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ficialidad y la fugacidad de las configuraciones cada vez nue­ I A HISTORIA DE LA CULTURA Y LA PLURALIDAD

vas que se inventa para su vida cotidiana y que se suceden sin DE LO MODERNO: LO BARROCO
descanso las unas a las otras hacen evidente su afán de com­
pensar con aceleración lo que le falta de radicalidad. La crea­
ción desatada, la exageración de su capacidad de reproducir
de innum erables m aneras las formas que la rigen, hace
manifiesta una im potencia para alterarlas en su estructura.
El creativismo es el sustituto de la revolución form al que 1. C ultura y ethos histórico
reclama la m odernidad y que resulta irrealizable. Es el fan­
tasma de la creatividad impedida. Los seres humanos son los que menos se comportan
¿Es posible crear ex nihilo un sistema de concreción para como medios al servicio del fin racional de la historia;
no sólo porque al cumplir con éste [...] satisfacen al
la vida hum ana y su m undo? ¿Es posible inventar u n a sub- mismo tiempo los fines de su particularidad, que son
codificación para el código de la reproducción social? ¿Es distintos de él, sino porque lo comparten y son por ello
posible que una “política cultural” sea capaz de construir fines para sí mismos,32
una identidad social? A estas tres preguntas, la hybris del crea­ C.. W. F. H egel
tivismo cultural m oderno le lleva a responder afirmativa­
m ente: “el hom bre es hechura exclusiva del propio hom ­ El concepto de ethos histórico
b re”. Es una respuesta que echa tierra sobre el conflicto
inherente a todas las formas tradicionales de lo hum ano, Cultura: el cultivo dialéctico de la singularidad de una forma
sobre el núcleo traum ático en el valor de uso y sobre la posi­ de hum anidad en una circunstancia histórica determ inada.
bilidad de trascenderlo. En otras palabras, cultura: la vida, vivida como el “uso” o
“habla” de una versión particular del código universal de lo
hum ano, en la m edida en que pone su énfasis en la recons­
titución meta-semiótica de la “figura concreta de subco-
dificación” implícita en ella o, lo que es lo mismo, en la
reafirmación autocrítica del “corte” o “estado histórico de có­
digo”33 en que dicha versión se encuentra. Concebida de
esta m anera, se entiende que la cultura toque y se introduz­
ca necesariam ente en el núcleo mismo donde acontece la
form ación de esas versiones o formas de hum anidad o en el
plano último donde tiene lugar el proceso de composición
de esas subcodificaciones. De-sustancializar y re-sustanciali-

32 “Die Menschen verhalten sich [...] am wenigsten als Mittel zum Vemunftz-
wecke der Geschichte; nicht nur befriedigen sie zugleich mit diesem und bei Gele­
genheit desselben die dem Inhalte nach von ihm verschiedene Zwecke ihrer Partiku-
larität, sondern sie haben Teil an jenem Vernunftzweck selbst und sind eben
dadurch Selbstzwecke. ”
:n E n el sen tid o e n q ue F. de Saussure h a b la d e u n “estad o d e le n g u a ”.

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zar la “mismidad” implica para la cultura tocar el punto en trae consigo; en una alteración de la form a social básica
que el conflicto profundo que la constituye se re-determ ina -occidental eu ropea-, dirigida no sólo a reconform arla sino
y se replantea en térm inos diferentes, de acuerdo a las con­ a reconstituirla radicalm ente. Y la determ ina justam ente por
diciones históricas renovadas en las que debe reaparecer. m edio de la form ación de u n “ethos histórico m oderno” que
Pero implica sobre lodo tener que hacerlo desde el interior aparece en la vida social para neutralizar y al mismo tiempo
de distintas modalidades alternativas de un com portam ien­ viabilizar u n a transform ación semejante. La cultura sólo
to que intenta resolver ese conflicto; modalidades que, al puede realizarse en la m odernidad si pasa a través de la
com petir en tre sí, al esbozar distintas versiones posibles de densa zona del “ethos histórico”: allí donde la vida hum ana
esa “mism idad”, le dan su consistencia dinámica, inestable y reconform a la identidad occidental y europea al inventarse
plural. la estrategia de com portam iento necesaria para sobrevivir
Se trata de un com portam iento social estructural al que en medio de la transform ación cualitativa de las “fuerzas
podem os tal vez llamar “ethos histórico”,S4 p o r cuanto en él productivas” que es conducida por el capitalismo.
se repite una y otra vez a lo largo del tiempo la misma inten­ El rango dentro del que se despliegan las variedades de la
ción que guía la constitución de las distintas formas de lo cultura m oderna en Europa sorprende por su am plitud; no
hum ano. También es la puesta en práctica de una estrategia sólo son innum erables las versiones en que ella se presenta,
destinada a hacer vivible lo invivible, a resolver una contra­ sino que las diferencias entre una y otra pueden ser enor­
dicción insuperable; sólo que en su caso se trata de una con­ mes. Lo mismo hay que decir, por supuesto, de su historia.
figuración histórica específica de la contradicción funda­ Esta es la razón de las dificultades con que se topan quienes,
m ental que constituye la condición hum ana. En este al narrarla, intentan identificar y clasificar al m enos las lí­
sentido, como proyecto de construcción de una “m orada” neas principales de su desarrollo. Dificultades que, por su­
para una cierta afirmación de lo hum ano, el ethos histórico puesto, no interrum pen el trabajo del historiador, puesto
p uede ser visto com o todo un principio de organización de que, si bien la cuestión acerca de cómo identificarlas y agru­
la vida social y de construcción del m undo de la vida. parlas, de qué criterio usar para hacerlo, perm anece abier­
La m odernidad determ ina la concreción de la cultura ta para él, la heurística de su narración viene a resolverla en
hum ana en la m edida en que introduce su problem ática la práctica, aunque sea “provisionalm ente” y d en tro de cier­
particular en el trabajo dialéctico que ésta lleva a cabo sobre tos m árgenes limitados. El “m aterial” de lo narrado parece
la identidad social en la vida cotidiana. Una problem ática traer consigo su propia m anera de identificarse y propone
que se genera en el revolucionam iento civilizatorio que ella p o r sí mismo diferentes criterios de clasificación y periodiza-
ción que el historiador de la cultura m oderna acepta y combi­
31 El té rm in o “ethos” tie n e la ven taja d e su d o b le sen tid o ; invita a co m ­ n a de u n a m anera u otra. Son criterios que lo mismo se re­
binar, e n la significación básica d e “m o ra d a o ab rig o ”, lo q u e e n ella se
fieren a distintos “sujetos” particulares de esa historia -com o
re fie re a “re fu g io ”, a re c u rso defensivo o pasivo, c o n lo q u e e n ella se re ­
fie re a “a rm a ”, a recu rso ofensivo o activo. A ltern a y c o n fu n d e el c o n c e p ­ el que distingue un sinnúm ero de entes o sustancias conso­
to d e “uso, co stu m b re o c o m p o rta m ie n to a u to m á tic o ” - u n dispositivo q u e lidadas: geográficas (“historia de la región alpina”), étnicas
no s p ro teg e de la n ecesid ad d e descifrarlo a c ad a paso, q u e im plica u n a (“historia de los pueblos arios”), económicas (“historia del
m a n e ra d e c o n ta r c o n el m u n d o y d e co n fia r en é l- c o n el c o n c e p to de capitalismo”), políticas (“historia de la dem ocracia”), etcéte­
“carácter, p erso n alid a d individual o m o d o de se r” - u n dispositivo q u e nos ra - que a distintas “propiedades” constitutivas de dichos
p ro te g e d e la v u ln e rab ilid a d p ro p ia de la co n sisten cia p ro te ic a de n u e stra
id e n tid a d , q u e im plica u n a m a n e ra d e im p o n e r n u e stra p re se n c ia en el
sujetos -co m o el que distingue en cada uno de ellos un
m u n d o , d e o b lig arlo a aco sarn o s siem p re p o r el m ism o ángulo. sinnúm ero de aspectos o “niveles”: el antropológico (“histo-

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ría de la vida privada”), el sociológico (“historia de la vida
urbana en...”), el económ ico (“historia de la dialéctica n o r­ que suele ir junto a todo lo que em ana de las posiciones de
te-sur”), etcétera. dom inio, y que ha acom pañado hasta este fin de siglo el dis­
El criterio que se lia dejado notar más fuertem ente en la curso que se elabora a partir del estado nacional como la
narración histórica de la cultura m oderna ha sido sin duda entidad m onopolizadora de la re-socialización de los indivi­
el que lleva a hablar de ella como la característica de un suje­ duos en el sentido del capitalismo. Apenas en los últimos
to definido a la vez en térm inos geográficos, étnicos y polí­ veinte años, a m edida que avanza la decadencia de este
ticos; un criterio que elige juzgar la variedad del acontecer m onopolio y que los defectos de ese criterio se hacen cada
concreto de la cultura desde un m irador especial; que dis­ vez más evidentes, su falta de fundam ento se ha vuelto ya
tingue a los seres hum anos p o r su pertenencia a una d eter­ inocultable. Resulta cada vez más claro que no puede supo­
m inada em presa histórica estatal: la nación. A tal p u n to ha nerse la cultura nacional com o el escenario capaz de agluti­
llegado la reducción nacionalista de lo hum ano en el dis­ nar las actividades cuturales de todos los sujetos de una so­
curso m oderno, que es com ún en ten d er “historia de la cul­ ciedad, sin añadir de inm ediato que ese efecto aglutinador
tura m od ern a” com o sinónim o de “historia de las culturas implica dos procesos violentos de una peculiar “traducción”
nacionales”."1’’ El criterio nacional se presenta com o el crite­ de aquello que aglutina: dos procesos de subordinación o, si
rio más apropiado a la cosa misma, no sólo porque la Nación es necesario, de exclusión. El prim ero afecta a los innum e­
es un fenóm eno m oderno sino porque la hum anidad mo­ rables sujetos sociales de la actividad cultural, que reciben ad­
derna, ella misma, se concibe como un Concierto de Nacio­ judicada la imagen de aquel que, entre ellos, dom ina en la
nes (Europa y el resto del m undo, es decir, el conjunto de vida pública y que está com puesto por quienes participan
sus estados satélites). Tiene, en efecto, frente a los otros cri­ efectivam ente en la vida “republicana”: los miembros de la
terios, la ventaja de que las narraciones que inspira no dejan “sociedad civil” transfigurada com o “sociedad política” (de
inexplicada ni la yuxtaposición de las historias particulares los bürger convertidos en citoyens). El segundo afecta a la acti­
de los diferentes sujetos puros (com o lo hacen las narracio­ vidad cultural misma, que es concebida com o una cam paña
nes ortodoxam ente geográficas, étnicas, económicas, políti­ perm anente de protección de una forma de ser nacional ins­
cas, etcétera) ni la de las historias parciales de un mismo tituida como identidad sustancializada de esa “sociedad po­
sujeto (como lo hacen las narraciones especializadas en lo lítica” -y reproducida siem pre como “am enazada” en el
antropológico, lo sociológico, lo económ ico, etcétera), sino escenario “inter-nacional”.
que perm ite n arrar una historia a la vez global y com pleta, Sólo de m anera indirecta y difícil, a través de la franja de
“universal” y “om nicom prensiva”, es decir, capaz de reu n ir a refracción in tro d u cid a p o r el prejuicio nacionalista, la
lodos los sujetos particulares de la historia cultural m o d ern a narración histórica de la cultura m oderna -e n sus mejores
y de incluir todos los niveles de la vida social en los que se expresiones30- ha podido percibir y tematizar la variedad y
desenvuelve esa historia. la com plejidad del proceso dialéctico en que las sociedades
han cuestionado y reafirm ado en la vida cotidiana la forma
La arbitrariedad e inconsistencia de este criterio ha sido
im perceptible o soslayable en virtud del efecto persuasivo
Q u e n o sólo se e n c u e n tra n en ciertas g ran d es ob ras paradigm áticas
:w E scribir la h isto ria d e la c u ltu ra c o m o si se trata ra d e la h isto ria d el d e la h isto ria de la cu ltu ra m o d e rn a -c o m o las d e B u rk h ard t, C h au n u ,
c o n ju n to d e las cu ltu ras n acio n a les se h a v uelto algo tan n a tu ra l q u e Elias, F riedell, G roethuysen, Kofler, A. W eber, p o r m e n c io n a r u n as c u a n ­
q u ie n lo h ace p u e d e h a ce rlo "sin darse c u e n ta ” y, p o r lo ta n to , sin esgri­ ta s - sino so b re to d o en in n u m e ra b le s ob ras m o n o g ráficas com o las de u n
m ir n in g ú n n a cio n a lism o m ilitante. Aries, u n B urke, u n Vovelle, u n G insburg, u n Le Goff, u n R ed o n d i, etcé­
tera, p o r in d ic a r algunas m ás recientes.
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y las figuras de su “m ism idad”. H a debido, para ello, recons­ to cotidiano. Se trata de un proceso de asunción y asimi­
truir geografías discontinuas y dinámicas, adecuadas a la lación que la com unidad hum ana, como “sujeto” de la acti­
topología de las diferentes historias culturales particulares, vidad cultural, cum ple necesariam ente -eligiendo en cada
más allá del m apa im puesto al entendim iento p o r el discur­ caso un m odo de hacerlo- en todos y cada uno de los ma­
so de los estados nacionales; h a debido descubrir y recom ­ pas o planos de determ inación que puedan ser proyectados
p o n er aspectos y dim ensiones de la actividad cultural que sobre ella: el de las condiciones biológicas, étnicas, geo­
son minimizados o ignorados p o r ese discurso. Pero, sobre gráficas o laborales, el de la jerarquización económicoso-
todo, ha debido reconocer y revalorar a contracorriente de cial, el de la integración nacional o el de la tradición cultu­
la tendencia discursiva dom inante, explorando con aten­ ral. Visto en otra perspectiva, se trata de un proceso a
ción en los m árgenes o en los deslices de la cultura descrita través del cual deben pasar y dentro del cual deben consti­
com o nacional, la presencia de ese m om ento de-sustanciali- tuirse todos los “sujetos” imaginables de la actividad cultural,
zador que caracteriza a la actividad cultural; u n m om ento eligiendo para ello una u otra de las opciones posibles. De
que el discurso m oderno condena en general com o una este m odo, al tener en cuenta el horizonte de concretización
incursión peligrosa de “lo o tro ” -la locura, el primitivismo, que abre la vigencia de un ethos histórico diferenciado en
lo extranjero - y al que sólo acepta com o “creatividad” una cada época, la historia de la cultura puede narrar aconteci­
vez que lo ha encerrado y neutralizado en una zona privile­ m ientos de la actividad cultural que son a la vez concretos y
giada de la vida cultural, la de la “haute culture”: aquella cul­ universales, que incluyen en su singularidad todas las deter­
tura -esotérica y “de élite”, sin mayor im portancia colectiva- minaciones imaginables, pero que lo hacen sin consolidarse
que repite en su registro propio la misma pretensión m ono- en torno a ninguna de ellas, puesto que su concreción como
polizadora que caracteriza al “m undo de la Política” cuando hechos de cultura sólo com ienza a perfilarse en la elección
usurpa la voluntad y la iniciativa autárquicas de la sociedad. que ellos implican de una m odalidad particular dentro del
El concepto de ethos histórico puede ayudar a pensar una ethos general de la época.
concretización histórica de la actividad cultural que se cons­
tituya sin recurrir a las determ inaciones particulares de un El hecho capitalista y el cuádruple ethos de la modernidad
sujeto sustancializado —“la Nación N ", “E uropa”, “O cciden­
te u O riente”, “la Civilización”, etcétera- concebido en cali­ ¿De qué debe “refugiarse” o contra qué tiene que “arm arse”
dad de fuente generadora de la form a singular de hum a­ el ser hum ano en la época m oderna? ¿Qué contradicción
nidad que está en ju eg o en la cultura. Puede contribuir a especial es necesario sublim ar en el m undo m oderno a fin
concebir la historia de la cultura com o lo que ella es en rea­ de que el proceso de la vida hum ana pueda desenvolverse
lidad: una historia de acontecim ientos concretos de activi­ con naturalidad?
dad cultural, singularizados librem ente, sobre un plano de Retomemos la descripción de Karl Marx: para que se pro­
diferenciación com pletam ente abierto, ajenos a todo inten­ duzca cualquier cosa, grande o pequeña, simple o compleja,
to de acotarlos y fijarlos d entro de fronteras preestablecidas. material o espiritual, en la vida económ ica capitalista, hace
El concepto de ethos histórico centra su atención, prim e­ falta que su producción sirva de vehículo a la producción de
ro, en el motivo general que u n acontecim iento histórico plusvalor, a la acum ulación del capital. Asimismo, para que
profundo, de larga duración, entrega a la sociedad p ara su cualquier cosa se consuma, usable o udlizable, conocida o
transform ación y, segundo, en las diferentes m aneras como exótica, vital o lujosa, se requiere que la satisfacción que ella
tal motivo es asum ido y asimilado den tro del com portam ien­ proporciona esté integrada com o soporte de la reproduc­

