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El Catoblepas • número 99 • mayo 2010 • página 2
nódulo
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biblioteca nm Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, número 182
documentario
foros de nódulo en la década del «nacional catolicismo» español invierno 2018
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Gustavo Bueno, Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, en la década del «nacional catolicismo» español, El Catoblepas 99:2, 2010
Desde sus primeros días, todavía en los años de la Guerra, el nuevo régimen
(que la «memoria histórica oficial» de nuestro siglo XXI diagnostica en bloque como
«Dictadura»), y sin perjuicio de sus componentes de hecho dictatoriales, autoritarios
y jerárquicos, se esforzó (y en este esfuerzo tuvo un papel inicial muy importante
Serrano Súñer) por asumir la forma de un Estado de Derecho, en el sentido en el
cual ese Estado era entendido en la época (la época en la cual, por ejemplo, yo
cursaba en Zaragoza los primeros años de la carrera de Derecho): «El moderno
Estado de Derecho se caracteriza porque toda la actividad del Estado, incluso la
administrativa, está sometida a la ley (principio de la administración legal)», leemos
en la Teoría general del Estado de O. G. Fischbach (traducido al español en 1926,
1929 y 1934, en la Colección Labor), que añadía: «La protección contra los actos
administrativos ilegales constituirá en el moderno Estado de Derecho un recurso
jurídico suficiente que procede mediante órganos judiciales independientes
(jurisdicción contencioso-administrativa).» Lo que no quiere decir que el formalismo
jurídico que acompañaba a un proceso estrictamente político (de represión, de
destitución...) implicase garantía alguna de imparcialidad de los tribunales; pero esta
garantía de imparcialidad tampoco puede asegurarla nuestra época democrática.
Ahora bien, acaso donde mejor se notaba la realidad del Estado de Derecho,
como instrumento garantista, era en la universidad, y no en los Institutos de
Enseñanza Media. En la universidad el control ideológico se enfrentaba con el
principio de la libertad de cátedra, reconocido en toda la red internacional de
universidades. Esto determinaba la práctica imposibilidad de destituir a un
catedrático que mantuviese una prudencia mínima, a raíz de sus explicaciones (otra
cosa es si la acusación se fundaba en actuaciones externas a su cátedra, como
ocurrió en 1965 en los casos de Tierno, Aranguren, García Calvo, Montero Díaz). Yo
tuve ocasión de comprobar a lo largo de la década de los cincuenta, que pasé en
Salamanca, la situación de la Universidad y la del Instituto, puesto que, sin perjuicio
de mi oficio principal, como catedrático de Instituto, también daba algún curso
especial de Lógica en la Universidad.
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Gustavo Bueno, Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, en la década del «nacional catolicismo» español, El Catoblepas 99:2, 2010
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Gustavo Bueno, Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, en la década del «nacional catolicismo» español, El Catoblepas 99:2, 2010
Sin embargo, unos y otros tuvieron que desarrollar ante un tribunal temas
variados que, quisieran o no, había que confrontar con el canon oficial. Después de
obtenida la cátedra tenían que desarrollar las lecciones del programa a lo largo de
tres horas semanales y tres cursos. Y, sobre todo, algunos de ellos escribían libros
de texto, y no sólo para procurarse algún complemento a sus menguados
emolumentos (entonces se hablaba de la «industria textil»), sino también para evitar
los apuntes de clase, casi siempre desfigurados, sobre los que trabajaban sus
alumnos.
Este ajuste imprescindible («por imperativo legal», diríamos con una fórmula
utilizada «en la democracia») no suscitaba las dificultades propias derivadas del
requerimiento de desplegar el arte de mantenerse fiel a doctrinas no compartidas,
sino también las dificultades inherentes a una «simulación» sostenida y coherente
que (supuesto que no se aceptase por indigna la decisión de tomar la vía cínica –me
comparo con los perros porque ladro a quien me pega y lamo la mano de quien me
da pan–) implicaba grandes dificultades, no ya sólo de índole moral (en el supuesto
de que alguien denunciase la situación, exponiéndole a ser considerado como
hipócrita o traidor), sino también dificultades de orden ético o político, al reconocerse
como colaborador vergonzante de causas que no se compartían.
En mi caso, esta situación era tanto más delicada por cuanto mi «modo de
pensar» (en cuestiones que tocaban a los dogmas fundamentales de la religión o de
la política: mis posiciones políticas eran entonces afines a las del «Movimiento», en
sus corrientes más radicales; por ejemplo, era contrario, como republicano, a la Ley
de Sucesión, y en particular a la candidatura de don Juan de Borbón, entonces en
Estoril) era conocido en círculos, muy pequeños, es cierto, pero no secretos. Las
«autoridades» podían estrechar su vigilancia. Autoridades que a la vez podían ser
ministeriales y eclesiásticas, como era el caso de José María Sánchez de Muniaín,
que había sido profesor mío en Madrid (me llevaba muy bien con él) y que en los
mediados de los años cincuenta era Director General de Enseñanza Media y
presidente ejecutivo, creo recordar, de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
Sería el año 1953 (tampoco estoy muy seguro) cuando convocó a un grupo de
profesores (entre ellos recuerdo a Antonio Tovar, entonces rector de Salamanca),
entre los cuales también yo figuraba, para debatir sobre la reforma del Plan de
Estudios, y concretamente sobre la reforma de la asignatura de Filosofía.
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que decir que yo no tuve ni arte ni parte (ni siquiera conocía a Gambra, más que de
nombre y muy vagamente, ni tuve el menor contacto con él, ni antes ni después de
su «colaboración»). Al despedirme de Ediciones Anaya en 1960 (con motivo de mi
traslado a la Universidad de Oviedo) les dije que me distanciaba enteramente de los
libros de texto que había publicado con ellos, y que renunciaba por completo a los
derechos de autor que pudieran producirse. Sin embargo la editorial no se paró en
barras y siguió utilizando mi nombre en ese Curso elemental de filosofía que
Gambra había preparado por lo visto sobre mi libro Filosofía, Sexto curso, de 1958.
