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Vladimiro Illich Montesinos Torres, hijo mayor del escribano Francisco

Montesinos y Montesinos y de Elsa Torres Vizcarra, primero de cinco que el


matrimonio tuvo en común, nace en un hospital estatal de la ciudad de
Arequipa en 1945. Proviene de una familia arequipeña de abolengo, destacada
en su región más bien por su activa participación en los ámbitos político,
artístico y de las humanidades que por su opulencia y fortuna. Una tía suya,
Adela, era poeta; un hermano de su padre, José Benito, era músico talentoso,
profesor y director de un colegio nocturno; otro, Domingo, fue médico pediatra y
dirigente del Partido Comunista, siendo encarcelado en la década de 1930
debido a su militancia política. Pero fue aun otro hermano de su padre quien
tendría mayor influencia sobre el joven Vladimiro: el abogado Alfonso
Montesinos, quien llegaría a senador de la República por el partido Acción
Popular en 1956. Se trataba de un hombre hecho al hábito de adquirir y
conservar toda clase de papeles, documentos, expedientes y recortes
periodísticos que pudieran eventualmente redituarle beneficios políticos; en su
archivo podía hallarse gran diversidad de información seleccionada sobre los
personajes más importantes de su entorno.

El padre de Vladimiro era un provinciano de ascendencia aristocrática


pero caído en desgracia, fracasado y pobre. Francisco Loayza, principal
biógrafo y antiguo amigo de Vladimiro, cuenta que el padre solía levantar a sus
hijos muy temprano en la mañana obligándolos a cantar el himno de la
Internacional Socialista. Muchos rumores sostienen que era un hombre
excéntrico que acostumbraba atormentar a su familia tanto física como
psicológicamente. Se dice que se solazaba colocándose al interior de un ataúd
en la puerta de su casa a la vista de los transeuntes durante horas. Los más
afectados por el acoso permanente de Francisco Montesinos serían su hijo
Vladimiro y su esposa Elsa, madre de todos sus hijos, quien murió
tempranamente, habiendo sido por largo tiempo víctima de aquél. En una
oportunidad, narra Loayza, durante la segunda mitad de la década de 1970, le
pidió Vladimiro, siendo ya militar y encontrándose en un estado de extraña
turbación y sobresalto, que lo acompañase, pero sin darle mayores
explicaciones; en su automóvil lo condujo a Balconcillo, un barrio de Lima,
llegando a una habitación en un edificio viejo donde yacía el cadáver todavía
fresco de su padre. Aparentemente se había suicidado por sobredosis de
pastillas. Vladimiro le pregunta a Loayza: “¿Tú crees que la muerte de este hijo
de puta afecte mi carrera?”; Loayza le respondió, conteniendo la gran sorpresa
que le producía situación tan insólita, que evitara un escándalo de la prensa,
recomendándole además la conveniencia de que un médico del Ejército
certificara el deceso. Francisco Montesinos fue velado en el Hospital Militar, no
obstante las circunstancias que rodearon su muerte permanecen oscuras.
Loayza, por esta época, era su único amigo y confidente, como los tuvo
poquísimos Vladimiro; habría sido el testigo clave para su coartada en caso
fuera él mismo acusado por la muerte de su padre. De cualquier modo, nos
queda clara la naturaleza de la relación habida entre ambos hombres, padre e
hijo.

Desde entonces el prontuario criminal de Montesinos ha ascendido a


una cantidad pasmosa de delitos cometidos, incrementada de manera muy
significativa desde su control omnímodo del poder político en el Perú en 1992,
en complicidad del presidente Fujimori. Entre varios, principalmente: asesinato,
genocidio, tortura y secuestro (crímenes de lesa humanidad); negociaciones
ilícitas, lavado de dinero, narcotráfico y contrabando de armas; corrupción
activa, pasiva y de funcionarios públicos; fraude, coacción, extorsión y
chantaje; enriquecimiento ilícito y robo, falsedad material, ideológica y genérica;
quebrantamiento del orden constitucional, destrucción de las instituciones del
Estado y fraude electoral; amenaza e intimidación de funcionarios públicos y
violación del fuero parlamentario; ocultamiento de pruebas de delitos,
simulación de comisión de delitos, tráfico de influencias, encubrimiento de
delitos; abuso de autoridad; peculado, malversación, concusión y exacciones
ilegales; calumnia y difamación a través de la prensa; espionaje, interceptación
de comunicaciones, violación de la libertad de expresión y de la intimidad
individual; lesiones graves, conspiración, terrorismo, felonía y traición a la
patria; además de inducir a jueces y magistrados a prevaricato, detenciones
ilegales, denegación de la jusiticia y omisión de debido proceso y de aplicación
de acciones penales; etc.