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ción del capital en una escala ampliada. La vida cotidiana en esp o n tan eid ad de la vida cotidiana o para construir la
la m odernidad capitalista debe así desenvolverse en un “espontaneidad” capitalista del m undo de la vida. Cada una
mundo cuya existencia cotidiana se encuentra condicionada de ellas propone una solución peculiar al hecho capitalista,
p o ru ñ a realidad dom inante: el hecho capitalista. Se trata de a la necesidad de la vida cotidiana de desenvolverse en una
un hecho que es en verdad un m odo de ser de la vida prác­ condición imposible, desgarrada por la obediencia a dos
tica: una contradicción; de una realidad que consiste en un principios contrapuestos -e l del valor de uso y el del valor-,
conflicto. Se trata de una incom patibilidad p erm an en te y cada una de ellas m antiene una actitud peculiar ante el
entre dos tendencias contrapuestas, correspondientes a dos mismo: sea de afinidad o de rechazo, de respeto o de parti­
dinámicas simultáneas que mueven la vida social: la de ésta cipación.
en tanto que es un proceso de trabajo y disfrute referido a U na prim era m anera de naturalizar el hecho capitalista es
valores de uso, p o r un lado, y la de la reproducción de su propia del com portam iento que se desenvuelve dentro de
riqueza, en tanto que es un proceso de “valorización del una identificación total y militante con la pretensión básica
valor abstracto” o acumulación de capital, por otro. Se trata, de la vida económ ica regida por la acum ulación del capital:
por lo demás, de un conílicto en el que, una y otra vez y sin la de no sólo coincidir fielm ente con los intereses del pro­
descanso, como en el castigo que los dioses im pusieron a Sí- ceso “social-natural” de reproducción, sino de estar al servi­
sifo, la prim era es sacrificada a la segunda y som etida a ella. cio de la potenciación cuantitativa y cualitativa del mismo.
La realidad capitalista es un hecho histórico inevitable, Valorización del valor y desarrollo de las fuerzas productivas
del que no es posible escapar (si no es en virtud de una revo­ serían, dentro de este com portam iento cotidiano, no dos
lución apenas imaginable) y que por tanto debe ser inte­ dinámicas enfrentadas entre sí, sino una y la misma, unitaria
grado en la construcción espontánea del m undo de la vida; e indivisible. Se trata de un ethos que resuelve la contradic­
que debe ser convertido en una “segunda naturaleza”, inte­ ción in h eren te al hecho capitalista por la vía de tratarla
grado como inm ediatam ente aceptable. Alcanzar esta con­ como inexistente, y puede llamársele “realista” en vista de su
versión de lo inaceptable en aceptable y asegurar así la actitud inm ediatam ente afirmativa ante la aparente creativi­
“arm onía” indispensable para la existencia cotidiana m oder­ dad insuperable del m undo establecido o “realm ente exis­
na, ésta es la tarea que le corresponde al ethos histórico de la ten te”, ante la naturalidad capitalista del m undo de la vida.
m odernidad. En efecto, se trata de una actitud que perm ite asociarlo
Se trata, p o r lo demás, de una m eta que puede alcanzarse -d e n tro de la tradición que define el arte como un tipo pe­
por diferentes vías, métodos o estrategias, según sea en cada culiar de representación de la realidad- con aquella corrien­
caso la com binación del impulso histórico anterior y las posi­ te que piensa que el objeto de la representación artística o
bilidades ofrecidas por la situación concreta; de u n a conver­ lo artísticam ente representable de las cosas está ahí, en las
sión de lo invivible en vivible que, al poder cum plirse de cosas mismas, entregado directam ente a la percepción; que
muchas maneras, da lugar a una m ultiplicidad de versiones es algo inm ediatam ente aprehensible, si se lo capta de
del ethos m oderno, que se enfrentan entre sí y com piten m anera atenta y m inuciosa.37
unas con otras en el escenario histórico de la m odernidad. Hay un segundo m odo de conferirle espontaneidad al
Juzgadas según la coherencia y la pureza de sus respecti­ hecho capitalista, que em plea tam bién el recurso de anular
vas estrategias, serían cuatro las versiones extremas en las que
puede constituirse el ethos histórico m oderno; cuatro las vías
37 Svetlana A lpers, El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII,
ideales que se ofrecen para interiorizar el capitalismo en la B lum e, M adrid, 1983, p. 137.

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la contradicción que hay en él, reduciendo uno de sus dos capitalista no le im pide percibir en la consistencia misma de
térm inos al otro. Pero, en su caso, a la inversa del anterior, lo m oderno el sacrificio que hace parte de ella. Es un ethos
es el plano de la valorización el que aparece plenam ente al que se puede llamar “clásico”, dado el parecido que guar­
reductible al plano del valor de uso. El carácter afirmativo da su aceptación de la espontaneidad capitalista del m undo
de esta segunda versión pura del ethos m oderno está en las con la aprehensión del objeto de la representación artística
antípodas del realismo, puesto que, para aceptar el capita­ den tro de la estética neoclásica, una aprehensión para la
lismo, lo idealiza en una imagen contraria a su apariencia. cual dicho objeto sólo aparece en el m om ento de la adecua­
D entro de este segundo ethos m oderno, el capitalismo es vivi­ ción entre lo percibido y lo imaginado, en el proceso inm a­
do ante todo como la realización del “espíritu de em presa”, nente de com paración de la cosa con su propio ideal.39
es decir, de una m odalidad del espíritu, que es a su vez la La cuarta m anera de interiorizar el capitalismo en la es­
expresión más elevada de la vida natural, del reino de los pontaneidad de la vida cotidiana es la del ethos que podría
valores de uso. M ediante una p eculiar transfiguración llamarse “barroco”. Se trata de un com portam iento que no
( “Verklärung’) , la subordinación de la form a natural a la va­ borra, com o lo hace el realista, la contradicción propia del
lorización es vivida como un “m om ento necesario” de la his­ m undo de la vida en la m odernidad capitalista, y tampoco la
toria de la realización de esa misma forma natural. Esta niega, como lo hace el rom ántico; que la reconoce y la tiene
asunción ilusoria y ultram ilitante de la inm ediatez capitalis­ p o r inevitable, de igual m anera que el clásico, pero que, a
ta del m undo es propia de un ethos al que podría estar ju sti­ diferencia de éste, se resiste a aceptar y asumir la elección
ficado calificar de “rom ántico”, si se tiene en cuenta que, que se im pone junto con ese reconocim iento, obligando a
para la estética romántica, el objeto de la representación tom ar partido por el térm ino “valor” en contra del térm ino
artística no coincide con las cosas tal y como están en la per­ “valor de uso”. No m ucho más absurda que las otras, la estra­
cepción práctica, sino que tiene que ser “rescatado” de ellas; tegia barroca para vivir la inm ediatez capitalista del m undo
que sólo se entrega a la experiencia estética a través de una implica un elegir el tercero que no puede ser: consiste en
identificación em pática con ellas, capaz de descubrirlo vivir la contradicción bajo el m odo del trascenderla y des­
com o su significado profundo, incluso en contra de ellas realizarla, llevándola a un segundo plano, im aginario, en el
mismas.38 que pierde su sentido y se desvanece, y donde el valor de uso
Diferente de las dos anteriores en la m edida en que no puede consolidar su vigencia pese a tenerla ya perdida.'10
anula ni desconoce la contradicción propia del hecho capi­ El calificativo “barroco” puede justificarse en razón de la
talista sino que por el contrario la trata en calidad de condi­ semejanza que hay entre su m odo de tratar la naturalidad
ción ineludible de la vida m oderna y su m undo, el tercer capitalista del m undo y la m anera en que la estética barroca
ethos de la m odernidad incluye una toma de distancia que le descubre el objeto artístico que puede haber en la cosa
m uestra la alternativa de com portam iento im plícita en ella; representada: la de una puesta en escena.41
no consiste en una identificación inm ediata y obsesiva con
la subordinación del valor de uso al valor. Si la acepta y m A rn o ld H auser, Historia social de la literatura y el arte, G u ad arram a, Bar­
asume de todos modos como la m ejor (o la m enos mala) de celo n a , 1979, t. ii, pp. 163-64.
las dos salidas posibles, es porque reconoce en ella la virtud 4BU n a n te c e d e n te d e esta d escrip ció n de la “/¿¿¿’’b a rro c a p u e d e e n c o n ­
de la efectividad. Su actitud afirmativa respecto del hecho trarse en la KuUurgechichte... d e F riedell, u n a o b ra, p o r lo dem ás, lle n a d e
su g eren cias audaces, (cit., t. 2, pp. 55-58.)
11 W alter B enjam in, Ursprung des deutschen Trauerspiels, S u h rk am p ,
H e n ri L efebvre, Introduction ä la modernité, M inuit, París, 1962, p. 289. F ra n k fu rt am M ein, 1972, pp. 32-33.

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Como es com prensible, ninguno de estos cuatro ethe que
conform an el sistema puro de “usos y costum bres” o el “refu­
gio y abrigo” civilizatorio elem ental de la m odernidad capi­
talista se da nunca de m anera exclusiva; cada uno aparece
siem pre com binado con los otros, de m anera diferente
según las circunstancias, en la vida efectiva de las distintas
construcciones m odernas del m undo. Puede, sin em bargo, 2. El ethos barroco
ju g a r un papel dom inante en esa composición, organizar su
Y es saber vivir convertir en plazeres los que avían de
com binación con los otros y obligarlos a traducirse a él para
ser pesares.
que alcancen a manifestarse. Sólo en este sentido im puro e B altasar G racián
impreciso sería dable hablar, p o r ejemplo, de una “m oder­
nidad clásica” frente a otra “rom ántica”, o de una “sociedad
El comportamiento barroco elemental
realista a diferencia de otra “barroca”. Provenientes de dis­
tintas épocas de la m odernidad, es decir, referidos a distin­ El com portam iento hum ano, entendido como un actuar de
tos impulsos sucesivos del capitalismo -e l m editerráneo, el m anera libre en tina situación dada, tiene su núcleo en el
nórdico, el occidental y el centroeuropeo-, los distintos ethe instante de la elección como decisión o toma de partido.4'
m odernos configuran la vida social contem poránea desde En el instante de la elección se pone en práctica la capaci­
diferentes estratos “arqueológicos” o de decantación históri­ dad de introducir la determ inación en medio de una serie
ca. Cada uno ha tenido su propia m anera de actuar sobre la indeterm inada de cosas, es decir, de tom ar partido por unas
sociedad y una dim ensión preferente de la misma desde para tal o cual efecto, y de descartar las otras. Determinatio
donde ha expandido su acción. Es indudable, sin em bargo, negatio est, como decía Spinoza aplicando el principio del ter-
que el ethos realista, el que llegó a desem peñar el papel do­ tium non datur. toda afirm ación de una posibilidad implica la
m inante en esa composición, es el que ha organizado su p ro ­ negación de las demás; no hay cómo com portarse ante las
pia com binación con los otros y los obliga a traducirse a él cosas del m undo sin adjudicarles a todas, aunque sea con
para volverse efectivos. En este sentido igualm ente relativo validez efím era, una de las dos categorías: aprovechable o
puede hablarse, siguiendo a Max Weber,42 de la m odernidad desechable, sustancial o accesorio.44 Las cosas son siempre,
capitalista como un esquem a civilizatorio que requiere e en cada caso, necesarias hic et nunc “para mi m undo” o inne­
im pone el uso de la “ética protestante”, es decir, de aquella cesarias para él, indispensables o prescindibles; su presencia
que parte de la remitificación realista de la religión cristia­ actual den tro de él o bien tiene un fundam ento, una razón
na que traduce las dem andas de la productividad capitalista de ser, o bien es com pletam ente casual, fortuita. No existe
al plano de la técnica de autodisciplinam iento individual una tercera categoría posible, capaz de reunir a la vez, en la
-concentrándolas en la exigencia de sacrificar el “ah o ra” del
valor de uso en provecho del “m añana” de la valorización M au rice M erleau-Ponty, La structure du comportement, Presses U niver-
mercantil. sitaires d e F ran ce, París, 1942, p. 175.
u D e a c u e rd o a los c o n te n id o s em píricos a los q u e se aplican, estos cali­
ficativos p u e d e n llam arse tam b ién , el p rim ero : esencial, d e c o n te n id o ,
total, c e n tral, p rin cip al, u rg e n te , indisp en sab le, e tc é te ra , y el segundo:
12 Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus, M ohr, T ü b in g e n , a p a re n te , fo rm al, parcial, p eriférico , se c u n d a rio ’, p o sterg ab le , o rn a m e n ­
1934, pp. 82-83. tal, e tc é tera.

172 173
singularidad de una experiencia, lo aprovechable o necesa­
entre dos universos de sentido, que pone en disputa todo el
rio y su contrario, lo desechable o casual.
edificio de los contenidos cualitativos del m undo y los priva
En la rida cotidiana del siglo XVII, el siglo de la transición
hasta de la m ínim a univocidad propia del hic et nunc en el
suspendida, el acto de elegir resulta especialm ente proble­
que pudieran ser necesariam ente lo uno o lo otro. La con­
mático; las condiciones que prevalecen en ella im piden a
traposición entre lo aprovechable y lo desechable, lo sustan­
cada paso la adjudicación de una u otra de estas dos cate­
cial y lo accesorio, lo fundam entado y lo azaroso, lo necesa­
gorías a las cosas y las acciones del m undo de la vida, la obs­
rio y lo contingente; la contraposición entre lo que obedece
taculizan sistemáticamente, lo mismo en la más im portante
a un o rden y tiene sentido y lo caótico y carente de sentido
que en la más insignificante de las situaciones. Son condi­
se presenta así en dos versiones distintas que se anulan recí­
ciones que introducen una ambivalencia radical en la vida
procam ente y que pueden ser igualm ente válidas o igual­
hum ana y su m undo; una ambivalencia ontològica, que llega
m ente insostenibles.45 l’or esta razón, en virtud de este em­
al extrem o de convertir la consistencia de los mismos en una
pate radical entre dos universos de sentido concurrentes, la
realidad evanescente. Bajo ellas, en efecto, los contenidos
ambivalencia dentro de la que debe com portarse el ethos de
cualitativos de un acto o un objeto no manifiestan ni respe­
la m odernidad es una ambivalencia fundam ental, de orden
tan ninguna coherencia: las cualidades de útil, bueno, ver­
ontològico: los modos de tratarla que ese ethos incluye son
dadero, bello no sólo no se acom pañan entre sí en su posi­
cada uno de ellos principios estructurantes del conjunto de
tividad com ún cuando una de ellas califica dichos actos u
la vida hum ana y del m undo en el que ella se desenvuelve.
objetos, sino que resulta imposible suponer una correspon­
dencia unívoca entre ellas, que pudiera estar arm onizándo­
Tertium datur: la libertad como elección del tercero excluido
las, por más profunda e im perceptible que uno quisiera ima­
ginarla. Lo mismo el cam po de la valoración positiva que el
Si las determ inaciones cualitativas de la vida y su m undo,
de la negativa incluyen cualidades no sólo incom patibles
para afirm arse como tales, para tener un sentido (positivo o
sino hostiles entre sí. Se trata, p o r lo demás, de u n a falta de
negativo), deben ser lo uno o lo otro -necesarias o fortuitas,
coherencia que no se debe propiam ente a una ausencia sino
naturales o artificiales, fundam entadas o contingentes-, y si
al silencio enigmático, ambivalente, de la instancia últim a en
esto n o acontece porque, en las condiciones de la vida
la que recae la capacidad de justificar el que una palabra
m oderna, lo uno y lo otro se han vuelto intercam biables, la
buena pueda estar muy alejada de la verdad y un objeto útil
prim era tarea que cum ple el ethos que se integra afirmativa­
pueda estar peleado con la belleza; que una acción prove­
m ente en la m odernización prevaleciente consiste entonces
chosa pueda ser ineludiblem ente injusta y un acto virtuoso,
repugnante.
La ambivalencia ontològica se presenta p o r el hecho de 15 N o hay q u e olvidar q ue, m ás o m en o s im plícito e n el discu rso filosó­
que el dispositivo capaz de relativizar las contradicciones fico o c c id e n ta l d esd e la ép o ca d e los griegos, el “p rin c ip io d e razón sufi­
entre esas cualidades -d e reducir la verdad a la bondad y la c ie n te ”, el p rin c ip io q u e tem atiza la relación e n tre lo n ecesario y lo con­
tin g e n te , alcanza su fo rm u lació n ex p resa y definitiva e n el siglo xvn, e n la
utilidad a la belleza, de dem ostrar que lo injusto es discul­
o b ra d e L eibniz. La ex p e rie n c ia m o d e rn a del m u n d o co m o u n h e c h o
pable y disfrutable lo rep u g n an te- se ha m ultiplicado en dos c o n tin g e n te , d e su realid ad co m o azarosa o casual, sólo co m ien za a darse
versiones contrapuestas de sí mismo, en dos propuestas de e n el in te rre g n o d e am bivalencia q u e está e n tr e la convicción arcaica d e
coherencia y arm onía que reclam an, cada una de ellas para su n e c e sid a d m ágica o so b re n a tu ra l y la nueva convicción d e esa m ism a
sí, el fundam ento de la “naturalidad”. Hay una guerra sorda n ecesid ad , p e ro en clave racionalista o “h u m a n ista ”. L eibniz es el filósofo
d e ese in te rre g n o .
174
175
en vencer esa equivalencia de las dos propuestas de necesi­
hum ano barroco pretende vivir su vida en u na realidad de
dad y sentido, rom per la am bigüedad del m undo y la ambi­
segundo nivel, que tendría a la realidad prim aria -la contra­
valencia del sentido, y en tom ar partido p o r aquella pro­
dictoria y am bivalente- en calidad de sustrato reelaborado
puesta que la propia m odernización trae consigo, la que se
p o r ella; se inventa una “necesidad contingente en medio
genera en la construcción capitalista del m undo. Consiste en
de la contingencia de ambas necesidades contrapuestas”,
decidir que la necesidad y el sentido propuestos p o r la “ló­ “un sentido den tro de la ambivalencia o en m edio del vacío
gica” del valor de uso son reductibles a la propuesta de la
de sentido”.48
m odernidad capitalista y deben p o r tanto traducirse a ella. Pocos autores como Baltasar Gracián han sabido expresar
El ethos barroco, en cambio, que se resiste al imperativo de de m anera tan pura el espíritu de su época. Su Oráculo
esa elección, y que no afirm a ni asume la m odernización en
manual y arte de prudencia es leído ahora como un m anual de
m archa, que no sacrifica el valor de uso pero tam poco se “m arketing del siglo XVIl” ,4íl del arte de una “prudencia”
rebela contra la valorización del valor, debe buscar una sali­
da diferente: situado en esta necesidad de elegir, enfrentado rio d e sa rro lla d a p o r S artre (L'imaginaire, 1939, pp. 232ss.) S. S arduy
a esta alternativa, no es la abstención o la irresolución, como (Barroco, S u d am erican a, B uenos A ires, 1974, p. 74.) se re fie re a este co m ­
podría parecer a prim era vista, lo que caracteriza central­ p o rta m ie n to c u a n d o , ap oyándose e n j . L acan, h ab la d e la m etaforización
m ente el com portam iento barroco. Es más bien el decidir o b a rro c a c o m o d e u n m o d o radical d e “su p resió n ”, d e u n a “re p re sió n ”

tom ar p artid o - d e una m anera que se antoja absurda, ( Verdrängung).


