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La Desaparicion y Recuperacion de Nuestra Ideas PDF
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económicos abstractos y ahistóricos, pero funcionales a la reversión de los logros
regionales en el camino de un mayor desarrollo e integración social.
Los riquísimos debates originados en el estructuralismo, la teoría de la
dependencia, y el pensamiento tecnológico latinoamericano fueron olvidados, en
paralelo a la pérdida de los objetivos estratégicos de la región, a su debilitamiento y
desarticulación productiva y al deterioro de su cohesión social. La pérdida de soberanía
fue entonces la lógica consecuencia -en el campo de las relaciones internacionales- de
las políticas de auto-destrucción nacional.
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La sociedad argentina –a lo largo de un cuarto de siglo- atravesó una serie de
episodios enormemente traumáticos: desde la violencia cotidiana en el gobierno de
Isabel Perón, a las políticas genocidas del gobierno militar, pasando por la improvisada
toma de la Malvinas, continuando por la dificultades económicas severas del primer
gobierno democrático, que remataron en una hiperinflación, y continuadas por el
“milagro” neoliberal que llevó a la peor crisis económica y social de la historia
nacional. Al final de este accidentado derrotero, el país parecía haber sufrido los efectos
de una guerra. Desde la economía se podría decir: una guerra contra las fuerzas
productivas de la Nación. Una guerra contra sus trabajadores, sus técnicos, sus
ingenieros, sus cientistas sociales, sus científicos. Una guerra contra el capital social
acumulado durante generaciones. Una guerra contra sus capacidades, sus posibilidades
de crear y su autoconfianza. Durante ese período -el momento de oro de la
“globalización”-, ni nuestra historia, ni nuestros logros, ni nuestras ideas era
significativas. Como “país fracasado” que éramos, debíamos adoptar las ideas que
provenían de los “países exitosos” y seguirlas al pie de la letra. Así llegamos al 2001.
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Volver a las buenas ideas, y volver a crear:
¿Qué lugar tienen en esta nueva realidad las ideas sobre el desarrollo, la
dependencia, y el pensamiento tecnológico nacional?
Desde nuestro punto de vista, son un punto de referencia ineludible para la
reflexión y el debate, y al mismo tiempo, los nuevos tiempos y condiciones globales nos
exigen una revisión crítica de las mismas.
Por ejemplo: el desarrollo económico y social ¿tiene hoy el mismo significado
que en los años ´60?. Recordemos: el mundo de la posguerra estaba tensionado entre
dos grandes polos político-ideológicos, que disputaban frente a los pueblos de la
periferia, por constituirse en “el mejor modelo” para abandonar el atraso y la miseria. El
occidente capitalista aceptaba de buen grado el estado de bienestar, la economía mixta,
las barreras arancelarias y la regulación del ciclo económico, para abatir el peor de los
flagelos: el desempleo. La meta del desarrollismo latinoamericano era acercarnos en el
mayor grado posible a la imagen de las sociedades prósperas: consumo de masas,
produción de bienes sofisticados, difusión amplia de la tecnología en todos los sectores,
industrias competitivas internacionalmente. ¿Son esas las mismas metas que hoy?
¿Queremos parecernos a las grandes sociedades de consumo de los países centrales?
¿Podemos hacerlo desde el punto de vista productivo y tecnológico? Pero además de
eso, ¿queremos hacerlo?
Si en algo ha crecido la conciencia histórica en América del Sur es en relación al
lugar subordinado que nos espera si nos integramos separados al “orden global”, como
lamentablemente están intentando algunos países de la región.
También nos debemos un debate profundo en torno a quienes serían los
eventuales actores de un proceso de desarrollo. Argentina ha hecho un esfuerzo
histórico enorme, desde 1946, para constituir una burguesía nacional industrial,
portadora de un proyecto de progreso, modernidad y soberanía para toda la sociedad
argentina, que comenzó a zozobrar en 1976. En la década del ´90, buena parte del
patrimonio público, pero también privado, fue extranjerizado. Las decisiones
fundamentales de proceder a la extranjerización de la economía nacional provinieron
precisamente de los grupos conformados por diversas fracciones de la burguesía
nacional. Entonces, ¿cómo hacer para no repetir la misma historia?. ¿Porqué apostar
nuevamente a transferir ingentes recursos sociales, vía subsidios, precios, tarifas,
aranceles, tasas de interés, a sectores que no encuentran vinculación entre estos
privilegios y un compromiso estructural con la Nación? ¿En qué condiciones, entonces,
deberíamos buscar la industrialización? ¿Qué tipo de industrialización y con qué
actores?
