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La afirmación de Bill Clinton de que los "derechos humanos" se han convertido en "el alma
de nuestra política extranjera" es decididamente un fraude. Sin duda su objetivo es
recuperar la disciplina y la obediencia después de la guerra de Vietnam. Prácticamente toda
la clase intelectual de Occidente ha aceptado el enunciado como una verdad legítima, o más
bien sagrada.
El tema de tapa del New York Times que informa sobre el reciente reclamo de Clinton a las
autoridades chinas para que protejan los derechos humanos, tuvo el siguiente titular: "El
presidente califica ciertos derechos de Universales". La norma generalmente aceptada para
los derechos humanos es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre,
considerada "derecho internacional consuetudinario" en los tribunales estadounidenses.
Pero contrariamente a lo que dice en gran medida la retórica, Estados Unidos adopta una
posición muy relativa en lo que tiene que ver con dicha declaración; incluso formalmente
reconoce sólo "ciertos derechos" de los enumerados allí.
También omitió el hecho de que quienes exhortaban a los tiranos soviéticos a observar el
Artículo 13(2) eran sus más dedicados oponentes. Este rito anual simboliza con bastante
precisión las actitudes elitistas con respecto a la universalidad de los derechos humanos: los
derechos son aplicables cuando los poderosos así lo declaran, un principio elemental
encubierto por los impresionantes despliegues de hipocresía y falsedad.
Fuera de fronteras
Según Lars Schoultz, prominente especialista académico en el tema Estados Unidos y los
derechos humanos en América Latina, la ayuda estadounidense "ha tendido a dirigirse
desproporcionadamente a los gobiernos latinoamericanos que torturan a sus ciudadanos,
(...) a los violadores de derechos humanos fundamentales relativamente notorios del
hemisferio". Clinton sigue la misma dirección: el principal receptor de la ayuda y la
capacitación militar de Estados Unidos es Colombia, donde los militares y las asociaciones
paramilitares tienen un registro aterrador en materia de derechos humanos, el peor del
hemisferio.
En otras latitudes, Estados Unidos (junto con Gran Bretaña y otros países) apoyó a Saddam
Hussein con entusiasmo en sus peores atrocidades, que se volvieron en su contra
únicamente cuando desobedeció órdenes -y luego lo volvieron a apoyar cuando masacró a
los rebeldes chiítas después de la Guerra del Golfo. En Indonesia, Suharto llegó al poder en
1965 con la masacre de miles de personas, en su mayoría campesinos sin tierra: una "atroz
masacre en masa" como la calificó el New York Times, que luego pasó a ponderar a los
"moderados" que habían traído "un rayo de luz a Asia", sumándose así al aplauso que
resonó en todo el espectro político por la peor masacre desde el Holocausto.
Suharto llegó a registrar uno de los peores índices en materia de derechos humanos,
invadiendo y anexando ilegalmente Timor Oriental, matando alrededor de un cuarto de su
población, siempre con el decidido apoyo de Occidente. Mientras tanto convirtió su rico
país en un "paraíso para los inversionistas", para quienes el único obstáculo era la creciente
corrupción y los robos perpetrados por la familia Suharto y sus asociados. La
administración Clinton trató a Suharto como "nuestro muchacho" cuando visitó
Washington. Al igual que en el caso de Saddam, Mobutu, Ceaucescu, Marcos, Duvalier,
Somoza, Trujillo y una larga lista de ladrones y asesinos, Suharto dejó de recibir los favores
de Washington recién cuando no cumplió más el papel asignado y perdió la capacidad de
controlar a la población.
Esto es tan solo la punta del iceberg. Es correcto que las personas reclamen y luchen por los
derechos que están proclamados oficialmente y que suelen ser utilizados por las potencias
como arma. No obstante, deberían hacerlo sin guardar demasiadas ilusiones sobre los
sistemas del poder y quienes los sirven.
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Uno de los tratados internacionales de derechos humanos más ratificados de la historia tiene sólo
tres países que no le han dado el visto bueno final. Somalia y Sudán del Sur son dos de ellos. El
tercero es Estados Unidos.
El tratado en cuestión es la Convención sobre los Derechos del Niño, que fue adoptado por Naciones
Unidas el 20 de noviembre de 1989 y establece los derechos básicos para los menores de 18 años: desde
la protección de cualquier forma de violencia hasta el respeto de sus visiones, pasando por la libertad
religiosa y el acceso a la información.
Más de 190 países forman parte de la convención y aunque Estados Unidos la firmó en 1995, nunca la
ha enviado al Senado para que sea ratificada. Eso quiere decir que si bien respalda los derechos descritos
en el documento, no está comprometido legalmente a acatarlos.
Para averiguar por qué el país se rehúsa a seguir el camino de casi todo el mundo, BBC Mundo contactó
al Departamento de Estado en Washington, al Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), a
una organización no gubernamental que apoya la ratificación y a una entidad que se opone a ella.
Lea también: El drama de los menores juzgados como adultos en EE.UU.
