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LA

MUJERCITA QUE NO SE CASÓ (Y ESCRIBIÓ)



A 150 años de su primera edición, la cadena BBC de
Londres lanzó una nueva adaptación en formato miniserie
de Mujercitas, la novela Louisa May Alcott de 1868 que
formateó la cabeza de generaciones enteras de chicas de
todo el mundo.

–Solo pago diez por esto, porque los relatos sobre el amor
entre hermanas no suelen ser atractivos.

–Me atraen a mí, señor…

–Diez. Y esa es mi oferta final.

Este es uno de los diálogos irónicos que la serie propone entre


un editor y una de las famosas hermanas March, Josephine
alias Jo, escritora ella, y alter ego de la autora (toda la familia,
por lo demás, está delineada con rasgos biográficos de los
Alcott).

Es también un comentario metaficcional (no se atiene a la


novela, donde ese trato pero sobre un libro con otra temática),
porque supone reconocer la trayectoria de Mujercitas misma.
Mientras el editor de Alcott le encargó una novela dirigida a
“mujeres jóvenes” y lo consiguió, venciendo las reticencias
iniciales de la autora, el editor que sentencia eso en la miniserie
hubiera perdido un excelente negocio.

La historia de “amor entre hermanas” no solo probó tener


atractivo: fue un éxito inmediato y llevó a que le encargaran a
Alcott una segunda parte, que se publicó un año después (y
que aquí conocemos como Las mujercitas se casan, aunque en
muchos lugares se publica como parte de un solo
libro Mujercitas). Con traducciones en todos los idiomas y
varias adaptaciones en teatro, cine y series televisivas,
Katherine Hepburn, Elizabeth Taylor y Winona Ryder fueron
alguna de las actrices que encarnaron a las March. En la
miniserie Jo está a cargo de Maya Hawke.

Con guión de Heidi Thomas, incorporada a Netflix aunque aún


no en su versión latinoamericana, la serie es uno de los
primeros proyectos en aprovechar el aniversario (hay películas
y reediciones especiales en curso), y eligió ir por lo seguro
recopilando en 3 capítulos los momentos más transitados de
ambas novelas, desde la quema de manuscritos de Jo por
parte de su hermana menor Amy hasta la muerte de otra de las
hermanas, Beth (los mismos que repasa con el corazón en la
boca Joe Tribiani en un capítulo de Friends).

Esa segunda parte fue una especie de traición autobiográfica


de Alcott, que el título original –Good wifes, Buenas esposas–,
enfatizaba. Buena parte del segundo libro se va a dedicar a
arreglar o festejar matrimonios, y salvo Beth, todas las
mujercitas finalmente “sientan cabeza”. Hasta la propia Jo, que
en el libro y en la miniserie insiste en no preocuparse por su
aspecto, ni por sus pretendientes, ni por los modales que se
esperan de una señorita, y que añora haber nacido varón para
poder pelear en la guerra, trabajar y conocer el mundo,
finalmente se casa también, según cuenta la misma Alcott en
cartas, por presión también de las fans. Aunque quizá como
una especie de firma en disconformidad, la casa sin embargo
no con el pretendiente rico, bello y sensible que en principio le
propone la novela, sino con un viejo profesor que la conquista
intelectualmente.

Pero ya la primera parte de la novela que la mayoría


conocemos es una versión edulcorada: se trata de una versión
recortada de 1880 que hicieran los editores aún en vida de
Alcott, eliminando términos que se consideraron “vulgares” y
eliminando dos problemas que dicen mucho de la Alcott real. El
primero tiene que ver justamente con el matrimonio como
destino para la mujer: si bien la novela siempre tuvo un tono
edificante e incluso cristiano, varios comentarios mostraban a
las jóvenes mujeres casadas como “prácticamente
arrinconadas” en sus casas cuidando a sus hijos.

De eso la nueva miniserie dice poco, a pesar de que


recientemente se publicó la novela en su versión íntegra y se
volvieron a poner en el tapete elementos que remitían a la vida
de la autora, que no solo no se casó sino que, criada en una
casa donde los amigos de su padre Emerson, Hawthorne,
Thoreau o la periodista y activista por los derechos de la mujer,
Margaret Fuller, podían pasar a cenar, supo ser ella también
abolicionista y sufragista. Y que, inaugurando una larga saga
de escritoras mujeres que firmaron sus obras con simples
iniciales o directamente nombres masculinos para que no se
reconociera su género (como James Triptree o J.K. Rowling),
con el seudónimo de A.M. Barnard publicara otros libros donde
las tramas cuentan con adulterios o incestos.

