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Cuentos de Ayer para Ninos de Hoy PDF
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• AL LECTOR DE HOY
• FLORIDOR PÉREZ: AUTOBIOGRAFÍA "Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina
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escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado: el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro
el gato, dormitando. La noche estaba fría
y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía...
Son relatos que nacen de la imaginación del caldo de piedras, que es el mismo El guiso de ha-
pueblo y se transmiten oralmente de generación cha que leí cuando niño, en un libro de cuentos
en generación y de país en país, porque la imagi- populares rusos... En ambos, un caminante gol-
nación no tiene fronteras. pea a la puerta de una anciana sola, que le da
Después fueron escuchados por investigado- alojamiento. ¡Ningún niño de hoy me creyó!
res que los recopilaron en libros llamados Cuen- -¡Esa anciana no escucha las noticias? —me
tos populares o Cuentos folclóricos. Otras veces atajaron .
fueron oídos o leídos por escritores que los vol- —Está bien, está bien —dije yo—. Entonces,
vieron a contar. Dejaron de ser folclor y entraron que llegue a golpear "una dama respetable pero
a la literatura. I Por lo tanto, cualquiera de es- empobrecida" ... Y así pude continuar mi cuento
tos cuentos ha sido contado en muchas partes, en que, mezclando las dos recetas, resultó un Guiso
distintas épocas y de diverso modo. de piedra.
Al volver a contarlos para el lector de hoy, sé Un caso más curioso me ocurrió contando Las
que no los va a escuchar junto al brasero, sino tres mentiras. En la versión que yo había leído
que a leerlos frente al televisor. He conversado desde niño, el hermano menor sube a la Luna a
bastante con esta generación de la imagen, que encender su cigarrillo.
ha influido mucho en mis versiones. - ¡No era un cigarrillo! —protestó el Jefe de
Pondré un par de ejemplos: la Brigada Ecológica del curso—. ¡Era un cabo
En un libro de cuentos chilenos,2 se incluye El de vela para acostarse!
Sorprendido, le pregunté:
1 Los hermanos Grimm en Alemania, León Tolstoi en Rusia,
-Y tú, ¿cómo lo supiste?
Manuel Rojas en Chile, etc. - ¡Por el cuento que tú escribiste!
2 Cuentos folklóricos chilenos de raíz hispánica, de Volando Pino
Los sabios investigadores de los cuentos popu-
Saavedra, Ed. Universitaria, 1992. Del mismo existen también
versiones argentinas y brasileñas. lares los clasifican en numerosos tipos, pero yo
10 CUENTOS DE SIEMPRE PARA NIÑOS DE HOY
Floridor Pérez
Las tres mentiras
do leña en la cocina del señor. sería reconocer las habladurías del vecindario, un
En el mercado del pueblo encontró a un mu- día no aguantó más y lo llamó:
chacho que le pareció el indicado. El granjero le -¡Ven acá, grandísimo picaro! ¿No eras tú el
preguntó si no sería de esos flojos que siempre que aseguraba que nunca tenía hambre ni sed y
que los necesitaba estaban cansados, hambrientos nunca estaba cansado?
o muertos de sed. -Y así es, patrón —respondió calmadamente
— ¡Yo no me hago esos problemas! —respon- el mozo—, porque siempre como antes de tener
dió el muchacho—. Yo nunca estoy cansado, nun- hambre, bebo antes de tener sed y reposo antes de
ca tengo hambre y nunca tengo sed. estar cansado...
El granjero se dijo que al fin había dado con el
tipo ideal: rendidor y económico, pensó.
Cargó el muchacho su equipaje, que no era
más que una maletita de mimbre, y se fueron tan
contentos el patrón con su empleado nuevo como
el mozo con su nuevo empleo.
