.

- Creo que tienes razón, vayamos al trabajo.

Las dos mujeres entraron en el despacho y Remedios, se ocupó de

cerrar la puerta por dentro; quería privacidad para la conversación que

tenían que mantener con Cristina; sabía Remedios, que algunas tendrían

las orejas dispuestas a escuchar cualquier cosa.

- Tengo un nuevo cliente para ti; ya sabes que siempre te reservo

las cosas especiales, las que más dinero te pueden dar.

- Muchas gracias Remedios, pero creo que además de tu interés por

mi economía, también te mueve algún otro tipo de motivación.

- Dejémoslo estar, te explicaré los pormenores de este trabajo: se

trata de un hombre de mediana edad, unos cincuenta años, de

buen ver, educado y que te recibirá en su casa.

- Por lo que me dices, no tiene nada de especial; pero estoy segura

de que hay algo más.

104
- Eso es cierto, este hombre vive en su casa con su mujer, una

señora de su misma edad, pero muy influenciada por la religión;

al parecer, por una enfermedad y a causa de un tratamiento muy

agresivo, ha quedado totalmente inapetente.

- Ahora empieza a ponerse esto interesante; sigue contándome.

- Eres incorregible Cristina, está bien, el marido la ha convencido,

de que tiene la obligación de satisfacerlo, por eso del deber

conyugal; así que han decidido de mutuo acuerdo, que mediante

una comedia, en la que han intervenido otras y ahora tú.

- ¿Otra vez de actriz? Esto me gusta Remedios, cuéntame mi papel.

- Tú, serás una secretaria que viene a su casa, por razones de

trabajo, para redactar unos documentos, llegas con ropa algo

provocativa y comienzas a seducir al marido; cosa que consigues;

mientras ella, consigue mediante plegarias y ruegos, recuperar a

su marido, que después de haber gozado de ti, se arrepiente y

rechaza tus encantos, luego regresa a la disciplina conyugal.

- Creo que es suficiente, lo he entendido ¿Cuándo debo estar allí?

- Hoy a las ocho, te presentaras en esta dirección, armada de

carpetas y minifalda.

Le tendió Remedios una tarjeta con la dirección en la que debía

presentarse, luego se levantaron y regresaron a la cocina, para ocuparse

de las lentejas, Cristina se unió a las dos mujeres en la preparación del

105
guiso, que empezaba a desprender unos aromas que despertaban el

apetito de cualquiera.

Cuando el guiso estuvo preparado, las dos fueron al comedor, donde

tomaron asiento y dieron cuenta de sendos platos de la sabrosa

legumbre; tras ellos, les trajeron una fuente con uva, ya lavada, de la

que cada una se sirvió un racimo; para terminar, se tomaron dos cafés

solos y bien cargados, tipo italiano.

Después de las clases en la facultad, Cristina fue a su apartamento, se

dio una ducha y eligió con cuidado la ropa que debía ponerse; tenía la

impresión que hoy tendría una importancia especial la ropa; como

siempre, no se puso sujetador, se había acostumbrado ya a no llevarlo;

después, eligió unas bragas con bastantes encajes, no demasiado

pequeñas, aunque sí ajustadas, de forma que se introducían entre sus

nalgas y realzaban sus glúteos, adornándolos con sus bordes de encaje,

que también se encargaba de adornar los remates de su vello púbico.

Eligió un vestido de una sola pieza, bastante ajustado y con su borde

inferior, un palmo por encima de su rodilla; e n tejido de punto, de color

verde muy claro; se ajustaba con tanta fuerza a su pecho, que dejaba en

evidencia los pezones de sus tetas y las enmarcaba por su parte inferior,

permitiendo ver sus sensuales curvas, mostrándolas en toda su

exuberancia.

Sobre aquella ropa, muy funcional y llamativa, se enfundó su

gabardina y cogió su bolso grande, en el que llevaba carpetas de

106
trabajo, apuntes y ropa interior de recambio, por si fuera necesaria; así

equipada, abandonó el apartamento, tomó un taxi y le dio la dirección al

taxista; se trataba de un chalet en una lujosa urbanización del

extrarradio de la ciudad, bastante alejada del centro.

Ante la puerta metálica del llamativo chalet, se detuvo el taxi, cuyo

conductor, estaba pendiente de lo que podía ver bajo la corta gabardina

de Cristina; sobretodo, cuando separó sus piernas para bajarse del

vehiculo; luego pagó y despidió al taxista; mientras llamaba al timbre

del interfono, que había en uno de los muros que sostenía la enorme

cancela, que se abrió impulsada por un silencioso motor eléctrico.

Recorrió Cristina el corto camino asfaltado, que conducía desde la

cancela, hasta el soportal de la casa; el camino, estaba flanqueado de

naranjos, que en esas fechas estaban cargados de fruta; tanto que

parecía que alguna de las ramas se rompería por no poder soportar el

peso de tan sabroso fruto.

Mientras se acercaba a la puerta de la casa, pudo observar, como las

cámaras de seguridad, giraban, siguiendo su aproximación hasta el

soportal del enorme edificio; incluso ya en el soportal, una cámara fijada

sobre la puerta, continuaba vigilando cada uno de sus movimientos;

tanto, que cuando se disponía a llamar, golpeando la puerta con la gran

aldaba de bronce dorado, antes de golpear, se abrió la puerta.

Tras la puerta, apareció una señora de mediana edad, que la miraba

con gran curiosidad; llevaba la señora puesto, una especie de hábito, de

107
los que se llevan o llevaban por promesa, de color púrpura; se trataba

de una bata sin formas, que cubría su cuerpo, desde su cuello hasta

cerca de sus tobillos; solo un cordón dorado a forma de cinturón,

amarrado a su cintura; daba algo de forma al vestido.

Ni siquiera ese amago de darle forma, conseguía marcar una sola

curva femenina en la señora, que con sus hombros caídos y encorvados

sobre su pecho, sus caderas estrechas y caídas, además de sus

delgadísimos tobillos, mostraba un aspecto desfajado y poco cuidado.

- Me imagino que tú serás Cristina; mi nombre es doña Filo; te

estaba esperando ¡Pasa!

- Buenas tardes doña Filo, vengo a hacer un trabajo, creo que me

está esperando su marido.

- Cierto, te está esperando mi marido, pero primero quiero hablar

yo contigo, quiero que nos conozcamos.

La señora condujo a Cristina a través de algunos pasillos que sin

duda, evitaban las estancias principales y que la llevó hasta una extraña

habitación, no muy grande y llena de santos y de vírgenes; colocadas en

diferentes altares, a distintas alturas, jalonadas por numerosas velas,

que las unas ardían y las otras no.

En un banco de madera, similar a los que hay en las pequeñas capillas,

incluido un larguero de madera para arrodillarse, constituían todo el

mobiliario, además de dos reclinatorios; tomo asiento doña filo en el

108
banco y a su lado se sentó Cristina, que aún conservaba pue sta su

gabardina; la una al lado de la otra.

- Te explicaré cual es la situación Cristina, mi marido y yo somos

muy religiosos; quizás yo más que mi marido, pero eso es normal;

el hombre es siempre más superficial; pero, hace unos años,

sucedió algo que marcó nuestro matrimonio, una molesta

enfermedad, imposibilitó nuestras relaciones maritales; siendo

más concreta, me impidió tener relaciones a mí.

- Eso es un grave problema para un matrimonio.

- Sin duda Cristina; como yo comprendo que mi marido, sigue

teniendo ciertas necesidades; tras algunas discusiones y consultas

con mi director espiritual, accedí a que una señorita, pudiera

visitarlo; siempre aquí en casa, cada quince días, para que él

desahogue sus necesidades más perentorias; pero siempre

ocupándome yo de la cuestión moral del asunto; lo primero que

debe ser; es que no haya en el cumplimiento del deber conyugal,

ningún atisbo de placer, sobre todo en la muchacha que se ocupa

del desahogarlo; en lo posible, tampoco debe sentir él, ningún

placer, o al menos, el menor posible.

- Sin duda doña Filo, por mi parte, puede estar tranquila, este es mi

trabajo y yo le puedo garantizar que no sentiré ningún placer; en

cuanto a su marido, solo puedo decirle que lo intentaré.

109
- Por mi parte es lo suficiente; yo siempre estaré presente durante

todo tu trabajo, también vigilaré que lo hagas bien, de eso

dependerá la propina y el que te llamemos otra vez; hay algo que

debo aclararte hija, en esta casa, todo el dinero es mío, mi marido

no tiene nada y siempre ando procurando que nada tenga; así me

garantizo, que solo pueda tener las relaciones que yo le permito y

le pago; mientras fui yo la que me ocupé de sus necesidades

sexuales, te garantizo que nunca sentí placer.

Aquellas reflexiones, dieron a Cristina, una idea lo suficientemente

clara de lo que sucedía en aquella casa y de cual debía ser su actuación;

eso no era sencillo, pero era su trabajo.

Tras aquellas aclaraciones, se arrodilló doña Filo; inmediatamente,

también lo hizo Cristina, que contestó a todas las oraciones de la

señora; después de rezar, fueron ambas al comedor, allí las esperaba

Ernesto, el marido; se trataba de un hombre de unos cincuenta y cinco

años, alto y fornido, sin llegar a la obesidad, pero cerca de ella; en

conjunto, tenía un físico agradable que en otros tiempos pretéritos,

debió resultar muy atractivo.

Ayudó la señora a Cristina, a desprenderse de la gabardina y después,

la colgó en una percha de la pared; las miradas del matrimonió,

quedaron atrapadas por el espe ctacular cuerpo que podía adivinarse

bajo el ajustado vestido.

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Como ya eran las nueve de la noche, una muchacha del servicio,

comenzó a servir la cena; fue Filo la encargada de bendecir la mesa

mediante una corta oración; primero fue una sopa, luego una tortilla

francesa y por fin, una macedonia de frutas; había sido una cena ligera,

como requerían las circunstancias.

Tras la cena, todos consideraron que había llegado la hora de que

Cristina realizara su trabajo, así que se fueron al dormitorio; allí le

pidieron que se desprendiera del vestido, bajo él, solo tenía Cristina

unas bragas, ribeteadas por finas tiras de encaje , que enmarcaban sus

poderosas nalgas; sus pechos erectos y al aire, parecían un desafío a la

ley de la gravedad.

- Quizás te apetezca lavarte Cristina, o cualquier otra cosa, ahí

tienes el cuarto de baño – dijo Filo.

- Voy a ducharme, una ducha rápida, vuelvo enseguida.

- Yo entraré contigo, te ayudaré – Afirmó Filo.

Las dos mujeres entraron en el cuarto de baño, la señora se ocupó de

cerrar la puerta tras ella; en cuanto terminó de ducharse y de secarse

Cristina, le colocó la señora una amplia bata; tan amplia y larga, que

solo se ocupaba de tapar, de disimular cualquier forma de su cuerpo.

Cuando salieron las mujeres del cuarto de baño, entró Ernesto, se

ocupó también la señora de cerrar la puerta de nuevo, hasta que dos

minutos más tarde, la abrió otra vez; traía Ernesto una bata corta y que

no había cerrado del todo, dejando que se viera su pene en erección.

111
Tenía el hombre un miembro adecuado y bien proporcionado, que

llamó la atención de Cristina; circunstancia de la que se dio cuenta

Filomena y se apresuró a cerrar la bata de su marido.

Tomó asiento filomena en una cómoda silla, algo baja, casi una

descalzadora y trajo hacia sí a Cristina, colocando la cabeza de la

muchacha en su regazo, mientras acariciaba con sus manos, su rostro y

su pelo; quedaban las nalgas de Cristina, alzadas, frente a Ernesto, pero

aún cubiertas por la larga y austera bata.

Se aproximó Ernesto, hasta llegar a rozar con su pelvis, las nalgas de

Cristina y se agachó, con la clara disposición de alzar la bata de la

muchacha, pero Filomena, le llamó la atención y fue ella, la que desde

su posición, sentada, tiró de la bata, hasta dejar al descubierto, parte de

las nalgas de la muchacha, solo lo suficiente.

Emocionado Ernesto, por la visión que se le brindaba, comenzó por

acariciar con su mano el sexo de la muchacha, con cuidado, sin hacer

gestos estridentes, ya que lo observaba Filomena, para cortar cualquier

exceso; pero con su dedo, grueso y fuerte, comenzó a acariciar el

clítoris de Cristina; con la pretensión sin duda, de conseguir alguna

excitación en la muchacha, que le hiciera lubricar su sexo.

No tardó Cristina, en sentir los primeros calores de la excitación, que

procuraba no exteriorizar, para que Filomena no los apreciara; por su

parte, también con disimulo, continuaba Ernesto acariciando los lugares

más recónditos del sexo de la muchacha; ya comenzaba a apreciar

112
ciertos resultados en forma de humedades; incluso su fino olfato,

detectaba ciertos excitantes efluvios, provenientes del sexo de Cristina,

pero no exteriorizaba ninguna reacción.

Proseguía Filomena, observándolo todo, sentada en la pequeña silla,

con la cabeza de Cristina en su regazo y pendiente de que la bata, no

descubriera demasiado, solo lo imprescindible, las nalgas de la

muchacha; pero esto lo aprovechó Cristina, para introducir su mano

izquierda y todo su brazo, bajo su cuerpo, llegando hasta tocar los

dedos de Ernesto, que proseguían acariciando su sexo.

Nada podía ver de todo aquello, ni siquiera se lo imaginaba Filomena,

lo que sucedía bajo la bata de Cristina; Ernesto aproximó su sexo en

erección, hasta que llegó a contactar con los dedos de Cristina, que lo

agarró con fuerza y comenzó a moverlo arriba y abajo, acariciando con

su glande, rojo, grande, blando y suave, todo su sexo.

Poco a poco, con suavidad, fue introduciéndolo en su vagina, sin

permitir que la penetrara del todo, impidiéndolo la mano de la

muchacha, que seguía agarrando con fuerza el duro y grueso miembro,

imprimiéndole movimientos arriba y abajo, a izquierda y derecha; cosa

que le provocaba un tremendo placer, que se esforzaba en que no se

expresara en su rostro.

No paraba de observarlo todo Filomena, que fue consciente de que su

marido, había conseguido penetrar a Cristina, cuando vio una sonrisa en

su rostro; pero no sabía la señora, que la sonrisa se produjo, cuando

113
Cristina retiró su mano del pene del hombre, permitiéndole penetrarla

por completo y llevando su mano hasta los testículos, comenzando a

acariciarlos con sus dedos, a sopesarlos.

Aquello, no tardó en provocar un orgasmo en Ernesto, que resultó

evidente; la que tuvo que disimular el suyo, fue cristina, que lo encubrió

lanzando un par de gritos contenidos; haciendo que parecieran gritos de

dolor, lo que en realidad eran suspiros de placer.

Solo permitió la señora, que su marido estuviera acoplado un minuto,

enseguida, hizo que ambos se incorporaran y obligó a Ernesto a que

cerrara su bata; para tapar su miembro, que a media erección, mostraba

un brillo provocado por la lubricación, mientras que de su punta colgaba

un hilo de semen.

- ¿Me imagino, que ya tendrás suficiente, viejo verde?

- El trato, mi querida esposa, es que debo hacerlo hasta quedar

satisfecho, agotado e incapaz de tener una nueva erección.

- El caso marido, es que le has hecho daño a la muchacha; la has

elegido demasiado joven, por lo que con ese miembro tan

enorme, le haces daño.

- No se preocupe señora, no pasa nada, estoy acostumbrada y mi

obligación es satisfacer a mi cliente.

- ¡Que buena eres Cristina! ¿Te apetece tomar un té o algo caliente?

114
- Un té estará bien señora y no hay prisa don Ernesto; mis

honorarios incluyen una noche completa, así que, tómese el

tiempo que necesite, sin prisa.

Doña Filo, mandó llamar a una de las criadas y le pidió que trajera té,

acompañado por algunas pastas, mientras, Ernesto entró en la ducha,

una refriega con agua templada, lo recuperaría antes; cuando salía

Ernesto, cubierto por su corta bata, llamó la criada a la puerta.

- Tiene que acompañarme señora, la cocinera tiene una duda sobre

las pastas.

- No tardaré en regresar, esperarme, será un minuto.

No tardó Ernesto en aprovechar la circunstancia, tomó posición en el

quicio de la puerta y desamarró su bata, comprendió enseguida Cristina

lo que quería su cliente, así que se arrodilló y comenzó a realizarle una

felación; se empleó a fondo, sabía que Filo, no tardaría en regresar.

Escucharon a Filo, que regresaba dos minutos más tarde, acompañada

por la criada, que portaba una bandeja con el té y las pastas; dejó

Cristina lo que estaba haciendo y se dirigió al cuarto de baño, tomaría

una ducha rápida mientras servían el té.

Durante unos minutos, mientras colocaban el servicio del té y la

bandeja con las pastas, estuvo Cristina en la ducha; cuando salió del

cuarto de baño, podía verse a la muchacha, con la misma larga e

insípida bata que había llevado durante todo el tiempo; durante toda su

actuación ante aquel excéntrico matrimonio.

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Habían colocado tres sillas, iguales a la que ocupó Filomena durante el

coito que habían mantenido Ernesto y Cristina, alrededor de una

pequeña mesa, sobre la que habían acomodado el servicio de té y la

bandeja con las pastas; ocupó Cristina la silla que quedaba libre y

comenzaron una animada tertulia.

La encofiada criada se marchó, salió del dormitorio, no sin dedicar una

última mirada a la pequeña reunión, antes de cerrar la puerta tras ella;

todos se encontraron liberados tras la salida de la sirvie nta; eso los

indujo a conversar.

- Tu profesión hija, debe ser muy desagradable; recuerdo cuando

era yo la encargada de satisfacer las necesidades de mi marido;

recuerdo lo mal que lo pasaba, había dos cosas que oprimían mi

espíritu; por un lado el malestar físico, el dolor tan desagradable y

por el otro, la incomodidad moral, sabiendo que con ese acto,

andaba muy cerca del pecado, de la inmoralidad más abyecta.

- Es verdaderamente cierto señora, esos son los inconvenientes de

mi profesión; como excusa, solo le puedo decir, que me permite

continuar mis estudios, es un trabajo que me deja el suficiente

tiempo libre para dedicarlo a mis clases.

- Pero andas siempre circundando el pecado, eso es muy grave.

- Para contrarrestar eso señora, dedico todos los días, al menos dos

horas a la penitencia, al sacrificio, al sufrimiento, a la

mortificación; eso alivia mi espíritu atormentado.

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- Bien hecho hija, me caes bien; eso debía hacer el impío de mi

marido, pero él es un descreído.

Mientras saboreaba el té y las exquisitas pastas, entre sorbo y sorbo,

observó Cristina, que de nuevo Ernesto, comenzaba a presentar una

erección; decidió entonces, acelerar los acontecimientos, de esa forma

terminaría antes con tan incómoda visita; así que cada vez que se

inclinaba a servirse té o a coger una pasta, procuraba dejar bien a la

vista del marido, una de sus enormes tetas.

Aquello lo excitó tanto a Ernesto, que dos sorbos después, se escapó

su pene por la abertura que se producía en su bata; cosa que

escandalizó inmediatamente a Filomena.

La señora trató infructuosamente de ocultar el miembro de su marido;

faena que le resultó imposible, ya que era tan grande la erección, que la

corta bata, no tenía tejido suficiente para cubrirlo; pero enseguida

acudió en su ayuda Cristina.

- Aguarde un momento doña filo, creo que ha llegado el momento

de proporcionarle a su marido una segunda sesión, recuerde que

esa es mi obligación, mi trabajo; pero esta vez me va a permitir

que lo organice yo, no hará falta que nadie se mueva.

- Está bien hija, organízalo, yo permaneceré pendiente.

Se puso en pie Cristina y se acercó a Ernesto que permanecía sentado,

apartó un poco la pequeña mesa y abrió del todo la bata del marido,

apareciendo su sexo en todo su esplendor; luego, Cristina, apartando

117
unos centímetros su bata, introdujo las piernas del hombre entre las

suyas, hasta que las rodillas de la muchacha, llegaron a la altura de las

caderas de él, tomando asiento sobre sus piernas, introduciendo su

mano, para conducir el miembro del hombre hasta introducirlo en su

sexo, poco a poco, sin retirar su mano por el momento.

Se ocupó Filo de mover su silla, hasta quedar muy cerca de su marido

y de Cristina, que se mantenía erguida, sentada sobre las caderas de

Ernesto, con sus dos manos ahora sobre los hombros del hombre; sin

mostrar emoción alguna ni movimiento alguno pero sí hacía algo que

nadie podía ver, pero que Ernesto podía sentir.

Como a pesar de su erección, sabía Cristina, que al ser su segunda

eyaculación, aquello podía llevar un tiempo apreciable a aquel hombre

maduro, fomentó que este deslizara su mano bajo su bata hasta llegar a

su teta izquierda, la del lado contrario al que estaba sentada en su silla

la señora, que se mantenía atenta y pendiente.

Se afanaba Ernesto en masajear la teta de Cristina, sin que su mujer

pudiera observarlo; aquello los excitaba, aunque la muchacha mantenía

su rostro impasible, consiguió concentrarse lo suficiente, como para

realizar una habilidad que ella tenía muy oculta; conseguía que su

vagina, se contrajese y extendiese, mediante movimientos peristálticos

de su musculatura vaginal; aquello proporcionaba un masaje , que

multiplicaba el placer tanto de él como el de ella; aunque tenía que

reprimir todos sus impulsos, que en el momento de máxima tensión,

118
durante la eyaculación de Ernesto, que coincidió con el orgasmo de la

muchacha; tuvo Cristina que simular una dificultad respiratoria, para

disimular sus rítmicos e incesantes jadeos.

