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En la biblioteca:

Mr Fire y yo – Volumen 1
La joven y bella Julia está en Nueva York por seis meses. Recepcionista en un
hotel de lujo, ¡Nada mejor para perfeccionar su inglés! En la víspera de su
partida, tiene un encuentro inesperado: el multimillonario Daniel Wietermann,
alias Mister Fire, heredero de una prestigiosa marca de joyería. Electrizada,
ella va a someterse a los caprichos más salvajes y partir al encuentro de su
propio deseo… ¿Hasta dónde será capaz de ir para cumplir todas las fantasías
de éste hombre insaciable?
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Muérdeme
Una relación sensual y fascinante, narrada con talento por Sienna Lloyd en un
libro perturbador e inquietante, a medio camino entre Crepúsculo y Cincuenta
sombras de Grey.

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En la biblioteca:

Poseída
Poseída: ¡La saga que dejará muy atrás a Cincuenta sombras de Gre!

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En la biblioteca:

Tú y yo, que manera de quererte


Todo les separa y todo les acerca. Cuando Alma Lancaster consigue el puesto
de sus sueños en King Productions, está decidida a seguir adelante sin
aferrarse al pasado. Trabajadora y ambiciosa, va evolucionando en el cerrado
círculo del cine, y tiene los pies en el suelo. Su trabajo la acapara; el amor,
¡para más tarde! Sin embargo, cuando se encuentra con el Director General
por primera vez -el sublime y carismático Vadim King-, lo reconoce
inmediatamente: es Vadim Arcadi, el único hombre que ha amado de verdad.
Doce años después de su dolorosa separación, los amantes vuelven a estar
juntos. ¿Por qué ha cambiado su apellido? ¿Cómo ha llegado a dirigir este
imperio? Y sobre todo, ¿conseguirán reencontrarse a pesar de los recuerdos, a
pesar de la pasión que les persigue y el pasado que quiere volver?
¡No se pierda Tú contra mí, la nueva serie de Emma Green, autora del best-
seller Cien Facetas del Sr. Diamonds!

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Megan Harold
TODO POR ÉL
Volumen 6
1. Sospechosa no. 1

Todo está cambiando radicalmente en mi vida últimamente. Desde que


conocí a Adam. Antes mi vida era tranquila, más bien banal. Ahora, siento
como si viviera en una montaña rusa constante. Mi casa se incendió y desde
entonces vivo en un apartamento con Claire. Aunque tengo que admitir que es
un apartamento genial. Mi hermano decidió dejar su vida y mudarse a San
Francisco. Todos mienten sobre mí en los periódicos, me mandaron un pájaro
muerto al conservatorio durante el gran concierto de la Filarmónica y la policía
me aconsejó aceptar su protección… Tengo muchas razones para terminar mi
relación con Adam, para aspirar a la tranquilidad; pero en sus brazos,
respirando su olor, escuchando su corazón latir, sé que mi lugar es con él y no
lo cambiaría por nada en el mundo. Y verlo tan feliz de haber encontrado el
rastro de su madre, de su pasado, esto le da una nueva aura; la de la felicidad.
Algo escondido muy en el fondo de él se dispone a surgir nuevamente.
Solamente espero que no se encuentre con muy malas noticias…

Adam ya encontró una parte de su pasado en Wyoming pero prefiere no


precipitar las cosas. Sobre todo, desea ocuparse de mí y de mi seguridad. Y ya
que su viaje está previsto para hoy, pasamos todo nuestro tiempo libre
pegados uno al otro desde la llamada que recibió el otro día, la que le dio la
gran noticia.

Nos despertamos esta mañana entrelazados. Nuestros cuerpos se saciaron


mutuamente durante toda la noche y aun así parecen querer más… No
necesitamos ni siquiera hablar para desencadenar una nueva ola de deseo.
Basta con una mirada, una caricia para que todo comience de nuevo.

– Hermosa, podría pasarme todo el día aquí, murmura Adam acariciándome


la espalda con la yema de los dedos, provocando en mí deliciosos escalofríos.
– Nuestras escapadas son demasiado cortas. Necesitamos vacaciones de
verdad…
– ¡Oh! Sí, vacaciones… en Europa, París, Roma…

Apoyo la cabeza sobre al brazo, con los ojos resplandecientes.

Francia, mi sueño…

– Nunca he ido a Europa, ni a ningún lugar fuera de Canadá y Estados


Unidos… Eso sería… ¡mágico!
– ¡Entonces, así será!
Adam me empuja hacia atrás, metiendo la cabeza por el hueco de mi cuello,
cosquilleando el lóbulo de mi oreja. Sabe bien que ése es mi punto débil. Y
cuando sus manos se deslizan por la curvatura de mis senos, siento cómo poco
a poco mis sentidos se despiertan. Me es imposible resistirme a él, y no dejar
que mis dedos vagabundeen por la protuberancia de su bóxer.

Dejo escapar una risa de placer: Adam está muy atento conmigo, ¡y la idea
de viajar a su lado es muy emocionante! Después de un cuerpo a cuerpo muy
sensual, nos encontramos nuevamente frente al desayuno.

¡Es increíble cuánta hambre puede dar hacer el amor!

– Bueno, ¿te acuerdas? A partir de esta mañana, tendrás a dos personas


vigilándote. Son profesionales, ni siquiera te darás cuenta que están ahí. Al
menor problema, ellos intervendrán.

El tono de Adam se vuelve repentinamente muy serio.

Adiós romanticismo…

Sé bien cuánto le preocupa mi protección. No es el único. También están


Claire y Ryan. Y tal vez yo misma pueda estar más tranquila también… Pero
aun así… Necesitar protección especial…

¿Y por qué no también un chaleco antibalas de una vez?

– Sí, lo recuerdo… También debo tener al corriente al Capitán Owell acerca


de todo, comunicarle todo lo que haga, recito como una lección bien aprendida.
Puedes irte tranquilo, Adam…
– Esta protección será más discreta que la policía. También tengo que hablar
con Ryan.

Definitivamente, siento que Adam me habla como a uno de sus empleados…


Pero comprendo que quiera dejar todo listo antes de irse.

– ¿Ryan te llamó?
– Sí, ya tomó su decisión. Quiere quedarse aquí.

Adam me mira de reojo. Sabe bien que no estoy de acuerdo con esta
decisión. Me toma de la mano, como si quisiera apaciguar mi ira que comienza
a surgir.

– Tu hermano ya está lo suficientemente grande para saber lo que quiere.


Quiere estar cerca de ti y no se lo puedes impedir.
– ¡Ya sabes que este cambio tan radical puede afectar seriamente sus
estudios de medicina! Tendrá que ponerse al corriente aquí, además de
acostumbrarse a un nuevo ritmo para mantenerse a la altura y aprobar sus
exámenes… ¡Y todo por mi culpa!

Mi voz se volvió insoportablemente aguda. En verdad odio ser yo la causa de


esta decisión. ¿Pero qué le pasa a Ryan también? Ahora que ya estoy
protegida, todo debería estar mejor… De por sí ya me odio a mí misma lo
suficiente por haber sido la causa de que incendiaran la casa de Claire… ¿Y si
ahora Ryan se atrasa?

Adam se levanta y se pone de cuclillas frente a mí. Su voz es ahora más


dulce, y su mirada más cálida.

– Hermosa. A mí también me gusta saber que Ryan está aquí, cerca de


ustedes. Y no te preocupes por él. Ya están hechos todos los trámites para que
no pierda nada del año en curso.

Adam me da un delicado beso en la mano. De repente, su ojo brilla.

– Y sabes, tampoco creo que esté haciendo todo esto por ti, resopla
guiñándome el ojo.

No puedo evitar sonreír. Es verdad, Claire y Ryan están juntos desde hace
poco… Así es más simple para ellos dos. Las relaciones a larga distancia son
muy complicadas y además Nueva York está al otro extremo del país.

– Muy bien, ya no diré más nada. ¡Pero que mi hermano no se haga


ilusiones, vigilaré que apruebe todos sus exámenes!

Adam se levanta, me toma la cara entre las manos. Sus labios están tan
calientes, tan suaves… Y como siempre, su teléfono nos regresa a la realidad. Y
como cada vez, su rostro se transforma, se aleja y no sé de qué se trata…

Sin duda, son asuntos que tiene que arreglar antes de su viaje…

Dejo a Adam con el corazón estrujado. Es un viaje que desea hacer solo por
ahora. Uno de los detectives privados que contrató lo espera en el lugar. Por
supuesto, me hubiera encantado estar a su lado para compartir con él ese
momento. Pero debo respetar su decisión. Me deja con la promesa de hacerme
venir con él en cuanto sepa más.

Después del concierto de la Filarmónica, tenemos derecho a algunos días de


descanso. Aprovecho para llenar mi armario, renovar mi guardarropa.
Inclusive me atrevo a adquirir algunos conjuntos de lencería sexy que muero
por mostrarle a Adam. En los probadores me doy cuenta de mi nueva silueta.
Todo este estrés me ha hecho perder algunos kilos. Todavía no parezco
modelo, pero ya perdí una talla.

¡Ahora intentaré no volver a subirla!

En el apartamento, me escabullo seguido a mi habitación. No me gusta


estorbarle a Claire y a Ryan, que se encuentran sobre las nubes. Ryan
encontrará un apartamento más tarde, pero mientras las cosas se calman, se
queda en la habitación de huéspedes. Aunque sospecho que debe de dormir
más seguido en la de Claire.

Hace ya dos días que Adam se fue. Y desde su último mensaje para decirme
que llegó bien, no he recibido ni una llamada, ni un mail, ni un SMS. No lo
quería molestar al principio, pensando que debe de estar muy ocupado con sus
asuntos, pero su silencio comienza a inquietarme. El nudo en el estómago se
aprieta con cada hora que pasa. No es su estilo dejarme sin noticias… Y
francamente no sé si debería preocuparme o sólo me estoy sugestionando.
Pero Claire no es ingenua, y aún en su nube, no olvida lo que está pasando.

– Éléa, ¿has tenido noticias de Adam? ¿Cuándo se fue? Antier, ¿no?


– Sí, así es. No, aún no tengo noticias. Debe estar ocupado…

Intento mal que bien callar la angustia que me embarga. Pero le agradezco
a Claire haber abordado el tema, y preocuparse también por él.

¿Tal vez no me estoy sugestionando tanto?

– Que extraño, no es su estilo hacer eso, dice Claire pensativa. ¿Y Conrad?


¿Él tampoco ha sabido nada?
– No lo sé, no lo quiero molestar. Sin Adam, debe estar muy ocupado.
– Bueno, llámale, dice Claire dejando su taza de café sobre la mesa.

Mi amiga me da el teléfono. Al tomarlo, me doy cuenta de que mi mano está


temblando. Estoy ansiosa. Por supuesto, he pensado en llamar a Conrad, pero
tengo demasiado miedo de escuchar lo peor. Le agradezco a Adam el haberme
dejado el teléfono directo de su brazo derecho. Al cual debía llamar «en caso
de emergencia».

El tono resuena en mi oído, por mucho tiempo, y con cada repetición


aumenta mi tensión. Al fin, Conrad contesta:

– ¿Diga?

Hay algo diferente en su voz, no es tan cálida como siempre.


– Conrad, buenos días, soy Éléa.
– ¡Oh! Éléa, es usted, responde decepcionado.

Evidentemente no era a mí a quien deseaba escuchar al otro lado de la


línea. Esto no es algo que me tranquilice… La angustia me carcome por dentro.

– ¿De casualidad, has tenido noticias de Adam?, pregunté con una voz de
hesitación.
– No, Éléa, ninguna. Yo también estoy comenzando a preocuparme, estaba
pensando en llamarte. Esperaba que tal vez tú supieras algo. Pero ya veo que
no es así.

Una ola de frío me invade.

Es justo lo que me temía…

– ¿No tienes algún número a donde le pueda llamar? ¿Nadie más aparte de
nosotros a quien le pudiera haber hablado?
– No, Éléa. Intenté comunicarme con él varias veces sin lograr nada, y sólo
nosotros dos podríamos saber algo… Este silencio no es algo típico de él,
confiesa Conrad con la voz angustiada.

Estoy a punto de colapsar.

Algo debió haberle pasado a Adam, es obvio.

Claire viene en mi auxilio y toma el teléfono de mis manos.

– Hola, Conrad, soy Claire. ¿Qué podemos hacer por ahora? ¿No puedes
rastrear su teléfono?... De acuerdo, yo se lo diré… Sí… Te llamaremos si
sabemos algo.

Observo la mesa frente a mí, con la cabeza entre las manos. No puedo
moverme, estoy en shock. Adam nunca había dejado a alguien sin noticias
suyas. Y sabía bien que nos preocuparíamos si no daba ninguna señal de vida
durante este viaje tan particular.

¡No puede dejarnos a la espera, es imposible! Adam, ¿dónde estás?

Claire me rodea el cuello con los brazos, mostrándose reconfortante.

– Éléa, no te preocupes. Adam es muy fuerte, pronto tendremos noticias de


él. Estoy segura que tendrá sus razones para no llamar. ¡Te apuesto a que
esta misma tarde tendremos noticias de él!
Espero que mi amiga tenga razón…

Pero nada. Las horas pasan y el teléfono no suena, no me llega ningún


mensaje, el silencio perdura. Ryan regresó y siento que él también está
nervioso. Claire y él tratan de mostrarse tranquilos, pero sus miradas no me
engañan… Dejamos todos los teléfonos en la sala, al igual que mi
computadora. No puedo dejar mi celular ni por un segundo. Mis dedos ya están
blancos de tanto apretarlo. Siento un peso encima, el estómago se me
revuelve cada vez que pienso en lo peor. Entre más pasa el tiempo, más
segura estoy: Adam está en problemas. Si no es así, ¿por qué no contesta mis
mensajes cada vez más inquietos?

El teléfono suena y contesto sin siquiera ver el número que aparece:

– ¿Adam? Más que una pregunta, mi voz implora que sea Adam…
– Eeeh… no. Soy Hayley Bergman. ¿Llamé en mal momento?

Mi primer reflejo es colgar, dejar la línea libre en caso de que Adam quiera
llamar. Pero la preocupación no me hace olvidar la cortesía.

– Señorita Bergman… Es sólo que… estoy esperando una llamada… digo, sin
convicción.
– ¿Problemas con Adam?

