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Según la escala de FIES, un instrumento de medición de la FAO, que nos permite conocer el
grado de inseguridad alimentaria grave, las mujeres en todas las regiones del mundo tienen una
mayor probabilidad de padecer inseguridad alimentaria.
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Parte de las mujeres que se encuentra en el sector rural participan en a actividades agrícolas.
Sin embargo, existe un tipo de trabajo que no se cuenta en las estadísticas oficiales, el que
desarrollan las mujeres en sus huertas caseras, en su mayoría utilizado para agricultura de
subsistencia o pan coger.
La mayor parte de las mujeres rurales ocupadas lo hace como trabajadora por cuenta propia
(37%), seguido de las asalariadas (33%). Una franja importante se desempeña como
trabajadora familiar no remunerada.
Podemos decir que la participación de las mujeres rurales en trabajos fuera del hogar no se
realiza en situación de igualdad ya que existen importantes diferencias en la distribución del
tiempo dedicado a trabajos remunerados y no remunerados, al doméstico y de cuidados.
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Aún más preocupante es, partir de las desigualdades de la mujer rural hacia la violencia de
género, en la cual se pasa de una situación de falta de paridad a una donde se imponen
diferencias agresivamente desde el punto de vista físico, psicológico y económico.
La cultura patriarcal justifica, incluso “autoriza”, que el varón ejerza violencia contra la mujer.
Ocurre cuando su objetivo es “corregir” comportamientos que se salen de la norma, que no se
adecuan al rol esperado de madre, esposa y ama de casa.
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En materia de derechos de las mujeres a la tierra, son varias las formas de desigualdad que se
registran en la región. Además de su acceso limitado a la tierra, las áreas que están bajo
responsabilidad de las mujeres son la mayoría de las veces áreas menores que las de los
hombres, y presentan menor calidad para la producción.
El Atlas de las Mujeres Rurales de América Latina y el Caribe (2017) muestra que aún no se
pueden evaluar los avances en esta materia de forma adecuada, ya que faltan mecanismos
efectivos para la implementación de estas políticas y para la evaluación de los resultados
alcanzados. En la actualidad aún existen limitaciones en los instrumentos de recolección de
información, lo que limita también el monitoreo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible
Ballara, M y Parada, S. (2009). El empleo de las mujeres rurales: lo que dicen las cifras. FAO-
CELAC. Recuperado de http://www.fao.org/3/a-i0616s.pdf
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En las zonas rurales de la región –y de acuerdo con los roles asignados por la sociedad– las
mujeres han sido y son las principales responsables de la reproducción de sus familias, para lo
cual han desarrollado múltiples estrategias de subsistencia, bajo las condiciones de pobreza y
extrema pobreza prevalecientes allí.
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Cada vez más, los hogares de bajos ingresos del sector rural dependen de dinero en efectivo
para cubrir sus necesidades –incluidas las de alimentación– por lo que el trabajo en condiciones
dignas es un elemento clave para su seguridad alimentaria. En este marco, las mujeres de estas
zonas deben diversificar cada vez más sus medios de vida, ya sea gracias a empleos agrícolas y
no agrícolas o migrando a las ciudades, entre otras estrategias.
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Se entiende por relaciones de género aquellas que son consecuencia de la diferente inserción
de hombres y mujeres en la familia y en la sociedad, y de la asignación cultural de roles
diferenciados: los hombres reciben la responsabilidad de ser proveedores del hogar y las
mujeres las de la crianza de hijos e hijas y el cuidado del hogar. Como resultado de esta diferente
asignación de roles, culturalmente se asocia a los hombres con la producción y a las mujeres con
la reproducción. La consecuencia de ello ha sido la tardía incorporación de las mujeres al mundo
del trabajo y su consideración, en muchos casos, como fuerza de trabajo secundaria.
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Para esta nueva concepción, lo rural está definido por una red de relaciones sociales
caracterizadas por una serie de rasgos particulares, pero no exclusivos, tales como una particular
relación con el territorio y la naturaleza como fuente de recursos; la proximidad dada por la
convivencia en torno a un espacio común relacionado con los recursos naturales; la relativa
estabilidad, en el tiempo, de lazos sociales y la superposición de relaciones afectivas y de
parentesco, que tienden a estrechar los lazos sociales y a personalizar el trato, dándose una
combinación de estos atributos. (Moreno, 2005).
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Las mujeres son parte fundamental de las economías rurales de los países en desarrollo
Los hogares rurales en el mundo se ven afectados por (cambio climático, despoblación, falta
de comunicación, vías, infraestructura, olvido del estado, envejecimiento) se constituyen
entonces como hogares complejos donde es necesario abordar su sostenimiento desde
diferentes estrategias. Las actividades que se realizan en los hogares rurales incluyen entonces
la producción agrícola, el cuidado de animales, la elaboración y preparación de alimentos, el
trabajo asalariado en agroindustrias u otras empresas rurales, la recolección de combustible y
agua, la participación en el comercio y la comercialización, el cuidado de los miembros de la
familia y el mantenimiento de sus hogares. Muchas de estas actividades, aunque ocupan
tiempo y hacen parte del bienestar integral del hogar, no se definen como “empleo
económicamente activo” por lo que no son remunerados y en algunos casos poco valorados.