Entonces se dio por rendido Ernesto, por lo que pudo Cristina

despedirse del matrimonio y pedirles que llamaran un taxi; pero Ernesto

no lo permitió, le dijo a Cristina, que la llevaría su chofer hasta donde

ella quisiera.

Cuando al día siguiente, acudió a casa de Remedios, a eso de las dos,

esta la recibió como siempre, con una amplia sonrisa y con un abultado

sobre.

- Tienes que contármelo niña ¿Cómo lo consigues? Los has dejado

encantados, tanto al marido como a la señora; tengo que

reconocer, que eso me parecía imposible.

- Te aseguro que te lo contaré, incluso puede que te revele alguno

de mis secretos.

119
CAPITULO VIII

Se acercaban las navidades y por lo tanto, comenzaban los exámenes

parciales en la facultad de derecho; hacía algunos días que no recibía

mensajes de Remedios; eso le había venido bien, ya que había tenido

más tiempo para estudiar, para preparar los exámenes.

Mientras tomaba un café en la cafetería de la facultad; había

aprovechado que tenía una hora libre entre dos clases, para tomar un

café y una tostada con aceite de oliva; su pensamiento, se ocupó en ese

momento, en los recuerdos de su casa; llevaba mucho tiempo sin ir al

pueblo, sin ver a sus padres y demás familiares; quizás debía

aprovechar el próximo fin de semana para pasarlo con ellos.

Recordó, que debía ponerse una ropa más adecuada para ir al pueblo,

no podía llamar la atención, ni demostrar gran poder adquisitivo, todo

lo contrario; tenía que mostrar que pasaba cierta necesidad, que le

costaba llegar a fin de mes; también era importante, tener muy bien

preparada la historia que contaría sobre su trabajo, sabía Cristina, que

la agobiarían con preguntas.

120
Decidió Cristina, que esa tarde, después de las clases, iría a comprarse

algo que estuviera en consonancia con su posición y circunstancias; sus

cambios habían sido muy llamativos, pero no podía mostrarlos en el

pueblo y ante sus padres; también tendría que reprimir sus ganas de

ayudarlos económicamente; eso llamaría mucho la atención.

Los pensamientos de Cristina se vieron truncados por la realidad, cosa

que suele suceder con mucha frecuencia; tras la última clase de la

mañana, se dirigía Cristina a comer, en un lugar frecuentado por

estudiantes; esa era una de las costumbres que no había perdido; pero

al abandonar el recinto de la facultad, sonó un mensaje en su teléfono;

se trataba de Remedios, pidiéndole que fuera a comer con ella.

El tiempo era bueno, la ciudad era iluminada por un sol radiante,

favorecido por la limpidez de la atmósfera, cosa de la que se encargaba

todas las mañanas, el rocío; que caía al amanecer, favorecido por las

diferencias de temperatura entre las primeras horas de la tarde, en las

que se alcanzaban los veinticinco grados y las primeras horas de la

mañana, donde apenas se alcanzaban los diez grados; pero a esas

horas, le sobraban a Cristina todas las prendas de abrigo que se había

encasquetado por la mañana.

Al llegar al zaguán de la casa, tras la cancela, la estaba esperando la

señora; sin duda había decidido ir a comer a su restaurante favorito;

conociéndola, pensó Cristina que incluso habría encargado ya la comida.

121
Abrió Remedios la cancela y salió al zaguán, mientras daba las últimas

órdenes a la criada; luego dio un beso rutinario a Cristina y la cogió del

brazo; el contrario al que llevaba colgado el abrigo, el mismo que utilizó

por la mañana temprano, cuando acudió a la facultad; fuertemente

agarradas del brazo, cruzaron la calle y se encaminaron al pequeño

restaurante.

Al entrar en el restaurante, fueron a sentarse en la mesa que siempre

lo hacían, se la tenían reservada y la camarera, se comportó de una

forma similar; tras quitarle a Cristina el abrigo y llevarlo hasta una

percha cercana, fue a traerles el vino, un tinto de la rivera del Duero;

junto con el vino, también les trajo el pan de pueblo, cortado en gruesas

rebanadas que rebosaban sobre la pequeña panera.

Antes de que comenzaran a plantear el nuevo trabajo, poco después

de que Remedios hubiera probado el vino y hubiera autorizado a que

llenaran las copas, trajeron el impresionante y oloroso guiso de pies de

cerdo con patatas, una exquisitez que Cristina reconoció adorar y llevar

años sin probar; sin duda era un guiso adecuado para aquellas fechas,

comenzando el mes de diciembre, entonces comenzó su exposición

Remedios, que estaba deseando exponerlo.

- Me tienes impresionada niña, tu habilidad para resolver relaciones

complicadas, me impresiona.

- ¿Quiere decir eso que me has preparado otro embolado?

122
- Cierto, te he buscado otro caso especial; pero he de aclararte

algo, con tus trabajos especiales, ganas mucho más que cualquier

otra de tu nivel; por ejemplo, una que se dedique a trabajos

llamémosle normales, necesita hacer tres trabajos para ingresar lo

mismo que tú; pero ya sabes que eres tú la que decide si hace un

trabajo o no lo hace.

- Tienes razón Remedios, pero me gusta protestar de vez en

cuando, si no protesto, parece no tener importancia.

- A ti te proporciono casos, en los que hay que pensar y que actuar,

los otros casos, es simplemente follar con gente normal.

- Está bien, cuéntame como va a ser esta vez.

- Un viejo cliente mío, me ha pedido algo muy especial, quiere

hacerle a su hijo de dieciséis años, un regalo muy especial; por lo

visto, es un muchacho muy tímido, que ha terminado el bachiller

con muy buenas notas; pero al parecer tiene pocas relacione s con

muchachas, es muy tímido y no le gustan las fiestas normales de

sus compañeros; el padre, ya te digo que es cliente mío, quiere

para su hijo a alguien muy especial; no quiere regalarle a una

prostituta, quiere otra cosa.

- ¿Acaso no soy yo una prostituta?

- Eres alguien especial mi niña, quiere este padre, que su hijo no

sepa que tú eres alguien pagado; debes ser la hija de un amigo,

una universitaria, que sus padres la dejan un fin de semana con

123
él, porque ellos van de viaje a Roma y la hija tiene un novio con el

que no quieren dejarla sola; la traen a casa de su amigo, que está

en una ciudad, lo suficientemente alejada y desconocida para el

novio; del resto, te tienes que ocupar tú.

- Pero estamos hablando de un fin de semana, son dos días.

- Por eso paga el doble, más la propina; por cierto, vive en un chalet

fantástico, en el que tendrías tu propia habitación; vendría el a

recogerte mañana sábado por la mañana; debe parecerle al niño,

que es una conquista suya, que consigue convencerte y debes

enseñarle todo lo que sepas o puedas.

- Está bien, me hago cargo del trabajo ¿Dónde tengo que verlo?

- Te recogerá a las diez de la mañana del sábado, en la estación de

autobuses, en Plaza de Armas, frente a las escaleras principales,

llevaras una pequeña maleta con ruedas y un gorrito de lana.

Cuando todo estuvo aclarado, las dos mujeres habían dado cuenta del

plato de manitas de cerdo con patatas; la camarera, les ofreció la

posibilidad de repetir, cosa que ambas rechazaron; pidieron el postre,

que consistió en unas castañas en dulce, traídas de Aracena, de muy

buen sabor y bien guisadas.

Diez minutos antes de que dieran las diez de la mañana del sábado,

estaba Cristina, bajo la rampa de escaleras que descendían desde la

estación de autobuses hasta la plaza; a su lado, una pequeña maleta de

color hueso, provista de ruedas.

124
Llevaba Cristina, unos vaqueros, rotos y desgastados, muy cómodos;

sobre ellos, una camisa de color claro y liso, sobre la camisa, un jersey

sin mangas de un rojo muy llamativo; unos zapatos de tacón bajo y

sobre su cabeza, un gracioso gorro de lana también de color claro,

como su camisa.

Un mercedes azul, se paró frente a las escaleras, bajó la ventanilla del

lado de la acera, que le indicó a Cristina, mediante unas se ñas de su

mano, que se acercara; en ese lugar no se podía aparcar; cuando se

acercó Cristina, el hombre maduro que conducía le habló.

- ¿Eres Cristina? Me manda Remedios.

- Sí, soy yo.

- Pues mete la maleta en el maletero y sube al coche.

El maletero del enorme coche, se abrió, accionado sin duda por un

resorte que se manipulaba desde el interior del coche; Cristina colocó su

pequeña maleta en el interior del maletero y fue a subirse en el asiento

delantero, al lado del conductor.

- Me llamo Javier; ya me has confirmado que tu nombre e s Cristina;

sin duda eres preciosa; espero que mi hijo, que también se llama

Francisco Javier, pero al que todos llamamos Fran, por no

confundirnos, sepa apreciar el regalito.

- Gracias por lo de regalito, lo aprecio en lo que vale, me refiero al

comentario.

125
- No te enfades niña, es que me has impresionado; en otra ocasión

será de otra forma, pero hoy vamos a lo que vamos, ahora es a mi

casa; allí está mi hijo, él supone que eres la hija de un amigo, me

imagino que ya te lo habrá explicado Remedios; pero lo

importante, es que piense que es él quien te conquista y que le

enseñes todo lo que puedas.

- Lo haré, me he comprometido a ello.

- Dice Remedios, que además de guapa, cosa que salta a la vista,

eres muy inteligente y una buena comediante.

- Llamémosle así.

Casi media hora después, entraban en una gran finca, a la que daba

acceso una cancela de hierro, lo suficientemente grande como para

permitir la entrada de grandes camiones; los olivos, jalonaban el camino

que conducía a la gran casa, un enorme edificio de estilo colonial, como

construida por un indiano, cosa que en definitiva, era como había

sucedido, de allí provenía la fortuna de Javier.

El coche rodeó la casa y paró en una puerta lateral, la que daba acceso

a un gran patio y a una escalera de servicio que subía al piso superior, a

los dormitorios, evitando toda la zona noble de la casa.

- Este será tu dormitorio Cristina, deja la maleta y bajemos para que

te presente a Fran, luego podrás colocar tus cosas.

- Está bien, bajemos a conocer al niño.

126
En una sala que servía de biblioteca y de sala de estudios, estaba Fran,

sentado frente a una pequeña mesa y con un libro abierto sobre ella;

cuando entraron en la sala, el muchacho se puso en pie .

Era Fran muy alto; a pesar de sus dieciséis años, mediría ya, ci ento

ochenta centímetros; muy delgado, longilineo y algo cargado de

hombros; de rostro aniñado, que mostraba un incipiente bigote sin

afeitar, pero su rostro tenía cierta gracia; piernas delgadas y largas,

dedos muy largos y piel algo demacrada; sin duda pasaba demasiado

tiempo delante de los libros.

- Atiende Fran, esta es cristina, la hija de un buen amigo mío y que

va a pasar el fin de semana con nosotros; sus padres se han ido

de viaje y se quedará aquí hasta el domingo por la noche; trátala

bien, debe pasar un buen fin de semana; si queréis dar una vuelta

por la finca, puedes coger el viejo Jeep.

- ¡Hola Cristina! Me tienes a tu disposición, podemos hacer lo que

quieras; desde jugar al tenis, hasta visitar el invernadero o dar una

vuelta por la finca.

- ¡Gracias Fran! Por ahora iré a mi cuarto para colocar las cosas en

el armario.

- Yo os dejo niños, tengo cosas que hacer; no se si vendré a comer,

no me esperéis; llamaré por teléfono para avisar.

127
Se marchó el padre sin decir nada más, dejaba aquel asunto en manos

de Cristina, seguro que ella sabía como hacerlo, así que en cuanto el

padre los dejó; tomó la iniciativa Cristina.

- Si te parece bien Fran, me gustaría colocar mis cosas en el

armario, sacarlas de la maleta; pero no estoy segura de saber

llegar a mi cuarto ¿Puedes acompañarme?

- Claro Cristina, no tengo otra cosa que hacer ¡Vamos!

Subieron los dos muchachos, en las escaleras, dejó Fran, que Cristina

subiera delante, de esa forma, pudo ver con nitidez, los muslos y gran

parte de las nalgas de Cristina; que en absoluto trató de ocultarlas,

consideró la niña, que había que ir calentando al imberbe.

Una vez en la habitación, Fran estaba completamente embelesado con

Cristina, con lo que había visto en las escaleras; ahora la observaba

colgar sus ropas, que no eran muchas las que traía en la maleta.

- Mira esta falda Fran, es de gimnasia, no es de tenis, pero creo que

puede servir y podemos jugar algún set.

- Claro Cristina será perfecta; con ella un Niké y unas zapatillas,

estarás equipada.

- Pues vuélvete de espaldas, no es necesario que te vayas, voy a

cambiarme.

En la pared de enfrente, había un gran espejo, en el que Fran, podía

ver reflejada a Cristina con toda claridad; igual que si la estuviera

128
mirando de frente; no es que Cristina no se hubiera dado cuenta, pero

disimuló, hizo como si no lo hubiera visto.

Vuelto de espaldas a Cristina, el muchacho, podía verla con claridad,

además, jugando con ambos espejos, el de la pared y el de la puerta del

armario, que estaba entreabierta; podía verla desde todos los ángulos

en todo su esplendor; se desprendió Cristina de toda su ropa, quedando

tan solo con un escueto tanga, que apenas cubría nada, ni por delante ni

por detrás; el muchacho estaba hipnotizado.

Colgó la ropa que se había quitado con toda parsimonia, luego se

preocupó de colocar bien sus mínimas bragas, de tantear sus grandes

tetas; mientras se las miraba en el espejo del armario; comprobó como

se veían sus nalgas, de un lado y del otro y por fin se puso la corta falda

blanca, luego se enfundó un polo blanco, que se ajustó con perfección a

sus tetas turgentes y erectas.

Mientras abandonaban la habitación, en dirección a la pista de tenis,

pudo observar Cristina la erección que se marcaba en los pantalones del

muchacho; sin duda había obtenido su objetivo; mientras bajaban las

escaleras, no paraba Fran de tocar con su mano izquierda, lo más

evidente de su erección, lo agarraba y lo apretaba, como queriendo

reprimirla, pero parecía obtener el resultado contrario.

En un lateral de la gran casa, en el lado norte, estaba la pista de tenis,

rodeada por altas y finas alambradas, que impedían que las pelotas se

fueran muy lejos; fuera de las alambradas, había unas pequeñas casetas,

129
que servían de vestuarios y de duchas, hacia ellas corrió Fran, para

cambiarse de ropa.

Tras unos minutos, salió de una de las casetas Fran, equipado como

para jugar, con su pantalón blanco y corto y un polo del mismo color;

allí estaban también las raquetas y las pelotas; cuando le entregó una

raqueta a Cristina, su erección resultaba aún más evidente; sin duda la

cortísima falda de la muchacha, que dejaba al descubierto sus

poderosos muslos y la evidencia de sus tetas, bajo el polo blanco; en el

que se marcaban a la perfección sus pezones, erectos como dos rosetas

rojas y desafiantes, no ayudaban a relajar a Fran.

Pretendiendo desviar su atención, dispersar su obsesión; enseguida

comenzó Fran el peloteo, pero apenas conseguía centrarse; parecía que

su mano izquierda estuviese deseando soltar la pelota, para agarrar la

punta de su pene, que parecía querer romper su pantalón corto.

Observando Cristina la excitación creciente, consideró que era el

momento oportuno de llevarlo al límite; por lo que aprovechando que

Fran tiraba fuera la pelota con mucha frecuencia; cada ve z que tenía que

recogerla, doblaba su cintura y mostraba al muchacho sus nalgas y el

resto de su sexo, que ya no tapaban sus escuetas bragas, que se habían

introducido entre sus glúteos y en su sexo.

Cuando repitió aquello en varias ocasiones y procuró mostrar el

movimiento de sus tetas cada vez que golpeaba la pelota, el muchacho

se quedó quieto, como congelado, tiritando y con su mano izquierda

130
agarrando con fuerza su pene; no podía ni moverse, estaba paralizado

por la excitación.

Decidió Cristina que había llegado el momento de hacer algo, así que,

con la raqueta y la pelota en la mano, se dirigió al lugar donde estaba

paralizado Fran, doblado y con ambas manos agarrando su pene.

- ¿Qué te pasa Fran? Así no puedes jugar, si quieres, lo dejamos.

- No se lo que me pasa, no me había pasado nunca; yo he visto a

mujeres muy guapas, pero tú eres diferente.

- Está bien, voy a ver si puedo aliviarte ¡Vamos al vestuario!

La siguió el muchacho hasta la caseta del vestuario, sin poder apartar

su mirada, de las nalgas de Cristina, que tras los movimientos del juego,

su falda había dejado al descubierto.

Una vez dentro, sin cerrar la puerta, recogió Cristina las dos raquetas

y la pelota, las puso a un lado; luego sin dudarlo, introdujo su mano en

el calzón de Fran y agarró con fuerza el pene del muchacho; una vez

que lo tuvo agarrado y la vista del muchacho se fijó en el techo, la vista

perdida; Cristina, bajó entonces el calzón y comenzó a masturbarlo, con

suavidad; de vez en cuando, lamía su mano y proseguía con la

masturbación, suave pero enérgica.

Tomó asiento Cristina en el pequeño banco de madera, para que le

resultara más cómodo, para manejarlo a una altura más adecuada; el

muchacho, comenzó a jadear primero y a gritar un momento después y

131
acto seguido, eyaculó con tal fuerza, que fue el semen a estamparse , en

la percha de la pared de enfrente.

Comenzaba la mano de Fran, a acariciar el hombro de Cristina, pero

esta lo interrumpió con brusquedad, mientras apartaba su mano.

- Escúchame Fran, esto te lo he he cho, para que podamos terminar

el partido y para que no te duelan los testículos.

- Gracias Cristina, me he quedado más tranquilo, más relajado.

- Pues ahora vamos a jugar, yo también necesito relajarme.

Los dos jóvenes, continuaron con su partido; ahora, ya conseguían

intercambiar algunos golpes; aunque procuraba ahora Cristina,

disimular algo sus formas, ser menos explícita; aquello, con la

indumentaria que llevaba, resultaba muy difícil; cada vez que se

agachaba, le enseñaba el culo al muchacho, cada vez que saltaba, su

falda subía por encima de su cintura, lo que con las bragas que portaba,

mostraba sus nalgas y todo lo demás; mientras sus tetas, se cimbreaban

a uno y a otro lado.

El ama de llaves, apareció en el soportal de la mansión y llamó a los

chicos para comer, debían cambiarse de ropa antes de acudir al

comedor, así que ambos corrieron a sus habitaciones, que estaban en el

piso superior, la una muy cerca de la otra; cada uno entró en su

habitación y en su cuarto de baño; tomaron una ducha y se cambiaron

de ropa, colocándose alguna ropa más formal.

132
En el comedor, en una gran mesa, el servicio, había puesto los dos

cubiertos, el uno junto al otro, en la esquina más próxima a la cocina; la

formalidad dominaba el ambiente , mientras les sirvieron la sopa; pero al

comenzar con el segundo plato; aprovechando la presencia de la criada

que les servía; Fran, deslizó su mano bajo la mesa y comenzó a acariciar

los muslos de Cristina, su mano llegaba hasta la unión de ambas

piernas, acariciando con sus dedos la entrepierna de la muchacha.

Nada, ningún gesto hizo Cristina, salvo que hacía ademanes de cerrar

sus muslos, pero eso no hacía más que excitar a Fran, que insistía con

más fuerza y solo dejaba de hacerlo, cuando la sirvienta se marchaba

del comedor, con rumbo a la cocina, para traer algo más y los dejaba

solos; en ese momento, contraatacaba Cristina.

- ¡Déjame en paz Fran! Me prometiste quedarte tranquilo.

- Cierto, pero no puedo resistirme ¡Estas buenísima!

- Te dije Fran, que te lo haría solo una vez; ya no hay más.

- Si me prometes hacerme otra pajita, te dejo en paz.

De nuevo regresó la sirvienta e inmediatamente , la mano de Fran,

volvió a trastear entre las piernas de Cristina; cada vez era más atrevido,

introduciendo sus dedos bajo las bragas, buscando el sexo de la niña;

incluso llegó a introducir la punta de uno de sus dedos en su vagina;

pero en ese momento se marchó de nuevo la sirvienta a la cocina, en

busca de los postres.

- De acuerdo Fran, te haré otra en el dormitorio, si te estas quieto.

133
- Me estaré quieto Cristina, pero promete que me harás otra de

esas que tú llamas “pajas”.

- Te la haré, pero hay dos condiciones; la primera es que te

quedarás quieto hasta entonces y la segunda, que me hará tú a mí

otra cosa que yo te diré.

- ¡Vale, lo haré!

Diez minutos después, habían terminado de comer y ambos subieron

a sus dormitorios a hacer una siesta; subía Fran tras Cristina,

procurando ver algo, pero nada veía; Cristina, viendo el interés del

muchacho, subió algo sus faldas, permitiéndole ver lo que quería.

Cada uno entró en su cuarto; pero solo unos minutos después;

enseguida que comprobó que nadie los había seguido, entró Fran en el

dormitorio de Cristina, que ya se había quitado la ropa y solo llevaba

una cortísima bata roja de seda; Fran, cerró la puerta tras rebasarla y se

quedó mirando a la muchacha, que coquetea frente a él, jugando con

los festones de su bata.