Cuestión de soberanía
La posición de Unicef
BBC Mundo habló con Susan Bissell, directora de la sección de protección infantil en Unicef,
para preguntar por la postura de esta agencia de la ONU sobre la no ratificación de Estados
Unidos.
"No puedo pensar en nada más importante que ver a EE.UU. y a cualquier otro país ratificar
este tratado".
Si bien hoy Estados Unidos llama la atención por la imposibilidad de ratificar la Convención, el país fue
uno de los más activos durante las negociaciones que llevaron a la adopción de la misma, apenas 11 días
después de la caída del Muro de Berlín.
Washington también la firmó (durante la administración del gobierno de Bill Clinton) y aún la considera
positiva.
Un funcionario del Departamento de Estado le envió a BBC Mundo una declaración escrita en la que
asegura que "la administración apoya las metas de este importante tratado de derechos humanos, a saber,
la protección del bienestar de los niños".
Pero hasta ahí llega el apoyo, pues ningún presidente estadounidense -demócrata o republicano- la ha
enviado para su ratificación al Senado, donde el listón es alto: se necesita una mayoría de dos tercios
para su aprobación, el mismo estándar necesario para cambiar la Constitución.
Y si bien el presidente Barack Obama dijo en 2008 que su gobierno la revisaría, el tema no ha cambiado.
Según el funcionario del Departamento de Estado, ahora hay "desafíos domésticos de implementación",
así como otros instrumentos de derechos humanos cuya ratificación es una "prioridad para la
administración". El Departamento de Estado se negó a darle a BBC Mundo una entrevista para ahondar
en estos argumentos.
La decisión del gobierno de no ratificar el documento alimenta una tendencia según la cual Estados
Unidos es reacio a adoptar tratados de derechos humanos. En muchos casos participa activamente en su
elaboración, pero luego duda en las últimas instancias, como le explicó a BBC Mundo Jonathan Todres,
profesor de la Universidad Estatal de Georgia especializado en derechos infantiles.
Le dice a BBC Mundo que los temas relacionados con los niños han recaído tradicionalmente sobre la
familia, que tiene "autoridad plena" sobre la educación, la disciplina y la religión de los menores hasta
que cumplen 18 años, siempre y cuando no estén abusando de ellos. Agrega que la autoridad competente
es local o estatal, e insiste en que el gobierno federal no debería involucrarse.
Explica que en este caso en particular, los encargados de la Convención ofrecen "instrucciones y
recomendaciones a varios países para que eliminen el castigo corporal, para que los padres ni siquiera
puedan disciplinar a sus hijos con una nalgada o para que los niños tengan una voz en su instrucción
religiosa".
"Me sentiría avergonzado si viviera en un país que estuviera dispuesto a empoderar a su gobierno federal
de tal manera que se involucre en las relaciones familiares más íntimas, apruebe leyes y luego se
presente a la examinación de un comité en Ginebra", concluye. El comité en esa ciudad suiza examina el
progreso de los estados miembro.
Y Groves no es el único que se opone. Basta una rápida búsqueda en internet para encontrar
organizaciones que creen que la Convención causa que los padres "pierdan su derecho a ser padres" y
"socava" a la familia con resultados frecuentemente "trágicos y devastadores" para los mismos niños,
como dice la entidad Parental Rights.
Pero esa misma búsqueda revela también que hay múltiples voces que están pidiendo que Estados
Unidos deje de ser una excepción y adopte el tratado como casi todo el mundo.
Lea también: Una caja de herramientas para ayudar a los niños en la guerra
Consecuencias negativas
Una de las personas que argumenta que Washington debería ser parte del tratado es Jo Becker, quien
trabaja en la división de derechos infantiles de la organización Human Rights Watch.
Ella le dice a BBC Mundo que algunas de las entidades que se oponen están haciendo una "lectura
errónea" de la Convención, en particular porque el documento reitera la importancia de los padres y su
rol en la educación de los niños.
Becker agrega que la oposición no es tanto legal sino política, pues la mayoría de las leyes
estadounidenses ya son compatibles con la Convención. La excepción más notable es que ésta prohíbe la
cadena perpetua sin libertad condicional, que es legal en Estados Unidos.
Image captionLa Convención es ampliamente apoyada alrededor del mundo, excepto en tres países.
El profesor Jonathan Todres opina en la misma línea. Dice que como hay consistencias claras entre la
ley estadounidense y la Convención, la implementación requeriría trabajo en pocas áreas.
Otro aspecto en que Becker y Todres están de acuerdo es que la no ratificación está generando
problemas concretos para los menores en el país.
Becker explica que al no ser parte de la Convención, el país no se ve obligado a evaluar sus leyes sobre
los menores ni a discutir cómo podría mejorar sus derechos. Y Todres agrega que la no participación de
Estados Unidos "debilita la habilidad del gobierno de defender a los niños alrededor del mundo".
Lo que sí cree este último experto es que, eventualmente, el país terminará por aprobar la Convención.
Lo que no sabe es cuándo.
Después de todo, él mismo recuerda otro ejemplo: Estados Unidos tardó 40 años en ratificar la
convención que prohíbe el genocidio.