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En medio de la soledad

La muerte se acercó con un susurro desolador, desde los lejos se veían las lágrimas
de sudor que corrían sobre su mente, desde el fondo de su alma se veía la agobiante
escena del el mismo muriendo en la soledad, la soledad que el mismo construía,
desde lo lejos del barco se veía el panorama desolador que invadía los recuerdos,
los más profundos, los recuerdos más desoladores, estos invadían todo su ser, de
su mera existencia universal, para él, la soledad no era parte de su futuro, hasta
que llego la vejez, la vejez universal, aquella vejez que nos acaba, aquella que si es
fiel a la muerte, esa lo invadía.
La soledad lo hacía escribir los más sentidos halagos a la muerte, juntas se llevaban
de la mano, a él, también lo tomaron, juntos se abrazaron con un sentido pésame,
desde el fondo amarillento de sus ojos, desgastados, por ver la realidad, por ver la
vida, aquella vida que se percibe como se quiere, sus ojos ya estaban lo
suficientemente acabados como para mirarlos y pensar cómo se encontraría, yo si
alcance a percibir lo que sus ojos me decían, no era felicidad, o eso pensé, yo, sus
ojos eran un sinfín y sin comienzo de pensamientos, todos llegaban uno tras otros.
Recuerdo aquel día, me acerque con un susurro y le dije – ¿qué tienes?- pareció
que la nostalgia se apoderaba de todo su ser, se divisaba en sus ojos el anhelo de
tener algo tan preciado, algo que ya se había ido, pareció que la tristeza invadía sus
pensamientos, eso pareció. Él no me contesto, puesto que su forma de pensar, su
filosofía, se encontraba en contra de sus lágrimas, mejor ser marchó si decir una
palabra. Pero aun en él, se podía ver desde el fondo de su alma la concordia de la
muerte con su vida, desde lo más profundo de su ser se podía ver la tristeza, el
anhelo de aquella alma en pena que lo único que quiere es darle amor, como antes,
desde lo más profundo de su ser, se podía ver como el mismo desgastamiento físico
le hacía recordar a su antepasada, aquel fiel ejemplo que todos quisiéramos tener,
aquella alma en pena que alzaba su bandera, con actitudes de honra y respeto hacia
él, desde lo lejos del sol podría ver como la bandera tomaba cada vez más fuerza,
aquella fuerza que de una forma quería pasarle, a su fiel recordar, ese fiel recordar
era él.
Era de noche y lo recordaba, no sé porque su tristeza me interesaba tanto, quizá él
era un ser importante en medio de mi vida, quizá él había jugado un papel en medio
de mi vida, en fin, nunca comprendí porque me importa tanto su vida, solo quería
cambiarlo, quería que fuera diferente manteniendo su esencia, ahora recordaba o
me hacía en la mente, que para mí, él era importante quizá porque compartimos los
mismos sentimientos, o problemas, quizá.