'1!l La Stimmung básica, el estad o de án im o e lem en tal q u e a c o m p a ñ a al
paradójica- p o r los dos contrarios a la vez; es decir, en reali­ ethos b a rro c o es p o r ello m últiple, in estab le y cíclico. P arte d e la m elan ­
dad, el resolverse p o r una traslación del conflicto en tre ellos co lía e n la e x p e rie n c ia d el m u n d o co m o invivible, su m id o e n u n a am bi­
a un plano diferente, en el que el mismo -sin ser elim inado- valencia sin salida, e n el q u e “to d o , p o r m ás d ife re n te q u e parezca, va a
quede trascendido.41’ Inherente al ethos barroco es así una d a r a lo m ism o ”. Se h u n d e a h í hasta topar, en m ed io del desasosiego q ue
tom a de decisión por el tercero excluido, p o r un salto capaz tra e la d e cisió n im posible, del vaivén vertiginoso y p a ralizad o r d e la volun­
ta d , co n la c o n tra d ic c ió n q ue suscita y al m ism o tiem p o a n u la el sen tid o
de rebasar el em pate de la contradicción así como la ambi­
d el m u n d o , y se levanta, fin alm en te, e n el entu siasm o d e la in v en ció n de
valencia que resulta de él; una elección que implica sin u n a “vida breve" q u e, teatralizan d o a la o tra, la mayor, su s p e n d e el co n ­
duda, juzgada desde la actitud “realista”, un “escapismo”, flicto q u e hay e n ella. M onteverdi, q u e fu e el in ic ia d o r d el d ra m a m usical
una “huida fuera de la realidad”. Elegir la “tercera posibili­ m o d e rn o e n la m ed id a en q u e fue tam b ién el p rim e ro en e x p lo ra r libre­
d ad ”, la que no tiene cabida en el m undo establecido, trae m e n te la d ra m a tic id a d de la m úsica, d ecía q u e el temperato, e n sus obras,
n o sólo a p re n d e d el molle y el concitato, “los dos c a ra cteres so n o ro s co n ­
consigo un “vivir otro m undo d en tro de ese m u n d o ”, es
trario s capaces d e m over n u e stra alm a”, sino qu e, volviéndose retroactiva­
decir, visto a la inversa, un “p o n er el m undo, tal com o exis­ m e n te so b re ellos, los “a lec cio n a”. E n su Lord Rochester's Monkey, G rah am
te de hecho, entre paréntesis”. Se trata, sin em bargo, de un G re e n e (1974) re tra ta con agudeza la co h ab itació n to rm e n to sa d e la m e­
“paréntesis” que es toda una puesta en escena; de una “des­ lan co lía y el e n tu siasm o e n u n witty del siglo X V I I inglés. B arthes hab la, a
realización” de la contradicción y la ambivalencia que, sin p ro p ó sito d e la p resen cia de Dios a través de los Ejercicios de san Ignacio,
preten d er resolverlas, intenta de todas m aneras neutralizar­ d e u n “r e to u rn e m e n t d e la c a ren ce de signe en signe”. (Sude, Fourier, Loyo­
la, Seuil, París, 1971, p. 80.) Es tal vez B enjam in (op. cit., pp. 131ss.) q u ien
las, adjudicándoles para ello el status de lo alegórico.47 El ser explica co n m ayor agu d eza la relació n e n tre la “alegoresis b a rro c a ” y la
m elan co lía. V éase, sobre estos asuntos, W olf L epenies, Melancholie und
1,1 Klaus H ein rich , Tertium datur, eine religionsphilosophische Einführung in
Gesellschaft, S u h rk am p , F ran k fu rt a. M., 1972.
die Logik, S tro e m fe ld /R o te r S tern , B asilea-F rankfurt am M ein, 1981, p p .
10 Así lo su g iere, p o r ejem p lo , E m ilio B lanco en la in tro d u c c ió n a su
45-46
ed ició n d el m ism o. (G racián, o p . cit., C átedra, M adrid, 1995 [1647], pp.
17 “D esrealización”, e n el se n tid o q u e tie n e en la te o ría d e lo im agina-
48-51.)
176 177
cínica que no consistiría en otra cosa que en un “saber vivir” tez de esa vida, volviéndolo “universal”, convirüéndolo en una
cuyo secreto estará en “saber dar la espalda” a todo aquello totalización que se inventa formas y artificios cada vez más ela­
que pueda p erturbar el disfrute del éxito y el beneficio borados para la variedad inagotable de su naturaleza animal
alcanzado con él. Y se trata sin duda de un m anual que guía (A. 93). “Varón desengañado” de las limitaciones del m undo
para “triunfar en el m undo”; pero de uno muy especial que (A. 100), el héroe barroco no es “m enudo en su proceder”,
guía hacia un “triunfo” muy dudoso, en un “m u n d o ” muy no “se individua m ucho en las cosas...” (A. 88). Intenta, por
“raro”. Si no se quiere ignorar sino más bien explicar el el contrario, “trascender” la cotidianidad de la vida, vivirla
carácter tan abiertam ente “excéntrico” de este “m anual” en identificado con la esencia que ju eg a en su apariencia. Ser
nuestros días, es necesario tener en consideración la pecu­ “trascendental”, dice Gracián, y serlo “en todo”, es “la pri­
liar m odernidad con la que juega en Gracián la acepción de m era y sum a regla del obrar y del hablar...” (A. 92). El “seso”
térm inos como “vivir”, “práctica”, “utilidad”, “beneficio”, o entendim iento es lo que hay de m ejor en el ser hum ano
“triunfo”, etcétera, y el hecho de que, para esa m odernidad, -q u e es, a su vez, “lo m ejor de lo visible-, y es el sentido que
el sentido que éstos tienen en la acepción desarrollada por sólo alcanza su plenitud cuando es “seso trascendental” o
la m odernidad clásico-realista -d o m in an te en la España ibé­ “valiente”. El “ánim o”, el “corazón”, la valentía, la capacidad
rica después de su borbonización en el siglo x v ill- se de trans-scender o sobre-ponerse, de “digerir con igual valor
encuentra no sólo alterado sino incluso invertido. los extrem os de la fortuna”, debe ser, según Gracián, lo
El “triunfo” que se persigue en los consejos de Gracián es, único propio y distintivo del ser hum ano. De ahí que el
sin duda, el del varón em peñado en los asuntos terrena­ varón “de éxito” sería el que “usa el renovar su lucimiento”—lo
les, “com prom etido” en “ganar el m undo”. Pero es el triun­ que “es privilegio de Fénix”- , el que “usa, pues, del renacer
fo del “bealus f¿r”del Salmo 16 que Vivaldi musicalizó medio en el valor, en el ingenio, en la dicha, en todo: del em peñar­
siglo después, con todo alarde barroco. Es el triunfo m un­ se con novedades de vizarría, am aneciendo muchas veces,
dano de un hom bre situado en los tiempos “de hoi”, en los com o el Sol, variando teatros al lucim iento, para que en
que - a diferencia de los de antes, y en virtud de que la Igle­ el uno la privación y en el otro la novedad soliciten aquí el
sia Católica, renovada en Trento y dirigida p o r la C om pañía aplauso, si allí el deseo” (A. 81).
de Jesús, reconstruye el m undo, en la práctica, ad maiorem
Dei gloriawr- ese “ganar el m undo” tiene al fin, después de Disimulo y resistencia
una larga historia, más posibilidades de coincidir con el
“ganar la propia alma” que con el perderla. La realización Tal vez la im agen más ejem plar del com portam iento barro­
personal de cada quien es ahora no sólo deseable sino posi­ co la ofrece el que se encuentra en acción en el proceso de
ble, y ello en arm onía con la realización de la katholiké mestizaje civilizatorio que cum ple la sociedad am ericana del
ekklesía, de la com unidad universal de los seres humanos, siglo XVII.
que ha tom ado partido p o r Dios, en contra de Satanás, y que En la América conquistada por España y Portugal, dos
está em peñada en la realización del Bien: “no quiera uno ser definiciones contrapuestas de lo que en la vida hum ana y su
tan hom bre de bien”, dice el Oráculo, “que ocasione al otro m undo es necesario y pleno de sentido, y lo que no lo es,
serlo de m al” (Aforismo 243). La sabiduría del varón p ru ­ com batían entre sí a comienzos del siglo XVII; un em pate sin
dente está inm ersa en la vida práctica y concreta, puesto que salida entre ambas caracterizaba la situación en la que se
“el saber vivir es hoi el verdadero saber” (A. 232), pero es encontraba su población mayoritaria, com puesta lo mismo
una sabiduría que lo saca siempre “más allá” de la inm edia­ p o r los sobrevivientes indígenas de la devastación dem ográ­

178 179
fica y civilizatoria del siglo pasado, que por negros, mulatos y La vigencia sim ultánea y por tanto contradictoria de estas
mestizos de toda especie y hasta por criollos venidos a menos. dos versiones de la oposición necesario/contingente im po­
La prim era definición era perceptible desde la actitud de nía en la vida social una ambivalencia radical e ineludible,
sometimiento al proyecto civilizatorio y a la voluntad política ante la cual la población am ericana supo generar una acti­
del centro im perial y sus enviados, los “peninsulares”; desde tud especial, la misma que en el siglo anterior había sido
una actitud de “traición” a lo que era América: a lo que debió inventada p o r la “lengua” de H ernán Cortés, la famosa Ma-
haber sido antes de la catástrofe, a lo que fue durante ella y linche. En la práctica de todos los días, saliendo de los estra­
a lo que siguió siendo después de ella, en su ruinosa y preca­ tos más miserables, llegó a expandirse y a prevalecer en el
ria sobrevivencia. La segunda era perceptible desde la actitud conjunto de la sociedad una peculiar estrategia de com por­
de rebeldía y resistencia a la nueva realidad de la Europa tamiento: consistía en no someterse ni tam poco rebelarse o,
transplantada, de fidelidad a un m odo singular, autóctono o a la inversa, en someterse y rebelarse al mismo tiem po. Era
“criollo”, de estar en conexión con la naturaleza americana. u n a estrategia destinada a salir de la alternativa obligada
Ambos proyectos de m undo, ambas “lógicas”, podían ser entre la denigración o el suicidio; y consistía justam ente en
igualm ente convincentes, pues los dos reclamaban, cada uno u n a “elección del tercero excluido”, en un salto a un terre­
para sí, la afirmación de la vida, y combatían al otro acusán­ no histórico diferente, en el que esa alternativa perdía su
dolo de ser una negación de la misma. Someterse, colaborar razón de ser; en un recurso a la prefiguración de un futuro
con el m undo y el poder establecidos, equivalía a asegurar la posible. P or un lado, la aceptación de las formas civilizato-
m archa de la nueva econom ía y a participar en sus benefi­ rias y el cum plim iento de las leyes y disposiciones políticas
cios; la “m uerte m oral” que ello traía consigo, la “renuncia a del im perio eran llevados a tal extrem o en la práctica coti­
uno mismo”, a la forma social peculiar y su vía de acceso civi­ diana, que ponían a las mismas en una crisis de vigencia y
lizatorio a lo O tro, podía ser visto con toda razón como el legitimidad de la que sólo hubieran podido salir efectiva­
precio que era necesario pagar p o r m antener la existencia m ente si hubieran logrado replantear su sentido y su alcan­
física, que es el fundam ento real de toda moral y toda iden­ ce, redefinirse y refundam entarse. Por otro lado, la resisten­
tidad. Por otra parte, resistir al m undo y al poder estableci­ cia, la reivindicación de la “id e n tid ad ” am ericana, era
dos, rebelarse contra ellos, era lo mismo que proteger y res­ cum plida de m anera tan radical, que obligaba a ésta a poner
catar la autonom ía y la dignidad moral: la “m uerte física” que a prueba en la práctica el núcleo de su propuesta civilizato­
esto implicaba, el replegarse en sí mismo, alejarse del proce­ ria, a refundarse y reconfigurarse para responder a las nue­
so civilizatorio y refugiarse en lo inhóspito, podía verse per­ vas condiciones históricas. Era una estrategia que no perse­
fectam ente como la única m anera de rescatar lo principal de guía adoptar y prolongar en América la figura histórica
la vida, lo que podría hacer que los beneficios económicos peninsular de la civilización europea a fines del siglo XVI, ni
sean realm ente tales.50 tam poco rehacer la civilización precolom bina, “corrigiéndo­
la con lo m ejor de la europea”, sino en rehacer, en hacer de
r’° Lejos d e h a b e r sido ésta u n a o p ció n h ip o té tic a , fue p u e sta e n p rá c ­ nuevo la civilización europea, pero com o civilización am eri­
tica d e m an e ra masiva, co n scien te e in c o n sc ie n te m e n te, d u ra n te la se g u n ­ cana: igual y diferente de sí misma a la vez.51 Era la estrate-
d a m itad del siglo X V I . Es ad em á s la q u e, c o m p le m e n ta ria m e n te a la in te n ­
ció n irrealizab le d e la C o ro n a, d e im p o n e r u n apartheid e n A m érica d o m in a n te : n o co m o el d e v o ram ien to d e lo in d íg e n a p o r lo e u ro p e o sino
(“ciudades d e b lan co s”, “p u eb lo s d e in d io s”), h a p e rm itid o la su perviven­ c o m o la in te g ra c ió n d e elem en to s de éste en el p rim ero .
cia d e n u m ero sas c o m u n id a d e s in d íg e n as h a sta n u e stro s días; c o m u n id a ­ 51 E d m u n d o O ’G o rm an , Meditaciones sobre el criollismo, Actas A. M. L.,
des e n las qu e el m estizaje c u ltu ral h a in te n ta d o ir en se n tid o inverso al M éxico, 1970.

180 181
gia que Lezama Lima5- llamaría “de contraconquista”. Por ni tam poco los principales y característicos de ella. La ima­
esta razón, como lo expone Octavio Paz,5:< fueron los mesti­ gen denigratoria de la cultura política barroca, que afirm a
zos -ta n to ’’cholos” como “criollos”- quienes “realm ente tal cosa, es de origen claram ente polémico e ignora intere­
encarnaban” a la sociedad generadora de esta estrategia: sadam ente la peculiaridad de un m odo m oderno de hacer
“sus verdaderos hijos”, los que construían en América no política que no se atiene al m odelo predom inante y consa­
sólo una España “nueva”, sino “otra”. grado - “realista”, puritano-, pero que abre un cam po dife­
La estrategia barroca del ir más allá de la alternativa sumi­ rente, igualm ente genuino, de posibilidades de hacer políti­
sión/rebeldía está en la base de las realidades históricas más ca, en el que pueden darse por igual no sólo todos los
im portantes del siglo XVII am ericano. La más básica y deter­ defectos sino tam bién todas las virtudes de la actividad polí­
m inante de ellas, la aparición y la conform ación prim era de tica en cuanto tal. Una m uestra de ese m odo barroco de la
u na nueva “econom ía-m undo”,54 obedece claram ente a una política sería justam ente, com o lo afirm a Villari, la “dissimu­
estrategia de rebasamiento de la necesidad de optar entre lazione’’. ¿Cómo hacer política republicana allí donde el des­
someterse a la política económ ica asfixiante de la C orona o potism o estatal la imposibilita sistemáticamente, allí donde
rebelarse contra ella m ediante una actividad económ ica está obligada a corrom perse y claudicar, a desdecirse y trai­
puram ente ilegal y contraventora. La “econom ía-m undo” en cionarse, puesto que cualquier autoafirm ación directa y
gestación no sacaba su fuerza del desacato de la legalidad y abierta la orillaría a la rebelión y la encauzaría así al suicidio,
la institucionalidad económicas establecidas sino, p o r el a la derrota heroica que traslada los actos políticos, reduci­
contrario, del uso y el abuso que hacía de las mismas. Su dos a la consistencia de hechos históricos aleccionadores, al
práctica implicaba el rebasam iento de ellas y la puesta en plano de lo imaginario? ¿Cómo, si no inventándose una
vigencia de una legalidad sustitutiva y u n a institucionalidad repviblica virtual y cum pliendo sus leyes “inform ales” m ien­
paralela. Era una econom ía “inform al”, sobrepuesta a la ofi­ tras se las disfraza de las que son impuestas p o r el despotis­
cial, que en esos tiempos esbozaba la posibilidad de una mo im perante?51’
organización social y política diferente para el m undo ame­ El planteam iento de la dissimulazione (contem poráneo de
ricano. otros similares en la cultura europea de influencia medi­
Lo mismo puede decirse del barroquism o de la actividad terránea, com o los del Oráculo manual de Gracián, por ejem­
política “criolla” en su relación con la política central del plo) aconseja hacer concesiones en el plano bajo y evidente,
im perio, un barroquism o que Rosario Villari en cu en tra tam­ com o m aniobra de ocultam iento de la conquista en el plano
bién en la política de la oposición al régim en en el Reino de superior e invisible; como instrum ento para poner en prác­
Nápoles durante el siglo XVII.55 La sumisión, el conformism o tica u n a política de oposición efectiva dentro de un espacio
y el oportunism o, con los recursos de la intriga, la traición y político dom inado por la dictadura y la represión. Es el
la hipocresía, no son rasgos exclusivos de la política barroca mismo planteam iento estratégico “criollo” del “se obedece,
pero no se cum ple”, referido a las disposiciones reales. Váli-
v- “La ex p resió n a m e ric a n a ”, e n El reino de la imagen. B iblioteca Ayacu-
cho, C aracas, 1981, p. 385. r’° E n su b rillan te re c o n stru cció n d el m u n d o c u ltu ral e n to rn o a Gali-
’1SorJuana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, F o n d o d e C u ltu ra E co n ó ­ leo , P ietro R ed o n d i (G alileo h e ré tic o , A lianza, M adrid, 1983, p. 37) a p u n ­
m ica, M éxico, 1982, p. 54. ta, re c o rd a n d o al T. A cceto d e Della dissimulazione onesta (1641), q u e el
M F. B rau d el, o p . cit. d isim u lo n o es sólo u n m o d o d el o c u ltam ien to d e las p ro p ias v irtu d e s a n te
35 Elogio della dissimulazione. La lotta política nel Seicento, Rom a-B ari, 1987, los m ás p o d ero so s, sino tam b ién u n a m u e stra de re sp e to y so lid arid ad
p. 40.
p a ra co n los m e n o s poderosos.

