Está en la página 1de 5

254 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

AVATARES DE LA T O R T U G A

Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de los otros.


No hablo del Mal cuyo lim itado im perio es la ética; hablo del
infinito. Yo anhelé com pilar alguna vez su móvil historia. La
v num erosa H id ra (m onstruo palustre que viene a ser una prefi­
guración o un emblema de las progresiones geométricas) daría
conveniente h o rror a su pórtico; la coronarían las sórdidas pe­
sadillas d e Kafka y sus capítulos centrales no desconocerían las
conjeturas de. ese rem oto cardenal alem án —Nicolás de Krebs,
Nicolás de Cusa-r que en la circunferencia vio un polígono dé
un núm ero infinito de ángulos y dejó escrito que una línea infi­
nita sería una recta, sería un triángulo, sería un círculo y sería
u na esfera (De docta ignorantia, I, 13). Cinco, siete años de apren­
dizaje metafísico, teológico, m atem ático, me capacitarían (tal
vez) para planear decorosamente ese libro.. In ú til agregar que
la vida me prohíbe esa esperanza, y aun ese adverbio.
A esa ilusoria Biografía del infinito pertenecen de alguna m a­
nera estas páginasT Str^propósifo* es registrar ciertos avatares de
la segunda paradoja de Zenón.
Recordemos, ahora, esa paradoja.
Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da una
ventaja de diez metros. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga
- corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decí­
metro; Aquiles corre ese decím etro, la tortuga corre un centím etro;
Aquiles corre ese centím etro, la tortuga un m ilím etro; Aquiles
Piesligeros el m ilím etro, la tortuga un décimo de m ilím etro y
así infinitam ente, sin a lc a n z a rla ... T a l es la versión habitual.
W ilhelm Cap'elle (Die Vorsokratiker, 1985, pág. 178) traduce el
texto original de Aristóteles: “El segundo argum ento de Zenón
es el llam ado Aquiles. Razohá que el más lento no será alcanzado
por el más veloz, pues el perseguidor tiene que pasar por el sitio
que el perseguido acaba de evacuar, de suerte que el más lento
siempre le lleva una determ inada ventaja”. El problem a no cam­
bia, como se ve; pero me gustaría conocer el nom bre del poeta
que lo dotó de un héroe y de una tortuga. A esos competidores
mágicos y a la serie
i i i i + .,.
10+1 + ---- - f ------ + ---------+ -------------
10 100 1000 10.000
DISCUSIÓN 255

debe el argum ento su difusión. Casi nadie recuerda el que lo


antecede —el de la pista—, aunque su mecanismo es idéntico. El
m ovim iento es imposible (arguye Zenón) pues el móvil debe
atravesar el m edio para llegar al fin, y antes el medio del medio,
y antes el m edio del medio, del m edio y an tes. . . 1
Debemos a la plum a de Aristóteles la comunicación y la pri
m era refutación de esos argumentos. Los refuta con una breve­
dad quizá desdeñosa, pero su recuerdo le inspira el famoso argu­
m ento del tercer hombre contra la doctrina platónica. Esa doc­
trin a quiere dem ostrar que dos individuos que tienen atributos
comunes (por ejemplo dos hombres) son meras apariencias tem­
porales de un arquetipo eterno. Aristóteles interroga si los m u­
chos hombres y el H om bre —los individuos temporales y el A rque­
tipo— tienen atrioutos comunes. Es notorio que sí; tienen los
atributos generales de la hum anidad. En ese caso, afirm a Aris­
tóteles, h abrá que postular otro arquetipo que los abarque a
todos y después un c u a r to ... Patricio de Azcárate, en una nota
de su traducción de la Metafísica, atribuye a un discípulo de
Aristóteles esta presentación: “Si lo que se afirma de muchas
cosas a la vez es un ser aparte, distinto de las cosas de que se
afirm a (y esto es lo que pretenden los platonianos), es preciso
que haya un tercer hombre. Es una denomiriación que se aplica
a los individuos y a la idea. Hay, pues, un tercer hom bre distinto
de los hom bres particulares y. de la idea. Hay al mismo tiem po
un cuarto que estará en la misma relación con éste y con la ideá
de los hombres particulares; después un quinto y así hasta el
in fin ito ”. Postulamos dos individuos, a y b, que integran el gé­
nero c. Tendrem os entonces
a + b = c
Pero tam bién, según Aristóteles:
a + b + c= d
a - |- b - l - c - j - d = e
a + b -f-c + d + e = f . . .