¡Ah! Esos periodistas… siempre en busca de una primicia…

– No lo sé… bueno, sí lo sé… Todo está bien, Adam debía llamarme y pensé
que era él…

No sé ni qué decir para poner fin rápidamente a esta conversación.

¡Cuelga!

– Éléa, presiento que está terriblemente angustiada. ¿Adam tiene


problemas?, pregunta Hayley, con amabilidad.

Escuchar esas palabras en los labios de una extraña, es un golpe al corazón.


El silencio de Adam toma lugar en la realidad y sobrepasa desde ahora nuestro
pequeño mundo.

– No lo sé… Mi voz no es más que un resoplo de angustia.


– Éléa, ¿Adam ha desaparecido? Me interroga Hayley, con un tono de
emoción que me disgusta y me hace volver a subir la guardia de inmediato.
– Eso no fue lo que yo dije…
– ¡Hay que avisarle cuanto antes a todos los medios y emitir un aviso a la
comunidad! Tendrá más peso con nosotros de su lado…

Estoy perdiendo el control de la situación…

– No se preocupe, Éléa, encontraremos a Adam.


– Pero no, no es tan grave, no es nada…
– Aunque no sea nada, Éléa, necesita estar tranquila. No puedo ni
imaginarme el estado en el que debe estar, después de todo lo que ha vivido
últimamente…

Comienza a ganarse mi confianza…

– Escuche, Éléa, estoy de su lado, ¿de acuerdo? ¡Llámeme en cuanto sepa


algo!

La periodista cuelga el teléfono…

¿De mi lado? ¿Es sincera o sólo se está aprovechando para obtener una
primicia? Y ahora los medios van a comenzar a meterse en todo esto. No sé si
preocuparme por esto o si debería confiar en Hayley Bergman…

De pronto, las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos.

Claire me interroga con la mirada. Le cuento mi conversación con la


periodista. Ella no sabe qué pensar de todo esto. Y como siempre, prefiere
preguntarle a Conrad, a quien llama inmediatamente. Regresa conmigo al
terminar la llamada:

– Conrad dice que no es tan grave. Hubiera preferido que esto no se supiera
tan pronto, pero que no es la prioridad por el momento. Está buscando a
Adam, ha llamado a sus contactos cercanos en Wyoming… Él también está
esperando.

¡Me odio por haber sido tan prudente! ¿Y si eso afecta a Adam? ¿Si fue
secuestrado? Un escalofrío me recorre la espina dorsal. ¿Y si esta vez atacaron
directamente a Adam? ¿Y si las amenazas eran reales? Me derrumbo en llanto.

Toma poco tiempo para que la noticia de la desaparición de Adam se difunda


en la televisión. Hayley aparece en la pantalla poco tiempo después de nuestra
conversación.

No pudo esperar ni a la hora de su noticiero matutino para dar el anuncio…

Ella es interrogada por uno de sus colegas en una cadena de noticias. Tiene
los rasgos cansados y parece tensa. Como si viviera este drama junto con
nosotros… Ryan cambia de canal. Todos los canales tienen la misma
información: «Desaparición del multimillonario Adam Ritcher.» Estas palabras
son las que aparecen. Verlo tan sonriente, relajado, apuesto en la pantalla
hace nacer otro silencioso torrente de lágrimas.

¿Y si no lo vuelvo a ver nunca más?

La maquinaria mediática ha comenzado… Después de algunos minutos,


Claire decide apagar la televisión.

– ¡Ah! ¡Estos periodistas! No tienen ninguna información precisa y ya están


haciendo suposiciones, dice ella visiblemente molesta. Todos tienen algo que
opinar al respecto…
– ¿Cómo te sientes, Éléa?, me pregunta mi hermano, con la mano sobre mi
hombro.

Lo miro con los ojos llenos de lágrimas. Creo que esta respuesta le es
suficiente.

– Será mejor que descanses un poco. Yo me quedaré con tu teléfono. Puede


que los periodistas intenten contactarte. Te despertaremos en cuanto
tengamos noticias, prosigue Ryan llevándome a mi habitación.

No sé si podré descansar. Adam está en algún lugar de Wyoming, solo… ¿Tal


vez al ver las noticias se dará cuenta de que no se ha reportado con nosotros?
Quién sabe, puede ser que esté tan ocupado con su investigación que se haya
olvidado de nosotros…

Si tan sólo esto fuera verdad…

Dormité un poco en mi cama, sin siquiera deslizarme bajo las cobijas. No


creo haberme dormido profundamente, así que, cuando Claire me mueve
suavemente, siento no haber tenido tiempo más que para cerrar los ojos.

– Éléa, tienes que venir a ver esto…


– ¿Qué? ¿Adam? ¿Noticias?
– No, no es Adam… Lorraine…

¿Lorraine? Salgo de mi cama con un brinco y corro a la sala. La televisión


está nuevamente encendida, y sólo puedo ver publicidad. Volteo hacia Claire,
confundida, sin haber despertado por completo todavía.

– Lorraine va a hablar. Acaban de anunciarlo.

Me siento al borde del sofá, con los ojos fijos en la pantalla. Ryan y Claire se
unen a mí.

Si Lorraine habla, ¿es porque sabe algo?

Mi corazón se acelera, me cuesta trabajo respirar. Al terminar los anuncios,


regresan a los estudios, donde el presentador, con un gesto de seriedad,
recuerda a quienes no lo sabían, que Adam Ritcher está desaparecido y no ha
dado señales de vida en las últimas 48 horas. Anuncia que hay algo nuevo en
este asunto. Lorraine Hill quiere intervenir.

Lorraine aparece, pero en segundo plano, Parece profundamente abatida. Se


limpia los ojos con un pañuelo…

¿Es que acaso…?

Tomo la mano de Ryan, y me aferro a ella como un náufrago a su


salvavidas. Nunca el corazón se me había estrujado tanto, hasta el punto de
dolerme… Un hombre se instala frente al micrófono. Nunca lo había visto. Su
nombre aparece en la pantalla: Ambrose Carter.

– Hablo esta noche a nombre de mi amiga y socia Lorraine Hill, quien, como
comprenderán, está muy afectada por la desaparición de su sobrino. No
tenemos ninguna información, Adam no ha dado señales de vida y no sabemos
dónde está. Hemos solicitado la ayuda de la policía. No queremos descartar
ninguna pista, y los últimos momentos de Adam nos conducen a Éléa
Haydensen. Esta joven podría estar implicada, pero aún no hemos encontrado
pruebas.

¿Perdón? ¿Acaban de acusarme de ser la responsable de la desaparición de


Adam?

La sangre se me hiela.

¿Cómo pueden hacer una acusación de este tipo? ¿Cómo se atreven a hablar
de mí así?

Estoy aturdida, mi angustia se convierte en ira. Y sé que no soy la única,


cuando escucho a Claire expresarse acerca de esta intervención.

– ¡Pero qué idiota! ¿Quién es ese hombre que habla de ti como si fueras una
criminal?
– No tengo idea. Nunca lo había visto en toda mi vida.

Lo observo bien, ni siquiera había escuchado el nombre de Ambrose Carter.


Pequeño, delgado, un poco calvo, el hombre tiene rasgos fuertes, poco
atractivos.

¿Pero quién es ese hombre?

Mi teléfono comienza a sonar. Los tres nos miramos sin hacer el menor
movimiento hacia él. Todos estamos pasmados, callados, después de lo que
acaba de suceder. ¿Adam desapareció y es hacia mí que voltean todas las
miradas? Estoy soñando… No, esto es una pesadilla. Aunque, viniendo de
Lorraine, ¿en verdad me sorprende? Mi teléfono se detiene un momento para
después volver a sonar. No respondo, no conozco los números que aparecen.

¡Seguramente son periodistas listos para saltarme encima!

Afuera, escuchamos agitación en la calle. Ryan echa un vistazo.

– Bueno, no pierden el tiempo. Los periodistas están ahí abajo.

¿Pero por qué no colgué el teléfono cuando Hayley Bergman llamó?

Mi teléfono suena de nuevo, y me atrevo a tomarlo. Miro el número… El


capitán Owell.

Ya puedo verme esposada.

– Súper, es la policía, digo mostrando el teléfono.


– ¡No contestes!, grita Claire.
– Está bien, tampoco es como que me vaya a esconder… Owell ya me
conoce…

Contesto.

– Capitán Owell, qué gusto escucharlo.


– Señorita Haydensen. La voz del capitán es fría, cortante. Quería advertirle
en persona. Usted es la principal sospechosa en la investigación de la
desaparición de Adam Ritcher.

Estoy impactada…

– Pero, capitán Owell, ¿no le creerán a Lorraine Hill?


– La señora Hill nos advirtió de sus dudas en cuanto a su implicación y es
nuestro deber investigar. Llegaremos en diez minutos, no deje su
apartamento.

Claro, voy a dejar el país, con las identificaciones falsas que escondo bajo el
colchón… ¡Seguro!
– Muy bien capitán, lo espero.

Cuelgo, no comprendo nada. ¡Hace poco, lloraba la desaparición de Adam y


ahora soy la sospechosa número 1!

– ¿Entonces?, me pregunta Claire.


– Pues, la policía viene en camino…
– ¡Es increíble! Voy a llamar a Conrad.

El capitán Owell debió haber prendido la sirena para llegar tan rápido a mi
apartamento. Lo sigue su nueva compañera, a quien me presenta con el
nombre de Maddie Spring. Owell ha cambiado por completo conmigo y sólo
tengo derecho a un verdadero interrogatorio. ¿Dónde estaba, qué hacía?
¿Dónde está Adam? ¿Por qué? Las preguntas no paran. Owell ahora es frío,
antipático. ¿Dónde está el hombre cálido que conocí después del incendio? ¿Es
el efecto Lorraine Hill? Afortunadamente, Maddie Spring se muestra más
amable. Me sonríe y me tranquiliza. Es la única que me dice que no me
preocupe, que es solamente el procedimiento habitual. Me gusta su actitud, su
mirada franca, sus intentos por quitarle tensión al ambiente. Salgo de este
interrogatorio agotada, abrumada.
2. Riverton

Me es imposible dormir esta noche. No dejo de pensar en la actitud del


capitán Owell.

¿En serio me ve como una sospechosa?

Afortunadamente, su nueva compañera, Maddie Spring, se mostró un poco


más amable conmigo. Es tranquilizante tener a alguien de tu lado en este tipo
de situaciones, sobre todo de la policía.

¡Y Lorraine! ¡No puede perder una oportunidad para hacernos daño! En


lugar de preocuparse sinceramente por la desaparición de su sobrino, ¿por qué
pierde su tiempo en continuar molestándome? ¿Por qué mandar a la policía a
investigarme? ¡Qué pérdida de tiempo para ellos!

Y Adam sigue sin dar señales de vida. Es terrible… oscilo entre la ira y la
desesperación. Mis nervios no van a aguantar más…

Los periodistas siguen haciendo guardia frente a mi casa. No me atrevo


siquiera a poner un pie afuera. Van a atacarme con preguntas. ¿Y qué les diré?
¿Que Lorraine es una mentirosa? ¿Que desde el principio me odia? No me
gustan este tipo de peleas, estos ajustes de cuentas.

Adam es mucho más importante que todo esto.

Doy vueltas alrededor de mi apartamento. El ambiente es execrable. Ladro


en lugar de hablar, y lloro un segundo después. No sé qué hacer. Conrad nos
pidió tener paciencia… Si Adam estuviera aquí sabría exactamente qué hacer.

¡Pero no está aquí!

– Bueno, no nos quedaremos a esperar en el apartamento sin hacer nada.


Nos vamos a volver locos, dice Claire. No servimos de nada así.
– ¿Qué es lo que propones?, le pregunta Ryan, levantándose del sofá.
– Vámonos, iremos a buscar a Adam. Éléa, ¿sabes a dónde se fue? No es
una ciudad muy grande, ¿o sí? Debe haber alguien que lo haya visto…
– ¿Ése no es el trabajo de la policía?, intervengo.
– ¿La policía? ¿Bromeas? Están bajo la influencia de Lorraine, sin duda
ocupados en este momento estudiando tus últimos movimientos. ¡Cómo
pierden el tiempo!, explota Claire.
La idea de ir a buscar a Adam nosotros mismos no me desagrada tanto. No
puedo quedarme aquí sin hacer nada…

– Olvidas algo, Claire. Éléa tal vez no pueda dejar el estado por ahora,
advierte Ryan.
– ¡Ah! Sí es cierto… Llama a Spring, Éléa. Se ve un poco más comprensiva
que su compañero. Si te dice que está bien, yo me ocupo del viaje.

Maddie Spring me dejó su tarjeta antes de irse. Esperemos que la buena


impresión que me dio no sea falsa y que en verdad pueda ayudarme…

– Maddie Spring.
– Hola, oficial Spring. Soy Éléa Haydensen.
– ¡Oh! Hola Éléa, ¿Pudo descansar después de nuestra visita de anoche?

Su voz cálida me alienta y me da un poco de esperanza.

– No realmente, no. Tengo una pregunta para usted. ¿Puedo dejar California
para un viaje rápido?
– Quiere ir a Wyoming, ¿no es así?
– Eeh… sí, de hecho.

Silencio al otro lado de la línea…

¿Estará advirtiéndoselo a Owell?

– Pero le prometo que tengo toda la intención de regresar, ¡no estoy


huyendo!, agrego rápidamente para ayudar a mi causa.
– ¡Oh! No se preocupe por eso, señorita Haydensen. Le creo, responde ella,
y puedo notar por su tono que está sonriendo. Yo haría seguramente lo mismo
en su lugar… Bueno, está bien. Yo me ocuparé de Owell aquí.

Reprimo un salto de alegría.

– ¡Gracias!
– Pero Éléa, tenga mucho cuidado. Al menor problema, llámeme. Y pase a
ver al sheriff del lugar para avisarle de su presencia. Así, nadie podrá
sospechar que está huyendo.
– Gracias por el consejo.
– ¿Cuándo se va?
– Lo más pronto posible, en el siguiente vuelo disponible.
– Muy bien. Usted tiene una ventaja de tiempo sobre nosotros. La acusación
hecha en su contra nos está haciendo perder un tiempo muy valioso en esta
investigación, entonces, si encuentra algo, no dude en llamarme.
– Lo haré. Gracias nuevamente, oficial Spring.
– ¡Buen viaje y sea prudente!

Por mi gran sonrisa, Claire comprende de inmediato que tengo permiso de


viajar.

– ¡Ya compré los boletos! ¡Hagan las maletas!, nos ordena ella.

