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El Señor Me Ha Enviado
El Señor Me Ha Enviado
A RIANA caminó despacio por las aceras que a aquellas horas de la mañana comenzaban a llenarse
de gente que se movía apresurada de un lugar a otro. Muchos iban al trabajo, y otros llevaban a
sus niños al colegio. El tráfico se congestionaba en las bocacalles y algunos conductores se
impacientaban en su prisa por llegar puntualmente a su destino. Ariana también acababa de dejar
a su hija Sandra en el colegio. Existía un autobús escolar, pero Ariana prefería llevar a la niña al
colegio ella misma cada día. Le convenía aquel paseo matinal, así como el vespertino cuando iba a
recogería, y además le daba oportunidad de dedicar preciosos minutos a su hija. Siempre hablaban
por el camino. La niña tenía tantas cosas que decir, tantos pequeños secretos que compartir con
su madre, tantas risas que reír y experiencias que relatar. Aquella personita tan pequeña era todo
un nuevo mundo que a Ariana le producía fascinación explorar y descubrir. Aquella mañana, sin
embargo, Ariana se sentía cansada ya a aquella hora temprana, e incluso un poco triste. Tenía por
delante un día ajetreado, su esposo se encontraba de viaje por unos días, y a las responsabilidades
del hogar se sumaban las de sus llamamientos en la Iglesia. Además otro niño, otro dulce espíritu,
estaba en camino, y de pronto Ariana se sentía abrumada por las numerosísimas cosas a las que
debía prestar su atención y su esfuerzo. Ni siquiera se sentía con ánimo de andar de regreso a
casa. Si bien aquella caminata formaba parte de su programa de ejercicio físico, aquella mañana
algo se rebelaba en su interior. Los numerosos bloques de calles que la separaban de su casa le
parecían interminables. Entonces decidió detenerse en la próxima parada y tomar el autobús.
Mientras esperaba, reflexionó tristemente en que aquella decisión no le producía alivio en su
desánimo. Sin embargo, algo en su interior la impulsaba a quedarse y esperar el autobús.