El segundo elemento eliminado en 1880 son las complejas


relaciones de Jo con los editores, a los que no deja bien
parados. Pero con ello vuelan también buena parte de las
abundantes reflexiones que hace el personaje sobre las
dificultades para ejercer su oficio. En ello sí parecen haber
pegado los debates actuales sobre el feminismo en la
miniserie, que se detiene –en la medida en que se lo permite
un apretado guión– en diálogos como el que encabeza esta
nota. Pero también con las dificultades que supone lograr el
tiempo y el espacio para escribir para las mujeres, que siendo
“amas de casa”, sin embargo no encuentran allí un “cuarto
propio”, como diría años después Virginia Woolf, para sentarse
a escribir. Si en el libro más bien Jo parece contar con el
respeto de su familia para dejarla escribir en paz, en la
miniserie se deja ver cómo las interrupciones de los March y de
su amigo son constantes.

Hay otro conflicto relacionado que la miniserie destaca: aquel


entre lo que se quiere escribir y lo que gusta al público y
permite ganar dinero –un conflicto entre arte y mercado en que
el libro insiste y que es novedoso para la época, cuando el
desarrollo de un mercado de lectores más amplio y una
industria editorial era incipiente–.

En el libro, Jo se decide por ese oficio porque le permite una


independencia económica, y con ese objetivo acepta escribir –
no sin reproches, culpa ni castigo– sobre temas
sensacionalistas que, según le indica su editor, son los que
venden. Es su padre el que la contradice y le recomienda
aspirar “a lo más alto sin pensar en el dinero”; más tarde será
su futuro esposo el que fustigue ese tipo de literatura como
inmoral (lo cual, finalmente, Jo acepta). En la miniserie, sin
embargo, el enfrentamiento con esas figuras masculinas es
más explícito y deja abierta la definición que toma la
protagonista: “Ese es un lujo que no estoy convencida que yo
tenga”, responde al padre esta Jo que parece reconocer que
ganar su propio dinero es necesario para sobrevivir de otra
forma que no sea como la solterona que se queda a cuidar a
sus padres ni la esposa que deberá cuidar a su marido,
elección que tiene en este mundo patriarcal, como era de
esperar, sus costos.

Esa es precisamente una de las últimas charlas que tiene con


su tía en la miniserie, una viuda que a pesar de ser la
encargada de enunciar la moral de la época que debía poner
en caja la “naturaleza sinuosa del camino de las mujeres”,
escuchando a una angustiada Jo que no encuentra alternativas
para su vida que no sean las prefijadas para las mujeres sin
esposo, reflexiona:

–El mundo debería ser más amable con nosotras. Nuestras


vidas no son vidas sin propósito.

–Pero mi propósito es tan pequeño, y tan estrecho, que los


siento caerse sobre mí como paredes” –responde Jo.

Alcott tuvo que lidiar también con las contradicciones de “elegir”


entre las limitadas opciones que la sociedad le
ofrecía. Además de escritora, trabajó –como sus hermanas
March–, en ocupaciones tradicionalmente asignadas a las
mujeres: enseñando, cosiendo, limpiando casas y cuidando a
enfermos. Sobre ello escribió otra obra de tintes autobiográficos
titulada precisamente Work, Trabajo, donde uno de sus
personajes dice: “No puedo evitar sentir que hay una mejor
clase de vida que esta vida embotada, hecha de un trabajo que
no termina, sin otro objeto que conseguirse dinero”. Fue en uno
de esos trabajos donde encontró la enfermedad que acabaría
con su vida: murió por las secuelas que le dejó un
envenenamiento con mercurio cuando trabajaba de enfermera
en la guerra de secesión norteamericana,

¿Se traicionó entonces Alcott casando a sus mujercitas? ¿Se


vendió al mercado buscando ganar plata? Podría responderse
que sí en la medida en que aceptó eliminar de su novela
aquello que, más allá de su resolución ficcional, planteaba más
desafiante y concretamente los límites que la sociedad impone
a las mujeres. Pero también que no, si consideramos que es
una adelantada en tematizar el nudo gordiano entre las
frustraciones y culpas que sobrellevan las mujeres, y el
arrinconamiento en el hogar o en las tareas “de cuidado” que
se le asignan cuando trabajan; en suma, la dependencia
económica que funciona en la base de las instituciones y
estereotipos de una sociedad patriarcal que aún hoy, cuando
son mayoría las mujeres “jefas de hogar”, siguen vigentes.

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