Voy hacia mi habitación para preparar algunas cosas y paso rápidamente al


baño para intentar darme una apariencia un poco más humana. Este golpe de
adrenalina me hace olvidar el nudo en mi estómago. La acción es
efectivamente la mejor solución. Aprovecho también para llamar a Conrad. El
viaje comienza a tomar forma. Me promete llamar a uno de los detectives en
el lugar para que nos reciba a nuestra llegada. Será un buen aliado. Conrad
está preocupado, lo puedo sentir, aunque intente disimular su angustia. Su
voz no suena como siempre, su tono está fatigado. Sé que aprecia
enormemente a Adam. Debe estar agobiado por todas las llamadas telefónicas
desde el anuncio de la desaparición en los medios… Es algo bueno para él
ocuparse en otra cosa. A pesar de su inquietud, sigue teniendo presente que
debe ocuparse de mi seguridad. Para ser más discretos, no hay necesidad de
poner hombres de más en nuestro viaje. Le agradezco a Conrad todo lo que
hace por mí.

Si tan sólo pudiera darle una buena noticia, llamarlo para decirle que todo
está bien, escuchar su alivio…

Claire es exageradamente eficaz. Nos encontró un vuelo para mediodía.


Debemos irnos al aeropuerto. Pero antes, tenemos que pasar por los
periodistas, No les tengo miedo, simplemente no contestaré sus preguntas. Un
avión me está esperando para ir a reunirme con Adam, y estoy segura que
ellos no me impedirán llegar hasta él. Hayley me dejó un mensaje esta
mañana. Todo el país está cubriendo la noticia. Echó pestes contra Lorraine
también… Pero está segura de que esta cobertura mediática podrá ayudarnos
en nuestra búsqueda.

Tal vez ésta sea su forma de ayudarnos como puede…

Entre tanta acción, ni siquiera pensamos viajar en uno de los jets de Adam…
No sé si Conrad hubiera podido prestarnos uno. Ni modo. Las compañías
nacionales son igual de eficaces para transportarnos. El tiempo de abordaje es
un poco largo y comienzo a impacientarme. No puedo esperar para llegar a
Wyoming.

Aterrizamos algunas horas más tarde. Necesitamos alquilar un auto para


llegar hasta Riverton, a algunos kilómetros de aquí. Claire siente que hiervo
por dentro, y le agradezco haber tomado el control del asunto. Sólo puedo
pensar en rencontrarme con Adam, lo demás no me importa. Mi amiga envía a
Ryan a buscarnos un coche, mientras que nosotras recogemos nuestras
maletas. Claire está verdaderamente hecha para la organización, e inclusive
en la emergencia, sabe mantener la cabeza fría para pensar bien las cosas.

Ya en el camino, el viaje es extremadamente silencioso. El nudo en mi


estómago se aprieta un poco más. Tengo miedo, honestamente, de lo que voy
a descubrir en Riverton. Temo lo peor. Las lágrimas corren de nuevo, detrás de
mis lentes de sol. No escucho lo que Claire y Ryan dicen en la parte delantera.
Todo el mundo está tenso. Todos aprietan la mordida. De repente, pasamos el
anuncio de Riverton. El pequeño pueblo se ve muy pacífico y tranquilo. Es
completamente opuesto a lo que vivo en mi interior… Tenemos una cita en un
café con el detective John Bleth, quien nos recibe con un franco apretón de
manos. No tiene nada del estereotípico detective privado: con un físico
bastante regular, una vestimenta sin originalidad, puede perfectamente
mezclarse entre la multitud y pasar desapercibido.

La mesera interrumpe mi impulso. Quiero saber de inmediato todo lo que


sabe. Nos deshacemos de nuestra comanda y salto sobre John Bleth como un
perro sobre su hueso.

– ¿Ha visto a Adam?

La angustia me cierra tanto la garganta que mi voz apenas puede salir. No


importa, aunque tenga que escribir mis preguntas en una servilleta del café,
nada me impedirá saber. John Bleth parece comprender mi impaciencia. Ante
nuestros rostros ansiosos, adivina que no estamos ahí para hablar de nuestro
viaje ni de la región.

– Lo vi cuando llegó aquí, a Riverton. Hablamos en este mismo café, le di


toda la información que había recopilado. Me escuchó y me dijo que se
encargaría del asunto.
– ¿Se fue solo? ¿Sabe a dónde?
– Sí, quería reunirse personalmente con todos los que conocieron a su
madre. Le pedí que me llamara si necesitaba ayuda y nunca lo hizo. Riverton
es una ciudad tranquila, así que no me preocupé. Hasta pensé que él mismo
había hecho correr el rumor de su desaparición para poder actuar
tranquilamente, pero la llamada de Conrad me hizo comprender que me había
equivocado al creer eso.

Retrocedo en mi sillón. Si el detective no sabe más que nosotros, ¿cómo le


vamos a hacer?
Ryan, pragmático como siempre, interviene:

– Debe de tener la lista de las personas que Adam iba a ver. Si vamos con
ellas, tal vez nos podrán decir si no lo vieron.
– Es lo que comencé a hacer esta mañana. Desafortunadamente, ninguna de
ellas lo vio, confiesa John sacudiendo la cabeza.

La angustia me invade de nuevo.

¿Pero dónde estás, Adam?

– Riverton es una ciudad muy pequeña. Tiene que haber alguien que lo haya
visto, retoma John con un tono un poco más tranquilizante. Interrumpí mi
investigación para recibirlos. Iré a su hotel y un amigo me prometió que
estudiaría los videos de vigilancia. No hay muchas cámaras por aquí, pero con
un poco de suerte…
– ¿Podemos ayudar en algo?, lo interroga Claire a su vez.
– Déjenme ver, la ciudad sigue bastante tranquila. Hay que actuar rápido
antes de que la prensa llegue…
– Y la policía, resoplo.
– También. No tenemos mucho tiempo. Seré más eficaz y sobre todo más
discreto si estoy solo.
– Ok. Adelante, nosotros esperaremos… Mi voz es casi inaudible.
– No se preocupe, Éléa, ya lo encontraremos, anuncia John levantándose de
su silla.

Nos deja con un gesto de la cabeza.

Esperar, hay que esperar todavía más.

Debo confiar en este hombre, ahora es él quien tiene mi destino entre sus
manos.

¿Qué más podría hacer? ¿Le voy a preguntar a todos los habitantes de este
lugar si han visto a Adam con una foto en la mano? Es ridículo.

Debieron haber visto las noticias… Me siento tan impotente.

– Bueno, por lo menos es mejor que sentarnos a esperar en nuestro sofá,


¿no?, dice Claire intentando quitarle tensión al ambiente.

Ryan le responde con un gruñido. Siento que está frustrado por no poder
hacer nada. Adam acaba de hacer mucho por él, por sus estudios, me imagino
que le encantaría devolverle el favor…
– ¿Y si comemos algo? Éléa, necesitas alimentarte. ¡Si no, te vas a
desmayar, y no es el momento para eso!, prosigue Claire.
– No creo que pueda comer nada, murmuro.
– ¡Tienes que retomar fuerzas, no sabemos lo que nos espera! exige Claire.

De mala gana, pido un club sándwich. Claire y Ryan tienen bastante


hambre. Yo comienzo a mordisquear. Hace tanto que no comía, que ya mi
mandíbula me duele de masticar. Comienzo a notar que yo también tengo
hambre y le hago honor rápidamente a esta improvisada comida. No tengo
idea de cómo sabe este sándwich. Comí por necesidad.

El tiempo pasa lentamente, los minutos se vuelven horas… Ryan decidió


recorrer la ciudad, sin duda para estirar las piernas. Claire y yo nos quedamos
en el café, absorbidas aún por la pantalla de televisión en un rincón. De vez en
cuando, un flash informativo acerca de la desaparición de Adam. Los
periodistas no saben nada nuevo. Le envío un mensaje a Conrad para darle
noticias mías. Y no sé cómo matar el tiempo… La silla comienza a volverse
incómoda. La de Claire también. Con una mirada, decidimos ir a tomar un poco
de aire.

¡Caminar nos hará bien!

Riverton es efectivamente una ciudad muy pequeña. Una gran arteria


resume lo esencial de la actividad de la ciudad. Soy impermeable a la
tranquilidad que reina. Riverton es sin duda agradable, pero soy incapaz de
darme cuenta de ello. Miro para todos lados, esperando ingenuamente ver
llegar a Adam por la esquina de alguna calle. Aprovechamos para pasar a la
oficina del sheriff, como me lo aconsejó Maddie Spring. Encontramos en
seguida a Ryan, recargado en nuestro coche alquilado, sumergido en el
periódico del día. Mi hermano intenta cambiar de ideas con la sección de
deportes.

Me sobresalto cuando mi teléfono suena. ¡Maldito sea este bolso sin fondo!
Busco y rebusco y finalmente, encuentro con las yemas el aparato.

– Éléa, soy John. Encontré a Adam. ¿Dónde están?

Por poco me desmayo.

Adam, encontró a Adam…

Ante mi reacción, Ryan toma mi teléfono y habla con John. Mis lágrimas
corren y Claire se preocupa. Le repito lo que me acaba de decir John. Sin
emocionarse con esta noticia, voltea hacia Ryan, esperando saber más.
Ryan cuelga y nos cuenta lo que le dijo John:

– John encontró el rastro de Adam. Fue todo lo que me dijo, viene para acá.

Si no quiso decir nada por el teléfono, ¿eso quiere decir que se trata de una
mala noticia? Si Adam está sano y salvo, ¿por qué esperar para decírnoslo?
Comienzo a temblar… Ryan percibe mi angustia y me abraza.

– Todo estará bien Éléa, aquí estamos contigo…

John estaciona su coche justo atrás del nuestro. No sabría decir qué es lo
que su rostro expresa, mejor espero sus palabras. Ryan continúa
abrazándome. Siento sus manos crispándose en mis hombros. Claire me toma
por el brazo. Esperamos.

– Bien, ya sé dónde está Adam.


– ¿Está vivo?, pregunta inmediatamente Ryan.
– Sí, pero está en el hospital de Cheyenne.

¿En el hospital?

Mis rodillas se debilitan, Ryan me ayuda a mantenerme de pie.

– Vamos. Éléa, ¿viene conmigo? Y ustedes dos, ¿me siguen en su coche?

Volteo hacia Ryan y Claire y les murmuro un «está bien». Me subo al auto
de John, aún impactada. Pero vamos a ver a Adam, y es en lo único que puedo
pensar. No puedo esperar para hacer llover las preguntas:

– ¿Sabe si es grave?
– No, no lo sé. No quería preocuparla, Éléa.
– ¡Quiero saber, necesito saber! Obligo a John a hablar.
– Mi amigo de las cámaras de vigilancia me llamó. No tiene imágenes muy
claras pero lo que pudo ver se parece mucho a una pelea en el
estacionamiento de un café, en las afueras de la ciudad.
– ¿Era Adam?
– La cámara está bastante mal posicionada. Pero llamé al café en cuestión y
el barman pudo identificar a Adam. Al parecer, tuvo una discusión animada
con un hombre.
– ¿Un hombre?
– Uno rubio, muy alto y delgado, bastante amenazante, según dijo el
barman. Seguramente tiene una conexión con el altercado.
– ¿Paul?

¿Paul? ¿En Riverton? ¿Cómo es posible?


– ¿Esto te dice algo?, me pregunta John echándome un rápido vistazo.
– No estoy segura… El primo de Adam parece encajar con esta descripción…
– Ya veremos más tarde. Llamé en seguida a mis contactos y me dijeron
que, efectivamente, Adam Ritcher requirió de sus servicios, pero que eso debía
permanecer secreto.
– ¿Secreto?
– Creo que Adam no quiso divulgar este accidente.

¿Adam dio él mismo las órdenes? ¿Eso quiere decir que está consciente? Una
pelea… ¿pero en qué estado está? ¿Por qué no me llamó? ¿Por qué tanto
misterio? ¿Está mal? ¿Acaso lo habrán desfigurado?

Estoy impaciente por volverlo a ver, pero extremadamente nerviosa. Estoy


ansiosa y tengo miedo a la vez. Pero está vivo y ya sé dónde está… Me quito
un peso de encima, pero otra angustia toma su lugar…

¿Estará bien?

Mi teléfono vibra y me saca de mis pensamientos. Es un mensaje de Claire.


Detrás de nosotros, está preocupada.

– Entonces, ¿has sabido algo más?


– Adam estuvo en una pelea.
– ¿Una pelea? ¿Cómo está?
– John no lo sabe. Creo que Paul también estuvo ahí.
– ¿Paul?
– Sí… es todo lo que sé por el momento.
– Espero que no sea nada grave. Pero está vivo. ¿Tú estás bien?
– Sí. Tengo un poco de miedo pero muero por verlo.
– Me imagino. Ánimo, aún nos faltan algunos kilómetros.

Me siento bien de tenerlos a mi lado.

¿Debo avisarle a Conrad? ¿O debería mejor esperar hasta conocer el estado


de Adam? Opto por la segunda opción. Los kilómetros que nos separan de
Cheyenne los recorremos a gran velocidad. John no escatima con el
acelerador, distanciándose de Ryan, más prudente. Le agradezco por dentro a
mi hermano el mostrarse tan razonable. ¡No necesitamos otro drama por el
momento!

Al acercarnos al hospital, John me sorprende con sus instrucciones. Me pide


llamar a Claire y pedirle que esperen algunos minutos antes de tomar el
mismo camino que nosotros. Debemos entrar por atrás y reunirnos
discretamente con su contacto que nos espera. Ryan sigue al pie de la letra
sus instrucciones y se une a nosotros unos diez minutos más tarde.

¡Dios mío, no puedo esperar más!

Sólo puedo pensar en correr por los pasillos y precipitarme a la habitación


de Adam.

Un hombre en bata blanca nos conduce al interior del hospital. Intercambia


algunas palabras con John y después se va.

– Bueno, Adam ya sabe de nuestra llegada.

¿Adam sabe que estoy aquí?

Mi corazón se acelera, ¡quiero verlo!

– Éléa, ¿la llevo a su habitación? Ryan, Claire, espérennos en la central de


enfermeras, en breve iré con ustedes, agrega John.

Ya no puedo aguantar más. Claire me deja dándome un beso, con una


sonrisa en los labios. Sabe que este momento es muy importante para mí. Los
veo partir por el corredor que John les indicó.

– ¿Lista, Éléa?, me pregunta sonriendo.