Llegando a casa, y sólo por probarlo, el gran-
jero le ofreció un gran plato de legumbres y un
enorme jarro de leche fría. El mozo se los tragó
y se fue a dormir. Debe ser por el viaje, pensó el
granjero, mañana será distinto.
Pero fue igual. El muchacho se comía cuanto
le daban, se bebía cuanto quedara a su alcance y
se acostaba antes que las gallinas.
Aunque el granjero evitaba echarlo, porque eso
El tesoro que la tierra oculta
petables mercaderes, que exclamaron con indig- -¿Han visto tamaños infieles? ¿Qué manera
nación: más cruel de maltratar a una pobre criatura de
-¡En, chicuelo! ¿No te da vergüenza ir así, Dios? Si lo van a vender, no más con el cuero
cómodamente instalado, mientras tu viejo padre llegarán a la feria...
te sigue a pie? ¡Él es quien debería ir montado! ¿Qué hizo entonces el molinero?
El molinero se rascó la cabeza y dijo que esos Yo no lo sé, querido lector, porque este cuento
señores tenían razón. Bajó al hijo y montó en el lo leí cuando era niño, en un libro que había leído
burro. mi padre cuando era niño, en un libro que... El
Al poco andar debían cruzar un puente, bajo el hecho es que al viejo libro le faltaba una hoja.
cual unas mujeres lavaban ropa en el riachuelo. Claro que ahora yo podría inventarle un final,
-¡Jesús, María y José!, —exclamaron com- pero ¿no me pasaría lo mismo que al molinero, y
pasivas— Miren al viejo egoísta bien montado, siempre quedaría alguien descontento?
mientras el pobre chiquillo lo sigue caminando.
¡Ni huérfano que fuera!
El molinero creía muy justo que él fuera mon-
tado, pero no dejó de hallarles razón a las muje-
res. Y le tendió una mano al niño, que haciéndose
s
Todavía no terminaba de hablar, cuando unas Pero ella ya había tomado una decisión y se la
hermosas salchichas saltaron sobre las brasas se- gritaba una y otra vez:
miapagadas. —Nada más deseo y nada más pediré, que me
La mujer se quedó mirándolas con una mezcla saquen esta ridicula salchicha de mi nariz.
de satisfacción y espanto. Pero el marido saltó de -Mujer, por Dios, ¿y mi chacra?
su banca y se paseaba furioso por el cuarto, arran- -Nada.
cándose los pocos pelos que le quedaban: -Mujer, por Dios, ¿y tu bella casa?
—Por ti, torpe glotona, hemos desperdiciado -Nada.
un deseo que pudo darnos una vejez tranquila y -Y qué, ¿nos vamos a quedar tal como está-
feliz. ¡Maldita sea tu salchicha y ojalá se pegara a bamos?
tu nariz para que la olfatearas a tu gusto! -Eso es lo que deseo.
Apenas lo hubo dicho, la salchicha saltó a la Por más que rogaba el marido, nada conse-
nariz de su esposa y allí se quedó, pegada sobre guía de su mujer, que compartía sus energías en-
el labio superior. tre ofender al viejo y defenderse del gato, que se
Ahora le tocó asombrarse al viejo, y desespe- mostraba extraordinariamente cariñoso.
rarse a la vieja. Ya te imaginas qué fue lo único que al día si-
— ¡Te luciste, mal hablado —exclamó, hacien- guiente pidieron al hada Fortunata, y lo único que
do inútiles esfuerzos por desprenderse ese extra- ella les concedió, aparte de algún consejo, que los
ño "apéndice nasal". pobres viejos oyeron tristes y avergonzados.
Todo lo que él hiciera o dijera por consolarla
tenía el efecto de enfurecerla más.
—Mañana le pediremos al hada una mina, y le
haré una funda de oro a tu salchicha. Pagaremos
al mejor cirujano plástico del mundo...
Las tres hachas
- ¡Tampoco es la mía!
