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Si en la Unión Soviética su legitimidad de origen, la que pudiera haberle concedido la

revolución de 1917, era apenas un mantra ideológico impuesto por el Estado ya que no sólo no
quedaban protagonistas de aquel hecho sino que, a la vista de los resultados, poco importaba
la revolución en la vida diaria de los soviéticos, en el resto de países bajo su control la
legitimidad de la derrota nazi también formaba parte de un pasado lejano que, además, era
continuamente desmontado por la comparación con la Europa libre, también enfrentada al
nazismo pero sin pagar penitencia por ello durante décadas.

Por otra parte, la falta de eficacia del sistema económico soviético, el fracaso del modelo de
propiedad estatal y gestión centralizada de los recursos, era cada vez más evidente, lo cual, a
la postre, provocó la apertura del proceso reformista que pondría en duda el fundamento de
su propia legitimidad, abriendo, por tanto, las puertas a su precipitación.

Es evidente que los países satélites de la Unión Soviética no emprendieron sus reformas hasta
que la situación internacional, principalmente la postura soviética, se lo permitió. El cese de la
presión, del control absoluto, fue suficiente espita para que se escapara el gas de la contención
ciudadana y se abriera un proceso que, llegado cierto momento, fue imposible de contener.
Sin legitimidad que lo sustentase, sin perspectivas de futuro ante la inviabilidad del modelo
económico y, sobre todo, sin miedo, la gente salió a la calle a derribar un muro mucho más
ligero de lo que nunca había imaginado.

La mutua competencia entre los dos sistemas que coexistieron en Europa hasta la Caída del
Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, influyó en cómo éstos se desarrollaron desde el
inicio de la Guerra Fría. Mientras en el bloque comunista la planificación de la economía trató
de mimetizar la sociedad de consumo de masas occidental; la referencia de su propia
existencia sirvió para voltear el cálculo racional de intereses de las élites económicas
occidentales, haciéndolas más receptivas a las políticas públicas, sociales y fiscales que
posibilitaron el Estado del Bienestar y una redistribución de las rentas más justa. Muerto el
perro, se acabó la rabia. A la Caída del Muro el 9 de noviembre de 1989 le continuó un duro
cambio sistémico en términos sociales en los países del antiguo bloque comunista, pero
también la constitucionalización de facto del modelo económico neoliberal, coincidiendo con
la creación de la UE por medio del Tratado de Maastrichtel 7 de febrero de 1992.

El 9 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín, Alemania de occidente y de


oriente volvían a formar parte de un mismo país. Más allá del símbolo histórico, este hecho
significó un gran costo para Alemania occidental, ya que tuvo que hacerse cargo de la
recuperación de una Alemania comunista que, sin la ayuda de los subsidios de la Unión
Soviética, se encontraba en una situación económica crítica.

La recuperación del lado oriental se hizo a fuerza de un elevado déficit fiscal, que entre 1991 y
1996 se ubicó en un 3% del producto alemán, aproximadamente. Dicho déficit tuvo como
contrapartida el avance del nivel de precios, que llegó a generar en 1992 una inflación del 5%.
La hiperinflación de post guerra marcó a fuego a la economía alemana, lo cual deriva en que el
Gobierno esté siempre dispuesto a utilizar todas las herramientas que estén a su alcance para
contener el nivel de precios, es por esto que el Banco Central decidió en ese entonces elevar la
tasa de interés.

Al aumentar el nivel de la tasa, Alemania compartió el costo de la recuperación del lado


oriental con el resto de los países europeos, ya que obligó a estos a elevar sus propias tasas
para que los capitales no salieran en busca de los rendimientos del país en proceso de
reunificación. Esto generó un freno en la economía de Europa que se extendió entre los años
1991 – 1993.

Inglaterra fue el primer país en el cual se contrajo el producto, al retroceder un 1,4% en 1991,
sin embargo dicho país consiguió salir de la recesión antes que el resto, gracias a que
abandonó el proceso de unión monetaria (ERM) que se estaba dando por entonces debido a la
corrida cambiaria que sufrió la libra en 1992, lo cual le permitió devaluar su moneda y así
impulsar su economía con mayor rapidez.

El resto de los países europeos entraron en un período de desaceleración en 1993,


retrocediendo entre un 1% y 1,5% aproximadamente, y en los tres años siguientes vivieron un
período de transición para retornar a una senda de crecimiento sostenido recién en 1997. Este
período retrazó la conformación de la unión monetaria que se estaba preparando entre los
países más desarrollados de Europa y que no se formalizó hasta finales de la década.

El freno que generó la caída del muro tuvo sus consecuencias en el mercado laboral, ya que la
tasa de desempleo aumentó en todos los países, destacándose España que llegó a una
desocupación cercana al 25%. Nuevamente, Inglaterra fue el país que más rápido consiguió
disminuir el desempleo gracias a las políticas empleadas que se comentaron anteriormente.

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