– ¡Oh, sí!

John me precede. En el camino, no puedo evitar preguntarle:

– ¿Sabe cómo está?


– Sí. ¡No es nada grave!

El rostro de John resplandece. Yo no puedo creer lo que acabo de escuchar.

Volveré a ver a Adam y no tiene nada.

Frente a una puerta, John se escabulle. Detrás de esta tabla de madera se


encuentra el hombre que amo. De repente, tengo un momento de duda, una
aprehensión inesperada.

¡Ah, no! ¡Éste no es el momento!

Abro la puerta. Adam está ahí, sentado en su cama, acomodado entre las
almohadas. Su rostro está entumido, pero su mirada comienza a brillar en
cuanto me ve. Su cara se ilumina con una sonrisa. Me precipito y me lanzo a
sus brazos, entre lágrimas, pero aliviada de verlo así. Adam reprime un grito
de dolor, pero me abraza. Lo beso, lo observo, respiro su aroma. Huele a
hospital. Pero está entero, vivo y feliz de verme también.

– Hermosa, dice besándome delicadamente.


– ¡Oh! Adam, ¡tuve tanto miedo!
– Lamento mucho toda esta preocupación que te causé. Busqué alguna
forma de avisarte, pero tú fuiste más rápida que yo.
– ¿Estás bien?
– Sí, algunas costillas fracturadas pero nada grave. Me pusieron en terapia
intensiva cuando llegué pero no tengo nada en particular.

Acaricio su rostro, sus hematomas. Mis ojos se llenan de lágrimas


nuevamente.

– Hermosa, todo está bien ahora… Estamos juntos, murmura atrayéndome


hacia él.

Hundo mi cara en el hueco de su hombro. Sus manos me acarician la


espalda, vuelvo a sentir sus caricias tan familiares. No me atrevo a abrazarlo
demasiado fuerte. Estoy tan contenta, tan aliviada. En este momento, lo que
más deseo en este mundo es no tener que volver a dejarlo nunca, estar
siempre a su lado. Mi corazón se apacigua y se llena de dicha después de
haber sido tan maltratado por la angustia. Siento como si reviviera. El frío
polar que me habitaba desaparece. Estoy entre los brazos de Adam, del
hombre que amo. Lloro de nuevo, pero esta vez es de alivio.
3. Un pasado molesto

No puedo dejar el calor de sus brazos. Estoy completamente incómoda sobre


esta cama de hospital, pero no puedo separarme de Adam. Escuchar su voz,
besarlo, volver a ver su mirada resplandeciente… Me encantaría poder
llevármelo y aislarnos del mundo. La separación de estos últimos días fue muy
violenta, angustiante. Necesito una recarga de Adam. Olvido que Claire y Ryan
esperan con ansias noticias y que en San Francisco, Conrad debe estar
mordiéndose las uñas. Tengo que deshacerme de esta egoísta necesidad por
tener a Adam para mí sola.

– Tengo que avisarle a Ryan y Claire, digo enderezándome.


– ¿Están aquí?
– Sí, fue Claire quien tuvo la idea de venir. No podía quedarse de brazos
cruzados en nuestra casa.
– No me sorprende en lo absoluto, viniendo de ella, sonríe Adam.

¡Oh! Esa sonrisa me hace derretir…

Lucho contra la imperiosa necesidad de lanzarme de nuevo a sus brazos.

– También tengo que llamar a Conrad. Está muerto de nervios, sabes…


– El buen Conrad…
– ¿Te sientes bien como para ver a todo el mundo?
– Por supuesto, dice Adam enderezándose en su cama con una mueca.

Me duele en el alma verlo sufrir.

¡Podría matar a las personas que lo pusieron en este estado!

Le envío un mensaje de texto a Claire, para avisarle. No tengo ganas de


atravesar el pasillo y dejar de ver a Adam. No estoy lista para dejarlo, por lo
menos no aún. Claire y Ryan llegan rápidamente, seguidos por John quien se
muestra discreto pero contento de compartir este momento con nosotros.
Nuestros rostros ya no están crispados y nuestro alivio es contagioso. Mientras
que Ryan y Claire hablan con Adam, yo me alejo un poco para llamar a
Conrad. Debe estar esperando mi llamado, pues contesta muy rápido.

– ¿Éléa? ¿Ya tienen noticias?

Muy presionado, en efecto.


– Sí, estamos con Adam. Está en el hospital, pero está bien.
– ¿En el hospital?
– Adam estuvo en una pelea, pero aún no he tenido oportunidad de hablar
con él. Antes que nada, quería llamarte para avisarte que estamos con él, y
que está bien a pesar de todo.
– ¡Oh, Éléa! ¡Qué alivio! Gracias. Por fin puedo respirar, suspira Conrad
profundamente aliviado.
– Creo que él hablara contigo un poco más tarde…
– Sí. No hay urgencia. Ya estoy lo suficientemente satisfecho de saber que
está con ustedes.
– Bueno, entonces hablamos luego, Conrad.

Cuelgo, con una gran sonrisa en el rostro. Estoy feliz de haberle podido dar
esta buena noticia a Conrad, de haber escuchado su alivio. Mis ojos voltean
nuevamente hacia Adam. Mi millonario es importante para muchas personas,
lo aprecian mucho y su desaparición debe haber preocupado a varios.

¡Pero ya todo terminó finalmente!

En ese momento, una enfermera entra en la habitación de Adam, y nos pide


salir para poder atenderlo. Aunque ya no necesite cuidados particulares, sigue
siendo monitoreado. Lo beso antes de dejar su habitación y los cuatro nos
volvemos a encontrar en el pasillo. John, el detective, es el primero en tomar
la palabra.

– Bueno, ya no tengo nada que hacer aquí. Regresaré a Riverton, por si


Adam necesita algo más de mi parte. Que no dude en llamarme por favor.
– Gracias por todo, John. Sin usted, nos habríamos tardado mucho más
tiempo en encontrarlo, le digo conmovida.
– Sólo hice mi trabajo. Y además, Adam es un hombre de bien, responde
John. Ahora les toca a ustedes cuidar de él.

John nos da a todos un franco y caluroso apretón de manos. Él también


parece ser un hombre de bien, y eso es algo tranquilizador en estos
momentos, sentirse rodeado por personas buenas.

– Nosotros también ya nos vamos. Los dejaremos solos, interviene Claire.


– ¿No se van a quedar?
– Estaremos en un hotel en la esquina. Así, si necesitas de nosotros,
siempre estaremos cerca. Ya más tarde veremos cuándo regresaremos a San
Francisco.
– No sé cómo agradecerles, digo abrazando a Claire y a Ryan. Los quiero
mucho.
– ¡Hasta pronto, hermanita!
Observo a mi hermano deslizar su mano en la de Claire. No habían tenido
ningún gesto de este tipo desde la desaparición de Adam. Ellos también deben
necesitar un tiempo a solas… Resoplo. Después de haber estado rodeada de
gente durante las últimas veinticuatro horas, me vuelvo a encontrar sola.
Bueno, con Adam. Debo olvidar esta angustia para ponerme al corriente. Es
momento de saber qué fue lo que pasó y hacer algo al respecto.

¡Y saber que el hecho de que hayan atacado directamente a Adam me pone


particularmente furiosa!

Toco antes de entrar, por si la enfermera sigue ahí. Pero es Adam quien me
contesta.

¡Espero que ya salga del hospital, odio verlo en esta cama!

– Todos se han ido. John regresó a Riverton y Claire y Ryan están buscando
un hotel para la noche, digo intentando instalarme confortablemente a su lado
sin hacerle daño.
– La enfermera me dijo que probablemente me darán de alta mañana. No
tengo razones para quedarme aquí por mucho tiempo.

Adam intenta tomarme entre sus brazos, pero sus costillas le recuerdan su
estado.

– Está bien, ¡creo que esta vez me toca a mí tratarte como una muñeca de
porcelana!

Bromeo delicadamente, recuerdo cuán doloroso es lo que está viviendo este


momento. Después del terremoto, yo también me rompí varias costillas,
Afortunadamente, un buen vendaje y reposo me permitieron volver a ponerme
de pie.

– ¡Mis costillas no me impedirán acariciarte como tengo ganas en cuanto


salgamos de esta habitación!

Me enderezo para besarlo. Si bien su cuerpo está herido, su lengua está lo


suficientemente sana como para abrirse camino hasta la mía. Coloco la mano
sobre su torso, delicadamente. Nuestro beso sabe al rencuentro: largo, cálido,
lleno de deseo frustrado por no poder lanzarnos uno sobre el otro. Las camas
de hospital no son las más cómodas para los encuentros amorosos, y peor aun
cuando a uno de los dos le duele moverse. Intercambiamos una mirada de
complicidad y creo saber lo que piensa: ¡si logramos hacer el amor con mis
piernas paralizadas, sus costillas no nos lo impedirán esta vez!

– Antes de continuar, ¿puedes explicarme lo que sucedió? ¿Quién te dejó


así?

Lo único que podemos hacer es discutir, y quiero saberlo todo.

Adam se pasa la mano por el rostro, con un gesto de agotamiento.

– No me lo vas a creer: ¿sabes a quién me encontré en Riverton? A Paul.


– ¿Entonces sí era él? John me habló de un hombre con quien te peleaste en
un bar. Pensé en Paul pero me pareció algo… ¡impensable!
– Me detuve en ese bar para comer un poco y Paul entró poco tiempo
después de mí…
– ¿Pero cómo supo?, pregunto perpleja.
– Espera, me lo dijo más tarde. Entonces, entró, y avanzó hacia mí muy
agresivo. Me dijo que mis investigaciones eran una traición hacia su madre,
que no tenía derecho de remover el pasado así.
– Pero eso ni siquiera es su problema…
– Fue lo que le respondí. Que no tenía por qué meterse. Fue ahí que le
pregunté cómo se había enterado. Se rio en mis narices diciéndome que
estaba rodeado de mala compañía, que había cometido un error. Le pagó a uno
de los detectives que contraté para que le filtrara la información. Se lo
encontró en uno de los pasillos de la oficina y eso lo puso en alerta…
– ¿John?

Espero no haberme equivocado con John, pero, ¿podría ser que sólo
estuviera actuando con nosotros?

Adam me tranquiliza rápidamente:

– No, no fue John. Otro. Del cual había dejado de recibir noticias, y ahora
entiendo por qué…
– John parece ser bueno…
– John es excelente. Un verdadero profesional.
– Y entonces, ¿fue Paul quien te golpeó?, continúo, llena de curiosidad por
este fatídico rencuentro.
– ¡Oh, no! Paul amenaza, pero no actúa por él mismo. Se fue advirtiéndome
que desde ahora, debía tener mucho cuidado, que hasta ahora ellos habían
sido amables, pero que todo podía cambiar en cualquier momento. Y que tú no
estabas protegida, agrega Adam con una voz dura.

Me estremezco.

Las amenazas se convirtieron en realidades…

– ¿Quiénes son «Ellos»?, me inquieto.


– No lo sé exactamente. El clan Hill, seguramente. Cada vez tengo menos
dudas de su implicación en todo lo que te ha sucedido… Lorraine y Paul sólo
buscan hacernos daño…

No digo nada.

En efecto, cada vez es más evidente. A menos que Paul no esté actuando por
una simple envidia. ¿Podría ser que sólo sea un peón en todo esto?

– Dejé el bar poco tiempo después y entonces, en el estacionamiento, dos


hombres me cayeron encima. Me echaron al suelo, y me golpearon
brutalmente. Me fue imposible reaccionar. Y después debieron haberme
golpeado en la cabeza, porque desperté en este hospital.
– ¡Oh, Adam! ¡Es terrible! ¿Pudiste verlos?

Me congelo al imaginar la escena.

– No, me llegaron por atrás cuando iba a entrar a mi coche. Después, sólo
podía pensar en protegerme la cabeza y el rostro.
– ¡Pudieron haberte hecho más daño!
– No, sólo querían intimidarme. No me conocen bien. Eso no me impedirá
continuar con lo que me trajo aquí…
– ¿Pero por qué no me llamaste en cuanto despertaste?

No puedo reprimir un tono de reproche en mi pregunta.

¡Pero en verdad, nos habría ahorrado mucha tensión!

– Créeme que lo pensé, hermosa. Me pusieron en terapia intensiva primero,


y cuando me transfirieron a esta habitación, me pregunté si mi línea no estaría
intervenida, junto con la tuya y la de Conrad. Me volví paranoico, pero no
tenía ganas de ver llegar a un Paul triunfante.

La mirada desolada que me lanza Adam me hace olvidar el ligero


descontento de mi pregunta.

No debe haber sido fácil para él dejarnos así con la duda.

Pero hay algo que me atormenta:

– ¿Crees que nos hayan seguido?


– Creo que John hizo lo necesario para evitar eso. Lo siento mucho, Éléa, en
verdad busqué una manera de avisarles, sobre todo cuando comencé a ver las
noticias… Pero fuiste más inteligente que yo, hermosa.
– Nos estábamos volviendo locos de angustia por ti. Inclusive Conrad, él que
es tan… imperturbable normalmente. Tuve tanto miedo de que te hubiera
pasado algo grave…

Hundo mi rostro en el hueco de su hombro. Las lágrimas corren ante el


recuerdo de la angustia vivida. Adam me acaricia el cabello. Siento que se odia
a sí mismo.

– Ya pasó, hermosa. Estoy aquí…

Seco mis lágrimas, aspiro el aroma de su piel, su perfume.

– ¿Piensas que Paul está detrás de esta agresión?, pregunto retomando el


control de mis nervios.
– No tengo ninguna prueba, pero me parece demasiada coincidencia: Paul
me amenaza y diez minutos más tarde, me atacan. No tengo duda al
respecto…
– ¿Pero nadie vio ni escuchó nada?
– No, no había nadie en el estacionamiento en ese momento. No es un lugar
muy concurrido...
– Prométeme que no volverás a irte solo. ¡Tú también necesitas protección!
¡Si nosotros no hubiéramos llegado, hubieras estado completamente solo!
– ¿Alucino o me estás regañando en mi cama de hospital?, se ríe Adam. Sé
valerme por mí mismo. Y además, como los medios se involucraron en todo
esto, me imaginé que no tardarían en encontrarme…
– Ni me digas.

Todo rastro de sonrisa se borra de mi rostro al recordar a los periodistas


esperándome afuera de mi casa, de la intervención de aquel desconocido y del
interrogatorio de Owell…

– Algo te pasa. ¿Sucedió algo en San Francisco?