También el concepto de dependencia debe ser revisado. Y no precisamente
porque sea irrelevante, o porque la “globalización” haya disuelto el problema. Cuando
en los años ´60 se denunciaba la dependencia, una de los aspectos más cuestionados era
la presencia del capital extranjero, tanto en las actividades extractivas como en las
industriales. Se consideraba que esa presencia deformaba nuestras economías, y
generaba una sangría sistemática de recursos, debilitanto el proceso autóctono de
acumulación y crecimiento. ¡Y aún no había aparecido la financiarización de la
economía mundial y la nueva dependencia financiera! Cuando América Latina intentó –
en los años ´80- plantear la necesidad de aliviar el problema de la deuda externa en los
foros globales, se encontró con una pared sin fisuras conformada por los grandes bancos
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privados, los organismos financieros internacionales y los gobiernos los principales
países centrales. En los años ´60 tampoco era imaginable que se disolvería el poderoso
bloque soviético, dejando al mundo regido por un sistema unipolar bajo la abrumadora
influencia de una única super-potencia militar. Ni se había pensado en la invasión
masiva y silenciosa de las multinacionales del centro, generando la extranjerización de
vastas áreas de nuestras economías, también en los campos de los servicios públicos, los
medios de comunicación, las tierras. Cuando se pensó la teoría de la dependencia se
adviritió, por supuesto, la importancia de las dimensiones culturales del fenómeno de la
“colonización” ideológica de las elites y capas medias de la población. Pero nunca se
podía preveer la profundidad que adquirió el “pensamiento único” neoliberal,
impregnando las percepciones hasta de los sectores más subordinados gracias a la
masividad de la presencia mediática. La dislocación productiva debilitó los ya
problemáticos lazos de solidaridad existentes entre los diversos estratos sociales locales,
reforzando los vínculos económicos, políticos y culturales de los sectores dominantes
con sus pares de economías extraregionales.
¿Puede pensarse, retomando el legado dependentista, en una mirada crítica del
orden internacional, y al mismo tiempo reconocer las profundas transformaciones
ocurridas en las décadas recientes? ¿Es posible admitir los cambios de poder mundiales,
y el debilitamiento de nuestros países, sin sucumbir a un “realismo periférico”
justificatorio de un satelismo extremo? ¿Qué papel juega la integración regional en la
preservación de la autonomía nacional? ¿Y en qué debería consistir una estrategia
articulada de independencia? ¿La disputa está en el terreno financiero, tecnológico,
gerencial o ideológico-cultural? ¿Y quienes son los actores de esa disputa?
Los avances monumentales en el campo del conocimiento en los países centrales
han ampliado la brecha en relación al mundo periférico, en materia de CyT. ¿Cómo y en
dónde colocar nuestros esfuerzos? ¿Podemos darnos el lujo del laissez faire en materia
de financiación de la I+D, en un contexto global ultra competitivo, con recursos
públicos que aún no son suficientes entre otras cosas para la casi inexistente vocación de
las empresas privadas locales por esta temática?
En los ´60 las restricciones ecológicas al modelo de crecimiento económico
predominante en todo el planeta parecían lejanas. Hoy, en cambio, los peligros son
mucho más visibles y ya se están expresando en el clima y en otros desastres que están
siendo provocados por la acción del paradigma económico dominante. ¿Debemos
incorporar estos elementos estructurales en nuestras estrategias de desarrollo,
anticipándonos a lo que indefectiblemente ocurrirá, o trataremos de continuar imitando
estilos y formas provenientes de los centros y que forman parte de lo que culturalmente
incorporamos todos los días a través de los medios masivos de comunicación? ¿Nuestra
meta debe ser producir más automóviles a nafta, o eléctricos, o mejores transportes
colectivos? ¿O inventar algo nuevo?
No hace falta militar en el ecologismo para comprender los límites físicos del
planeta y la presión desmesurada sobre los recursos disponibles de sus 7.000 millones
de habitantes, en tanto traten de vivir y consumir imitando a sus pares occidentales
desarrollados. Parece imprescindible incorporar esta dimensión hoy ineludible a nuestro
planes y proyectos, incluso por las nuevas restricciones comerciales que se levantarán
en nombre de las “energías limpias”. La imposibilidad de sostener el tipo de consumo
actual implicará cambios en los valores sociales, y en la subjetividad de los individuos.
¿Tendremos algo para decir desde América Latina? ¿Algo para aportar en cuanto a la
calidad de la vida y el valor de la misma?
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En síntesis: las “viejas” ideas latinoamericanas nos hablan y nos interrogan. Han
vuelto a estar entre nosotros, porque somos nosotros los que volvimos a estar. No nos
dispensarán de estudiar, pensar y actuar sobre nuestros problemas actuales. Pero son un
motivo de orgullo sobre lo que supieron crear intelectualmente las generaciones
precedentes y –tan importante como eso- lo que fueron capaces de soñar.
Ellos establecieron metas exigentes para un momento distinto. Nuestra
obligación es continuar ese legado, y serle fiel creando nuevas realidades.