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Desde los inicios de la Iglesia, siempre ha tenido gran importancia la “Cena del
Señor”, y se ha constituido en el cetro que armoniza y estructura el culto cristiano; en
consecuencia la Eucaristía es a la vez el sacramento que le confiere la verdadera
identidad a la Iglesia. Si leemos los hechos de los apóstoles (2, 42) las primeras
comunidades cristinas “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la
comunión, a la fracción del pan, y a las oraciones”. Estas primeras comunidades
cristianas habían seguido fielmente el mandato de Jesucristo de realizar el memorial
de su pasión y muerte hasta que vuelva (1 Co 11, 23) misión que hasta el día de hoy la
Iglesia conserva con celosísimo cuidado.
Las Iglesia que han surgido después de la reforma protestante, han desechado
casi todos los sacramentos –por no tener un fundamento bíblico sustentable- y sólo se
han quedado con el Bautismo, que para ellos es el único sacramento que posee un
mandato explícito de Jesucristo. Sin embargo esta postura es muy obtusa, pues vemos
en le escritura continuas alusiones a los sacramentos que nosotros celebramos,
principalmente el de la Eucaristía, vemos además que existe una seria y visible
intención de Jesucristo de instituir los siete sacramentos que conocemos.
Actualmente para las Iglesias protestantes la Eucaristía no es más que una
“cena religiosa”, es puro circo, maroma y teatro. Pero para la iglesia es su corazón.
Tenemos el testimonio de mártires cristianos por todo el mundo que han sido capaces
de defender con su propia vida este sacramento, y sabemos que desde los primeros
siglos de la cristiandad, se ha celebrado la Eucaristía: sacramento que simboliza el
sacrificio de Cristo en la cruz, que no es otra cosa que el sacramento del cuerpo dado y
la sangre derramada de Jesucristo1. Ciertamente que muchos de nosotros no le damos
el valor que debería, ni alcanzamos a vislumbrar los misterios inalcanzables de lo que
celebramos; de manera que la celebración eucarística pasa ente nuestros ojos como
un rito que no tiene la mayor relevancia. Pero esto no de debe ser así. Muchos de los
problemas de los signo y de los sacramentos es que nosotros queremos verlos como
realidades mágicas, y aunque son signos sensibles de una realidad invisibles, no son
“sensitivos”, es decir, no producen sensaciones de placer, gusto, sentimiento, o la
sensación de sentirme salvado. Por eso es que nos cuesta tanto creer, y dar el
verdadero sentido a aquello que celebramos. Así lo entendió SantoTomás de Aquino
cuando realizó ese famoso himno Adorote debote, en el que expresa esa incapacidad
nuestra de abarcar e misterio, de poder contemplar con clara visión el “milagro
Eucarístico”, dice el himno que ante este sacramento nuestros sentidos no alcanzan a
percibir el misterio, se quedan bloqueados, incapacitados y que así como en la cruz se
mantenía oculta de divinidad de Jesucristo, del mismo modo ahora en la “Ostia
consagrada” se mantiene oculta no sólo su divinidad sino hasta su humanidad.
Yo no pretendo ser un experto ni ningún santo, ni mucho menos un
contemplativo de la Sagrada comunión, yo también me muevo entre tinieblas al
momento de contemplar la Eucaristía, pero me ha ayudado mucho el poder vivir la
Eucaristía en forma de pequeñas comunidades cristianas, en donde ha visto como la