Por fin tomo asiento en la cama Cristina, inclinó un poco su cuerpo

hacia atrás y llamó a Fran, indicándole que acercar su oreja has su boca,

entonces le dijo:

- Si quieres que te haga otra vez una paja, debes tú antes, comerme

el coño, despacio y con cuidadito; esto, el que lo hace bien es mi

novio, pero no te preocupes te enseñaré.

134
Se había quedado sin habla el muchacho, pero cristina lo cogió de la

mano y lo llevó hasta tenerlo entre sus piernas, luego le dijo que se

arrodillase, entre sus rodillas; Cristina abrió su bata y sus piernas, luego

tomó su cara entre sus manos y la llevó hasta muy cerca de su sexo,

entonces le dijo:

- Dame con tu legua y con tus labios aquí, justo aquí.

Cuando Fran comenzó a lamer, Cristina lo ayudaba abriendo su sexo

con sus dedos, ofreciéndoselo para que lo lamiera; no tardó en aprender

el muchacho, ayudado por los consejos y las indicaciones de Cristina,

que no tardó en sentir su primer orgasmo; cosa que animó a Fran, que

se empleaba a fondo con su lengua y con toda su boca.

Abrazó Cristina a Fran con sus piernas, rodeando su espalda con ellas

y no le permitió levantarse de allí, hasta sentir un segundo y

escandaloso orgasmo.

Durante unos minutos, ambos se quedaron tendidos sobre la cama

durante unos minutos; pero pronto, se incorporó Fran, que presentaba

una erección que estaba a punto de estallar.

- Ahora te toca a ti Cristina, ya no puedo más, me duelen los

testículos.

- No te preocupes, desnúdate y ven.

Un minuto tardó Fran en desprenderse de la ropa que dejó caer en el

suelo; esperaba el muchacho, que le hiciera una paja, pero lo tomó de

los brazos y lo tendió sobre ella, le ayudó con su mano a encontrar el

135
lugar, luego lo abrazó con sus brazos y con sus piernas, permitiéndole

que la poseyera en toda su amplitud.

Después de eyacular una primera vez, Fran no perdía su erección, así

que le permitió Cristina, que la mantuviera dentro de su vagina, hasta

que algunos minutos después, tuvo una segunda eyaculación; fue

entonces cuando se le quedó flácida y abandonó el nido.

Aquello no se lo esperaba Fran, el creía, que Cristina, solo lo iba a

masturbar, no se esperaba poder realizar el acto completo y menos con

aquella impresionante mujer; se sentía eufórico; pero Cristina, lo sacó

de su estupor y le pidió que se marchara a su dormitorio.

Los dos jóvenes, durmieron un rato en sus respectivas camas, antes

de ducharse; tuvo que ser Cristina, la que llamase a la puerta del

dormitorio de Fran.

- Date prisa Fran, que vamos a dar una vuelta por la finca, hace muy

buena tarde y me apetece dar un paseo.

- Enseguida salgo, espérame abajo, solo necesito cinco minutos.

- Está bien, no tardes, que ahora se hace de noche muy pronto.

Al bajar, Cristina atravesó las zonas más nobles de la casa, el enorme

salón, lleno de muebles clásicos y de trofeos de caza; después un

vestíbulo y por fin la enorme puerta principal, de la que solo se abría un

portillo, por el que se accedía a los soportales.

Sentada en unos sillones de mimbre, colocados frente a una mesa

también de mimbre, sobre la que brillaba un grueso cristal con dibujos

136
esmerilados en todo su derredor; esperó Cristina a que bajara Fran, que

necesitó unos minutos para encontrarla.

- Iremos a dar una vuelta con el jeep, te enseñaré la finca Cristina,

no toda, pero sí lo más interesante.

- ¿Es muy grande?

- Tiene seiscientas hectáreas, la mayoría son cultivo de olivos, pero

hay unas doscientas hectáreas de monte bajo y encina; es la zona

más interesante.

- ¿Hay caza en esa zona?

- Hay mucho conejo y perdiz, si tenemos suerte, las veremos, te

gustará Cristina; pero tenemos que darnos prisa, pronto caerá la

noche y entonces, ya no veremos nada.

Ambos jóvenes, fueron a la parte trasera de la casa, dando la vuelta al

enorme edificio; allí estaban las cocheras; en un lateral, junto a otros

vehículos, estaba el Jeep, descapotado y con las llaves puestas; un

rudimentario vehículo, muy útil para andar por terrenos ásperos; era el

único vehiculo que le permitía usar su padre, solo por los caminos de la

finca, sin poder salir de ella.

Primero recorrieron los caminos más llanos y arreglados, rodeados de

olivos en perfecto orden, alineados, puestos simétricamente, como las

fichas de ajedrez sobre un tablero; pero marchando con rumbo norte,

pronto estuvieron fuera de la zona cultivada y entraron en la dehesa,

137
con su monte bajo y sus encinas, que parecían salpicadas, sin orden

alguno, entre las que crecía una vegetación salvaje.

En la parte más alta de una colina, el agreste camino giraba a la

izquierda; fue el lugar elegido por Fran para aparcar el coche fuera del

camino, bajo una encina; frente a ellos, se extendía una pequeña meseta

con mucha hierba de diferentes alturas; desde allí podrían ver algunos

bandos de perdices, que ya empezaban a mostrar cierto celo y los

bandos comenzaban a romperse, a dividirse, para que los machos,

pudiesen pelear por las hembras.

Todo esto se lo explicaba Fran a Cristina, y le advertía que para poder

verlos, debían permanecer callados durante un tiempo prudencial; así lo

hicieron, Cristina no apartaba sus ojos de las hierbas, estaba deseando

ver a las perdices; tras unos minutos en silencio, la mano derecha de

Fran, comenzó a acariciar la pierna de Cristina; no tardó mucho el

muchacho en emplear ambas manos y buscar con afán, las bragas de la

muchacha; ella tuvo que pararle los pies.

- ¡Aquí no! Luego esta noche en la habitación.

- Pero mira como estoy; es que estás riquísima tía.

- Haremos un trato; ahora, te hago una paja mientras vemos las

perdices, luego tienes que dejarme tranquila y después de cenar,

vas a mi cuarto, prometo enseñarte cosas nuevas.

- Está bien, acepto el trato, me parece justo.

138
Nada tardó Fran, en desabrochar su cinturón, abrir su bragueta y bajar

un palmo sus pantalones; dejando al descubierto su sexo sobre

excitado, con su pene estirado al máximo; sin duda era aún algo

delgado, pero tenía una adecuada longitud; aún tendría que engrosar

con el tiempo; los que si eran muy pequeños eran sus testículos, sin

duda no estaban completamente desarrollados.

Comenzó Cristina a dar masajes en el pene del muchacho, muy

lentamente, con su mano izquierda, para poder seguir pendiente del

campo, del pasto, de donde en cualquier momento podrían verse las

perdices; de vez en cuando, humedecía su mano con su lengua y

continuaba con el rítmico masaje.

No paraba Fran de lamentarse, con lamentos de placer que excitaban

a Cristina, pero ella se contenía y continuaba con su rítmico y monótono

masaje, pero no tardó en hablar Fran.

- ¡Dale más fuerte que ya me viene!

Humedeció entonces Cristina su mano derecha y con ella, comenzó a

dar masajes más enérgicos, más rápidos, apretando con mayor fuerza;

apuntando con el miembro del muchacho hacia su lado izquierdo, para

evitar que la eyaculación cayera sobre ella.

Un grito contenido de placer, indicó el momento exacto en el que se

producía la eyaculación principal del muchacho, el semen, salió

disparado fuera del coche y solo luego, cuando fluyó con más fluidez,

chorreó por su miembro, mojando la mano de Cristina; que sacó un

139
pañuelo y limpio su mano y el miembro del muchacho; para terminar de

limpiar su mano, la muchacha la lamió con su lengua; quería probar el

sabor del semen del muchacho.

Mientras Fran colocaba sus pantalones en su lugar, sobre el campo

aparecieron las primeras perdices; algunos minutos después, pudieron

verlas corretear sobre la meseta que había frente a ellos; a su derecha,

sobre una piedra, un macho comenzó a cantar en tono desafiante

llamando a la hembra que quisiera acercarse; Cristina estaba

disfrutando del espectáculo, pero su gozo llegó al éxtasis, cuando tras

un silbante vuelo, otro macho, vino a cantar en una zona próxima; sin

duda, aquello era un desafío en toda regla.

Con suma precaución, ambos machos comenzaron a aproximarse;

alternaban arranques de furia, seguidos por una corta carrera

arrastrando sus alas por el suelo; luego volvían a pavonearse el uno al

lado del otro, así hasta que estalló la pelea y los machos blandie ron sus

espuelas al aire, se golpearon, hasta que uno de los dos cedió y se batió

en retirada, agachado su cuerpo y yendo a ocultar su vergüenza, entre

las hierbas más altas.

El vencedor, desgarró su garganta en un desafiante canto, hasta que

una hembra oportunista se le acercó, echándose en el suelo delante de

él, invitándolo a poseerla, cosa que el macho hizo; luego ambos

desaparecieron del lugar, con un corto vuelo.

140
Mientras regresaban, la tarde comenzaba a hacer lugar a la noche; en

esas horas del crepúsculo, el campo comenzaba a moverse con mayor

soltura; desde su coche descubierto, vieron a los conejos cruzar el

camino y una atrevida liebre, corrió a su lado durante bastantes metros,

hasta que bajó sus orejas, pegándolas a su lomo, acelerando hasta

perderse entre la maleza.

Cuando entraron en la casa, decidieron ir un rato a la biblioteca,

mientras esperaban que estuviera la cena preparada; allí podrían leer un

rato y charlar de sus cosas con tranquilidad.

- No tengo muy claro Cristina, lo que opinas sobre el amor, sobre el

sexo.

- Pues resulta bastante sencillo Fran; el amor es una entelequia, un

sobrecalentamiento de sexo; tanto que hace perder la razón y la

visión de la realidad, pero dura poco, no es muy importante.

- Dices que el amor no es importante ¿No sientes amor por tu

novio?

- Claro que no, mi novio me atrae, que ya es mucho; luego,

representa una posibilidad de futuro; pero eso no me preocupa

mucho ahora, soy muy joven y solo quiero aprender y sentir, ya

tendré tiempo de otras cosas.

- ¿Y esos matrimonios, ya viejos, que se aman?

- No Fran, eso es otra cosa, lo primero es que eso no es frecuente,

pero además, las raras veces que eso sucede, ese es otro tipo de

141
amor, eso es el cariño y nada tiene que ver con la pasión de los

años juveniles, son cosas diferentes, a las que se les quiere poner

el mismo nombre.

- ¿Cómo defines lo que hay entre nosotros?

- Tenlo claro Fran, lo nuestro es un juego, un divertido juego de

niños.

Durante la cena, pretendió Fran proseguir con el juego y cada vez que

la criada estaba sirviéndoles, aprovechaba para acariciar los muslos de

Cristina, que se lo permitía, con tal de no llamar la atención de la

sirvienta; por razones diferentes, ambos terminaron pronto con la cena,

por su lado Fran, estaba deseoso de saber lo que le haría Cristina y ella,

estaba deseando irse del comedor, para evitar las continuas

provocaciones del muchacho.

Durante el trayecto de subida a las habitaciones, al ascender por las

estrechas escaleras de servicio, las manos de Fran, no estuvieron

quietas ni un momento, continuamente buscaron los muslos de Cristina

e intentaron llegar hasta su sexo.

Cada uno entró en su habitación y ambos fueron a la ducha; también

coincidieron en colocarse sobre sus pieles, tan solo sus batas; la de

Cristina era roja, de seda, muy corta, provocativa, insinuante; la de Fran,

a cuadros, oscura, más larga y austera; ambos se reunieron de nuevo en

la habitación de la muchacha.

142
Tomó Cristina la iniciativa, aunque las manos de Fran intentaron abrir

la corta bata de la muchacha, esta no se lo permitió; fue ella la que abrió

por completo la bata de Fran y lo sentó sobre la cama; terminó de

descolgar la bata de sus hombros, dejándola tendida sobre la cama,

quería ver sus hombros casi famélicos, escuálidos, plegados sobre su

pecho; la excitaba comprobar sus formas de niño, de inmaduro.

Se arrodilló cristina en el suelo, sobre la alfombra y comenzó una

felación; esto impresionó de tal manera a Fran, que lo dejó estupefacto,

con la vista perdida, mirando al techo.

Los ojos de Fran, se pusieron en blanco, cuando las manos de Cristina

comenzaron a acariciar sus inmaduros testículos; pero cuando intuyó,

que la excitación estaba a punto de estallar, abandonó la felación y se

puso en pie, se desprendió de la bata, quedando completamente

desnuda frente al muchacho, amenazándolo con sus tetas, que en ese

momento, parecían haber agudizado sus pezones.

Comenzó Cristina a recolocar la escena, para ello, hizo que Fran se

tendiera a todo lo largo de la cama; extendido, con sus finos y largos

brazos, con sus finas y largas piernas ocupándolo todo; en el centro, su

largo y fino pene en erección; sobre él, se tendió Cristina, que por señas

primero y de palabra luego, le indicó que debían hacer un “sesenta y

nueve” que el muchacho comenzó a disfrutar de inmediato.

No tardó Fran en tener una eyaculación en el interior de la boca de

Cristina; a ella no le desagradó y aprovechó parte de su semen, el que

143
seguía chorreando de la punta de su pene aún en erección y lo utilizó

para lubricar todo el miembro.

- Te voy a pedir ahora una cosa Fran, vas a penetrarme por detrás;

será una penetración anal; siempre he querido hacerlo con mi

novio, pero él, la tiene muy gorda y no me cabe; con la tuya creo

que será posible; ponte por detrás, sobre mis nalgas, yo te

ayudaré, tú solo tienes que empujar, será muy fácil.

Se puso Cristina a cuatro patas, con sus rodillas y sus manos sobre la

cama, e indicó a Fran, que se colocara tras sus nalgas, luego agarró con

su mano izquierda el fino pene y lo dirigió al lugar adecuado, al que ella

deseaba; en cuanto empezó Fran a empujar, comenzó a penetrarla; no

sin algún esfuerzo, el miembro entró por completo y una vez dentro,

eyaculó de nuevo, produciendo en el muchacho un gran

estremecimiento, que lo llevó a introducirlo por completo, provocando

en Cristina un gran alarido de placer.

Por la mañana, cuando despertaron, cada uno en su cama, recordó

Fran, como se empeñó Cristina en que cada uno debía dormir en su

dormitorio, pero de nuevo tuvo Fran deseos de poseerla, así que tras

ducharse, fue al dormitorio de cristina, cubierto con su bata.

Encontró a Cristina desnuda sobre su cama, de lo primero que sintió

deseos, fue acariciar y chupar sus tetas, enseguida se puso manos a la

obra y tras tener la suficiente excitación, la poseyó dos veces; también

la poseyó dos veces en la siesta, tras la comida.

144
Cuando llegó su padre, a eso de las siete de la tarde, los encontró a

los dos en la biblioteca, enfrascados en una discusión sobre poesía

griega; los dos jóvenes se despidieron muy cariñosamente y Cristina,

cogió su pequeña maleta, que ya tenía preparada.

- Espero Cristina que regreses pronto a pasar otro fin de semana

con nosotros; he tenido mucho placer en conocerte y me has

enseñado mucho, cosas que nunca olvidaré.

- También yo he aprendido mucho Fran, espero no tardar mucho en

verte, he tenido muchísimo placer en conocerte.

Subió Cristina al coche tras dejar su maleta en el maletero; luego

Javier, le pidió información sobre lo ocurrido; durante el trayecto, se lo

contó todo con detalle; Javier, la llevó hasta donde ella le dijo, a muy

poca distancia de su pequeño apartamento.

Como siempre, a medio día del lunes, Cristina, tras sus clases, fue a

ver a Remedios, que la estaba esperando; la señora la pasó a su

despacho, cuando ambas tomaron asiento.

- No dejas de sorprenderme, aquí tienes tu sobre; como siempre es

abultado, lo que me hace intuir tu éxito.

- Cierto, te aseguro Remedios, que esta vez, como casi todas, yo

también lo he pasado bien.

145
CAPITULO IX

Con todas las calles engalanadas, repletas de guirnaldas luminosas y

de otros motivos navideños; casi todos los días, tenía Cristina que

acudir a algún examen parcial a su facultad; entre los exámenes y las

horas de estudio necesarias para prepararlos, tenía el día muy ocupado.

Aquella mañana, había tenido que afrontar uno de los parciales más

complicados, para el que había tenido que estudiar muchas horas; así

que había decidido ese día, darse un homenaje; comer en un buen sitio

y tomarse la tarde libre.

Pero como siempre sucede, lo que uno planifica, no siempre puede

hacerse; mientras tomaba una cerveza en la cafetería de la facultad,

intentando decidir el lugar al que iría a comer, sonó su teléfono; era un

mensaje de Remedios: “Te espero a las dos para comer”.

No podía hacer otra cosa, tendría que acudir a la casa de la señora; no

tenía mucho interés en hacer trabajos ahora, pero al menos, tendría que

acudir y escucharla, luego discutiría con ella sobre los días y las horas;

eso era lo más razonable, lo que se esperaba de ella.

146
A las dos en punto, tiraba Cristina de la fina cadena que hacía las

veces de llamador; como siempre, Remedios la estaba esperando tras la

cancela, arreglada como para salir a la calle; sorprendió a la muchacha,

que hoy, venía la señora acompañada por otra; sin duda una posible

cliente; eso comenzó a intrigarla, a llamar su atención.

Se la presentó Remedios como Rafaela; aunque la señora sería de la

misma edad que Remedios, parecía mucho mayor, sin duda estaba

menos cuidada y ponía menos empeño en su aspecto, con ropas más

vulgares y pasadas de moda.

Como siempre, entraron en el restaurante, donde tenían una mesa

reservada; pero esta vez, la mesa era mayor y estaba en una habitación

apartada, pequeña y con una sola mesa; habitación, en la que incluso

podía cerrarse la puerta y quedar completamente independientes, en

absoluto privado.

- Ahora comeremos y después de comer, tendremos una larga

sobremesa ¿Tienes algo que hacer esta tarde Cristina?

- Tengo la tarde muy libre, de hecho, pensaba ir al cine o algún

lugar que me permitiera distraerme de mis exámenes.

- Pues tu distracción esta tarde , vamos a ser Rafaela y yo, así que

ahora disfrutemos de la comida, sin prisa; he pedido que nos

hagan algo muy especial; el vino también es bueno.

- Está bien, os dedicaré mi tarde de descaso, también disfrutaré del

guiso que nos han preparado ¿Qué nos han hecho hoy?

147
- Pues he encargado que nos tengan un vino muy especial, se trata

de un vino de la rivera del Duero, un Protos de 1.995, algo

realmente exquisito, que nos comenzarán a servir en las copas

adecuadas, inmediatamente, luego nos servirán unos chícharos

con langostinos; de postre, comeremos unas “Bollas con

Chicharrones”, acompañadas de unos licores.

- La cosa promete y los postres, pueden dar lugar a una amplia

tertulia.

Hablaron poco las tres mujeres durante la comida; se emplearon en

disfrutar del delicioso guiso, perfectamente acompañado por un vino

aterciopelado y con cuerpo; les sirvieron el guiso en una gran fuente

honda, de cerámica vidriada, de la que cada una se sirvió todo lo que

quiso; la niña, se sirvió tres veces y disfrutó del sabroso guiso.

Cuando dieron por terminado el plato principal, la camarera les trajo

una fuente con las “Bollas con chicharrones” además de un orujo de

almendra, casi helado y metido en una cubitera con hielo picado;

también les trajo tres pequeñas copas, para servirse el licor.

- ¡Déjanos solas y cierra la puerta al salir Felisa!

La camarera cerró la puerta, dejando a solas a las tres mujeres, que no

perdieron el tiempo y enseguida, comenzaron a hablar de sus negocios,

que en pocos minutos se volvieron interesantes.

- Hablemos de lo nuestro; mi amiga Rafaela; que es amiga mía

desde hace muchísimos años; necesita ayuda de una profesional.

148
- Me imagino, que soy yo esa profesional; está bien, contadme el

asunto; decidme de que se trata.

- Procuraré ser breve, mi amiga, como te he dicho, tiene una

sobrina, que ha heredado una importante fortuna, de la que mi

amiga Rafaela, es la administradora legal; hasta ahí, todo está

bien, a su sobrina, se le ha ocurrido meterse a monja de clausura;

esto lo estropearía todo; la fortuna iría a parar a la orden, que se

convertiría en la administradora única, con lo que Rafaela, pasaría

a ser un cero a la izquierda.

- Seguid explicándome, no se me ocurre muy bien lo que yo puedo

hacer, cual sería mi tarea en esto.

- Está empeñada mi amiga Rafaela, en que la culpa de todo, la

tiene, la falta de interés que tiene su sobrina Concha, en todo lo

que sea un hombre; considera, que si ella adquiriera ese interés,

todo cambiaría; ahí es donde entras tú, en ser capaz de despertar

ese interés por los hombres en Concha.

- Está bien, cuente me usted doña Rafaela, cosas de su sobrina

¿Qué es lo que hace? ¿Cuáles son sus aficiones? ¿Cómo la

conoceré?

- Mira hija, mi sobrina, estudia primer curso de Filosofía, es de tu

edad; su única afición es la religión; desde que murieron sus

padres, no piensa en otra cosa, está obsesionada, no tiene ni

amigos ni amigas, solo las monjas. – Dijo Rafaela.