182 183
das en sí mismas, éstas debían sin em bargo pasar el trance
barroco de ser “representadas” p o r la realidad am ericana
para llegar a ser efectivam ente aplicables en ella.’’7

3. El ethos barroco y la estetización


de la vida cotidiana
El danzón contrarresta las prisiones de la monotonía.
C arlos M onsiváis

Cultura y vida cotidiana

No siem pre se justifica denom inar toda una época de la his­


toria de acuerdo al tipo de creación artística preponderante
en ella; en tre los pocos casos en que sí es así parece encon­
trarse el de la época m oderna conocida com o “barroca”. En
efecto, la vida social en el siglo XVII, en la m edida en que se
encuentra dom inada por el ethos barroco, otorga a la “des­
realización” de sí misma,58 al deseentram iento imaginario
del orden pragmático de las cosas, una im portancia que
resulta no sólo mayor sino desproporcionada, en com para­
ción con la que tendrá en siglos posteriores.59 En muchos
aspectos parecida a la de la Edad Media, la desrealización de
la vida cotidiana en el siglo barroco es sin em bargo sustan­
cialmente diferente de ella: no se trata de una desrealización
preponderantem ente mágica y ceremonial, sino de otra,
plenam ente m oderna, que no abandona el plano secular y
que es de orden estético. El tipo de arte que destaca en
m edio de esa “estetización desm edida” de la vida cotidiana,
el arte barroco, puede así, sin sobrepasarse, ceder su nom ­
bre tanto a esa época como al ethos histórico que predom ina
r’7 Esta procliv id ad b a rro c a a fu n d a r leg alid ad es p aralelas a co m p a ñ a , en ella.
h asta n u e stro s días, to d a la histo ria d e la c u ltu ra p o lítica m o d e rn a e n los
“países latin o s”. A m bivalente, lo m ism o p u e d e se r re c u rso d e resisten cia 5I*J. P. S artre, op. cit., pp. 231ss.
d e m o c rá tic a al e stad o o lig árq u ico m o d e rn o q u e dispositivo d e co n serv a­ 80 Al h a b la r d e u n a “età b a ro c c a ”, C roce p ercib e esta desrealización
ció n d e desp o tism o s arcaico s e n c o n tra d e u n a d em o c ratiza c ió n m o d e rn a c o m o u n a “e n fe rm e d a d ” y u n a d eca d e n c ia q u e , d esd e el a rte , invade el
alternativa.
c u e rp o e n te ro d e la sociedad.

184 185
No es de extrañar que un ethos que no se com prom ete con parece condicionar fundam entalm ente la existencia hum a­
el proyecto civilizatorio de la m odernidad capitalista se m an­ na, que está m arcada en la estructura más profunda de su
tenga al m argen del productivismo afiebrado que la ejecu­ co m p o rtam ien to. El tiem po de lo extraordinario, del
ción de ese proyecto trae consigo. Lo que sí m erece consi­ m om ento en que la subsistencia misma de la vida social
deración es la forma que toma ese distanciam iento, que no entra en cuestión, es percibido p o r ella ya sea como el tiem­
es la de un quietismo indiferente o de un abandono del po de la am enaza inm inente y absoluta de anulación de la
m undo, sino justam ente la de una “desviación esteticista de identidad o como el de la plenitud absoluta, de la posibili­
la energía productiva” en la construcción de ese m undo; la dad efectiva de realización de la misma, del cum plim ien­
de una actividad preocupada casi obsesivamente en p o n er to de sus metas e ideales.1’1A este tiempo en que el ser o no
el disfrute de lo bello como condición de la experiencia coti­ ser de la com unidad parece estar puesto directam ente en
diana, en ubicar la belleza como elem ento catalizador de cuestión, se le contrapone el otro, el de la vida pragmática
todos los otros valores positivos del m undo. ¿Qué implica de la procreación, de la producción y el consum o de los bie­
esta propuesta de alteración de la je ra rq u ía axiológi- nes: el tiem po de la existencia rutinaria, alejado igualm ente
ca dom inante en la m odernidad? ¿Cuál es el lugar que le de la catástrofe que del paraíso, en el que la sociedad y su
correspondería a la estetización den tro de la vida cotidiana form a particular se presentan com o un hecho natural, como
m oderna, y que el ethos barroco am plía desm esuradam ente? una “segunda naturaleza”.
En el m om ento extraordinario, el código general de lo
El tiem p o de lo e x tra o rd in a rio y el tie m p o de lo c o tid ia n o hum ano junto con la subcodificación específica de una
identidad cultural concreta en una situación determ inada
La tem poralidad del tiempo -e l cam po de la percepción en -q u e son los que dan sentido y perm iten el funcionam iento
el que la cosas cambian sin dejar de ser ellas mismas, pero efectivo de una sociedad- entran a ser re-formulados o re-
com o un cam po que es una “situación”, un horizonte de configurados en la práctica, son tratados de una m anera que
posibilidades den tro del cual es necesario tom ar distancia y pone énfasis en la función meta-semiótica (y metalingüísti-
elegir- parece ser un descubrim iento propio y exclusivo de ca) de la vida com o un proceso comunicativo. En el tiempo
la existencia hum ana. Se trata, p o r lo demás, de un descu­ de la rutina, en cambio, el uso que se hace de ellos es com­
brim iento que en la más amplia pluralidad de las versiones pletam ente respetuoso de su autoridad, concentrado en
de lo hum ano reconoce la tem poralidad constituida p o r una cualquier otra de las funciones comunicativas, m enos en la
tensión bipolar entre lo que sería el tiem po en la experien­ autorreflexiva.
cia de la discontinuidad absoluta y lo que sería en la expe­ La vida cotidiana de los seres hum anos sólo se constituye
riencia de la continuidad absoluta o, dicho en otras pala­ com o tal en la m edida en que en ella coexisten estas dos
bras, entre el tiem po de los m om entos extraordinarios de la m odalidades de la existencia hum ana, es decir, en que el
existencia histórica -los de composición y recom posición de cum plim iento de las disposiciones que están en el código
la form a singular de lo h u m an o - y el tiem po de los m om en­ tiene lugar, por un lado, como una aplicación ciega y, por
tos ordinarios o cotidianos de la misma -los de la reproduc­ otro, com o una ejecución cuestionante de las mismas; en la
ción y el cultivo de esa forma.60 Es una contraposición que

d e D u rk h eim y M auss y se p ro lo n g a lo m ism o en R o g er C ailloix q u e en


1,0 S egún lo m u e stran las investigaciones so b re “lo p ro fan o y lo sa g ra d o ” G eorges Balaille y, sobre to d o , e n M ircea Eliade.
llevadas a cabo p o r la a n tro p o lo g ía c o n te m p o rá n e a e n la lín e a q u e p arte 01 H e in ric h , Tertiuni datur..., cit., pp. 122-23.

18(5 187
m edida en que la práctica rutinaria coexiste con otra que la m iento y la exploración del dispendio o el derroche de opor­
quiebra e interrum pe sistem áticamente trabajando sobre el tunidades vitales, que aleja la vida social de la funcionalidad
sentido de lo que ella hace y dice. perfecta y la productividad impecable que reinan en la vida
Si no hay esta peculiar com binación, en mayor o m en o r puram ente animal.63 Por esta razón, aunque en general el
escala, sea en toda una vida, en un año o en un mismo ins­ ejercicio de la cultura se enriquece, por supuesto, ju n to con
tante, de estas dos versiones de la existencia cotidiana; si los medios que el “excedente económ ico” pone a su dispo­
no se da la com binación de u n a existencia que ejecuta sición, las condiciones históricas pueden, sin em bargo,
autom áticam ente el program a codificado con u n a existen­ invertir esta tendencia: en ciertas sociedades, en ciertas cla­
cia “en ru p tu ra ” o que trata “reflexivam ente” ese progra­ ses sociales o en ciertas situaciones históricas, la escasez de
ma, no pued e hablarse de u n a existencia cotidiana p ro p ia­ esos medios no sólo no alcanza a suspender el ejercicio del
m ente hum ana. Por esta razón, la tem poralidad real de la movimiento autorreílexivo de la cultura, sino que incluso,
cotidianidad hum ana sólo puede concebirse como u n a com­ en ocasiones, lo enfatiza y magnifica; así como también, a la
binación o un entrecruzam iento muy peculiar de las dos inversa, su abundancia en otras sociedades, otras clases y
caras o los dos tipos contrapuestos de la tem poralidad ele­ otras situaciones, lejos de promoverlo, lo ahoga y disminuye.
m ental.
Ahora bien, ¿cómo puede concebirse el tiem po de esta El ju e g o , la fiesta y el arte
ruptura, si 1 1 0 es como el m om ento de una irrupción de la,
tem poralidad extraordinaria dentro de la tem poralidad de Innum erables son, dentro de esta com plejidad de la vida
la rutina? Una irrupción que sólo puede tener lugar en el cotidiana, las figuras que adopta la posibilidad de esa exis­
reino de lo imaginario; en este plano en que la práctica coti­ tencia “en ru p tura”. En todas ellas, sin em bargo, pueden dis­
diana abre lugares o deja espacios para que en ellos se inser­ tinguirse tres esquemas diferentes, que se com binan entre sí
te o se haga presente un simulacro de lo que sucede en la bajo el predom inio de uno de ellos; son los esquemas pro­
práctica extraordinaria. La ruptura es eso justam ente: una pios del juego, de la fiesta y del arte, respectivamente. El
aparición o u n estallido, en m edio de la dim ensión imagi­ rasgo com ún de todos ellos, a partir del cual com ienza su
naria de la vida, de lo que acontecería propiam ente ya sea diferenciación, consiste en la persecución obsesiva de una
en el tiem po de la realización plena de la com unidad o en sola experiencia cíclica, la de la anulación y el restableci­
el de la aniquilación de la misma: en el m om ento de la lumi­ m iento del sentido del m undo de la vida, la de la destruc­
nosidad absoluta o en el de la tiniebla absoluta.62 ción y re-construcción de la “naturalidad” de lo hum ano, de
Puede decirse, en este sentido, que, dentro de la cotidia­ la necesidad de su presencia contingente.
nidad hum ana, es el m om ento de ru p tu ra el que concentra El juego, por ejemplo, la ruptura que m uestra de m anera
en sí la actividad cultural com o un cultivo propiam ente más abstracta el esquema autocrítico de la actividad cultural,
dialéctico (de-y re-sustancializador) de la “identidad” singu­ consigue que se inviertan, aunque sea por un instante, los
lar de una vida social. En sí misma, la cultura se ubica en la papeles que el azar, por un lado, como caos o carencia abso-
dim ensión del gasto ultra-funcional, im productivo -o , m e­
jo r dicho, “sobre-productivo”- de energías, en el descubri- ia Este c a rá c te r d isp en d io so , “lujoso”, d e la c u ltu ra está seg u ra m e n te
e n la base de la confusión q u e la re d u c e a la “alta c u ltu ra ” y la id en tifica
co n ella; d a d o su alto g rad o d e d ificu ltad técnica, q u e la vuelve necesa­
04 M ircea E liade, Lo sagrado y lo profano, A nag ram a, B arcelo n a, 1979, ria m e n te costosa, ésta sólo p u e d e desarrollarse en el ám b ito d e co n su m o
pp. 25-26.
d e las clases q u e m o n o p o lizan el p o d e r eco nóm ico.

188 189
luta de orden, y la necesidad, p o r otro, como norm a o regu­ to de abandono o puesta en suspenso del m odo rutinario de
laridad absoluta, desem peñan en su contraposición. El pla­
la existencia concreta.
cer lúdico consiste en esto precisamente: en la experiencia Tal vez lo más característico y decisivo de la experiencia
de la imposibilidad de establecer si un hecho dado debe su festiva que tiene lugar en la cerem onia ritual resida en que
presencia a una concatenación causal de otros hechos ante­ sólo en ella el ser hum ano alcanza “realm ente” la percep­
riores (la preparación de un deportista, el conocim iento de ción de la objetividad del objeto y de la sujetividad del suje­
un apostador, p o r ejemplo) o justam ente a lo contrario, a la to. Curiosam ente, la experiencia de lo perfecto, de lo pleno,
ruptura de esa concatenación causal (la “mala suerte” del acabado y rotundo -d el platónico “m undo de las ideas”-,
contrincante, la “voluntad de Dios”). Es el placer que trae la sería una experiencia que el ser hum ano no alcanza en el
experiencia de una pérdida fugaz de todo soporte; la ins­ terreno de la rutina, de la vida práctica, productiva/consun-
tantánea convicción de que el azar y la necesidad p u ed en ser, tiva y procreadora, en el m om ento de la m era efectuación
en un m om ento dado, intercambiables. En la rutina irrum ­ de lo estipulado por el código. Para tener la vivencia de esa
pe de pronto la duda acerca de si la necesidad natural de la plenitud de la vida y del m undo de la vida -p a ra perderse
m archa de las cosas -y, junto con ella, de la segunda “natu­ a sí mismo com o sujeto en el uso del objeto y para ganarse a
raleza”, de la form a social de la vida, que se im pone como sí mismo como tal al ser puesto por el otro como objeto-
incuestionable- no será justam ente su contrario, la carencia parecería necesitar la experiencia de “lo sagrado” o, dicho
de necesidad, lo aleatorio.'’’* en otros térm inos, el traslado a la dim ensión de lo imagina­
Algo diferente opera en el caso de la ruptura festiva; la rio, el paso “al otro lado de las cosas”.“ Instalado hasta físi­
irrupción del m om ento extraordinario es en este caso m u­ cam ente en este otro escenario, el ser hum ano de la expe­
cho más compleja. Lo que en ella entra en juego no es ya so­ riencia festiva y cerem onial alcanza el objeto en la pureza de
lam ente el hecho de la necesidad o naturalidad del código, su objetidad y se deja ser también en la pureza de su subje-
sino la consistencia concreta del mismo, es decir, la cristali­ tidad.1’7
zación, com o subcodificación singular del código de lo Conectada con la experiencia festiva de la cerem onia ri-
hum ano, de la estrategia de supervivencia del grupo social
en una situación histórica determ inada. La cerem onia ri­
tual, el m om ento en que culm ina la experiencia festiva, es el 0li Karl K erenyi, La religión antigua, Revista d e O ccid en te, M adrid, 1972,
vehículo de este tipo peculiar de ruptura de la rutina: ella p. 61.
07 E n la c erem o n ia ritual, la experiencia del trance es indispensable p ara
destruye y reconstruye en un solo movimiento todo el edifi­ la con stitu ció n de la ru p tu ra festiva. Si no hay este traslado, si el paso de la
cio del valor de uso dentro del que habita una sociedad; co n cie n cia ru tin aria a la conciencia d e lo ex trao rd in ario n o se d a m ed ian ­
im pugna y ratifica en un solo acto todo el conjunto de defi­ te u n a sustitución de lo real p o r lo im aginario, n o hay p ro p iam en te u n a
niciones cualitativas del m undo de la vida; deshace y vuelve ex p e rien cia festiva. P o r ello, n o hay sociedad h u m a n a q u e desconozca o
a hacer el n u d o sagrado que ata la vigencia de los valores p rescin d a del disfrute de ciertas sustancias potenciadoras d e la p ercepción,
in citad o ras d e la alucinación. La existencia h u m a n a - q u e im plica ella
orientadores de la existencia hum ana a la aquiescencia que m ism a u n a transnaturalización, u n violentam iento q u e trasciende el o rd e n
lo otro, lo sobrehum ano, les otorga.1” Se trata de una ruptu­ d e lo n a tu ra l- parece n ecesitar este p ecu liar “alim en to de los dioses” (G eor-
ra sum am ente peculiar puesto que implica todo un m om en­ ges Bataille, L ’erotisme, M inuit, París, 1957, p. 125). G racias a él, q u e violen­
ta su existencia orgánica, obligándola a d a r m ás de sí, a rebasar lo re q u eri­
d o p o r su sim ple anim alidad, p u ed e a b a n d o n a r o casionalm ente el te rre n o
01J o h a n H uizin g a, Humo ludens, Row ohlt, H am b u rg o , 1956, pp. 17-18. d e la conciencia objetiva, in tern arse en el ám bito de lo fantástico y percibir
Iir' R oger Caillois, L'homme el le sacre, G allim ard, París, 1950, p. 125.
algo q u e de o tra m an era le estaría siem pre vedado.