Gambra, desde su ideología carlista, modificó como es natural todo lo que le pareció
oportuno; se mantuvieron las ilustraciones, incluso las lecciones de filosofía natural,
pero cambió la perspectiva total. Por ejemplo, en la lección XXII («Ética y moral»,
págs. 177 y ss. de mi libro, págs. 175 y ss. del de Gambra) se advierte cómo
Gambra eliminó las referencias que yo hacía a la Etnografía en cuanto «ciencia de
las costumbres» (por ejemplo, las referencias a la antropofagia de las «sociedades
primitivas»; sin duda porque estas referencias chirriaban con la doctrina de la moral
natural y del derecho natural, y las sustituyó por la doctrina de las «buenas y sanas
costumbres»). Cuando me enteré, a través de la sorpresa de algunos alumnos de
Oviedo, de que circulaba un curso de filosofía firmado por mí y por Gambra (que se
había significado aquellos años en el terreno político), llamé por teléfono a la
editorial exigiendo que retirasen mi nombre en la siguiente edición.
He aquí una muestra de los recursos estilísticos que, con fines posibilistas
utilicé «intuitivamente», sobre la marcha (aunque probablemente estos recursos
estaban ya perfectamente reconocidos en el Quijote o en el Criticón), para
«encriptar» los libros de texto de bachillerato publicados con mi nombre por
Ediciones Anaya: Principales sistemas filosóficos y soluciones del pensamiento
cristiano. Sexto curso, Anaya, Salamanca 1954, 354 págs. (junto con Leoncio
Martínez); Nociones de Filosofía. Quinto curso, Anaya, Salamanca 1955, 277 págs.
(junto con Leoncio Martínez) y Filosofía. Sexto curso. Con un esquema de historia
de la filosofía y un vocabulario de los términos empleados, Anaya, Salamanca 1958,
338 págs.
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Gustavo Bueno, Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, en la década del «nacional catolicismo» español, El Catoblepas 99:2, 2010
Es obvio que cabe ignorar este sentido técnico y, a la vista del desarrollo de los
hechos, reconocer el sistemático y lógico olvido por parte de los trabajadores reales
de su «misión revolucionaria», y a la transformación de esa «misión» en un conjunto
de programas «socialdemócratas», con lo cual en el concepto de proletariado se
desvanece el sentido técnico que Marx quiso darle.
(a) En el libro Principales sistemas filosóficos, lección XXVIII, pág. 324, se lee:
«Si no existiera [la Razón del Universo] como sostiene el ateísmo, habría que
declarar fracasada totalmente la filosofía: la filosofía como ciencia sería imposible.
Su impotencia sería tan grande que no merecería el dictado de científica.»
(b) En el libro Filosofía, sexto curso, lección XIX sobre la Causa Primera, pág.
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Gustavo Bueno, Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, en la década del «nacional catolicismo» español, El Catoblepas 99:2, 2010
158, se decía: «Si lo que conocemos es ante todo las cosas finitas, y si estas no
tienen en sí mismas la razón de ser, es necesario que exista una Razón. Si esta
Razón fuera incognoscible, o si no existiera (como sostiene el ateísmo), habría que
declarar fracasada totalmente la filosofía: la filosofía como ciencia sería imposible.»
La mayor parte de quienes leyeron esta frase me atribuyeron sin duda la tesis
de que no era posible hablar de filosofía si no se aceptaba la existencia de Dios.
Pero yo podía explicar (y así lo hice en alguna ocasión) a quien me pidió cuentas:
«No es posible hablar de filosofía científica.» Pero, ¿por qué hay que presuponer
que la filosofía es científica al modo como lo son las Matemáticas?
«Según la teoría tomista», o bien, «hay cinco argumentos, según Santo Tomás,
capaces de demostrar la existencia de Dios»; o bien insertándola en una
clasificación sistemática de tesis que desvanecía la pretensión de tesis «evidente
per se nota», y por tanto la relativizaban como una más entre otras teorías posibles
sobre el particular.
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Gustavo Bueno, Un profesor de filosofía, autor de libros de texto, en la década del «nacional catolicismo» español, El Catoblepas 99:2, 2010
mística) de la «Revelación» invocada por los teólogos cristianos para dar cuenta de
la novedad de sus pensamientos en relación con los de los griegos. Sin duda, desde
una perspectiva racionalista, era imposible admitir la realidad de una revelación
procedente de la deidad trascendente; pero esta imposibilidad no podía confundirse
con la negación de cualquier contenido incluido en esa Revelación. Porque la
Revelación podía entenderse como el reconocimiento de que las propias ideas
establecidas por los filósofos griegos tampoco procedían de la Razón pura, sino de
determinadas condiciones «prefilosóficas» (tecnológicas, políticas, poéticas,
institucionales) que habían moldeado los grandes mitos cosmogónicos precursores
de los sistemas presocráticos. Esta conclusión estaba ya muy cerca del
materialismo filosófico, siempre que abandonásemos el prejuicio (alimentado por
Lévy-Bruhl) de la «mentalidad prelógica» actuando en los mitos antiguos.
Cabría suscitar, para finalizar, la siguiente cuestión: ¿no habría que reconocer
tanta filosofía (por no decir más) en el ejercicio de «desencriptar» unos libros de
texto filosóficos (correlativamente, en el ejercicio de encriptarlos) que en el ejercicio
de redactarlos, sin doblez alguna, de acuerdo con los programas y directrices
oficiales?
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