Volvió a sumergirse el Hada de las Aguas y
esta vez le mostró su hacha de acero. El guiso de piedra ^~
-¡Ésa es la mía! —exclamó al instante el le-
ñador, con la alegría del que encuentra a un ser
querido.
Para premiar su honradez, el Hada de las Aguas
le entregó las tres hachas.
De vuelta a casa, los vecinos lo rodearon asom-
brados de su preciosa carga. El leñador les contó
su aventura.
Un envidioso que lo oía, se alejó disimulada- Una dama respetable pero empobrecida,
mente del grupo y corrió hasta el río. Tiró su ha- se acercaba a una lejana ciudad, sin un centavo
cha al agua y rompió a llorar. para pagar hospedaje. Como anochecía, pensó
El Hada de las Aguas emergió desde el fondo disimular su verdadera situación llamando a la
con un hacha de oro. puerta de la primera casa que encontró, que era
—¿Es ésta tu hacha? —preguntó. la última del poblado.
— ¡Sí, sí, ésa es mi hacha...! -exclamó el Le abrió la dueña, una anciana como hay mu-
hombre, e inclinándose codiciosamente para al- chas, que teniendo medios económicos viven
canzarla, se fue de bruces al torrente. miserablemente.
Y porque había mentido, el Hada de las Aguas no -Buena señora —saludó la viajera—, vengo
le dio el hacha de oro ni le devolvió la suya de acero. de lejos, estoy muy cansada y no quisiera entrar
Chorreando maldiciones, el envidioso volvió de noche a una ciudad desconocida. ¿No podría
a casa. darme albergue sólo por esta noche?
50 CUENTOS DE SIEMPRE PARA NIÑOS DE HOY
-Lo mismo digo yo -exclamó la pajita, de puente para sus compañeras de viaje.
amarilla de miedo—. En cambio mis hermanas La brasa, con su ardiente deseo de evitar el
ardieron en ese infierno. agua, fue la primera en pasar. Pero lo hacía tan
— Y las mías --agregó la lenteja—; pronto lentamente, que la paja comenzó a arder, se que-
serán puré en el estómago de esta bruja. mó y cayó al agua, junto con la brasa.
Era un hecho que nada bueno podían espe- Y allí se quedó la lenteja, sola en la orilla,
rar bajo aquella choza, por lo que decidieron pensando que no había elegido la mejor compa-
salir a rodar tierras. Las tres habían nacido en ñía para recorrer mundo.
el campo, de modo que no les resultaría difícil -Aunque al menos estoy viva —se dijo a
orientarse. manera de consuelo.
Cuando ya celebraban el éxito de su expedi- Obligada a permanecer en aquella tierra hu-
ción, se vieron ante un "hilo de agua" que cru- medecida, la lenteja pronto echó raíces, brotó y
zaba el sendero. a su tiempo se convirtió en una mata que flore-
-¡A mí me apagaría! -se lamentó la bra- ció y "granó".
sa— , y eso no es más atractivo que convertirse La anciana campesina que vivía en una choza
en ceniza. solitaria pasó por allí con su atadito de leña y un
—A mí —dijo la paja— me arrastraría quizás manojo de paja para encender el fogón.
adonde, y el agua no me hace más gracia que el -¡Bendito sea Dios! -exclamó al verla—.
fuego.
—No me haría mal un baño —aseguró la len-
\e las orillas del chorro de agua
Es la mata más cargada que se puede esperar.