190 191
tual de una m anera muy especial -y también, p o r supuesto, zam iento com o un hecho “protoarquitectural” y la de los ob­
a través de ésta, con la experiencia Indica-, la experiencia jetos que delim itan y ocupan ese espacio como hechos plás­
estética es sin em bargo com pletam ente diferente de ella. ticos de distinta especie, “protopictóricos”, “protoescultóri-
Con la experiencia estética, el ser hum ano intenta traer al cos”, etcétera.
escenario de la conciencia objetiva, normal, rutinaria, aque­
lla experiencia que tuvo, m ediante el trance, en su visita a la El ethos barroco y el predominio de la estetización
materialización de la dim ensión imaginaria. Lo que intenta en la vida cotidiana
revivir en ella es justam ente la experiencia de la plenitud de
la vida y del m undo de la vida; pero pretende hacerlo, no ya Separar, dentro de la vida cotidiana, el tiem po de la ruptu­
m ediante el recurso a esas ceremonias, ritos y sustancias des­ ra, com o tiem po improductivo, del tiempo de la rutina,
tinados a provocar el trance o traslado a ese “otro m u n d o ” com o tiem po productivo; depurarlos y repartirlos en la pro­
ritual y mítico, sino a través de otras técnicas, dispositivos e porción adecuada -q u e subraya el carácter de excepción
instrum entos que deben ser capaces de atrapar esa actuali­ que tendría el prim ero respecto del segundo—es uno de los
zación im aginaria de la vida extraordinaria, de traerla justa­ principales imperativos de la civilización m oderna. Debe, sin
m ente al terreno de la vida funcional, rutinaria, e insertarla em bargo, abrirse paso en medio de una realidad cuya sus­
en la m aterialidad pragmática de “este m undo”. tancia histórica la vuelve reacia a él. Sin confundirse entre sí,
A tal grado la experiencia estética resulta indispensable pero estrecham ente entretejidas la una con la otra, las dos
para la vida cotidiana de la sociedad, que ésta la genera modalidades de la existencia hum ana que se desenvuelven
constantem ente de m anera espontánea.“8 Puede decirse que en esos dos m om entos del tiem po cotidiano han dependido
ella tiene lugar en algo semejante a una conversión sistemá­ siem pre, desde tiempos arcaicos, de la form a del tejido que
tica de la serie de actos y discursos de la vida rutinaria en las junta. Por esta razón, cuando la m odernidad se em peña
episodios y mitos de un gran dram a escénico global; a una en reducir estas formas complejas a la forma simple de un
transfiguración de todos los elem entos del m undo de esa intercalam iento m onótono y superficial de breves interrup­
vida en los com ponentes del escenario, la escenografía y el ciones improductivas en el curso de un tiem po dedicado
guión que perm iten el desenvolvimiento de ese drama. De casi p o r entero a la producción de m ercancías y la repro­
esta m anera, estetizada, la experiencia del cuerpo de la per­ ducción de la fuerza de trabajo, se topa con resistencias insu­
sona im plica la percepción de su m ovimiento como un perables.
hecho “protodancístico”, así como la del tiempo del mismo D urante la Edad Media, la versión de la vida “en ruptura”,
com o un hecho “protom usical”, la del espacio de su despla- im productiva, con la que debía com binarse la vida rutinaria
o “productiva” para ser efectivamente tal, era la que es pro­
llS El artista p ro p ia m e n te d ich o sería, así, alg u ien q u e es capaz - p o r su pia de la vida ritualizada por la religión. El tiem po cerem o­
disposición ex cep cio n al, p o r la técn ica q u e d o m in a - d e p ro p o rc io n a r nial invadía de innum erables maneras, con diferentes inten­
o p o rtu n id a d e s d e e x p e rie n c ia estética p ara la co m u n id a d ; d e a m p lia r la sidades y en m últiples com binaciones, el h o rario y el
m e d id a privada (espacial, tem p o ral, sem iótica) en q u e to d o s alcan zan a calendario de la producción, el consum o y la procreación.
estetizar sus vidas singulares: en q u e todos c o m p o n e n las c o n d ic io n e s Lo hacía, porque su tem poralidad era la de una fiesta pode­
necesarias p ara la in te g ra ció n d e la p le n itu d im ag in aria d el m u n d o e n el
te rre n o d e la e x p e rie n c ia o rd in a ria y, al h ac erlo , re c o m p o n e n su vida co ti­
rosa y om nipresente, preparada por u na com unidad vigente
d ian a, en m ayor o m e n o r m ed id a, e n to rn o a ese m o m e n to d e “in te rfe ­ y dueña de un discurso mítico capaz de convencer; llevada a
re n c ia ” d el tiem p o e x tra o rd in a rio en el tie m p o d e la ru tin a . cabo p o r u n a ecclesia que era capaz de responder con la con­

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creción mágica de su socialidad im aginaria a la dem anda de allá de sí m ism o- hay una resistencia a la separación quirúr­
concreción que se generaba en una vida social dom inada gica de los dos tipos de coddianidad, a la depuración del
cada vez más p o r las relaciones interindividuales abstractas tiem po productivo m ediante la expulsión del tiem po im pro­
de la econom ía mercantil. ductivo; pero hay al mismo tiem po el reconocim iento de
Para el siglo XVII, en cambio, el poderío de la fiesta ecle­ que el desgaste de la m onopolización de este últim o por
siástica estaba en cam ino de desvanecerse, pues la religión parte de la ritualización religiosa es definitivo. Por esta
había sido ya expulsada del centro de la econom ía; en el razón, la única existencia “en ruptura” que el ethos barroco
m ercado dom inado p o r el capital im peraba ya un sujeto sin- puede reivindicar -m ás allá de la anarquía lúdica y del tran­
tetizador de socialidad (el valor valorizándose) capaz de ce festivo- com o esencial para la hum anización de la exis­
com petir con ventaja con la em presa cristiana -q u e le había tencia rutinaria es la que se desenvuelve en torno a la expe­
preparado el cam ino durante tantos siglos- y svi com unidad riencia estética. La “exagerada” estetización barroca de la
eclesial. La m odernidad capitalista, ciega a la com plem enta- vida cotidiana, “que vuelve fluidos los lím ites en tre el
riedad contradictoria entre el valor económico, que se valori­ m undo real y el m undo de la ilusión”,(i9 no debe ser vista co­
za en el tiem po rutinario, y el valor de uso, que se cultiva en m o algo que es así porque no alcanza a ser de otro modo,
el tiem po “de ru p tu ra”, convencida de la coincidencia plena com o el subproducto del fracaso en una construcción rea­
entre sus dos “lógicas”, difundía la seguridad de que la vida lista del m undo, sino com o algo que es así porque pretende
cotidiana rutinaria puede y debe zafarse y purificarse de la ser así: com o una estrategia propia y diferente de construc­
vida “en ru p tu ra”, que una com binación con ésta no sólo le ción de m undo.
es prescindible en su búsqueda de mayor productividad, “Theatrum mundi”, el m undo como teatro, el lugar en
sino incluso dañina. donde toda acción, para ser efectivamente tal, tiene que ser
Sólo allí donde el ethos barroco era el vehículo de esa una escenificación, es decir, ponerse a sí misma como simu­
m odernidad, esta seguridad puritana encontró cerrado el lacro -¿recuerdo?, ¿prefiguración?- de lo que podría ser.
paso. Cultivar p o r la vía del ethos barroco una form a social C onstruir el m undo m oderno como teatro es la propuesta
com o la europea, que se encontraba en proceso de m oder­ alternativa del ethos barroco frente al ethos realista; una pro­
nizarse en torno a la sustitución de la ecclesia por el m ercado puesta que tiene en cuenta la necesidad de construir tam­
capitalista, era hacerlo, no bajo el m odo de adoptada e inte­ bién una resistencia ante su dom inio avasallador. Lo que ella
riorizada, sino bajo el de trascendida o desrealizada. pretende es rescatar la “forma natural” de las cosas siguiendo
La m odernización capitalista de la sociedad europea trajo un procedim iento peculiar: desrealizar el hecho en el que el
consigo un enfrentam iento en el que la ecclesia, com o defen­ valor de uso es sometido y subordinado al valor económico;
sora de la figura arcaica del “valor de uso”, fue vencida y sus­ transfigurarlo en la fantasía, convirüéndolo en un aconteci­
tituida por la “sociedad civil o burguesa”, com o defensora m iento supuesto, dotado de una “realidad” revocable. El ser
del valor puram ente económico. Ante este hecho, el ethos hum ano de la m odernidad barroca vive en distancia respec­
barroco no inspiró una tom a de partido por ninguno de los to de sí mismo, como si no fuera él mismo sino su doble; vive
dos contrincantes, sino la postulación de una socialidad de creándose como personaje y aprovechando el hiato que lo
otro orden en la que lo eclesial y lo civil no tenían razón
de enfrentarse.
En el ethos barroco -d o n d e el valor de uso, negado en la H an s T in te ln o t, “A n n o tazio n i su l ’im p o rtan za d ella festa teatrale p e r
la vita artistica e dinastica n el B aro cco ”, e n E nrico Castelli (c o m p .), Reto­
rutina de la m odernidad capitalista, está re-afirmado más
rica e barocco, Bocea, R om a, 1955, p. 233.

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separa de sí mismo para tener en evienía la posibilidad de su incluía justam ente el recurso a su estetización. Por esta
propia perfección. Trabajar, disfrutar, amar; decidir, pensar, razón, sin serlo en esencia, la estetización barroca tiende a
opinar; todo acto hum ano es como la repetición mimètica o ser una estetización de la fiesta religiosa, de sus ceremonias
la transcripción alegórica de otro acto; un acto original, él sí, y sus ritos, de los lugares y los objetos de su realización.73
pero irrem ediablem ente ausente, inalcanzable.70 M uchos de los rasgos reconocidos como característicos de la
Las posibilidades históricas reales de una m odernidad “estética barroca”, sobre todo la predilección por lo espec­
barroca en el siglo XVII delim itaron, sin em bargo, con toda tacular y pom poso, lo estruendoso y deslum brante, sólo co­
firmeza, una tendencia que vino a configurar de m anera rresponden en verdad a una m odalidad de la misma, a la del
muy especial esta estetización desm esurada o esta teatraliza- arte barroco em peñado en ayudar a la cerem onia ritual de
ción om niabarcante de la vida cotidiana. la Iglesia -y, p or extensión, de la m onarquía por derecho
Aparte de la dependencia estructural que guarda la rup­ divino- a rescatarse a sí misma de su decadencia.74
tura estética de la rutina respecto de la ruptura festiva -ya Debe tenerse en cuenta, sin em bargo, un giro de la reali­
qvie es de ésta, y no directam ente de la experiencia rutina­ dad histórica que viene a cerrar el círculo: el proyecto históri­
ria, de donde saca la “m ateria prim a” de su trabajo y recibe co que im pone su tendencia a la estetización barroca espon­
las significaciones prácticas o discursivas de su arte y su poe- tánea de la sociedad en la Europa m editerránea del siglo XVII,
sía-, el siglo XVII trajo para ella la necesidad de acom pañar el proyecto de la Iglesia postridentina, resulta ser, él tam bién
a esa ruptura festiva en su intento últim o pero im ponente de -y sobre todo él—, un proyecto barroco. En efecto, puesta a
reconquistar su inserción y su presencia determ inante en la elegir entre seguir siendo la ecclesia am pliada de todos lo
vida cotidiana de la m odernidad.71 La estetización barroca seres hum anos, pero adm inistradora del proceso m oderno
del m undo debió llevarse a cabo dentro del ám bito abierto de descristianización y repaganización de los fieles, por un
por el program a de la Iglesia postridentina -q u e form aba lado, o convertirse en una ecclesia rescatadora de la ortodo­
parte de su doble proyecto: “catolizar” la m odernidad y xia, pero restringida a los pocos cristianos dotados de una fe
m odernizarse a sí m ism a- destinado a revitalizar el ritual y la auténtica, p o r otro, la Iglesia postridentina se decide por
cerem onia desfallecientes del catolicismo;72 program a que ambas opciones y por ninguna de ellas: m antiene su perm i­
sividad católica (universalista) y al mismo tiempo exalta la
ortodoxia cristiana; pero lo hace, a lo barroco, m ediante
70 B enjam in, o p . cit., p p . 152ss.
71 C. G. A rgan (Renacimiento y barroco, Akal, M adrid, 1987, t. II, p. 262)
llega a decir, incluso, q u e “el p e rio d o q u e se c o n o c e c o n el n o m b re d e 7:1 N o hay m e jo r ejem p lo d e esta co in cid en cia d e la estetización b a rro ­
B arroco p u e d e d e fin irse co m o u n a revolución cu ltu ral en n o m b re d e la ca e sp o n tá n e a d e la sociedad con el e m p e ñ o papal de revitalización d el
id eo lo g ía cató lica”. La d ific u lta d p a ra e n c o n tr a r la clave d e l p ro b le m a c e re m o n ia l cató lico q u e la “rim o d e rn a z io n e ” d e R om a e n el sigo X V I I .
q u e p la n te a n las co in cid en cias y las d iscrep an cias así co m o los e n te n d id o s T oda ella se vuelve, e n ese siglo, u n in m en so c e n tro e n el q u e el desplie­
y los m a le n te n d id o s e n tr e b a rro q u ism o y c o n tra rre fo rm ism o , q u e se g u e d e las artes se conjuga co n la reactivación artificial d e la fe. (Portog-
observa e n los p rim ero s q u e lo tra ta ro n -H a u se n ste in ( Vont Geist des hesi, Roma barocca, L aterza, Rom a-Bari, 1995, p. 50; A rgan, Historia da arte
Barock, Piper, M un ich , 1920) y sobre to d o W eissbach (El barroco, arte de la como historia da cidade, M artins F ontes, Sao Paulo, 1995, pp. 84ss.)
Contrarreforma, Espasa-Calpe, M adrid, 1 9 2 1 )-, se h a e x te n d id o hasta n u e s­ 71 El tra sla d o d e la estetización b a rro c a del a m b ie n te religioso al
tros días ( Cfr. M aravall, op. cit., y S ebastián, Contrarreforma y barroco, A lian­ a m b ie n te c o rte sa n o p arece estar en el o rig en de su tran sfo rm ació n en un
za, ^ la d rid , 1981), inclu so a través de la o b ra m agistral d e M âle (L'art réli- re c u rs o e x te rio r, c o m o c o m p le m e n to “ro c o c ó ”, d e la e ste tiz a c ió n
y d e la f i n d u xvie siècle, d u XVIte siècle et d u xville siècle, 1945). “ (n eo )clásica”. (Cfr. Allewyn, Das Grosse Welttheatlier, R ow ohlt, H am b u rg o ,
P eter B urke, The Historical Anthropology of Early Modem Italy, trad . 1959.) Es posible q u e u n uso sim ilar d e lo b a rro c o p o r la estetización
W agenbach, B erlin, 1986, pp. 38-39. “ro m á n tica " esté e n la base d e lo q u e se co n o ce c o m o “kitsch”.

197
una teatralización o puesta en escena de esa contraposición:
prom ueve la interpenetración y la confusión de la aparien­
cia ritualista y cerem onial de la fe con la presencia esencial
o verdadera de la misma.

4. La reelaboración b arro ca del m ito cristiano

Qiiae semper lutum est médium


in ter)tomines et Deum,
pro culpis remediutn.

Ritualidad y mitificación m arcan ineludiblem ente todo em­


pleo o habla del código en las sociedades hum anas y ofrecen
así la plataform a de partida ineludible para la estetización
de la vida cotidiana y por tanto también para la creación ar­
tística y poética; entregan las formas preexistentes que pasan
a ser la sustancia de las formas dramáticas -sean espontáne­
as o tecnificadas- que se com ponen con ellas.
Por esta razón, para considerar el “contenido concreto”
que entra en juego en la estetización “exagerada” de la vida
cotidiana barroca, conviene tener en cuenta, aunque sea
brevísimamente, la sustancia ritual y mítica sobre la cual y
con la cual se cum ple esa estetización.75
La sociedad europea que se em peñó, al m enos desde el
siglo XIV, en levantar u na civilización m oderna era una
O ’

sociedad cuyos mitos originales, tanto antiguos (grecorro­


manos) com o más recientes (germanos, celtas y otros más)
habían sido transformados sustancialmente por el impulso
colonizador judeo-cristiano de todo un milenio de duración.
El perfil básico de las identidades concretas que se cultiva­
ban en ella provenía de ese largo y complejo -y doloroso-
proceso de mestizaje que fue el de la cristianización de Occi­
dente. El cuento (el mito) mayor, al que se convertían todos

7r' La co m p lejid ad , m uy p oco e x p lo ra d a aú n , d e la h isto ria de la ritu ali­


d a d - q u e d esb o rd a su “tran scrip ció n ” y su sujeción al d o m in io logocentris-
ta d e l m ito , d a d o el nivel p ráctico d e la sem iosis e n el q u e se desenvuel­
v e - o bliga a re d u c ir esta co n sid eració n al te rre n o del m ito.
198
199
los demás -ortodoxos y heterodoxos- y a través del cual nal com o reino del valor de uso percibido en la perspectiva
daban nom bre a las cosas y les encontraban sentido era el del productor-propietario-consum idor privado, entregado a
que estaba en el texto de los dos Testamentos y de la Histo­ la acum ulación- traía consigo la “m uerte de Dios”, tanto
ria Sacra. com o presencia m etoním ica de lo O tro que com o fuerza re-
La determ inación histórica del m ito judeo-cristiano que­ ligadora de la com unidad. Introducía, paradójicam ente, el
da m arcada y puede reconocerse antes que nada en la elec­ “ateísmo en el cristianismo.”78 La m odernidad obligaba al
ción que las diferentes épocas de la vida eclesial europea mito cristiano a recom ponerse, paradójicam ente, sobre el
han hecho de uno de los pasajes o uno de los niveles del mis­ abandono de su propio fundam ento: la fe práctica en el Dios
m o para destacarlo como el centro de su narración o el sen­ popular. Dios dejaba de ser el contenido efectivo de la fe,
tido central de la misma.71’ Una vez es la pasión y m uerte del aquello invocable con lo que se cuenta directam ente en la
Salvador; otra, las enseñanzas y los milagros de Cristo; otra vida cotidiana, y quedaba como u n lugar vacío pero indis­
más, el nacim iento y la formación de Jesús, etcétera. El énfa­ pensable.79 La vigencia del mito pasaba de su texto a su
sis puesto en distintos m om entos del mito m a y o r-q u e cuen­ estructura. La significación se alegorizaba, debía ser leída
tan sea la Caída del ser hum ano, su Castigo sobre la tierra, más allá de la letra, en un “escenario retórico” sustancial­
su Redención p o r Cristo o su Salvación final- ha recom ­ m ente alterado.
puesto y reorganizado en num erosas ocasiones la lectura del El efecto persuasivo de la narración del mito, la interiori­
mismo, dando de él versiones muy variadas, a veces diver­ zación del sentido cristiano de la vida, dejó de ser un hecho
gentes e incluso incom patibles entre sí -com o, por ejemplo, colectivo y sólo indirectam ente individual, dependiente de
las que oponen desde el siglo XVI a católicos y protestantes. la vida colectiva de la eedesia, y pasó a ser una experiencia
U no es, en efecto, el cristianismo tenebroso que se abisma individual directa, propia de la vida privada de cada quien.
en la escena de la passion y la crucifixión de Cristo; otro, muy El dram atism o judeo-cristiano de la existencia hum ana, con
diferente, luminoso, el que prefiere la imagen del ángel su secuencia cíclica de los estados de pecado, culpa y reden­
anunciándole a María su m aternidad divina.77 ción, pasó a necesitar del contenido de la experiencia indi­
Ya para el siglo XV, la consistencia del mito cristiano vidual para p o d er realizarse com o tal. “El antiguo orden
-aq u él a través de cuya estructura debía pasar el uso lingüís­ dram ático mayor, el de la caída del ser hum ano, el sacrificio
tico de la sociedad que se m odernizaba, para ser efectiva­ divino y el juicio final, pasa a un segundo plano; el dram a
m ente significativo—había entrado en una transform ación hum ano encuentra su orden en sí mismo.”80
radical. A unque de m anera aún soterrada, la m odernidad El im pacto de esta reconversión m oderna espontánea del
invadía ya definitivam ente el sentido de esa narración a par­ mito cristiano fue radical en lo que respecta a la sustitución
tir de cuyo “texto” el m undo se volvía “decible” y, en gene­ de los pasajes de la narración que se habían enfatizado en la
ral, los datos de la experiencia se juntaban en una realidad Edad Media; llevó a preferir justam ente aquellos m om entos
inteligible. La reivindicación del sceculum -d e l m u n d o terre­
7S E rn st B loch, Atheismus im Chistentum, S u hrkam p, F ra n k fu rt am M ein,
7l’ Q u e n o c o in c id e n e c e sa ria m e n te c o n la vida d e la Iglesia c o m o ins­ 1968.
titu ció n del alto clero , o b e d ie n te a la política d e los papas y los so b eran o s; ?,i Leszek Kolakowski, Cristianos sin iglesia. La conciencia religiosa y el víncu­
q u e p u e d e incluso seg u ir u n a te n d e n c ia c o n tra ria a la d e ella. lo confesional en el siglo XVII, T aurus, M adrid, 1965, p. 543, y M ichel de Cer-
77 Es u n a idea q u e e x p o n e c o n agudeza J o h n W. O ’Malley, S. J., e n u n teau , La fable mystique. XVI-XVII siècle, G allim ard, París, 1982, p. 222.
ep ílo g o a S tein b erg , La sexualidad de Cristo en el arte deI Renacimiento y en el s" E rich A u erb ach , Mimesis. Dargestellte Wirklichkeit in der abendländischen
ohndo moderno. B lum e, M adrid, 1983. p. 232. Literatur, F ran ck e, B erna-M unich, 1946, p. 309.

