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Había una vez un libro

que vivia en la biblioteca municipal.


Su dirección era Sala Juvenil,
estante de cuentos,
tercera tabla, al final.
Estaba allí
desde hacía un montón de tiempo
y ya había acumulado mucho polvo
en el filo de las páginas.
Sin embargo,
vete a saber por qué,
nadie lo sacaba a leer...
que es como se saca un libro
a pasear

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Sería porque tenía
pocas ilustraciones
o porque la cubierta
no era bonita,
o porque el título o simplemente porque los niños
no llamaba la atención, nada más iban a la biblioteca
a estudiar
y preguntaban siempre
por los libros de ciencias,
los diccionarios,
las biografías de personajes históricos...
O, si acaso, venían por
una novela de aventuras
que habían visto en vídeo.
El caso es que nuestro libro
soportaba cada vez menos
aquella vida inútil.

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"Si la montaña
no viene al libro
-pensó un día-,
el libro irá a la montaña."
Eso de la montaña
era una metáfora
y la niña de gafas
que iba a menudo a consultar
el diccionario más gordo
lo habría entendido muy bien.
El caso es que el libro
comenzó a sentir
un intenso deseo de moverse.

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Y no solo lo sintió en su alma,
sino físicamente,
con su cuerpo de papel.
De modo que,
poco a poco,
fue rebasando el borde del estante:
hoy un centímetro
y mañana otro;
hasta que...
¡F
¡I
¡U
¡U
¡U
¡U
PLOFT!
Fue a parar al suelo.

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Era un martes, tempranito.
Todavía no había llegado
ningún lector,
pero la mujer de la limpieza
ya había pasado el plumero
y abierto las ventanas.
El libro había quedado
despaturrado en el
suelo y un soplo de
brisa fue a hacerle
cosquillas.
"¡Qué rico!
-pensó el libro-.
Debe de ser esto
lo que sienten
los libros de ciencias,
los diccionarios
y las biografías de personajes
históricos cuando los lectores
pasan las páginas."
Pero su alegría duró poco.
Una bibliotecaria lo descubrió
y volvió a ponerlo
en su sitio.
Sin embargo,
una semana más tarde:
¡F
¡I
¡U
¡U
¡U
¡U
PLOFT!
El libro volvió a saltar
del estante.

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