– ¿No viste la intervención de Lorraine anoche?
– No, los analgésicos me adormecieron.
– Te perdiste un gran momento televisivo, digo con ironía.
– ¿Tanto así? Cuéntame, me presiona Adam inquieto.
– En realidad, no fue la misma Lorraine quien habló en vivo en la televisión.
Comprenderás que estaba muy «abatida» por tu desaparición… Fue un tal
Ambrose Carter.
– ¿Ambrose?
– ¿Lo conoces?
– Claro. Ambrose es uno de los socios de mi padre y mi tío. Continúa
dirigiendo algunos negocios familiares junto con Lorraine.
– Yo nunca antes lo había visto.
– No tengo mucho contacto con él, no me ocupo de esa parte. ¿Fue Ambrose
quien habló con la prensa? Qué extraño, agrega Adam, perdido en sus
pensamientos. ¿Y qué fue lo que dijo?
– Te lo resumo: me señaló como principal sospechosa de tu desaparición.

Adam me lanza una mirada atónita.

– ¿Qué?
– Sí. De golpe, Owell vino a interrogarme. Soy el enemigo público no. 1.
¡Cuidado!

Intento atenuar la situación con humor… Es mejor reírse.

– ¡Pero eso es una estupidez!


– Owell tiene una compañera, Maddie Spring, mucho más humana que él. Es
gracias a ella que estoy aquí. Me dio autorización de salir de California… ¡De
hecho tengo que avisarle!
– ¿Pero a qué rayos están jugando? Adam sigue sin poder creer lo que le
acabo de decir.
– De pronto, la policía se preocupaba más por investigarme a mí, que por
buscarte…
– Ahora comprendo por qué todo sigue tan tranquilo… Hermosa, ¡no puedo
imaginarme todo lo que debiste haber sufrido! Si tan sólo te hubiera llamado
sin hacer tantas suposiciones…
– No podíamos estar peor: tú tenías a Paul aquí, en Riverton, y yo a
Lorraine en San Francisco.
– Me pregunto si todo esto no fue orquestado para permitirle a Paul ganar
tiempo aquí, para que pudiera borrar las huellas de su visita… ¡Pero de eso a
acusarte! ¡Lorraine está loca! ¡Y Ambrose también!

Adam se agita en su cama. Y eso no es bueno para él. El dolor parece


atacarlo de nuevo, pero eso no es suficiente para calmarlo.

– Hay que ponerle fin a todo esto. ¡Lorraine va a escucharme! Llamaré a


Conrad y vamos a… ¡Ay!, grita Adam.
– Despacio. Comprendo tu ira, ¡pero no agraves tus heridas! Déjame
ayudarte.

Me levanto de la cama, acomodo sus almohadas y le doy el teléfono.

– Mientras que llamo a Conrad, tú comunícate con la compañera de Owell.


No le hables de la agresión, permanece evasiva, ya veremos más tarde si le
decimos la verdad o no.

¡Adam retoma el control!


Una idea me viene a la mente:

– Conozco a una periodista, Hayley Bergman… Tal vez podrías contarle lo


que te sucedió, u otra versión, no importa… Pero tal vez eso te evitaría ver
llegar una horda de periodistas…

Y tendrías un poco de tranquilidad…

– Efectivamente… ¿La conoces bien?


– No mucho, pero se vio muy amable cuando desapareciste… Fue ella quien
tuvo la idea de avisarle a los medios. Pensó que te encontraríamos más rápido
de esa manera.

Adam no me responde. Está sumergido en sus pensamientos, imaginando


qué es lo que debe de hacer, seguramente. Tiene un talento para tomar
decisiones, y las mejores, en muy poco tiempo. Siempre he admirado esta
capacidad de reaccionar frente a una emergencia. Espero, lista para obedecer
sus siguientes órdenes.

– Muy bien, hermosa, llámala también. Dile que le doy la exclusiva de una
entrevista y que haga correr la voz entre los demás periodistas. Sólo la quiero
a ella, sin otras cadenas de televisión, ni llamadas telefónicas. Le diré a
Conrad que venga con ella mañana. Estoy pensando que diré que me caí
durante una caminata en Yellowstone. Mis heridas quedan con la historia.
¿Lista para mentir?, agrega con malicia.

Asiento con la cabeza. Nos besamos antes de marcar, cada quien por su
lado, los teléfonos de los diferentes interesados.

Comienzo con Maddie Spring. Se alegra con la noticia de que Adam está
bien. No me cree el cuento de que Adam se cayó en una caminata y no la
culpo. La mentira y yo no nos llevamos bien… Se encarga de avisarle a Owell y
me advierte: puede ser que Adam y yo seamos llamados para responder
algunas preguntas, pues así es el procedimiento habitual. En todo caso, está
feliz de no tener que preocuparse más por Adam. Me confiesa que no dejaba
de pelearse con Owell, quien se obsesionaba con tenerme en la mira. Estas
últimas palabras me entristecen. Antes de Lorraine, Owell y yo teníamos una
relación cordial…

Cuelgo para llamar a Hayley. El alivio de la periodista parece nuevamente


sincero. Pienso preguntarle después por qué tiene tanta simpatía hacia mí,
aunque no nos conozcamos… Se vuelve seria cuando le hablo de la exclusiva
propuesta por Adam. Se siente halagada y se ocupará de los trámites con
Conrad, de quien espera la llamada.
Cuelgo, feliz de haber pasado nuevamente a la acción. Si Paul y Lorraine
quieren hacernos daño, deben saber que no nos damos por vencidos, sino al
contrario, sabemos defendernos. Sus amenazas son fuertes, sobre todo cuando
las cumplen. Si bien nos hacen tambalear un poco, no nos derrotan.

Adam termina su conversación con Conrad con un jovial «Hasta mañana».


Esos dos hombres son inseparables, y cuando están reunidos son terriblemente
eficaces. No me preocupo por los eventos que vendrán. Adam me da la mano,
la tomo y me acuesto de nuevo a su lado. No necesitamos hablar. Estamos
juntos, el plan de Adam toma forma. Sólo necesitamos esperar para ponerlo en
marcha, a partir de mañana, con Conrad y Hayley.

La noche llegó y Adam quiere que Claire y Ryan vengan con nosotros. Tiene
el permiso de las gentiles enfermeras para recibir visitas fuera del horario
establecido. Pero no creo que lo necesite. Adam es un paciente encantador y
ellas parecen muy contentas de ocuparse de él…

Pero no demasiado…

Claire y Ryan nos trajeron comida china, que los cuatro comemos directo de
las cajas. Les confiamos el secreto. Pasado este momento de seriedad, optamos
por el buen humor. Reímos, lo cual no es muy bueno para las costillas de
Adam, pero mi millonario no es muy delicado. Siento que él también disfruta
este momento. No me dijo haber tenido miedo, ni temor por su vida. No creo
que me lo hubiera confesado, para no preocuparme. Mañana podremos salir de
aquí, y aunque necesitemos tiempo para que las marcas de su rostro y de su
cuerpo se desvanezcan, quiero enterrar en lo más profundo de mi memoria tan
horrible prueba que acabo de vivir.
4. Leslie

La salida del hospital fue muy simple. Adam le agradeció a los médicos y a
todo el personal por su discreción. Nos instalamos en una suite del Plains Hotel
de Cheyenne. Claire y Ryan rechazaron la invitación de Adam, prefiriendo
quedarse en el pequeño hotel encantador que encontraron. Sin duda la
ocasión perfecta para ellos de pasar el tiempo juntos, como enamorados.

Lo que nos permite también a nosotros pasar un tiempo a solas antes de la


llegada de Conrad y Hayley…

Adam no logra encontrar una posición que le acomode. Pero cuando me


toma entre sus brazos, de pie en la habitación, y sus manos me acarician la
espalda, no deja ver su dolor. Estamos ahí, los dos, en nuestra burbuja, lejos
de las interrupciones de las enfermeras, lejos del olor propio de los hospitales.
Aprecio la comodidad de esta suite, su tamaño reducido comparado con el de
los hoteles de lujo que Adam me ha hecho descubrir hasta ahora. El ambiente
tan acogedor que reina aquí es el ideal para hacer desaparecer mis últimas
preocupaciones. Mirándonos a los ojos, somos felices de estar juntos. La
cercanía de nuestros cuerpos, nuestra tranquilidad, hacen nacer una tensión
entre los dos. Nuestras miradas se iluminan, mi vientre se enciende, y siento
que por su parte, la virilidad de Adam parece despertarse. No tenemos mucho
tiempo por delante pero el deseo de nuestros cuerpos es imperioso. Adam me
atrae hacia la cama, y, no sin muecas, logramos encontrar una posición
confortable para saciar nuestros deseos uno del otro.

Ayudo a Adam a volver a vestirse. ¡Y aprovecho para deleitarme también!


Abotonar su camisa, besar su torso antes de cada botón… Mis besos son la
promesa de un próximo encuentro sensual. Tenemos que prepararnos para la
llegada inminente de Conrad y Hayley.

Cuando Adam abre la puerta, los dos hombres caen literalmente uno en los
brazos del otro. En su emoción, Conrad olvida los hematomas de Adam y le
arranca un grito de dolor. Se aleja, confundido, pero después ambos se ríen.
Hayley avanza, y estrecha la mano de Adam. Le dice estar muy contenta de
verlo en tan buen estado. Adam le pide pasar a la sala. Hayley me saluda:

– Éléa, gracias. Sé que le debo esta exclusiva.


– No me lo agradezca. Nos evitó la multitud de periodistas afuera del hotel.
¡Soy yo quien debería agradecerle!
– Señorita Bergman, ¿comenzamos ya?, interviene Adam.
– Por supuesto, comencemos.

Adam no toma mucho tiempo. Se muestra muy amable con Hayley.


Responde gustoso a todas sus preguntas, se divierte con su supuesta torpeza
en la caminata que lo llevó al hospital. La entrevista podría terminar ahí, pero
ambos bromean y parecen disfrutar conversando. Observo la escena, de lejos.
Hayley es muy bonita, inteligente. Sus preguntas son pertinentes, es muy
viva… Y Adam no deja de verla. ¡No me ha volteado a ver ni una vez desde
que comenzó la entrevista con ella! ¿Olvido? ¿Operación de encanto?
¿Distracción? Siento un poco de celos surgir. Adam nunca antes había sido tan
abierto con una desconocida…

Y eso no me gusta para nada.

¡Dos horas! Necesitaron dos horas para finalmente terminar con su amena
conversación y recordar que Conrad y yo estábamos ahí. Intento controlarme y
mantener la compostura, pero no puedo evitar sonrojarme. Hayley y Adam
actúan como si nada pasara. Peor, Adam continúa hablando de todo y de nada,
sin siquiera voltear a verme.

¿Me volví invisble? ¡Debo estar soñando!

Es Conrad quien pone fin a esta complicidad naciente poniendo de pretexto


una llamada importante que Adam debe atender. Hayley regresa a la tierra y
se disculpa por haber acaparado tanto tiempo al hombre de negocios…

¡Vaya! La aprecio, pero que no se acerque demasiado de todas formas.

La periodista no quiso quedarse en la ciudad. Prefirió regresar de inmediato


para publicar su entrevista. Ella tampoco se creyó la versión de la caminata.
Me agradece de nuevo y nos deja deseándole a Adam que se recupere pronto.

Es algo muy banal…

– Entonces, ¿cómo la viste?, pregunta Adam a Conrad después de cerrar la


puerta de la suite.
– Me pareció encantadora y sincera. Hablamos durante el vuelo, y no noté
nada desagradable en ella. Ahora es muy pronto para dar un veredicto,
comenta Conrad.
– Me gusta su actitud, piensa Adam en voz alta, con la mirada perdida en el
vacío.

¡Hola! ¡Sigo aquí!

– ¡Ya veremos!, termina por declarar Adam. ¿Qué piensas tú, Éléa?
¡Ah! ¡Por fin se acuerda de mí! ¿Qué pienso? No creo poder ser muy objetiva
ahora…

– Se mostró muy profesional, comenté.

Adam confirma con un gesto de la cabeza.

– Hermosa, ¿podrías llamar a Claire y Ryan y pedirles que vengan? Me


gustaría hablar sobre nuestro regreso a San Francisco.

Claire y Ryan llegan rápidamente. Y Adam nos informa de sus planes:

– Antes de regresar, tengo que ver a una persona en Riverton. Después,


dirigiéndose hacia Claire y Ryan: si ya quieren regresar, puedo encargarme de
su viaje.
– ¿Bromeas?, le contesta Claire. ¿Dejarte después de lo que viviste? Nos
quedamos aquí, regresaremos todos juntos a San Francisco.

Ryan asiente. Claire me hace sonreír con su franqueza.

– Bien, muy bien. ¿Y tú, Conrad?, interroga Adam volteando hacia su fiel
brazo derecho.
– Obviamente te voy a esperar, Adam.
– Tengo acompañantes de primera, dice Adam sonriendo. No pienso
quedarme mucho tiempo. Estaremos en un avión de regreso antes de que
termine el día. Éléa, hermosa, ¿vienes conmigo?

Mi corazón se detiene. Hace poco, Adam quería descubrir su pasado solo.


¿Hoy quiere que lo acompañe?

– Por supuesto, con gusto.


– Ya le avisé a John. Él nos estará vigilando, sólo por si acaso, agrega Adam.
– Nosotros también vamos con ustedes, interviene Ryan. Lo cual le vale
varias miradas de sorpresa. Él no suele imponerse de esa manera. Adam, si
quieres ser discreto, no puedes alquilar un coche aquí. El nuestro es lo
suficientemente grande para llevarnos a Riverton, agrega.
– Tiene razón, remarca Conrad.
– Bueno… Muy bien, creo que no tengo opción de todos modos. Es difícil
negociar con ustedes, bromea Adam.

Esta escapada nos pone a todos de buen humor. Es algo serio para Adam,
por supuesto, pero todo el mundo parece contento de no dejarlo solo ni un
segundo. Como si tuviéramos la necesidad de no perderlo otra vez de vista,
mucho menos en esta ciudad que ha sido tan desfavorable hasta ahora.
Afortunadamente, el coche que rentamos a nuestra llegada es espacioso.
Ryan mete todas nuestras cosas en él y nosotros nos metemos. Mi hermano
toma el volante, Adam se sube a su lado. Observo su nuca. Con Claire, en este
coche están todas las personas que más quiero. No he visto a John. Está en
algún lugar, vigilando si alguien nos sigue, o si algo sospechoso pasa en
nuestro camino.