200 201
tácitos o “no redactados” del texto m ítico en los cuales el
su presencia en la revolución teológica llevada a cabo por los
sacrificio de Cristo es contado com o una historia de reden­
teólogos de la Com pañía de Jesús (sobre todo Pedro de Fon-
ción y exculpación, y a relegar los que lo hacen com o u n a
seca y Luis de Molina) en la segunda mitad del siglo XVI, que
historia de ratificación y exacerbación de la culpa. Llevó a
es conocida con el nom bre de “m olinismo”. Enfrentados a la
leer en el m ito aquello que perm ite hablar del m undo como
contradicción irreconciliable entre “pelagianism o” y “agusti-
un lugar de oportunidades y perfeccionam ientos, y a igno­
nism o”, entre explicar la salvación individual como fruto de
rar aquello que obliga a tratarlo exclusivamente com o un
lugar de condenas y penitencias. los méritos del hom bre virtuoso, de su voluntad libre de “imi­
tar a Cristo”, o explicarla, por el contrario, como resultado
“Mi riqueza o mi pobreza: ¿se explican p o r el trabajo con­
de la gracia concedida caprichosam ente por Dios; enfrenta­
creto que está objetivado en mi producto o más bien p o r la
dos a la necesidad de decidir entre la afirm ación del libre
oportunidad de su realización en la com petencia mercantil?
albedrío hum ano y el reconocim iento de la om nipotencia
¿De qué dependen mi felicidad o mi desdicha: de mis actos
divina, los seguidores de Ignacio de Loyola se resisten a
o de la fortuna? ¿Es la prim era un prem io y la segunda un
tom ar partido.81 Tanto la clausura en la autodeterm inación
castigo, o ambas obedecen a un destino inexcrutable? ¿Qué
hum ana com o la entrega a la predestinación divina condu­
soy yo: hechura de m í mismo o creatura de las circunstan­
cen, según ellos, el prim ero de m anera abierta, el segundo
cias?” Libertad versus necesidad. Así parece expresarse, quin­
de m odo vergonzante, a un ateísmo práctico, a la pérdida de
taesenciado, reducido a su “contenido estructural” en el
una relación viva, conflictiva y dinám ica, del individuo
habla laica y descreída de la cotidianidad m oderna, el mito
hum ano con Dios.82 Su decisión va en el sentido de la bús-
cristiano que sigue otorgándole a ésta su sentido e inteligi­
bilidad. Es el núcleo mítico constituido por la tram a que
opone los m éritos hum anos a la gracia divina en la causali­ 81 F o rm u lad a p o r G racián (Oráculo manual y arte (le prudencia, U niversi­
dad del ciclo de la Creación; un ciclo cuyo com ienzo estaría d a d N acional A u tó n o m a d e M éxico, 1647, 1995, p. 237), la “regla de gran
m a e stro ” [d e Ignacio de L oyola], a la q u e “n o ai q u e a ñ a d ir c o m e n to ”,
en la caída de Adán y cuyo final vendría con la salvación del
diría: “H an se d e p ro c u ra r los m edios h u m a n o s co m o si no huviesse divi­
género hum ano, después de haber pasado p o r el sacrificio nos, y los divinos com o si n o huviesse h u m a n o s” (A. 251). Y la R egla 17 d e
red en to r de Cristo. la C o m p a ñ ía d e Jesú s subraya la n ecesid ad del libre arb itrio p a ra el cum ­
Distintas y muy diferentes en tre sí son las m aneras de for­ p lim ie n to d e la gracia: “N o insistam os ta n to en la eficacia d e la gracia, q u e
mularse y desarrollarse que m uestra este contenido estruc­ h ag am o s n a c e r e n los espíritus el v en en o del e rro r q u e nieg a la lib e rta d ”.
tural del mito cristiano en su proceso de recom ponerse bajo Es ta m b ién la id ea básica d e la in te rp re ta c ió n q u e h ace sor J u a n a Inés de
la C ru z d e aq u ello en q u e consiste “la m ayor fineza del Divino A m o r”
el im pacto de la m odernización. Sus diferencias trasladan al
(“C arta A te n a g ó rica”, e n Obras completas, F o n d o d e C u ltu ra E conóm ica,
cam po de la elaboración mítica las diferencias que separan M éxico, t. rv, 1690, 1957, pp. 435ss.).
las cuatro modalidades del etilos histórico m oderno. Son di­ "* El C oncilio de T ren to deja p la n te a d o el te rre n o p a ra la elab o ració n
ferencias que se constituyen en torno a las variadas posibili­ del “te rc e ro e x c lu id o ” p o r p arte de M olina c u a n d o an atem iza las dos posi­
dades que tiene el mito de n arrar la vida, según lo haga más cio n es c o n tra p u estas sobre el tem a de la ju stificació n : “A n atem a a cual­
q u ie ra q u e d iga qu e el h o m b re p u e d e creer, esperar, a m a r o a rre p e n tirse ,
com o una historia de la libertad y los méritos hum anos o,
c o m o lo necesita p ara recib ir la gracia de la ju stificació n , sin la inspiració n
p o r el contrario, más como una historia de la necesidad y el p red isp o sito ra y la ayuda del E spíritu Santo. A n atem a a q u ien diga q u e la
otorgam iento de la gracia divina. v o lu n ta d lib re del h o m b re , prom ovida y ex citad a p o r D ios n o c o o p e ra d e
La m ejor m anera de distinguir la especificidad de la re­ n in g u n a m a n e ra p ara d isp o n erse y p re p ararse a re c ib ir la ju stificació n ,
elaboración barroca del mito cristiano es tal vez a través de a c e p ta n d o la ex citación y el llam ado d e Dios, y q u e el h o m b re n o p u e d e ,
si así lo q u iere , rechazarlas, sino q ue, com o si fu era u n ser in a n im a d o , n o
202
203
queda barroca del “tercero excluido”: reconocen, com o di­
el plano de la oposición libertad/necesidad, para ser válida o
ce el título de la obra de Molina, la profunda “concordia libe-
efectiva, tiene que traducirse a la que ellos adquieren en
ri arbitrii cum gratice donis... ”e in tentan dem ostrarla m edian­
otro plano, relativista, donde la obediencia a la necesidad se
te la creación del más barroco de los conceptos, el de la
hace por medio de transgresiones, y el ejercicio de la liber­
“ciencia m edia” de Dios.83 En virtud de saber único y espe-
tad a través de obediencias. Es una significación que debe
cialísimo, Dios, en uno de los estadios de su om niciencia
vencer un escepticismo básico respecto de la lengua en que
-cien cia que en él tiene consistencia ontológica, que es sa­
está form ulada, obligándola a revivir efím eram ente en
ber de la cosa y al mismo tiem po creación de la cosa-, sabe-
la escenificación de sentido que trae consigo cada caso sin­
crea al hom b re com o un ente libre, pasa ju n to con él p o r
el ejercicio del libre albedrío, que elige y tom a decisio­ gular.
nes. El intento de la Iglesia Católica postridentina y, como
núcleo dinám ico de ella, la Com pañía de Jesús, de aprove­
A igual distancia de las dos recom posiciones extremas del
char la estetización barroca de la vida cotidiana para revita-
m ito cristiano en la m odernidad, la realista o puritana -la
lizar su cerem onia ritual incluye de m anera central un pro­
que toma partido p o r la necesidad y contra la libertad-y la ro­
yecto de restaurar la letra, el contenido textual, doctrinal,
m ántica o heroica -la que se decide p o r la libertad, en con­
del mito que la acom paña y explica.8*No extraña, en conse­
tra de la necesidad-, la recom posición barroca salta por
cuencia, que la realización de este proyecto a partir y sobre
encim a del plano en que el destino individual debe ser
la base de la esquematización barroca del mito cristiano, la
narrado bien como una pura improvisación, una aventura
lleve a recom poner ese texto en concordancia con su mo­
de autorrealización, o bien como u n a pura fatalidad, un epi­
dernización espontánea, y que tal recom posición incluya de
sodio de efectuación de un fin trascendente; pone ese plano
m anera principal la conversión en protagónico de u n per­
“entre paréntesis” o “en escena”, de tal m anera que la liber­
sonaje del panteón cristiano que se ubicaba tradicionalm en­
tad y la necesidad parecen convertirse cada una en su con­
te en la penum bra o la periferia, la m adre de Jesús, la Virgen
trario y confundirse entre sí. D esobedecer a la fatalidad,
resistirse a su cum plim iento, puede ser sim plem ente otra María.85 El culto de la Virgen María es, en efecto, el de una
semidiosa de la casuística.86 En él se consagra una entidad
m anera de obedecerla, de cumplirla, aunque en u n a versión
interm ediaria entre el ám bito superior, el de la ley universal,
am pliada. A la inversa, obedecerla, identificarse con sus dis­
donde Dios parece po d er prescindir del ser hum ano, y el
posiciones, puede ser una m anera de vencerla, de arreba­
plano inferior, el de los casos concretos, donde tam bién, por
tarle la libertad y volverse efectivamente libre. El contenido
su parte, el ser hum ano parece po d er desentenderse de
de salvación - “mesiánico en tono m en o r”, diría B enjam in-
Dios. Disculpaclora, com prensiva, “refugium peccatorum”,
im plícito en toda actividad hum ana, que es el tema central y
M aría resulta no más indispensable para los fieles que para
recurrente de la m itología cristiana m odernizada, adquiere
el mismo Dios: al disim ular ante él la incorregible imperfec-
en la versión barroca de ésta un sentido casuístico. Según
esta versión, la significación de los actos que se com pone en
*'1 V éanse los a p u n te s de M iguel B attlori sobre las relacio n es e n tre la
“c o n tra rre fo rm a ” y el arte barro co . O frecen u n cu a d ro m ín im o de las mis­
h ace a b so lu tam en te n a d a y p e rm a n e c e c o m p le ta m e n te pasivo.” A ctas del m as q u e n o d e b e ría ser pasado p o r alto. (1952, p. 29.)
C oncilio, Sesión vi, e n je d i n , op. cit., t. II, p. 257. Kr>M ale, op. cit.., pp. 298ss; B urke, op. cit., pp. 55ss.
s:i L uis d e M olina, S. J., Liben Arbitrii cum gratice clonis,... Concordia, Sl' E d m u n d o O ’G o rm an , Destierro de sombras, U niversidad N acional Au­
“S ap ie n tia ”, M adrid, 1588-89, 1953, pp. 339-40. tó n o m a d e M éxico, M éxico, 1986, pp. 118ss; F rancisco de la M aza, Elgua-
dalupanisrno mexicano, F o n d o d e C u ltu ra E conóm ica, M éxico, 1953, p. 91.
204
205
ción de lo hum ano en medio de su Creación, im pide tam­
bién que se interrum pa la performance cosmogónica de la
misma, le restaura su razón de ser. El intento de la Iglesia
Católica de “resucitar” a Dios, de expulsar al ateísmo del cris­
tianismo, de com batir el descreim iento den tro de la narra­
ción m oderna (laica) del mito cristiano, ha tenido así en el
culto m ariano su instrum ento más eficaz y duradero.87 5. Ethos barro co y arte barroco

Quel che é veramente arte non e mui barocco, e quel che


e barocco non é arte.
B en e d e tto C roce

La “decorazione assoluta”

Es probable que la m ejor m anera de aproxim arse a lo carac­


terístico del arte barroco sea por una vía indirecta: la de
reconstruir en sentido positivo, com o proyecto y propuesta,
aquello que los otros tipos de arte m oderno coinciden en
considerar (y condenar) como negativo en él, como defecto
o deform ación.
Los juegos de ingenio poético en la literatura; la especta-
cularidad de las alegorías y los arreglos teatrales; los or­
nam entos, los ecos y diálogos de voces e instrum entos, en la
música; el trompe-l’oeil, el tenebrism o, el trem endism o, en
la pintura; la congelación del movimiento gestual en la es­
cultura; la retención de la espacialidad cerem onial en la ar­
quitectura: son los rasgos que nunca faltan en la descripción
de las obras de arte barrocas, que se subrayan com o indica­
tivos de su particularidad. Todos ellos apuntan en u na sola
dirección: en el arte barroco se presenta en tal m edida una
exageración del m om ento ornam ental o retórico de la obra
de arte, que el otro m om ento, el que corresponde a su fun­
ción esencial de representar el m undo, queda en mayor o
m enor m edida supeditado a él.
K7 La im p o rtan c ia q u e el cu lto m a ria n o tuvo e n el proyecto católico de Histriónico, efectista, extravagante, escandalizador -y por
re sta u ra c ió n d e la fe cristian a se d o c u m e n ta hasta el exceso en la cen tra- ello superficial, fácil, incluso populachero-, el arte barroco
lid ad d e la im ag en d e la V irgen d e n tro d el e x u b e ra n te apoyo estético q u e se m uestra oportunista con el tiempo y con el espacio: pre­
el a rte b a rro c o d e b ió p re starle en los siglos xvil y xvm , so b re to d o e n fiere el efecto local y efím ero y se desentiende del impacto
A m érica. (Cfr. S ebastián, o p . cit., 1981.)
general y duradero; le basta conm over el alma y persuadir al
206
207
sino como lo que es- la im agen negativa que lo describe trata de un ornam ento que, sin abandonar su función secun­
com o una representación que no llega a ser tal y se queda daria, únicam ente sobredeterm inadora de la función cen­
en simulacro de representación, es necesario exagerarla tral o determ inante, desem peñada por lo sustancial de la
hasta el extrem o para ver si, llevada al absurdo, estalla y deja obra, la cum ple de u na m anera tal, que lleva la percepción
el cam po a una im agen inversa. Esto es justam ente lo que a confundirla con esta última, en una alternancia de veloci­
hace T heodor W. A dorno91 al definir el arte barroco como dad vertiginosa; que induce en el espectador una insegu­
“decorazione assoluta ”. El arte barroco consistiría en u n a deco- ridad inquietante cuando debe repartir las funciones de de­
razione que lleva su función ancilar (de servicio a aquello que term inante y sobredeterm inante entre lo sustancial y lo
decora) de una m anera muy particular; que, paradójica­ accesorio. Se trata, en efecto, de un ornam ento que desa­
m ente, sin dejar de ser un medio, se convierte ella misma en rrolla, d en tro de la norm a o ley formal predom inante, otra,
un fin: una decorazione que se ha liberado y “ha desarrollado que le es propia y que llega a desestabilizar radicalm ente la
su propia ley form al”. prim era.
Tal vez cabe subrayar de entrada que el “ornam ento abso­ La m uestra más clara del arte barroco como “decorazione
luto”, aunque “liberado”, no se independiza de la obra que assoluta” u ornam ento liberado la ofrece sin duda la lite­
ornam enta, y se convierte en otra obra, sobrepuesta a ella o ratura barroca: su retórica es una retórica absoluta o libera­
incrustada en ella y que vendría a com petir con ella.92 Se da.93 El conjunto de reglas de com portam iento discursivo y