149
- Lo entiendo, pero no tengo claro como podré acercarme a ella;

además, en todo caso, esta sería una misión larga, llevaría mucho

tiempo, mucho trabajo.

Mientras hablaban, degustaban las exquisitas bollas, aclarando sus

gargantas con tragos del aguardiente helado y dulce; aquello animaba

su conversación y les ayudaba a ver las cosas más claras, más fáciles;

sin duda allanaba las dificultades.

- En este caso, seré yo la voz de la experiencia - Dijo Remedios –

Hemos pensado, que nos podíamos dar en principio, un plazo de

una semana, siete días; cada uno de esos días, lo pagará mi amiga

al precio de tarifa, es decir serán cuatrocientos para ti por cada

día de trabajo; en el caso de que haya sustanciosos y evidentes

avances, este plazo podría prorrogarse, al mismo precio y de

mutuo acuerdo.

- Me imagino señoras, que habrán pensado en algo más, para el

caso de que consigamos el objetivo.

- Veo que eres inteligente niña – Añadió Rafaela – Cierto, si

consigues el objetivo de hacer que a mi sobrina se le vaya de la

cabeza el asunto de entrar en clausura, recibirás quince mil euros,

aparte de tus honorarios por día.

- Es muy interesante la proposición, tomaré otra copita, para aclarar

mis ideas.

- Piénsatelo bien Cristina, es toda una fortuna.

150
De nuevo las tres mujeres, se ocuparon de los dulces y del

aguardiente, que hacían una mezcla casi perfecta y que le daban

además la oportunidad de tomarse un tiempo para pensar.

- Me queda una única duda señoras ¿Cómo y donde conoceré yo a

Concha?

- También hemos pensado en eso; Rafaela, le diría a su sobrina que

tú eres la hija de unos amigos suyos y que la acogerás en tu

apartamento durante sus exámenes, una semana; de esa forma

tendrás tiempo de todo, de conocerla y de convencerla.

- Está bien, acepto por una semana, pero no me comprometo a

nada, solo a intentarlo ¿Cuándo la traerá?

- Será mañana – Afirmó Rafaela - Nos vemos en el bar de tu

facultad a medio día, a la una, ella vendrá conmigo y traerá su

maleta.

Las mujeres, siguieron disfrutando durante un buen rato, de aquellas

delicias; sabía Cristina, que no debía abusar de los dulces y del licor,

ella tenía que seguir viviendo en gran medida de su cuerpo y por lo

tanto debía cuidar su peso.

Dedicó Cristina la mañana, a estudiar en la biblioteca de la facultad; a

eso dedicó su tiempo, hasta que se acercaba la una, entonces fue la

muchacha a la cafetería, para esperar la llegada de Rafaela y de su

sobrina a la cafetería universitaria.

151
En cuanto apareció en la puerta de la cafetería Rafaela, la reconoció

Cristina; la señora seguía teniendo la misma imagen de cateta que el día

anterior, en nada había mejorado; venía seguida de una joven, que sin

duda sería su sobrina; Cristina se puso en pie y le dedicó algunas señas

con la mano para atraer su atención.

Indudablemente, Concha, era tan cateta como su tía, lo que pasa es

que se le notaba más, llamaba más la atención al ser más joven; no era

concha demasiado alta, quizás ciento sesenta centímetros; cosa que

resaltaba más a causa de sus zapatos, casi planos y que nada ayudaban

a paliar su falta de altura.

En cuanto a las formas de su cuerpo, nada podía apreciarse, debido a

un vestido amplio y sin forma, de tono grisáceo, que se completaba con

una rebeca amplia y de tono más oscuro que el vestido; su vestimenta,

bien podía ser el de una monja vestida de calle.

Su pelo negro, caía en una melena corta y sin gracia, por lo que su

rostro que no era feo, más bien agradable y gracioso, pasaba

desapercibido por completo.

- ¡Buenas tardes Cristina! Aquí estamos; esta es mi sobrina Concha,

que te acompañará esta semana, mientras hace los exámenes

parciales.

- ¡Hola señora! ¡Buenas tardes Concha! Soy Cristina; nos vamos a mi

apartamento, para que dejes la maleta; luego iremos a comer y

esta tarde a estudiar, nada de fiesta, estamos en examen.

152
- No te preocupes Cristina, yo soy poco amiga de fiestas y tengo

exámenes, igual que tú.

Diez minutos después, estaban las dos muchachas en el apartamento,

doña Rafaela, había puesto una excusa y se había marchado, quería

dejarlas solas cuanto antes, pera que las muchachas pudieran intimar;

en el salón, había un pequeño sofá cama, que sería la cama de Cocha

durante los días que estuviera allí; colocaron la ropa de Concha en el

armario y se fueron a comer al mismo lugar en el que lo hacía

normalmente Cristina.

Mientras les servían la comida, pudo observar Cristina, un brusco

acceso de rubor en el rostro y el cuello de Concha, este rubor había

coincidido con la entrada en la sala, de un grupo de jóvenes.

- ¿Conoces a alguno de los que han entrado?

- No, no conozco a nadie, yo no conozco a muchachos en la

facultad, procuro no relacionarme con ellos.

- Me ha parecido ver que te ruborizabas y he creído que conocías a

alguno.

- No Cristina, me pasa algunas veces, incluso llegan a darme

sofocos; puedo llegar a ponerme muy mal.

- Eso es normal y natural a nuestra edad, son las hormonas, no

podemos evitarlo; a mí también me pasaba.

- ¿Ya no te pasa Cristina?

- No, ahora mucho menos, casi nada.

153
- Como has llegado a evitarlo, es muy embarazoso; explícame

Cristina como lo haces.

- Comenzó hace unos meses, llegó a ser tan evidente y

embarazoso, que mi madre se dio cuenta, un día y me llevó al

médico; este me mandó a un endocrino y fue este último el que

dio con la solución.

- ¿Cuál fue esa solución? Me interesa saberlo, porque algunas veces

solo es el rubor, pero en otras ocasiones, me dan sofocos y

palpitaciones; todo muy desagradable.

- Me preguntó el internista por si tenía novio; como le dije que no,

me aconsejó dos cosas buscarme un novio o en su defecto,

recurrir a la masturbación; ya que lo del novio podía llevar mucho

más tiempo.

- ¿Solucionó eso el problema?

- Por completo, ahora tengo novio y además me masturbo; ya que

no siempre tengo a mano al novio; eso lo hago cuando las

hormonas me llaman con urgencia.

Las muchachas continuaron con la comida y Cristina desvió la

conversación hacia otros temas, no quería que Concha interpretara que

ella podía tener algún interés en el asunto.

Tras la comida, regresaron al apartamento y ambas muchachas

organizaron sus cosas y se pusieron a estudiar, ambas tenían examen al

día siguiente y tenían que prepararlos; Cristina se había preparado una

154
pequeña mesa junto a su cama y había cedido la mesa del salón, para

que la utilizara Concha, de esa forma ambas gozaban de independencia

y podía concentrarse mejor en sus respectivas materias.

Durante la larga tarde, ambas muchachas se emplearon a fondo en el

estudio; cuando ya caía la tarde, cuando la oscuridad penetraba por

amplio ventanal del salón, salió de su habitación Cristina, que se dir igió

a Concha.

- Yo voy a tomar un baño, luego pienso ir a cenar algo y

despejarme; tú puedes hacer lo que quieras, pero si te apetece,

puedes venir conmigo, así nos despejamos.

- Está bien Cristina, después de tu baño, yo tomaré otro y nos

iremos a cenar.

Entró en el baño Cristina, sin cerrar la puerta, comenzó a desnudarse

y a colocar se ropa sobre el respaldo de una silla, cuidadosamente,

parsimoniosamente, hasta quedarse completamente desnuda; no pudo

evitar Concha, fijar su mirada en el cuerpo desnudo de Cristina, que le

llamó poderosamente la atención; las espectaculares formas de la

muchacha, la mantuvieron absorta unos minutos, hasta que Cristina se

introdujo en el agua tibia de la bañera; solo entonces pudo Concha

concentrarse de nuevo en sus libros.

Llevaba Cristina algunos minutos en el agua, gozando de su suave

temperatura, mantenía la puerta del cuarto de baño, casi cerrada, solo

155
una raja de cuatro dedos, separaba la hoja de la puerta de su bastidor;

de esa forma, no le molestaba la corriente de aire que podía entrar.

Pudo escuchar Concha, desde su mesa, algunos chapoteos y algunos

lamentos que atrajeron su atención; así que se acercó hasta la rendija y

a través de ella, pudo ver a Cristina, que se estaba masturbando,

tendida en la añera, con sus ojos cerrados, con su mano derecha entre

sus piernas y con la izquierda acariciando, apretando, pellizcando sus

tetas; daba Cristina gritos y suspiros que mostraban un gran placer.

Dio Concha un corto paso atrás, para poder seguir viendo la escena,

pero asegurándose de no ser vista; pudo observar Concha, que su

amiga, utilizaba algún instrumento que introducía y sacaba de su

vagina, con una cadencia lenta unas veces y rápida las otras, cuando sus

suspiros y lamentos eran más fuertes, más intensos.

Pasados unos minutos, Cristina quedó en absoluto reposo, relajada,

con su boca abierta y sus ojos que comenzaban a abrirse, lánguidos y

con un cierto estrabismo; solo entonces extrajo el instrumento, se

trataba de una especie de pene de un material elástico; lo enjuagó y lo

puso junto a ella, en el borde de la bañera.

Regresó Concha con rapidez a su mesa, como si nada hubiera visto ni

oído; podía escuchar una suave canción que cantaba Cristina mientras

se secaba y se colocaba la bata; pudo ver que metía el instrumento, en

el bolsillo de la bata.

- Ya tienes libre la bañera, puedes bañarte mientras me visto.

156
- Iré a la bañera y me bañaré , necesito un baño, luego iremos a

cenar, para descansar y poder estudiar de nuevo otro rato.

Comenzó Concha a desnudarse, mientras llenaba la bañera, sin cerrar

la puerta, tenía prisa, el rubor había invadido toda su piel,

especialmente sus mejillas y su cuello, en cuanto terminó de colgar la

ropa en la percha, se introdujo en la bañera; mientras se lavaba, se

enjabonaba con gel, frotaba sus juveniles carnes, el rubor no cesaba,

por el contrario se extendía, al mismo tiempo que crecía su excitación.

Una vez tendida, y mientras enjuagaba su piel, su excitación llegó al

sofoco, a la taquicardia, todo ello debido a la excitación provocada por

el recuerdo de lo que había visto hacer a Cristina; se asustó Concha y

llamó a cristina, seguía con su bata mientras se peinaba, preparándose

para salir a cenar; la muchacha acudió a ayudar a su amiga.

Se acercó a la bañera y comprobó su pulso; pudo ver a simple vista el

rubor que lo invadía y dominaba todo; así que decidió intervenir; sacó

del bolsillo de su bata el pene de silicona y mientras remangaba la

manga derecha de su bata, para permitir que su mano pudiera entrar en

el agua tibia, sin mojarse.

Comenzó Cristina a hacer caricias con el instrumento de silicona en el

sexo de Concha, mientras con su mano izquierda acariciaba la frente de

la niña; inmediatamente comenzó a tranquilizarse, a relajarse en el agua

templada, tanto que intentó apoderarse ella del instrumento, agarrarlo

con su mano; pero mientras lo hacía, lo extrajo Cristina del agua y lo

157
untó con abundante gel; luego, agarrado con las manos de ambas

mujeres, regresó a las caricias y se ocupó Cristina de que penetrara en

la vagina; cosa sencilla con la lubricación del gel, que lo facilitó en gran

medida, aunque hubo que vencer la débil resistencia del virgo de

Concha, que cedió con suavidad.

Desde ese momento, se encargó Concha, de mover el artilugio de

silicona, lo hizo primero muy lentamente y con mucha suavidad, pero la

intensidad crecía, conforme crecía la excitación.

Enseguida, Cristina llevó la mano izquierda de Concha hasta sus tetas

y la indujo a que se las acariciara; después, se levantó y dejó sola a

cocha, permitiéndole que se masturbara con tranquilidad; Cristina

regresó a su dormitorio, para continuar con su peinado y preparándose

para salir a cenar.

Desde allí, desde su dormitorio, escuchó Cristina los lamentos y

suspiros de Concha, que a juzgar por la duración de su masturbación,

de sus altos y sus bajos en los gritos y en las lamentaciones, tuvo al

menos tres orgasmos; cuando hubo acabado, todo quedó en silencio y

enseguida salió Concha del cuarto de baño, cubierta por su bata y con

una toalla liada a su cabeza.

Una vez vestidas, ambas fueron a una pizzería cercana para cenar

alguna cosa; ambas pidieron pizzas muy cargadas de verduras, también

pidieron sendos vasos de cola, mientras los disfrutaban:

- ¿Te has quedado más tranquila Concha?

158
- Tienes razón Cristina, mucho más tranquila, mucho más relajada,

me parece mentira ¿Con que frecuencia tengo que hacerlo?

- Eso depende de ti, ya te lo irá pidiendo el cuerpo, debes hacerlo

cada vez que te apetezca ¿Te ha gustado?

- Muchísimo, quizás demasiado, pero la verdad es que me ha

sentado muy bien, me ha encantado.

- Pues eso no es nada, cuando terminemos de cenar y volvamos a

casa, te enseñaré otro aparato que tengo, te gustará mucho más

que este, pero no se puede usar en el baño.

No podía saberlo Cristina, pero quizás la curiosidad o talvez el deseo,

fueron los motivos que hicieron que Concha se apresurase en terminar

su cena; todo aquello, le estaba resultando a Cristina, mucho más

sencillo de lo que esperaba.

Media hora más tarde, las dos muchachas entraban en el apartamento;

Cristina hizo como si no se acordara de la que habían hablado en la

pizzería y se puso en su pequeña mesa ante sus libros; esto obligó a

Concha a tomar la iniciativa:

- Me dijiste antes Cristina, que me enseñarías algo diferente.

- Tienes razón Concha, perdona, se me había olvidado.

Se levantó Cristina de su silla, frente a la pequeña mesa de estudio, se

dirigió al armario y de una caja que tenía en el fondo, en uno de los

laterales, sacó un gran pene de silicona, de colores llamativos y que

159
tenía hasta un mando a distancia; se trataba de uno de esos

consoladores a pilas y con muchos extras.

- ¿Qué es esto? ¿Cómo funciona?

- Funciona como el mando a distancia de un televisor; se introduce

esto en la vagina y se sujeta con estas cintas elásticas a tus

nalgas, para que no se salga, entonces se pulsa el “ON” y observa.

El artilugio, comenzó a contorsionarse , a realizar movimientos de

estiramiento y de contracción, a oscilar a izquierda y a derecha; todo

esto provocó las risas en las muchachas, en Concha se trataba de una

risa nerviosa, de deseo.

- Anda Concha, chúpalo, es increíble, huele y sabe a fresa.

- ¿En la realidad, también se chupa?

- Claro hija, eso es lo que más les gusta a los hombres; esas cosas

requieren más tiempo, ya te las iré enseñando; pero hasta

después de los exámenes, no hay practicas con hombres; eso nos

haría perder mucho tiempo; cuando acaben los parciales haremos

lo que tu quieras.

- ¿Qué es este pequeño filamento que se mueve por encima del

pene, pegado a él?

- Eso se encarga de excitar, de acariciar el clítoris, es fantástico,

una pasada, te pone a cien.

- ¿Cuánto dura esto, cuanto le aguantan las pilas?

- Puede durar toda la noche; una noche de placer extremo.

160
- ¿Me lo dejarás esta noche?

- Claro, aquí lo tienes, cuando terminemos de estudiar, cuando nos

vayamos a la cama, es todo tuyo.

- Cuando vayas a ponerlo en marcha, estaré contigo, te ayudaré a

instalártelo y te enseñaré las posibilidades que tienes.

Las dos muchachas, tomaron asiento ante sus mesas de estudio, ante

sus libros de texto y sus apuntes; media hora más tarde, quizás no

podía aguantar más el deseo, la zozobra; se dirigió Concha a Cristina;

sin duda se había reprimido durante un rato, pero estaba deseando

probar aquel nuevo artilugio.

- Estoy ya cansada Cristina, me voy a la cama; ahora estoy

perdiendo el tiempo, no consigo concentrarme en los libros;

mejor me acuesto y mañana aprovecharé más el tiempo.

- Está bien ¿Te ayudo con el artilugio?

- Si, por favor, ayúdame Cristina.

- Comienza por desnudarte.

Comenzó Concha a desprenderse de su austera ropa y a colocarla en

una silla, junto a su cama; le pidió Cristina que se desprendiera también

del patético sujetador, que en nada favorecía su figura; cuando la vio

Cristina completamente desnuda, solo con las bragas; las tenía algo

grandes, pero que le podían ser muy útiles en esta ocasión; comprendió

que la ropa que llevaba Concha, no la favorecía en nada; el cuerpo era

161
muy bueno; algo pasada de carnes, pero muy bien colocadas y con unas

proporciones que serían muy agradables para un hombre.

Tenía Concha unas caderas adecuadas a su corpulencia, unas nalgas

robustas, de formas muy contundentes; anchos hombros, que sostenían

erguidas sus tetas, muy armoniosas, de rojas aureolas y pezones

erectos; sus piernas robustas, pero bien formadas y una estatura,

adecuada para todas estas proporciones.

Le dijo Cristina, que se tumbara en la cama, mientras lo hacía, fue al

cuarto de baño para traer una crema hidratante, con la que untó todo el

miembro de silicona, luego comenzó a acariciar con la punta del

consolador el sexo de Concha, que había bajado sus bragas hasta la

mitad de sus piernas, las mantenía entreabiertas, para facilitar el trabajo

de Cristina.

Comenzó el consolador a entrar con facilidad en el sexo de Concha;

ayudaba a eso, tanto la crema que había untado al miembro, como la

humedad propia de su sexo, que sin duda estaba expectante y deseoso;

tras la penetración, colocó los arneses elásticos, ajustándolos a las

nalgas de la muchacha; después, subió las bragas, para que también

sirvieran de sujeción.

Hacía Concha ostensibles gestos con su boca, que indicaban la

excitación que ya sentía, al tener dentro aquel miembro de silicona; fue

entonces, cuando Cristina, presionó la tecla del “ON” y se puso en

marcha el aparato, que estaba regulado en los niveles mínimos; a pesar

162
de esos niveles, el estremecimiento de Concha, resultó evidente,

intentaba Cristina, explicarle el sencillo funcionamiento, mientras le

hacía entrega del mando; para que fuera ella, la que decidiera la

intensidad adecuada.

Varios gritos de Concha, le indicaron a Cristina, que había regresado

a su mesa, la subida de intensidad que había dado a su instrumento y

que le provocaba intensas sensaciones de placer; era evidente para

Cristina, la altísima sensibilidad a los placeres del sexo de Concha; cada

vez le parecía más sencillo aquel trabajo.

Desde su mesa de estudio, pudo escuchar los estremecimientos y los

lamentos de placer de Concha, hasta que pareció quedarse dormida; la

continuada ausencia de ruidos, llevó a Cristina a acercarse hasta la cama

de su amiga; efectivamente, estaba dormida, pero no se había quitado el

aparejo; seguramente estaría dominada por dulces sueños, en el cielo

de Eros y de sus acólitos.

A las tres de la mañana, seguía Cristina concentrada en sus estudios;

comenzaba a plantearse, la posibilidad de dejarlo, de irse a la cama y

descansar, para tener tiempo suficiente de descaso y llegar con su

mente despierta al examen parcial que tenía al día siguiente; fue en ese

momento, cuando de nuevo escuchó lamentos y susurros en el sofá

cama; se asomó con cuidado suficiente para no ser vista por concha,

que en ese momento, había puesto de nuevo en marcha su juguete.

163
Sin duda, Concha se había despertado en medio de la excitación de un

sueño erótico y enseguida, había puesto en marcha el singular artilugio,

que comenzó a contorsionarse en el interior de su vagina, a moverse en

todos los sentidos; al mismo tiempo, que con el filamento que se

ajustaba a la parte superior de los labios del sexo, acariciaba su clítoris

y le proporcionaba un placer intensísimo, que la obligaba a emitir

suspiros y suaves gritos, a la vez que extendida sobre la cama, desnuda,

acariciaba con fuerza sus tetas desnudas, pellizcaba sus pezones y sus

aureolas.

Después de dormir algunas horas, a las ocho de la mañana, se

despertó Cristina; había descansado bien al menos durante seis horas,

decidió darse un baño, relajarse y ponerse de nuevo a estudiar , hasta la

hora del examen que era a las doce; pudo comprobar que Concha,

continuaba profundamente dormida.

Mientras estaba en el baño, sumergida en el agua lo bastante caliente,

escuchó de nuevo lamentos en el salón; de nuevo volvía Concha a poner

en marcha el artilugio; no quiso Cristina interrumpirla y le permitió

retozar sobre la cama durante un rato, hasta que por lo que escuchaba,

dedujo que se había quedado relajada, tras sentir algún orgasmo o

quizás más de uno; solo entonces salió del baño Cristina y comenzó a

arreglarse, como para sentarse ante su mesa de estudio.

Llevaba ya dos horas estudiando Cristina, cuando se levantó Concha y

fue al cuarto de baño; aprovechó entonces Cristina, para preparar una

164
cafetera en la cocina; para cuando salió Concha del cuarto de baño, ya

estaba Cristina, tomando una taza de hume ante café con leche; eran ya

las diez de la mañana.