Será un rico plato.
teja— , pero ahí terminaría podrida. Y arrancando la mata de raíz, cargó con
Como muchas veces suele ocurrir, fue la que todo en su delantal.
parecía más débil quien primero ofreció ayuda. Ya en su casa, desgranó las lentejas, buscó
La flacuchenta pajilla se tendió cuan larga era
CUENTOS DE SIEMPRE PARA NIÑOS DE HOY
tí
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las entrañas, pon los ojos blancos, estira el hoci- tras de gratitud.
co, pero no te pongas de pie por ningún motivo. — Si he de seguir siendo tu fiel conseje-
¡ Verás cómo te ganas un merecido descanso! ro —murmuró el asno—, no puedo decirte que
A la mañana siguiente, el buey siguió al pie apruebo esa idea...
de la letra el consejo del asno. El labrador, sor- Y ante el asombro del buey, continuó:
prendido, le gritó primero, lo azotó después y, por —El amo estuvo hoy en el campo. Parecía
último, corrió a contarle al amo que el buey había muy contento con mi trabajo, y oí que decía al la-
amanecido enfermo. brador: "Si el buey no ha sanado mañana, llamas
-Déjalo en paz —dijo el granjero—. Toma al al carnicero de la aldea, que harto interés le tiene.
asno, llévalo al campo y ara con él lo que habrías ¡No voy a mantener un animal inútil!"
arado con el buey. Si se taima, azótalo sin pie- — ¿Cómo no lo había pensado antes? —excla-
dad. mó el buey, levantándose con un ánimo que no
Así lo hizo el labrador, manejando con igual lo abandonó en toda la noche.
pericia el arado bajo la tierra que el azote sobre A la mafí-ina siguiente, apenas asomó el la-
los lomos del burro. El último castigo del día fue brador, que asnalmente venía acompañado del
oír los agradecimientos del buey por tan sabio amo, el bue; mugió familiarmente y se acercó a
consejo. la puerta paj i iniciar la jornada.
A la mañana siguiente el buey repitió su actua- El labrad r atribuyó la repentina mejoría a una
ción y el labrador volvió a sacar tirando, o mejor medicina se reta que le había dado anoche.
dicho arrastrando, al asno consejero. -Muy , tiempo -comentó el amo, dispo-
Al tercer día era difícil reconocer bajo ese pe- niéndose a nsillar el asno para un largo viaje.
llejo desgreñado al animoso asno de antaño.
—Mañana volveré a seguir tu sabio consejo
—dijo inocentemente el buey, con grandes mués-
y.» El flojo, el sabio y el lobo
mantenerte siempre en sus límites. Nunca te aven- —Nuestra familia dominó estas tierras hasta la
tures al valle, porque allí vive ese animal tan po- llegada del Hombre. Él mató a tu abuelo y hui-
deroso, que esclaviza al caballo, devora enormes mos a la montaña. Si un día, cuando crezcas, el
bueyes, y hasta el perro, que me da brava lucha, Hombre llega hasta aquí, trepa a las cumbres más
corre a lamerle mansamente su mano. altas. Nunca te enfrentes al Hombre —concluyó.
En su fantasía juvenil, el Cachorro imaginaba El viejo León murió pronto, y apenas los negros
un animal con cascos tan duros como una muía cóndores cumplieron el rito de dejar su osamenta
y cuernos tan penetrantes como un toro. ¿Cómo blanqueando al sol, el León joven descendió en
podía existir un animal tan grande y tan fuerte? busca del Hombre. La mayoría de los animales
—No es grande ni fuerte —contestó pausada- del valle le eran desconocidos, de modo que de-
mente el León viejo—. No tiene cuernos, ni ga- bía actuar con mucha cautela.
rras, ni pezuñas, pero domina la magia de la tem- En los primeros lomajes suaves pastaba tran-
pestad y desde la otra orilla del río puede partirte quilamente un Caballo flaco.
la cabeza con un trueno o destrozarte las entrañas -¿Eres tú el Hombre? —rugió el León.
con un relámpago. -Noo, señoor —relinchó el Caballo. Y como
Sólo el respeto debido a sus mayores le impe- no viera muy convencido al León, le mostró las
día al Cachorro mostrarse incrédulo. costillas sangradas por las espuelas, el lomo heri-
—¿Y cómo se llama ese animal? —preguntó do por la montura, el pecho pelado por los arne-
por fin. ses del arado, la lengua roja de tascar el freno—.