91 Ästhetische Theorie, S u h rk am p , F ra n k fu rt am M ein, 1970, p. 236. p e ta r los n o m b re s, n o ju g a r co n la po sib ilid ad m etafó rica d e co m p ararlo s
92 Tal vez el calificativo d e “ab so lu to ” c o rre p o n d a m ejo r a la o rn a m e n ­ co n sim ilares e n el eje p aradigm ático; d e b e a ten e rse al ju e g o m eto n ím ico
tació n levantina, c o n la q u e suele e m p a re n ta rse la b a rro ca p e ro q u e es d e d e la v ariació n p o r re p etició n e n el eje sintagm ático. E n el o rn am en talis­
u n o rd e n d iferen te . El o rn a m e n ta lism o lev an tin o n o p u e d e ser visto m o b a rro c o , p o r el c o n trario , la d eco ració n in te n ta rescatar, e n la p érd i­
c o m o ex ag erad o , p o rq u e , él sí, es “a b so lu to ”. E n él, los m otivos re p e tid o s d a d el o b jeto , la presen cia d el m ism o, e n la confusión d el á n im o , la clari­
en in term in ab les e n tre te jid o s im p e n e tra b le s inv ad en el espacio co n u n a d ad d e la m e n te . En él hay u n a afirm ació n d o b le del espacio com o
in te n c ió n m anifiesta: c lau su rarle su disp o sició n a s e r espacio p a ra la re ­ e scen ario d e la rep resen tació n : la o rn a m e n ta c ió n es ella m ism a u n texto
p resen tació n , sujetarlo a las n ecesid ad es d el happening. P ersigue la o b n u ­ tra n sc rito en im ágenes, q ue invita a ser leíd o en el disfru te del objeto.
bilación, la p é rd id a d e sí, la em b riag u ez e x ó g e n a (d el a m b ie n te , n o d el In a g o ta b le, el cu a d ro de V elázquez c o n o cid o co m o Las meninas
c u e rp o individual, c o m o la d e l a lco h o l), la a n u la c ió n d e l esp acio escén i­ p u e d e m o strarse tam b ién com o u n ejem p lo de “decorazione liberata”. Se
co; lleva a c o n c e n tra r d e m a n e ra to tal el c o n te n id o d ra m á tico d e la si­ tra ta sin d u d a d e l m ejo r d e la serie d e re trato s q u e el p in to r hizo d e la
tu ació n en la relació n in te rp e rso n a l d irecta, a d e sco n ectarla d e to d a o b je ­ p rin cesa M argarita. El m ás com plejo, p o rq u e incluye, e n to rn o a él, el d e las
tivación. El m o n o p o lio d e lo estético eje rcid o p o r el arte p u ra m e n te d am as d e servicio d e la princesa, las “m en in a s”, y la re p re se n ta c ió n d e to­
o rn a m en talista, la p o etizació n descriptivo-litanaica y el a m b ie n te d e e n ­ d a la e sc en a d e in tim id a d c o rtesan a e n q u e éstas p re p a ra n a la prin cesa
so ñ ació n p a re c e n p ro v e n ir d e u n a n ecesid ad política to talitaria p ro p ia p ara q u e pase al estrad o sobre el q ue posará p ara el re tra to . P in tar la esce­
d el “d esp o tism o o rie n ta l”. E n el h o rr o r a la re p re se n ta c ió n se o b e d e c e a n a in m e d ia ta m e n te a n te rio r a la ejecu ció n d el retra to , p e ro co m o u n a
la v o lu n tad del C re a d o r d e n o te n e r n in g ú n rival: la C reació n n o d e b e escen a q u e está sien d o m irad a su p u e sta m e n te d esd e el p ro p io estrad o , es
te n e r rép lica d e n in g ú n o rd e n . Se sigue la p ro h ib ic ió n d e especular, d e u n re c u rso in d u d a b le m e n te in g en io so d e V elázquez, p u esto q u e le p e r­
reflejar lo m ism o e n el p lan o teó rico q u e e n el artístico. El m u n d o es p e r­ m ite in c lu ir su a u to rre tra to ju n to a la im agen d e su p rin cesa p referid a. Y
cib id o c o m o u n a p ro lo n g a c ió n d el cu e rp o , q u e es ad e m á s in se p a ra b le d el n o p asaría d e ser eso, u n recu rso ingenioso, si el espejo p in ta d o e n el
sujeto; n o com o u n esc e n a rio d el m ism o so b re el q u e p u e d a m irarse. El fo n d o d e la e scen a sólo reflejara u n estrad o vacío. N o es así, sin em b arg o ,
m u n d o n o d e b e o -p o n erse, situarse al fre n te d e sí m ism o c o m o su p e rfic ie p o r el h e c h o d e q u e en él a p arece reflejad a la im agen d e los reyes, h e c h o
b ru ñ id a , p o rq u e e n to n c e s invitaría a p e rc ib ir e n él lo p rec a rio d e su p e r­ q u e h a c e d e g o lp e q u e la escen a p in ta d a resu lte se r la q u e es vista p o r la
fección y a ad v ertir la o tra p erfecció n d e los o tro s m u n d o s, altern ativ o s m irad a d e éstos, y no la q ue h ab ría estad o en u n a m irad a h ip o tética del
ju n to a él. El discurso d e b e se r d el m u n d o , n o so b re el m u n d o ; d e b e res- p ro p io p in to r. A lgo m ás q u e u n sim ple c ap rich o , el re c u rso d e V elázquez

210 211
de recursos lingüísticos destinados a incitar el surgim iento y autoafirm arse dentro de su sujeción a las mismas. El arte
encauzar la expresión de la im agen poética, a lograr que barroco m uestra claram ente una intención de representar
alcance la plenitud de su belleza -es decir, pues, la retó rica- el m undo; sólo que, al hacerlo, radicaliza la significación del
es siem pre, en todo caso, una puesta en escena discursiva. concepto “representar”. La obra que produce no se pone
En el caso de la obra literaria barroca, aparece como un m o­ frente a la vida, como reproducción o retrato de ella: se
m ento discursivo cuya im portancia para el acontecim iento pone en lugar de la vida como una transform ación de la
de la im agen poética deja de ser prescindible o secundaria, vida; no trae consigo una im agen del m undo sino una “sus­
y llega a equipararse con la de la propia imagen. En ella, el titución”, un simulacro del m undo. Toda obra de arte barro­
m edio y el fin alcanzan tal grado de com penetración y con­ ca es p o r ello siempre profundam ente teatral; nunca deja de
fusión, que se vuelve imposible distinguir qué en ella es girar en torno de alguna escenificación.
“genuino”, y procede de una adecuación de la figura retóri­ La radicalización del concepto “rep resen tar” se entien­
ca a la imagen poética, y qué en ella es un “espejismo”, y pro­ de cuando se tiene en cuenta la siguiente pregunta: ¿qué
viene de un efecto poético engañoso, alcanzado p o r el puro es lo representable desde la perspectiva del arte barroco?,
ju eg o escénico. ¿en qué consiste el “objeto” que él preten d e reproducir en
Sin em bargo, más aún que la definición de “decorazione im agen? En el caso del arte barroco, de m anera parecida a
assoluta”o “liberada”, se diría que a la obra de arte barroca lo que sucede en el arte rom ántico, se hace evidente un
le conviene la de “representación absoluta” o “liberada”. hecho que en cam bio se esconde en el arte clasicista y
Puede decirse, en efecto, que exactam ente lo mismo que el sobre todo en el realista: que lo que el arte propiam ente
ornam ento hace con su tarea de apoyar el contenido de la rep ro d u ce al perseguir la form a perfecta de los objetos que
obra, la representación artística hace con su tarea de “repro­ produce no es la realidad de los mismos, sino el sentido del
ducir la realidad”. Uno y otra, “absolutizándose”, se “libe­ ethos desde el cual ha elegido cultivar la singularidad o mis-
ran ” de sus tareas respectivas; no en el sentido de in d ep en ­ m idad de la vida social en la que se encuentra.94
dizarse o separarse de ellas sino en el de autonom izarse y Al acercarse a la cosa para reproducirla en imagen, el arte
barroco se topa con un objeto cuya objetividad tiene abier­
se co n v ierte en el v eh ícu lo d e u n a m alicia sutil, p ro fu n d a m e n te irreve­
tam ente la consistencia de un acontecim iento dramático
re n te . En efecto, p e q u e ñ a , p e ro resaltad a p o r el h alo lu m in o so d e los
espejos, la im ag en e n el fo n d o d el c u a d ro es in d u d a b le m e n te u n re tra to que se desarrolla ante sus ojos. La cosa es, ella misma, un
de la p areja real, y c o m o tal reclam a y afirm a su cen tra lid ad , su su p e rio ri­ trascender ficticio de la contradicción que le es inherente,
d a d je rá rq u ic a . Es u n a im ag en q u e exige y m a n d a q u e to d o lo q u e co e­ un “suceso proto-teatral”; por esta razón, reproducirla impli­
xiste co n ella sobre el lienzo p in tad o sea visto e n calid ad d e su p le m e n to ca necesariam ente una mimesis de esa consistencia dram á­
d ecorativo o m arco o rn a m e n ta l d e ella. El lienzo d e b e ría llam arse e n ver­
tica.95 Puede decirse así que lo característico de la represen­
d a d Retrato de sus Majestades en un espejo p o rq u e eso es lo q u e es e n p rim e r
lugar. T odo lo d em ás q u e sea lo será en seg u n d o lugar, a cceso riam en te.
tación del m undo en el arte barroco está en que busca
P ero el c u a d ro in cita d isim u la d a m e n te a la p reg u n ta : ¿p u ed e, e n v erd ad , reproducir o repetir la teatralización elem ental que practi­
el p e q u e ñ o re tra to , co n to d a la “d e c o ra c ió n ” q u e lo rodea? ¿T iene la fu e r­ ca el ethos barroco cuando pone “entre paréntesis” o “en
za su ficien te p ara im p o n e r su cen tralid ad ? ¿Hay, en efecto, q u e ver e n él escena” lo irreconciliable de la contradicción m oderna del
(y c o n él, p o r su p u esto , e n la m o n a rq u ía , e n la co rte, etcé te ra ) lo esencial,
y e n to d o lo d em ás (el p u e b lo , la vida, e tc é te ra ) lo accesorio? ¿O, p o r
el c o n tra rio , el re tra to d e sus m ajestades sólo es u n e le m e n to m ás - e l 'M A lpers, op. cit., pp. 113-14.
m ás prestigioso, si se q u ie r e - e n el m u n d o q u e a c o m p a ñ a a la im ag en d e -15V éase el su g eren te p lan te a m ie n to d e H au sen stein (op. cit., pp. 78 s.)
la princesa? qu e d e sc u b re en el “n a tu ra lism o ” del b a rro c o u n “supra-naturalism o".

212
mundo, con el fin de superarlo (y soportarlo). La representa­ hay de superación ficticia o imaginaria - “falsa”, diría H egel-
ción barroca persigue reactualizar la experiencia vertiginosa del carácter contradictorio d e la vida y su m undo, esta pre­
del trasm ontar o saltar por encim a de la ambivalencia.90 tensión obsesiva, que sería lo más propio del arte barroco,
¿Cómo alcanzar la repetición artística de la ambivalencia está vigente también, con igual fuerza, en otros juegos de am­
ontológica, y cómo reproducir así, en el disfrute de la obra bivalencia, de confusión-inversión de contrarios, diferentes
de arle, el vértigo de la paradoja existencial? Esta parece ser del ju eg o entre lo sustancial y lo accesorio que se encuentra
la pregunta, no siempre inconsciente, que inquieta al artista en la “decorazione assoluta ”.
barroco. De m anera parecida a la del lector del segundo libro del
Quijote-que termina, como el propio “loco” de La Mancha,
Arte barroco y “método ”barroco conectado y confundido con personajes de ficción, y sin
saber a ciencia cierta si es él qujen se encuentra en el m undo
La “decorazione assoluta” (o liberata), reconocida p o r A dorno de ellos o ellos en el suyo-, quien admira la pintura de Veláz­
como rasgo definitorio del arte barroco, debe considerarse quez conocida como Las meninas queda atrapado por la invi­
así como un modo entre otros -sin duda el más frecuente y tación que ella le hace a formar parte de la escena repre­
más claro- de una característica más amplia del mismo: la sentada, a ser aquel personaje que tiene que estar al frente,
representación liberada.97 Rescatar, desatar, exagerar la tea­ sobre el estrado, sirviendo de modelo para el cuadro en el
tralidad profunda de lo estético, absolutizar lo que en ello que trabaja el artista. La ambivalencia de lo real y lo ficticio
aparece aquí también: ¿quién está en el m undo de quién: el
cuadro en el mundo del que lo mira o el que lo mira en
■Mi Es p o r ello, sin duda, que el reto ric ism o b a rro c o , in clu so c u a n d o el m undo del cuadio? \ cuando, en una segunda observa­
sólo se p ro p o n e potenciar lo persuasivo d e l discurso -s u asp ec to in te re ­
ción, esta ambivalencia se desvanece, el cuadro lleva al
san te y p la c e n te ro - prefiere el recurso a lo en rev esad o y re to rc id o , c ríp ti­
co y difícil. Sitúa la persuasión que quisiera alca n zar en u n se g u n d o nivel espectador, transfigurado ya en cortesano, a caer en otra
o m o m en to d e apreciación, esto es, más allá o d esp u és d e h a b e r alcanza­ ambivalencia, que es una pequeña tram pa. Descubre el
d o la “co n m o ció n ” del interlocutor en la e x p e rie n c ia d e la p arad o ja, e n la espejo en el fondo de la escena pintada y se percata de que
confusión de p lace r y displacer. G racián (Agudeza..., cit., p. 174) p re se n ta quien está en verdad en el lugar donde él creyó estar es
esta “suspensión” d e la inteligencia o rd in aria, co n el goce q u e ella tra e de
nadie menos que el rey; cae en cuenta entonces de que se
la revelación co m o pura inm inencia d e sí m ism a, c o m o la e sen cia del
“c o n cep to ”, co m o el fruto prim ordial d e la “a g u d eza”. El d iscu rso b a rro ­
hizo culpable”, por un instante y sin quererlo, de una irre­
co sólo persuade e n la m edida en que escan d aliza su tilm e n te , q u e “des­ verencia “im perdonable”: la de confundirse, es decir, igua­
cen tra" e “in c o m o d a ” (Sarduy, Barroco, cit., p. 59). larse - ( “¿y por qué no?”, insiste tal vez en sus ad en tro s)- con
'■n Los fam osos cinco “rasgos característicos del n uevo estilo ” q u e Wólf- el rey.HS La permutabilidad del único, el Rey, por su con­
flin (Renaissance..., cit., pp. 22ss.) e n c u e n tra e n el arte b a rro c o e n c o m p a ­ trario, el cualquiera -tú 0 yo-, es la anécdota atrevida-
ració n con el renacentista -e l pred o m in io d e lo d in ám ic o so b re lo estáti­
inofensiva que conduce al espectador a través del vértigo de
co (d el color so b re el dibujo, en la p in tu ra ), la invasión d e l p rim e r p lan o
p o r el plano p ro fu n d o de la representación, la p resen cia d e sq u ic ian te de la ambivalencia perceptiva entre lo real y lo representado;
lo n o rep resen tad o en lo representado; el énfasis en la p e rte n e n c ia d e la
p a rte al todo d e la representación; la acción d e lo in d istin to d e sd ib u ja n d o 'K S o b re la estrategia d e la representación e n Las meninas, a p a rte del
lo d ife re n c ia d o - adquieren un sentido c o h e re n te a la luz d e este p la n te a ­ c o n o c id o tratam ien to de Foucault (Les mots et les choses, G allim ard, París,
m iento: todos ellos hablan de una b ú sq u ed a d e la in seg u rid ad , la c o n fu ­ 1966, p p . 24-31), son especialm ente sugerentes las co n sid eracio n es d e S.
sión, la am bigüedad; de un intento de co n v ertir la p e rc ep c ió n de la o b ra S arduy (op. cit., pp. 78-83). Igualmente sobre el p a ren tesco e n tre Las
de a rte en un lu g a r de inquietudes y cu estio n am ien to s. meninas y el Quijote.