Cuando salió Concha del cuarto de baño, sus ojeras eran evidentes,

sin duda daban a entender que había tenido una nuche llena de sueños

ajetreados, de no haber dormido de forma muy placida;

inmediatamente, la invitó Cristina a que la acompañara con una taza de

café; Concha se lo sirvió muy cargado y tomó asiento en un taburete,

frente a la pequeña barra de madera que separaba el salón de la cocina.

- ¡Vaya una noche que he tenido! El aparato ese, me va a matar;

creo que es demasiado para mí.

- ¿No te gusta Concha?

- Claro que me gusta, quizás me gusta demasiado, no sé cuantas

veces lo he usado esta noche; habré tenido por lo menos catorce

o quince orgasmos, he perdido la cuenta.

- Tienes que tomártelo con tranquilidad; eso es como todo en esta

vida, tomado con mesura es muy bueno, pero si se abusa, puede

llegar a ser un problema.

- Posiblemente tengas razón; pero quería preguntarte una cosa

¿Cuándo se hace con un hombre es mejor o peor?

- Sin duda es mucho mejor; pero eso ahora no te lo pienso

demostrar hasta el viernes, pasado mañana, cuando termine los

parciales; entonces quiero yo darme un homenaje ; si quieres

165
puedes acompañarme, aunque para eso tendremos que cambiar

tu indumentaria, pareces una monja.

- Está bien Cristina, yo también me concentraré en los exámenes,

pero me tienes que prometer, que el viernes me lo enseñarás, me

ayudarás a disfrutar de un hombre.

- Te lo prometo, el viernes por la tarde saldremos de cacería; a mí,

también me gusta, es lo que más me gusta.

- Ahora Cristina, tienes que ayudarme a limpiar el consolador, no

quiero estropearlo, pienso usarlo antes de que llegue el viernes.

- Pues habrá que ponerle pilas, después del tute que le has dado

esta noche, debe estar listo.

Durante los tres días que las separaban del viernes, hubo que

cambiarle dos veces las pilas al aparato; a pesar de que concha, también

aprendió a utilizar el otro, el manual.

El viernes a mediodía, ambas comían en el estudiantil restaurante que

había cerca de su apartamento; ya habían acabado con los exámenes y

cada vez estaban más cerca las navidades; ya no tendría excusa Cristina

para no ir a su casa, así que tendría que terminar cuanto antes con este

trabajo; luego, se tomaría unos días de descanso.

Tomaron una comida ligera; habían decidido ir de compras tras la

sobremesa, que fue corta; había conseguido Cristina, convencer a

Concha, de que debía cambiar su austera indumentaria; ya había

cambiado su mente, ahora tenía que cambiar su aspecto, principalmente

166
su ropa; así que fueron a algunos grandes almacenes, tampoco querían

cosas de diseño, solamente funcionales y actuales.

El aspecto de Concha, dio un espectacular vuelco, unas medias claras,

una falda vaquera, lo suficientemente corta y un niké, lo suficientemente

ajustado, hicieron el resto; también compraron algo más de vestir, como

un vestido de lana ajustado, juvenil, de cuello vuelto y mangas largas;

compraron también ropa interior adecuada a las circunstancias; sin duda

el aspecto de la muchacha cambió como de la noche al día.

Fueron al apartamento tras las compras, allí decidirían lo que

utilizarían esa noche para ir de fiesta; se inclinó Cristina, por que fueran

las dos con los vestidos de lana ajustados, muy similares en sus formas,

pero de muy diferentes colore s.

A las ocho de la tarde-noche, entraron las dos jóvenes en un bar de

copas muy amplio, con varias zonas de diferente intimidad y en el que a

esas horas no había demasiada gente; la idea de Cristina, consistía en

hacer un primer intento de ligar a primera hora; en caso de no

conseguirlo, cambiarían de lugar, ya que más tarde, estaría el bar

demasiado concurrido.

Pero a esas primeras horas, no habría más de veinte personas,

distribuidas en un local muy amplio, que disponía de dos zonas bien

diferenciadas, una junto a la barra, para estar de pie o sobre un taburete

en la barra y otra, con pequeños veladores rodeando una pequeña pista

de baile, esta zona, estaba dentro de una ostensible penumbra.

167
Tras pedir unas copas, unos “Mojitos”, estaban las dos muchachas

semisentadas sobre unos taburetes, en una esquina de la barra,

sentadas de forma, que mostraban sus extraordinarios cuerpos, ceñidos

por sus ajustados vestidos de lana; cuando se le acercaron dos

muchachos que no dudaron ni un momento en presentarse y entablar

conversación con ellas; lo de muchachos era un decir, porque ambos

estaban próximos a los cuarenta.

Dos hombres elegantes, educados, que enseguida las invitaron a unas

nuevas copas, todo eran galanterías y cumplidos hacia ellas; aprovechó

Cristina, que el que se había aproximado a ella, la invitó a bailar, para

comenzar a poner las cosas en su lugar.

Aceptó Cristina la invitación a bailar, para dos cosas diferentes;

aprovechando, que el cuarentón, la achuchaba con fuerza, comenzó

Cristina a acariciar sus nalgas, sus piernas luego y agarrando con fuerza

el miembro en erección del hombre; que se sintió sorprendido, muy

agradablemente sorprendido.

- ¡Disculpa mi atrevimiento! Quería asegurarme, no quiero

sorpresas, mi amiga, es la primera vez que está en la ciudad y

hemos salido con la intención de “echar una canita al aire” y ha

dejado en mis manos esa responsabilidad, no quiero

equivocarme.

- ¿Qué te ha parecido Cristina?

168
- Está muy bien, es aceptable, debes tener en cuenta, que con estas

cosas te llevas muchas sorpresas; te quiero explicar algo, las dos

somos universitarias y hemos terminado esta mañana los

exámenes parciales del primer trimestre; hemos decidido

celebrarlo; pero debes tener en cuenta que mi principal interés, es

que mi amiga se lo pase bien, yo debo quedar en un segundo

plano y vosotros me habéis parecido interesantes.

- Conmigo, podéis contar para lo que queráis, también tengo el día

muy libre y mi estudio, no está lejos de aquí; te aseguro que

pondré a vuestra disposición todo mi conocimiento y mi cariño.

- Yo tengo que consultarlo con mi amiga, así que volvamos a la

barra y consultemos con nuestros respectivos socios.

Una vez en la barra, fue cristina la que pidió disculpas y le dijo a

Concha, que charlaba animadamente con Federico, que la acompañara

al aseo, lo que suelen hacer las mujeres para hablar; de esa forma,

también dejaban a Federico y a Alejandro, con la oportunidad de aclarar

sus posturas, su posición.

- ¿Qué te perecen Concha?

- ¿Te refieres a los muchachos? A mí me gustan ¿Y a ti?

- Me parecen que no son unos muchachos, que estos han cumplido

los cuarenta, pero a mí me parecen bien; quizás sea mejor que

tengan experiencia; tengo que contarte un secreto, mientras

169
estaba bailando con Alejandro, le trasteé entre las piernas y tiene

una buena pieza, nos puede valer.

- Que lagarta eres Cristina; pero me alegra saber que te parece

bien, a mí me gustan.

Regresaron las dos mujeres a la reunión de la barra, sin duda, ellos

también habían hablado y habían llegado a un acuerdo, sabiendo ya

ambos las intenciones de Cristina; por eso, ambos estuvieron de

acuerdo, en que lo mejor era marcharse de allí, ir a cenar y luego tomar

unas copas en el estudio de Alejandro, donde podrían completar la

velada, fuera la hora que fuera.

Puestos de acuerdo, las dos parejas, salieron del bar; los dos

hombres, las dejaron caminar delante, sin duda, para apreciar sus

cuerpos en todo su esplendor.

Fueron a comer a un cercano restaurante, los cuatro parecían tener

prisa en terminar con el tramite de la cena, que fue frugal; después

fueron al estudio de Alejandro; pudieron ir andando, ya que estaba

realmente cerca de donde habían cenado.

Se trataba de un pequeño estudio de arquitectura, con sus mesas de

dibujo, sus archivos de planos y una mesa de trabajo, una amplia mesa

de despacho, sobre la que Alejandro puso las copas y la cubitera, luego

abrieron una botella de cava y sirvieron las copas; tras darles un trago,

Alejandro puso música, redujo la luminosidad, hasta dejarla en la que

entraba por el ventanal que daba a la pequeña terraza.

170
Tras dar otro sorbo a la copa, Alejandro abrazó a Cristina y se

pusieron a bailar; Federico hizo lo propio con Concha, abrazándola con

fuerza, a lo que respondió la muchacha entregándose por completo al

abrazo de su pareja; aunque no perdía de vista a su amiga Cristina y a

su acompañante.

Unos minutos después, llamaba la atención de Concha, un siseo de

Cristina, que la llamaba a fijarse en sus manos; procuró ponerse al

contraluz del ventanal, para poderle mostrar los que tenía en su mano;

había bajado la bragueta de Alejandro y había extraído el pene erecto

del cuarentón y lo blandía en su mano como un preciado tesoro.

Los ojos de Concha, no perdían detalle de lo que hacía su amiga y ella,

procuraba imitarla en todo, así que enseguida, también ella mostraba el

miembro de Federico; prisionero en su mano, se lo enseñaba a su

amiga, orgullosa de que el suyo era más grande.

Algún giro de baile más tarde, pudo comprobar Concha, que Cristina

se había arrodillado y colocada al contraluz de la ventana, hacía una

felación, sobre el miembro de Alejandro, deleitándose con ella, mientras

acariciaba sus testículos, que los había sacado también del encierro en

sus pantalones y los exhibía al aire, sin dejar de acariciarlos con la

punta de sus dedos.

Inmediatamente la imitó Concha, que gritaba desaforadamente

obligada por un espectacular orgasmo que apenas la dejaba respirar y

171
que terminó obligándola a sacar de su boca el miembro que chupaba,

teniendo que pasar a masajearlo y a lamerlo.

Decidió Cristina que era hora de dar otro paso; se acercó a Concha, la

agarro de los hombros y la alzó; una vez la tuvo en pie, alzó su vestido,

sacándolo completamente por la cabeza y dejándola tan solo con las

pequeñas bragas.

Al trasluz del ventanal, el cuerpo de Concha resultaba espectacular; el

contraste de luces y sombras, conseguía remarcar las curvas del cuerpo

de Concha, que parecían acentuarse en el claroscuro al contraluz del

ventanal, desde el que podía verse la ciudad.

Se ocupó Cristina de desnudar a Alejandro, luego lo sentó en un gran

sillón e hizo que Concha se arrodillase frente a él y comenzase a

realizarle una felación; Alejandro comenzó a relajarse; después trajo a

Federico al que también desnudó por completo y le indicó, que poseyera

a Concha desde atrás.

Se encargó Cristina, de hacer de mamporrera, de ayudar a Federico a

poseer a Concha; después se encargó de mover el miembro de Federico

en el interior de la vagina de Concha y de acariciar sus testículos,

mientras con su dedo índice, acariciaba el clítoris de la muchacha.

Los orgasmos de Concha no llegaban a sucederse, simplemente, un

continuo orgasmo se había instalado en el pecho de la muchacha, un

lamento exhalaba continuamente de su garganta, cuando dejaba

172
momentáneamente de chupar el órgano que sujetaba con fuerza con su

mano derecha.

Mientras descansaban un momento, tras la primera eyaculación,

Alejandro, agarró con fuerza un tirador que había en el armario, tiró de

el y extrajo una gran cama de matrimonio, en ella se instalaron los

cuatro y allí, se sucedieron las posesiones de concha; la poseyeron de

mil formas y se ocupaba Cristina, de que todas las fuerzas de los dos

hombres, fueran a parar sobre Concha, que fueran siempre hacia ella y

así fue, hasta que los hombres quedaron rendidos y los cuatro quedaron

dormidos sobre la gran cama.

Durante la noche, se despertó Concha dos o tres veces, exigiendo en

cada una de ellas, la penetración de alguno de los hombres, hasta

dejarlos completamente exhaustos.

Por la mañana, antes de ducharse, tuvieron ambos que poseer a

Concha, solo entonces consintió vestirse y marcharse; pero antes de que

se fueran, le hizo Federico un comentario a Cristina: “Esta muchacha es

una ninfómana, nunca he visto nada igual”.

Las dos jóvenes, se marcharon del estudio, hasta que encontraron un

lugar donde desayunar, una céntrica cafetería, que a esas horas, estaba

repleta de gentes desayunando, se sentaron en una de las pocas mesas

que quedan libres y pidieron sendos desayunos; café con leche y

tostadas con aceite y jamón; ambas necesitaban reponer fuerzas,

sobretodo Concha, que había gastado muchas energías.

173
Tras el primer desayuno, pensaban tomar un segundo, mientras lo

pedía Concha, Cristina se acercó al aseo, sabía que en esos aseos había

un teléfono público; desde él, llamó Cristina a Remedios, le dijo que

localizara a doña Rafaela, que era importante que viera los cambios

efectuados en Concha; estas palabras alegraron mucho a Remedios, que

le pidió que fueran a comer a una conocida pizzería y que Rafaela y ella,

se pasarían a eso de las dos por allí, de forma casual.

Tras apurar el segundo desayuno hasta la última migaja, las dos

amigas, fueron al apartamento, se arreglarían y dedicarían lo poco que

restaba de mañana en comprar algunas cosas, tenía en ello mucho

interés Concha, a la que empezaba a preocupar mucho su aspecto.

Se ducharon y se cambiaron de ropa; Concha se encasquetó sus

medias blancas, que llegaban casi hasta sus abundantes nalgas, sobre

ellas, la corta falda vaquera y en su pecho, una camisa muy colorida y

un niké sin mangas muy ajustado, bajo ellas, solo sus grandes y

prominentes tetas, sin sujetador.

Por el contrario, Cristina se había vestido mucho más discreta, quería

permitir que fuera Concha, la que más llamara la atención; con aquella

vestimenta, no le resultaba complicado, ya que debía tener cuidado al

caminar y sobretodo al inclinarse hacia delante, ya que enseñaba el final

de sus medias y sobre ellas los dos poderosos muslos y hasta el

principio de sus nalgas.

- ¿Voy bien Cristina? ¿No llamo mucho la atención?

174
- No demasiado, aunque algo sí la llamas; pero eso es lo que

debemos hacer las mujeres, si queremos atraer el interés de los

hombres.

- ¿La llamaré yo? Quiero atraerlos Cristina; por cierto, lo de anoche

fue fantástico.

- Estuvo bien; también yo me lo pasé muy bien; estaban bien

dotados los dos ¿Verdad?

- Yo no tengo mucho donde comparar, pero a mí me

proporcionaron mucho placer, perdí la cuenta de los orgasmos.

- Sí Concha, la verdad es que fueron muchos, estos se portaron

muy bien, nos poseyeron un montón de veces.

- No me lo recuerdes, que me excito muchísimo, me pongo a punto

del orgasmo solo de recordarlo.

Salieron del apartamento en dirección a un centro comercial; cuando

cogieron las escaleras eléctricas, aquello fue un espectáculo; un grupo

de muchachos que habían subido a las escaleras tras ellas, tres

escalones más abajo, podían ver con claridad las pequeñas y ajustadas

bragas de Concha, tan ajustadas que se introducían entre sus nalgas

casi hasta desaparecer.

El grupo de muchachos las fue siguiendo todo el trayecto, incluso las

acompañaron hasta la sección de ropa femenina; luego perdieron la

esperanza de ver nada más y se marcharon, no sin antes, hacerle a

175
Concha algunos comentarios, que la hicieron ruborizarse, más por la

excitación que por la vergüenza.

Se probaron alguna ropa y ambas compraron lo que consideraron que

necesitaban; Concha compró algunas minifaldas y algunos ajustados

suéter de diferentes colores; por su lado, Cristina, se compro algunos

pantalones vaqueros y algún suéter no demasiado ajustado, estos

serían los que utilizaría para ir al pueblo, debía pasar lo más

desapercibida posible ante su familia.

Abandonaron los grandes almacenes, cargadas con las bolsas, cuando

era ya la hora de comer, así que decidieron ir a la pizzería, a la que

había concretado Cristina con Remedios; allí comerían algo, antes de ir a

su apartamento, para hacer una siesta reparadora.

Estaban las dos muchachas sentadas en una mesa próxima a la gran

cristalera que las separaba de la calle, cuando por la acera, vieron venir

a Remedios y a Rafaela; la primera reacción de Concha, fue tirarse del

bajo de la corta falda vaquera para intentar tapar sus muslos todo lo

posible, aunque no fue mucho.

Las vieron de frente, ya se había colocado Cristina en el lugar

adecuado, sabía por donde aparecerían las señoras; que se volvieron y

entraron en el local, dirigiéndose a la mesa; por un momento, Rafaela se

quedó con la boca abierta, de pie frente a Concha, mirándola,

examinándola; luego la hizo levantarse y tras admirarla, la abrazó.

176
Tomaron asientos todos y se dispusieron a comer pizza, aunque no

eran las pizzas del especial agrado de las señoras; era tal la alegría de

ambas, que no dudaron en pasar por el aro.

- ¡Que guapísima estás Concha! Me alegra mucho verte vestida así,

tan juvenil, tan alegre; un poco atrevida, pero mucho mejor.

- ¡Gracias tía! He aprendido mucho de Cristina; me alegro de haber

pasado estos días con ella.

- Por cierto Concha, te he encontrado un apartamento par ti, muy

cerca del de Cristina y de la facultad, mañana iremos a verlo.

- Muy bien tía, iremos a verlo cuanto antes, aunque estoy muy a

gusto con Cristina, no quiero molestarla más.

- Esta tarde sobrina, nos iremos al pueblo, mañana domingo iremos

a ver a las monjas, para concretar lo tuyo, pero el lunes estaremos

en el apartamento.

- Para lo de las monjas, te pido que me busques una excusa, no

quiero ir a verlas tía Rafaela, lo de las monjas lo aplazaremos, soy

aún muy joven y he decidido pensarme lo de mi ingre so en el

convento.

No pudo reprimir Rafaela un grito de alegría; se levantó y abrazó a su

sobrina; todo había sucedido incluso mejor de lo que ella había previsto;

así que decidieron comer pizza, ir al apartamento a hacer la maleta y

marcharse al pueblo a pasar la navidades; regresarían el lunes para

cerrar lo del apartamento; también les dijo Cristina, que ella se

177
marcharía el domingo por la tarde a su pueblo, ya tenía comprado el

billete; pero que antes tenía unas cosas que hacer; quedó con Remedios

en tener una comida de despedida el domingo.

Al terminar con las pizzas, todos se levantaron y salieron del local,

marchaban delante las dos muchachas y tras ellas las señoras; no pudo

evitar Rafaela, dedicar una mirada al aspecto de Concha y decir una

frase al oído de Remedios: “Esto es increíble, esta Cristina es una

artista”.

El domingo, a las dos de la tarde, llegó Cristina a la casa de Remedios;

pasaron primero al despacho; allí le entregó la señora el sobre a

Cristina; cuando lo guardó en el bolso, salieron hacia el restaurante.

- Me da vergüenza decirte lo alucinada que me tienes, eres

increíble.

- Gracias por todo, y felices navidades, Remedios, esta tarde me

marcho al pueblo, a pasar las fiestas con mi familia.

- Ya veo que has optado por la discreción en tu indumentaria, estoy

de acuerdo con todo lo que haces; espero que me saludes al

regreso, nos veremos en casa después de reyes; tienes que pasar

a recoger tu regalo; los reyes se portarán bien contigo.

178
CAPITULO X

En el andén de la estación de autobuses, vestida con vaqueros y un

abrigo, llevaba como toque personal, un gorro de lana, que le daba un

aire gracioso a la austera vestimenta; de la mano, una mediana maleta,

con la ropa adecuada y suficiente para pasar una semana en el pueblo;

tuvo que elegir la ropa con mucho cuidado, incluso su ropa interior, que

no podía ser la que ella usaba a diario en la capital.

A la caída de la tarde, cuando el sol comenzaba a esconderse tras los

cerros que rodeaban al serrano pueblo, el autobús comenzaba a

callejear buscando la plaza del pueblo, donde tenía la parada, al lado de

la vetusta iglesia, frente al ayuntamiento; eran las siete de la tarde,

cuando Cristina bajó del autobús.

Sobre la elevada plaza, la aguardaba toda la familia; no esperaba

Cristina aquel recibimiento tan concurrido; hasta la mayoría de sus

primos la esperaban en la plaza; tanta gente de su familia había, que

tuvo dificultades para abrazar a su padre y a su madre; que en su

179
juventud, fue una mujer de banderas, pero ahora se doblaba sobre su

columna, tanto hacia abajo, como sobre su pecho.

Su padre, aún mantenía la arrogancia en su cuerpo, pero su rostro,

estaba marcado por las preocupaciones; sin duda por las dificultades

económicas, que al parecer eran muchas y de difícil solución, sobre todo

a su edad, hacía ya algún año que había cumplido los cincuenta y eso,

en el pueblo, significaba el paro indefinido.

Abrazada por sus padres y flanqueada por sus parientes, caminaba

Cristina hacia su casa; su primo Pepe, un mocetón de veinte años, se

había apoderado de su maleta y la guardaría con su vida si fuera

necesario, hasta entregarla en la casa de la familia.

Todo el pequeño y serrano pueblo, se había enterado del regreso de la

niña, una de las pocas estudiantes universitarias y la única que era

miembro de una familia obrera; todos tomaron asiento en derredor de la

grande y austera mesa del comedor y el padre, sacó una botella de

aguardiente para el que quisiera una copa, el hombre estaba eufórico y

una chispa de alegría, adornada por un par de lágrimas,

chisporroteaban en sus envejecidos y hundidos ojos negros.

