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Hoy salimos como todos los días, pero hoy no fue como todos los días: hoy fui

abandonado.
Entramos a la tienda, compramos una leche y una barra de chocolate. Nos paramos junto a
un auto y nos pusimos a descansar y solo dejar la vida pasar. Al caer el envoltorio de
chocolate noté que por la vereda del frente venía La Muerte… lo supe al instante.
Quería que nos quedáramos allí, pero el dueño del auto nos echó. Seguramente ella lo instó
a eso. Intenté advertirle a Mark haciendo que tropezara con la vereda, pero La Muerte fue
más astuta… ¡Lo embobó haciéndole creer que todo era un juego! ¡Y el idiota le siguió la
corriente! Cada segundo que pasaba era un segundo más cerca del fin.
Llegamos a la esquina, y ella pudo gritar, oh dios, pudo gritar, pero no… solo hizo señas
similares a las de su juego, tal como un depredador que juega con su presa. Solo sentí el golpe
y salí volando por los aires. Fue una escena espantosa.
Ella lo logró. Y yo nunca volví a ver ni a Mark ni a mi hermano. Pero aquí no es del todo
desagradable, pues conocí a otro caído que, curiosamente, tiene una historia bastante similar
a la mía. Al parecer, a La Muerte le gusta jugar y acabar así con la gente como Mark.

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