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ambivalencia que, al ser trascendida, constituye el núcleo de tituible por lo accidental, lo central por lo ornamental, lo esen­
la experiencia estética de quien contem pla esta obra. cial por lo apariencial, lo auténtico por lo impostado, lo lu­
El universo artístico del barroco se asemeja a un laberin­ m inoso p o r lo tenebroso, lo virtuoso por lo pecaminoso, lo
to en el que el sinnúm ero de ambivalencias en las que el m un­ m aldito por lo bendito, lo eterno por lo efímero, lo diabóli­
do se entrega a la experiencia hum ana se suponen las unas a co p o r lo divino. Pero es un “m étodo” que sólo es plena­
las otras, conducen las unas a las otras, se cam bian las unas m ente efectivo si la acción estética que hace uso de él se ins­
por las otras. En La vida es sueño, por ejemplo, la ambivalen­ pira en el ethos barroco.
cia protagónica, la que lleva a confundir lo esencial y lo apa­ Dentro de las posibilidades que se le abren a la actividad
rente, lo real y lo ficticio, lo pragmático y lo onírico, lo cuer­ cultural m oderna en la ru ptura estética de la cotidiani­
do y lo ilusorio (lo loco), se difunde y se pierde en un dad rutinaria, el arle barroco desarrolla y sistematiza un cier­
sinnúm ero de otras m enores o m enos evidentes, com o las to conjunto de ellas, precisam ente el que se conform a en la
que hay entre lo masculino y lo fem enino, lo auténtico y lo perspectiva particular del ethos barroco. Esta pertenencia
im postado, lo clásico y lo monstruoso, lo gozoso y lo dolo­ suya a un ethos m oderno específico no obliga, sin embargo,
roso, para reaparecer en la ambivalencia fundam ental que a que su “m étodo” de composición de oportunidades de
equivoca lo natural con lo artificial, lo divino con lo hum a­ experiencia estética sólo pueda ser em pleado en concor­
no: lo predestinado con lo libre —la ambivalencia por la que dancia con ese ethos. Se trata, por el contrario, de un “m éto­
el ser hum ano m oderno debe atravesar, según la m oral jesuí­ d o ” que ha sido y es integrado y refuncionalizado en la crea­
ta, para alcanzar la jerarq u ía que lo califica como tal.”9 El ción de obras artísticas y poéticas que sigue los otros
arte barroco no desperdicia ocasión de provocar el vértigo sentidos que son tam bién propios de la cultura estética
que produce el pasar a través de una ambivalencia radical, el m oderna. Los juegos de ambivalencia de los contrarios con­
en trar y salir de un episodio en el que los contrarios se form an un “barroquism o” más o m enos impreciso que pue­
invierten y confunden. El em pleo de este vértigo de la am bi­ de reconocerse con una función estructurante más o m e­
valencia como resorte psicológico de la experiencia estética nos decisiva en obras de inspiración lo mismo clasicista que
es la característica más evidente del arte barroco; em pleo realista o romántica. Seguir las aventuras del “m étodo barro­
que lo mismo puede quedarse en un intento fallido que dar co” en m edio de proyectos de estetización ajenos al ethos
lugar a obras de fuerza excepcional. El “m étodo” barroco barroco; verlo en acción como elem ento desquiciador del
consiste en hundirse y salir del desasosiego agudo y fugaz, naturalism o realista, como antecedente rococó de la de­
pero omniabarcante, que trae consigo aquella “vivencia” en la puración neoclásica o como tenebrism o “gótico” en la irrup­
que “el eco precede a la voz” (Sarduy), y lo sustancial es sus- ción del romanticism o sería una tarea fascinante de la histo­
ria del arte y la literatura occidentales, que en estas páginas
11 Para ser se ñ o r d e si es m e n e ste r ir so b re sí”, d ice G racián; estoicis­
apenas si puede ser indicada.
m o b a rro c o d e estirp e c ic e ro n ia n a q u e re su e n a bajo la co m p le jid a d del El arte barroco propiam ente dicho, en contraposición al
m ensaje d e C ald eró n d e la barca: el v e rd a d e ro h é ro e es el q u e h a p asado arte inspirado en el ethos realista, no pretendió nunca afir­
p o r la ex p e rie n c ia q u e e n se ñ a a e q u ip arar, p o r lo evan escen te y al m ism o marse como actividad independiente y autónom a; no persi­
tiem p o in d isp en sab le, la consistencia d e la vida a la del su e ñ o , a creer, guió una estetización pura, desligada de las otras formas de
d e n tr o d e la d uda, e n la solidez d e lo real. S o b re las m etam o rfo sis d e la
ru p tu ra del autom atism o rutinario en la vida cotidiana.
am bivalencia en el te a tro d e C ald eró n , véase el in te re sa n te e stu d io d e
B o dini (“Signos y sím bolos en La vida es sueño", e n Estudio estructural de la
Lejos de m irar en ellas —en el juego y en la fiesta—obstácu­
literatura clásica española, M artín ez Roca, B arcelona, 1971). los para su realización, fuentes de im pureza para sus obras,

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se desarrolló en conexión con ellas, usándolas com o m ate­ ta” o restaurativa, com o la del catolicismo postridentino; la
rial de su propio trabajo y sirviendo a la complejización y estetización barroca m antiene una distancia escéptica frente
enriquecim iento de las mismas. Este rasgo suyo hace que sea a todo intento de regresar más atrás del revolucionam iento
especialm ente difícil abstraer sus obras, como puras obras m oderno y su liberación de las formas, frente a toda inten­
de arte, del com plejo conjunto d en tro del cual, en interac­ ción de recom poner universos formales clausurados en sí
ción con actividades Indicas y cerem onias festivas, contribu­ mismos.101 El arte barroco es profundam ente laico; fiel al
ye a des-realizar la realidad de la m odernidad capitalista. La ethos barroco que lo inspira, se distancia de m anera sutil
presencia histórica del arte barroco se encuentra así íntim a­ pero inconfundible de todo uso religioso de la estetización.
m ente conectada con la “cultura po p u lar”, com o cultivo Para él, su “religión” es el arte. Pone la estetización por enci­
dialéctico espontáneo de la concreción histórica del código ma de la ritualización de la vida cotidiana; la integración de
social, y en especial com o cultivo dialéctico de la socialidad lo im aginario en la vida prevalece en él sobre la huida, fuera
religiosa. Sólo desde la convicción contem poránea de la
de la vida, hacia lo imaginario.
“autonom ía del arte” es posible percibir aisladam ente el arte No hay tal vez ningún ejemplo m ejor de la compleja rela­
barroco en sus obras, separándolo de su inserción orgánica ción que m antienen entre sí el arte y la fiesta religiosa en el
en la actividad ritual propia de la cultura festiva m oderna, siglo barroco que la Capilla Cornaro, construida por Berni­
muy en especial de aquella que, en el siglo XVII y su prolon­ ni en el tem plo rom ano de Santa Maria della Vittoria.1"2 Se
gación histórica, estuvo a cargo de la Iglesia Católica restau­ trata de u n a obra arquitectónico-escultórico-escenográfica
rada. El barroco es sin duda “el arte de la contrarreform a”; que ocupa toda la prim era capilla izquierda del tem plo, que
y lo es no sólo porque esta restauración del m undo católico incluye tanto el altar de la misma como sus dos paredes la­
utiliza la estetización barroca como instrum ento de su ritua-
terales.
lización,1"0 sino tam bién, y sobre lodo, porque, al propugnar La parte escultórica de esta obra, que es la que predom i­
u n a “moral de la am bigüedad y su trascendencia” (S. Beau- na, tiene com o pieza principal el famoso grupo de Santa Te­
voir) -p a ra la que cada caso concreto o “en situación” resa y el ángel, ubicado en el centro del altar y que represen­
replantea en su raíz la definición del bien y el mal, y sólo ta el m om ento del éxtasis o la transverberación mística de la
puede encontrar su solución última en la sabiduría com uni­ santa, y, com o piezas de com pañía, dos grupos de retratos de
taria de la ecclesia y en la autoridad de sus sacerdotes-, entra personajes eclesiásticos, ligados con los priostes de la capilla,
en una afinidad profunda con el arte barroco, el arte del repartidos en dos balcones o palcos que m iran desde ambos
rebasam iento de la ambivalencia. lados hacia la pieza central.
El arte barroco se desenvuelve dentro del universo m ítico Firme en sí misma como obra de arte im perecedero o per-
y cerem onial del catolicismo pero él mismo no es necesaria­
m ente católico. Está conectado, sin duda, con el movimien­
to de la llamada “contrarreform a” católica a través de la 101 P a ra la Iglesia p o strid e n tin a , “c o n tra rre fo rm ista ”, d e fe n d e r el valor
de uso es d e fe n d e r el c o n ju n to de figuras arcaicas del m ism o q u e ella co n ­
resistencia en la que coinciden, que les lleva a oponerse al
ju n t a y con serv a bajo el am p aro de su socialidad ab stracta y d el universa­
sacrificio capitalista de la form a natural de la vida y del valor lism o ab stra c to d e su m itología.
de uso del m undo de la vida, pero su actitud frente al ethos 102 Tal vez el estu d io m ás co m p le to d e la C apilla C o rn a ro -lle n o , p o r
realista im perante no es en m odo alguno nostálgica, “paseís- lo d em ás, d e observaciones a g u d a s- sea el de Lavin (Bernini e l ’unità delle
urti visive, D ell’E lefante, R om a, 1980). V éase tam b ién , so b re la relación
e n tre a rte y religión en B ernini, C arer, “El artista” e n R. Villari, e t al., L ’Uo­
CJfr. W eissbach, o p . cit., y M aravall, o p . cit.
mo..., cit., pp. 351-64.

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m anente, la (Capilla C ornaro no rechaza, sin em bargo, sino tende sin em bargo reducirlo a su ritualización. El em pate
p o r el contrario reclama, para alcanzar su plenitud, la di­ entre estas dos tendencias com plem entarias y contrapuestas
mensión escenográfica, en este caso ceremonial, de u n a obra caracteriza la relación entre barroqviismo y contrarreformis-
efím era o entregada a su propia consumación. Es u n a obra de mo; un em pate que, en este caso, como en el de toda obra
arte que entabla una relación compleja y contradictoria, radicalm ente barroca, se inclina finalm ente más hacia el
de com plem entariedad y exclusión, con el entorno festivo al lado del arte que hacia el de la cerem onia. Hay, en efecto,
que remite: dándole la espalda a su rival, la pintura, redu­ un m om ento sacrilego ineludible que acom paña la contem ­
ciéndola al colorido espontáneo del entorno festivo de tra­ plación de la sensualidad de esta figura de santa Teresa,103
jes y maquillajes, reclama en cambio la colaboración no sólo incluso p o r el más probado de sus adm iradores católicos; un
del arte musical sino tam bién del de la perfum ería. El m om ento que es de duda: “¿será en verdad este am or terre­
m om ento m ejor para “apreciar” el arte de la Capilla Corna­ nal que nos m uestra la im agen un simple rem edo, una copia
ro —así rezaría su mode d'emploi tácito- sería el de la cerem o­ desvaída del am or celestial genuino? ¿No es él, de ser como
nia religiosa en pleno: el m om ento del trance colectivo de está puesto en la imagen, perfecto en sí mismo, m ejor que
culm inación religiosa, en medio de la luz dinam izada p o r el cualquier otro am or imaginable? Amor celestial, am or terre­
hum o, del olor intenso de los inciensos y las flores y del soni­ nal: ¿cuál de los dos es el m odelo y cuál la copia?” El recur­
do de los coros y el órgano, de las cuerdas y las voces, con su so a la sensualidad - a la “form a natural” del m undo de la
presencia ordenadora.
vida- que implica la estetización berniniana de la escena
La Capilla Cornaro es una representación artística del sacra resulta excesivo respecto de la capacidad de invocarla
m om ento del éxtasis o la transverberación mística, del ins­ que tiene el rilo católico. D ándole a la Iglesia una dosis exa­
tante en que la mezcla, la confusión o el acontecer milagro­ gerada de aquello mismo que le encargó, sirviéndola más
so de 1 1 1 1 continuum entre térm inos discontinuos y contra­ allá de lo que ella puede aprovechar, Bernini, el artista,
puestos, entre lo sensual y lo espiritual, entre lo terrenal y lo se alza p o r encim a de Bernini, el católico.
celestial, prefigura el gran acontecim iento culm inante de la
Salvación. Pero, a más de ser esta representación del m o­
m ento místico, ella misma debe ser tam bién una condición
de ese m om ento com o el tiempo de u n a práctica cotidiana
que culm ina en el tem plo su fusión de la virtud hum ana con
la gracia divina. Todo en ella está acondicionado para que la
experiencia estética más intensa que ella puede motivar en
el espectador coincida con el m om ento de mayor fervor
sacram ental, cuando el templo se convierte en el lugar mís­
tico de la unión de Dios con “su pueblo”.
Lo artístico como instrum ento de lo festivo; lo festivo I0S La se n su alid ad del éxtasis de san ta T eresa se enfatiza en la actitu d
com o m ateria de lo artístico. Dos tendencias en pugna coin­ d e e n tre g a d el cu erp o fem en in o y en la pasividad de sus m anos, e n la
ciden en la fascinación que despierta esta obra de Bernini: im p acien cia q u e ex p resa la posición d e l pie, e n la ex ag eració n d e l goce
p or un lado, la del arte que, sirviendo al rito, p retende sin inscrito e n el gesto facial y sobre to d o e n la agitación de los pliegues del
em bargo reducirlo a material de su estetización; por otro, la h á b ito -a g ita c ió n q u e B ern in i volverá a esculpir m ás tard e, incluso con
m ayor m aestría, p a ra la Agonía d e la b eata L udovica A lb erto n i en la C api­
de la f iesta que, prestándose a ser estetizada p o r el arte, pre­
lla A ltieri d e San Francesco a Ripa.

220 221
“Faetónica” hubiera llamado Sor Juana a la experiencia
de dos siglos de transform ación rom ántica del m undo
-reco rd an d o el mito que cuenta de las catástrofes que vie­
nen sobre el cosmos cuando el joven Faetón, queriendo
dem ostrar su estirpe divina, se em peña en guiar p or su cuen­
6. La cultura actual y lo barroco ta, sin apoyarse en la experiencia de su padre Helios, el
carro celeste que reparte la energía solar. La década de 1960
concentró en sí los síntomas del final de esa época. El retor­
Reducido a la periferia del m undo contem poráneo -pese a no al realismo”, a través del desencanto” o la ernüchterung”,
haber dominado durante todo el largo siglo x v ii - , el ethos ha llevado a la resistencia frente a la m odernidad im perante
barroco ha seguido reproduciéndose de todas maneras como a soñarse a sí misma como posm oderna” m ientras reinventa
una propuesta germina de hum anidad moderna, ha seguido para nuestros días una estrategia barroca”.
ofreciéndose como una vía coherente para el cultivo de la sin­ El com portam iento que caracteriza al artista barroco en la
gularidad concreta del modo propiam ente hum ano de la vida. preparación de oportunidades de experiencia estética con­
A finales de este siglo, una vez que los desastres de la desme­ tiene la clave del com portam iento barroco en general. En
sura romántica de los sujetos nacionales y su gestión política medio de la crisis m oderna de la consistencia del m undo, al
prepararon el terreno y promovieron el retorno, esta vez tota­ re-producirlo en su decorazione o representación assoluta, la
litario, del ethos realista y su conformismo militante, la dim en­ creación del artista barroco no se da a través de una sustitu­
sión cultural de la existencia social parece volver los ojos nue­ ción de la creación divina (como pretende hacerlo el ro­
vamente hacia a los otros ethe modernos, los que no parten de mántico) , sino sólo a través de una restauración mimètica de
la confusión entre el sujeto económico efectivo de la vida la misma. En medio de la crisis de la adaequatio del nom bre
m oderna -e l capital- y el sujeto político posible de la misma. a la cosa o al m enos de la correspondencia entre nom bre y
Después de la Revolución Francesa, hasta el decenio de los cosa, la nom inación de lo innom brado o la creación de for­
sesenta en este siglo, el espíritu de la época” sólo supo agi­ mas para lo inform e no acontece a partir de una nada o una
tarse creativamente si era invocado por la rebelión rom ánti­ indefinición absoluta (como en la nom inación rom ántica),
ca, por el ethos rom ántico que se atrevía a ir contra la propia sino a través de un juego de restitución” del nom bre o de la
fuente de su autoafirm ación sujetiva. El mito de la revolución form a naturales” de las cosas.
trabajaba de mil m aneras diferentes en la práctica y el dis­ La sabiduría particular que se genera dentro del ethos
curso, convirtiéndolos sea abierta o subrepticiam ente al m en­ barroco es una sabiduría conceptuosa” (como diría Gra-
saje de la famosa Tesis xi” de Marx sobre Feuerbach: de lo cián) o m etafórica (en la acepción original que tiene este
que se trataba era de sustituir al sujeto autom ático”, al ghost térm ino en la Poética de Aristóteles);10' una sabiduría que se
in the machine que está siempre activo, cam biando el m undo atreve sin duda a conocer, que se aventura en la actividad
a su m anera, mientras el sujeto hum ano (el filósofo”) lo con­
tem pla e interpreta”; se trataba de p oner en lugar de él a ese 101 A cepció n q ue, ju n to co n lo q u e se e n tie n d e ac tu a lm e n te p o r m etá­
fo ra - l a asociación analógica d e significados q u e ju e g a en el eje p ara­
sujeto hum ano como sujeto político capaz de tom ar en sus
d ig m ático -, incluye tam b ién lo qu e hoy se e n tie n d e p o r m eto n im ia - e l
m anos la transformación del m undo” y guiarla en el sentido juego co n los significados en el eje sin tag m ático -: tran sp o sició n de u n
de la em ancipación y la abundancia. n o m b re a jen o , sea de la especie a la clase o d e la clase a la especie, o de
u n a especie a o tra, o d e a c u e rd o a la analogía" (1404b).
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propia de los dioses”, la de nom inar lo innom inado”, pero Bibliografía
que lo hace sin quitar a éstos de su sitio, como si no lo hicie­
ra. Es un com portam iento cognoscitivo que concibe al co­
nocer como un p o n er a lo o tro”, no metafísicamente en con­
ceptos”, sino m undanam ente en palabras”, en obras; como
un trabajo que consiste en desatar prim ero la articulación
A d o rn o , T h e o d o r W., “D er m iß b rau ch te B arock”, e n Ohne Letbild, Parva
natural que constituye el signo, entre su plano de expresión y Aesthetica. S u h rk am p , F ran k fu rt a. M., 1966, 1967.
su plano de contenido (en cortar la conjunción contingen­ — , Ästhetische Theorie. S u h rk am p , F ra n k fu rt a. M., 1970.
te pero fundadora de necesidad que está en la arbitrariedad A lb erro , S olange, Del gachupín al criollo, El C olegio d e M éxico, M éxico,
del signo”), y en arreglárselas inm ediatam ente después”, al 1992.
Allewyn, R ich ard, y Karl Sälzle, Das Grosse Welttheater, R ow ohlt, H am b u rg o ,
m ultiplicar el significado m ediante un llevar más allá (metá-
1959.
fcró) la vigencia del significante -al re-anudar o re-suturar esa A lpers, Svetlana, E l arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII, B lum e,
articulación en la mise-en-scène instantánea de la frase p ronun­ M adrid, 1983 (1987).
ciada y entendida, de la forma m odelada y disfrutada-, para A nceschi, L u cian o , L ’idea del barocco, N uova Alfa, B oloña, 1945-1946,
prestarle fugazmente un nombre a lo sin nombre, para hacer­ (1984).
le por un m om ento un lugar a lo excluido o inexistente. A rgan, G iulio C ario, Renacimiento y barroco, tt. I y II, Akal, M adrid, 1976
(1987).
La sabiduría barroca es una sabiduría difícil, de tiempos
— , Historia da arte como historia da cidade, M artins F ontes, Säo Paulo, 1984.
furiosos”, de espacios de catástrofe”. Tal vez ésta sea la razón (1995).
de que quienes la practican hoy sean precisamente quienes A u e rb ac h , E rich, Mimesis, Dargestellte Wirklichkeit in der abendländischen Lite­
insisten, pese a todo, en que la vida civilizada puede seguir ratur, F ran ck e, B erna-M unich, 1946.
siendo m oderna y ser sin embargo com pletam ente diferente. B arthes, R olan d, Sade, Fourier, Loyola, Seuil, Paris, 1971.
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