La reunión familiar duró hasta que fue la hora de cenar, entonces, su

madre se ocupó de despedir a todo el mundo, alegando que la niña

tenía que descansar; mientras se despedían, todos pidieron a Cristina

que los visitara en su casa, a todos dijo Cristina que así lo haría, les

prometió visitarlos en los próximos días.

180
Cuando todos se hubieron marchado, Cristina cogió la maleta y la

puso sobre la mesa, de ella extrajo varias cajas; una era una caja de

polvorones y mantecados de Estepa, otra más pequeña, contenía

mazapanes de Montoro y otra, contenía chacina de la sierra; la alegría

de todos fue grande, la madre lloraba de felicidad y el padre intentaba

tragar un nudo que se le había formado en la garganta.

- ¡Pero hija! ¿Cómo has hecho esto? Este dinero te hará falta para

tus gastos en la ciudad.

- No madre, estas cosas, me las han regalado en mi trabajo, forman

parte de la bolsa que regalan a cada empleado por navidad; yo no

hubiera podido comprarlas.

- Muchas gracias hija, es una gran ayuda para nosotros; ahora,

mientras hablas con tu padre y te tomas una copita, solo una, iré

yo a la cocina a preparar la cena; prepararé unos huevos pasados

por agua, de los de nuestras gallinas del corral; de postre unas

batatas en dulce, también cultivadas por nosotros; te las he

preparado con mucha canela, como sé que te gustan.

La madre, se fue hacia la cocina y dejó solos al padre y a la hija, para

que pudieran hablar de sus cosas; el padre, se levantó de la silla que

ocupaba y fue a sentarse junto a su hija, tomó sus manos, la miró a los

ojos procurando dominar su emoción.

- ¡Hija! Las cosas están muy mal, en el pueblo no hay trabajo

ninguno, pero en el caso de que haya alguno, ya no quieren

181
personas de mi edad, prefieren a los más jóvenes y en el campo,

no hay para nada.

- Si usted quiere padre, yo dejaré los estudios y me vendré al

pueblo, para ayudar en lo que sea.

- Eso no es una buena idea hija; nada puedes hacer en el pueblo, no

hay trabajo ni para ti ni para mí; pero hay algo que me dio ayer

una esperanza.

- Cuénteme algo agradable padre, déme alguna esperanza, está

llenando mi pecho de zozobra.

- No es esa mi intención, pero debes saber, que ayer, fui a hablar

con don Pedro, el alcalde, para contarle mi situación y pedirle una

ayuda; ya sabes que él, además de ser el alcalde , es alguien muy

rico, con muchas fincas y con un gran capital en acciones y otras

propiedades como casas, pisos, locales y otras cosa que yo no sé;

pues me dijo que ahora mismo, no tenía trabajo; pero luego se

quedó pensando y me preguntó por ti.

- ¿Le preguntó por mí? ¿Y que es lo que quería de mí?

- Me preguntó por tus estudios, por tu trabajo y por todo lo demás;

incluso me preguntó por si tenías novio; todo se lo expliqué y

luego me dijo, que tenía mucho interés en hablar con nosotros,

eso tras explicarle yo, que te esperábamos para esta tarde.

- ¿No tiene padre, ninguna idea de lo que puede querer?

182
- No tengo ninguna idea hija, pero él es buena persona y cualquier

cosa que nos proponga, al menos tendremos que escucharlo, ten

en cuenta que es del pueblo y que conoce a nuestra familia desde

que nació; mi padre, tu abuelo, fue manigero de su padre, el

aprecia a nuestra familia y no tiene más remedio que respetarla;

no nos propondrá nada irrespetuoso, ni nosotros lo admitiríamos,

eso tienes que tenerlo seguro.

- Pues mañana iremos a verlo padre, veremos lo que nos dice.

En ese momento los llamó la madre desde la cocina, cenarían los tres

en la mesa que había junto al hogar, aquel lugar era más acogedor y

más caliente y a esas horas, se hacía sentir el frío de la sierra, que

descendía por las laderas del cerro Canelo y recorría una por una todas

las calles del pueblo, desde arriba hasta abajo; dejando helados a todos

los transeúntes que no conocieran el pueblo; el que lo conocía, sabía

que los días que soplaba el solano, no eran aptos para andar a esas

horas por las calles.

Cenaron los tres, los huevos del corral que había preparado la madre,

luego añadieron algo de fiambres, de los que había traído Cristina y por

fin, el guiso caliente de las batatas en dulce, que tanto gustaban a la

muchacha, también a su padre.

Se ocupó el padre de cerrar adecuadamente las puertas de gruesa

madera y las contraventanas, era necesario defenderse del penetrante

frío que bajaba de la sierra, helando cañadas y valles, arroyos y

183
humedales, convirtiendo sus cristalinas aguas serranas en carámbano

transparente, cortante, helador.

La casa, de una sola planta, coronada por un soberado en el que se

guardaban herramientas y semillas, melones de invierno, pimientos

secos, guindillas, ajos y otros bienes necesarios durante el invierno; la

componían tres dormitorios, el salón y la cocina, amplia y abierta al

patio, un cuarto de baño pequeño, solo contenía una ducha, la taza del

váter y un lavabo pequeño.

La habitación de Cristina, su dormitorio, no tenía ventana, solo una

puerta que daba al pasillo y otra que lo comunicaba con el dormitorio de

sus padres; el suelo de toda la casa, excepto el pasillo central, era de

barro cocido.

Por la mañana, desayunaron los tres, en la cocina, una taza honda,

con café y leche y unos dulces típicos del pueblo, unas perrunillas de

manteca de cerdo; tras el desayuno, le recordó el padre a Cristina, que

debían ir al ayuntamiento para ver al alcalde.

- No nos olvidemos de esa visita hija, yo creo que las diez, puede

ser una buena hora, es cuando suele estar solo en su despacho.

- Está bien padre, haremos lo que usted diga, no tengo yo

argumentos para contradecirlo.

- Pero os pido una cosa, con lo que os proponga, no le contestéis

inmediatamente, él es un hombre muy inteligente y es mejor que

pensemos, que meditemos la respuesta – Interpuso la madre.

184
- De acuerdo madre, nos lo pensaremos con tranquilidad.

A las diez en punto, padre e hija e ntraron en el ayuntamiento y le

dijeron al funcionario ordenanza que estaba en la puerta, que le

comunicara al señor alcalde, a don Pedro, que ellos estaban esperando

para verlo.

Cinco minutos más tarde, regresó el funcionario, que les dijo que lo

siguieran, este los condujo hasta el despacho de don Pedro; primero

entró el ordenanza y luego les dijo que pasaran; el alcalde los estaba

esperando de pie tras su mesa.

- Pasad, estaba deseando que vinierais; sentaros y charlaremos un

rato, tengo varias cosas que preguntaros, sobre todo a ti Cristina;

como ahora estas en la universidad, nos visitas poco en el pueblo;

recuerdo cuando eras una niña y jugabas en la plaza; pero ahora

ya tendrás hasta novio ¿No es así?

- No señor alcalde, no tengo novio, ni compromiso siquiera.

- Cosa rara en una muchacha tan guapa; me imagino que estás

volcada en tus estudios ¿No es cierto?

- Me imagino que será eso don Pedro, el caso es que no tengo

compromiso alguno.

- ¿Qué es exactamente lo que estas estudiando Cristina?

- Estoy en primer curso de derecho don Pedro.

- ¿Te interesaría involucrarte en política, trabajar para mi partido?

185
- Suena interesante don pedro, pero ¿Me permitiría seguir con mis

estudios?

- Claro que sí, de otra forma no nos interesaría.

- ¿Dónde y como tendría que hacer ese trabajo?

- Está bien Cristina, vamos a hablar de política, pero para eso debes

dejarnos a solas José, tu hija y yo, necesitamos una hora para

hablar a solas, puedes esperarla en tu casa.

Aquello sorprendió a Cristina, pero ella le hizo una señal a su padre

para que se marchara y la esperara en la casa; a ella ya había pocas

cosas que la sorprendieran y esta salida del alcalde , le daba buena

esperanza, le traía cierta alegría; su padre abandonó el despacho.

- Hablaremos con claridad Cristina, ahora que estamos solos, te

diré que mi idea es pedirte que te cases conmigo, pedirte en

matrimonio, eres sin duda la mujer que necesito.

- Me deja de piedra, ciertamente esto no me lo esperaba don Pe dro,

¿Ha tenido usted en cuenta nuestra diferencia de edad?

- Si Cristina, lo he tenido en cuenta, pero debes permitirme que te

lo explique todo; te pido por favor que me escuches, que guardes

en secreto todo lo que te voy a decir y luego, con tranquilidad,

decidas tu respuesta.

- Tenga por seguro don Pedro que escucharé con toda mi atención

su proposición y sus pormenores, no le contaré nada de lo que

186
me diga a nadie; solo después de escucharlo con atención y de

pensármelo, le contestaré.

- Eso Cristina, me da idea de tu gran inteligencia; cosa que es

mucho más importante que la belleza; entonces proseguiré con

mi explicación; tú puedes interrumpirme cuantas veces quieras y

preguntar lo que no entiendas; lo primero que debo dejar claro es

que tengo cincuenta y cinco años, que soy muy rico y que también

soy impotente, absolutamente impotente; por lo tanto, no es sexo

lo que busco en ti.

- Me sorprende a cada momento ¿Qué es lo que pretende entonces?

- Bien observado, tú si que me sorprendes a mí, con tu serenidad y

paciencia; pretendo tener uno o dos hijos, que sean mis herederos

y quiero para ellos, una madre inteligente, guapa y físicamente

sana, para trasmitirle la mejor herencia genética.

- Ahora vuelve a desconcertarme ¿No me ha dicho que es

absolutamente impotente?

- Cierto Cristina, así es, soy impotente y estéril; pero esto fue

causado por un accidente que tuve en la finca “La Serrana”, eso es

desagradable y te lo contaré otro día, en el caso de que lleguemos

a un acuerdo; el médico, un buen amigo mío, tuvo la feliz idea de

extraerme en aquel mismo momento, dos muestras de semen y

congelarlas, luego extirpó sin contemplación.

- Pretenderías entonces una inseminación artificial ¿No don Pedro?

187
- Cierto, así sería, y lo de tener uno o dos, sería posible que lo

habláramos y llegáramos a un acuerdo.

- ¿Qué tipo de vida pretende que hiciéramos?

- Tendrías que guardarme fidelidad, como si tuviéramos vida de

matrimonio normal, nada de otros amantes; a cambio de eso

serías una mujer rica; en cuanto a la satisfacción sexual personal,

existen métodos como la masturbación, métodos que me imagino

que no conocerás aún, pero ya lo harás.

- ¿Qué sucedería con mis estudios?

- Continuarías estudiando, tengo un buen piso en la ciudad, vivirías

en él y yo, iría y vendría, no olvides que ante los ojos de los

demás, serías mi amante esposa, solo eso debería parecer.

- ¿Cuándo terminara mis estudios, podría trabajar?

- Por supuesto, podrías ejercer tu profesión, yo te ayudaría a entrar

en la política, eso solamente si te gusta; serías libre para ejercer

tu profesión, solo nuestros hijos estarían por encima de eso.

- ¿En cuanto a mis padres, qué sucedería?

- En el mismo momento que aceptes, tu padre, pasaría a ser

manigero de mis tierras, con un sueldo digno; eso lo sería incluso

antes de casarnos, en el mismo mome nto que me dieras tu

palabra de honor.

- Tengo otra duda don Pedro ¿Sería en una sola cama o en camas

separadas?

188
- Sin duda en camas separadas, incluso si insistes, dormiríamos en

habitaciones separadas; aunque sería bueno, que diéramos

imagen de matrimonio normal.

- Tengo que pensármelo don Pedro, le contestaré en pocos días, se

lo prometo.

- Está bien Cristina; de todas formas, en caso de que aceptes,

habría que especificar muchos más detalles; todo lo dejaríamos

por escrito, en unas capitulaciones matrimoniales, un contrato

privado entre tú y yo, firmado ante notario, todo muy claro.

- Me voy don Pedro, le contestaré cuanto antes.

Salió del despacho Cristina; todo aquello le había cogido de sorpresa,

así que paró en la cafetería de la plaza, tomaría un café y comenzaría a

poner en orden sus ideas; no debía precipitarse, la cuestión, era muy

delicada e importante.

Por fin decidió Cristina ir a su casa; no sabía bien como enfocar el

tema, pero tenía la sospecha de que su padre poseía más información

de la que le había dado; en definitiva eso no era importante, lo que

realmente importaba era lo que ella decidiera, lo cierto es que no lo

tenía claro; para ella era evidente que la decisión tenía que ser suya, ya

que las consecuencias serían para ella y solo para ella.

Evidentemente tendría que escuchar a los demás, que pretendía que

fueran solo sus padres, luego tomaría ella la decisión; aunque

189
consideraba imprescindible hacerlo en frío; aquella decisión era bueno

reposarla, dejarla dormir algún día junto a su almohada.

Al entrar en su casa y recorrer el pasillo central, con sus baldosas de

barro cocido y el estrecho corredor central, empedrado con pequeños

cantos rodados, como los que hay en todas las casas que tienen corral,

en el que habitualmente tienen bestias de tiro para la labranza; pudo ver

a sus padres, sentado él en frente a la pequeña mesa, mientras su

madre, comenzaba con los preparativos de la comida.

Los dos fijaron en ella sus miradas, mientras Cristina se acercaba a la

cocina; cuando entró en la dependencia, se desplomó, más que se

sentó, sobre una de las sillas de palo y enea que había frente a la rustica

mesa de tablas sin barnizar, en crudo, sobre la que solían hacer los tres,

la mayoría de las comidas.

- Cuéntanos niña ¿Qué quería de ti don Pedro? – Preguntó la madre.

- No te lo vas a creer madre, me ha pedido matrimonio.

- Repítelo hija, no creo haber escuchado bien, cuéntanoslo otra vez

a tu padre y a mí.

- Sí madre, ha dicho que pretende casarse conmigo y me pide

opinión para pediros mi mano.

Ahora si se le escapó un grito a la madre, que tuvo que tomar asiento

junto a su marido y su hija y necesitó agarrar la mano de ambos para

recuperar el resuello, sinceramente la proposición había cogido a la

mujer a contrapié.

190
- ¿Qué le has contestado, Cristina, hija?

- No le he contestado nada madre, le he dicho que necesito unos

días para pensarlo, no he querido ofenderlo con una respuesta

apresurada e insolente.

- No hija no debes hacer eso, es un hombre muy poderoso y rico,

mucho más de lo que puedes imaginarte, tenemos que pensarnos

esto bien, despacio.

El padre permanecía callado, sin abrir su boca, con la mirada perdida,

sin duda metido en sus pensamientos, sin atreverse aún a opinar,

aunque algo supiera, sin duda aquello superaba sus expectativas, pero

sí le hizo un comentario a su hija: “Este hombre, tiene tres fincas muy

grandes, una bodega, un molino de aceite y una multitud de pequeñas

fincas; con una sola de sus pequeñas fincas, viviríamos nosotros con

comodidad”, luego los tres siguieron en silencio.

Rompieron el silencio unos aldabonazos en la puerta, se asomó José,

que se vio sorprendido por la presencia de dos hombres, eran

empleados de don Pedro, que venían cargados; el uno con un jamón de

los grandes y el otro con una caja de diferentes chacinas aún frescas;

sin duda hechas en el pueblo, en una reciente matanza.

- Traemos estos regalos, de parte de don Pedro, son regalos de

bienvenida a Cristina ¿Dónde lo ponemos?

- Dejadlos aquí en la cocina.

191
- Traemos tres cajas más, una con tocino curado, otra con dulces

de manteca y otra con botellas; ahora los traemos.

- No podemos aceptar esto – Dijo Cristina.

- Don Pedro nos ha dado órdenes, nos ha dicho que lo dejemos

aquí y que no admitamos devolución; que si no los tomáis dentro,

que los dejemos en la puerta, son nuestras órdenes.

- No podemos rechazarle el regalo a don Pedro Cristina; dejadlo

todo en la cocina, ya lo colocaré yo; dadle las gracias a don Pedro

de mi parte, aunque el regalo sea para mi hija – Dijo la señora.

- Gracias señora, lo pondremos todo aquí.

Tras dejar las cajas y el jamón; los dos obreros, aceptaron una copa

de anís, que les ofreció José, ya que no podía darles propina; luego se

marcharon de la casa, tanto José como su mujer, miraban a Cristina;

sabía la niña, que aquellos regalos, había salvado las navidades de la

familia.

- Debéis saber – Dijo Cristina – Que tome la decisión que tome,

nadie en el pueblo debe saber nada sobre la proposición de don

Pedro, le di mi palabra de eso, de que nada se sabría sobre este

asunto, hasta que la decisión estuviera tomada.

- No te preocupes hija, dejaremos que lo pienses, la decisión será

tuya, pero hay algo que me intriga ¿Qué pasará con tus estudios?

192
- Me ha prometido madre, que podré terminarlos, que viviríamos en

su casa de la ciudad y que pondría todos los medios para que yo

me dedicara solo a los estudios.

- Pero hija, si vienen hijos, no podrás hacerlo, te lo dice tu madre.

- No madre, no habrá hijos hasta que yo termine y me sitúe.

- Hija, el es muy mayor, y no creo que pueda esperar tanto tiempo,

le entrará la prisa.

- Eso no será así, te lo aseguro; dice además que haremos unas

capitulaciones, donde todo quedará claro y especificado; el resto

de la conversación, ya te la contaré.

Dejó Cristina a sus padres colocando las provisiones que les habían

regalado, lo hacían con toda ilusión; parecían niños pequeños con un

juguete nuevo; hasta hace unos minutos, no sabían como resolver el

problema que se les venía encima en las navidades, ahora todo era

diferente, podrían hasta invitar a los amigos y a la familia, pero tenían

que tener cuidado, nadie podía saber nada sobre la procedencia de

aquellos regalos, se lo había dejado claro Cristina.

Mientras ellos se ocupaban de colocar todo aquello, tenían hasta

güisqui, algo inesperado para ellos; Cristina, salió a dar un paseo,

quería estar sola, en aquel momento extrañaba a la señora, a Remedios;

ella sabría aconsejarla bien, pero en aquellos momentos, no creía que

fuera adecuado abandonar el pueblo.

193
Mientras caminaba sin rumbo preciso por un camino que rodeaba el

pueblo, pudo ver a lo lejos a su viejo amigo el pastor, que sentado sobre

una piedra, vigilaba a su ganado, que en esta ocasión eran unas cabras;

sintió deseos de hablar con él, de recordar los felices momentos de las

siestas de verano, cuando iniciaron sus juegos eróticos e infantiles en

aquellos mismos lugares, bajo alguna protectora encina.

Los zapatos que llevaba, no eran los más adecuados para caminar por

aquellos lugares agrestes y llenos de piedras y de hierbas de todos los

tamaños y texturas, en las que se mezclaban la tierna hierba nutritiva

para el ganado y los duros y agresivos pinchos procedentes de plantas

resecas del año anterior, lo que la obligó a desistir de tomar la ruta más

corta y optar por rodear el cerro siguiendo el angosto se ndero.

Durante unos minutos, debido al rodeo que se vio obligada a dar,

perdió de vista al pastor; al rodear una enorme encina, casi milenaria,

medio oculta por sus ramas, de nuevo apareció a su vista el joven

pastor, que permanecía sentado sobre la misma piedra, de espaldas a

ella; pero al fondo del camino, apareció una nueva figura; esto la hizo

detenerse, permanecer parapetada tras el espeso follaje de la encina;

desde donde ella podía ver sin ser vista.

Cuando se aproximó la figura que avanzaba por el camino, pudo

reconocer Cristina a su prima Filomena, que avanzaba directa hacia el

pastor; decidió observar sin ser observada, ver lo que sucedía, así que

194
permaneció oculta, incluso procuró buscar el mejor sitio, el más cómodo

y más oculto a la posible mirada de cualquiera de los dos.

La prima Filomena, se aproximó al pastor, lo besó en la frente y

abrazó su cabeza, que la tenía a la altura de su cadera, ya que el

muchacho no se había movido de su asiento; mantenía el pastor, su

mano izquierda agarrando la vara y la derecha, rodeó las caderas de

Filo; luego la introdujo bajo las faldas de la muchacha, en busca sin

duda de acariciar sus nalgas, cosa que agradeció Filo abrazando con

mayor fuerza su cabeza, apretándola contra sus caderas.

Agarró Filo la mano derecha del pastor; tuvo para ello que alzar sus

faldas y apartarla de sus nalgas; tiró entonces de él, hasta obligarlo a

levantarse; esto puso en alerta a Cristina, hasta que comprobó hacia

donde se encaminaban; sin duda se dirigían a una pequeña edificación

de piedra; un viejo puesto para la caza de la perdiz con reclamo; un

cerco de piedras de un metro de altura, sin techo y cuya entrada se abría

a lo más alto, al cerro; disimulada por un acebuche.

Al incorporarse el pastor, pudo comprobar Cristina, que había ganado

en corpulencia; su cuerpo había crecido en todas sus dimensiones, se

había hecho más hombre, más ancho, más robusto; se dejó llevar por la

mano de Filo hasta el interior del puesto; de esa forma se protegían de

las miradas indiscretas de quienes pasaran por el camino o por la zona

del valle, pero totalmente a la vista de Cristina, que se había subido a la

encina, a horcajadas sobre una rama, para no perder detalle.