En cuanto a la personalidad de Montesinos, Loayza la califica de


“gélida”. Es un hombre de mentalidad fría, con ambición desmesurada de poder
y control, muy persuasivo –con suficientes medios para serlo–, tenaz, en
extremo reservado, discreto y cuidadoso aunque en apariencia tales atributos
pudieran parecer contradictorios en virtud de toda la evidencia delictuosa que
legó intencionalmente. Más allá de su tendencia incriminatoria y vengativa que
ya mencionamos, está un especial goce perverso radicado en la preservación
de “sorpresas” destinadas en el momento más inesperado a desconcertar a sus
rivales o competidores, induciéndolos a caer en trampas o “creando paranoias”,
como hiciera con Fujimori, un individuo ya de por sí muy suspicaz. Valoramos,
asimismo, como perversa la relación cuajada entre ambos. El juego perverso
particular de estos dos personajes se empata como el de dos medias naranjas;
consiste en la duplicidad sometimiento-complicidad, que puede implicar incluso
un vínculo más firme y sólido que el de muchas relaciones heterosexuales a
través del tiempo. Es parecido al juego sadomasoquista. Digamos,
simplificando, que la función del sádico es la de someter, en general, en todas
las reverberaciones que el término entraña. Del otro lado, el masoquista opta
por ser sometido por él y en complicidad suya. Esta relación no se diferenciaría
demasiado del resto de las relaciones amorosas si no fuera porque ninguno de
ambos agentes tiene muy claro dónde y cómo termina el juego. ¿Cómo puede
serse cómplice si se está realmente sometido? El sometido no necesita acordar
nada para ser oprimido contra su voluntad. Y el que sojuzga y somete ¿cómo
puede coludirse en ello con su propia víctima? El sádico no tiene que pedir
permiso para usar al otro, y si lo hace desvirtúa su función sádica. Y el
masoquista tiene que sufrir realmente, no impostar. Entonces ¿están ambos de
acuerdo o no? No obstante, sí. Por eso ambas posiciones aunque no
necesariamente complementarias del todo, son perversas. Como decimos, algo
muy parecido a la distribución de roles sostenido entre Fujimori y Montesinos.
Al último lo calificaríamos, con mayor precisión de sádico moral. En cambio, el
masoquismo moral no es su contrapartida ni tampoco es aplicable a Fujimori,
porque se supedita a motivaciones diversas (sentimiento inconsciente de culpa,
necesidad de castigo).
Considerando la procedencia pobre, marginal y postergada de ambos
personajes, nos sería más sencillo adscribir su criminalidad a tal origen,
argumentando “sentimientos de inferioridad” o “baja autoestima”; pero no
vamos tan lejos, y estimamos más bien lo contrario. Ambos dueños de una
peculiar megalomanía y de un intenso amor al dinero; el uno va por el
autoritarismo y la figuración y el otro por la concentración real del poder y la
manipulación. Pero admitimos, aunque no como un factor determinante o
prevalente el ciclo privación-frustración-hipercompensación reactiva criminal
por supuestas injusticias socioeconómicas cometidas contra ellos, lo que
implica lesiones narcisistas consiguientes. En los términos mecánicos de
acción-reacción lo plantearíamos con la declaración «¿Por qué a mí?»-«¡Ahora
me toca!». Más adelante desarrollamos elaboraciones sobre la estructura
íntimamente perversa de Montesinos.

Cotejo psiquiátrico

El material biográfico reunido y la abundante documentación histórica


incriminatoria disponible, que incluye testimonios y evidencias como “cuerpos
del delito” y grabaciones de audio y video, nos permite aventurar algunos
diagnósticos psiquiátricos para Montesinos en concordancia con el Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) vigente a nivel
internacional desde 1995.

1. El trastorno antisocial de la personalidad (denominado también


“psicopatía” o “sociopatía”), se caracteriza por un “patrón general de
desprecio y violación de los derechos de los demás”. En el caso de
Montesinos, se manifiesta en por lo menos 3 ítems, suficientes para su
diagnóstico:
a) (ítem 1) “fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que
respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar
repetidamente actos que son [o “deberían ser”, acotamos] motivo
de detención”;
b) (ítem 2) “deshonestidad, indicada por mentir repetidamente,
utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio personal
o por placer”;
c) (ítem 7) “falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o
la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros”.

