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Los siete atentados y ataques terroristas que han afectado a la provincia de Esmeraldas y

sobre todo a San Lorenzo, han mostrado los riesgos que tiene que afrontar el Ecuador ante
la acción de la narco-guerrilla colombiana y las fuerzas disidentes de las FARC.

La violencia que se vive en la frontera norte se produjo desde que el presidente


colombiano Santos firmó un “acuerdo de paz” con las FARC que en gran parte resulta
una farsa y un engaño. El presidente ha sido utilizado para legalizar la condición y bienes
de algunos dirigentes guerrilleros y otorgarles, como, por ejemplo, darles puestos en el
Congreso, Pero no todas las fuerzas guerrilleras de Colombia se han unido al acuerdo y
la otra guerrilla, el ELN, sigue más activa.

El narcotráfico y otros delitos conexos son un negocio redondo. Hace algunos años,
cuando se firmaron los Acuerdos de Paz con el Perú, había quienes sostenían que el
Ecuador ya no necesitaba de Fuerzas Armadas. Ahora el Ecuador tiene que enfrentar la
invasión y arremetida de grupos irregulares colombianos y carteles mexicanos,
justamente después de que el expresidente Rafael Correa procediera sistemáticamente,
durante diez años, a debilitar, dividir, humillar y desarmar a las FF.AA. Ahora, el
gobierno de Lenin Moreno se ve en apuros para cuidar una frontera descuidada.

La más evidente consecuencia que se produjo debido a la violencia actual en el país es


económica, los lugareños de las zonas conflictivas son los más perjudicados por los
intereses políticos de la zona. Agricultores han sufrido durante años los falsos positivos
del gobierno de Uribe.

Fruto de todo lo acontecido en la frontera, la sociedad ecuatoriana entraría en conmoción


tras el atentado del pasado 27 de enero en San Lorenzo, cuando el estallido de un carro
bomba golpeó al país por primera vez en su historia. A partir de ahí, hemos asistido a una
escalada de violencia: los tiroteos sobre uniformados el 17 de febrero en la comunidad
fronteriza de El Pan, el secuestro y muerte del pasado 26 de marzo de un reportero, un
fotógrafo y un conductor de diario El Comercio, en los alrededores de Mataje o la
detonación de varios artefactos explosivos que incluso provocaron víctimas mortales. El
ataque terrorista al cuartel naval de Borbón, el 16 de marzo; cuatro días después el
estallido de un nuevo artefacto al paso de una unidad de vigilancia militar en la zona de
Mataje y el 4 de abril la explosión de una bomba casera en la parroquia Viche, del cantón
Quinindé. De seguir esta escalada de violencia, nadie puede asegurar que no ocurra un
atentado más sofisticado en Quito.

El miedo social por la incertidumbre de que ocurra algo más grave es incontrolable, en
las calles se escucha como la gente se aterra de pensar que en el país en el que se ha vivido
con paz durante décadas pueda ser invadido por narcotraficantes y disidentes de las
FARCS.

El nulo turismo en las zonas aledañas también es una consecuencia tanto económica como
social, que afecta no solo a la zona sino también a todo el país.

Las alternativas para la mitigación de la violencia no son muchas pero que si se las opera
correctamente pueden funcionar muy bien. Una de ellas es la propuesta de cerrar la
frontera para impedir el paso de este tipo de delincuentes, sin embargo, esto también
conlleva consecuencias económicas y sociales, pero al final será necesario cerrarla
realmente?

Otra forma de mitigar es reinstalar la base militar estadounidense en Manta –la cual fue
desarticulada en 2009– y de reiniciar programas de cooperación militar con los Estados
Unidos anteriormente desechados.

La intervención de fuerzas armadas colombianas también es algo factible, sin embargo,


se aproximan las elecciones presidenciales en el vecino país, y se reformularía la
necesidad de intervenir en ese momento la frontera para recuperación y captura de los
secuestrados y de guerrilleros respectivamente.

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