195
- Todos los días no puede ser Filo; ten en cuenta que yo también

tengo una mujer y vamos a conseguir que se de cuenta.

- Tú puedes con esto y mucho más, estoy segura de ello; anda,

déjate de tonterías y hazme lo que tú sabes.

Alzó Filomena sus amplias faldas, hasta llevarlas a la altura de su

boca, allí mordió el festón; tomó asiento, sobre una piedra a media

altura y permitió que el pastor, tomase asiento en otra piedra más baja,

entre sus piernas; tomó el pastor las pantorrillas de Filo y las puso sobre

sus hombros, mientras se empleaba a fondo en el sexo de la joven; ella

mantenía apartadas sus bragas con su mano izquierda.

Durante algunos minutos, se empleó el pastor en tal empeño, hasta

conseguir de ella algunos orgasmos, que resultaban apreciables, por la

fuerza con que aplastaba Filo el rostro del pastor, tirando de la cabeza

de este hacia sí, con su mano derecha.

El pastor dejó luego caer sus pantalones, mientras Filo se ponía en pie

y daba la vuelta, colocando sus manos, en la misma piedra donde antes

se había sentado y ofreciendo sus nalgas al pastor, que ofrecía una

espectacular imagen, con los pantalones en sus tobillos y su pene, que

había crecido tanto en el último año, como su cuerpo, tanto en grosor

como en longitud.

Entre quejas y sollozos de Filo, el pastor la penetró y no se la sacó,

hasta que ella tuvo dos orgasmos más y quedó rendida, con sus brazos

sobre la piedra y sus nalgas al aire.

196
Sin duda, algo sabía filo, sobre el pastor, algo con lo que lo mantenía

extorsionado, chantajeado y obtenía de él aquellas satisfacciones; por

que era evidente que el pastor, no tenía ningún interés en ella; pero

aquello, también quitó todo el interés que pudiera tener Cristina.

Dejó Cristina, que se marcharan ellos, luego la muchacha, volvió a

tomar el camino de su casa; había tomado la decisión de ir a la ciudad

para hablar con Remedios; iría por la mañana y regresaría a medio día.

Pensativa, cabizbaja, caminaba Cristina por las calles del pueblo; su

mente escudriñaba todas las posibilidades de su ineludible decisión;

aunque no podía impedir, que su pensamie nto regresara a cada

momento a la escena del puesto de perdiz; después de todo, aquel

pastor había sido su primer amor, su primer compañero de juegos

sexuales; estaba segura de que su prima tenía algún as en la manga,

que utilizaba para chantajear al pastor.

Entró en su casa, mostrando un rostro de evidente preocupación, se

acercaba la hora de la comida y hoy la madre , no tenía problemas para

preparar la comida, estaba la señora contentísima, alegría que se

mostraba en su mirada, en la sonrisa de su boca y en las cancioncillas

que musitaba entre dientes, mientras preparaba los avíos para la olla.

- He pensado madre, que mañana iré a la ciudad, iré a primera

hora, muy temprano y a mediodía estaré de vuelta; quiero hablar

con una profesora mía, he de consultarle algunas cosas antes de

tomar la decisión definitiva.

197
- Me parece bien hija que hables con quien necesites, debes estar

muy segura; ahora vamos a comer y esta tarde visitarás a la

familia; creo que lo mejor es no contar nada a nadie hasta que no

tengas tomada la decisión.

Durante la comida, apenas hablaron, nada sobre el asunto del alcalde,

solo algunas cosas sobre la facultad y los estudios, pero todos, parecían

estar pendientes de la decisión de Cristina.

La tarde, la dedicó Cristina a ir de una en otra casa de la familia, sin

dejar a una sola de sus tías; pero dejó para la última, la casa de su tía

Filomena, donde vivía su prima Filo.

Cuando entró en la casa de su tía, caía ya la noche, la señora, la

recibió con un calido abrazo y múltiples besos; el recibimiento de su

prima, fue mucho más frío, aunque las tres se sentaron en la cocina y se

dispusieron a tomar unas copas de anís dulce, del que se fabricaba en el

pueblo y unos dulces de manteca, provenientes de la matanza del cerdo.

- Cuéntanos sobrina, como te van los estudios en la ciudad.

- Muy bien tía, aunque al principio todo me costó mucho; cuando

mi padre se quedó parado, tuve que buscarme un trabajo y nada

fue sencillo tía, ahora estoy más acoplada.

- ¿Tienes novio hija?

- No tía, no tengo tiempo de esas cosas; además no conozco a casi

nadie en la ciudad.

198
- Bueno hija, pero tendrás compañeros y amigos de facultad y de

trabajo.

- De eso tengo poca cosa tía ¿Y tú prima, tienes novio?

- Si prima tengo novio, es un muchacho que trabaja en la ciudad y

solo viene los fines de semana; me aburro mucho en el pueblo;

tienes mucha suerte prima Cristina.

- Eso según se mire, aquí en el pueblo, nos conocemos todos,

somos amigos, pero en la capital no es así.

- Recuerdo prima Cristina, que tú eras muy amiga del pastor; verás

cuando se entere de que estás aquí; seguro que va a verte.

- Eso, prima Filo, solo fue una amistad de niños, nada más.

- Pero bien que te lo pasabas con él en el pajar del abuelo.

Tuvo Cristina que pellizcarse para no saltar, pero hizo lo que le

enseñó su madre, contar hasta diez antes de contestar.

- Cuando éramos niñas prima, todas jugábamos con los niños,

recuerda que jugábamos todos juntos, pero eso no significaba

nada, eran cosas de niños, juegos inocentes; como cuando tú te

escondías junto a los hermanos, a los mellizos; eso prima, eran

juegos de niños.

- Tú Filo, deja a tu prima y ocúpate de lo tuyo, que bastante tienes;

termina tu copa Cristina, y coge un dulce hija; que te agradezco

mucho tu visita.

199
Cuando Cristina abandonó la casa de su tía, estaba bastante alterada,

pero se había controlado; lo de los mellizos, paró a su prima; le hizo

recordar que su prima conocía a la perfección, los tejemanejes que se

traía con los dos hermanos.

No tardó mucho esa noche, en quedarse dormida Cristina, tenía que

levantarse antes del amanecer, el autobús, salía a las siete de la

mañana; pero su padre, la despertaría y la acompañaría hasta la parada;

después de todo, no llevaría equipaje ninguno, no lo necesitaba.

Antes de las ocho de la mañana, estaba ya Cristina en la gran estación

de la ciudad, como era demasiado temprano, tuvo tiempo de desayunar

en una cafetería próxima a la casa de Remedios, esperaría allí hasta que

fueran las nueve de la mañana; sabía Cristina, que Remedios, a esa hora

estaba ya dispuesta para todo.

Desde la cafetería, pudo ver Cristina, como abrían el portón de

madera de la casa, eso significaba que la señora estaba en la cocina,

posiblemente tomando un café; eso decidió a Cristina a llamar, a tirar de

la cadenita que movía la campana.

La criada, la hizo pasar; Cristina pudo ver a Remedios en la cocina y

hacia ella se encaminó; la cara de sorpresa de Remedios, fue de las que

hacen época; la señora dejó la taza del café sobre la encimera de granito

y abrazó a Cristina, luego se ocupó de servir nuevos cafés para las dos;

una vez tuvieron las humeantes tazas en las manos, ambas se dirigieron

200
al despacho, buscando la intimidad que proporcionaba la gruesa puerta

de madera.

- Tengo que consultarte algo muy importante Remedios; solo tengo

un rato, a mediodía debo estar de vuelta en el pueblo.

- Está bien Cristina, cuéntame lo que te sucede, hazlo despacio y

con detalle.

Durante casi media hora, estuvo Cristina relatando a Remedios todo lo

sucedido con el alcalde; le contó todo con detalle; relatando cada uno

de los pormenores de toda la historia.

- Tienes hija que pensártelo muy bien, es algo que será muy

importante en el resto de tu vida.

- ¿Crees entonces que debo decirle que no?

- Todo lo contrario hija; opino que debes decirle que sí; pero debe s

tenerlo todo muy pensado, muy meditado, muy medido; ten en

cuenta, que el matrimonio, no es más que un lance en nuestra

profesión; la mujer tiene que ejercer siempre de prostituta, ese es

nuestra verdadera y honrosa profesión.

- Pero hay mujeres que se casan por amor ¿No es cierto Remedios?

- Lo de estar enamorada es un estado de ensoñación, no es real y

de todas formas es pasajero; si hubiera una excepción, ella solo

confirmaría la regla.

- Nunca podré enamorarme; esa no era mi idea; ese no era el guión

que soñaba yo para mi vida.

201
- Claro que podrás enamorarte; por un tiempo, como todas, podrás

enamorarte cuantas veces quieras; cada vez que desees a un

hombre podrás enamorarte de él; al día siguiente estarás

preparada para enamorarte de otro, o no.

- Eso podría significar que siempre estaría engañando a mi marido.

- No hija; tú no engañarás a nadie; en tu caso, ese matrimonio es

un engaño en sí, de forma que tú no engañarías a nadie; se

trataría tan solo de una pantomima, de una comedia, no habría

engaño alguno.

- ¿Cuál es entonces tu opinión Remedio?

- Creo que debes decirle que sí, luego habrá que amarrarlo todo en

esas capitulaciones que te propone.

- ¿Nada más que eso Remedios?

- Hay alguna cosa más Cristina; es muy probable que antes de

casarse, quiera comprobar tu virginidad, pero también tendremos

solución para eso; tengo un médico amigo, que sabría colocarte

un virgo que nadie sabría distinguir del original.

- ¿Y si quiere comprobarlo mañana, en cuanto le diga que sí?

- Lo tendrás muy fácil, le dirás que eso se comprobará cuando esté

todo firmado, uno o dos días antes de la boda; con eso

controlarás ese asunto.

- ¿Qué te parece lo de las capitulaciones, donde pediremos consejo?

202
- Tengo unas capitulaciones que hizo una antigua cliente mía y de

las que yo conservo una copia; si quieres, podemos hacer unas

fotocopias y te las llevas; están en esta carpeta.

Se levantó Remedios y cogió una carpeta de la zona baja del armario

que utilizaba como archivo; de ella extrajo un fajo de papeles que le

entregó a Cristina.

- Toma hija, acércate a la papelería y saca fotocopias; no quiero

desprenderme de este documento; cuando regreses tomaremos

otro café y te contaré algo más, algo que te interesará mucho;

mientras vas, tomaré una ducha.

Tras dar un último sorbo al café que quedaba en su taza, abandonó

Cristina la casa y fue a hacer las fotocopias; diez minutos después,

estaba de regreso en la casa; en la cocina, la esperaba Remedios, recién

duchada y mucho más arreglada; le ofreció otra taza de café a la

muchacha y ambas entraron de nuevo en el despacho.

Tomó Remedios las capitulaciones y las devolvió a su sitio en el

archivo; le gustaba conservar sus cosas en orden, esa era la única forma

de poder encontrarlas de nuevo.

- Como te dije antes, tengo otro secreto que decirte; conozco a una

maquilladora cinematográfica, ella puede, tras media hora de

trabajo, maquillarte de tal forma, que no te conozca ni tu madre;

es increíble lo que es capaz de hacer con un poco de maquillaje y

algo de silicona.

203
- ¿Para qué puede servirme eso?

- Para cuando regreses hija; podremos continuar haciendo trabajos,

sin que nadie pueda reconocerte; pero eso lo hablaremos en su

momento, cuando llegue su hora; ahora ve a cumplir con tu

trabajo y recuerda que tienes que venir a recoger tu regalo de

reyes, es importante.

Durante el tiempo en que estuvo en el autobús de regreso al pueblo,

no pudo Cristina dejar de sonreír, cada vez que se acordaba de los

diferentes consejos que le había dado Remedios, sin duda era una

buena amiga y estaba llena de experiencia y de recursos.

Con sus papeles metidos en una carpeta de plástico y colocada bajo el

brazo, caminaba Cristina hacia su casa; no faltaba mucho para la hora

de la comida y la verdad es que estaba deseando llegar a su casa y

comer uno de esos guisos de su madre.

Estaban sus padres sentados en la cocina, hacia ellos se dirigió la

muchacha con una sonrisa dibujada en su boca; tomó asiento en una de

las sillas de palo y enea y esperó a que tomaran asiento sus padres.

- Cuenta hija ¿Has visto a tu profesora?

- Si madre, la he visto y me alegro mucho de haber ido a verla, me

lo ha dejado todo muy claro.

- ¿Has tomado una decisión?

- Sí madre, he decidido aceptar la proposición de don Pedro; ahora

iré a decírselo y le diré que lo llame a usted padre, para pedirle mi

204
mano; pero tengo que deciros algo importante, debéis dejar que

sea yo la que maneje los tiempos.

Un apagado grito se escapó de la garganta de la madre, sin duda era

un grito de alegría; el padre mantuvo la compostura, pero no pudo

reprimir una leve sonrisa en su boca; sin duda aquella decisión

solucionaba su vida, que estaba tan oscura hasta ayer.

Dejó cristina los papeles en su dormitorio, en su armario y salió de la

casa con dirección al ayuntamiento; no podía perder mucho tiempo,

eran ya más de las doce y el alcalde podía marcharse en cualquier

momento; entonces tendría que esperar al día siguiente y ya era

nochebuena, cosa que podía retrasarlo todo varios días.

Al entrar en el ayuntamiento, se dirigió al ordenanza, al que le dijo

que le dijera al alcalde que deseaba verlo; el funcionario, le preguntó el

nombre y se marchó hacia el despacho, un minuto después salía el

ordenanza y tras él el alcalde, que salió a la puerta para recibir él

personalmente a Cristina.

- Pasa Cristina, me alegro de verte; entra y toma asie nto.

- Gracias don Pedro; quería contestarle personalmente y lo antes

posible.

- ¿Has tomado una decisión ya?

- He decidido señor alcalde aceptar su amable proposición.

- ¡Gracias Cristina! No te arrepentirás; dedicaré mi vida a procurar

tu felicidad.

205
- Con respecto a lo de las fechas, debemos tomárnoslo con

tranquilidad; creo que lo primero señor alcalde, sería que le

pidiera mi mano a mi padre.

- Así será Cristina, iré esta misma tarde, a las siete; llevaré un anillo

de pedida y le comunicaré que desde mañana, pasa a ser

manigero de todas mis fincas; otra cosa cristina, desde ahora,

como somos novios oficiales, debes llamarme Pedro.

- De acuerdo Pedro, nos vemos esta tarde a las siete, se lo

comunicaré a mis padres.

La acompañó hasta la puerta del despacho, allí besó su mano y esperó

a que ella desapareciera escaleras abajo, siguiendo sus movimientos con

admiración; sin duda, podría presumir de mujer joven y monumental.

Una de las razones de haberla elegido, había sido sin duda el historial

sanitario de la familia de Cristina, se había preocupado mucho el

alcalde, de elegir una buena herencia genética para sus hijos, del otro

tipo de herencia, ya se ocuparía él.

Cuando contó Cristina en su casa, lo de la petición de mano de esa

tarde; por parte de su madre, todo fue nerviosismo, mandó llamar a sus

dos hermanas, para que la ayudaran en la limpieza y en la preparación

de la casa; quería que todo estuviera perfecto, dentro de lo que esa

perfección era posible en la humilde casa.

A las siete en punto, ante la puerta de la casa de Cristina, se detuvo el

coche del alcalde, se bajaron del vehículo, el alcalde, muy trajeado y dos

206
de los hombres de su confianza; la expectación en la calle era enorme ; a

don Pedro, lo recibió el padre, que lo sentó en el salón, frente a l a mesa,

en la que había dispuesto algunas botellas y algunos dulces típicos de la

navidad; el alcalde, consideró que lo oportuno era brindar con un anís

seco, de los que se fabricaban en el pueblo, en la destilería de don

Pedro; los dos hombres se pusieron en pie y brindaron por la novia,

luego se abrazaron.

Tras la primera copa, se sirvieron otra, al tiempo que las mujeres,

también tomaban asiento junto a ellos; ellas se sirvieron unas copas de

anís dulce, de la misma marca, pero más propias para el delicado

paladar de las mujeres; entonces se decidió a hablar el alcalde.

- Está bien, ha llegado el momento de hablar del asunto que nos ha

reunido aquí; así que amigo José, le comunico que vengo a pedirle

la mano de su hija Cristina.

- Es un gran honor para nosotros, que se haya fijado usted en

nuestra hija, son muchos los méritos de mi hija, pero no me

corresponde a mí hablar de ellos; así que don Pedro, después de

haber hablado con mi familia y en particular con mi hija, le

concedo su mano.

Los dos hombres se pusieron en pie y se abrazaron; luego don pedro

sacó del bolsillo de su chaqueta un anillo, con una preciosa piedra azul,

se trataba de un zafiro que fue de su madre; aquel anillo fue el que

utilizó su padre, para pedir la mano de su madre.

207
- Este es el anillo Cristina, con el que pretendo sellar nuestro

compromiso; no solo tiene un gran valor económico, su principal

valor es sentimental; con este anillo, pidió mi padre la mano de mi

madre.

- ¡Gracias Pedro! Lo recibo y procuraré ser digna de él y de ti.

Todos volvieron a brindar y Pedro besó la mano de Cristina; luego

entraron en una amable conversación que podríamos llamar familiar; fue

entonces cuando entraron los hombres de don Pedro, llevaban entre

ambos una caja con vinos y turrones.

- Creo José, que ya que somos familia, debemos hablar de la cena

de mañana, de la cena de Noche Buena, te pregunto por si

consideras que debemos celebrarla en mi casa o aquí ¿Qué te

parece a ti? Lo dejo a tu elección y haré lo que tu digas; mi casa es

más grande, pero vosotros sois más familia; yo estoy solo.

- Creo don pedro, que será mejor aquí, en la casa de la novia, es lo

normal; nosotros tenemos más familia, que tendrá que venir.

- Muy bien José, también debo decirte, que desde mañana, pasarás

a ser mi manigero; así que pásate por mi despacho en el

ayuntamiento; allí hablaremos de tus responsabilidades y de las

condiciones económicas.

Todo aquello tenía abrumado a José, que optó por no contestar nada;

parecían haberse acabado todos sus problemas; pero don Pedro sacó la

conversación de nuevo sobre la boda.

208
- Tengo en mi despacho, un borrador de capitulaciones

matrimoniales; me gustaría Cristina que lo leyeras, que anotaras

todas la correcciones que te parezcan oportunas y así llegaremos

a un consenso ¿Te parece bien querida Cristina?

- Estoy de acuerdo Pedro, me pasaré por tu despacho después de

navidad.

- En cuanto a la fecha de la boda, he pensado que podría ser en

Julio, cuando tú hallas terminado tu curso.

- Me parece adecuado, también lo hablaremos cuando vaya a tu

despacho.

Durante la celebración de la Noche Buena y de la navidad; el principal

tema de conversación en el pueblo, se centró en el compromiso del

alcalde con Cristina; había opiniones para todos los gustos; pero las

felicitaciones a uno y a otro eran continuas.

Pasaron las fiestas y se tuvo que incorporar Cristina a sus estudios, a

las clases en la facultad; tras el primer día de clases, a mediodía, como

había prometido, se acercó Cristina a ver a Remedios; la alegría de la

señora fue enorme; enseguida, le propuso Remedios ir a comer al

pequeño restaurante; allí buscaron una habitación privada, en la que

poder hablar con libertad.

Le explicó Cristina todo lo sucedido, todo se lo describió con detalle y

Remedios, hizo todas las preguntas que consideró oportunas, sobre

fechas y formas; le pareció muy bien lo de la fecha para Julio y se

209
interesó por el contrato de las capitulaciones; decidieron que tendrían

que reunirse en estos días para ir aclarándolo todo, sin prisas pero sin

pausas, había que hacerlo.

Tras la comida, fueron a casa de Remedios a tomar café; aprovechó

ese momento Remedios, para darle su regalo, le hizo entrega de un

pequeño cofre de plata lleno de perlas naturales, sin engarzar, para que

ella pudiera decidir lo que se hacía con ellas; quería mostrarle a Cristina,

que en la vida, siempre está todo por decidir.

Arreglaron las mujeres una cita para el día siguiente, tenían que

hablar con el médico, sobre el tema de lo de la reparación del virgo;

también tenían que reunirse con la maquilladora; quería Remedios,

hacerle unas pruebas a Cristina.

Al día siguiente, había decidido Cristina perderse algunas clases,

volver a media mañana a la casa de Remedios; la señora le había

facilitado las citas necesarias; fueron primero a ver al médico, este la

estuvo examinando y le dijo que para reponer el himen, solo tendría que

llamar por teléfono para decidir el día que quería realizarse la pequeña

intervención; también le advirtió que debía hacérsela al menos una

semana antes de ser reconocida; le aseguró que no habría ningún

problema en que la reconociera cualquier médico.

Fueron luego a ver a la maquilladora, a la que le gustó mucho el tener

la posibilidad de ejercer de nuevo su profesión con libertad, luego le

hizo una pequeña demostración; durante media hora, se empleó a fondo

210
la maquilladora y cambió de tal forma el aspecto de Cristina, que ni ella

misma se reconocía ante el espejo; cuando ambas fueron a comer al

restaurante, nadie la conocía; ni incluso cuando lo explicaba, llegaban a

creerlo; verdaderamente, la maquilladora era una artista.