Sobre sólo uno de los cuatro criterios para el diagnóstico de trastorno antisocial
de la personalidad no disponemos de información corroborativa o confirmatoria.
El criterio C: “Existen pruebas de un trastorno disocial que comienza antes de
la edad de 15 años”. El trastorno disocial es un equivalente del trastorno
antisocial de la personalidad en la infancia. No obstante es muy probable que
dicho trastorno se haya presentado en el caso de Montesinos, y nos damos por
satisfechos con los datos disponibles, reiterando nuestra presunción
diagnóstica.
Las características principales de la personalidad antisocial son la
reincidencia persistente en conductas de engaño y manipulación en las
relaciones sociales, donde los derechos básicos de los demás son atropellados
y violentados seriamente. En estos individuos existe un profundo desprecio
hacia los deseos, derechos o sentimientos de los demás, y la razón de su
comportamiento está ligada a la consecución de provecho y placer personales.
Sus justificaciones suelen ser superficiales y cínicas, culpando a sus víctimas
de ser tontos, débiles o de merecer su suerte, menospreciando el perjuicio que
causan o, simplemente, mostrando una indiferencia absoluta. También pueden
expresar una visión negativa y pesimista o nihilista de las relaciones humanas y
del mecanismo del mundo en general (“Todo es una cochinada y por eso todo
vale”, “Sólo es el más vivo el que triunfa”, etc.). Se observa en ellos, de manera
pronunciada, carencia de empatía, insensibilidad y cinismo. Pueden ser,
asimismo, arrogantes, engreídos, autosuficientes, obstinados, persuasivos y
fanfarrones; mostrar labia, encanto superficial y adaptabilidad camaleónica a
las diversas situaciones, simulando familiaridad y confianza hacia interlocutores
a quienes pretenden explotar, manipular, estafar o engañar. El maltrato en la
infancia y el comportamiento inestable o voluble de los padres son factores
demostrados que potencializan la posibilidad de la gestación de un trastorno
antisocial para la vida adulta. Como es también el caso de Montesinos, el
trastorno antisocial de la personalidad se asocia con frecuencia a la
procedencia de un “bajo status” socioeconómico y al medio urbano.

La escuela psiquiátrica alemana clásica consideraba al “psicópata


perverso”, además de impedido de juicio moral (moral insanity dirían los
ingleses), como desprovisto de todo sentimiento social o altruista de
solidaridad, compasión, fraternidad y de respeto hacia los derechos de los
demás. El psicópata parece no comprender el valor y sentido de su
subordinación al orden legal y la civilidad, guiándose en cambio por
motivaciones egoístas prescindentes de toda otra consideración, buscando
únicamente su completa y perentoria satisfacción. También se observa en el
llamado psicópata perverso, una inversión de los afectos y la ética
convencionales y socialmente aceptados, en virtud de lo cual todo cuanto
pueda ser capaz de producir sufrimiento, repugnancia, horror, indignación o
vergüenza en los demás, es apreciado por él como fuente de placer y regocijo.
Dicha constante puede ser reconocida como morbosa por el propio
perverso, en cuyo caso los actos que practica no obedecen tanto al deseo
de satisfacerse en su ejecución, cuanto al goce que le proporciona
subvertir el orden y la moralidad como parámetros establecidos. Diremos
algo más respecto de esta constelación psicológica cuando nos refiramos al
sadismo y a otras perversiones.

2. El trastorno narcisista de la personalidad se caracteriza por “un


patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el
comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía,
que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos
contextos”. Para dicho diagnóstico se requiere de por lo menos 5 ítems
de 9, de los cuales los aplicables a Montesinos serían los siguientes:
a) (ítem 1) “tiene un grandioso sentido de autoimportancia (por
ejemplo, exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido
como superior, sin unos logros proporcionados)”;
b) (ítem 2) “está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder,
brillantez, belleza o amor imaginarios”;
c) (ítem 3) “cree que es «especial» y único y que sólo puede ser
comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas
(o instituciones) que son especiales o de alto status”;
d) (ítem 6) “es interpersonalmente explotador, por ejemplo, saca
provecho de los demás para alcanzar sus propias metas”;
e) (ítem 7) “carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse
con los sentimientos y necesidades de los demás”;

La personalidad narcisista asume con naturalidad la obsecuencia


incondicional y las alabanzas por supuestos dones o talentos singulares,
pudiendo reaccionar airadamente cuando se percibe privada de ellas. Esta
actitud conlleva a los sujetos narcisistas (en el sentido patológico del término) a
infravalorar o despreciar los méritos ajenos, sintiéndose, en cambio,
entusiasmados por fantasías de éxito ilimitado, poder y admiración que
deberían reflejarse en la adquisición de gollerías y privilegios excepcionales. Se
sienten superiores al resto, autosuficientes y omnipotentes, y esperan ser
ampliamente reconocidos por ello, arrogándose atribuciones que no les
corresponden, inconsultamente, mediante la violencia o la manipulación. Estos
rasgos implican que toda demanda o exigencia debe serles cumplida bajo el
riesgo de una reacción brusca y desproporcionada en el caso de ser
contrariados. Al igual que en el trastorno antisocial, la personalidad narcisista
carece de la capacidad de empatía, mostrándose indolente ante el sufrimiento
y el daño que causa. Tienden a disertar extensa y detalladamente sobre sus
verdaderos o supuestos logros, proyectos e intereses, experimentando frialdad
o desprecio ante las preocupaciones de los demás. Se tornan muy susceptibles
a cualquier imaginado ultraje o a toda crítica, pudiendo, en tales circunstancias,
actuar de manera querulante y vengativa.