En rigor no se requieren dos individuos: bastan el individuo


y el género para determina?: el tercer hombre que denuncia Aris­
tóteles. Zenón de Elea recurre a la infinita regresión contra el
m ovim iento y el núm ero; su refutador, contra las formas u n i­
versales.2
1 Un siglo después, el sofista chino £lui Tzu razonó que un bastón al que
cercenan la mitad cada día, es interm inable (H. A. Giles: Chuang Tzu, 1889,
pág. 453) .
2 En el Parménide.« —cuyo carácter zenoniano es irrecusable— Platón dis-
256 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

El próxim o avatar de Zenón que mis desordenadas notas re­


gistran es Agripa, el escéptico. Éste niega que algo pueda p ro ­
barse, pues toda prueba requiere una prueba anterior (Hypoty-
poses, I, 166). Sexto Em pírico arguye parejam ente que las defi­
niciones son vanas, pues habría que definir cada una de las voces
que se usan y, luego, definir la definición (Hypotyposes, II, 207).
M il seiscientos años después, Byron, en la dedicatoria de Don
Ju an , escribirá de Coleridge: “I wish he w ould explain His
Explanation.”
H asta aquí, el regressus in in fin itu m h a servido para negar;
Santo Tom ás de A quino recurre a él (Suma Teológica, 1, 2, 3)
para afirm ar que hay Dios. Advierte que no hay cosa en el u n i­
verso que no tenga una causa eficiente y que esa causa claro está,
es el efecto de otra causa anterior. El m undo es u n interm inable
encadenam iento de causas y cada causa es un efecto. Cada estado
proviene del anterior y determ ina el subsiguiente/ pero la serie
general pudo no haber sido, pues los térm inos que la forijian son
condicionales, es decir, aleatorios. Sin embargo, el m undo es;
de ellos podemos inferir u n a no contingente causa prim era que
será la divinidad. T a l es la prueba cosmológica; la prefiguran
Aristóteles y P latón; Leibniz la redescubre.1
H erm ann Lotze apela al regressus para no com prender que
una alteración del objeto A pueda producir u n a alteración del
objeto B. Razona que si A y B son independientes, postular un
influjo de A sobre B es postular un tercer elem ento C, un ele­
m ento que para operar sobre B requerirá un cuarto elemento
D, que no podrá operar sin E, que no podrá operar sin F . . .

turre un argumento m uy parecido para demostrar que el uno es realmente


muchos. Si el uno existe, participa del ser; por consiguiente, hay dos partes
en él, que son el ser y el uno, pero cada una de esas partes es una y es, de
modo que encierra otras dos, que encierran también otras dos: infinitam ente.
Russell (Introduction to Mathematical Philosophy, 1919, pág. 138) sustituye
¡i la progresión geométrica de Platón una progresión aritmética. Si el uno
existe, el uno participa del ser; pero como son diferentes el ser y el uno,
existe el dos; pero como son diferentes el ser y el dos, existe el tres, etc.
Cliuang Tzu (Waley: Three Ways of ThOught in Ancient China, pág. 25) re­
curre al mism o interm inable regressus contra los monistas que declaraban
que las Diez M il Cosas (el Universo) son una sola. Por lo pronto - a r g u y e -
la unidad cósmica y la declaración de esa unidad ya son dos cosas: esas dos
y la declaración de su dualidad ya son tres; esas tres y la declaración de su
irinidad ya son c u a tr o ... Russell opina que la vaguedad del término ser
basta para invalidar el razonamiento. Agrega que los números no existen, que
son meras ficciones lógicas.
1 Un eco de esa prueba, ahora muerta, retumba en el primer verso del
Varadiso: "La gloria de Colviche tutto move".
DISCUSIÓN 257