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Son las mujeres africanas quienes presentan tasas de participación en la fuerza laboral rural
más elevadas. Esto se debe a las normas culturales, las cuales fomentan la autosuficiencia
económica de las mujeres asignándoles una responsabilidad importante en la producción
agrícola.
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Las mujeres de Asia oriental y sudoriental también contribuyen de forma muy sustancial a la
fuerza laboral agrícola, llegando a niveles en promedio como los de las mujeres africanas
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Para los países de América Latina la participación de la mujer en la fuerza laboral agrícola es
mucho menor que en otras regiones de países en desarrollo.
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Sin embargo, estas estadísticas de participación de la mujer rural pueden estar subestimadas,
ya que por cuestiones culturales las mujeres llegan a dejar de clasificar como trabajo algunas
actividades que realizan en su vida diaria. Asimismo, la mayoría de mujeres rurales no llegan a
constatar que se dedican a la agricultura, y además trabajan, en promedio más horas que los
hombres. Todo esto nos lleva a sospechar que, aunque en los casos donde existe menor
participación femenina en el sector rural, las mujeres podrían tener una mayor importancia, e
incluso, llegar a tener una mayor participación laboral agrícola efectiva que la señalada por las
encuestas.
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Generalmente las mujeres además de dedicar parte del tiempo a tareas de producción agrícola
suelen ocuparse en la preparación de alimentos, cuidado infantil y otras responsabilidades del
hogar.
Las tareas en el hogar son generalmente asignadas por razones de género y aunque estos roles
sociales se encuentran en constante cambio y difieren según la cultura, son las mujeres las que
se encuentran en mayor medida afectadas por esta asignación, pues si contamos todo el
tiempo empleado en las diferentes tareas relativas al hogar, en todas las regiones los estudios
sobre usos del tiempo demuestran que las mujeres rurales trabajan mucho más tiempo que los
hombres.
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América latina se constituye como una de las regiones donde existe una mayor posibilidad
para el desarrollo y crecimiento de la fuerza laboral agrícola femenina, pues es en esta región
donde existe una menor empleabilidad de las mujeres. Siendo la agricultura una fuente de
empleo relativamente pequeña y con menor probabilidad para que las mujeres trabajen.
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Según () se mantiene que, para el sector rural, en promedio, las mujeres reciben menos salario
en un mismo puesto de trabajo, con niveles de educación y experiencia similar, lo que
mantiene la brecha salarial por razones de género y confirma una situación de discriminación y
segregación.
Los usos y costumbres, la cultura y diferentes imposiciones sociales hacen que la mujer adopte
roles determinados en los sectores agrícolas y fases de la cadena de producción, tareas como
la siembra que son principalmente femeninas en algunos países, limitan las posibilidades y el
crecimiento profesional femenino, llevándolas a una posible trampa de pobreza con salarios
bajos y empleo precario en sectores donde son impuestas sus labores por razones de género.
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Las mujeres suelen ganar menos que los hombres a igualdad de cualificaciones, en parte como
consecuencia de la discriminación y la segregación ocupacionales.
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Resulta mejor entonces para las mujeres trabajar en el sector agroindustrial, cadena de valor y
servicios complementarios, que en la agricultura a pequeña escala o en las explotaciones
familiares, ya que a menudo este tipo de trabajo tiende a entenderse como una ayuda
complementaria y mano de obra familiar no remunerada.
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Las mujeres constituyen, por término medio, el 43 % de la fuerza laboral agrícola de los países
en desarrollo, cifra que oscila entre aproximadamente un 20 % en América Latina y un 50 % en
determinadas partes de África y Asia, y supera el 60 % en unos pocos países solamente (FAO,
2010a).
Son las mujeres las que se ocupan en su mayoría de las actividades no remuneradas,
encargadas del cuidado del hogar y crianza de hijos. Estos roles y normas si bien cambian
según la cultura y la época, actualmente en una gran cantidad de países, la preparación de
comidas, tareas domésticas y cuidados de personas en el hogar se encuentra a cargo de las
mujeres. Estas tareas de cuidado al combinarse con el trabajo agrícola hacen que el empleo del
tiempo de las mujeres en zonas rurales sea mayor que el de los hombres, lo que lleva a la
mujer rural a una situación de desventaja, ya sea porque no posee el mismo tiempo que el
hombre para realizar trabajos remunerados o porque dispone de menos tiempo para otras a
actividades que mejoren notoriamente su calidad de vida (ocio, educación). Para el caso
africano, las mujeres rurales se encuentran en una situación en extremo desigual en cuanto a
uso del tiempo, pues a pesar de trabajar en actividades de producción agrícola en promedio el
mismo tiempo que los hombres, poseen una carga de tareas del hogar significativamente
mayor.
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Las políticas pueden influir en los incentivos económicos y las normas sociales que determinan
si las mujeres trabajan, los tipos de trabajo que realizan y si estos se consideran una actividad
económica, la cantidad de capital humano que acumulan y los niveles salariales que reciben. El
aumento de la participación femenina en la fuerza laboral tiene consecuencias positivas en el
crecimiento económico (Klasen y Lamanna, 2009).