Al llegar a Riverton, Adam retoma la palabra.

– Ryan, ¿puedes dejarnos frente a la iglesia? Debo encontrarme con el


antiguo reverendo.
– No hay problema, responde Ryan programando el GPS del auto.

Rápidamente, comenzamos a ver la iglesia del pueblo, una iglesia muy


modesta, pero remodelada hace poco. Adam y yo decendemos del auto. Ryan,
Claire y Conrad deben esperarnos más lejos, en el mismo café de ayer.Adam
me toma de la mano y recorremos el pequeño camino hasta la entrada de la
iglesia.

¿Así sería si nos casáramos?

El interior de la iglesia es bastante luminoso. El lugar debe haber tenido una


reciente renovación, la pintura está inmaculada. No digo nada, sólo sigo a
Adam. Y el silencio que reina no invita a la plática. Al contrario, siento una
necesidad de ser muy discreta. Un hombre está sentado en la banca de la
primera fila. Es un señor que, de espaldas, parece un poco mayor. Adam
también lo mira con el ceño fruncido. Una vez a su altura, el hombre voltea a
vernos. Su mirada va del uno al otro, para fijarse en Adam, a quien observa
muy a consciencia.

– ¡Adam! ¡Te hubiera reconocido entre mil! Aunque hayas crecido tanto
desde la última vez que te vi… El hombre se levanta y estrecha calurosamente
la mano de un Adam sorprendido por este primer intercambio.
– ¿Supongo que usted es el reverendo Gate? Disculpe, pero, ¿ya nos
conocemos?
– Por supuesto… Pero no hablemos aquí, el pequeño jardín atrás de la iglesia
es muy agradable en esta época.

El anciano reverendo nos conduce, por una puerta al costado, a un jardín


revedeciente donde crecen una multitud de flores. El lugar es delicadamente
umbrío, al resguardo del exterior. Un pequeño capullo de verdor donde
mariposas y pájaros van y vienen a voluntad. Nos sentamos en un banco de
madera, frente a una fuente de piedra.
– Le presento a Éléa, mi acompañante.
– Mucho gusto en conocerla, Éléa. El reverendo se dirige a mí como un
abuelo conociendo por primera vez a la nueva novia de su nieto. Es muy
acogedor.
– Igualmente, reverendo. Esta iglesia es muy linda.
– Sí, pudimos renovarla hace poco, y nos sentimos muy a gusto desde
entonces. Entonces, querido Adam, ¿a qué debo tu visita?
– Lo siento, reverendo, si le parezco grosero, pero no recuerdo nada de mi
vida aquí. Acabo de enterarme de que mi madre vivía aquí, antes del accidente
automovilísitco. Pero no me acuerdo de nada. Esperaba que tal vez usted me
pudiera hablar de ella…
– ¡Oh! El accidente… Fue muy dramático… Perdiste a tu madre tan joven,
Adam. ¿Entonces no recuerdas nada?
– No, nada. Ni de mi madre, ni de Riverton, confiesa Adam levantando las
manos con un gesto pesaroso.
– Bueno, entonces te diré lo que yo recuerdo. Tal vez eso despierte algo en
ti.
– En verdad espero que sí, reverendo.

Un minuto de silencio. El reverendo está inmerso en sus pensamientos, sin


duda abriendo en su memoria algunas puertas hacia el pasado.

– Cuando tu madre llegó a Riverton, tú eras muy pequeño. Ella se integró


muy rápidamente a nuestra pequeña comunidad. Hay que decir que Leslie, tu
mamá, era una mujer muy generosa, siempre sonriente. Era un verdadero
rayo de luz, intentaba ayudar a todo el mundo. Tenía un gran corazón. Tú la
seguías a todos lados, eras muy gentil y muy bien educado para tu edad.
Extrañamos mucho a tu madre aquí después de su muerte.
– ¿Está seguro que habla de Leslie Ritcher? A mí me dijeron otra cosa en
cuanto a ella…

Adam me dijo que Lorraine le había dicho cosas terribles de su madre… Lo


que ahora dice el reverendo no tiene nada que ver…

– No sé quién te haya dicho qué, Adam, pero yo tengo un muy buen


recuerdo de tu madre.
– ¿Mi padre venía aquí también?
– ¡Oh!, no sé mucho de tu padre. Alguna vez Leslie habló de él, pero esto
parecía entristecerla. De hecho, parecía ser el único momento en que perdía
su eterna sonrisa. Creo que lo extrañaba mucho…
– ¿Y de casualidad sabe si seguían en contacto?
– ¡Oh!, mi muchacho, me pides demasiado. Mi memoria no es tan buena, se
disculpa el reverendo. Recuerdo haber escuchado algunas historias de su vida.
Tu mamá no trabajaba pero no les faltaba nada. Vivían bastante bien, y eso
daba de qué hablar en la época. Nunca quise averiguar de dónde venía el
dinero, no me incumbía. Los rumores decían que un hombre muy rico les
enviaba dinero. No le pregunté a Leslie, no quería molestarla con eso…

Adam se detiene un momento. Silencioso, se recarga por completo en la


banca, con los ojos fijos en la fuente.

– Siento mucho no poder decirte más. Fue hace mucho tiempo…


– Gracias, reverendo. Nunca nadie me había hablado tanto de mi madre
como usted. ¡Créame que eso me es muy útil!
– Tu mamá era muy buena persona, Adam, muy generosa, muy humilde.
Quien te diga lo contrario no la conocía.
– Gracias reverendo. Muchas gracias. Tengo una pregunta más. ¿Sabe en
dónde fue enterrada después del accidente?
– Reposa aquí, en el cementerio de atrás. Fue lo que ella quería.

Adam se endereza de golpe, petrificado. Su mamá está aquí, a unos cuantos


pasos. Eso debe ser un gran shock para él…

– Ven, te muestro.

El reverendo se levanta. No sé si sus costillas le permiten este ligero


esfuerzo, pero de ser así, no lo muestra. El rostro de Adam está atónito,
impasible. Los dejo ir al frente, a una buena distancia. Es un momento que les
pertenece. El reverendo lo conduce a la alameda del cementerio y los veo
detenerse. Él retrocede un poco para dejar a Adam. Me acerco lentamente, veo
que Adam aprieta los puños. Su mandíbula tiembla, siento una ligera
vacilación de su parte. Pero retoma el control. Miro a mi vez la tumba: en el
mármol, al lado del nombre de Leslie Ritcher, otra inscripción: «Ángel mío,
tuyo para toda la eternidad. Howard.»

Este descubrimiento conmueve a Adam. Encontrar a su madre, su tumba,


escuchar cosas buenas de ella y esta inscripción; todo termina por volver a
poner en duda la credibilidad de Lorraine. En el jet que nos regresa a San
Francisco, la furia de Adam explota. Ella mintió acerca de todo. Su madre no
era malvada y su padre sabía dónde estaban. Lorraine le había contado que
Leslie no tenía comunicación con Howard. No solamente el padre de Adam la
tenía, sino que seguía pensando en ellos, preocupándose por ellos, amándolos,
hasta ese trágico final. Pero, ¿por qué mintió Lorraine? La pregunta no deja de
darnos vueltas en la cabeza.

La locura de San Francisco nos atrapa desde que salimos del avión. Adam y
Conrad deben ocuparse de sus negocios y tranquilizar a todos en cuanto a la
salud de Adam. Nos dejamos con un abrazo que me estruja el corazón.
Acabamos de vivir un momento demasiado fuerte. Por su parte, Ryan y Claire
me avisan que deben ocuparse de la mudanza de Ryan a San Francisco. Es
verdad, con todo lo que ha pasado, dejamos todo pendiente. Y yo que quería
que no perdiera tiempo de sus estudios… Ryan se aseguró con Adam que mi
«protección» sería puesta en acción cuanto antes para poder dejar el
apartamento más tranquilo. Quiere encontrar ya su propio apartamento, un
trabajo e independencia financiera. ¡Efectivamente, es demasiado pronto para
que Claire y él piensen en vivir juntos!

De un día para otro, me encuentro sola. Al fin sola, es mucho decir. Adam
decidió volver a ponerme bajo la protección de sus guardaespaldas, protección
que Conrad había suspendido justo antes del viaje a Riverton. Maddie Spring
pasó a verme sin Owell para decirme que la investigación en mi contra no dio
nada y que no tengo de qué preocuparme. Retomo entonces el camino de la
Filarmónica, sus ensayos y la perspectiva de los próximos conciertos que
daremos en la ciudad de San Francisco.

Todo podría ir mejor si Hayley, la periodista, dejara de llamarme para


pedirme una nueva entrevista con Adam.

¿Qué es lo que quiere? ¿Qué sea su intermediaria?

Y claro, apenas se lo digo a Adam, se muestra halagado, casi interesado. Mi


paciencia tiene sus límites y cuando Hayley deja de llamarme, súbitamente,
una gran duda nace en mí. ¿Ahora habla directamente con Adam? ¿Ya no me
necesitan para verse? Sé que Adam está en constante contacto con los medios
desde su accidente, pero, ¿acaso es la única periodista que existe en San
Francisco? Cada vez que toco el tema, Adam se vuelve evasivo. Y nunca lo
había visto así conmigo. Una pequeña voz en mi interior me dice que algo está
pasando a mis espaldas.

Mis dudas están justificadas: una tarde todo explota con Adam.

Nos encontramos en su suite Mandarin, felices de podernos dedicar un


tiempo en medio de nuestras vidas tan agitadas.

Bueno, sobre todo la de Adam.

Después de pasar un momento muy agradable, que nos hace creer que sus
costillas están bien, el teléfono de la suite suena. Adam está en la ducha, y lo
dejo sonar, sé que hay una contestadora. Lo que no sé, es que la contestadora
está en altavoz, así que sin querer escucho todo el mensaje…

«Hola Adam. Soy Hayley, gracias por nuestra entrevista de esta tarde. En
verdad lo aprecié. Puedes llamarme si quieres, estoy en mi casa y no tengo
nada planeado. Hasta pronto.»

La sangre se me hiela.

¿Adam vio a Hayley esta tarde? ¿Lo tutea?

Adam sale del baño viéndome, debe imaginar que algo no está bien. Intento
controlar mi enojo. Dudo entre gritar o irme con dignidad. Si Adam decide
esconderme este tipo de cosas, puede llevar su vida solo como mejor le plazca.
¡Siento que no valgo nada para él y eso no lo puedo soportar! Opto por la
segunda opción. Reúno mis cosas furiosamente.

– Hermosa, ¿qué te pasa? ¿A dónde vas?, me pregunta Adam acercándose a


mí.

Exploto.

– Me parecía que estabas distante últimamente y pensé que era por el


trabajo. Hayley te dejó un mensaje y te agradece por lo de esta tarde. Está
disponible por si la quieres ver. ¡Llámala, te está esperando! ¡Me voy!

Adam no reacciona y su silencio me hiere… ¡Dios mío! ¿Tengo la razón?


¿Hayley sedujo a Adam? Me muerdo los labios, me derrumbaré más tarde. Por
ahora, quiero irme dignamente. Desde Cheyenne pude ver su atracción mutua.
Debí haberlo imaginado desde el principio. Azoto la puerta tras de mí y me
precipito hacia el ascensor. ¡Cuánto tarda en llegar! A mis espaldas escucho
una puerta abrirse, pasos…

– Éléa, hermosa… Te equivocas. No hay nada entre Hayley y yo, es algo


puramente profesional. Regresa, te explicaré todo.

Adam se coloca entre la puerta del ascensor y yo. Tengo la opción de


ignorarlo e irme, o escuchar lo que tiene que decir. Me toma las manos, las
aprieta contra su pecho, y clava su mirada en la mía. Y me derrito, lo sigo.
Pero mantengo la mordida tensa.

Adam cierra la puerta tras de nosotros, me quita mis cosas de entre las
manos y las deja una por una. Después se acerca a mí, me rodea la cara con
las manos y me besa, en los ojos, la nariz, la frente, las mejillas, los labios… Y
murmura:

– Hermosa, nunca tuve la intención de empezar una relación con Hayley que
no fuera profesional. Tú eres la única dueña de mi intimidad, de toda mi vida
personal. Te lo prometo. Siento no haberte dicho todo, y que te hayas enojado
por eso, pero te aseguro que tú eres todo lo que deseo en este mundo…

Esas palabras, esos besos, su mirada destruyen por completo mi resistencia.

Con la palabra deseo, algo se remueve en mi interior. Respondo a uno de


sus besos. Nuestras lenguas se entrelazan. Adam me aprisiona contra él. Mi
cuerpo se desconecta de mi cerebro y tiene el control total del placer esta
noche.

La mirada de Adam se volvió ardiente. Y soy incapaz de rechazar sus


embates. ¿Cómo podría dudar de él cuando fue a recuperarme frente al
elevador? Mis celos son algo nuevo, y no debo confiar en ellos. Pero también
me transforman en una vencedora: es a mí a quien Adam mira con ojos
inflamados de deseo, es mi cuerpo el que sus manos recorren, es mi lengua la
que baila con la suya. Adam separa su rostro del mío, y me mira con una
repentina seriedad:

– Hermosa, tú eres la única. Sólo te quiero a ti en mi vida.

Mi corazón da un salto dentro de mi pecho…

¡Qué declaración!

– No me dejes nunca, te necesito demasiado.

Mis piernas se debilitan. Soy la reina en el mundo de Adam y sólo quiero


reinar en su cuerpo, en sus gestos. ¡Y pensar que al azotar la puerta por poco
y me pierdo de todo esto!

– Eres el hombre más honesto y más gentil que haya conocido. Yo tampoco
quiero perderte, le digo en un murmuro, con la mirada fija en la suya. Y
también el más sexy.

Un resplandor de fuego acaba de atravesar su pupila. Adam me atrapa


nuevamente la boca con un beso más profundo y ardiente. El deseo se
enciende en mi interior, mi respiración se acelera. Mis manos se aferran a la
camisa de Adam. Hace apenas una hora, mordía su piel brillante. Este
recuerdo termina de despertar todos mis sentidos. Casi sin aliento, ávidos el
uno del otro, caminamos lentamente hacia la habitación de la suite. Nos es
imposible despegar nuestros labios, tropezamos con el marco de la puerta, lo
que nos hace reír a ambos.