Soñé con él, soñé en Ella, si ella, lo saludaba, se veían sus brazos, sus gorditos
debajo de este, se mueven incesantes, en espera de aquel día donde juntos leven
anclas hasta el fin de sus vidas, pero ella le dice algo, y es que mires la vida, mires
la muerte, la cual te saluda con deseo de morbo, ella no quiere que acompañes a la
muerte en su caminar, esta es agonizante, ella solo quiere que veas a la muerte
como un enemigo, aquel enemigo que juntos acabaran, la muerte nos saluda con
una voz tenue casi dulce, sus palabras de convencimiento son como una espada
de doble filo, siempre entraran en el corazón, sus palabras de convencimiento están
por encima de todo Dios, toda filosofía moralista donde se base el disfrute del
prójimo, pero el cobarde solo se deja convencer de esta, el valiente se le enfrenta y
la destruye, una vez fui parte del grupo de cobardes, pero la misma soledad prima
hermana de la muerte me hizo dar cuenta que jamás alcanzamos a ser felices con
nadie ni con nosotros mismo, por que dependemos de la felicidad de los demás,
podemos ser felices cuando escuchamos los sonidos de nuestros pensamientos,
siempre y cuando nos demos esa oportunidad, y que la soledad prima hermana de
la muerte deja de existir cuando nos damos cuenta que; solo nos acostumbramos
a estar acompañados y que a lo único que le tenemos miedo es estar solos, por
eso la soledad es aquella oportunidad de darnos cuenta que tanto nos valoramos,
que tantos nos alcanzamos a llenar con nosotros mismos, Esas palabras
comenzaron a llegar como pájaros al nido, en aquella noche veraniega, recuerdo
que en medio de todo una compañera de clases en la más prestigiosa universidad
de Colombia, ella se llamaba María Claudia, sus palabras llegaron hasta mí, y
lograron levantarme, ahora era mi deber de levantar, y cambiarle la vida a esa
persona aquel hombre que las circunstancias habían hecho de el una persona con
sufrimientos, aquella persona que debido a las circunstancias se desgastaban sus
memoriales, y sus recuerdos más felices, cuando me sentía igual que Dionicio, del
que hablamos tanto, aquel hombre que no disfrutaba de tan preciado tesoro que
alguna vez tuvo, cuando sentía que agonizaba bajo el pulpito de la soledad. Yo
recordaba las bellas palabra de María, esta me decía con gemidos de dolor, pero al
mismo tiempo con susurros de amor; –La soledad te enseña a darte cuenta de tu
existencia universal-, esos eran los pensamientos que se apoderaban de mi ser,
tenía en cuenta a la soledad, ahora supe y me di cuenta que no soy lo que dicen los
demás, soy lo que yo creo que soy, la soledad me enseñó a darme cuenta de lo que
soy, y lo que era capaz de hacer.
Ahora Dionicio se veía más agonizantes la vida lo tapaba cada vez más, sus ojos
aquellos ojos color café ya no eran café, ahora eran de un color tristeza, ya no se
divisaba en su ser ningún sentimiento de alegría, vio pasar por encima de él; La
muerte de su ser querido, la soledad que construía, la tristeza que se apoderaba de
él, la vejez y sus dolencia…
Ahora se veía más viejo de lo normal, aquel cuerpo viril, joven, duro, de antes no
era igual, si, la vejez lo consumía, pero ya su cuerpo se estaba consumiendo como
colillas de cigarrillo, ahora estaba más de lo necesario, lo único que podía disfrutar
era sus trajes de sastres, sus trajes caros, estos eran los únicos que lo consolaban,
además de su casa, una de las mejores casa de la ciudad era la de Dionicio, en un
futuro todo había sido tristeza pocas veces tenían que comer, pero aprendió a
superar la circunstancias, pero esta la circunstancia reinante que vivía, no era fácil.
Nunca me atreví a decirle nada a Dionicio, mis palabras quedaban paralizadas al
hablarle, era extraño, cuando no se marchaba crecía un sentimiento de pena o
nerviosismo, era una persona que despertaba muchas cosas, nunca pude cambiarle
la vida del todo, pero siempre quise de una manera indirectamente directa
cambiarlo, aquellas imposiciones tenían o poseían un poder extraño que impedía
decirle las cosas, aquellas que yo había aprendido de María, la vida de Dionicio
seguía igual.
Ahora eran tres y uno por en medio, estaba Ella, desde tiempo memoriales ella se
llamaba Josefa, ya había muerto, ella era una razón para arrepentirse de su vida,
Dionicio recordaba con tristezas, una especie de alegrías y cóleras frente a la vida,
aquellos momentos donde Josefa, su madre, su ser querido estaba con él, ahora se
encontraba solo, solo sin él, solo sin ella, solo si nadie, entre ellos se encontraba los
recuerdos y anhelos de su madre, estaba la soledad, la muerte y estaba El, Dionicio,
juntos se debatían como en una lucha de titanes, quien sea el más valiente ganara,
nadie ha ganado aún, se continúan peleando, yo solo quería cambiarlo y lo hacía...
Dentro de mí estaba e anhelo de cambiarlo, muy dentro, ya comenzaba. Y lo hacía,
lo hacía silenciosamente.

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