—Ese animal es el Hombre. ¡Todo eso me lo ha hecho el Hombre!
La curiosidad del Cachorro no tuvo límites y El León joven se alejó maldiciendo la manse-
de inmediato pidió permiso a su padre para bajar dumbre de esa bestia torpe.
al llano a conocer al Hombre. Pero el León viejo Más abajo, en unos pastizales, encontró al
se negó rotundamente. Buey.
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—¿Eres tú el Hombre?
-Noo, noo —mugió el Buey temblando. Ante
las dudas del León, le mostró el anca marcada a
fuego por el Hombre—. Y en cuanto a mis cuer-
nos —explicó—, más que un arma son una mal-
dición, pues a ellos el Hombre me ata al ara-
do.
La presencia del León atrajo la curiosidad del
Perro, y como a él sí que el León lo conocía, le
dijo amenazante:
-Si no quieres que te destripe de un zarpazo,
corre a refugiarte en la casa de tu amo, y dile que
he bajado de la montaña a buscarlo. Aquí lo espe-
ro, si es tan valiente como dicen.
— ¡Voy, voy! -ladró el Perro, que no tenía
mayor interés en discutir con el León.
Poco tardó el perro en volver acompañando a
su amo.
"Qué extraño —pensó el León—, un animal
que camina en dos patas, como las aves... Y la
cabeza por allá arriba. ¿Cómo comerá este bicho
y cómo tomará agua del arroyo?"
Era tan desconocida su figura, que el León no
necesitó preguntarle si era el Hombre.
CUENTOS DE SIEMPRE PARA NIÑOS DE HOY 93
92 CUENTOS DE SIEMPRE PARA NIÑOS DE HOY
—No me llames princesa, que he venido como -Que no, que sí.
amiga a conversar y acompañarte. ¿Sabes, Juani- Hasta que la curiosidad y el interés pudieron
to? Quiero que me vendas tu pito. ¡Te daré lo que más en la princesa y ahí tuvo Juan abrazos y be-
cobres por él! sos y mechón rubio. Le entregó Juan el pito de
—Eso sí que no, mi princesa. No lo vendo por pluma y se fue la princesa muy feliz. Hasta que al
oro ni por plata. poco rato mira para atrás. Juan iba tras ella.
—Que sí. -Y tú, ¿para dónde vas? ¡Vete con tus oreju-
-Que no. dos, antes que te vayas desorejado!
Y así estuvieron, hasta que Juan le dijo: -Pero antes de irme contaré mi tarde con la
—De venderlo, jamás. Sólo por una cosa lo princesa —dijo Juan—. Usted sabe que a niños y
negociaría, mejor dicho, se lo regalaría, mi prin- adultos de todos los tiempos les encanta meterse
cesa. en la vida privada de los reyes y las princesas...
—Bueno, pues, Juanito, tú dirás. (Eso es verdad, reflexionó la princesa.)
—Que venga aquí y me abrace y me bese y me -Mira, Juan —le dijo—, te devuelvo
dé un mechoncito de su cabellera para recordar- tu pito y lleno de oro esa sucia bolsa que nunca
la. abandonas, con tal que esta misma noche te lar-
—Eso sí que no, Juanito, una princesa sólo gues del reino.
puede besar a un príncipe y ese príncipe tendría Juan puso los ojos chiquitos, como si le costara
que desposarla y para desposarla tendría que ofre- mucho decidirse. La princesa, entretanto, se mor-
cerle un palacio y... día las uñas de impaciencia.
— ...Y entonces consígase un palacio —la in- (No menos nervioso estaba yo, que ya veía al
terrumpió Juan, pero no el pitito este, que es de buen Juan arrancado a las páginas de mi cuento
virtud. y entrevistado por todos los periodistas del mun-
—Que sí, que no. do, mostrando en televisión un mechón de pelos
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