– Intentas vengarte golpeándome contra la puerta, me reclama Adam con


sus labios a algunos milímetros de los míos.
– Sólo verificaba que tus costillas estuvieran bien. No gritaste de dolor.
– Espera un poco. Soy yo quien te hará gritar, hermosa…

Adam se adhiere a mi boca, con más fuerza, como una promesa de lo que
me espera después. En medio de la habitación, nos desvestimos, aún sin
despegarnos uno del otro. Mis manos se deslizan bajo su camisa, siento bajo
mis dedos el suave calor de su cuerpo, las líneas de sus músculos.

¡Debería de arrancarle los botones de la camisa en vez de tener cuidado!


¡Qué pérdida de tiempo!

Nuestros brazos se entrechocan, nuestros movimientos son febriles.


Intentamos quitarnos la ropa juntos. Sus dedos me rozan, forcejean con la
sábana que me cubre, me exploran para despojarme de lo que resulta inútil.
En este juego, Adam gana. Me encuentro en ropa interior frente a él mientras
que él sólo tiene el torso desnudo…

– Parece ser que gané esta batalla, murmura besándome el cuello y después
el hombro.

Su aliento cálido sobre mi piel me electriza. Quiero sentir la suya, pero su


pantalón es una barrera. Al parecer no he perdido todo. Lo miro a los ojos,
abro un poco la boca y paso la lengua delicadamente por mis dientes… Adam
me observa, como hechizado. Me muerdo el labio inferior mientras que mis
manos ágiles desabrochan los botones y el cierre de su pantalón para intentar
liberar al prisionero. Se deslizan bajo su bóxer y aprietan sus nalgas. En un
movimiento brusco, lo atraigo hacia mí. Dejo salir un ligero gemido cuando su
sexo duro toca el mío. Sigo viendo a Adam a los ojos, y froto mi vientre contra
él.

Si no comprende la invitación…

– Señorita Haydensen, creo que debo recompensarla por este malentendio,


resopla Adam con la voz grave.

Adam me empuja a la cama, sin desprenderse de este contacto tan


excitante. Al contrario, acentúa la presión a su vez. Su sexo erguido en su
bóxer está tan duro… Me encantaría frotarme más, liberarlo, admirar esa
virilidad, pero Adam tiene otros planes. Me recuesta y se coloca sobre mí,
dominándome enteramente con su cuerpo atlético.

– Déjate llevar, hermosa, dice poniendo mis brazos detrás de mi cabeza.


Tienes prohibido tocarme por ahora.

Nuestros miradas siguen clavadas una en la otra, ardientes de deseo. Siento


la mano de Adam decender lentamente sobre mi vientre y deslizarse bajo el
encaje de mi lencería. Separa delicadamente mis pequeños pliegues,
abriéndose camino hacia lo más profundo de mi intimidad. Gimo, este contacto
me hace arquear la pélvis. Escucho la respiración de Adam acelerarse,
mientras me penetra con dos dedos. Comienza un ligero movimiento de
vaivén. Mi vientre se inflama, y mi clítoris, erguido, me envía descargas
eléctricas con cada caricia. Me encantaría tocarlo, tomar su mano, hundirla con
más fuerza dentro de mi sexo. Instintivamente, separo un poco más las
piernas, levanto la cadera. Gimo, y Adam acelera el ritmo. Él también jadea,
gruñe. Pierdo el piso, estoy sumergida en una ola de deseo que aumenta,
atizada por los dedos de Adam. Cierro los ojos, un grito de placer sale de mi
garganta. El orgasmo es poderoso y largo. Lo saboreo, me deleito y me dejo
recorrer por las últimas sensaciones que me producen las caricias de Adam.

Abro los ojos, Adam sigue inclinado encima de mí, sonriente, victorioso.

– Me encanta que seas tan receptiva a mis caricias. ¿Ya me perdonaste?

Quiero seguir jugando con él un poco más… Perdonarlo tan rápido sería
demasiado fácil…

– No estoy segura… Creo que puedes hacerlo mejor, le respondo.


– Es cierto, mereces algo mejor, hermosa, capitula Adam. No he jugado
todas mis cartas.

Adam se recuesta sobre mí, me separa las piernas para poder acomodar
mejor su sexo aún aprisionado contra el mío.

– Pero me parece que seguimos demasiado vestidos, constata deslizando un


dedo hasta el broche de mi sostén.

El celular de Adam comienza a sonar.

¡Si tan sólo pudiera lanzar ese aparato infernal contra la pared!

– No contestes… Si lo haces me iré azotando la puerta una vez más,


murmuro.
– Entonces no correré ese riesgo, tengo demasiadas ganas de seguir en mi
búsqueda del perdón, me responde Adam, metiendo su cabeza en el hueco de
mi cuello.

De repente me da un ataque de risa:

– ¡Basta Adam, me haces cosquillas!


– ¡No te gustan mis besos!, me reclama Adam con un falso tono de
inocencia.
Continúa haciendo como si me devorara, primero el cuello, luego mis senos,
mi sosten, mis costillas… Yo me retuerzo, logro escapar de su ataque y tomo
un cojín como escudo.

– Atrévete a acercarte, ¡estoy dispuesta a defenderme!


– ¿Con las plumas de esa almohada? ¡Estoy vencido!, me provoca Adam.

Nos observamos mutuamente desde nuestras respectivas esquinas de la


cama. Adam hace como si se fuera a acercar, y yo me alejo cada vez. Reímos
hasta que, al bajar la guardia, Adam se lanza sobre mí, haciendo volar la
almohada a través de la habitación y empujándome a la cama, con sus dos
manos agarrándome los puños alrededor de mi cara. Nuestro pequeño juego le
vale una mueca de dolor. Sus costillas son valientes pero aún no están listas
para tanta acción. ¡Afortunadamente soy sólo una adversaria pequeña!

– Tal vez sería mejor que moderáramos nuestra pasión…


– Hice un movimiento en falso, no te preocupes… murmura Adam
colocándose a horcajadas encima de mí. Bueno, ¿por dónde comienzo?

Es el turno de Adam de morderse los labios y mirarme con una aire travieso:
desliza su dedo por mi pecho, mi vientre, sube y vuelve a bajar, roza mi piel…
Siento como si dejara tras de él una senda de fuego. Una vez más, me siento
totalmente a su merced. Mi cuerpo responde a la más mínima de sus
invitaciones al placer, se tensa con la siguiente caricia, se deleita con estas
sensaciones carnales. Sólo tengo que dejarme llevar…

– Intentas hipnotizarme con tus caricias, digo débilmente.


– ¿Y funciona?
– Completamente…

Adam acaba de desabrochar mi sostén, liberando mis senos. Al parecer ellos


también solamente esperaban eso, pues mis pezones ya están tensos
apuntando hacia el techo.

– Tu cuerpo habla por ti, hermosa, resopla Adam inclinándose hacia ellos.

Aspira en su boca la punta de mi seno sensible. Gimo, deslizando mis manos


entre su cabello. Con su mano libre, Adam acaricia mi otro seno, acentuando
un poco más mi deseo. Me arqueo bajo las olas de calor que me procuran las
descargas eléctricas en mis pezones. Mi vientre choca con su protuberancia,
aún contenida, y esperando sin duda con más impaciencia cada vez que la
libere. Dejo a mis manos acercarse al bóxer de Adam, pero él escoge el mismo
momento para liberar mis senos, y descender hacia mis bragas, las cuales me
retira delicadamente. Me separa las piernas y va al encuentro, esta vez con su
lengua, de las emanaciones de mi deseo. Mi clítoris está de fiesta; Adam lo
solicita, lo succiona, lo cosquillea, juega con él. Me retuerzo sobre la cama, me
tiendo con Adam, frustrada de no poder tocarlo por mi parte… Pero lo dejo
continuar con sus deliciosos ataques. Retengo el aliento, gimo, pero no quiero
venirme una vez más. Quiero volar con Adam, quiero que su sexo se mueva
en el interior de mi cuerpo, quiero arquearme, que se hunda como un torpedo,
quiero gritar, morderlo. Me enderezo, mi deseo se impone. Adam me mira
sorprendido. No esperaba que me separara de él tan súbitamente.

Pero por mi mirada ardiente, por la llama que debe resplandecer al fondo de
mis ojos, Adam parece entender que quiero pasar a la máxima velocidad. Mis
mejillas irradian calor, me muerdo los labios mirando el bóxer de Adam. En mi
línea de mira, este pedazo de tela sólo tiene unos instantes más de vida. Me
enderezo mientras que Adam saca del buró un preservativo. Le quito con los
dedos el pequeño paquete. Adam se acuesta boca arriba y se deja consentir,
dócilmente, con una sonrisa en los labios. Lanzo el bóxer lejos, y no dejo de
ver el movimiento de su sexo. Liberado, su miembro endurecido se extiende
hacia mí, como agradeciéndome el haber roto sus cadenas. Rozo su piel sedosa
con la yema de los dedos, lo beso con la punta de los labios. Adam gime… Es
mi turno de provocarlo… Me aplico arduamente a mi labor de desenrollar el
preservativo alrededor de su sexo, lentamente, solamente para hacerlo
estremecerse. De pronto, meto su sexo entero en mi boca, sin aviso. Le
arranco un grito, esta vez de placer. Hago que mis labios se deslicen, que mi
lengua lo recorra. Siento el cuerpo de Adam tensarse, lo escucho jadear.
Retiro su miembro de mi boca, lo tomo con la mano. Acentúo mi movimiento,
observo a Adam, quien, con los ojos cerrados, gruñe de placer. Mi lengua se
pone en el extremo de su sexo erecto, y se enrolla alrededor de esta parte
sensible. Siento que Adam está perdiendo la cabeza, gime sin control.
Animada, lo vuelvo a meter a mi boca y comienzo a aspirar… Ahora soy yo
quien gruñe. Mi vientre me reclama dolorosamente, celoso de mi boca, la
presencia de ese sexo en su interior.

Pero es el turno de Adam de retomar sus ánimos e interrumpir mi


entusiasmo.

– No aguantaré mucho tiempo así, dice jadeando. Quiero venirme junto


contigo, hermosa…

Asiento con la cabeza y siento mi vientre gritar victoria. Adam me observa,


y le lanzo una mirada de lo más incitante. Tengo tantas ganas de él… Lo
empujo con delicadeza y me coloco a horcajadas sobre su cuerpo. Me siento
demasiado excitada como para esperar un segundo más. Me empalo en él, lo
que nos hace gritar, a ambos al mismo tiempo.
El deseo que puedo leer en los ojos de Adam atiza el mío propio. Casi sin
aliento, Adam se muerde los labios y extiende sus manos hacia mis senos, que
atrapa y amasa. Mis pezones están que arden. Subo la pélvis lentamente, para
hundirme de nuevo. Otra vez. Mis movimientos son lentos, lánguidos. Me
retiro, para regresar de inmediato, más fuerte, más profundo. Me muevo,
cierro los ojos, lo siento en mi interior. Adam no parece estar satisfecho con
este ritmo. En cuanto me hundo un poco más, me da un ligero golpe con la
cadera para acentuar el movimiento.

¿Quiere que aumente la velocidad?

Acelero la cadencia.

– Estás tan húmeda… Continúa, no te detengas…

Amplifico mi vaivén, y con cada golpe de pélvis gemimos juntos. Tomo las
manos de Adam, aún ocupadas en mis senos. Las hago que aprieten con más
fuerza, gruño, él brama, saboreamos cada ola de placer, aumentando en
intensidad. De repente, en el paroxismo del placer, el orgasmo nos toma. Yo
soy la primera en gritar, mientras que Adam suspende nuestro movimiento
para concluirlo con un profundo gruñido.

Me derrumbo al lado de Adam, teniendo cuidado de no golpear sus costillas.


Estamos fatigados, nuestras respiraciones se calman. Ambos miramos el techo,
hasta que Adam me atrae hacia él. Pongo delicadamente mi cabeza sobre su
torso. Respiro el aroma almizclado de su piel después de una caricia. Amo este
olor tan viril que provoco, el del deseo.

– No puedo ni moverme, dice suavemente con la voz aún entrecortada.


Acabas de agotar mis últimas fuerzas…
– ¿Las últimas? Es una lástima… No creo que hayas hecho lo suficiente para
que te perdone…
– No me diste tiempo… ¡Me saltaste encima!
– Pensé que por tus costillas, era más razonable, digo pasando mi dedo por
su costado lastimado.
– Mis costillas te lo agradecen, pero creo que las dejaré descansando por un
tiempo, dice Adam con una mueca.
– Siento que abusamos demasiado de ellas esta noche… Necesitas una mejor
convalecencia. ¡Detendremos toda actividad física hasta nuevo aviso!

Me enderezo apoyándome en el codo, con una sonrisa en los labios. Me


encanta este momento después de hacer el amor.

– ¿Para quién de los dos será más difícil? A ti te gustan igual que a mí
nuestros encuentros…
– En vista de lo que eres capaz de hacer aún con las costillas adoloridas, no
me preocupo por eso…
– Sólo soy un hombre débil. Basta con que te mire para que te desee,
hermosa, se queja falsamente Adam.

Una oleada de placer, esta vez no sexual, me enrojece las mejillas.

¿En verdad tengo ese poder sobre Adam? ¿Soy tan deseable como él dice?

Me inclino hacia él y le mordisqueo el lóbulo de la oreja.

– Tú me provocas el mismo efecto… A veces, sueño que…, digo mordiéndome


el labio, dudando si debo continuar.
– ¿Qué sueñas?, me pregunta Adam, muy interesado.
– Sueño que pasamos días y días en la cama…
– ¿No te daría miedo cansarte?
– ¡Oh, no!, es tan bueno…

Adam me mira, y me preocupa verlo repentinamente tan serio. Al fin rompe


el silencio:

– Es porque nos hemos encontrado, hermosa… Contigo, siempre es un


triunfo, siempre tan… intenso…

Me abraza tiernamente. Me derrito ante el suave calor de su cuerpo.

Nos hemos encontrado…

En los labios de Adam, estas palabras son muy dulces.

– Déjame retomar fuerzas, hermosa. Todavía tengo un perdón por ganarme


y necesito descansar un poco…

Aún fatigado, la mirada de Adam se ilumina de nuevo. Suspiro de bienestar


y sonrío ante la idea de nuestro próximo round.
5. Rapto

– ¿Y por qué no me dijiste nada de tu entrevista con Hayley?, le pregunto a


Adam viéndolo directo a los ojos.

Nuestros perfectos encuentros nocturnos no han borrado de mi memoria


esta «ligera» omisión de Adam.