3. El trastorno paranoide de la personalidad se caracteriza por


“desconfianza y suspicacia general desde el inicio de la edad
adulta [el criterio de inicio no se ha podido identificar con certeza en
Montesinos], de forma que las intenciones de los demás son
interpretadas como maliciosas, que aparecen en los diversos contextos”.
Se manifiestan en por lo menos 4 de 7 ítems. Los correspondientes a
Montesinos vendrían a ser:
a) (ítem 1) “sospecha, sin base suficiente, que los demás se van a
aprovechar de ellos, les van a hacer daño o les van a engañar”;
b) (ítem 2) “preocupación por dudas no justificadas acerca de la
lealtad o la fidelidad de los amigos o socios”;
c) (ítem 3) “reticencia a confiar en los demás por temor injustificado
a que la información que compartan vaya a ser utilizada en su
contra”;
d) (ítem 5) “alberga rencores durante mucho tiempo, por ejemplo, no
olvida los insultos, injurias o desprecios”;
Las personalidades paranoides son muy poco dúctiles a intimar o confiar
en los demás porque temen que la información que compartan sea utilizada en
su contra. Pueden negarse a contestar preguntas personales, argumentando
que ello no es asunto de los demás o que no tiene importancia, manteniendo
en su vida, en general, una actitud de recelo y un culto por lo secreto,
interpretando los movimientos de quienes los rodean con intención de trampa y
traición. El menor desaire les suscita una enorme hostilidad y ojeriza muy
persistentes a través del tiempo, por lo que saben defenderse con rapidez y
astucia de los supuestos ataques inferidos. Pueden ser, además,
patológicamente celosos, reuniendo “pruebas” o “indicios” que respalden sus
sospechas y comprometan al supuesto culpable, pretendiendo mantener
control total y vigilancia cercana de aquellas personas relacionadas con ellos y
llevando “reglajes” y mecanismos de espionaje que los mantenga en situación
de vigilancia y ventaja contra sus enemigos. Son muy cautelosos y atentos a
las posibles amenzas, llevando una actitud de reserva y pareciendo fríos,
calculadores, desapasionados, “objetivos” y carentes de compasión. Se
vuelven, por necesidad, autónomos, autosuficientes y controladores. A menudo
culpan a individuos próximos a ellos de sus propios desaciertos, asumiendo
con velocidad su vindicación. Tienen la fuerte tendencia a inmiscuirse en
asuntos políticos, legales, de poder y jerarquía, donde pueden desplegar sus
aptitudes para la intriga y la truculencia, analizando a las personas con quienes
se interrelacionan según patrones estereotipados y rígidos (buenos/malos,
cooperador/obstructor, aliado/enemigo, etc.). Les atrae las formulaciones
simplistas y elementales del mundo y su organización, llegando al fanatismo y
a creencias y posiciones radicalizadas y extremistas en complicidad de quienes
comparten sus opiniones. En el caso de Montesinos, mencionamos, el
partenaire era Fujimori. Pueden, también, presentar episodios psicóticos
aislados y de corta duración en torno a temas de grandeza, persecución, celos
o envidia, por ejemplo. Existen antecedentes en la infancia y la adolescencia
que pueden prefigurar la aparición de la personalidad paranoide, como
comportamientos solitarios tendientes al aislamiento y actitudes poco sociables
e incluso autísticas, escasas relaciones con los compañeros, bajo rendimiento
escolar, susceptibilidad exagerada y pensamientos peculiares o “raros”.

Los trastornos de la personalidad a que hemos hecho referencia son trastornos


mentales caracterizados por patrones rígidos y permanentes de sentimientos,
pensamientos y conductas desviados substancialmente de la norma
convencional en la cultura a la que pertenece el sujeto. Muy a menudo una
persona es diagnosticable de más de un trastorno de la personalidad al mismo
tiempo, sin embargo, como lo indica la experiencia, es raro que los sujetos que
los padecen acudan de motu propio a la consulta clínica o que puedan ser
persuadidos por otros para que lo hagan, porque, en general, su trastorno sólo
los afecta en la medida en que su repercución sobre los demás les es motivo
de perturbación. Igual es el caso de las perversiones sexuales o “parafilias”. No
obstante, no se trata de un trastorno de la personalidad si la conducta y
experiencia interna, sea ésta antisocial, paranoide, narcisista, etc., responde a
la transcurrencia de otra enfermedad médica general o mental como una
psicosis (esquizofrenia, trastorno bipolar), una demencia, o bajo el influjo
temporal de sustancias psicoactivas como drogas o alcohol.

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