Para elu d ir esa m ultiplicación de quimeras, resuelve que en el


m undo hay un solo objeto: una infinita y absoluta sustancia
equiparable al Dios de Spinoza. Las causas transitivas se reducen
a causas inm anentes; los hechos, a manifestaciones o modos de
la sustancia cósm ica.1
Análogo, pero todavía más alarm ante, es el caso de F. H.
Bradley. Este razonador (Appearance and Reality, 1897, páginas
19-34) no se lim ita a com batir la relación causal; niega todas las
relaciones. Pregunta si una relación está relacionada con sus tér­
minos. Le responden que sí e infiere que ello es adm itir la exis­
tencia de otras dos relaciones, y luego de otras dos. En el axioma
la parte es menor que el todo no percibe dos términos y la re­
lación menor que-, percibe tres (parte, ynenor que, todo) cuya
vinculación implica otras dos relaciones, y así hasta lo infinito.
En el juicio Juan es mortal, percibe tres conceptos inconjugables
(el tercero es la cópula) que no acabaremos de unir. T ransfor­
ma todos los conceptos en objetos incomunicados, durísimos.
R efutarlo es contam inarse de irrealidad.
Lotze interpone los abismos periódicos de Zenón entre la causa
y el efecto; Bradley, entre el sujeto y el predicado, cuando no
entre el sujeto y los atributos; Lewis Carroll (M ind, volumen
cuarto, página 278) entre la segunda premisa del silogismo y la
conclusión. Refiere un diálogo sin fin, cuyos interlocutores son
Aquiles y la tortuga. Alcanzado ya el térm ino de su interm inable
carrera, los dos atletas conversan apaciblem ente de geometría.
Estudian este claro razonam iento:
a) Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí.
b) Los dos lados de este triángulo son iguales a MN.
z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí.
La tortuga acepta las premisas a y b, pero niega que justifi­
quen la conclusión. Logra que Aquiles interpole una proposición
hipotética.
a) Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí.
b) Los dos lados de este triángulo son iguales a MN.
c) Si a y b son válidas, z es válida.
z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí.
Hecha esa breve aclaración, la tortuga acepta la validez de
a, b y c, pero no de z. Aquiles, indignado, interpola:
d) Si a, b y c son válidas, z ’es válida.
Carroll observa que la paradoja del griego com porta una in­
finita serie de distancias que dism inuyen y que en la propuesta
por él crecen las distancias.
\
' Sigo la exposición de James (A Pluralistic Universe, 1909. págs. SS-fiO1) .
Cf. Wentscher: Fechner und Lotze, 1924, páginas 166-171.
258 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
\
\
U n ejem plo final, quizá el más elegante de todos, pero tam ­
bién el qu e menos difiere de Zenón. W illiam Jam es (Some Pro-
blems of Philosophy, 1911, pág. 182) niega que puedan transcu­
rrir catorce m inutos, porque antes es obligatorio que hayan pa­
sado siete, y antes de siete, tres m inutos y medio, y antes de tres
y medio, un m inuto y tres cuartos, y así hasta el fin, hasta el
invisible fin, por tenues laberintos de tiempo.
Descartes, Hobbes, Leibniz, Mili, R enouvier, Georg Cantor,
Gomperz, Russell y Bergson han form ulado explicaciones —no
siempre inexplicables y vanas— de la paradoja de la tortuga. (Yo
he registrado algunas.) A bundan asimismo, como ha verificado
el lector, sus aplicaciones. Las históricas n o la agotan: el verti­
ginoso regressus in in fin iiu m es acaso aplicable a todos los temas.
A la estética: tal verso nos conmueve por tal motivo, tal motivo
por tal otro m o tiv o ... Al problem a del conocim iento: conocer
es reconocer, pero es preciso haber conocido para reconocer, pero
conocer es reconocer. . . ¿Cómo juzgar esa dialéctica? ¿Es un le­
gítim o instrum ento de indagación o apenas una m ala costumbre?
Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra
cosa no son las filosofías) pueda parecerse m ucho al universo.
T am bién es aventurado pensar que de esas coordinaciones ilus­
tres, alguna —siquiera de modo infinitesim al— no se parezca un
poco más que otras. H e exam inádo las que gozan de cierto cré­
dito; me atrevo a asegurar que sólo en la que form uló Schopen-
hauer he reconocido algún rasgo del universo. Según esa doctrina,
el m undo es una fábrica de la voluntad. El arte —siempre— re­
quiere irrealidades visibles. Básteme citar una: la dicción m eta­
fórica o num erosa o cuidadosam ente casual de los interlocutores
de un d r a m a ... A dm itam os lo que todos los idealistas adm iten:
el carácter alucinatorio del m undo. Hagam os lo que ningún
idealista ha hecho: busquem os irrealidades que confirm en ese
carácter. Las .hallaremos, creo, en las antinom ias de K ant y en
la dialéctica de Zenón.
“E l mayor hechicero (escribe m em orablem ente Novalis) seria
el que se hechizara hasta el p u n to de tom ar sus propias fantasma­
gorías por apariciones autónomas. ¿No sería ése nuestro caso?”.
Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera
en nosotros) hemos soñado el m undo. Lo hemos soñado resistente,
misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo;
pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos inters­
ticios de sinrazón para saber que es falso. —

También podría gustarte