– Es una larga historia, y no quise mezclarte en todo esto antes de saber


más, responde Adam.
– No sería la primera vez, respondo con ironía.
– Es cierto, confiesa Adam. ¿Recuerdas la investigación que comencé con
respecto a los dos periodistas que mintieron respecto a nosotros?
– Sí, por supuesto, ¿cómo olvidarlo?, suspiro.
– Sabemos que recibieron una transferencia de una cuenta extranjera. Y
después de eso, recibieron órdenes por teléfono, de una voz alterada que les
explicó lo que debían hacer. La investigación llegó a un punto muerto. Fue
imposible encontrar al titular de la cuenta en el extranjero, y rastrear la
llamada.
– Entonces, ¿ya fue todo?
– Habría que llamar al FBI para investigar más a fondo, pero prefiero
permanecer discreto… La verdad siempre termina por conocerse, termina
Adam, con la mirada en el vacío.
– ¿Y Hayley que tuvo que ver con todo esto?
– Aún no conocemos muy bien a Hayley, no sabemos si podemos confiar en
ella o no… Entonces decidimos, junto con Conrad, acercarnos a ella y conocerla
un poco más. Por el momento, parece honesta, pero preferí ser prudente…
– Lo entiendo, pero no veo por qué no me habías dicho nada antes.
– Porque quiero mantenerte alejada de todo esto, de estas artimañas, de
estas sospechas… Ya has tenido suficiente por ahora, se defiende Adam,
apretándome la mano.

Tiene razón… ¿De qué me hubiera servido saberlo antes? Sin duda, eso
hubiera evitado mi escena de celos, pero en vista de lo que resultó de ella, no
me arrepiento….

Pero aun así, no me gusta la idea que Adam me esconda detalles tan
importantes para él. Aunque sea por mi bien.

– En todo caso, recibí el mensaje. Si me vuelvo a acercar a una mujer,


¡sacarás las garras!, bromea Adam.
– O no. También podría irme azotando la puerta.
– Eso es cierto. Y sería algo terrible para mí. Te aseguro, hermosa, eres la
única a la que quiero.

Adam se levanta y me atrae hacia él. Pone sus labios delicadamente sobre
los míos.

– Bueno, tengo algo que confesarte…

¿Ahora qué?

– ¿Conoces a un tal Oslav Kievsky?


– ¿Kievsky? Es uno de los mejores violinistas en el mundo. ¿Por qué?
– ¿Te gustaría conocerlo?, pregunta Adam, con un repentino brillo en los
ojos.
– Eso sería mágico… Pero siempre está de gira, casi nunca descansa y…
– Sí, eso es lo que me dijeron. Pero logré conseguir una entrevista con él,
me anuncia orgullosamente.
– ¿Qué? ¿Hiciste qué?

No puedo creer lo que estoy escuchando.

– Te estoy preparando esta sorpresa desde hace algún tiempo y al fin te


puedo hablar de ella.
– ¿Entonces por eso eran tantas llamadas tan misteriosas?
– Así es, la mayoría. Tuve miedo de no lograrlo nunca y además, el tal
Kievsky fue finalmente muy comprensivo. Está dispuesto, según sus propias
palabras, «a conocer a los nuevos talentos que están a punto de remplazarlo».

Voy a conocer a Oslav Kievsky, un ícono en el mundo del violín, una


referencia. Me siento muy pequeña… ¡Qué sorpresa! ¡Qué miedo!

– Es increíble lo que acabas de hacer, Adam, es… como un ídolo…


– Te mereces ese tipo de alegría, hermosa, murmura Adam abrazándome.

Nuestro desayuno se termina con este gesto de ternura. Regreso a la casa,


emocionada por mi próximo encuentro con el violinista. Tengo que ensayar
algunas de sus piezas. ¿Tal vez aceptará que las toquemos juntos? Esta noticia
me emociona tanto que podría ponerme a saltar como niña pequeña ahora
mismo. Estoy sumergida en las partituras de Kievsky cuando mi teléfono
suena. Es Owell… ¿Qué quiere conmigo ahora? No he tenido noticias de su
parte desde la noche en que resulté ser la principal sospechosa de la
desaparición de Adam…

– ¿Diga?, respondo prudente.


– Señorita Haydensen, habla el capitán Owell.
– Hola capitán.

Mi tono es frío.

¿Qué me va a anunciar ahora?

– ¿De casualidad podría pasar a la comisaría? Tenemos noticias sobre el


incendio de su casa.
– Claro, llego en unos minutos.
– Muy bien, aquí la esperamos.

No me puedo confiar, igual y me va a acusar de incendiar mi propia casa…

Maddie Spring me recibe con una sonrisa en el rostro y no quiere decirme


nada. Le corresponde al capitán Owell informarme sobre la investigación y la
sigo hasta su oficina. Owell, sentado detrás de su escritorio, se levanta y me
estrecha la mano. El ambiente está menos tenso que la vez pasada.

– Señorita Haydensen, le agradezco haber venido tan rápido.


– ¿Qué es lo que me quería decir?, pregunto, aún a la defensiva.
– Primero que nada, quisiera pedirle una disculpa. Me doy cuenta hasta qué
punto pude haberle parecido frío cuando sospechamos de usted en la
desaparición de Adam. Pero ya sabe cómo es esto, con la presión, añade con
una risa nerviosa.

No, no sé cómo es. No acuso a personas inocentes cuando me presionan un


poco…

– En fin, eso ya es historia antigua. Al parecer tenemos algo mejor para


usted. Encontramos esto en un escondite de Miller. Creemos que podría
pertenecerle a usted.

Owell saca de un armario de su oficina el estuche de un violín.

¡No puedo creer lo que veo! ¡Es del Stradivarius que Adam me regaló!

Owell me lo da y lo abro sin esperar. El violín sigue ahí, intacto. ¡Yo que
pensaba que había terminado en cenizas! Lo acaricio con los dedos y artículo
con dificultad:

– Sí, es mi violín… ¿Miller lo había robado?


– Debió haberlo visto en su casa y comprendió que se trataba de un
instrumento de gran valor. Seguramente lo quería vender pero no tuvo tiempo
de hacerlo…
– ¿Puedo llevármelo? ¿O debe quedarse aquí?, pregunto ansiosa.
– ¡Sólo debe firmar unos documentos y será de nuevo suyo!

Las lágrimas se me acumulan en los ojos. Estoy conmovida de volver a


encontrar mi violín y a la vez muy feliz. No era una simple pérdida para mí,
sino para todos los violinistas. Un Stradivarius es una obra de arte, una pieza
de colección. El desastre fue evitado.

– Gracias, digo con un suspiro.

Y de pronto, una idea me cruza por la mente.

¡Kievsky con un Stradivarius, es mi día de suerte!

Owell aprovecha para decirme que va a cerrar la investigación del incendio.


Miller fue arrestado y su conexión con Paul no pudo ser comprobada, pues éste
último se esconde detrás de sus abogados. Tal vez no sea tan malo, ya es hora
de dar vuelta a la página. Arreglo las últimas formalidades y dejo la comisaría
con una sonrisa en los labios.

Ya es hora de que me vaya al conservatorio. Nuestro tiempo de descanso


después del gran concierto terminó y los ensayos retomarán su curso normal.
Y me alegro con la idea de tocar con el Stradivarius de Adam. Si pudiera
convertirse en mi instrumento de referencia… Sumergida en mis
pensamientos, no veo a Paul en el pasillo que se acerca a mí, con la mirada
cortante y el ceño fruncido. Me sobresalto cuando pronuncia mi nombre:

– Éléa, creí que jamás vendrías, resopla con una voz átona.
– Yo… ¿Paul?

Tartamudeo, todos mis sentidos están en alerta.

– Ven conmigo, dice Paul, tomándome del brazo.

Me lleva hasta un pasillo. Intento liberarme en vano.

– No tienes opción, Éléa. Tú vienes conmigo. Paul pronuncia estas últimas


palabras con la mordida tensa. Saldremos por la parte trasera para pasar
desapercibidos. Si me sigues sin decir nada, no te lastimaré.

Siento que no me servirá de nada resistirme. Nunca había visto a Paul tan
glacial, es muy atemorizante. Podría gritar, pero temo a las represalias. Paul
no tiene límites. Se ensañó con su propio primo… Afuera, Paul me lleva hasta
su coche. Toma el volante, se dispone a arrancar. Pero me mira, toma mi bolso
y lo lanza hacia la calle.
– Así no podrás avisarle a nadie.

Me estremezco y aprieto el Stradivarius contra mí.

¿Tal vez podría servirme como arma? ¿Podría golpear a Paul con él?

No creo que el instrumento sea tan resistente…

No conozco la casa a donde Paul me lleva. Fuera de la ciudad, lejos de las


calles transitadas, me siento terriblemente aislada. Mis guardaespaldas
ciertamente no saben que ya no estoy en el conservatorio. No sé de qué es
capaz Paul, y no tengo forma de defenderme. En el interior, las habitaciones
están vacías, o muy poco amuebladas. En una especie de salón al que me
lleva, el mobiliario es somero: un sillón, una mesa baja y un sofá. Es ahí
donde Paul me indica sentarme.

– ¿Quieres tomar algo, Éléa? ¿Un whisky?

Con prudencia, no opto por el alcohol. Le pido un simple vaso de agua,


esperando aclararme la garganta, que comienza a dolerme por los nervios.
Paul nos sirve y se sienta al borde del sofá. Se frota la nuca, parece
repentinamente harto, fatigado. Se agita, parece nervioso. Espero a que me
hable, que me explique qué estoy haciendo aquí, y qué es lo que me espera.
Bebe de un trago su primer vaso, se sirve otro, y otro más…

¿Qué esperamos? ¿A quién?

Mi mano se aferra a mi vaso de agua, temblando ligeramente. La angustia


aumenta pero no quiero que Paul lo perciba. Respiro e intento mantener el
control de mí misma y de mis nervios.

Finalmente, Paul me observa pensativo. Mantengo la mirada. Pero no veo en


ella una amenaza. Más bien me parece que es de tristeza.

– Sabes, Éléa, fui sincero contigo. Sigo pensando que pude darte mucha
felicidad. Pero preferiste escoger a Adam. Todo el mundo escoge a Adam… Si
me hubieras dado una oportunidad, te hubiera podido demostrar mis
sentimientos… Pero me cerraste la puerta, Éléa…

¿Me hizo venir hasta aquí para declararme su amor?

Lo dejo seguir con su monólogo, para saber a dónde quiere llegar. De todas
formas, no tengo nada que contestar a sus últimas palabras.

– ¿Pero cómo reprochártelo? Sólo soy un fracasado, no logro nada, no tengo


éxito en nada, arruino todo… Ni siquiera logré intimidar a Adam y hacer que
dejara de investigar su pasado… No logro nada…

Entre más se desahoga Paul, más se transforma en un despojo humano. Sus


hombros se hunden… ¿Es la hora de los arrepentimientos? ¿Se dispone a
confesarme lo peor? Parece querer hablar, aprovecho para averiguar más.

– ¿Cómo supiste lo de Wyoming?, pregunto, suavemente, para no ser muy


dura con él.
– Intervine las líneas de Adam, las de su oficina y las de su casa. Intercepté
todas sus discusiones con los detectives. Le pagué a uno y listo… El dinero lo
compra todo, querida, todo.

Sospecho que el alcohol ya comenzó a hacerle efecto. Paul se irrita,


comienza a dar vueltas frente al sillón.

– Pero el dinero no compra el amor, ni el éxito. Logré a medias mi misión y


fue el mayor fracaso de mi vida. Lorraine no me perdona.

¿Lorraine? Paul está diciéndome que…

– ¿Fue Lorraine quien te pidió que detuvieras a Adam?

Paul suspende su caminar y me mira, con un aire socarrón:

– ¡Por supuesto que fue Lorraine! Lorraine exige, y yo obedezco. Siempre ha


sido así, ¡pero nunca, nunca lo hago lo suficientemente bien para ella!
– Pero en fin, ¿por qué Lorraine es tan malvada con su familia, su sobrino?
¿Y contigo que eres su propio hijo?
– ¿Su hijo?

Paul estalla de risa, con una risa que me hiela la sangre. Paul ríe pero
sospecho que más bien es de nervios. Se sirve otro vaso… Sin pensarlo, lo
imito.

– ¿Su hijo? ¿Tú también lo creíste? No soy el hijo de Lorraine, acaba de


decírmelo. ¿Y sabes cómo me lo confesó? ¡Diciéndome que le hubiera dado
demasiada vergüenza traer al mundo a un incapaz como yo!

¿Lorraine no es la madre de Paul? Tengo un poco de lástima por él,


enterarse así… ¿Adam lo sabe?

– Toda mi vida creí que era mi madre. Nadie me dijo lo contrario, ni siquiera
mi padre. Mi vida no ha sido más que una mentira. ¡Quise hacerme amar por
una extraña! Vamos, ¡brindo por la familia Hill y sus secretos!
– Lo siento…
– No me importa que lo sientas, Éléa. No estoy aquí para hacerme tu amigo,
ni para hacerme pasar por alguien amable. No te equivoques, ¡sigo odiando a
Adam y no me arrepiento en lo absoluto de todo lo que hice en su contra! Lo
aborrezco, en lo más profundo de mi ser, él que tiene éxito en todo, que le
parece simpático a todo el mundo. ¡Yo siempre he sido el patito feo en
comparación con él, al que nadie mira! ¡Odio todo lo que es!

Paul se transformó, sus rasgos se deforman por la cólera y la ira. Tengo


miedo nuevamente, pero de pronto me siento rara… La cabeza me da vueltas,
dejo mi vaso en la mesa y me froto los ojos. Lucho para no desmayarme.

– ¡Ah!, veo que mi somnífero está haciendo efecto. Déjate llevar, Éléa…
Cuando te despiertes, ya no estaré aquí… Todo esto habría sido muy diferente
si me hubieras dado una oportunidad…

Paul se agacha frente a mí y me acaricia la mejilla. Intento retroceder, pero


me cuesta moverme. Me adormezco cada vez más… Escucho a Paul a lo lejos
ahora…

– Duerme, dulce Éléa. ¡Es hora de que arregle esta historia de una vez por
todas!

Paul se levanta y se va rápidamente. ¡En el último momento, pienso en


Adam! ¿Paul quiere matar a Adam?

¡Adam! ¡Tengo que avisarle! Adam…

El sueño me lleva…

Continuará...
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