Dedicaron un rato después de comer, a leer el borrador de las

capitulaciones que le había entregado el alcalde; efectivamente, como

había supuesto Remedios, había un artículo en el que se exigía un

certificado médico de virginidad; en un primer momento, pensó Cristina

en suprimir ese artículo, pero el sabio y prudente consejo de Remedios,

le dijo que lo permitiera, al final eso correría en su favor; entre otras

cosas, le quitaba cualquier remordimiento sobre e l engaño que le harían

al señor alcalde, ya que aquella pretensión le quitaba cualquier

honorabilidad, cualquier legitimidad.

Se quedó encargada Remedios, de llevar a su abogada las

capitulaciones, tanto el borrador que le había entregado el alcalde,

como el que ya tenía Cristina; le explicaría el caso y haría una

recopilación que las favoreciera.

Resueltas todas aquellas cosas, las dos mujeres fueron a tomar un

café a una cafetería cercana, que les permitiera hablar con tranquilidad

de todo lo que les había sucedido ese día, que había sido tan intenso.

- Bien Cristina, creo que tenemos resueltas las mayorías de las

cosas, ahora tenemos que hablar tú y yo de lo nuestro.

- ¿Puedes decirme Remedios que es lo nuestro?

211
- Hija, nuestro negocio ¿No creerás que con la edad que tienes,

puedes entregar a un lisiado, tu cuerpo y tu alma para siempre?

- ¡Anda! Amiga Remedios, cuéntame lo que estas pensando ¿Cuál es

tu plan?

- Hay dos cosas principales; tú tendrás que disfrutar de tu

sexualidad de vez en cuando y también tendrás que echarme una

mano cuando yo tenga un asunto que resolver, de esos que nos

gustan a las dos.

- ¿Cómo has pensado que hagamos eso?

- Empezaremos por el disfrute de tu sexualidad, eso creo que

podremos resolverlo mañana; estoy esperando una llamada de un

cliente muy especial y puede que esta vez lo deje para ti; pera que

disfrutes de él antes de que restauremos tu himen; no vamos a

hacer el trabajo dos veces.

- ¿Es ciertamente muy especial?

- Lo es Cristina, muy especial; yo sé que tú sabrás disfrutar de él, te

mandaré un mensaje mañana o pasado, cuando venga a reclamar

mis servicios; luego, cuando ya no sirva para nada lo del virgo,

por que haya cumplido su misión, continuaremos con nuestros

trabajos, de forma más selecta, con menos frecuencia, solo nos

ocuparemos de casos muy especiales, pero eso en su momento.

- Está bien Remedios, mañana iré a clase y estaré esperando tu

mensaje, lo esperaré con verdadera ansiedad.

212
Pasaron dos días, sin que Cristina recibiera ningún mensaje; el que si

vino a visitarla, fue su novio el alcalde, quería enseñarle la que sería su

casa en la ciudad; después de invitarla a comer, fueron a un lujoso

edificio de uno de los barrios más céntricos e importantes de la ciudad,

en el sexto piso del edificio, poseía el alcalde un piso enor me, de más

de trescientos metros cuadrados habitables, prácticamente nuevo e

impecablemente amueblado; muy moderno, le enseñó un enorme

dormitorio, dotado de una gran cristalera abierta a levante y de un

cuarto de baño espectacular; con dos camas separadas, entre las que se

podía incluso desplegar una mampara, que convertía a las dos camas en

absolutamente independientes.

- Este Cristina, será nuestro dormitorio cuando estemos casados;

ahora, para mantener las apariencias, tu dormitorio serás este

otro; aunque puedes elegir el que tu quieras; vendrá Petra, mi

ama de llaves para llevar la casa, tu solo tienes que ocuparte de

tus estudios; ella hará la comida y limpiará la casa; en caso de

necesitar ayuda, llamará a alguien; tú solo te tienes que ocupar de

tus estudios.

- Está muy bien el piso; entonces dejaré el mío y me mudaré

¿Cuándo puedo hacerlo?

- Puedes hacerlo mañana mismo Cristina.

- Lo haré el lunes, tengo un compromiso con una compañera; en

cuanto ella llegue me mudaré.

213
- De acuerdo Cristina, cuando tú quieras, pero te pido que lo hagas

cuanto antes.

Prosiguieron viendo todo el piso, cada uno de sus detalles; la verdad

es que era una jaula magnífica; pero una jaula sin lugar a dudas, amplia,

luminosa, lujosa; después de verlo todo, se marchó el alcalde y le

entregó a Cristina una copia de las llaves del piso, para que fuera

trayendo cosas, si lo consideraba oportuno; la informó, que desde

mañana mismo estaría allí Petra, que se iría encargando de limpiar y

colocarlo todo adecuadamente.

Sintió nostalgia Cristina al entrar en su apartame nto, poco tiempo

había tenido para disfrutar de él; pero había otra cosa de la que tendría

que ocuparse; indudablemente, no toda la ropa que tenía en el armario

del apartamento, podría llevarla al piso; así que la llevaría a casa de

Remedios; ella no tendría problema en guardársela.

Al salir de clase, a mediodía, sonó el teléfono de Cristina, era un

mensaje de Remedios; como siempre, le pedía que fuera a comer con

ella; algo se estremeció dentro del pecho de la niña.

Como otras veces, Remedios la estaba esperando y no dejó que tirara

de la cadena, salió ella al zaguán y la cogió del brazo, arrastrándola

hacia la calle en dirección al restaurante; su picarona sonrisa, indujo un

escalofrío en el cuerpo de Cristina; sin duda tenía noticias sobre el

nuevo y excitante cliente.

214
Una vez en el restaurante y mientras daban algunos sorbos al

exquisito vino de la rivera del Duero no cesaba de sonreír; esperó

Remedios hasta que le trajeron la olla con el guiso y se la dejaron en el

centro de la mesa; una vez que se quedaron solas, habló Remedios.

- Esta tarde, llegará la persona de la que te hablé; te pido Cristina,

que si aceptas el trabajo, lo trates con extremo cariño; se trata de

un subnormal, un deficiente mental; me lo deja su padre y lo

recoge al día siguiente.

- Me dejas de piedra Remedios ¿Un subnormal?

- Un encantador y guapo deficiente, bellísimo y bien dotado,

extraordinariamente bien dotado; educado, correcto, amable y

bellísimo hombre; te aseguro Cristina, que no se parece a nada de

lo que has conocido; te hará disfrutar hasta el éxtasis.

- Me sorprendes, me dejas sin palabras; está bien Remedios, como

lo hacemos, explícame.

- Esta tarde, sobre las siete, lo dejará su padre; se irá contigo a

donde tú digas; te presentaremos como su tía Cristina, te

obedecerá en todo; te aconsejo, que lo lleves a tu apartamento;

dormirá con su tía y hará lo que le digas.

- ¿Qué edad tiene?

- Debe estar a punto de cumplir los treinta; pero su cerebro anda

por los ocho o diez.

215
Tras la comida, se marchó Cristina, quería asistir a un par de clases y

a las siete, estaría de nuevo en casa de Remedios, después de haber

pasado por su apartamento y haberse cambiado de ropa.

Cuando entró en casa de Remedios, quedó impactada; allí estaba

Ricardo; a primera vista un hombretón de unos treinta años, ciertamente

bellísimo y atlético, perfectamente vestido, con un traje gris, rematado

por una corbata azul; impecable, bien peinado, como para ir a un

bautizo, que se quedó mirando a Cristina, que traía un ajustado vestido

azul muy elegante y escueto.

- Te presento Ricardo, a tu tía Cristina, hoy dormirás con ella, en su

casa, que está muy cerca de aquí

- ¿Dónde cenaré tía Cristina?

- Cenaremos los dos en mi casa, compraremos antes, de camino a

casa, unas hamburguesas y nos las comeremos a solas.

- ¿Tienes refresco de cola en tu casa tía Cristina?

- Sí Ricardo, tengo, pero solo puedes beber una; anda vámonos a

casa, antes de que sea más tarde.

Fue Ricardo el que cogió la mano de Cristina, dispuesto a seguirla

hasta donde ella dijera, cogidos de la mano, salieron de la casa;

mientras caminaban por la acera, seguidos por la atenta mirada de

Remedios, resultaba evidente la diferencia de estatura; la muchacha,

apenas llegaba al hombro de Ricardo.

216
Después de parar en la hamburguesería que les cogía de paso y

recoger unas hamburguesas y unas patatas fritas, llegaron a su

apartamento, donde perdieron media hora en comer, cosa que produjo

gran deleite en Ricardo, la comida y sobre todo el refresco de cola, que

sin duda eran sus dos debilidades.

- Ya hemos cenado Ricardo, ahora debemos irnos a la cama.

- Yo siempre me baño antes de irme a dormir tita Cristina.

- Pues entonces iremos al baño, tienes que desnudarte y colgar tu

ropa en el armario, todo bien puesto.

Mientras Ricardo se desnudaba y colocaba su ropa con mucha

minuciosidad en el armario, Cristina abrió los grifos de la bañera y ella

también se quitó el vestido y se puso una bata; para cuando terminó,

Ricardo estaba completamente desnudo, provocando la admiración de

Cristina, que por un momento se quedó frente a él boquiabierta.

El cuerpo de Ricardo era enorme y atlético, pero aún más grande,

resultaba su pene, que estaba a media erección y destacaba

ostensiblemente entre sus piernas, tapando en gran parte sus enormes y

oscuros testículos; ella no había visto nada parecido.

El muchacho, dotado de inteligencia de niño y miembro de caballo, le

sonrió y fue a la bañera, tocó el agua con la mano, y comenzó a

meterse; Cristina, comprobó la temperatura del agua, la reguló un poco

y llenó sus manos de gel, iniciando el enjabonado del pecho de Ricardo,

que se dejaba hacer, sin perder la sonrisa de su boca.

217
- ¿Te importa si me baño contigo? Así acabamos los dos a la vez.

- No me importa tita, aquí cabemos los dos.

Cuando cristina se quitó la bata, los ojos de Ricardo, parecieron

quedar prendidos de las enormes tetas de Cristina, también se fijó en

sus redondas y prominentes nalgas, cuando se giró para colgar la bata

en la percha y se las mostró en todo su esplendor.

Fue a sentarse Cristina frente a él y pasó sus piernas sobre las del

muchacho, luego comenzó a untar con gel su pecho grande y atlético y

también puso gel, en la manos del muchacho, induciéndolo a hacer lo

mismo que hacía ella; enseguida se afanó Ricardo en masajear las tetas

de Cristina, en untarlas con el suave gel, en acariciar sus pezones y sus

aureolas, en buscar en ellas cada recoveco.

Le ordenó Cristina al muchacho, que se girase, que le diera la espalda;

cosa que este hizo inmediatamente, de esta forma comenzó la

muchacha a untar y masajear su e spalda; luego lo enjuagó todo,

finalmente, le pidió que se pusiera de pie, mientras ella permanecía

sentada, de esta forma, pudo lavar todo su sexo, que ahora mantenía

una completa erección; introdujo Cristina su mano delicadamente entre

sus piernas, lavando testículo por testículo, frotando cuidadosamente,

despacio y con suavidad el gigantesco y grueso pene.

Le ordenó que se sentase frente a ella, para que el agua lo enjuagara

todo; pero volvió a untar de gel el poderoso miembro, luego subió sus

nalgas encima de las caderas de Ricardo, y ayudó con su mano a que el

218
enorme miembro, comenzase a penetrarla; mientras ella se agarraba

con fuerza a los hombros del muchacho.

Ayudado por el suave gel, no le resultó difícil al miembro penetrar, a

pesar de su grosor, pero pronto sintió Cristina, que llegaba hasta el

fondo de su vagina; debía tener cuidado, podía hacerle daño; aunque el

tremendo placer que la invadió, pronto la hizo olvidarse del

inconveniente; lo que comenzó a sentir, fueron los espasmos de su

vagina, que excitada, comenzaba a contraerse y extenderse, comenzaba

a apretar con fuerza aquel grueso miembro.

Quizás por eso, no tardó en eyacular Ricardo, sintió cristina como el

calido y viscoso semen, inundaba el fondo de su vagina, al mismo

tiempo que ella sentía un segundo orgasmo, que la llenó de placer.

Decidió Cristina que debían salirse del agua e ir ya a la cama, así que

se esmeró en enjuagarlo todo, luego salió del agua, se colocó su

albornoz y le indicó a Ricardo que saliera también de la bañera; lo secó

con esmero y delicadeza y le puso una bata, tras esto, lo condujo a la

cama, donde ella se despojó de su bata y también lo desnudó a el,

ambos desnudos se introdujeron bajo las sabanas.

Arropados, las manos de Ricardo, comenzaron a acariciar los pechos

de Cristina, poco después buscaron sus nalgas, todo aquello era un

mundo de juegos para el muchacho, que enseguida volvió a tener una

erección; no se había equivocado Cristina, al provocar el primer

orgasmo del muchacho en la bañera; sin duda debido a su juventud,

219
mantenía una gran capacidad sexual; por lo que ahora en el segundo

coito, necesitaría más tiempo y le proporcionaría a ella mayor placer.

Cuando la mano izquierda de Cristina, que mantenía agarrado el

miembro de Ricardo; aunque no podía abarcarlo, debido a su grosor, lo

animó a que se subiera sobre ella y lo condujo hasta el lugar que debía

entrar, entre sus piernas.

No retiraba Cristina la mano del miembro del muchacho por dos

razones, para moverlo y ayudar a su penetración y para evitar que

entrara demasiado rápido y pudiera hacerle daño, pero lo guió con

mucha maestría, hasta que lo sintió dentro por completo; luego retiró su

mano, permitiendo que llegara hasta el fondo.

Pasó cristina sus piernas por detrás de las de Ricardo, abrazando con

ellas las nalgas del Muchacho y dejando que este se esforzara en

moverse, en contorsionarse en dar adelante y atrás; sabía Cristina que

esta vez tardaría más en eyacular, así que se ocupo ella en entregar se al

propio placer, en sentir el mayor numero de sensaciones, e n gozarlas

con mayor intensidad, en llegar a su éxtasis.

Al menos media hora tardó el muchacho en eyacular, a pesar de

emplearse a fondo en acariciar todo su cuerpo, en chupar sus tetas, en

agarrar con toda la fuerza de sus dedos, las prietas nalgas de Cristina;

en ese tiempo, tuvo Cristina tiempo de sentir al menos cinco orgasmos.

Cuando ambos acabaron, se ocupó Cristina de arroparlo y arroparse y

ambos se quedaron dormidos, placidamente abrazados; no separaba

220
Ricardo, una de sus manos, de las tetas de la muchacha, aunque estaba

dormido, continuaba acariciándola.

Cuando eran algo más de las tres de la madrugada, en una de las

vueltas que dio Cristina en la cama, se despertó y quedó mir ando al

muchacho; era realmente bello y dormido, mucho más; no pudo reprimir

el deseo de tocar a Ricardo y su mano, buscó bajo las sabanas y tropezó

con la polla del muchacho, que estaba ahora en una flácida erección, así

que decidió agarrarla con suavidad, sentirla, sopesarla, mientras

recordaba todo el placer que le había proporcionado.

Bajo la suave presión de la mano de la muchacha, el órgano, parecía

comenzar a despertarse, como si latiera al ritmo de su corazón; a cada

latido, se hacía un poco más grande, un poco más dura; no tardó en

presentar una erección en toda regla; pero el muchacho seguía

durmiendo; ella tuvo una ocurrencia, se dio media vuelta y sin soltar la

polla, colocó sus nalgas frente a las caderas de él y comenzó a restregar

el miembro en erección por entre sus piernas, por detrás, recorriendo

arriba y abajo el canal que había entre sus glúteos.

Casi sin darse cuenta, la cabeza del enorme miembro comenzó a

introducirse entre sus muslos primero y en su vagina después; comenzó

luego a empujar hacia atrás con sus nalgas y a abrirlas con sus manos,

hasta que poco a poco se introdujo casi por completo; decidió entonces

permanecer quieta, sintiendo la polla dentro de ella, dándole masajes

con las rítmicas contracciones de su vagina.

221
De nuevo pudo sentir varios orgasmos y en uno de ellos, quedó

sumida en un profundo y placentero sueño, que la llevó hasta la

mañana, hasta que la despertó el sol que entraba a raudales por la

ventana de su dormitorio.

Se puso Cristina una bata, solo la bata sobre su piel, y fue a preparar

un café en la cocina; el pitido de la cafetera, despertó a Ricardo, que

también recogió su bata del suelo y se la colocó; le preguntó Cristina

por lo que quería para desayunar; su respuesta fue que quería leche con

cacao y azúcar.

Después de que Cristina diera algunos sorbos a su café y de que

Ricardo, tomara asiento en uno de los dos taburetes que había frente a

la barra que separaba la cocina del pequeño salón.

Al sentarse, se abrió la bata de Ricardo, que calló a lo largo de sus

piernas, dejando al descubierto sus órganos sexuales; Cristina se quedó

mirando la entrepierna del muchacho, su enorme polla en erección; se le

acercó entonces, hasta dejar sus tetas frente a él, luego dejó que se

abriera su bata, dejándolas al descubierto, frente a su rostro, enseguida

se empleó en ellas el joven, tanto con la boca como con las manos;

estas manipulaciones incrementaron su erección.

Lo cogió de las manos, le quitó la bata y lo sentó en un amplio y gran

sillón, sin brazos; luego, Cristina dejó caer su bata y se puso de pie en

el asiento del sillón, colocando sus pies al lado de las caderas del

222
muchacho, se agachó y agarró el miembro con su mano izquierda

llevándolo hasta su vagina.

Una vez estuvo la polla en su lugar, comenzó Cristina a hacer suaves

sentadillas sobre ella, permitiendo que entrara y saliera, despacio, con

suavidad; mientras Cristina se empleaba en esto, Ricardo, llevaba sus

manos hora a las tetas, hora a las nalgas de la muchacha y disfrutaba

del momento de forma ostensible.

- Así Ricardo, fóllame, acaríciame, chupa mis tetas, agarra mis

nalgas y mis piernas.

- Siento mucho placer tita Cristina, creo que voy a morir de placer.

- ¿Te gusta hijo? ¿Vendrás a dormir conmigo otro día?

- Si quiere mi padre, vendré todos los días; de verdad que voy a

morir de gusto, eres mi tita favorita.

Terminó Cristina por sentarse sobre las caderas de Ricardo,

concentrando toda su voluntad, sobre las contracciones de su vagina y

sobre las caricias que le dedicaba el muchacho; esto le hizo entrar en un

orgasmo continuado, que no terminó hasta que la calida eyaculación del

joven, llenó de calor el fondo de su vagina.

Tardó unos minutos Cristina en tomar la decisión de apearse de las

caderas de su macho; entonces, ambos tomaron una ducha y terminaron

de vestirse, para poder salir a la calle; la mañana era fantástica, fría pero

despejada y luminosa.

223
Mientras caminaban por la acera de la concurrida avenida, Ricardo no

soltaba la mano de su tía Cristina, jugaba con ella como lo hace un niño

de ocho años; reía y la miraba con sus ojos infantiles y candorosos.

Dejó Cristina al muchacho en casa de Remedios, ella se encargaría de

devolverlo a su padre; cuando se despidió la muchacha, Ricardo le dio

dos besos en las mejillas, le dijo a remedios que vendría a comer con

ella el día siguiente, sobre las dos.

224
EPÍLOGO

Las clases continuaban con su monótona cadencia y pronto llegaron

los exámenes de junio; el calor se hacía ya dueño de la ciudad, pero las

noches eran maravillosas; a Cristina le encantaba quedarse a estudiar en

la enorme terraza del piso, del que había pasado a ser su casa; la suya y

la de Pedro, aunque él venía poco por la ciudad.

Ahora, durante la época de exámenes, la había relevado Pedro, de sus

obligaciones sociales; de acompañarlo a los actos públicos y sociales a

su trabajo de representación social, de acompañar a su marido.

Los exámenes marchaban muy bien, la mayoría de asignaturas las

había aprobado por parciales y no tenía que presentarse al final, aunque

en alguna, lo hacía para mejorar nota.

Con su amiga Remedios, mantenía una relación distendida, fructífera y

placentera; le proporcionaba los mejores casos, los más interesantes;

indudablemente le debía mucho; el asunto de su virginidad, lo resolvió

muy satisfactoriamente, tanto que Pedro le pidió el certificado del

mismo médico que le había hecho la intervención, resultó ser el

225
ginecólogo, amigo personal del alcalde; por lo que no hubo ningún

problema, ni siquiera hizo falta que la revisara.

En el pueblo todo marchaba muy bien y Pedro, se portaba muy bien

con sus padres; una de las cosas con las que más disfrutaba Cristina,

era con sus visitas a la finca “La Serrana”, donde montaba a caballo y

disfrutaba de la extraordinaria fauna y flora en las fechas de vacaciones.

También se ocupaba Remedios de satisfacer sus necesidades

sexuales, por cierto, veía con cierta frecuencia a Ricardo, pero también a

otros no menos interesantes.

Todo aquello cambió tres años más tarde; cuando tras los exámenes

de Junio, tomaron la decisión de que ya era hora de que Cristina tuviera

un hijo, mediante inseminación artificial; cuando Cristina tuvo certeza

de su embarazo, todo cambió y decidió dedicar su vida a su hijo y a su

profesión, sin ninguna concesión a otras costumbres y placeres.

Cuando le comunicó su decisión a su amiga Remedios, esta la

aplaudió y se volcó con ella; cuando salía de su casa le dijo:

- Sabes que siempre seré tu amiga y que aquí me tendrás, la vida

suele hacerse muy larga, tú siempre me tendrás amiga Cristina,

seré el consuelo de tu aburrimiento.

FIN

226
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